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Argentina, 1985 (Santiago Mitre, 2022)

Corto, medio, largo, serie, miniserie (no importa el formato)... en televisión, cine, internet, radio (no importa el medio).
Argentina, 1985
Santiago Mitre (Argentina, 2022) [140 min]


IMDb
(wikipedia | filmaffinity)


Sinopsis:


Comentario personal:

    Mitre es una maestro en el retrato de piratillas que se integran en los circuitos del estado (moderno, burgués, blabla) creyendo que valdrá para sus objetivos. "El estudiante" y Paulina partían peras con el aparato kirchnerista y el presidente de la cordillera con el aparato de relaciones internacionales. A Mitre le ponen las contradicciones, los agujeros, la cara B.

    Por eso se nota demasiado que esta obra es de encargo (aún cuando se la haya encargado su conciencia: no lo sé). Ejecuta algunos pequeños quiebres, acentúa los límites del proceso, en su línea, pero al final queda un memorándum con los términos para un nuevo consenso social acerca de la tutela militar del estado (1976-1983) y el régimen civil vigente, o sea, sobre lo que es dictadura y lo que es democracia según el ala izquierda del liberalismo. De ahí la centralidad del trabajo jurídico en la trama, que la hermana con "Siete días de enero" en intenciones. Y el tono del cine familiar de la era Reagan (¿no tiene el hijo de Strassera algo de Daniel el travieso?), que la hace exportable a un público amplio. Puedo imaginar cómo le ha pesado a Mitre la responsabilidad. Y también cómo el tiempo le va a alejar de su película.

    Planteemos un "Argentina, 1985" alternativo, que vaya un poquito más allá. ¿Qué tal una estructura más polifónica, que haga un seguimiento en cámara de distintos sectores, encarnados en varios protagonistas? No anónimos, que tampoco hace falta llegar a ese punto de vanguardia cinematográfica soviética. Que se entienda que el cambio llega desde diversas instancias que se prestan a colaboración, no desde un plan estratégico predeterminado, sino sobre la marcha, leyéndose unos actores a los otros en un sentido hermenéutico: la fiscalía a las Madres, las Madres a la fiscalía... Interpretándose, para poner un jalón sobre otro y avanzar hasta donde se llegue. Resultará más confusa o no para el público en función del buen oficio del autor. "Capitanes de abril" hace esto y es muy fluida. Y es lo mismo, una peli de encargo para confirmar "a izquierda" un mito fundacional de la nación política.

    Me pronuncio con muchísimo respeto por el trabajo de Mitre, que es muy útil para cualquier militancia, y con la esperanza de que, si lee esto, sepa que es desde la simpatía, pues hubo un tiempo en que ojeaba esta plataforma.

Alberto Muchnik, "Ruso", en el guion, escribió:
    Yo hace cincuenta años que vengo diciendo que todo esto se va a la mierda. Sólo un gobierno dice que va a cambiar las cosas... ¡e inmediatamente llama a los mismos hijos de puta de siempre! Bueno. Pero te digo algo, ¿eh? ¿Me escuchás? Algo puede salir mal. Alguien se descuida, ¿no? Y... y aparece un espacio, mínimo, una rendija. Eso. Se abre, se cierra. Se cierra rápido. En ese momento tenés que estar adentro. Y ahí sí. Ahí sí se pueden hacer cosas. Las cosas que no pudimos hacer durante la dictadura, Julio.

Luis Moreno Ocampo, en el guion, escribió:
    Este es un gobierno que acaba de empezar. Un gobierno débil, y tiene a los militares soplándoles en la nuca. Y tomó la peligrosa y acertada decisión de llevarlos a juicio. Entonces, yo creo que es una buena idea sumar abogados jóvenes, en lugar de abogados comprometidos con los derechos humanos, que pueden ser descalificados fácilmente por comunistas, no sólo por militares, sino también por la clase media, que es a la que hay que convencer para que este juicio tenga la legitimidad que necesita, teniendo en cuenta la tradicional tendencia de la clase media a justificar cualquier golpe militar.


Ficha técnica


Reparto:


Premios:

    2022: Festival de Venecia: Premio FIPRESCI.
    2022: Festival de San Sebastián: Premio del Público - Mejor film.

Idioma original: Castellano.





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Nota Mié Jul 05, 2023 5:02 pm
Reseñas breves / abreviadas

Jorge Alemán, en "Argentina, 1985", en facebook, el 5 de octubre de 2022, escribió:Gusto de aquellas historias donde un hombre de vida corriente, que en principio no posee ningún atributo especial, de pronto la historia lo rodea de circunstancias excepcionales. Un fiscal común, de una vida familiar típica, decide afrontar el lugar y la tarea que el destino y la historia han puesto frente a él, y decide cruzar la línea. De pronto sabe que puede tener un coraje que desconocía y se apropia del mismo. Hasta que un día nada menos que tres juntas militares estaban frente a él, para ser juzgados. Toda esta historia, muy conocida por mí, se desplegó en una película que vi solo en el cine Verdi en Madrid.

Diego Sztulwark, en facebook, el 1 de octubre de 2022, escribió:"1985". Una vez aceptado el recorte (los juicios, desde la óptica del protagonista, Strassera), la película tiene algo de irreprochable. Guion, humor, emoción, actuación. En tanto que basada en una historia de justicia, ni tan antigua ni tan reciente, tiene asegurada una lectura fuera más que dentro del país, donde la dinámica del conflicto afecta semana a semana las coordenadas de la sensibilidad colectiva: hasta hace un mes hubiera temido la mera posibilidad de trazar la línea de los fiscales héroes -Strassera, Nisman, Luciani-, pero la velocidad con que la derecha tiende a identificarse consigo misma impide una operación de esa sofisticación (diría, incluso, que lo que sucede en la película termina resonando en un sentido opuesto: sobre todo a partir de la escena en la que Darín/Strassera no encuentra cómo completar el equipo de la fiscalía porque todos los abogados que tienen cerca son "fachos"). Voluntariamente o no, "1985" permite trazar hasta el presente una historia del poder judicial argentino de las últimas décadas.

La apelación al juicio a las tres Juntas Militares como mito último que validaría una democracia que naufraga en el plano histórico -ese pacto de no violencia del que tanto se habló las últimas semanas- tiene su interés si se lee el "nunca más" como un esfuerzo por excluir la amenaza de muerte del campo político, aún si, como sabemos, semejante tentativa supone comprender a fondo cómo aquella cúpula de las FFAA (juzgada como si toda la fuerza militar pudiera ser exculpada en la condena de su cabeza), juzgada en su esencia política como una "perversión moral", se alzó en brazo ejecutor de un programa económico, social y político cuya articulación material y condición de posibilidad iba muchos más allá del aparato militar juzgado por aquel tribunal. El juicio a esos militares no llegó a ser el juicio al modelo de sociedad por medio de ellos implantada. Y esto es así al punto que aquella racionalidad no ha dejado de insistir bajo diversos formatos entre nosotrxs como lazo social neoliberal perdurable. La contundencia histórica del juicio alcanza todo su esplendor en la escena en la que el hijo de Darín-Strassera, un niño de colegio secundario, grita con un entusiasmo que falta a su padre: "Papa, lo metiste en cana a Videla". Es inútil pedirle al film que explique lo que ocurrió después con las políticas de impunidad, las luchas por la memoria y la reapertura de los juicios. O que diga algo de las elecciones políticas posteriores de aquellos jueces y fiscales. Porque todos estos datos contradictorios y claves de nuestra historia caben por igual en el "nunca más" con que remata el célebre alegato del fiscal acusador.

Es cierto que el título, "1985", quiere captar un tiempo histórico y no solo un juicio trascendente. Y que ese tiempo supone captar la vital dimensión extra-jurídica de las luchas sociales y de derechos humanos sin los cuales esa escena judicial jamas se hubiera abierto. "1985" fue el pañuelo blanco en la Plaza, y no sólo el fiscal batiéndose a duelo en los Tribunales. Pero también lo es que junto a los testimonios reconstruidos -Adriana Calvo Laborde, Pablo Díaz, etc- y la aparición de las madres y abuelas, "1985" recrea la expectativa -rápida y dolorosamente traicionada- de aquellos años 80 por traducir horror en condenas y condenas en contenido ético de la trama institucional democrática. Mi estado anímico al salir del cine emocionado (emoción difícil de explicar, hecha de tanta frustración con la institución, de tanto orgullo por los pañuelo y de satisfacción por la calidad de las actuaciones del film) no fue el de la discusión política, sino el del deseo de ver hecha película toda aquella trama que podría ser exhibida en una "vida" de Hebe de Bonafini.


Nota Mié Jul 05, 2023 5:02 pm
Sergio Nicanoff, en "Argentina, 1985: la teoría de los dos demonios ya tiene su película", en Contrahegemonía Web, el 4 de octubre de 2022, escribió:

Peligrosos criminales pertenecientes a las fuerzas armadas que han asolado un país, exterminado a las/os resistentes y que condensan en sus rostros y gestos toda la representación de lo abyecto, del mal encarnado. Un fiscal ya veterano –Darín en el papel de Julio Strassera- que recibe la enorme carga de juzgarlos y que deberá sostenerla apenas con la ayuda de un joven proveniente de familia de estirpe con antepasados militares -Peter Lanzani como Luis Moreno Ocampo- junto a un equipo de novatos/as sin experiencia alguna en procesos, pero que aún creen en la justicia. Un presidente -Raúl Alfonsín, que nunca aparece físicamente, pero que siempre está tácitamente presente- que pese a las presiones de sus pares y la del ala derecha de su partido, encarnada en su Ministro de Interior, respalda la republicana división de poderes –está clarísimo, división de poderes le dice una arrobada Alejandra Flechner en el papel de esposa del fiscal al razonar lo que le dijo el presidente a su marido al recibirlo poco antes del alegato final- y el desarrollo del juicio más importante de la historia. Una trama que va creciendo, plena de tensiones, que arribará al desenlace de un alegato final de su heroico fiscal que emociona y redime a la justicia como encarnación de la igualdad jurídica de la ciudadanía y la tranquilidad de que los crímenes finalmente se pagan, pese al sabor amargo de la no condena de algunos de sus miembros. Momentos de angustia -la selección de algunos testimonios en el juicio como el de Adriana Calvo resultan sobrecogedores, impactantes, y vuelve a traer el horror real del terrorismo de Estado-, emoción y humor que descomprime de la mano de un Ricardo Darín que realiza una vez más un papel impecable encarnando sin duda alguna el rostro actoral del sentido común progresista -formal y “bien pensante”- de una franja importante de la sociedad argentina. La película sobre el juicio a las Juntas militares de 1985 de Santiago Mitre muestra el oficio de su director que logra que las más de dos horas de duración transcurran rápidamente. La condición de ese transcurrir sin tropiezos es que el espectador se deje llevar por los diversos clichés, esteriotipos, ausencias, medias verdades o rotundas falacias que se van desgranando en el transcurso de la película como una suerte de retorno tardío de la teoría de los dos demonios pergeñada por el radicalismo con el retorno de la democracia liberal en 1983. Detengámonos brevemente en algunos de ellos.

En reiteradas ocasiones se expresa la idea de que el inicio de la violencia política en Argentina ha sido producto de la guerrilla. En la versión de la doctrina de seguridad nacional que encarnan los responsables de la masacre y sus defensores en el juicio se trata por supuesto de haber salvado a la patria del ataque de la subversión apátrida, postura esbozada de forma burda en más de una oportunidad. En cambio los héroes que buscan el castigo de los criminales sostienen… que esa violencia ha sido iniciada por la guerrilla pero que la represión de los militares se ha desarrollado por fuera de la ley con métodos clandestinos, salvajes, horrorosos, cobardes que deben ser penados si queremos vivir en democracia. Ha existido un uso de la fuerza asimétrico y desproporcionado.

Por supuesto todo intento de reflexión sobre la violencia política que salga de la perspectiva de una sociedad sana que ha asistido como observadora impotente e inerme, víctima de la espiral de violencia de guerrilleros y de militares no se puede hallar en todo la película. Ni una sola mención al papel del poder económico, cúpula de la iglesia católica, algunas dirigencias políticas y sindicales o embajadas extranjeras en el genocidio. Nada que ponga algún alerta, más no sea tibio, al mencionar el proyecto dictatorial de desarticular la organización, fortaleza y accionar del movimiento obrero y las clases populares, a las comisiones internas y cuerpos de delegados. Que indique alguna pista de su voluntad de fragmentar la sociedad civil, de disciplinarla tras una larga historia de resistencias previas. No, los culpables de la represión están allí, son exclusivamente los monstruos que están siendo juzgados y al ser condenados la conciencia de la sociedad y la de todos/as nosotros puede tranquilizarse. ¿Alguna imagen que reponga algo de la violencia sistemáticamente diseñada desde el poder incluso antes del desarrollo de las organizaciones armadas? ¿Alguna alusión aunque sea indirecta, efímera, momentánea, de la revancha clasista desplegada con el golpe de 1955 o antes aún de los bombardeos y la masacre de civiles en Plaza de Mayo, los asesores franceses y la larga construcción de la tesis del enemigo interno, la proscripción del peronismo, los reiterados golpes de estado, los fusilamientos clandestinos de José León Suárez y Lanus, las listas negras, las torturas y detenciones, el proyecto de la dictadura de Onganía de quedarse por décadas en el poder prohibiendo todo tipo de participación política? Ninguna. No existen porque en el imaginario que recorre el film todo se explica y se condensa en esos polos antagonistas –guerrilla y militares- con estos últimos como principales culpables, individuales del genocidio.

Como comenta en alguna oportunidad Moreno Ocampo frente al propagandista de la dictadura Bernardo Neustadt, no es la institución sino algunos militares. Más aún, un mensaje evidente de la película reside en que las “buenas personas” aun cuando pertenezcan a la elite del poder, rechacen el juicio, compartan lazos personales y de negocios con quienes ejercieron el terrorismo de Estado pueden cambiar de opinión si conocen la verdad del horror. Allí está la madre de Moreno Ocampo para demostrarlo, férrea opositora del proceso judicial, modificando su postura y reconciliándose con la decisión de su hijo al conocer el testimonio de Adriana Calvo. Sí, Videla debe ser condenado. Por supuesto no la clase social que construyó e hizo posible el exterminio.

Como sucedió en los 80’ y 90’, las/os militantes, quienes resistieron, se comprometieron e imaginaron otra sociedad, que en muchos casos optaron por ejercer la violencia como única alternativa de resistencia y dignidad posibles, aparecen despojados, vaciados de toda decisión, de toda opción, acción, gesto que pueda correrlos de su rol de victimas pasivas, indefensas frente al horror. Hay que evitar toda posibilidad de problematizar la sociedad de la época y de traernos alguna incomodidad que perturbe la dinámica de redención de la justicia estatal como epicentro del relato.

Aún más perturbadora resulta la opción del film de eliminar toda mención de las movilizaciones, la lucha previa contra la dictadura y el clima de época tras su caída que construyó una dimensión político cultural que permeó a gran parte de la sociedad –aún cediendo en ese momento a ciertos discursos dominantes como no hablar de las opciones políticas de la generación masacrada- que fue el verdadero sostén que hizo posible la realización del juicio. Sólo las Madres de Plaza de Mayo aparecen pero como meras espectadoras del proceso judicial. Apenas algún comentario a la ausencia de todo compromiso de Strassera en la dictadura, problema que aparecerá en algún otro momento de la película para ser descartado con el argumento de la imposibilidad de hacer algo en ese momento, para permitir al espectador seguir atrapado por la simpatía cascarrabías y la persistencia de nuestro personaje principal. Tranquilos, allí está nuestro heroico fiscal y sus jóvenes ayudantes –ellos sí creen en la posibilidad de redimirse de “nuestras” instituciones y no toman caminos violentos- que harán justicia por nosotras/os.

Destinada seguramente a llenar cines y ser aplaudida por gran parte de sus espectadores no es casual que reaparezcan estas miradas y construcciones en el momento actual. La película está enmarcada en la perspectiva de Alfonsín como padre de la democracia, creencia compartida por franjas del kirchnerismo donde la Coordinadora de los 80’ y la Cámpora de hoy se encuentran con naturalidad en sus prácticas de gestionadores de la estatalidad. Frente a una ultraderecha que crece mundialmente y localmente, frente a “los fachos” que mencionan en más de una ocasión algunos de los protagonistas de "1985", la idea es oponer la defensa acrítica de las instituciones liberales. Frente a una sociedad brutalmente desigual el metamensaje es dejar en manos de algunas personas nuestros destinos. Nada de tramas colectivas, comunitarias, capaces de construir una praxis que transforme lo existente sino a lo sumo de “equipos” como el del fiscal Strassera, pleno de buenas intenciones en el marco de las instituciones vigentes. Podemos aplaudir tranquilizados porque se ha vencido al “mal” y luego volver a nuestras vidas, votar –como única acción individual posible- lo que reproduzca el presente estado de cosas siempre y cuando se revista de un lenguaje progresista, ligth, al gusto de la onda new age y de cuidado de la salud palermitana. Más aún, el relato se puede acomodar perfectamente a las versiones de la derecha supuestamente más benignas, sea un Larreta o una Elisa Carrió. Como en un juego de espejos los “fachos” justifican y ratifican un supuesto progresismo.

A estas alturas aclaramos para algún distraído/a que sin duda el juicio en su momento fue un paso adelante en la lucha contra los responsables del terrorismo de estado y así fue recibido por la mayoría de la sociedad civil. Incluso determinados momentos de la película reponen con plenitud la densidad del horror puesta en juego para crear una cultura del terror y del miedo que paralizara toda acción colectiva. Eso puede ser útil en especial para las nuevas generaciones. Pero el sentido predominante de su contenido no pasa por allí ni por sus virtudes cinematográficas. Convertido en mero pasado se evita toda posibilidad de ubicar que en múltiples sentidos la dictadura aún habita entre nosotros y que en cada instancia de dependencia, explotación y opresión actual vuelve a emerger. No es con pedagogías posibilistas y “cívicas” que sólo generan aceptación y naturalización que se podrá enfrentar los rasgos más brutales de esa pervivencia.

Desde quienes intentamos transformar el horror existente hoy, de quienes sabemos que los juicios, las condenas, el rechazo al 2×1 y un largo etc sólo fueron posibles por una prolongada y diversa multiplicidad de gestos, espacios, acciones, escraches, disputas de sentido. Que nos resistimos a disociar el pedido de justicia frente a los crímenes de los 70’ y no miramos para otro lado frente a los Berni, Guernica, gatillos fáciles, la desaparición de Julio Lopéz, gobernadores y Barones del conurbano. Desde ese lugar sostenido con cuerpo, entrañas y sentires tendremos que seguir atesorando sueños, multiplicando panes y peces, reconstruyendo sentidos como ya se hizo frente a las leyes de impunidad y los indultos que esa misma clase política y sistémica concedió después del juicio a las juntas. Rescatando nuestra historia no desde el bronce sino desde la empatía. Dando las batallas que se nos presentan en el mundo de hoy. Negándonos a ser espectadores que consuman productos que ya vimos y sufrimos, aunque retornen en envases o películas seductoras.

Nota Mié Jul 05, 2023 5:03 pm
Ricardo Gil Lavedra, en "Las omisiones de la ficción", en El DiarioAR, el 16 de octubre de 2022, escribió:

¿Cuáles fueron las circunstancias que posibilitaron la realización del juicio a las juntas militares en el contexto político de la época? ¿Qué rol desempeñaron los distintos actores institucionales? Estos interrogantes se han suscitado a raíz de la presentación de la película “Argentina, 1985” y de algunos reparos que ha recibido. Me propongo en estas líneas dar brevemente mi punto de vista.

La película ha provocado una verdadera conmoción que supera las expectativas previas y causa asombro. Desde su estreno ocupa un lugar en las conversaciones cotidianas de todos. Muchas familias han concurrido con sus hijos, y ha sido usual que los espectadores lloren, se emocionen y aplaudan de pie al finalizar la exhibición. Se trata de una muy buena película, con notables interpretaciones de actores consagrados y de gran popularidad, una ambientación de época muy lograda, excelente fotografía, y una historia bien contada. Pero la repercusión parece exceder esos méritos. Todo indica que la película ha tocado una fibra muy íntima de la sociedad; como si fuera necesario, en estos momentos de la Argentina, recrear los antecedentes épicos de nuestra joven democracia, episodios que marcaron unos pocos puntos de consenso entre los argentinos. Un gran mérito de los realizadores fue haber percibido esta demanda y haber contribuido a la memoria colectiva a través de la difusión de un hecho fundacional de nuestra democracia, como fue el juicio a las juntas militares, a pesar de los recortes que tiene el relato de los hechos.

Justamente por ese recorte, y más allá de las bondades artísticas de la obra, es que se le han formulado algunos reproches y críticas. Entre muchas notas y comentarios, destaco las buenas y fundadas observaciones que han efectuado Roberto Gargarella y Agustín Campero, respecto de las omisiones, algunas probablemente deliberadas, que ha hecho la película con relación al contexto histórico, a la importancia de la figura de Alfonsín o de la CONADEP. Así como también, respecto de la decisión de centrar el juicio exclusivamente en la figura de los fiscales, o de silenciar algunos episodios fundamentales.

Al revés de la conocida saga “Una serie de eventos desafortunados” de Daniel Handler, el juicio a las juntas militares fue una serie de acontecimientos “afortunados”. Como ocurre en cualquier hecho histórico, éstos siempre encuentran explicación en una serie de causas que se interrelacionan entre sí. Por supuesto que no todas tienen la misma relevancia. La decisión del presidente Raúl Alfonsín de enjuiciar a los máximos responsables de los crímenes de la dictadura fue enorme. Rompió una tradición universal de impunidad, sentó las bases para que la democracia argentina se edificara sobre el respeto a la ley y los derechos humanos, y tuvo una influencia notoria en el desarrollo del derecho internacional de los derechos humanos. Además, era necesario remover los obstáculos jurídicos que en ese momento impedían cualquier juicio, como la ley de autoamnistía que habían sancionado los militares. La anulación inmediata de esa ley por el Congreso, sobre la base del proyecto que había enviado el Poder Ejecutivo, abrió las puertas al enjuiciamiento. Este aspecto, que hoy parece menor, tenía en aquel momento una gran importancia, al punto que el propio candidato del partido justicialista en las elecciones había propiciado la aplicación de la amnistía, en virtud del principio de la ley penal más benigna.

No obstante, el juicio a las juntas no se efectuó como había pensado Alfonsín. Su histórica decisión fue la condición necesaria, pero no la suficiente para la realización del juicio. La estrategia inicial del presidente consistió en que el juicio fuera llevado a cabo por los tribunales militares, con un control posterior de un tribunal civil para evitar que se incurriera en arbitrariedades. De esta manera, se pensaba, los militares se autojuzgarían. Otro actor institucional relevante, el Congreso, corrigió de manera decisiva esta cuestión. Le dio un plazo al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas para hacer su tarea y le otorgó a la Cámara Federal que correspondiera el control del trámite del expediente y la posibilidad de avocarse al conocimiento de la causa en caso de demoras injustificadas. Sin este cambio introducido por los legisladores no hubiera habido juicio, tampoco si Alfonsín hubiera vetado la modificación a su estrategia, pero no lo hizo.

Otra condición fue que la Cámara Federal decidiera efectivamente avocarse a la causa, en medio de un contexto sumamente complejo y difícil. Y que resolviera no aplicar las normas del enjuiciamiento procesal penal corriente, como muchos sostenían que correspondía, sino las toscas reglas del Código de Justicia Militar para los juicios sumarios en tiempo de guerra, que posibilitaban un juicio oral y público con una fuerte intervención del fiscal. Sin esta decisión de la Cámara, nunca habríamos “visto” un juicio a las juntas, ya que habría tramitado por escrito. Y hay que sumar otra condición: la labor de la CONADEP, cuya creación obedeció a otra iniciativa monumental de Alfonsín, con la oposición de los organismos de derechos humanos y del peronismo, que permitió que la fiscalía pudiera seleccionar los casos “paradigmáticos” concretos para imputarles a los excomandantes. Finalmente, la organización y planificación del juicio por parte de la Cámara y la gran labor que desarrolló la Fiscalía, permitieron que el proceso pudiera culminar en tiempo útil.

A esta prieta síntesis de condiciones que fueron necesarias para el juicio le faltan muchísimas más de distinto orden. La película centra su relato exclusivamente en el capítulo relativo a la actuación de los fiscales, relativizando u omitiendo toda otra circunstancia. Una obra artística y de finalidad comercial tiene el legítimo derecho de contar las cosas como entienda más conveniente a sus propósitos. ¿Le es reprochable una ausencia de rigor histórico? Creo que no, pero tratándose de una obra que pretende reflejar un acontecimiento trascendental para nuestra democracia, es saludable señalar las omisiones, ausencias y errores históricos en la presentación de los temas. El desdibujamiento de la figura de Alfonsín, de la importancia de la CONADEP y la no mención del partido del gobierno, hacen presumir que se quiso edulcorar políticamente al film para evitar cuestionamientos ulteriores. Más aún, la omisión de los indultos en las placas finales, que pretenden narrar objetivamente hechos, resulta sencillamente inexplicable y permite sospechar una intención deliberada.

En suma, bienvenida "1985" como hecho artístico y por su ayuda a recordar algo tan importante para el país, aunque no dejemos de tener en claro que las cosas no fueron tan así como cuenta la película.

Nota Mié Jul 05, 2023 5:04 pm
Daniel Feierstein, en twitter, el 10 de octubre de 2022, escribió:El film "Argentina, 1985" ha resultado, a estas alturas, efectivamente un "suceso", tanto por el éxito de público como por las reacciones que ha generado. Abro hilo para pensar algunas cuestiones al respecto.

Creo que es innegable reconocer que la película está lograda, que maneja de modo excelente la tensión, el humor, la reconstrucción de época, la actuación. También que su perspectiva (la de la fiscalía del Juicio a las Juntas) obviamente implica huecos y ausencias narrativas. Eso ha generado que cada quién le reclame a los guionistas aquella película que hubiera querido hacer. Veamos algunos ejemplos:

Roberto Gargarella lo reclama aquí, queriendo ver a Nino y a SU Alfonsín. Y uno de los directores le responde. El propio Martín Rodríguez, que participó del equipo de investigación de la película, también desliza la película que a él le hubiera gustado aquí. Y Claudia Feld, quien ha investigado el Juicio a las Juntas y su televisación, comparte en Instagram su propia visión crítica y la peli que A ELLA le hubiera gustado y los cambios que le hubiera hecho... entre tantas otras notas que van circulando. Para el caso, de entre todas las aparecidas hasta ahora, yo me quedaría con esta de Sebastián Rodríguez Mora, porque le pide lo que a mí también me hubiera gustado: una peli que se centrara en las calles movilizadas más que en los tribunales. Los más ignorantes han quedado en claro offside (posiblemente porque no vieron la peli) como Sandra Pitta, alarmada porque sería "inoculada" en los colegios, o Gustavo Noriega, acusando de kirchnerista a una película que, guste o no, es profundamente alfonsinista... pero así son...

Pero mi reflexión de hoy no pasa por pedirle a la peli lo que me hubiera gustado A MÍ, sino pensar qué consecuencias genera reintroducir la historicidad de los debates de 1985 en 2022. Creo que ahí radica su gran aporte y es eso lo que despierta que cada quién le reclame SU relato. Más allá de ausencias notorias que parecen haberse excluido para evitar todo enojo (no está Hebe de Bonafini, pero tampoco Graciela Fernández Meijide, solo por poner dos figuras polares), la película nos recuerda el sentido original de la teoría de los dos demonios. Esto es: que la "angelización" de las víctimas buscaba quebrar un clima de legitimación del genocidio, aunque fuera al precio de negar la identidad de los desaparecidos, identidades que recién se pudieron recuperar a mediados de los años '90 con la irrupción generacional. Pero, a la vez, el rescate de esos testimonios crudos en su clima de 1985 (Adriana Calvo, Alejandra Naftal, Iris Avellaneda, entre otros) implica un claro límite a la ofensiva negacionista de la última década, un recordatorio acerca de a dónde conduce esa deriva neofascista.

Por otra parte, la película es una clase (no intencional pero valiosa) de correlaciones de fuerzas: para juzgar a las Juntas resultaba necesario convencer a quienes no eran "los propios" (hermosamente metaforizado en la madre de Moreno Ocampo, anécdota paradójicamente real). La profunda transversalidad del movimiento de DDHH y su capacidad de interpelación resultaron cruciales en la capacidad de transformar la situación política de la post dictadura, algo que parecen haber olvidado quienes quieren reducir los DDHH a una "rama" del kirchnerismo. El cambio de época se nota en la mezquindad con la que cada quién intenta apropiarse de su "pedacito" de historia viéndose obligado a distorsionar aquello que no ingresa en la forma dogmática con la que ha construido sus memorias, sea donde sea... Entonces aparecen centenares de ultra K que desprecian la película (sin verla) y la tildan de "dos demonios" simplemente porque no aparece su "gracias, Néstor y Cristina" o el "bajó los cuadros", que estaría totalmente fuera de lugar y da cuenta de otro período histórico. Y otros centenares de radicales que la vieron y recuerdan cancheros que el peronismo no integró la CONADEP... olvidando contar que fue porque apoyaba junto a los organismos de DDHH la comisión bicameral con capacidad de arrancar los archivos que los militares jamás entregaron. Los alfonsinistas que olvidan que la decisión de su líder había sido que los propios militares juzgaran a sus pares y que fue la intervención de MPN neuquino de Elías Sapag la que forzó la inclusión de la posible intervención de la Cámara Federal, antecedente del Juicio. Y todos ellos olvidan que Adriana Calvo, figura fundante y central de la Asociación de Ex-Detenidos Desaparecidos con la que tanto se emocionan en la peli, fue profundamente crítica tanto del alfonsinismo como del kirchnerismo, con esa dureza y lucidez que nos formó a tantos.

La memoria tiene la característica de ser una construcción en la cuál cada quién ordena los recuerdos que resultan útiles al sentido que necesita construir y esconde o distorsiona (muchas veces inconscientemente) los que no le gustan. El film "Argentina, 1985" no deja de hacerlo... porque no podría. También escoge, esconde, elige, incluso hasta un poco distorsiona. Pero, al haber logrado escapar con inteligencia a la grieta K-antiK, interpela desde allí casi al conjunto de la sociedad argentina. Por eso, aunque no sea la peli que yo hubiese hecho y aunque podría escribir un artículo pidiéndole a los directores mi propia peli, no queda más que saludar este lúcido aporte de Santiago Mitre y Mariano Llinás y recomendarles que vayan a verla... y después que la discutan.

Nota Mié Jul 05, 2023 5:05 pm
Violeta Bruck, Javier Gabino, en "'Argentina, 1985', el 'Nunca más' en tiempos de tiktokers y negacionistas", en Ideas de Izquierda, el 2 de octubre de 2022, escribió:

"Argentina, 1985" es el clásico “film de juicio”. Un funcionario gris del poder judicial llamado Julio César Strassera (Ricardo Darín) que está más preocupado por los amoríos de su hija adolescente que por ser un héroe, es empujado a un camino que no quiere: ser fiscal acusador en un juicio demasiado grande contra militares todopoderosos caídos en desgracia en un país sudamericano (Argentina, tras la caída de su última dictadura militar). El dilema es demasiado grande para alguien en su endeble posición: ¿en verdad le están pidiendo que encarcele dictadores? ¿O es un peón descartable en una trama de poder oscura en la que terminará aplastado? Con esa contradicción gigantesca el funcionario gris deberá armar en soledad un pequeño batallón de campaña, primero con un fiscal adjunto inexperto y temeroso del que duda mucho: Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani). Luego con un grupo de jóvenes veinteañeros, novatos de raros peinados nuevos, los únicos que aceptan el desafío de esa locura ya que los que tienen experiencia temen o están del lado de los fachos. Pero contra todos los pronósticos, esa banda destinada al fracaso terminará por ganar contra un enemigo que parecía invencible.

Este guion de hierro imbatible para el cine mainstream, perfeccionado hasta el detalle por décadas de narraciones masivas, tiene en "1985" una aplicación irreprochable y la particularidad de no ser solo un puro relato ficcional. "Argentina, 1985" es una película basada en hechos reales de la historia nacional: el juicio a las juntas militares cuya única comparación son los juicios de Nuremberg a los jerarcas nazis (1945-1946). Y es que la realidad tuvo algo de eso, hay momentos en que la historia parece narrarse a sí misma en términos clásicos.

Con el financiamiento de Amazon Prime Video los detalles de reconstrucción de época, arte y vestuario están cuidados a la perfección, la ilusión del pasado es palpable para el que tenga edad de recordar en primera persona, mientras los más jóvenes verán que en Buenos Aires también había estilos vintage del tipo "Stranger Things" en sus equivalentes ochentosos, con sus walkmans, cassettes y pelos batidos. En ese mismo camino "1985" hace sonar canciones de Charly García y Los Abuelos de la Nada, mientras la composición de la imagen adapta su aspecto a uno asociado a los años que representa, deja de lado el “rectangular” por uno más “cuadrado” (1.33:1 para los que les guste la técnica del cine), que permite asociarlo a los años que se representa, y que combina mejor con los fragmentos de archivos televisivos reales, junto a los recreados. Cada detalle está ahí para la ilusión histórica; el lenguaje de Hollywood puede contar la historia argentina.

A propósito de esto, justamente no es casual que "1985" sea la película elegida para representar el país en los premios de La Academia. Argentina tiene tradición en la elección de las películas que van por el Oscar eligiendo aquellas que están más cercanas al relato hollywoodense, con estructuras narrativas claras y sin demasiados riesgos estéticos. También en "1985" pueden sentirse ecos de las dos únicas películas nacionales que ganaron ese premio: "La historia oficial" (1985), de Luis Puenzo; y "El secreto de sus ojos" (2009), de Juan José Campanella; ambas que hablan de la dictadura. Tiene algo de la seriedad de la primera, empujada por los testimonios reconstruidos de las víctimas y la seriedad real de los hechos, pero desde el inicio planta tonos humorísticos que van a acompañar toda la trama y conectan directamente con el público masivo. Las ridículas espiadas de Strassera - Darín a su hija; el momento en que Claudio Da Passano, en el rol de Carlos Somigliana, recluta al equipo de jóvenes que acompañarán a Strassera; los gestos del fiscal a los comandantes, entre muchos otros.

En el guion, escrito otra vez junto a Mariano Llinás, Santiago Mitre se permite también cierto didactismo pensado claramente para quienes ignoran los últimos 40 años de la historia argentina. Desde ese punto de vista, "Argentina, 1985" es una película importante en un contexto donde la derecha negacionista y los sectores ultraconservadores avanzaron, donde el Falcon verde se convirtió en un meme y personajes como Javier Milei niegan el número de desaparecidos. La película es el Nunca más en tiempos de tiktokers y negacionistas, lo cual no es poco (incluyendo en esto el debate que uno puede abrir con los significados del “Nunca más”). La paradoja se muestra en un ejemplo: cuando Amazon Prime Video subió el anuncio del estreno a twitter, los trolls derechistas nacionales debían insultar el comunismo y el marxismo cultural de esa plataforma multinacional. Bienvenido sea el gesto estético; quizás en esa rara combinación entre el tema elegido, un lenguaje popular y distribución masiva, está el mayor acto político de Santiago Mitre.

La película parece tener también un destinatario privilegiado en los jóvenes. Hay una lograda búsqueda de empatía con ellos que abreva también en los códigos narrativos utilizados en las producciones de consumo masivo. Nadie puede resistirse a querer ser parte de ese equipo formado por jóvenes activos, medio torpes pero entusiastas y dispuestos a llevar la investigación a contrarreloj. Y nuevamente, eso no está reñido con la realidad de los hechos, por ejemplo: Judith König integró a los 20 años el equipo interdisciplinario de la fiscalía de Strassera. Tenía esa edad cuando Luis Moreno Ocampo le preguntó si quería integrar el equipo, ad honorem y después de horario, y König aceptó de inmediato. Se cuenta que al estar pegada al teléfono, ella era también casi siempre la que recibía las amenazas; dicen que solía contestar “para amenazas tiene que llamar en otro horario”. La película hace honor a ese desparpajo juvenil. Judith König murió hace pocos meses sin ver la película terminada y, según se cuenta en una entrevista, Santiago Mitre la señaló como su “principal fuente de consulta” y la primera que tuvieron. La otra conexión con la juventud es un adolescente, Santiago Armas Estevarena en el papel de Javier Strassera (el hijo del protagonista), que a la hora de la filmación tenía solo 13 años. Un personaje que se hilvana en toda la trama y que dará al final también ciertas claves de las conclusiones políticas del film.

Otro aspecto destacable de "1985" es la representación de los testimonios de las víctimas. En especial el de Adriana Calvo (fallecida en diciembre de 2010) interpretada de manera impecable por Laura Paredes. Las escenas que reconstruyen fragmentos de este testimonio son tan centrales en la película como lo fueron en la historia. El relato de la tortura, tener que parir a su beba esposada en un auto, el recuerdo de todos los que no están, rebotarán en la mente de los espectadores. En el registro documental televisivo del momento Adriana Calvo estaba filmada de espaldas, como todos los testimoniantes por cuestiones de seguridad; la película ya puede mostrarla de frente. Y así las palabras y los gestos de la actriz son atravesados por la historia, y nos llegan hoy con total emoción y compromiso. "1985" hace justicia a la valentía y fuerza de ella, Pablo Díaz (también retratado) y los más de 800 testigos que posibilitaron el juicio. Que se conozcan esos nombres, que crezcan las búsquedas en Google de Adriana Calvo, por ejemplo, es también un gran hecho político y una necesaria reivindicación de quien fue una referente central en todas las luchas por la justicia y contra la impunidad, que siguió movilizando, organizando y encabezó la pelea ante la desaparición de Jorge Julio López (el testigo desaparecido el 18 de septiembre de 2006 en el marco del juicio contra el genocida Miguel Etchecolatz).

Llegado a este punto, hay que decir que para hacer honor a una película política también es oportuno abordarla y discutirla políticamente. Se trata de “una ficción basada en hechos reales”, lo que implica siempre un necesario recorte y artificios con fines dramáticos, pero esas decisiones dan el sentido general y sus opciones (incluso dentro de un guion clásico) son variadas, subjetivas. No se trata de exigir a Mitre que haga otro guion, de exigir faltantes, sino de hablar de lo que la película dice, de lo que transmite.

Cabe la comparación con la película chilena "No" (2012) dirigida por Pablo Larraín. También basada en hechos reales (aunque más libre), relata la campaña del “No” en el plebiscito de 1988 en Chile que debía decidir la continuidad del general Augusto Pinochet o dar paso a elecciones. Es también un film de “transición democrática”. La comparación no está en los procesos históricos sino en los acentos de la trama. La película de Larraín cuenta la historia del equipo de campaña publicitaria que se pone al hombro la campaña del “No”. Acá el protagonista es René Saavedra (Gael García Bernal), un publicista que, siguiendo el camino del héroe, inicialmente se resiste a la tarea encomendada pero termina por liderar la campaña que luego triunfa.

Ambas películas: "No" y "1985", ponen el acento dramático en los equipos técnicos, los publicistas en Chile que parecen ganar solos contra el poder mediático y militar, el equipo de juristas que logran el triunfo. En ambas los procesos de lucha, las relaciones de fuerza, que empujaron esos hechos de tal profundidad histórica, quedan en un plano subordinado. Incluso en "1985", el Luis Moreno Ocampo de Peter Lanzani cubre también el rol de estratega comunicacional, que piensa que la pelea se gana por los medios.

En este sentido, "1985" da muy poco lugar a las luchas de las Madres y organismos de derechos humanos que avanzaban en un contexto de movilizaciones obreras luego de la derrota de la Guerra de las Malvinas. La lucha de los organismos de Derechos Humanos fue central en los juicios. Y hay que agregar que el propio alegato del fiscal Strassera, el cual tiene un peso central en la película, dio cuenta en la realidad del problema que las movilizaciones y la bronca existente contra los genocidas traía para el régimen político, cuando alude a la necesidad de dar un fallo ejemplificador que frene al mismo tiempo cualquier deseo de “justicia por mano propia”. No se trata de hacer otra película, sino de reflexionar sobre esta mirada propuesta y también de que todos sabemos que hay mil maneras de “mostrar lo que uno quiere” aún contando la historia pautada y “clásica”.

"1985" sí cuenta las presiones reales de sectores militares y políticos que buscaban frenar el juicio. Por ejemplo, el discurso facho de Antonio Tróccoli (ministro del Interior del gobierno radical) y el contexto de la teoría de los dos demonios. También en más de un momento deja entrever que Strassera no hizo nada para ayudar o denunciar lo que pasaba durante la dictadura, y se vuelve sobre ese trauma de “la clase media”. Pero cuida mucho a Raúl Alfonsín, presidente de la Nación entre 1983 y 1989; es el único personaje histórico que no parece tener posibilidad de ser retratado, solo se siente su voz campechana a lo lejos, decisión formal que refuerza una mirada mítica sobre “el padre de la democracia”. Esto continúa con las placas finales donde se alude a las “leyes de impunidad” sin mayores alusiones.

El juicio a las Juntas condenó solo a algunos miembros. Videla y Massera fueron condenados a prisión perpetua, Viola a 17 años, el resto a penas menores y Galtieri junto otros fueron absueltos. A pesar de que los cientos de testimonios dieron cuenta de la existencia de un plan sistemático en donde participaron miles de militares, tan solo un año después, en diciembre de 1986, se promulgó la Ley de Punto Final, meses después la Obediencia Debida durante el mismo gobierno de Alfonsín, y ya con Menem los indultos. Por eso la enorme denuncia que abren los testimonios de los juicios es cerrada rápidamente por estas leyes que tuvieron un amplia resistencia, y que fueron derogadas casi dos décadas después también gracias a la persistencia de la movilización popular. Eterna protagonista de la realidad, pero nunca reivindicada seriamente en las ficciones nacionales.

Por último, es inevitable aludir a un hecho paradójico que poco a poco tiende a naturalizarse, aunque en los espacios de producción cinematográfica son debates corrientes. "1985" es la última muestra de una tendencia que parece irrefrenable: hechos o personajes de la historia nacional contemporánea son producidos por plataformas multinacionales del streaming. "Santa Evita" fue producida por Star plus, "Maradona" y "El juicio" la produce Amazon y nada menos que "El Eternauta" la produce Netflix. El hecho de que tengan mayor visibilidad internacional, por ejemplo, no puede opacar los problemas extremos que esto trae y que en los ámbitos de debate del cine son señalados. Esto se da además en un contexto en que los fondos de producción cinematográfica nacional están cuestionados, en peligro directo por el “apagón cultural” (la pérdida de fondos a los institutos de fomento a la cultura, entre ellos el INCAA). Y una presión de las plataformas para hacerse de todo “el mercado”. Cada avance de las plataformas supone preguntas que exceden este artículo, pero que no pueden dejar de señalarse: ¿qué costo conlleva que las historias nacionales las cuenten las plataformas? ¿Cuántas historias necesarias se están perdiendo?

Mientras escribimos este artículo, las salas de cine se llenan para ver "Argentina, 1985", una película que marca una vuelta del cine político de alcance masivo. Que la lucha contra la impunidad, la condena al genocidio y los debates por nuestra historia se multipliquen es siempre una buena noticia.

Nota Mié Jul 05, 2023 5:06 pm
Javier Franzé, en "Un hueco en 'Argentina, 1985'", en El DiarioAR, el 4 de octubre de 2022, escribió:

Muchos son los méritos, artísticos y políticos, de “Argentina, 1985”. La existencia misma de la película, como vector de Memoria ante el lento pero sistemático desgaste del par democracia-derechos humanos fundado en los años de plomo y de la transición, y reimpulsado desde 2003. Traer a primer plano la imprescindible labor de los jóvenes—incluido el propio Moreno Ocampo— que formaron el equipo de Strassera. El tono de la narración, que sabe contrarrestar con porteñísimo humor un fondo luctuoso, que a su vez nunca se desborda hacia el melodrama. Y las actuaciones (¡“Strasserita”!); la voz de Miguel Abuelo, festiva y al tiempo dolida, como aquellos años; el retrato de la familia del fiscal; y más cosas. En definitiva, se trata de una película inteligente y emocionante, valiosa y útil, en especial para las nuevas generaciones, que no vivieron aquellos días.

También hay un hueco en el filme, importante en términos de la propia lógica de “Argentina, 1985”. Como dijo su director, “puede ser que haya querido hacer una película de algo que salió bien”. En efecto, quizá los 40 años de democracia en Argentina que se cumplen en 2023 sean el logro más grande que como sociedad hayamos conseguido. Hay un consenso científico y social en cuanto a que esta continuidad democrática no hubiera sido posible sin el fundamento ético-político de los Derechos Humanos. La pregunta entonces es cómo se construyó ese pilar, qué hizo posible reunir dos elementos que por muchos y diversos motivos habían estado separados. De hecho, la propia noción de “derechos humanos” no estuvo en la agenda política hasta 1977, cuando las Madres de Plaza de Mayo —en el helado desamparo de la dictadura— comenzaron a reclamar por todos los hijos y familiares.

La película se centra en la labor heroica de Strassera y Moreno Ocampo. Y aunque reconstruye artísticamente muy bien la época, sin embargo el contexto político parece circunscribirse al despacho y a la casa del fiscal, a donde llegan desde fuera las amenazas de los servicios y las presiones del gobierno. Aquí es donde se ve el hueco al que me refiero. Diría que está constituido por tres eslabones: los organismos de derechos humanos, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y la decisión política del presidente Alfonsín de enjuiciar a los dictadores. Son los tres nudos del proceso de construcción de una nueva voluntad colectiva en Argentina.

Si la clave de la película es mostrar que la muerte no podía ser más un recurso político, las Madres, Abuelas y los organismos de DDHH pusieron sobre la mesa la demanda de Verdad y Justicia, que llevaba implícita aquella afirmación. Alfonsín captó esa nueva voluntad en ciernes y la impulsó —también contra sectores de su partido— al proponer a la ciudadanía reconfigurarse alrededor de la voluntad programática de enjuiciar a los responsables del terrorismo de Estado. A tal punto fue clave su propuesta que, de no haber ganado, no se habría celebrado el juicio, pues el peronismo proponía aceptar la autoamnistía (llamada “de Pacificación Nacional”) promulgada por la dictadura semanas antes de salir del gobierno. Esa autoamnistía se sustentaba en un informe sobre lo ocurrido, que la dictadura transmitió por televisión a todo el país: no hace falta decir que se basaba en la noción de que las violaciones de los DDHH habían sido errores y excesos de los subordinados, propios de toda guerra, la cual había sido desatada por el “comunismo internacional”.

Para quebrar ese relato —en parte afincado en la sociedad, con el célebre “algo habrán hecho”— y afirmar la democracia, Alfonsín abrió el camino al juicio. Me animaría a decir que lo pensó sobre todo como momento de revelación de una verdad oculta por el carácter clandestino y terrorista de la represión. Esa verdad mostraría que la democracia no era simplemente unas reglas formales, sino que el contenido de éstas era la defensa de la vida, mellando así cualquier legitimidad para futuras tentaciones autoritarias, muy probables en una democracia débil como aquélla. Para ello, a cinco días de asumir el gobierno, convocó a sesiones extraordinarias al Congreso para derogar la autoamnistía por “inconstitucional e insanablemente nula”. Como no tenía mayoría, necesitaba sobre todo del peronismo, que lo apoyó sin fisuras. También creó la Conadep, a fin de recoger los testimonios de las víctimas y reconstruir —a modo de una instrucción judicial— el sistemático plan represivo ilegal de la dictadura, con el objetivo de denunciarlo. Estos testimonios constituyeron la base de la acusación de Strassera y Moreno Ocampo. En la película, esta conexión es débil, pues si bien los miembros del equipo de Strassera van a buscar testigos para el juicio en los archivos de la Conadep, que gracias a su gran labor constituyen un océano inabarcable, el espectador —pienso sobre todo en los jóvenes, pero también en los extranjeros— no tiene información por la trama de qué es la Conadep, cuyos miembros trabajaron incansablemente bajo amenaza y a menudo siendo espiados por los servicios. De hecho, el bello y recordado final del alegato de Strassera (“Señores jueces: ¡Nunca más!”) remite al título del informe de la Conadep, de 1984.

Alfonsín también promovió en 1984 la reforma del Código de Justicia Militar, para que el fuero militar juzgara los delitos de la dictadura, con el fin de autodepurarse y sumarse a la democracia. Y también para permitir que si —como se preveía y finalmente ocurrió— no lo hacían, se pudiera apelar a la justicia civil. Así fue como le llegó la causa a Strassera. Esto tampoco queda claro en la película.

El texto de apertura de la película indica que Alfonsín decidió llevar el juicio adelante. Sin embargo, el rol del gobierno en relación a Strassera parece al fin decantarse del lado del obstruccionismo. Por una parte, la película parece no querer hablar de las fuerzas políticas de entonces, para dar protagonismo a la labor de la fiscalía. Pero, por otra parte, muestra a un ministro del Interior —Antonio Tróccoli, de la derecha de la UCR— sustentando la teoría de los dos demonios y presionando al fiscal. La convocatoria de Alfonsín a Straserra al departamento de la avenida Santa Fe del presidente también es ambigua. Según le cuenta el fiscal a su esposa, el presidente al despedirse le dice “estoy ansioso por escuchar su alegato”. Lo cual se puede interpretar como una presión para rebajar el pedido de condenas (“ojo con lo que va a decir”) o como una afirmación de la separación de poderes (“diga lo que tenga que decir”), que es como lo entiende la esposa del fiscal. En todo caso, la posición política de Alfonsín —que se remonta a la campaña electoral— fue lo decisivo en esos años, no la estrictamente institucional. Esto, a mi juicio, no tiene un tratamiento justo en la película.

No se trata de saber quién hizo más, si los organismos, el fiscal o el presidente. No se trata de saber quién fue el único héroe de esta historia. Tampoco de señalar lo que falta en la película, pues sería una lista caprichosa e interminable. Para mí, el problema es que al concentrar la atención casi exclusivamente en la figura —heroica y merecedora de más reconocimiento público e institucional, algo que la película ayuda a resolver— de Strassera y su equipo, el filme pone en segundo plano lo que —siempre según mi interpretación— fue decisivo en aquella historia, que todavía es la nuestra: la dimensión colectiva de esa nueva voluntad de acabar con el pasado recordándolo cotidianamente a través de la justicia y del ejercicio de Memoria. Esa voluntad fue política, quizá en el sentido más hermoso del término.

El desgaste de aquel discurso ético-político que fundó la democracia comienza siempre —así puede comprobarse en estos días— por el desprestigio de la política como actividad, ya no sólo de los partidos, sino de cualquier ciudadano. Se quiere que “hacer política” sea sinónimo de inconfesables intereses particulares, de mezquindad, hipocresía y demagogia. La Argentina de 1985 fue posible porque la comunidad hizo política en su más alto grado, transformándose al enfrentar su propio pasado para construir un futuro nuevo.

Nota Mié Jul 05, 2023 5:07 pm
Javier Gabino, en "Argentina, 1985: conjurar demonios, hacer historia, ganar un Oscar", en La Izquierda Diario, el 12 de marzo de 2023, escribió:
    Hoy domingo 12 la película de Santiago Mitre, co-guionada con Mariano Llinás, y que trata del Juicio a las juntas militares tras la caída de la última dictadura argentina, competirá por una estatuilla de “la Academia” norteamericana de cine. El punto más interesante son los debates que la película trae, aunque el carruaje del éxito tiende a dejarlos atrás de una nube de polvo. Este artículo vuelve sobre algunos de ellos, que tratamos en una reseña a días de su estreno.



"Argentina, 1985" viene de ganar el Globo de Oro por Mejor película de habla no inglesa y el premio Goya a Mejor Película Iberoamericana en 2023, y de recibir en 2022 el Premio a la elección del público en el Festival de San Sebastián y dos en el Festival de Cine de Venecia. Hace unas semanas, Lionel Messi, subió una historia a Instagram felicitando a Ricardo Darín y elogiándola: "Qué gran película 'Argentina, 1985'. Nominada al Oscar, vamos por el tercero", en referencia a las dos películas nacionales que ganaron antes ese premio, "La historia oficial" (1985, Luis Puenzo) y "El secreto de sus ojos" (2009, Juan José Campanella).

Desde la altura espectacular del capitán de la selección argentina para abajo, las manifestaciones de apoyo pasaron por otras estrellas cinematográficas, como Pedro Pascal, el actor chileno de "Games of Thrones" y "The Last of Us" (HBO), y "El mandaloriano" (Disney+), que recordó al recomendarla el exilio de su familia por la dictadura de Pinochet. O Salma Hayek, la actriz mexicana que también le deseó suerte a Darín y a Victoria Alonso, la argentina que es una de las productoras de la película (junto a Axel Kuschevatzky), y a su vez nada menos que vicepresidenta ejecutiva de producción en Marvel Studios. También el cantante Ricky Martin agitó: “¿Ya la vieron? Gran actuación, nominada al Oscar”.

Y la película fue bien recibida en todos los ámbitos, como fenómeno de público en los cines, por plataformas y en funciones especiales. Sin embargo, lo interesante no es que esto suceda con un “tanque cinematográfico” de entretenimiento masivo; sino que lo sea con uno que trata de historia argentina y que se considera “político”. Definición problemática, pero en la cual puede englobarse la película en base a la intención de sus realizadores. “Una película necesaria” ha sido la definición en la que coincidieron desde su estreno la mayoría de las reseñas y críticas (por derecha y por izquierda) y que se volvió un sentido común.

Mientras tanto, en el ámbito del cine o de las proyecciones con integrantes de organismos de DD. HH. o de la izquierda se asiste a intercambios que se alejan, por suerte, de opiniones puramente celebratorias que aparecen exageradas en algunos medios progresistas. Por ejemplo, en la revista Jacobin Latinoamérica, que publicó hace unos días una entrevista a Santiago Mitre, cuyas respuestas son interesantes, pero donde las preguntas deben haberlo ruborizado. El entrevistador introduce a la nota planteando sin más que “La apasionante obra maestra de Mitre, de dos horas y veinte minutos de duración, probablemente sea el mejor largometraje político desde "Z", de Costa-Gavras, de 1969”. Para luego abrir preguntas con afirmaciones como que “El alegato final del fiscal Julio César Strassera al final de 'Argentina, 1985' es el mejor discurso antifascista que se ha visto en el cine desde el gran final de Charlie Chaplin en 'El gran dictador', de 1940”. Uno piensa que debería ser más cauto aunque le guste la película.

Quitando el brillo de las nominaciones, los intercambios más interesantes que se fueron dando desde su estreno podrían agruparse en tres grandes temas cruzados. El primero es sobre los alcances del sentido progresista de la película en la realidad política actual. El segundo trata sobre “las omisiones”, o decisiones, el recorte de la historia por parte de los realizadores. Mientras el tercero, más específico y problemático, trata sobre las relaciones entre forma y contenido en una película histórica nacional (y la injerencia de las plataformas de streaming).


Conjurar demonios

Respecto del primero de estos ejes el intercambio es concreto: ¿cuál es la relación de la película con la “teoría de los dos demonios”?, la base conceptual del Nunca más escrita por Ernesto Sábato y solventada por el alfoninismo, concepción según la cual la violencia y el terrorismo de Estado perpetrados por las Fuerzas Armadas durante la dictadura cívico-militar-eclesiástica luego de 1976 son equiparables con los actos de violencia de las organizaciones guerrilleras. Esta es una teoría fundadora de la transición democrática argentina. Las opiniones más trasnochadas sobre "Argentina, 1985" refieren en soledad que “esa teoría ya tiene su película”, aludiendo en especial al lugar central que tiene en ella el alegato de Strassera.

Para recordar, esta teoría se expresa en el alegato cuando el fiscal caracteriza (en referencia a los diversos procesos de lucha que se daban antes del golpe y que incluían organizaciones armadas) que “El cuadro de violencia era imperante en el país” cuando las FFAA decidieron tomar por asalto el poder. Y plantea que “este golpe que se dio desde el Estado a la guerrilla subversiva” terminó desatando una violencia que califica de “feroz, clandestina y cobarde”. Mientras, en el mismo sentido de “equiparar violencias”, más adelante dirá que “los guerrilleros secuestraban y mataban ¿y qué hizo el estado para combatirlos? secuestrar, torturar y matar en una escala infinitamente mayor y lo que es más grave, al margen de todo orden jurídico…”.

A propósito de este tema, el sociólogo Leandro Germán escribió en “Algunos apuntes sobre 'Argentina, 1985'", que “como ha señalado el sociólogo Daniel Feierstein, hay que distinguir los efectos buscados por la teoría de los dos demonios en su versión original de los perseguidos en el revival de los últimos años. La teoría de los dos demonios aparece en la película en un único momento [...] en las palabras iniciales del alegato de Strassera…”, pero, según su análisis, su comprensión habría sufrido un cambio que tendría que ver con que “ya en la formulación original de la teoría hay un lugar reservado y destacadísimo para la idea de la desproporción entre las dos violencias”, lo que permitiría de alguna manera en la actualidad darle más peso a la imagen de la represión estatal que a la imagen del “terrorismo” de las organizaciones armadas.

Este punto de vista es una buena fotografía del presente, pero lo cierto es que habría que tomar en cuenta que en tanto no existe lucha de clases abierta en Argentina para acusar de violentos a los movilizados, esa mirada puede permanecer en la oscuridad de una sala de cine, pero bien podría reavivarse si existe un desafío real al monopolio de la violencia por parte del Estado. Agitaciones mediáticas en ese sentido podemos verlas cotidianamente.

Tiene razón igualmente Germán al decir: “Como sea, una película puede permitirse licencias, pero no sobre la letra de un alegato histórico. El alegato fue el que fue. De ahí a decir ‘La teoría de los dos demonios ya tiene su película’ media un abismo, y un abismo que es de miopía”.

A propósito de la transición democrática, Mitre ha declarado abiertamente (y con el paso del tiempo más firmemente) de que la película pretende “hablar directamente a las generaciones más jóvenes, que desconocen lo difícil que fue volver de la dictadura” (en Argentina) y lo importante que es “defender la democracia atacada en varias partes del mundo”. También la productora Victoria Alonso dijo que quería “dejarle a (su) hija y a la juventud argentina, un capítulo donde dejemos de decir ‘de eso no se habla’”.

En este sentido, como se ha señalado en diferentes críticas, "Argentina, 1985" podría ser tranquilamente una película de los años 80, de “transición democrática”, escribí en su momento, donde su mayor distancia con esa época consiste en los rasgos de humor que utiliza. En la llamada “recuperación democrática”, el paso de “la sociedad argentina” por la violencia y las armas de la dictadura (y por la derrota de Malvinas) había logrado que “la sociedad argentina” tuviera otra actitud ante la violencia y las armas. Y los productos culturales daban cuenta de ese “cambio cultural” conquistado por la fuerza, como el documental "La república perdida" (1983, Miguel Pérez) y las ficciones fundadoras: "La historia oficial" (1985, Luis Puenzo), "La noche de los lápices" (1986, Héctor Olivera) y "Los chicos de la guerra" (1984, Bebe Kamin), que producirán esa nueva imagen, cuyo molde no ha sido roto.

Tratando el mismo tema Nicolás Prividera, crítico afilado de la película de Mitre y de los gritos de cancha que genera al estilo “¡Argentina, Argentina!”, le augura al film “un destino de clásico escolar” que estaría logrando “el mismo efecto que tuvo 'La noche de los lápices': darle visibilidad a lo que no lo había tenido” ya que el juicio nunca fue emitido por TV, solo salía por radio y notas de diarios. Nunca se vio realmente, ya que “la democracia” lo ocultó como parte de la impunidad inmediata posterior. Pero en este renovado interés del cine argentino por la historia, “no pueden dejar de resonarnos con fuerza inusitada las palabras con que Moreno Ocampo, frente al periodista mediático Neustadt (señalado como el “ministro de propaganda de la dictadura”), resume los acuerdos básicos de la democracia en la generalizada condena de la “violencia política”.

Y cita a Fogwill para decir que este “... no se cansó de recordar que hablar solo de ‘dictadura militar’ fue una de las persistentes herencias culturales del Proceso (hasta en La historia oficial se hablaba de la complicidad civil, luego elidida hasta en las películas). Y también la condena de toda “violencia” no deja de ser otra herencia del Proceso: como decía Eduardo Grüner, “nunca más” puede ser leído como una promesa o una amenaza…”.

Entonces la definición inestable podría ser la siguiente: la película de Mitre y Llinás no rompe ese molde imaginario (y no veo razones por la cual exigirles a los autores que hagan otra cosa que lo que ha dictado su trayectoria fílmica y sus simpatías políticas). Pero al mismo tiempo, como escribí en la reseña inicial a "Argentina, 1985", “es una película importante en un contexto donde la derecha negacionista y los sectores ultraconservadores avanzaron, donde el Falcon verde se convirtió en un meme y personajes como Javier Milei niegan el número de desaparecidos”. Podríamos decir: “Sí, la película es el Nunca Más en tiempos de tiktokers y negacionistas” con todo lo que eso implica; pero el resultado final de los debates de contenido que esto abre en las nuevas generaciones no se definirá en los cines, sino en la calle y la organización de las luchas sociales y políticas en el próximo período. Ahí es donde se podría recuperar el espíritu de la juventud y todos los explotados a “proclamar bien alto el derecho sagrado a la insurrección” como hicieron los estudiantes de la Reforma Universitaria de 1918 y recorrió de diversas maneras nuestro siglo XX hasta 1976.


Hacer historia

Como señalé más arriba, el segundo eje relacionado (de manera inevitable) al que recién tocamos, trata sobre las omisiones, o decisiones, el recorte de la historia por parte de los realizadores. El propio Darín ha señalado el tema. Para el actor, la película es diferente a todas las anteriores que hizo porque trabajó desde el inicio en la producción y señala que “es una película que va a quedar en nuestra historia, pero algunos todavía patalean porque hablan de ausencias que no termino de entender…”.

Acá las opiniones se podrían resumir así: los radicales opinan que es poco alfonsinista y que la figura del ex presidente Raúl Alfonsin está devaluada, mientras se levanta a Trocoli (quien sería un ministro representativo del “ala reaccionaria del radicalismo”); mientras los peronistas opinan que ellos son los devaluados, en tanto muchos de los militantes desaparecidos y testigos del juicio eran de esa corriente política, y sobre todo porque aparece la figura patética de Luder y se alude al “decreto de aniquilación” sobre la subversión, que los militares tomaron en su defensa en el juicio. Y en ese tono van y vienen obuses retóricos que llegan a señalar también el contenido de los carteles del final donde nadie es aludido, se habla “de leyes de impunidad” sin señalar a Alfonsín, se habla de “reapertura de juicios” sin señalar a Néstor Kirchner. Citar todas las opciones puede ser engorroso, algunos críticos dicen que esto hablaría bien de los guionistas…

Pero en realidad la mayor omisión viene sobre la lucha de los organismos de DD. HH. Aquí existen decisiones claras por parte de los realizadores que no parecen corresponder a “necesidades narrativas insalvables”. Como señaló Emilio Crenzel (autor de “La historia política del Nunca Más”) en Página/12, en una crónica donde reúne las reacciones que vivió al ver la película en Patio Bullrich, uno de los shopping más coquetos de la ciudad. La película muestra que los jóvenes de la fiscalía se debieron abocar desde cero a reunir las pruebas para el juicio, lo cual es completamente falso y nada indica que no se podía mostrar que esos ya existían en su abrumadora mayoría. De esta manera, “... queda soslayada la lucha del movimiento de derechos humanos que reunió esa misma clase de pruebas durante la dictadura. (y para lo cual) vale recordar que los organismos entregaron en 1979 a la Comisión Interamericana de la OEA que visitó el país 5.580 denuncias de desapariciones forzadas, (y ya) habían logrado identificar los principales centros clandestinos y la identidad de los responsables más salientes de las violaciones a los derechos humanos. En ese sentido, la labor central de la fiscalía no consistió en recoger nuevos testimonios (como sugiere la película), ya que tuvo a disposición miles reunidos por la CONADEP. Su tarea principal fue seleccionar, de ese universo, aquellos paradigmáticos que probaban el carácter sistemático de la represión ilegal y convencer a las víctimas, que habían dado testimonio, de que declaren en el juicio”.

Pero este ángulo de crítica puede verse más claro citando otras opiniones. Por ejemplo la de Teresa Laborde, “Teresa, la que nació presa”, la hija de Adriana Calvo de Laborde, parida en un patrullero y con su madre sometida a torturas. Hay una nota muy interesante donde ella y la hija de Víctor Basterra ven juntas la película y opinan. Allí ambas rescatan la película pero “a Teresa le quedó un sabor amargo con unas pocas palabras del testimonio de su madre que aparecen como licencia del guion. Sabe que es parte de la ficción, pero no deja de aclarar. ‘Entiendo que quisieron transmitir en el testimonio de mi vieja lo que sí sucedió con otros testigos que se fueron del país, pero nosotros no nos fuimos nunca’, aclara y sigue: ‘Fue una discusión de mamá contra sus cinco hermanos más grandes y con mi papá. Todos le decían que se fuera. Tenía todo preparado para irse y no se fue. Ella decidió quedarse acá’”.

Mientras, en otro artículo donde rescata la importancia de contar la historia para recuperar la empatía, señala que para ella la película “... tiene los anteojos de la fiscalía, sino los sobrevivientes hubieran relatado que se organizaron, que eran un colectivo. Reivindica la historia de mi mamá como algo muy individual y la verdad es que no: ellos se organizaron, se juntaron y armaron la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos. Se juntaban con las Madres, con las Abuelas. Lo que llevó a ese juicio fue esa lucha, la de esos colectivos, y lo que hizo que declararan igual estando desprotegidos”.

Su punto de vista se vuelve aún más interesante cuando Teresa tiene un encuentro con Laura Paredes, la genial actriz que interpreta a su madre y provoca un giro en la película y los espectadores, tal como ocurrió de alguna manera cuando su testimonio salió por la radio y los diarios en 1985. Uno de los ejes de intercambio (muy emocionadas) entre ambas, tiene que ver con la construcción del personaje y otro sobre las omisiones. Laborde insiste en señalar que “el juicio tuvo mucho de simbólico” como “la ficción”. Y sobre todo que su madre no era una heroína aislada. Laura Paredes cuenta la enorme emotividad que sintió al interpretar a su madre y cómo trabajó con los textos del testimonio, en ese punto aclara que había una parte del mismo que le llegaba mucho “que no lo podía ni decir… es el momento en que dice (luego del parto) yo ese día hice la promesa de que si mi beba vivía y si yo vivía no iba a parar hasta que se hiciera justicia. Yo sabía que estaba repitiendo esas palabras de una persona que después había dedicado su vida a eso. Es un momento del testimonio que en la película no está, que igual yo sí filmé, pero después no está”.

Entonces, llegado a este punto también hay que decir que para hacer honor a una película política, también es oportuno abordarla y discutirla políticamente. Se trata de “una ficción basada en hechos reales”, lo que implica siempre un necesario recorte y artificios con fines dramáticos, pero esas decisiones dan el sentido general y sus opciones (incluso dentro de un guion clásico) son variadas, subjetivas. No se trata de exigir a Mitre que haga otro guion, sino de hablar de lo que la película dice, de lo que transmite.

"Argentina, 1985" es una película que se cuida de entrar en “la grieta”, preparada conscientemente para trabajar sobrevolando ese “campo de batalla cultural” y se excusa para esto en necesidades de “lenguaje masivo” y efectividad. Esta aseveración podría tomarse desde diversos ángulos, a fin de cuentas “ningún bando queda contento” (salvo el poder judicial [1]) y eso se sugiere como un logro del guion. Sin embargo eso se produce a costa de cierta tibieza intelectual; omitiendo lo único que en esta historia ha sido verdaderamente independiente del peronismo-antiperonismo (que es el nombre histórico de “la grieta”), la lucha de organismos de DD. HH., que aún entrando una parte considerable a los mecanismos de tutelaje estatal, siempre tuvieron un sector que se mantuvo independiente. De los cuales Adriana Calvo era parte. La película los relega a fotos emotivas que acompañan los títulos.

Teresa le dice a Laura en la entrevista: “Si Adriana hubiera visto la película te hubiera hablado de la actualidad todo el tiempo. Hubiera dicho que la mayoría de los 30.000 fueron obreros, como hoy los obreros del neumático que están peleando por un salario justo. Que había muchos estudiantes jóvenes y te lo hubiera relacionado con la toma de escuelas hoy. Y te hubiera contado que después de ese juicio se abrió una puerta enorme a la impunidad y por eso cuando en el 2003 se reabren las causas en el primer debate que fue Julio López, desapareció Julio López. Y nos volvieron a amenazar a todas y todos”.

Como las películas solo pueden criticarse con otras películas (al decir de Godard) es de esperar que este deseo surja y se haga en el próximo tiempo.


Una película inspirada en hechos reales

La película de Mitre y Llinás comienza con esa frase sobre la que alguna vez reflexionó el crítico y teórico de cine estadounidense Bill Nichols, especializado en cine documental. Según su punto de vista el motivo por el cual muchas películas de ficción usan ese cartel inicial “es para ayudarnos a creer que (los hechos) podrían haber pasado tal y como lo vemos en la película” y agrega inmediatamente que la ficción toma prestado ese ropaje del documental, que son esencialmente las películas “basadas en hechos reales”.

Para quien no esté atento a la lectura, Nichols no está contraponiendo verosimilitudes o acercamientos a “la realidad” divergentes entre películas de ficción y películas documentales (ni lo estoy citando para plantear eso), en realidad está fusionando ambas lógicas. Nichols, que se interesa sobre las relaciones entre realidad y ficción, cine e historia, los límites y superaciones de “los géneros”, etc., termina por darle a los directores y guionistas de cine (llámese ficcional o documental) todo el peso de la subjetividad, de las decisiones narrativas, para contar una historia que inevitablemente no podría nunca ser (como supuestamente habría sido) la realidad misma.

Ese ropaje documental con el que se juega alternativamente en "Argentina, 1985", fue buscado explícitamente. Mitre declaró que “quería tener un estilo de no ficción” y que utilizó “distintos procedimientos para conseguirlo”. Refiriéndose a que las palabras de los testigos serían textuales o transcripciones exactas, pasando por réplicas exactas de elementos usados. Tomando la decisión de filmar las escenas también con una cámara U-matic, que era el mismo tipo de cámara de vídeo que se utilizó para la retransmisión del juicio. Buscando encuadres similares, generando “una especie de archivo falso” que les permitió en el montaje ir pasando de manera fluida entre la ficción y archivos documentales reales del juicio original que se insertan en la película [2]. Y aún más al poder rodar en la sala real del juicio donde todo el equipo de realización refiere haber llegado a percibir una vivencia diferente, inesperada, surgida del cruce entre el trabajo previo y sus impulsos inconscientes más profundos. Como cuentan Ricardo Darín (como Julio César Strassera) y Laura Paredes (como Adriana Calvo de Laborde), que sintieron emociones nuevas mientras repetían una y otra vez el alegato del fiscal y el testimonio de la física, cuyos valores emotivos iban creciendo en vez de caer con las retomas, electrizando el ambiente. El arte se abre paso aún en los laberintos de la industria cultural.

Pero además de las relaciones entre ficción y documental, para pensar cómo abordar los debates y el impacto en el público de "Argentina, 1985", es bueno volver sobre las relaciones entre cine e historia. Hay que decir que Argentina se conmociona por algo que en otras partes del mundo, como Estados Unidos –nuestra potencia hegemónica– es moneda corriente. En ese país cada hecho de la realidad tiene sus películas uno o dos años después de sucedidos y se vuelve sobre ellos una y otra vez, la historia la escribe esencialmente el cine y la vemos en simultáneo en las pantallas de Buenos Aires. Mientras en Argentina, por razones obvias, nuestras dictaduras y crisis recurrentes, una estructura productiva cinematográfica dependiente y subordinada [3], y hasta la famosa “grieta”, esas películas son excepcionales (o se hacen y son desconocidas para el gran público). Y allí aparece Amazon para resolver el problema "al estilo americano".

A propósito de estas relaciones entre el cine y la escritura narrativa de la historia, en otro artículo sobre cine bélico (y la guerra de Ucrania) traje las reflexiones de Robert Rosenstone que sirve recuperar aquí. Este historiador plantea que para tomar seriamente el cine histórico hay que hacerlo en sus propias reglas, aceptando que en él “la base empírica es solo una manera de acercarse al significado del pasado”, que es su verdadera motivación. En este sentido, una película histórica debería entenderse siempre como “una innovación en imágenes de la historia”. Y puesto que el dispositivo cinematográfico “se centra en la creación y la manipulación de los significados”, habría que concluir que “lo que un film (se propone) y es capaz de hacer, es forjar una nueva relación con el pasado” y no contarlo “tal cual sucedió”.

Terminar con esta rápida reflexión sobre un tema inagotable, no es azaroso. Sucede que a veces se le pide a las películas (ficcionales o documentales) el rigor que se le deja pasar a los historiadores del texto, y sucede también que los cineastas, amparados en la verdad de que “es solo una película” justifican sus recortes “por motivos narrativos” como si esto fuera una argumento indiscutible ante el cual se debería declinar toda crítica. Mariano Llinás sabe que no es así, puesto que en un artículo programático que publicó en Revista de cine, nro. 9, en 2022, sobre “cine político” le dedica una larga lista de “omisiones” a "Los hijos de fierro" de Pino Solanas [4], corolario de otras múltiples “incoherencias” que no vienen al caso citar. Y Santiago Mitre ha dicho que “quería hablar de este momento del mundo y de la sociedad en Argentina, también” yendo hacia atrás y adelante en el tiempo. Sobre ese andar y esas decisiones se produce el sentido de su película y sobre esos sentidos se producen los debates que atraviesan las proyecciones.





Notas al pie

    [1] Si un poder del estado podría “salir exonerado” de la sala de cine es el poder judicial. La película sugiere una connivencia “heroica” de intereses entre la fiscalía y los jueces (en especial Arslanian) en busca de justicia.

    [2] Un mecanismo parecido, aunque más radical, pues así filmó la película entera, fue utilizado en su momento por el film "No" (2012, Pablo Larraín), sobre la transición chilena (al cual me referí en el primer artículo sobre este tema).

    [3] Sobre los problemas de la producción cinematográfica nacional y la subordinación de la misma a las multinacionales extranjeras, en especial norteamericanas, se puede leer al artículo "Cine y soberanía cultural", problemas de la dependencia, escrito junto a Violeta Bruck. A su vez hay una interesante polémica sobre esto y su relación con “las formas narrativas”, entre Gustavo Postiglione y Axel Kuschevatzky uno de los productores de "Argentina, 1985", que lamentablemente excede los objetivos de este artículo.

    [4] Ver Revista de cine, nro. 9. "Los hijos de fierro y el cine político", por Mariano Llinás.

Nota Mié Jul 05, 2023 5:08 pm
Leandro Germán, en "Algunos apuntes sobre «Argentina, 1985»", en Polvo, el 13 de octubre de 2022, escribió:

a) "Argentina, 1985" no es una película “de grieta”. Encontrarme con una película “de grieta”, es decir, con un film que de un modo u otro idealizara contra nuestro presente (es decir, que no idealizara “sin más”) la época (o que de esa misma época barriera debajo de la alfombra lo que hubiera que barrer) en que el país fue gobernado por la fuerza política que hoy detenta en exclusividad la legitimidad institucional (que no es toda legitimidad posible, pero que es un tipo de legitimidad en sentido fuerte) requerida para habilitar a esa misma fuerza política a reivindicar desde el punto de vista de esa misma legitimidad al gobierno que fue gobierno en la época en que el acontecimiento que narra la película transcurre (es decir, que puede perpetrar determinado tipo de reivindicación) era precisamente la expectativa con la que puse mi primer pie en la sala. Encontré, afortunadamente, otra cosa. Hubo, de parte del director y los guionistas, la voluntad de no permitir que la película se hundiera en la grieta o, llegado el caso, también la de quitarla de la propia grieta en que la película misma había sido colocada por adelantado. Es que el estreno de la cinta estuvo precedido por notas y más notas y por artículos y más artículos, aparecidos en distintos medios de prensa alineados con una de las facciones que hoy monopolizan la discusión política argentina, que recordaban que el peronismo se había opuesto a la creación de la CONADEP (y que no la había integrado) y que extendían esa oposición al propio Juicio a las Juntas. Mitre (pero sobre todo uno de sus guionistas, Mariano Llinás) son en cambio demasiado inteligentes para hacer una película que les guste a los opinólogos de TN (o, al menos, que les guste en el terreno en que los propios opinólogos de TN esperaban que la película les gustara), no importa que a los opinólogos de TN lo mismo la película les termine gustando (¿cómo no les terminaría gustando una película nada menos que de Amazon?). No había, en rigor, y yendo ahora al film, ninguna necesidad “narrativa” que exigiera que uno de los colaboradores de la fiscalía en la etapa previa al juicio fuera un pibe que reivindica explícitamente al peronismo en los términos en los que el pibe lo hace, que son los que cualquier peronista más o menos progresista compartiría; menos aún una que reclamara que ese pibe exponga su credo altivamente y nada menos que en el momento en que se candidatea (y que se candidatea no ante cualquiera sino ante su propio padre, y esto aunque el padre lo escuche con más indulgencia que otra cosa) para trabajar en la acusación contra los milicos, no importa que lo haga como puede hacerlo un pibe peronista de veintipico de años. Importa poco, a este respecto, que la decisión de director y guionistas no haya hecho otra cosa que ajustarse a la verdad histórica (en una nota reciente, Eduardo Blaustein dedica su reseña de la película a “Maco” Somigliana, “remoto compañerito de la UES”; es el mismo “Maco” Somigliana que participó en la vida real del trabajo de la fiscalía y al que la película muestra cuando expone las razones de su militancia en el peronismo ante su propio progenitor, el dramaturgo Carlos Somigliana), porque en todo caso cualquier ficción puede pasar parte de esa misma verdad histórica por alto. La comparecencia de ese pibe en el film es un pronunciamiento menos en favor del peronismo (ni Mitre ni Llinás —de Mitre, los propios peronistas se encargan de recalcarlo ante el estreno de cada una de sus películas— parecen profesar por el peronismo algún tipo de simpatía) que en contra de un pensamiento de grieta que parece querer dirigir el Juicio a las Juntas menos contra los milicos que contra el peronismo y que reivindica el Juicio a las Juntas mientras coquetea con una alianza con quien exige que le muestren las listas de desaparecidos. Otra cosa es que el peronismo (el por entonces senador Saadi, uno de los líderes de ese peronismo al que se llamó “de la derrota” —y no es cualquier Saadi sino el Saadi de Intransigencia y Movilización, de breve alianza con Montoneros: ahí está la breve experiencia del diario La Voz—, llegó a comparar a la CONADEP con las comisiones investigadoras que había formado tres décadas antes la Revolución Libertadora) mereciera ese pronunciamiento. No es eso lo que importa. Como sea, “Maco” Somigliana, el “remoto compañerito de la UES”, el pibe morochito y de barbita de la película, estuvo ahí, y no es sólo que ese lugar no se lo quita nadie: ese lugar se lo reconocieron, cuando nada los obligaba a ello, los responsables del film, y lo hicieron atendiendo a las propias razones del por entonces pibe para estar donde estuvo. Es una forma de sacar a la película de la grieta.

b) Las puteadas contra Tróccoli el día que el Canal 13 estatal puso al aire el programa especial sobre los desaparecidos y al ministro del Interior se le ocurrió principiar la emisión con un discurso sobre la “subversión apátrida” desembarcada en “nuestras costas” parecen ser legendarias. La película muestra cómo la esposa de Strassera, interpretada por Alejandra Flechner, putea de lo lindo, pero también la inobjetable (porque con el alfonsinismo tiene aún al día de hoy más de una deuda, no importa que el alfonsinismo también las tenga con ella) Graciela Fernández Meijide, en La historia íntima de los derechos humanos en la Argentina, el libro testimonial que la propia ex dirigente de la APDH publicó hace más de una década, recuerda cómo ella misma puteó frente al televisor el día que el programa fue emitido. Uno de los testimonios que esa noche salió al aire fue el de su propio marido, Enrique, papá de Pablo, secuestrado a los diecisiete años. Pero en la siguiente escena de la película, Darín/Strassera sale al balcón de su casa a reponerse y tomar aire, pero también a contemplar, acaso sin habérselo propuesto previamente, los departamentos de los edificios vecinos. Ahí, mientras el programa todavía está al aire, Darín ve cada living, y en cada living ve el televisor prendido y a cada televisor prendido lo adivina sintonizado en el canal que emite el programa especial. Era la primera vez que testimonios de desaparecidos y de familiares de desaparecidos salían al aire en televisión. El gobierno de Alfonsín llevaba ya más de medio año. Strassera, que venía de ser testigo de las puteadas de su mujer (y seguramente también de compartirlas en su fuero íntimo), contempla entonces cómo todo el mundo ve lo que él había dejado de ver para salir al balcón a ver cómo otros veían. Es una escena conmovedora y que ilustra de modo sutil pero a la vez magnífico la tremenda ambivalencia del alfonsinismo que prohijó los dos demonios pero también metió en cana a Videla; que, según la fórmula que alguna vez utilizó Gil Lavedra, propuso mucha verdad y bastante menos justicia pero al menos sentó las condiciones de un proceso judicial que hizo historia y que hoy tiene su película; en suma: que importando mucho, poco o nada lo que acabara de decir Tróccoli, les mostró a los argentinos, por televisión y en el prime time, el drama de las víctimas de la dictadura. Yo puedo no sentir esa ambivalencia; otra cosa es que la ambivalencia misma no fuera hecho social; lo fue, y ahí está la película para ponerla más en imágenes que en palabras, o tanto en unas como en otras. (Por si a alguien le interesa, en su momento Beatriz Sarlo publicó un artículo en Punto de Vista sobre ese programa especial que emitió Canal 13; se titula “Una alucinación dispersa en agonía” y aparece en el número 21, de agosto de 1984, de la revista que la propia Sarlo dirigía).

c) Hay en la película una escena en la que uno de los pibes que trabajan junto a la fiscalía acude a Madres de Plaza de Mayo en procura de información que robustezca la querella. Ahí, una madre increíble pero para nada ingenuamente parecida a Nora Cortiñas le expresa a su interlocutor el deseo de que el fiscal Strassera no haga esta vez lo que hizo durante la dictadura. “¿Y qué hizo durante la dictadura?”, le pregunta el pibe o la piba con sincera ingenuidad. “Nada, no hizo un carajo”. En una película llena de humor, el “Nada, no hizo un carajo” es lo que en EEUU llaman un one-liner. Uno más de los varios que hay en el film. Pero es un one-liner ante el que el público, que acudió a los cines a ver una hagiografía del fiscal, no ríe. Ríe ante todos los demás (fui testigo en la propia sala), pero no ríe ante ese. No es que le película no ofrezca un “héroe” (lo hace); es que de ese héroe muestra un pasado que no es precisamente “grisura”. Mitre y Llinás, que decidieron no plantearle al público desafíos estéticos, acaso sí decidieron someter a ese mismo público a un desafío mayor y de tipo ideológico.

d) Podría pensarse que la insistencia en un oscuro y mediocre balbinista como Tróccoli es una forma de dejar a salvo a un Alfonsín que difícilmente pensara distinto de su ministro político. Roberto Gargarella, que parece que tuvo algo que ver con el Juicio a las Juntas, ve las cosas al revés y piensa que la sobreexposición de Tróccoli es una forma de restarle pantalla al héroe que, para Gargarella, y bastante naturalmente, es el propio Alfonsín. De más está decir que Gargarella opina que presidente y ministro no pensaban lo mismo. Así, para Gargarella la película sería mezquina con Alfonsín cuando, en cambio, lo más probable es que el film haya sido generoso. En todo caso, la puerta que, poniendo fin a la escena, se cierra tras Strassera cuando este acude a una cita con el presidente es más ominosa que cualquier sentencia equívoca que el director y sus guionistas pudieran haber puesto en boca del mandatario. Lo que la esposa de Strassera, en el propio film, y ciertos críticos, en los medios ubicados a un lado de la grieta, interpretan como una muestra del respeto del presidente por la “división de poderes”, la propia película coquetea con transformarlo en símbolo o cifra de otra cosa.

e) Hay una escena memorable. En ella, Peter Lanzani, en el papel de Moreno Ocampo, le pregunta a Darín/Strassera qué hizo él, que a diferencia suya tenía edad y cargo para hacer algo, durante la dictadura. Ni en mis expectativas más “radicalizadas” (esas que francamente, porque esperaba ver una mera hagiografía de Strassera y una película ideológicamente alfonsinista, la verdad es que no tenía) esperaba encontrarme con un momento investido de semejante carga de verdad. Como en la escena con la madre de Plaza de Mayo, lo que hay allí desborda la crítica más trillada de que lo que hace la película no es otra cosa que honrar la tradición hollywoodense del “hombre gris” transformado en “héroe”. No: ahí Moreno Ocampo le está diciendo a su jefe que en dictadura fue mucho más que un simple “hombre gris”. Es cierto que le película “redime” a Strassera, pero 1) si hay redención es porque antes hubo pecado, y uno de los que acaso no se rediman, no importa que la película esté pensada precisamente para que se piense lo contrario y 2) si la película redime a Strassera es porque acaso la historia política de este país también lo haya hecho, y bastante antes de que Mitre empezara a rodar. Lo que vale para Strassera vale para los abogados que no presentaron un solo hábeas corpus en dictadura pero impulsaron la derogación de la obediencia debida y el punto final cuando, un cuarto de siglo después, llegaron al poder. Así de compleja es la vida.

f) El marco político, cultural y hasta doctrinario del Juicio a las Juntas fue la teoría de los dos demonios, pero podría haber habido teoría de los dos demonios sin Juicio a las Juntas. No había nada (o no había lo suficiente) en la teoría de los dos demonios que reclamara que sí o sí tuviera que haber un Juicio a las Juntas. De hecho, podría no haberlo habido si el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas imponía penas menores a los ex comandantes en lugar de absolverlos y todos, empezando por un presidente que no en vano propuso que en primera instancia los militares se juzgaran a sí mismos, se daban por satisfechos y nadie apelaba esas penas. Una especie de punto final. En su versión original y de los 80, la teoría de los dos demonios juzgó a las juntas. Podría haber habido teoría de los dos demonios sin Juicio a las Juntas, pero, por cruel y hasta injusto que parezca, no habría habido Juicio a las Juntas, en las circunstancias de esa década, sin teoría de los dos demonios. Hoy, que las circunstancias son otras y no pocos de los cultores de la teoría de los dos demonios se avergüenzan de haber adherido alguna vez a ella o le bajan el precio hasta volver inverosímil el predicamento que la doctrina supo tener en el pasado, y esto en parte porque la “posta” fue tomada por personajes que adhieren a los dos demonios persiguiendo objetivos opuestos a los que la doctrina misma supo en el pasado propiciar, es posible desprender el marco doctrinario de su fruto principal. Esto es así hoy, pero era así ya hace más de veinte años, es decir, bastante antes de que el kirchnerismo pusiera la palada final que hizo que dejara de existir institucionalmente lo que para entonces apenas si tenía vida socialmente, no importa que a esa vida social aún le faltaran varios capítulos ni que el propio final no estuviera escrito de modo definitivo y para siempre. Es que, como ha señalado el sociólogo Daniel Feierstein, hay que distinguir los efectos buscados por la teoría de los dos demonios en su versión original de los perseguidos en el revival de los últimos años. Esto no la disculpa en ninguno de los casos, pero ayuda a entender cómo una cosa puede sobrevivir sin la otra, casi como si las raíces se hubieran secado y el árbol lo mismo diera sus frutos. Como sea, la teoría de los dos demonios aparece en la película en un único momento, y ese único momento es en las palabras iniciales del alegato de Strassera. Es cierto que en su alegato, Strassera afirma que la violencia “inicial” fue respondida con una violencia criminal e injustificada; pero esto no recusa que el propio alegato pertenezca al campo semántico de la teoría de los dos demonios, porque ya en la formulación original de la teoría hay un lugar reservado y destacadísimo para la idea de la desproporción entre las dos violencias. Como sea, una película puede permitirse licencias, pero no sobre la letra de un alegato histórico. El alegato fue el que fue. De ahí a decir “La teoría de los dos demonios ya tiene su película” media un abismo, y un abismo que es de miopía.

g) La escena de la conversación telefónica entre Lanzani/Moreno Ocampo y su madre, una mujer amiga de militares que tras escuchar en la radio el testimonio de Adriana Calvo de Laborde le confiesa a su hijo que Videla debe efectivamente ir preso, es probablemente el momento política y hasta cinematográficamente más objetable de la película, pero es también el más “sabatiano”, no importa que lo más seguro es que ni director ni guionistas sean concientes de ello. Aquí, la película escenifica las ambivalencias del alfonsinismo sin simplemente sugerirlas, como en la escena de Strassera y el balcón, sino, directamente y, paradójicamente, sin saber que lo hace (es decir, sin saber qué es lo que realmente escenifica, porque la madre del fiscal está puesta “fuera” del marco de referencia del alfonsinismo), a través de un subrayado. Siguiendo a Guillermo Korn y María Pía López, el itinerario de Sábato (que a él me refiero con lo de “sabatiano”) no es otro que el de una sociedad que eligió mirar para otro lado para luego emprender su propio “descenso a los infiernos”. Es lo que hace en la película la madre del mismo fiscal que algunas escenas antes aseguraba que la clave del juicio era “convencer a la clase media” que históricamente “apoyó todos los golpes”. Por eso el libro de Korn y López se titula Sábato o la moral de los argentinos. No importa que cinematográficamente la escena sea una truchada. Hay un momento cargado de verdad, no importa que la “carga” misma haya sido involuntaria. A esa clase media (como a Sábato, como a Strassera) la redime al alfonsinismo. Es una de sus paradojas: que la base social del partido que ganó las elecciones prometiendo juzgar a los ex comandantes fuera la misma que había sostenido a la dictadura y cuyo concurso ahora se requería para juzgar a quienes la habían encabezado (la otra paradoja es que los mismos militares que habían soñado durante años con un país en que el peronismo pudiera ser derrotado en elecciones libres se encontraran a sí mismos, en 1983, deseando el triunfo de Luder). Como escribió Martín Rodríguez, que tuvo algo que ver en la investigación que antecedió al film, es el alfonsinismo el que “sostiene” la reflexión de Moreno Ocampo sobre la clase media, pero a Rodríguez le falta decir, en cambio, que si el alfonsinismo fue empresa exitosa a la hora del “convencimiento”, lo fue al precio de disculpar el pasado de los “convencidos”, y esto porque ese pasado era también el propio. La reflexión de Lanzani/Moreno Ocampo tiene dos partes; el alfonsinismo sólo está detrás de la primera, porque el dedo en la llaga de la aquiescencia social con la dictadura el alfonsinismo nunca lo puso. Así, la base social de la dictadura se transformó en la base social del Juicio a las Juntas. En la película, la madre del fiscal funge de “ilustración” de todo lo que Moreno Ocampo piensa sobre la clase media. El problema no es tanto la “conversión” como la presunción de que no hay nada que unifique (pero que unifique no en favor, como hace Martín Rodríguez, que le concede al alfonsinismo el galardón de una interpelación que el alfonsinismo no produce —no importa que lo mismo produzca la conversión, porque es una conversión que paradójicamente no tiene un pasado desde el que convertirse: en ese sentido el alfonsinismo es pura aporía—, del alfonsinismo mismo sino en su propia contra), por fuera del Deus ex machina alfonsinista, un momento con el otro; como si todos tuvieran un pasado pero no lo tuviera el propio alfonsinismo y como si a un momento y al otro no hubiera lógica alguna que los reuniera. (Digresión: hasta el macrismo produjo, bajo el influjo kirchnerista, y como lo había hecho el alfonsinismo treinta años antes, un corrimiento de los “propios” a la “izquierda”: es el desplazamiento de los que finalmente aceptaron el Juicio a las Juntas —algo así como un “Así se juzga: para los dos lados, no como hizo a partir de 2003 el kirchnerismo”— porque comprendieron que el Juicio a las Juntas podía venir, finalmente, en combo con los dos demonios, cuando en 1985, mientras el propio Juicio a las Juntas transcurría, querían una cosa sin la otra y llamaban a los colegios diciendo que habían puesto una bomba, y esto porque estaban por entonces más al tanto que muchos hoy de que, en cierto sentido, el combo también podía deshacerse). Tratándose de un director y dos guionistas que difícilmente piensen de Sábato (aunque tal vez sí de la clase media: ahí hay algo que no termina de “linkear”) lo que piensan López y Korn, no cabe sino atribuir ese momento de verdad, además de a la voluntad de producir un golpe de efecto, a la pura intuición.

h) Si "Argentina, 1985" no llega a ser una apología completa y lineal de Strassera (si Strassera termina de cuadrar como “héroe”, lo hace al precio de que al público se le recuerde en dos oportunidades —una sin el protagonismo del fiscal pero la otra con su concurso y con un dramatismo que al propio Strassera lo deja sin palabras—, cual es su pasado), difícilmente sea entonces una apología del Juicio a las Juntas. Ahí está Darín, en su departamento, puteando apenas se entera de que algunas penas serán irrisorias y de que la sentencia tampoco ahorrará absoluciones.

i) El testimonio más destacado de la película es el de Adriana Calvo de Laborde. También está el de Pablo Díaz, que tiene el problema, por lo que dice, de ser menos una reivindicación de los pibes de "La noche de los lápices" que un guiño a la película de Héctor Olivera, ese episodio del “show del horror”. Si hubiera dependido de mí, habría incluido el testimonio de Jorge Rádice, el marino de la ESMA que interrogado por el tribunal o la fiscalía declaró fría y cínicamente que él disparaba contra “blancos móviles”. Claudia Feld dice que no habría estado mal una Hebe de Bonafini que se negara a sacarse el pañuelo y dijera, como aparentemente dijo, que si los militares podían estar con sus uniformes, ella podía estar con lo que ya para esa época era un símbolo de las Madres. También se podría haber representado el alegato de Massera en el que el ex jefe de la Armada advierte a quienes lo juzgan que de no haber sido por el propio Proceso, ellos mismos habrían sido reemplazados por “turbulentos tribunales populares”. Escribí alguna vez sobre ese alegato. No es el momento más conmovedor del juicio, pero probablemente sí sea el ideológicamente más dramático. La película mete varios dedos en la llaga, pero tampoco mete todos los que habría podido.

j) ¿Qué hacemos, como izquierda, con el Juicio a las Juntas? Aporto un dato: son incontables las veces que aparece en Prensa Obrera, entre octubre de 1989 y diciembre de 1990, es decir, entre la primera tanda de indultos y la que finalmente benefició a los condenados en 1985, la expresión “plan criminal”. “Plan criminal” es nada menos que la idea, fuerza que utilizó el propio tribunal; el mismo que le dio cuatro años a Agosti y absolvió a Galtieri. En 1996, cuando se cumplieron veinte años del golpe, me tocó representar al PO en las reuniones de la comisión que tenía a su cargo la organización de la marcha y que se reunía en el local de la CTA. No habían pasado once años del Juicio a las Juntas. Fui testigo de los debates acerca de la confección del documento de consenso que se leería al finalizar la movilización. Tenía veintiún años, debo haber dicho dos o tres boludeces, pero estuve atento a las discusiones entre no pocas “celebrities” de los derechos humanos. Entonces, como hoy, el Juicio a las Juntas era un acontecimiento con el que literalmente no se sabía qué demonios hacer. Si no lo sabíamos los militantes, mal podría reclamársele a una película que laude (no importa que lo mismo lo haga) donde en parte aún no han laudado la historia y la política.

k) Me parece que no se trata de proclamar a voz en cuello, como lo haría el trotskista que yo mismo continúo siendo, que la vuelta al “consenso mínimo” de la democracia, en tiempos de negacionismo, no conduce sino a la “derrota”, casi como si fuésemos Trotsky escribiendo sobre la guerra civil española, sino de poder apreciar que ese consenso mínimo incluye a más gente de la que debería incluir y que engloba, sin ir más lejos, a personas a las que paradójicamente ese mismo consenso mínimo tiene la función de excluir. Hoy, hasta Milei y Victoria Villarruel admiten que la dictadura fue un gobierno ilegal que violó la Constitución. Según cómo venga la mano, cualquiera de los dos puede llegar a aceptar, llegado el caso, que la propia represión fue ilegal, no importa que ellos mismos la consideren a su turno “necesaria” o “inevitable” (ni que consideren necesaria e inevitable esa misma ilegalidad) ni que por momentos propongan una amnistía para los condenados por esos delitos; es que, naturalmente, y como todos, ambos habrían preferido, como lo prefiere el propio consenso mínimo, una represión ajustada a la ley. Es la utopía del consenso mínimo, porque el tipo de represión tuvo más que ver con los sujetos sociales sobre los que se abatió que con las leyes que esa misma represión pudiera invocar. Esta es la utopía: si la represión era “necesaria” pero debía ajustarse a la ley, entonces el país no habría tenido la represión que “necesitaba”. Por miserable que nos parezca que se reclame una represión ajustada a la ley, en las circunstancias de los 70, esa represión estaba por fuera de la historia. La situación no es nueva: ya en los 80 había una fuerza perfectamente adaptada a la democracia que reivindicaba en todo o en parte a la dictadura. Era la UCD. ¿Es el Juicio a las Juntas la escenificación política de ese consenso mínimo y a fin de cuentas utópico, pero cuyo fondo es miserable? Es probable. Está en la sentencia, ¿pero qué otra cosa podría juzgar un tribunal que no sea el apego a la ley? El Juicio a las Juntas condenó un tipo de represión, pero en todo caso condenó el tipo de represión “históricamente existente” y el único que, dadas las circunstancias, podía existir. Por eso la pregunta: ¿qué hacemos con el Juicio a las Juntas que demolió punto por punto las razones y los motivos de los dictadores?

l) Muchos se preguntaron tras ver la película dónde quedaba la militancia de los 70, esa que la propia película no muestra. Si los militantes de los 70 aparecen, lo hacen sólo en su condición de víctimas, y hasta hay casos en los que salen a escena apenas para plantearle problemas a la propia fiscalía (ver cómo la película representa el testimonio de Víctor Basterra —el día del testimonio de Basterra es el día en que nada menos que Borges se hizo presente en la sala para escuchar la audiencia). Ese fue el pacto alfonsinista: justicia a cambio de borramiento político, no importa que los dos demonios repusieran a cada paso (ni tampoco que lo hubieran hecho desde antes del propio borramiento) lo que antes había sido borrado (y esta es otra paradoja del alfonsinismo y una de las razones por las que el vínculo entre la teoría de los dos demonios y el Juicio a las Juntas es bastante más complejo de lo que parece). Fue un chantaje, pero uno al cabo del cual hubo algo de justicia, no importa que lo mismo debería haberla habido sin él. En esta cuestión, la película sencillamente “sigue” al alfonsinismo, pero la película es sobre el Juicio a las Juntas, no sobre la década anterior, y en el Juicio a las Juntas no se ventiló, bastante razonablemente, la militancia de cada quien. Si la película sigue en la “permuta” al alfonsinismo, lo hace de buena fe, porque lo más probable es que también la película sea víctima. En todo caso, reivindicar la condición de víctimas de quienes fueron efectivamente víctimas de la dictadura es algo necesario, no importa que con ello no baste.

ll) ¿Es acaso demasiado voluntarista pensar que tal vez la militancia de los 70 aparezca reivindicada en ese pibe, “Maco” Somigliana, el “remoto compañerito de la UES”, que ante su propio padre y en el momento en que es evaluada nada menos que la posibilidad de que él mismo integre el equipo de la fiscalía invoca motivos (y motivos militantes) que muchos de quienes habían tenido su misma edad diez años antes habrían podido tranquilamente hacer propios, no importa que lo hubieran hecho para emprender otro tipo de combates? Tal vez sí, tal vez no. En todo caso, elijo ilustrar el post no con la foto del afiche oficial de la película sino con una donde aparecen todos esos pibes. Lo de ellos también fue militancia.

m) Lo de la reunión de los jueces en Banchero y la servilleta en la que se anotan las probables penas no es, como leí por ahí, “una maravilla de Llinás”; es parte de la propia mitología del Juicio a las Juntas, relatada por cada uno de los jueces del tribunal cada vez que se les presentó la oportunidad de hacerlo. El mérito de Llinás y Mitre es el de haberse documentado bien y, tal vez también, el de observar la escena a través de los ojos de un niño.

n) "Argentina, 1985" es una película hiper recontra mainstream, pero como película hiper recontra mainstream es redondita —redondita, y no cualquiera hace una película redondita— redondita. Es como si Mitre y Llinás hubiesen dicho: “¿quieren una película que pueda ganar un Oscar? Bueno, aquí tienen una”.

ñ) Lloré durante gran parte de la película, que fui a ver el jueves del estreno. Pero hubo algo que me predispuso a ello: fue el pibe de veintipico de años, con el bigotito que tienen los pibes de veintipico de años, delante de los mismos funcionarios que habían evaluado a “Maco”, cantando “Lunes por la madrugada”, que es lo que cantaba yo cuando tenía diez años menos que el pibe de la película en las clases de música de mi primer año de un secundario que empecé apenas tres años después del Juicio a las Juntas. Cuando el pibe empieza a cantar me puse a llorar y me dieron ganas de entrar en la película para darle un abrazo y, por qué no, también para comérmelo a besos. A partir de ahí, lloré cada vez que la película me indujo a ello. Pero la primera vez que lloré fue con “Lunes por la madrugada” y el pibe del bigotito. No es una escena pensada, como otras a las que en cambio se les ven todos los hilos, para que el público llore. Las lágrimas me las arrancaron entre el pibe y mi autobiografía. Reivindico para mí lo que no deja de ser una forma de originalidad.


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