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Dietland (Marti Noxon et al., 2018)

Corto, medio, largo, serie, miniserie (no importa el formato)... en televisión, cine, internet, radio (no importa el medio).
Dietland
Marti Noxon, Michael Trim, Amy York Rubin, Helen Shaver, Liesl Tommy (EE.UU. de América, 2018) [45 min cada capítulo]

Portada
IMDb
(wikipedia | filmaffinity)


Sinopsis:

    [propia] Nueva York (EE.UU.). A Alicia le hacen la vida imposible todos los que viven obesionados con su obesidad, que resulta ser el resto de la sociedad. Ella cede a la presión, y practica dietas contundentes, paga a una nutricionista, incluso va camino de endeudarse por una cirugía de reducción de estómago... lo que es bastante duro teniendo en cuenta que apenas le alcanza para el alquiler y ya está pluriempleada como redactora "fantasma" de una revista femenina y repostera de barrio ocasional. Podría decirse que está en una posición óptima para empezar a militar en aquello que más de cerca le toca.

Comentario personal:

    Cuando un joven portavoz sindical salió en televisión, una compañera me soltó: «la imagen que transmite no es saludable, debería hacerlo otro». Estaba muy obeso. Fue hace unos años y me golpeó viniendo de ella, sensible y feminista. Había desprecio en su tono. Practicar micromachismos, bromear sobre un grupo social subordinado, actuar con condescendencia capacitista... entraba en las rutinas inaceptables en las que caemos la mayoría, pero ¿distribuir el peso simbólico en el organigrama interno en función de la masa corporal? ¿Una discriminación tajante? ¿Verbalizarlo con esa naturalidad? ¿En el tiempo de ascenso del feminismo? ¿Qué feminismo era este, que no se descuelga de los mandatos de género? Hostias. No me cabía en la cabeza. Si pensamos en un delegado sindical, nos viene a la mente un hombre de mediana edad con barba y orondo. Pero ya hacía tiempo que la videopolítica estaba instalada y el recambio de élites del Quinceeme había hecho su parte, con todos esos jóvenes bellos y lozanos ocupando puestos de responsabilidad a izquierda y derecha (Rivera, Arrimadas, Casado, Iglesias, Montero, Errejón...).

    Uno tiene que vivir las relaciones sociales en desventaja para tomar fuerte conciencia de ellas. En el momento de aquella conversación, yo no estaba obeso, pero luego sí, y luego no, y luego otra vez sí, y fui comprobando cómo eso hacía oscilar mi precio no sólo en el mercado socioafectivosexual, sino también en el político. Como siempre he tenido una imagen blanca de la militancia, artúrica, ingenuamente fraterna, asistía estupefacto a los cambios automáticos en mi circuito político, puesto que, si engordaba, se activaba una retórica de los cuidados que concursaba en las relaciones de poder: «pobrecito, es que está cansado, le vence la ansiedad... que se vaya a casa a recuperarse». (Ojo con la gente que para desplazarte de la toma de decisiones te invita a tomar las aguas por tu bien, tipo Lenin después del atentado.) Lentamente, me di cuenta de cómo y cuándo yo había alimentado este mismo "inconsciente ideológico colectivo" que me expulsaba. No al discriminar a los anormativos, a los que tendía instintivamente por ser parte de ellos, sino al apoyarme en los normativos para conseguir mis objetivos (con ellos es más fácil). De este modo sus perfiles se situaban en el centro de lo político y se confirmaban como los socialmente deseables, acentuando que los socialmente deseables fueran los que promocionaban en lo político, periferizando a todos los demás... tanto en la esfera de lo político como en la del deseo.

    De paso me di cuenta de otra verdad inquietante: que la compañera a la que me referí antes, la que recusó al portavoz por gordo, no habría dicho nada parecido de haberse tratado de una mujer. Por eso ahora no me sorprende que haya emergido una corriente femielitista que para homologarse con sus pares masculinos desprecie lo que llaman "diversidad": si las mujeres quieren tocar poder, tienen que aceptar el marco del reparto, y lo que quiere el sistema es alto rendimiento: estudios superiores (clasismo), esbeltez y fotogenia (esteticismo, gordofobia), erocentrismo (el deseo sexual como valor añadido a la mercancía) con tendencia a la heteronorma (da puntos tener pareja y, si es posible, hijos, para parecer responsable e integrado), juventud (efebocracia, edadismo) y las dosis de egocentrismo y autocontrol suficientes que hagan posibles a tales súper-humanos. Como dice Jabiertzo, el programa de puntos sociales que la RP China ha diseñado ya existe en Occidente sin necesidad de centralizarlo en una sola aplicación. "Dietland" sabe darle una patada desde uno de los lugares menos cuestionados, porque se solapa con la excusa de la salud y porque demasiada "izquierda" está muy cómoda ahí, como lo estaba hasta hace tres días sin reconocer las psicopatologías que produce este mismo modo de vida, otro estigma. Por eso esta serie es material óptimo de formación política interna para cualquier orga socialista (en el sentido muy amplio del término).

    Esta dimensión micropolítica e intersubjetiva es mucho más importante de lo que pensamos quienes descendemos de socialismos de fundamentación marxista, porque condiciona nuestro vínculo con las masas, pero, más importante aún, porque lo condiciona entre quienes compartimos proyecto.

Ficha técnica


Reparto:


Idioma original: Inglés.





1ª temporada: HDTV VO - MKV (fuente)





1ª temporada: HD 720p Dual (VO/VE) - MKV [9.47 Gb]





1ª temporada: WEBRip 1080 Dual (VO/VE) - MKV (x264-AC3) (fuente)





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Mónica Zas Marcos, en "«Dietland», la serie con una protagonista gorda que aterra al heteropatriarcado", en El Diario.es, el 14 de junio de 2018, escribió:

La introducción de "Dietland" (Amazon Prime) es una parada de los horrores ajena a la mitad de la población. Más concretamente, a la mitad masculina de la población. Una chica se provoca el vómito frente al váter con dos dedos, otra se cubre con maquillaje un ojo amoratado, la siguiente se fríe el pelo con una plancha y la última se mutila su propio pecho cortándose el contorno del pezón. Mientras tanto, una voz en off recita, uno por uno, los deseos de esas mujeres que se purgan en nombre de la deidad de la belleza.

Cualquiera que haya tenido la mala fortuna de hojear las llamadas revistas de moda o lifestyle, sabrá que nada de lo que dicen estas chicas son hipérboles narrativas. Es la cruda realidad de las cartas abiertas a Cuore, Cosmopolitan o Glamour, donde las mujeres recurren a su fuente de complejos a buscar un poco de inspiración.

"Querida Kitty, mi novio me obligó a tener sexo contra mi voluntad, ¿debería dejarle? Querida Kitty, ¿cómo hago para estar tan delgada como tus modelos? Querida Kitty, odio mis muslos, mi vagina, mis cejas, mi piel, mi voz", escriben las lectoras de Daisy Chain a su inmaculada redactora jefe, Kitty Montgomery (Julianna Margulies). Ella es la imagen de la revista ’femenina’ más exitosa de Nueva York y la muestra real, en carne y hueso, de que la privación y la infelicidad dan sus frutos.

Lo irreal es que sea ella quien contesta a sus inconformistas acólitas. Lo hace Alicia Kettle, su antítesis física e intelectual. "Todos me llaman Plum (o ciruela) porque soy suculenta y redondeada, también conocida como gorda", se presenta la protagonista. Plum vive sola en el apartamento de su tío, desde donde colabora con la revista de Kitty porque sus 135 kg no encajan en el canon de los pluscuamperfectos redactores.

A cambio de mantenerla en la sombra, Plum hace parecer a Kitty mucho más lista y empática de lo que en realidad es. "Dietland" comienza así como un "El diablo viste de Prada" que pronto se descubre como una serie rabiosamente feminista, de esas que a más de uno le incomodará mirar.

Para empezar, por su protagonista gorda y que -sorpresa- al final de la serie seguirá siendo gorda. No es una Mónica Geller, a la que humillan en "Friends" por su pasado con sobrepeso. Plum es una mujer desesperada por adelgazar, que se alimenta con platos bajos en grasa precocinados y para la que conseguir un bypass gástrico es la principal meta de su vida; pero tiene una lección guardada en la manga.

"Te cuento esto desde el futuro: esta no es una de esas historias, sigo siendo gorda y sigo recibiendo esas miradas. Como si la gente prefiriera verme muerta", recuerda una Plum mucho más empoderada. Pero llegar ahí no ha sido un paseo de baldosas amarillas. Lleva desde los diez años probando todo tipo de dietas milagro, deportes e infusiones asquerosas. Todo para evitar las miradas. "Esas miradas". Pero tranquilos, "Dietland" no es el cuaderno de bitácora de una chica y sus aventuras con la báscula.

"Me encanta. Quiero que la gente esté tan incómoda viendo la serie como si el solo hecho de mirarme pudiese arruinarles el día. Voy a hacer que me miren", dijo Joy Nash al New York Times. La intérprete de Plum es, en la vida real, una reconocida activista del body positive y reconoce no haber probado una dieta en su vida. Ella consiguió sobreponerse a la presión de una sociedad machista, que castiga la talla sobre cualquier otro rasgo físico y deshumaniza a quien no cumple sus cánones.

Por eso, además de una sátira oscura sobre el mundo de la moda, "Dietland" es un reflejo veraz y comprometido con las mujeres víctimas de gordofobia. En el caso de Plum, todo el mundo se alza con el derecho a opinar sobre su cuerpo. Ya sea para convencerla de que es "bella sin importar los kilos", de que se atiborre a dulces y de que salga con el primer zoquete que le guiñe un ojo, como para persuadirla de todo lo contrario: de someterse a cirugías imposibles y entrar por fin en una talla 38.

"Solo quiero subirme a un avión y no tener que disculparme con la persona que se siente a mi lado. Quiero ir a un bar y que algún calvo intente ligar conmigo. Y quiero hablar de si a ese calvo le gusto o solo quiere follar", dice una Plum desesperada ante su madre y su mejor amigo.

"Me he dado cuenta de que no me odio a mí misma. Es el mundo el que me odia por ser así. Cuando voy caminando bajo esta piel, la gente me mira como si tuviera la peste. Actúan como si fuese una mancha. Me mira y ríen y gritan. Y lo peor de todo: dicen que tengo una cara bonita, para luego aconsejarme cómo puedo arreglar mi cuerpo. Porque ser como soy está mal".

"Vosotros no podéis verlo porque me queréis. Pero si esto es lo que hay, si esta es mi vida, si este es mi cuerpo, preferiría estar muerta". Es el discurso más desgarrador de la serie, y no está dirigido solo a sus interlocutores, sino a ese mundo que la castiga y luego se compadece por su purgación.

Pero todo cambiará para Plum cuando conozca a Verena Baptist, la hija de una antigua gurú de las dietas que pretende reparar todo lo que su madre destrozó. La heredera de ese imperio machista le animará a unirse al Nuevo plan Bautista, mucho más feminista y empoderador que el de su progeniora. La primera fase: abandonar el antidepresivos al que lleva enganchada desde la universidad y recuperar la líbido.

Parece un buen momento para ese "despertar", como Verena lo reconoce, porque al mismo tiempo ha surgido un colectivo llamado Jennifer que se dedica a asesinar y a defenestrar a hombres desde azoteas. Pero no a cualquier hombre, sino a los que han sido acusados de violencia machista, violación o acoso sexual.

Esta evolución lunática, violenta -y ficticia- del Me too es la que ha puesto nerviosos a los críticos, que lo ven como un errático discurso feminista centrado en la venganza y no en la igualdad. Es tan histérica y agresiva como los ataques que sufren a diario las mujeres en todo el mundo, pero impacta más por el intercambio de roles. "Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos. Las mujeres tienen miedo de que ellos las maten", dice en un momento Plum citando a Margaret Atwood. Ahora es al revés.

"Dietland" surgió mucho antes que "El cuento de la criada" (y también está inspirada en un best seller), pero su tardía emisión le condena a recoger el cable de la de HBO. Sin embargo, las dos se compensan mejor de lo que parece. Ambas tratan sobre realidades extremas y despertares femeninos, pero una enarbolando la sobriedad y la otra la histeria. Eso solo indica una cosa: este tipo de series han dejado de ser una moda para convertirse en el (suculento) pan de cada día de la televisión. Ahora toca ponerse las botas.

Patricia Reguero Ríos, en "Cuerpos en la playa, el bikini como forma de resistencia", en El Salto, el 21 de julio de 2019, escribió:[...] Plum, la protagonista de la novela de Sarai Walker Bienvenidos a Dietland (publicada en España por Carmot Press en 2018), y de la serie "Dietland", es la máxima expresión de ese vivir escondida. Trabaja en una revista para adolescentes y contesta a las cartas de las lectoras. Un trabajo invisible que ella hace desde una cafetería, nunca en la oficina. Su personaje supone una ruptura del guion cuando deja de ser protagonista por ser gorda y pasa a serlo por convertirse en activista de una célula violenta feminista.

Clara Morales, en "«Dietland»: hambre de revolución", en InfoLibre, el 18 de agosto de 2018, escribió:

La secuencia de créditos que abre cada capítulo de "Dietland", que este verano ha estrenado su primera temporada, disponible en Amazon Prime Video, da una idea del extraño tono de la serie. En una colorida animación, una mujer con sobrepeso escala por una montaña de dulces que podrían habitar el universo de Willy Wonka. Cuanto más avanza, más peso pierde, pero, en su lucha por llegar a la cima, va dejando atrás el color de sus mejillas y su aparente salud, hasta acabar convertida en un siniestro esqueleto que continúa arrastrándose. Cuando está a punto de alcanzar la cima, la mujer se desploma, muerta. Y se supone, hay que decirlo, que "Dietland" es una comedia.

No es casualidad que las primeras reseñas de la serie de AMC estrenada en junio en Estados Unidos contuviera adjetivos como "desconcertante" o "caótica". La producción se mueve en un terreno peligroso, tanto en el género escogido como en su fondo político. Está basada en la novela del mismo nombre, que supuso el debut de Sarai Walker hace ya tres años y traducido al español por Carmot Press este mismo 2018. Si entonces los críticos señalaban la audaz mezcla de géneros del libro —Walker dijo haber comenzado a escribir buscando un "Club de la lucha" femenino—, la showrunner Marti Noxon, responsable de la adaptación, guionista y coproductora de series como "Buffy, cazavampiros" y cocreadora de "UnREAL", tampoco iba a despreciar la posibilidad de reproducir esos malabares estilísticos en televisión.

"Dietland" podría parecer chick lit, el término en inglés, evidentemente despreciativo, para la literatura para mujeres. O al menos podría parecerlo parte de su argumento: Plum Kettle (Joy Nash) es una mujer gorda que trabaja para la magnate de las revistas femeninas Kitty Montgomery (Julianna Margulies, la Alicia de "The good wife"), respondiendo en su lugar las numerosas cartas que le dirigen sus desesperadas lectoras adolescentes. Menos adecuada a las reglas del género resulta otra parte de la trama: Kettle, que se prepara para una operación de balón gástrico, acaba colaborando en una especie de sociedad (¿secreta?) feminista llamada Casa Calliope y dirigida por Verena Baptist (Robin Weigert), la heredera arrepentida de una gurú de las dietas a la que Plum seguía con devoción. El tercer hilo que teje la producción resulta todavía más alejado del rosa: una suerte de grupo terrorista feminista llamado —brillante y sencillamente— Jennifer secuestra, amordaza y arroja desde los aires a hombres acusados de cometer abusos sexuales contra menores.

Noxon no es conocida, precisamente, por su gusto por el realismo. Las series en las que ha colaborado —habría que añadir "Anatomía de Grey", "Mad Men" o "Glee", aunque también la mucho más pegada a la tierra "Heridas abiertas", también analizada en esta sección— están más interesadas en el juego de códigos y tonos que en el respeto a la verosimilitud. En ese sentido, la animación de los créditos descrita más arriba resulta reveladora. Está el mito del patito feo, traducido por las revistas femeninas y una cierta literatura comercial destinada a las mujeres en la historia de la chica que consigue ser su mejor yo luchando contra sus apetitos y sus impulsos. Y está el igualmente mítico relato de la manzana envenenada, la muerte que se esconde en la belleza.

Así funciona toda "Dietland". Está la sátira que se presupone a las obras que miran con acidez al mundo de la moda y las dietas: "Mi estómago está siempre vacío", le dime Plum a la animadora de su grupo de vigilancia del peso, a lo que ella contesta: "¡Bien por ti!". Pero debajo de esa primera capa hay otras muchas, más oscuras e inquietantes. Las cartas que Kitty Montgomery recibe contienen relatos a priori inocentes de chicas que odian sus cejas o su pelo, pero hay otros —la serie muestra flashes breves y durísimos— de autolesiones y trastornos alimenticios. El tono mordaz de los episodios se ve interrumpido por las fantasías y pesadillas de Plum, representadas mediante animación, en las que la protagonista se muestra como un dibujo casi informe, grisáceo y de mirada perdida. Así es como se ve ella: como un infraser oscuro y blando. No es de extrañar: el acoso y el desprecio que recibe Plum se reconcilian difícilmente con el espíritu cómico de la serie. "Dietland" parece decir que el "complejo industrial del autodesprecio", como define un personaje la industria de la belleza, tiene consecuencias tan sombrías que estas no pueden ser señaladas solo a través del ingenio o inteligencia de los personajes femeninos que suelen protagonizar los libros dedicados a cuestionarlo. Que hace falta no solo otro tipo de discurso, sino otro código.

Y luego está Jennifer. La crítica estadounidense no ha dudado en señalar las obvias conexiones entre la producción y el discurso feminista que lucha por abrirse paso, materializado allí en el movimiento #MeToo. La más evidente sería la existencia de unas vengadoras que, ante la falta de respuesta de la justicia, deciden castigar ellas mismas a los abusadores. Una de sus víctimas tiene incluso un claro parecido físico con el fotógrafo Terry Richardson, niño mimado de la moda acusado de abusos sexuales por más de una decena de mujeres. Y de hecho la serie todavía estaba en producción cuando salieron a la luz las acusaciones de violación, abuso y acoso contra el productor cinematográfico Harvey Weinstein. "Fue una especie de confirmación una vez y otra y otra", decía Joy Nash al respecto, "de que lo que estábamos haciendo era importante".

Las acciones de Jennifer están retratadas con otros colores y otro tipo de montaje, más rápido y seco. Las breves secuencias en las que aparece el grupo en los primeros capítulos no son heroicas ni agradables. Y sin embargo, cuando los personajes femeninos de la serie comentan en susurros sus asesinatos, lo hacen con cierta alegría irreprimible que tratan de ocultar bajo firmes muestras de rechazo. Las mujeres de "Dietland" tienen hambre. Y no parece que vayan a seguir la misma suerte que el personaje que desfallece tratando de alcanzar la cima.

Raquel Manchado, en "Vamos a escaparnos", en El Salto, el 23 de julio de 2019, escribió:

Lo más interesante de superar los 40 es tener conciencia de haber vivido varias vidas. Y también, como en mi caso, tenido varios cuerpos en uno. Todos ellos recibieron distintas miradas y juicios. Fui niña gorda, prepúber larguirucha y pasé de adolescente desgarbada y marimacho a veinteañera esbelta con alto valor sociosexual. Ahí se diluyó, a ojos ajenos, mi marimachez. Como el concepto de belleza es heteronormado, si gustas a los tíos, si apruebas el examen de la malegaze, la feminización es automática.

Después fui “rellenita”—primer aviso—, y adelgacé. Luego engordé y me puse al límite del bien y del mal —último aviso, estás a punto de expulsión—, para adelgazar y engordar de nuevo. No tardé en aprender que el terror a engordar engorda. Engorda o mata.

He estado dentro y fuera de la normatividad, ya conocí sus castigos y falsos premios (premios envenenados con el miedo a perderlos) y, sobre todo, y primero de todo, sus advertencias. Nos bombardean con ellas, imposible no conocerlas al dedillo. Ahora habito el lado de la incorreción, tan temido. Y no había para tanto. Daba más miedo verle las orejas al lobo a que el lobo huya de ti, asustado de no asustar.

Ser expulsada, perder el juicio de la normalidad, me permitió mirarme por fuera de la mirada ajena y me descubrí gustándome. Cumpliendo temerosa las normas no lo hubiera logrado.

Ahora que me simpatizo gorda, el desacato es un gozo y la reapropiación de la injuria un triunfo. Me digo gorda y hasta Ivy Queen me define cuando canta “aquí viene la caballota, la perra, la diva, la potra” en “Quítate tú pa ponerme yo”. Un título que describe bien lo que viene a continuación.

Imagina un club cuyas normas de admisión son bien conocidas y nadie te negará que también injustas, hasta fascistas, porque establece que hay personas que valen y merecen más que otras. Y aun así nos ponemos a la cola deseando que nos dejen entrar. Aspirando a estar en el lado bueno de la discriminación.

Tener un cuerpo no normativo se castiga en el probador del Calzedonia, en el chiringuito de playa y en la piscina municipal. La producción cultural se ha encargado de dictar a las personas cómo deben ser sus cuerpos: en este dictado, el cuerpo gordo es un cuerpo incorrecto. Exponerlo, un desafío.

La normatividad es así de evidente pero en vez de desautorizarla, de prenderle fuego al club o escupir en su puerta, nos dejamos la piel para formar parte de ella. Queremos inclusión y pedimos reformas que amplíen los criterios un poquito para no quedarnos fuera. Al final parece que, por muy anticapitalistas que seamos, nos proyectamos como mercancía preocupada por su cotización en el mercado. Y, claro, sin diferencias de valor especular es imposible.

Una demanda de inclusión fue el invento de la gordibuena, que implica la existencia de gordimalas y para colmo vino de dentro del movimiento body positive. Muchas lo recibieron con alegría, agradeciendo esas condescendientes galletas de consolación que nos dan porque, obvio, nos ven necesitadas de consuelo. La gorda feliz, que no sufre por gorda, aunque exista, carece de inteligibilidad. No nos interesa concebirla, su existencia es un peligro, cuestiona la eficacia de los mecanismos de control. Las personas anormales tienen que estar un poquito jodidas, no vayan a restarle mérito de normalidad a las normales. Con lo que cuesta.

Ahora imagina que el club te admite y antes de cruzar la puerta te vuelves para decirle a quienes quedaron fuera: gracias, sin vosotras no lo hubiera conseguido. Y sabed que me parece muy injusto que no os dejen entrar. También sois válidas a vuestra manera. Y quién sabe si algún día... ¡No perdáis la ilusión, luchad por vuestros sueños! ¡Tened autoestima, que es lo más importante!

¿No te suena? A mí sí. Me pregunto si nos damos cuenta de que una inclusión conlleva una exclusión. ¿Puede haber dentro sin afuera? ¿Centro sin periferia? ¿Privilegio sin parias? ¿Puede existir un Nosotras sin las Otras?

Hablo con mi amiga Altair, mujer brillante, gorda y feminista, y dice que claro que se asume tácitamente que entrar al club implica la no admisión de otras. Que está tan normalizado que no se juzga mal. Que eso viene de la incapacidad de la gente para cuestionarse que el sistema puede cambiar. Que esa incapacidad es en parte indefensión aprendida y en parte egoísmo. Y que esto es aplicable a todas las opresiones. Y que las mujeres no nos desvivimos tratando de cumplir los criterios (por otro lado imposibles de alcanzar) para ser guapas sino para no ser feas. Y ser fea no tiene que ver tanto con el aspecto físico sino con el incumplimiento de las normas. ¿Por qué si no nos llaman feas a las feministas?

Haciendo el fanzine Cómo reírse de una mujer gorda comprendí que en un mundo que naturaliza y por lo tanto invisibiliza la opresión, el bullying se considera merecido y la persona acosada empatiza y comprende a su acosadora: me castigan porque soy así, es culpa mía. La alienación funciona. La gordofobia es obediencia, control y vigilancia del cuerpo propio y ajeno. También es odiarte y enfermar, no comer, darte atracones. Es esconderte, no salir y rechazar planes porque ahora no puedes mostrarte al mundo así. Es posponer la vida, ya empezarás a vivir más tarde, cuando lo merezcas, cuando adelgaces y seas normal.

El fascismo siempre estuvo aquí, muy dentro, en la lógica que te hace alegrarte de que hay gente peor que tú. Aunque la compadezcas. Seré una esclava, pero prefiero estar dentro, calentita, que ahí afuera.

Tras la charla, Altair me pasó el enlace de “La negra de la casa”, el post de Faktoría Lila basado en el “Mensaje a las bases” de Malcolm X: “Yo no quiero vivir en la casa del amo, vestir la ropa del amo, como aquel negro de la casa, del que hablaba Malcolm X. Yo no quiero las ventajas de lamerle el culo al amo. Yo no quiero tranquilidad, comodidad y presunta estabilidad, a cambio de renunciar a mi libertad y regalársela al amo. Yo no quiero saciarme con las sobras del amo a cambio de ignorar que las negras del campo tienen que repartirse un rancho que no llega para el hambre de todas”.

Luego busqué el discurso de Malcolm X para seleccionar este párrafo y terminar este artículo con él: Si ibas con el negro del campo y le decías “vamos a escaparnos, vámonos de aquí”, el no preguntaba “¿a dónde vamos?”, solo decía: “cualquier lugar es mejor que este”.

Juan Irigoyen, en "Revuelta contra la gordofobia en la sociedad de control", en Tránsitos Intrusos, el 20 de noviembre de 2016, escribió:

La gordofobia es un producto resultante de la lógica que impera en la nueva sociedad de control, en la que el cuerpo adquiere una relevancia de tal dimensión, que termina por disciplinar los comportamientos y subordinar la vida a la imagen. Las personas desarrollan múltiples prácticas para alcanzar el cuerpo programado y consensuado por las prósperas industrias de la estética, los dispositivos mediáticos y postmediáticos de proliferación infinita de imágenes y la medicalización desbocada resultante de la fusión de la medicina con la industria estética, farmacéutica y de la alimentación. Las sinergias entre estos dispositivos generan procesos de marginación creciente de los gordos, así como un sufrimiento cotidiano de las personas en riesgo de superar las medidas consensuadas por los dispositivos del cuerpo. Así se conforma un extraño ascetismo en una sociedad hedonista. El sacrificio y la privación de los alimentos devienen en una condición necesaria para el éxito social.

La condición de gordo es compleja, múltiple y contradictoria. Esta etiqueta puede ser adjudicada a personas que se sobrealimentan estimulados y abastecidos por la próspera industria de los alimentos con exceso de grasa, las bebidas azucaradas u otras variantes. Los excesos de estas se hacen visibles en los cuerpos. Pero, ciertamente, para muchas de esas personas los sabores salados y dulces de esos alimentos representan una gratificación central en sus vidas. De modo que esos placeres recurrentes resultan ser los más accesibles para tener experiencias corporales satisfactorias. Otros placeres son menos accesibles para ellos. Así las industrias de las pizzas, las hamburguesas, las alitas de pollo, las sartenes múltiples, la pastelería y bollería y otras, los captan y fidelizan con facilidad. En estos casos comer es una adicción que compensa otras carencias.

Extrañas sociedades de control en las que las industrias de comida “insanas” detentan una centralidad manifiesta. Las fotografías de los prohombres de la sociedad del crecimiento –autoridades políticas, empresariales, culturales, deportivas y otras- se presentan ante las cámaras escoltados a sus espaldas con un panel de logotipos de empresas, en las que siempre están la Cocacola, la Pepsi, McDonalds y otras similares. Al tiempo, la infosfera se puebla de mensajes salubristas que apelan a la salud y el cuerpo sano liberado de los excesos de calorías. En los últimos treinta y cinco años de mi vida he presenciado la neutralidad de los profesionales sanitarios ante las industrias alimentarias tóxicas, acompañada de la estigmatización de sus consumidores. Nunca he escuchado una crítica a la cocacola. Siempre que voy a un hospital me encanta descubrir los alimentos y bebidas de las máquinas expendedoras. Son increíblemente dañinas, parece que su sentido fuera convertir a sus consumidores en pacientes internados.

Pero la etiqueta de gordo se aplica a otro tipo de personas sobradas en kilos, que viven la alimentación como una gratificación compartida con otras corporales y espirituales. Son los entrañables gordos naturales, que viven una vida ajena a la domesticación corporal imperante. Estos representan el mejor de los hedonismos posibles, disfrutando de los placeres de la mesa, participantes de una vida social gozosa en torno a los exquisitos vinos, cervezas y tapas, que constituyen la principal creatividad en la España del presente. Son personas resistentes a la condena múltiple instituida por las agencias de la sacralización del cálculo de calorías y las rigurosas prácticas corporales de renuncias que invaden su cotidianeidad. Los hermosos cuerpos de los gordos denotan la grandeza de su vivir ajenos a la tiranía de los expertos. Por eso me gusta decir que, en no pocos casos, los gordos son verdaderamente disidentes de la sociedad absolutista de la delgadez. Los gordos se hacen cada vez más guapos con el paso de los años.

Entre los distintos dispositivos que generan la gordofobia como reprobación moral a los afectados, se encuentran los médicos. Estos representan un papel fundamental en el proceso de cambio de las representaciones sociales sobre el cuerpo. La identificación de buena salud con el cuerpo delgado y la canonización del activismo cotidiano para conseguirlo, son el reverso de la condena de los gordos, entendidos como incumplidores de sus obligaciones disciplinarias y el descuido de su alimentación. Así se construye la lipofobia, que sustenta la condena moral a los gordos. La escalada de descalificación termina por construirlos como una etiqueta patológica. El sobrepeso termina por ser definido como enfermedad y los gordos como adictos. La imaginería patológica de la obesidad termina por entender a los gordos como transgresores. Su tratamiento remite a una inquietante normalización dietética y corporal.

La gordura es sometida a un proceso que comienza en su consideración como factor de riesgo, para ser transformada en una patología, siendo reforzada con el concepto de epidemia. Así el índice de masa corporal es sacralizado en una escalada punitiva sin precedentes que reconceptualiza el valor de la salud en la nueva sociedad de control. Los factores hormonales, genéticos o metabólicos endógenos son minimizados para exaltar a los nutricionales. Así se sobreentiende que un gordo es el resultado de un incumplimiento de una norma nutricional. La subordinación de la multifactorialidad en la obesidad es creciente, construyendo una condena social imperdonable.

De este modo los incumplidores deben ser rehabilitados mediante la concurrencia de terapeutas de las dietas y del comportamiento. Millones de personas autoculpabilizadas conforman prósperos mercados, pues el sobrepeso es recurrente. Tras el tratamiento y el tiempo de dieta viene la recaída, tras la que vuelve el tratamiento en un ciclo inevitable. Así los gordos terminan aceptando su propia autoresponsabilización. El estigma, en el sentido definido por Goffman es inevitable. En ella concurren el estatuto de desviado de la normalidad con una descalificación. Los gordos terminan por insertarse en un verdadero círculo vicioso de de ciclos de sufrimiento y malestar. Su vida queda subordinada a la dependencia de los expertos que dictaminan la buena vida fundada en el cálculo de las calorías y las grasas.

Los estigmas de la creciente gordofobia han generado una respuesta que tiene sus raíces en los años setenta, en los que aparece el primer manifiesto de la liberación gorda. Después se han producido distintas réplicas que constituyen un incipiente movimiento social. El sentido de este es la rehabilitación social mediante la internalización del orgullo gordo. Los disidentes se reapropian del concepto gordo para invertir su significado. En el 15M en Tenerife se apareció un grupo que politizó este concepto. Acabo de leer un libro que suscita esta cuestión Stop Gordofobia y las panzas subversas. Su autora es Magdalena Piñeyro. Está editado por Baladre y Zambra. Es un libro muy estimulante y su lectura suscita múltiples preguntas. Reproduzco el Manifiesto Graso, de la Mesa de Acción Obesa y un poema de la propia autora –"Indisimulada"- que no tiene desperdicio. Es el auncio de una incipiente revuelta contra la gordofobia en la sociedad de control, en la que en su dispositivo central, la televisión, no aparece ningún gordo en un papel relevante.

Un espectro se cierne sobre el planeta: el espectro de las personas gordas. Contra ese espectro se han conjurado en santa jauría el tripartito gordofóbico. Estética-moral-salud hemos de combatir.

Esto es un manifiesto graso de personas hartas de yogures ligth, de la leche desnatada y la galleta sin colesterol, harta de dietas, gimnasios y cuerpos sudorosos. Abogamos por un mundo grueso, por un mundo gordo donde la hermosura de nuestra gordura sea un valor, un privilegio de toda persona.

Gordos y gordas del mundo unámonos, saquemos nuestras panzas subversivas a la calle, nuestra razón de peso es acabar con el sistema capitalista gordofóbico, el de la dieta de la alcachofa, la dictadura de la imagen y las tallas 38 que nos aprietan los chochos y estrujan las pelotas.

Si te molestan que sigan las dietas, si lo que te gustan son las croquetas, aquí estamos, te esperamos, somos la Mesa de Acción Obesa y nos gusta la buena mesa.

No lo dudes, di basta y grita…..
Somos gordas y gordos, ¿Y QUÉ?
¡Nuestros cuerpos no quieren tu opinión¡
¡Somos bellas, somos bombas sexuales¡
Comer es un derecho y no un privilegio.
VIVA LA GORDURA REVOLTOSA
Y LA LIBERTAD ORONDA, CABRONES ¡¡¡
INDISIMULADA
No puedo disimular este cuerpo, no tengo donde esconderlo.
No soy frágil.
No soy delicada.
No soy débil.
No cumplo con el canon.
Y se me nota.
No puedo disimular este desborde
esta ruptura de límites
esta okupación (i)lícita
estas carnes (sobre)salientes.
No puedo disimular que soy fuerte,
No puedo disimular el sonido fuerte de mis pasos,
ni que estoy segura de sí misma,
por dentro,
por fuera,
y en todos lados.
No puedo cumplir con tu deseo de odiarme a mí misma,
de sentir vergüenza de lo que soy
o de sentir vergüenza de no sentir vergüenza de lo que soy.
No puedo.
No purdo porque no quiero.
No puedo porque me importa una mierda.
Me importa una mierda porque me amo.
Me amo porque todo me importa una mierda. Por fin.
MAGDA

Pablo Rodero, en "La rebelión contra la gordofobia: «Las personas gordas recibimos una opresión y una discriminación estructural»", en 20 Minutos, el 20 de enero de 2022, escribió:

A medida que su peso aumentaba, cambiaban los diagnósticos médicos, ya fuera por un dolor de rodilla o por un dolor de estómago. "Empiezo a notar diferentes actitudes médicas de cuando era delgada a cuando engordé, empiezan a darme diagnósticos que son 'estás gorda' todo el rato que antes no me daban y pienso que algo está fallando", declara Cristina de Tena, una educadora social en el paro de 31 años.

"Cambié mis médicos hasta que encontré la que tengo ahora, que no está en el barrio en el que vivo, pero ya no me cambio más por miedo a encontrarme a otro gordófobo", declara Cristina. "La de ahora es un amor y me trata como al resto de personas, que es como lógico pero, en la práctica, no lo encuentras".

El neologismo gordofobia ha irrumpido con fuerza a través de las redes sociales y está sirviendo para dar un nombre común a una vivencia que que millones de personas comparten cada día en España y el resto del planeta: la discriminación por ser gordo.

A cada persona, el conocimiento de este término le activa un resorte en la memoria. Para Cristina, su incómoda relación con sus médicos de cabecera; para Lara Gil, una antropóloga de 31 años, los insultos.

"En el cole me insultaban, no viví bullying como tal, porque aprendí a desarrollar una personalidad hiper mega simpática agradable y complaciente para que no me insultaran, pero, aun así, en mi instituto, por muy maja que yo fuera, en cuanto había un conflicto me gritaban gorda", recuerda Lara.

Esta experiencia en común con la discriminación es lo que las ha unido también en la respuesta a la misma. Nadie hablará de nosotras es el nombre del podcast que ambas comenzaron a grabar en diciembre y que definen como "gordo, anticapitalista y feminista, en el que dos amigas rajamos sobre gordofobia". En clave humorística, tratan de visibilizar la gordofobia que cientos de personas como ellas han sufrido durante toda su vida.

"Creo que lo primero que tenemos que hacer es desmontar el discurso de que las personas gordas estamos insanas y que representamos valores como ser vagas o que no nos cuidamos", explica Lara. "Nosotras éramos súper conscientes de que lo que nos pasaba no era un problema individual, pensamos que era interesante que otra gente, que a lo mejor no tenía la posibilidad de tener una amiga también gorda con la que hablarlo, nos pudiera oír un poco como esa amiga que te está explicando que tú no tienes un problema".


La "guerra contra la obesidad"

La peculiaridad de la discriminación por gordofobia y lo que la hace contar aún con una gran implantación en nuestra vida cotidiana es que está sustentada, hasta cierto punto, por un discurso bio-médico ampliamente aceptado, aunque no exento de críticas.

"El discurso biomédico tiene varios mitos sobre la gordura como que las personas gordas viven menos o que todo el mundo que se lo propone puede adelgazar", explica Nina Navajas, investigadora y profesora de Trabajo Social de la Universidad de Valencia, autora del artículo autoetnográfico "Deberías adelgazar, te lo digo porque te quiero". "El discurso médico es el de la autoridad epistémica, es muy potente y la mayoría de personas creo que confiamos bastante en él, es, por tanto, el discurso hegemónico y es muy difícil contradecirlo incluso con pruebas en la mano".

La obesidad ha sido definida, desde la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) como "la gran epidemia del siglo XXI", al menos hasta la llegada de la Covid-19, y la evidencia empírica era el aumento de porcentaje mundial de personas gordas en función del índice de masa corporal (IMC), un cálculo que tiene en cuenta simplemente dos factores del cuerpo, el peso y la altura, obviando otros como la densidad ósea, el porcentaje de grasa corporal o el porcentaje de masa muscular.

El IMC fue reformulado en 1998 en Estados Unidos haciendo que millones de personas pasaran a ser consideradas obesas de la noche a la mañana y desatando una suerte de guerra contra la obesidad que ha tenido un resultado bastante poco exitoso. En España, la obesidad y el sobrepeso, atendiendo al IMC, no ha hecho más que subir desde los años 90, según los datos de la Encuesta Nacional de Salud.

"Si hay una guerra contra la obesidad hay una guerra contra las personas gordas, y esos somos nosotros", declara Navajas. "Por otra parte, muchas de las intervenciones que, a día de hoy, conocemos para hacer que los cuerpos gordos sean cuerpos más delgados no funcionan. Es más, empeoran la situación de las personas gordas".


Activismo gordo

A la sombra de esta guerra institucional contra la obesidad, se ha ido generando una respuesta, esencialmente a través de las redes sociales, en lo que se ha venido a llamar activismo gordo y encarnada en España por la plataforma Stop Gordofobia, fundada en 2013 en Facebook.

La experiencia de Adnaloi Vila, una de las portavoces de Stop Gordofobia, es similar a la de cualquier otra persona que ha sufrido este tipo de discriminación. "Bullying con todo tipo de agresiones, que se me insulte por la calle, que se me insulte en el transporte público si quiero sentarme, que se me recomienden dietas milagro para adelgazar sin yo pedirlas, que se me señale por la cantidad de comida que me preparo en casa, comentarios de familiares, de compañeros de militancia, que en tiendas de ropa se me diga que no tienen ropa para mi o que me manden a la sección de ‘tallas especiales’, que me digan en distintos lugares públicos como bares que las sillas no me van a aguantar, que me digan como debo vestirme para disimular mi barriga o mi culo…", enumera Adnaloi.

Tras muchos años escondiendo su cuerpo, sin ir a la playa o a la piscina, Adnaloi, que se define como una "súper trans gorda, gordísima", decidió mostrar su cuerpo desnudo en una manifestación en Lleida en 2017. Envió una foto de ese momento acompañada de un texto a la página Stop Gordofobia, que había lanzado una campaña en la que pedía a los seguidores que manden fotografías en bikini o bañador. Poco después, formaba parte del grupo de administradores de la plataforma.

"Hay que dar voz a las personas gordas para hablar sobre gordofobia y anti gordofobia", declara Adnaloi. "Es necesario que entendamos que sí, la gordofobia y la presión estética nos afecta a todas las personas, pero las personas gordas recibimos una opresión y una discriminación estructural en base al tamaño de nuestros cuerpos que las personas delgadas no reciben".


Ser gorda y de clase trabajadora

Laura Onieva, de 42 años, es una modelo con 169.000 seguidores en Instagram, donde publica fotos con ropa de las marcas para las que trabaja. Pero su camino vital hasta llegar a este punto ha estado especialmente plagado de obstáculos por la forma de su cuerpo. Es una modelo curvy o de tallas grandes.

"Yo he ido a entrevistas de trabajo para dependienta y decirme que el perfil que buscan no es así porque hay que moverse mucho, te están diciendo claramente que si estás gordita no te vas a mover igual", declara Laura. "Por el hecho de estar gordita no significa que vaya a trabajar menos, pero la gente lo asocia a que estás en un sofá comiendo bollos todo el día".

Si bien la discriminación por gordofobia puede afectar a cualquier persona considerada gorda, la intersección con otros condicionantes como el género o la clase social la hacen mucho más severa.

"La cuestión de género está clara porque las exigencias estéticas siempre han sido mucho más duras, constantes y permanentes hacia las mujeres", explica José Luis Moreno Pestaña, profesor de Filosofía Moral de la Universidad de Granada. "En cuanto a la cuestión de clase, se impone un modelo de delgadez que requiere condiciones de vida extraordinariamente abiertas a la práctica del deporte y al control de la alimentación y eso está mucho más accesible a personas que tienen ingresos altos, trabajos que tienen alto nivel de ocio, capacidad de invertir en que les preparen la comida, etc.".

La vida de Laura estuvo marcada desde la adolescencia hasta sus 30 años por el miedo a mostrar su cuerpo en público y la mala salud física y psicológica por intentar cambiarlo. "A mi me daba vergüenza salir a la calle, me decían de quedar y no quedaba, ¿salir a cenar?, ¿yo comer en público?, ¿qué me van a decir?: 'Esa gorda qué hace comiendo'. Cosas que una persona que no lo ha sufrido no lo entiende”, declara.

El nacimiento de su hija lo cambió todo: "Me di cuenta de que no podía estar así, que tenía que cuidar de ella y fue como si me cambiara el chip". Ahora se ha convertido en algo completamente ausente hasta la irrupción de las redes sociales: un referente positivo como mujer gorda. Un cuerpo gordo que no está escondido, sino que sirve como modelo.

"Aún así, esto genera mucha controversia, tienes que tener mucho cuidado con los mensajes que transmites porque te pueden tanto dar las gracias como decirte que estás fomentando la gordura, la obesidad, que va a generar a las personas enfermedades…", declara Laura. "Es increíble, pero es lo que hemos tenido que hacer toda la vida, siempre se nos pone mucho más complicado".


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