Dom Ago 17, 2008 5:39 pm
[...] La revolución industrial y la expansión colonial habían generado profundas desigualdades, tanto entre los ciudadanos como entre las naciones. Para explicar (justificar) esta situación eran muy bien acogidas por las clases dominantes las “teorías científicas” que apoyasen la idea de que la naturaleza de las desigualdades reside en nosotros mismos y no es una consecuencia de la estructura de las relaciones sociales. Es decir, que las diferencias existentes en riqueza y posición social serían la manifestación directa de las desigualdades naturales en inteligencia y capacidad entre los seres humanos. Nótese que todas las “teorías” que tratan de justificar las desigualdades (y por tanto las superioridades) humanas están elaboradas por los que se creen superiores [...]
Quizás al lector le tranquilice el pensar que la lejanía del siglo XIX le protege de estas ideas repugnantes. Pero la realidad es que nos encontramos en un momento de rebrote y expansión de ideas “científicas” de este tipo que, aunque más o menos enmascaradas con distintas justificaciones, tienen el mismo origen, la misma falta de rigor científico y, lo que es peor, posiblemente, las mismas intenciones.
Cuando, en los medios de comunicación, un prestigioso científico norteamericano afirma solemnemente que se ha encontrado “el gen” que determina que la madre sea cuidadosa con sus hijos, y que ese “gen” se hereda por vía paterna, cualquier persona, no ya con grandes conocimientos científicos, sino sencillamente razonable y consciente de la influencia de los factores sociales, culturales e incluso de la situación personal sobre las relaciones familiares, probablemente sonreirá pensando que es una estupidez. Pero resulta extraño que, continuamente, aparezcan en los medios de comunicación estupideces del mismo tipo comentadas seriamente por “expertos” y avaladas por su publicación en importantes revistas científicas, Así, nos encontramos, cada cierto tiempo, con el descubrimiento de “los genes” de la homosexualidad, de la pertenencia a tribus urbanas, de la ludopatía, del alcoholismo... La frase “lo lleva en los genes” ha pasado a formar parte de nuestro vocabulario coloquial y, lo que es más dañino, periodístico [...]
Cuando se habla de la herencia de comportamientos complejos que tienen muy distintos orígenes (en algunos casos muy evidentes, como son el ambiente y la tradición familiar en que se desarrolla el individuo) se está produciendo en la población una gran confusión sobre la justificación biológica de determinados comportamientos que tienen muy diferentes (y en ocasiones dramáticas) justificaciones. Y, sobre todo, se pretende eximir a la sociedad de responsabilidades, lo cual, puede provocar en algunos una inquietante evocación de la “pseudociencia” del pasado.
Pero, cuando se oye hablar de la herencia biológica de características como el estatus ocupacional, o la diferente capacidad genética de distintos pueblos o “razas” para el progreso, (“conclusiones científicas” que aparecen actualmente en textos académicos de gran prestigio), nos encontramos con que los siniestros fantasmas del siglo XIX no están tan lejos [...]
Cuando en la primera mitad del siglo XIX comenzaron a expandirse las ideas que justificaban las desigualdades sociales en base a las diferencias biológicas entre los individuos, teorías que han recibido el nombre de “determinismo biológico”, surgieron voces contrapuestas que afirmaban que el ambiente y las condiciones sociales en que los individuos se desarrollaban eran responsables de gran parte de esas diferencias; eran los llamados “ambientalistas”. Enseguida se hicieron patentes los componentes ideológicos de estas distintas interpretaciones: los ambientalistas eran de ideología progresista, es decir, partidarios de la construcción de una sociedad que no favoreciese la aparición de las grandes desigualdades sociales existentes y, en una época en la que las diferencias ideológicas parecían bastante claras, los deterministas, es decir, los partidarios de la idea de que el orden social es una manifestación de la naturaleza intrínseca del hombre y, por tanto, inmutable, se autodenominaban, sin ningún pudor, conservadores [...]
En el bando “ambientalista” no figuraban, por aquella época, científicos tan prestigiosos y, por supuesto, ninguno consiguió alcanzar gran relevancia social. Pero, lo que pareció el golpe de gracia para éstos se produjo con la aparición en 1859 de la obra de Darwin "El origen de las especies mediante Selección Natural" y con el llamado "redescubrimiento" de las leyes de Mendel en 1900. Los deterministas encontraron argumentos rigurosamente científicos para apoyar sus tesis. Entonces pasaron de la justificación de la situación a los hechos [...]
El concepto de Evolución en el sentido que le damos actualmente, de transformación de unos tipos de organización viva en otros, es del Naturalista francés J. Baptiste Lamarck en 1800, de modo que, a principios del siglo XIX, los partidarios de la Evolución eran llamados Lamarckianos [...]
Los descubrimientos de Mendel no pasaron, en absoluto, desapercibidos en el ámbito científico. Simplemente fueron rechazados porque no eran reproducibles en su totalidad y porque no explicaban procesos más complejos que ya eran conocidos. Pero también porque los científicos dedujeron, acertadamente, que Mendel había falsificado sus resultados [...]
La realidad es que, como se descubrió más tarde, los guisantes tienen siete cromosomas y, por casualidad, Mendel encontró dos variaciones (amarillo-verde y liso-rugoso) que estaban situadas, en el quinto cromosoma el color, y en el séptimo la forma de la semilla. El resto de caracteres estaban distribuidos, tres en el cromosoma cuatro y dos en el cromosoma uno, por lo que difícilmente se habrían transmitido de forma totalmente independiente. La conclusión fue que había elaborado sus “leyes”, no con sus experimentos, sino calculando numéricamente cómo sería la transmisión si todos los caracteres se transmitieran como el color y la forma de la semilla [...]
El Mendelismo comparte con el Darwinismo la característica de convertir en ley general unos sucesos restringidos y ocasionales. De hecho, en las explicaciones que se encuentran en los libros científicos sobre ambas teorías, las dos tienen en común un número de excepciones y variaciones que supera, con mucho, los datos que las confirman [...]
En 1907 fue aprobada en Indiana [Estados Unidos] la primera ley eugenésica, cuyo preámbulo decía: “considerando que la herencia tiene una función de la mayor importancia en la transmisión de la delincuencia, la idiotez y la imbecilidad...” Cuatro años más tarde, la asamblea legislativa de Nueva Jersey añadió a la lista “debilidad mental, epilepsia y otros defectos” y dos años más tarde el parlamento de Iowa a “los lunáticos, borrachos, drogadictos, perversos sexuales y morales, enfermos morbosos y personas degeneradas”. En 1930 las leyes eugenésicas se habían establecido en treinta y un estados norteamericanos con las dramáticas consecuencias de la esterilización, según cifras oficiales, de más de sesenta mil personas. Uno de los más tempranos frutos de estas leyes, fueron los terribles sucesos de la Alemania nazi, ya que la idea de superioridad de unos hombres sobre otros y el concepto hereditario de la naturaleza humana son fundamentales para las ideologías fascistas. Con la promulgación de la “Ley de Sanidad Genética”, el 13 de julio de 1933, en Alemania, se esterilizó a más de doscientas cincuenta mil personas durante su período de vigencia [...]
En 1972, se descubrió que un mínimo de dieciséis mil mujeres y ocho mil hombres habían sido esterilizados por el Gobierno de Estados Unidos. De ellos, trescientos sesenta y cinco eran menores de veintiún años y un elevado porcentaje eran negros. En 1974 catorce estados tenían en estudio propuestas legislativas que exigían la esterilización de las mujeres dependientes de la seguridad social. En esas fechas, el fiscal general de Estados Unidos, William Saxbe, declaró que “los genes determinantes del comunismo tienden a manifestarse con mayor frecuencia en familias judías”.
Los ejemplos de utilización aberrante de “conceptos científicos” derivados de las simplificaciones Darwinista y Mendeliana han sido variados, pero todos tienen en común el resultado de la opresión de los poderosos (y entre éstos de los más fanáticos y brutales), sobre los débiles y marginados, y que causaron mucho sufrimiento e injusticias [...]
L.M. Terman, fundador del “movimiento americano de valoración psicológica”, encontró que un IQ [coeficiente intelectual] entre 70 y 80 era “muy común en familias hispanoamericanas, indias y mejicanas... y también en las negras. Parece que la causa de su estupidez es racial o, al menos, atribuible a condiciones innatas de sus familias... y, desde el punto de vista eugenésico, el hecho constituye un grave problema debido a la elevada proliferación de estas gentes” [...]
En 1972 William Shockley, de la Universidad de Stanford, y premio Nobel de Física, que fue el que redactó la proposición de ley pidiendo la esterilización de aquellas personas cuya calificación de IQ [coeficiente intelectual] fuera inferior a 100; y propuso comenzar este programa con personas dependientes de la seguridad social, a cambio de una compensación económica. Uno de los más llamativos (y alarmantes) aspectos de este siniestro fenómeno, es la colaboración de ciertos científicos para la justificación “racional” de unas persecuciones de las que, naturalmente, ellos se sentían a salvo. Por ejemplo, otro premio Nobel (en este caso por sus estudios en comportamiento animal), Konrad Lorenz [...] hacía un canto al Darwinismo desde la Alemania nazi en 1940, cuando ya estaban en marcha las prácticas genocidas: “En el proceso de civilización, hemos perdido ciertos mecanismos innatos de liberación que normalmente persisten con objeto de mantener la pureza de la raza: alguna institución humana debe seleccionar la fortaleza, el heroísmo, la utilidad social [...] si es que el sino de la Humanidad, carente de factores selectivos naturales, no va a ser la destrucción por la degeneración que el proceso de domesticación lleva consigo. La idea de raza como base del estado ya ha obtenido buenos resultados en este respecto”.
Los datos históricos sobre la implicación y la responsabilidad directa de científicos en actos criminales no son escasos [...]
En el creciente auge del determinismo, que se puede constatar en la continua publicación del descubrimiento de genes responsables de comportamientos “anormales” o “antisociales” están implicados multitud de especialistas adiestrados, desde temprana edad, en las obsoletas creencias científicas que hemos comentado, y convencidos de que las enormes sumas que se invierten en sus investigaciones (tras las cuales siempre hay, más enormes aún, intereses comerciales) están encaminadas hacia el bien de la Humanidad (lo cual les resultaría poco creíble si tuvieran conciencia de cuanto sufrimiento, cuanta hambre y cuantas muertes se podrían evitar en el Mundo con esas cantidades de dinero). Pero más descorazonador les resultaría el comprender que sus resultados, muy probablemente, sean tan falsos o, al menos, tan deformados como las bases científicas sobre las que se apoyan: los recientes descubrimientos sobre la variabilidad y complejidad de la expresión genética y de la cantidad de factores implicados, ha hecho escribir a alguien (disculpen mi mala memoria, pero era alguien que sin duda sabía de lo que hablaba) que “pretender comprender al hombre conociendo su genoma, es tan estúpido como intentar aprender un idioma memorizando su diccionario”. Las complicadas interacciones entre distintos grupos de genes, entre éstos y la multitud de proteínas reguladoras y la influencia sobre todo ello de factores ambientales, sigue siendo, en su mayor parte, un misterio para la Ciencia.
Por tanto, una de las explicaciones posibles del auge de los “descubrimientos” deterministas, teniendo en cuenta su escaso rigor científico, y una vez descartada la responsabilidad de los ingenuos especialistas adiestrados, puede ser la existencia tras ellos de “oscuros intereses” [...]
En efecto, en 1975 se publicó el libro “Sociobiología: la Nueva Síntesis” del Catedrático de Zoología de Harvard E.O. Wilson. El sustrato social previo y su repercusión fueron la más perfecta extrapolación posible de la época y del contexto que rodeó la publicación de la obra de Darwin. El despliegue de prensa y medios audiovisuales que acompañó a su publicación fue impresionante: se le concedieron entrevistas en distintos medios, entre los que figuraban las revistas “People”, “The New York Times Sunday Magazine”, e incluso en “House and Garden”. Por supuesto, la repercusión de esta obra en muy variados ámbitos académicos y lo que es peor, en muchos textos escolares, está actualmente en un momento de esplendor. El motivo de ese éxito fue, que mediante argumentos directamente derivados de los estudios de Konrad Lorenz y una impecable y tendenciosa interpretación darwinista del comportamiento animal, llegaba a la conclusión fundamental de que el comportamiento social humano es sólo un ejemplo especial de categorías más generales de comportamiento y organización social del reino animal. En consecuencia, tanto los comportamientos individuales como los de grupo (léase pueblos o “razas”) han evolucionado como resultado de la adaptación dirigida por la Selección Natural. De lo cual se deduce que los que no triunfan es por ser menos aptos [...]
El zoólogo británico Richard Dawkins, que, en otro curioso paralelismo con la aportación de la genética mendeliana a la teoría general, publicó por primera vez con enorme éxito en 1976 un libro (reeditado y ampliado con posterioridad) con el título “El gen egoísta” según el cual, la unidad de evolución es “el gen” (posteriormente ampliado a “o fragmento de ADN”), cuyo objetivo es “alcanzar la supremacía sobre los otros genes”. Los organismos, seríamos utilizados por los genes como “máquinas de supervivencia”, y las relaciones entre los seres vivos se producirían guiadas por este principio: “Toda máquina de supervivencia es, para otra máquina de supervivencia, un obstáculo que vencer o una fuente que explotar” [...]
En 1993 Paul Billings, genetista de la Universidad de Stanford, escribía: “Conocemos las causas de la violencia en nuestra sociedad: la pobreza, la discriminación, el fracaso del sistema educativo. No son los genes los que provocan esta violencia, sino el sistema social”.
La falacia de “los genes” del comportamiento humano
Máximo Sandín
Facultad de Biología, Universidad Autónoma de Madrid