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Langosta (Giórgos Lánthimos, 2015)

Corto, medio, largo, serie, miniserie (no importa el formato)... en televisión, cine, internet, radio (no importa el medio).
Langosta
The Lobster
Giórgos Lánthimos (Grecia, Irlanda, Reino Unido, Países Bajos - Holanda, Francia; 2015) [118 min]

Portada
IMDb
(wikipedia | filmaffinity)


Sinopsis:

    [fuente] Un hombre, tras ser abandonado por su mujer, es confinado en un hotel al que van parar los solteros. Ahí dispondrá de 45 días para encontrar pareja, y en caso de no encontrarla será transformado en un animal de su elección.

Sarah Belén, en twitter, el 30 de octubre de 2022, escribió:¿Quieres tener pareja o quieres un nivel de intimidad y complicidad que por la manera en la que está configurado el amor romántico frente a otros vínculos en nuestra sociedad sólo podríamos conseguir esos niveles en una relación de pareja?

Mi amiga Raquel, en una conversación de telegram, el 1 de noviembre de 2021, escribió:Hmm, creo que el mundo está diseñado para dos, todo gira en torno a tener pareja, formar una familia también, aunque cada vez menos; pero sí tener pareja. Las dinámicas sociales y económicas se mueven para dos. Unir tu vida a la de otra persona para pagar una hipoteca, cuidar a los niños mientras otro trabaja, etc. Y si ese no es tu objetivo vital, es que eres un bicho raro.


Comentario personal:

    La primera parte cuenta la vida social como se nos está ofreciendo; participamos en un sistema competitivo por puntos que podemos llamar estatus, prestigio o capital social que se ha extremado hasta ludificarse, de ahí el éxito de audiencia del género Battle Royale en telerrealidad, series y juegos. Acumulas puntos y vas desbloqueando logros y premios. Tener trabajo da puntos. No tenerlo, resta puntos y levanta sospechas. Lo mismo tener muchos amigos o no tenerlos, cumplir con el canon estético o no cumplir, etcétera. Tener pareja da muchos puntos. La pareja está entre las instituciones que mejor disimulan su función social, porque para sostenerse invoca la imagen de un sentimiento positivo, solidario, el que mejor prensa tiene en el planeta: el AMOR. También la sostiene, y la sella, el chantaje de la soledad. Se presenta como signo de éxito, el certificado de una vida plena. Y como un mandato. Voluntario, pero mandato. Puedes tener o no tener familia, o pocos amigos, pero ¿cómo no vas a tener pareja...? ¿Es que te quieres quedar sola? ¿Con quién vas a ir a la cena de navidad? ¿Y a cenar con otras parejas? ¿Quién te cuida cuando enfermas? ¿Y los hijos? Hijos, +5000 ptos.; desbloquea el logro "familia", sale en la trama.

    La pareja no existe porque "nos queramos", porque hay modos de quererse que no desembocan en pareja. Tampoco existe porque sea imprescindible para guarecerse de las inclemencias sociales, porque hay formas de articular las solidaridades primarias no condicionadas a "quererse". El contrato de la pareja existe porque una sucesión de modos de producción basados en intercambios injustos la han conjurado como soporte relacional básico. En nuestro mundo, la pareja proletaria trabaja, compra en el Carrefur y tiene obreritos; la pareja burguesa pone rostro "rosa" al capital y le da herederos. La división y coordinación de tareas y áreas de responsabilidad es más eficaz de a dos que en grupo, donde es más fácil "diluirse" y escurrir el bulto. También dobla eficacia en la observancia de las normas sociales, ya que uno siempre vigila al otro y viceversa. Por algo será que los guardias civiles van en pareja, o que existe eso del poli bueno/poli malo. Quienes sospechen de todo vínculo gregario (yo no), pueden estar seguros de que, si existen las sectas, la pareja es la peor. La película se hace eco de que algo engañoso hay en su obligatoriedad y problematiza el vínculo... aunque no así, no leyéndolo desde las relaciones sociales de producción en el que está inscrito.

    Por eso era de esperar que, tras haber sembrado la duda razonable sobre esta institución, la resuelva apuntalándola en la segunda mitad. Ahí es cuando emerge un amor verdadero entre los personajes de Farrell y Weisz, un amor que es libre porque no está mediado por los mecanismos artificiales del hotel "tinder" de la primera parte. Es libre porque no está ungido por la burocracia y es verdadero porque nos han educado en la creencia de que cuando dos personas se atraen espontáneamente, y enredan ese deseo en la voluntad de un proyecto conjunto, se están amando de verdad, a diferencia del amor de las otras parejas de cartón piedra que salen en la peli. Entonces, existe una pareja que situaría a sus pares por fuera de las opresiones y mentiras de la sociedad; que no reproduce la sociedad porque vive (en) un amor perfecto, ideal. Gracias a ese amor, somos libres en la pareja. Nos hace libres. Da igual si la sociedad es de control, patriarcal y salarial, toda pareja escogida según este concepto de la libertad y de la autenticidad sería ya una forma de libertad concreta. Si no he entendido mal, el mensaje de "Langosta" es el de cualquier comedia romántica de sobremesa, donde la salvación personal está en la media naranja tras eliminar las barreras que dividen a la naranja entera. Por mucho que la bañen de ocre experimental.

    Si la pareja en libertad es la libertad, es porque la pareja por convenio es opresiva, hasta ahí está claro, pero también porque la alternativa es terrorífica. Hay un grupo de resistencia, los Solitarios, no sé si con "s" mayúscula o minúscula. Bajo la negación de la pareja y la afirmación de la individualidad, los solitarios encubren un colectivismo, una práctica comunitarista donde la líder es celosa y posesiva, pero no de un novio o novia, sino de sus compas. La revolución espejaría el mal que combate. Así la historia vira de la crítica social cabal al fatalismo reaccionario, a la idea de revolución como partera de nuevos horrores que da razones a los espectadores para retornar a las viejas convicciones (amor auténtico = pareja libre). Podemos asumir cuanto haya de cierto en este desprecio, nosotros, revolucionarios, y eso que ya cansa de lo que se repite en las distopías... En fin, adentro con el reto.

    Si la líder es celosa es porque se quedaría completamente sola de perder a su grupo de resistencia. Estaría obligada a escoger entre el modo de vida dominante, que la película reconoce como opresivo, o ser mutilada como animal, un desenlace que de seguro resultaría atractivo a los trovadores de los martirios redentores. Si la líder es celosa no es porque su modelo agámico esté equivocado, sino porque no consigue que se generalice a toda la sociedad. Es supervivencia. ¿Te enteras, película tramposilla? Está mal la sociedad, no ella. Lo que hay que asumir de esa crítica es que al grupo de resistencia corresponde sanar esa celopatía con protocolos, mediación y reflexión colectiva, o normativa dura si no quedara otro remedio. La celopatía es incompatible con su propuesta, más intuitiva que otra cosa, de que nadie puede totalizar la demanda erótico-sentimental del otro, sea ese otro un individuo o un conjunto. También hay que asumir otros errores graves. Todo programa político tiene defectos de partida, y también este necesita destilado; p. ej., no es inteligente que el contrato económico y militar que liga al grupo no se pueda traducir en apoyo mutuo sexual cuando el deseo acompañe. Y le sobra toda la retórica individualista, empezando por el nombre del grupo, que contradice su funcionamiento real, porque aunque uno baile música electrónica como si tuviera un palo metido en el culo, la baila con los demás. Más abajo dejo textos de Israel Sánchez, orientador relacional y militante, que servirán al espectador para resolver por sí mismo lo que "los solitarios" están haciendo mal. Ellos no tienen que abandonar su propuesta, sino hacer sus vidas potables y conjugables con sus ideales hasta que tiren abajo el modelo dominante. Y pueden fracasar. Porque de eso también va la lucha, de fracasar y sus dolorosas secuelas, aunque los publicistas de la izquierda espectáculo lo quieran enterrar en purpurina.

    La pareja es un "campo de batalla ideológico", como todo lo demás, y dentro de sus márgenes podemos componer algunas canciones, pero no todas las canciones. La pareja no es una vía de escape del control normativo o de la producción, y tampoco lo son la familia ni la tribu. Es un lugar social que nos piden que privilegiemos por sobre otro tipo de vínculos. Toca cuestionarnos por qué (teorías materialistas, marxismo, feminismo) y, desde la militancia, contenerlo (lesbianismo político, masculinidades críticas, prácticas feministas varias), modelarlo en distintas intensidades (no monogamias como la anarquía relacional y el poliamor) o prescindir de él (no monogamias como la agamia). Más nos vale, porque en las orgas este dueto es un dolor de cabeza dos de cada tres veces, y tiende a constituir aristocracia militante. Quién sabe si, bajo otro modo de producción, será una estructura que se quede atrás hasta extinguirse conforme las últimas parejas vayan muriendo por imperativo biológico.

Ficha técnica


Reparto:


Premios:

    2016: Premios Oscar: Nominada a mejor guion original.
    2016: Globos de Oro: Nominada a mejor actor-comedia (Colin Farrell).
    2015: Festival de Cannes: Premio del Jurado 2015: Premios del Cine Europeo: Mejor guion y diseño de vestuario.
detalles técnicos u otros: mostrar contenido
2015: Premios BAFTA: Nominada a Mejor film británico.
2015: British Independent Film Awards (BIFA): mejor actriz sec. (Colman). 7 nom.
2015: Festival de Sevilla: Sección oficial a concurso 2016: Premios del Cine Europeo: Nominada al Premio del Público.
2016: Critics Choice Awards: Nominada a mejor guion original.
2016: Asociación de Críticos de Chicago: Nominada a mejor actor (Farrell) y guion.
2016: Círculo de Críticos de San Francisco: Nominada a mejor guion original.
2016: Asociación de Críticos de Los Angeles: Mejor guión.
2016: Satellite Awards: Nominada a Mejor guion original.
2016: Premios Gaudí: Nominada a Mejor película europea.


Idioma original: Griego, inglés, francés.





HDRip VE - AVI [1.78 Gb] (fuente: emule)
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General
Nombre completo : Langosta (The Lobster) 2015 HDRip Spanish [ZonaTorrent.es].avi
Formato : AVI
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Audio
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Vídeo
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Velocidad de muestreo : 48,0 kHz
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Texto #1
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Duración : 1 h 49 min
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Israel Sánchez, en "¿Cómo es una relación ágama?", en Contra el amor, el 20 de enero de 2021, escribió:


    ¿En qué consisten exactamente estas relaciones? ¿Qué condiciones deben cumplir? ¿Cuándo se es verdaderamente ágamx? ¿Son ágamas las relaciones o lo son las personas? ¿Hay que seguir los principios relacionales, leerse el libro, pertenecer a alguna comunidad, aprobar un examen? Y, si nadie me va a contestar a estas preguntas, ¿dónde puedo encontrar ejemplos para contestarme yo?

    La agamia trata, como no puede ser de otra manera (o en realidad debería tratar, y esa es mi aspiración), todos los temas vinculados en alguna medida con las relaciones. Y como son muchos, y como en la mayoría se proponen nuevas prácticas, llega un momento en el que da la impresión de que para ser una persona ágama hubiera que prepararse como para ser astronauta.

    Nada más lejos de la realidad. Una cosa es que tengamos muchos caminos que recorrer, muchas posibilidades, muchas vías desbloqueadas que podemos explorar, y otra que tengamos que rellenar un álbum de cupones para que nos den el carnet. Ser una persona ágama es infinitamente más simple e inmediato, y tengo la intención de persuadir de ello con este texto.

    ¿Cuándo se es una persona ágama? Sencillo: cuando se es una persona más ágama que, por ejemplo, monógama. Cuando se es, sobre todo, ágama. ¿Verdad que para que una persona sea definida como monógama no se le suele pasar ningún test de idoneidad, o mirar si en su currículum hay manchas? Se es monógamx casi por defecto, si no se es claramente otra cosa, si esa persona se declara monógama o si cumple con unas prácticas mínimas.

    En realidad en monogamia también se podría publicar un decálogo de prácticas perfectas, y podríamos señalar como no monógamxs a quienes no lo siguen a rajatabla. Pero eso sería un engaño. Cuando en alguna ocasión he dicho que hay mucha más gente no monógama de lo que parece no ha sido porque piense que incumplen uno o dos mandatos del catecismo monógamo, sino porque incumplen tantos que, si se pudiera cotejar, habría que acabar diciendo que caen claramente del lado de la no monogamia.

    Vamos a ver cuándo se cae del lado de la agamia. Gracias a ello conseguiremos eso que buscábamos desde el post anterior: encontrar multitud de pseudoejemplos (definiciones, relatos, metáforas...). Pero sobre todo encontraremos multitud de ejemplos verdaderos, que constituirán un gran bagaje común sobre el que apoyarnos tanto para desarrollarnos relacionalmente como para desarrollar la agamia como propuesta colectiva. Todo lo que, en efecto, cae del lado de la agamia es ya un ejemplo. Podrá mejorarse, claro, pero es que servir para ello, para punto de referencia desde el que mejorar, es una de las funciones de un ejemplo.

    Voy a hablar de tres grados de participación en la agamia que determinan si una relación es ágama o una persona se relaciona de manera ágama. Recordad, de todos modos, que hay otra forma, paralela y complementaria a esta, de saber quién es ágamx, y que consiste en la autodesignación: es ágama toda persona que se considera ágama.

    Veréis qué fácil.


1. Una relación es ágama si no es una pareja

    ¡Impresionantemente fácil! Efectivamente, dos personas que no forman una pareja son, de alguna manera, en alguna medida, un espacio ágamo en el que es difícil impedir que aparezcan prácticas ágamas. El único modo de evitarlas sería que ambas personas tuvieran siempre presentes a sus respectivas parejas, para que esa conciencia condicionara todo lo que hicieren entre sí. Sabemos que ese condicionamiento existe, especialmente cuando la relación entra en los espacios que son más propios de la pareja (si hay contacto físico, por ejemplo), pero también sabemos que en otros muchos momentos la relación discurre libremente dentro de sus límites. Sabemos que, para que se rompiera la barrera del gamos, a una relación como esta solo habría que decirle: “¡Seguid así! ¡Seguid así en todo!”. Esa relación, por más condicionada que esté por el gamos, ya es, en alguna medida, un ejemplo, un precedente para sí misma. Si un día quisiera ser ágama ya se tendría a ella de referente.

    Del mismo modo, una persona es ágama si no tiene pareja. Sin más.

2. Una relación es ágama si las personas que la forman no tienen pareja

    Esto está siendo demasiado cuesta abajo, ¿no crees? Pero es así. El presente es determinante.

    Cuando no hay un gamos que temer, cuando no hay cuentas que rendir o un contrato de posesión que deba ser cumplido, los límites a la agamia se sostienen solo por factores subjetivos, como los hábitos o los proyectos. Todas las posibilidades están abiertas y todas se encuentran en pie de igualdad. Ninguna va acompañada de un coste particular añadido. Por eso cuando las personas que forman una relación no tienen pareja tienden espontáneamente a transitar por prácticas ágamas que les resultan nuevas y liberadoras. Ese espacio experimental que se abre es típicamente ágamo. Seguro que identificáis ese pensamiento que viene de vez en cuando a la cabeza: “Esto no podría hacerlo si tuviera pareja”. Y no solo en referencia al sexo.

    Gran parte, si no la mayoría, de nuestras relaciones y de nuestra vida relacional es ágama. Podemos definirnos como monógamxs, pero somos monógamxs que, dado que no encontramos el camino de la monogamia, debemos “conformarnos” con la agamia. Es eso mismo lo que experimentan quienes desearían ser ágamxs y no saben (no sabían), cómo llevarlo a la práctica. Ya se ve que estamos casi siempre mucho más cerca de la agamia de lo que solemos creernos.

    Siguiendo esta segunda condición, una persona es ágama cuando, además de no tener pareja, en su entorno relacional más cercano no prevalece en ese momento el tener pareja. Eso no le pasa a todo el mundo. Pero todo el mundo puede encontrarse con que, de repente, le está pasando.

3. Una relación es ágama si las personas que la forman no aspiran a tener pareja

    Y ya está. Tercera y última. La primera que tiene que ver con la subjetividad.

    Hay que entender que se trata solo de una determinación consciente. No nos interesan ahora las profundidades de la psique. Con que ese sea nuestro proyecto manifiesto es suficiente. Después lo lograremos o no, nos desviaremos más o menos, pero le habremos puesto forma a la materia. La ausencia de pareja era la base material, y ahora ponemos el mantenernos así como objetivo, es decir, como arquetipo, como molde, como horizonte. Hemos atrapado el camino por sus dos puntas: el principio y el final. Lo tenemos casi todo. Es más que suficiente.

    Está claro lo que viene ahora: ¿en qué consiste ser una persona ágama según esta tercera condición? En no querer pareja (de no quererla nosotrxs, independientemente de que la quieran las personas con las que nos relacionamos). Esto casi la traíamos de serie.


Dos condiciones añadidas

    Quizá se diga que estas condiciones son escasas, e incluso que no recogen el espíritu de la agamia. Mi respuesta es que hay algo de razón en eso, pero que el espíritu de la agamia es materialista, es decir, que se fundamenta en las condiciones materiales. Lo que se ha descrito son las más básicas de esas condiciones (no son, como se ve, condiciones estrictamente económicas, pero sí materiales dado que generan una base relacional que necesariamente tendrá que tomar nuevas formas). Partiendo de ellas el campo está abonado para la agamia, es un verdadero jardín ágamo al que le vendrán bien los cuidados, pero que dará flores abundantes y variadas con toda seguridad. Recordemos que buscábamos ejemplos. Si estas condiciones se cumplen total, o incluso parcialmente, estamos ante ejemplos a los que podemos referirnos con toda propiedad para seguir entendiendo, construyendo y desarrollando.

    De todos modos voy a añadir otras dos condiciones para recoger con más claridad ese espíritu de la agamia al que me refería. Pero son condiciones extra. Bien entendidas son prácticamente consecuencia natural de las anteriores; son el camino por donde las anteriores nos van a conducir si se llevan a la práctica con un poco de sentido común y criterio moral.

  1. Deconstruir el deseo de formar pareja

    ¡Claro! La voluntad profunda, inconsciente, los hábitos inscritos en el cuerpo, la escalera mecánica de las relaciones, el gamos que no queríamos y de repente ahí está, las dinámicas posesivas… Es lo que se echa de menos en el punto tres, y donde fracasan muchos proyectos ágamos.

    Pero, ¿sabéis qué tipo de proyectos ágamos fracasan cuando no se ha deconstruido el deseo de formar pareja? Los primeros intentos. Solo los primeros. El primero nos sale mal comparado con lo que nos habíamos imaginado. Y el segundo, a veces, tampoco nos termina de salir del todo bien. ¿Es eso un fracaso? ¿Eso indica que es difícil? Al contrario: indica que era posible y que lo hemos conseguido. Aunque, claro, teníamos que recorrer un camino. El camino de deconstrucción que se recorre para llegar a tener relaciones ágamas no tiene nada que ver con el polidrama. En poliamor este aparece desde el principio y, normalmente, se perpetúa. La agamia, como digo, puede generarnos una o dos tentativas insatisfactorias. Pero os aseguro que, cuando hacemos valoración tras ellas, ¡el progreso suele resultar asombroso!

  2. Construir relaciones

    Ni la follamistad, ni la polisoltería, ni ninguna forma de neoliberalismo relacional nos vale. Eso ya lo sabemos. La agamia no va de eliminar vínculos. Va de eliminar una forma de vincularnos, el gamos, que atrofia todas las demás, para que estas puedan crecer plenamente.

    Pero, ¿veis? Ahí está de nuevo el valor de las condiciones materiales (podemos decir, si lo preferimos, “estructurales”). Cuando el gamos no está, cuando realizamos la primera tarea, el resto tiende a pasar por sí solo. Por supuesto que nos vamos a seguir relacionando y que lo haremos de forma mucho más profunda y diversa que cuando el gamos lo impedía. ¿Cómo podemos evitar eso si nos necesitamos imperiosamente?

    Es cierto que la individualización estéril es una amenaza, y que suprimir el gamos produce vértigo en un mundo neoliberal y socialmente fragmentado. Pero para que la supresión no vaya seguida de la aparición de mejores relaciones hace falta algo más que vuelva a limitarlas. Ese algo, en la mayoría de las ocasiones, no es otra cosa que gamos restante; un puñado de jirones de gamos, de restos de gamos, de souvenirs de gamos expuestos para el envío y consumo inmediato en alguna tienda on-line de reformas amorosas.

Israel Sánchez, en "Agamia, más allá del amor", en Hipérbole, en marzo de 2014, escribió:


    Son muchas las razones por las que merece la pena someter al amor a un juicio serio e inclemente. Sin embargo, la mayoría de ellas necesitan, para ser reconocidas como tales, de cierta cooperación por parte del interlocutor. El amor está protegido por una corteza de dogmas de fe, flexible y resistente, que acaba agotando la moral de prácticamente cualquier proyecto de crítica.

    Hay dos argumentos, sin embargo, cuya evidencia no puede pasar por alto forma alguna de sentido común.

    El primero es que el amor, paradójicamente, es una caudalosa fuente de desamor. Llámesele odio, conflicto o distancia, el amor parece uno de esos productos raros y valiosos cuya importancia para el mercado normalizara una montaña de deshechos en su elaboración. Si los sopesamos llegaremos a la conclusión de que sólo para un mercado irreflexivo tiene razón de ser responder a esta demanda. Además del odio que regularmente acompaña a la relación misma de amor, debe hacerse balance del daño causado al resto de los lazos sociales. En la nómina de los damnificados habituales del amor aparece prácticamente el conjunto de las relaciones consideradas no amorosas, en tanto que se definen, precisamente, por diferencia con respecto a la pareja. El caso más evidente es el de las relaciones de pareja anteriores, cuya incompatibilidad es de todos sabida. Pero debemos pensar también en las posibles relaciones futuras que quedan descabezadas para no amenazar al amor. Junto con ellas, el resto de las relaciones consideradas no sexuales sufren una limitación que hemos aceptado como naturalísima, pero que resulta aberrante a todas luces si consideramos la distancia en cuanto a intimidad que existe entre la relación de pareja y la que ocupa la posición inmediatamente inferior.

    En definitiva: más que relaciones de amor, lo que vivimos son deforestaciones afectivas en torno a una persona a la que consideramos pareja.

    Sólo obviando el recuerdo de cada una de las barreras afectivas que hemos creado o encontrado para defender nuestra relación de pareja o para no perjudicar otras, podremos pensar que el amor es una dinámica afectiva cordial.

    Pero si resultara insuficiente para someter al amor a reconsideración, dispondríamos aún de un hecho mucho más persuasivo, por ser mucho más inaceptable. El amor, lejos de ofrecerse a las personas de manera indistinta e igualitaria, establece una jerarquía arbitraria pero estricta que convierte a unos cuantos en privilegiados consumidores perpetuos de sus mieles, a muchos en famélicos obsesionados, que deben conformarse con lo mínimo para su subsistencia afectiva, y a demasiados en desterrados completos, apartados del más mínimo contacto con lo que parece unánimemente reconocido como la causa de felicidad más importante que conocemos.

    Si miramos con valentía a nuestro alrededor veremos que el amor nos somete a una discriminación de clase transversal a la económica, rodeándonos de unos pocos privilegiados y de un gran número de desgraciados, avergonzados de su fracaso e, incluso, de su sufrimiento.

    Que un mecanismo tan universal chirríe de esta manera, y que su chirrido resulte, a pesar de todo, inaudible para una parte mayoritaria de la sociedad, parece el cuadro sintomático de una patología muy concreta y muy conocida: el sistema.

    Si el amor no nos funciona y, a pesar de ello, defendemos su prestigio y asumimos con alegría su opresión, es porque alguna otra función debe de estar desempeñando, seguramente mucho más importante.

    No dispongo aquí de espacio suficiente para desarrollar mi tesis al respecto, de modo que sólo la indicaré: el amor es la ideología que permite al sistema persuadirnos para realizar el trabajo reproductivo en el tiempo que nos deja libre del trabajo productivo. Esta optimización de nuestra fuerza productiva sería difícilmente alcanzable sin una maquinaria demagógica que nos convenciera sistemáticamente de que lo mejor que todos y cada uno de nosotros podemos hacer con nuestra libertad es construir una familia. Al amor le importa muy poco cumplir con lo que nos promete a nosotros. Su cometido se origina en otro lugar, y lo lleva a cabo con ejemplar eficacia.

    Los cambios socioculturales de las últimas décadas han obligado al amor a adaptarse. El ateísmo, el feminismo o la revolución sexual han forzado al amor a flexibilizar su discurso. Hoy es un junco dramáticamente inclinado que, sin embargo, nos sigue conduciendo, sorprendentemente, a la misma vieja raíz reproductiva y socialmente atomizadora.

    Es esta raíz la que debe ser eliminada si queremos poner nuestras relaciones al servicio de nuestra felicidad, y no a nosotros al servicio de unas relaciones que, como hemos visto, beben de fuentes muy insanas.

    Con este fin nace la agamia.

    La agamia es un modelo de relación aparecido el 1 de enero de este año 2014. Su presupuesto principal, aquél que le da nombre, es la renuncia a establecer el “gamos”, o vínculo matrimonial que, en nuestra cultura, recibe un sinnúmero de nombres englobables todos bajo la categoría de “pareja”.

    Así, la agamia sería el libre crecimiento del conjunto de las relaciones sociales del individuo, una vez que éstas no son coartadas por la relación de pareja. La agamia entiende la vida socio-afectiva del individuo como un entramado que va creciendo e intensificándose a lo largo de su existencia, estableciendo lazos cada vez más ricos y sólidos con el entorno.

    Factor clave constituyen las relaciones sexuales, que son para las parejas “gámicas” el sacramento fundacional. La pareja queda establecida por la relación sexual misma. Tras ella podrá empezar a utilizarse el lenguaje del amor. Tras ella se habrá firmado un contrato consuetudinario que cualquiera de los miembros de la pareja podrá reivindicar en su camino hacia la formación de una familia. Vivimos el sexo como un símbolo del plan familiar o de cualquiera de sus sublimaciones contemporáneas.

    La agamia libera al sexo de esta función sagrada y lo devuelve al uso cotidiano, reintegrado con el resto de las actividades y diversificado libremente según el criterio personal. Lejos de trivializar el sexo, la agamia trascendentaliza las relaciones, cuya importancia no depende ya de su componente sexual. El amor sexualizaba nuestras relaciones, confundiendo y frustrando con ello nuestra vida afectiva y sexual. Para la agamia “relacionarse es relacionarse”, es decir, no un sinónimo de sexo.

    Pero en una cultura cuyo ámbito privado está dominado sin resquicios por la ideología del amor, un modelo alternativo de relaciones se enfrenta con una importante cantidad de aparentes paradojas cuya resolución le conviene manejar con soltura.

    A este fin se especifican para la agamia ocho presupuestos ideológicos, que son también líneas de reflexión, desarrollo y experimentación, y que pueden enunciarse así:
  1. Renuncia al amor. La agamia entiende el amor como un subsistema ideológico que sirve a los intereses patriarcales y de clase. Tras su promesa de felicidad, espera la esclavitud psíquica y social.

  2. Reivindicación de la razón. El dogma transversal utilizado en toda democracia que se desea convertir en sociedad de la desinformación es la sustitución de la razón consciente por la intuición, que acaba siendo pura voluntad sensual. Recuperar la razón es recuperar la libertad. La agamia devuelve el corazón a la caja torácica y pone al cerebro al volante.

  3. Reivindicación de las relaciones éticas. “En el amor como en la guerra” no debería ser un aforismo que nos liberara de responsabilidad, sino el que nos abriera los ojos sobre la depravación moral del amor. Desde el momento en que el amor empieza a asumir responsabilidades al nivel de cualquier otra forma de relación social, deja de ser amor.

  4. Abolición del género. Aunque sea un concepto profundamente desprestigiado, poco importa si mujeres y hombres presentamos diferencias sustanciales. Lo único que verdaderamente nos concierne es que las diferencias, sustanciales o no hoy, deben dejar de serlo. El género o el sexo son categorías tan triviales que dan absolutamente igual.

  5. Sustitución de la sexualidad por el erotismo. La sexualidad es esclava de la reproducción, de la expresión de afecto, de la fusión espiritual y, sobre todo, de la objetualización posesiva. Soltemos todo este lastre y, si algo queda, veamos en qué consiste.

  6. Sustitución de los celos por la indignación. Los celos son la cárcel del amor. Sin encontrar escapatoria, cualquier paso es imposible. Sobreponerse por la fuerza es algo que sólo puede lograrse en situaciones de privilegio. Sólo entendiendo cuándo nuestra indignación es justa y cuándo es injusta, podremos transformar una emoción ineficaz en una importante herramienta de socialización.

  7. Redefinición de la belleza según criterios libres y justos. No es cierto que los criterios de belleza sean imposiciones naturales, como no es cierto que el oro sea más hermoso que el cobre. Determinamos nuestro gusto según funcionalidades que manejamos de modo consciente o inconsciente. Si nos hacemos cargo de ella, veremos como algo hermoso lo que es bueno, precisamente porque es bueno.

  8. Sustitución de la familia por la agrupación libre. El más mezquino de los argumentos a favor del amor es que no hay otro medio que la pareja tradicional para lograr compañías estables y pactos de crianza. Las figuras “madre” y “padre” son arbitrarias y generalizables bajo la categoría de “tutor” o “tutores”, y éstos pueden ser quienes quiera que se comprometan a satisfacer las necesidades de los hijos. En cuanto a la compañía, de cara al final de la vida, hay que recordar que al menos uno de cada dos monógamos muere viudo y solo.
    La agamia no es una utopía: ante todo es una declaración ideológica. Ser ágam@ no implica ejercer de ágam@, porque el trato con otr@s y con nuestro propio contexto establecerá límites. Pero la comprensión de esos límites, así como la extensión del consenso alrededor de los principios de la agamia, hará accesible su superación. A diferencia de la adhesión a una ideología política utópica, la agamia no se vive a la espera de una gran transformación, sino construyendo cotidianamente esa transformación en torno nuestro.

    Ser ágam@ es ir desarrollando las ideas, herramientas y relaciones que acercan la vida a una vida ágama. Es entender que la eliminación de los lazos amorosos nos permite construir otros más coherentes, integradores y estables; que era precisamente dentro del amor, y no fuera de él, donde estábamos solos.


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