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PIKETTY, Thomas

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PIKETTY, Thomas

Nota Jue May 20, 2021 4:30 am
Thomas Piketty

Portada
(wikipedia | twitter | dialnet)


Introducción

En Wikipedia se escribió:Economista francés especializado en desigualdad económica y distribución de la renta. Es jefe de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y profesor en la École d’Économie de París. Ha publicado diversos libros, entre los que destaca El capital en el siglo XXI, que se nutre de datos económicos que se remontan 250 años para demostrar que se produce una concentración constante del aumento de la riqueza que no se autocorrige y que aumenta la desigualdad económica, problema que requiere para su solución una redistribución de la riqueza a través de un impuesto mundial sobre la misma.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo





Recursos de apoyo



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Re: PIKETTY, Thomas

Nota Jue May 20, 2021 4:31 am
Jorge Otero, en "Piketty y la revolución económica del siglo XXI", en Público, el 21 de diciembre de 2014, escribió:El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica), escrito por el economista francés Thomas Piketty, es un libro revolucionario.

Así, en frío, esta afirmación puede resultar exagerada para un tocho de teoría económica de 663 páginas. Sin embargo, no son pocos los economistas que consideran que Piketty, un profesor de economía de l’École d’Économie de París, ha escrito el libro más influyente en materia económica desde que Karl Marx publicara hace casi 150 años El capital. Y hay incluso quien dice esta es la obra europea que más ha influido en el siempre hermético mundo académico estadounidense desde que Alexis de Tocqueville publicara La democracia en América, también el siglo XIX.

¿Qué aporta este libro? ¿Por qué todo el mundo habla maravillas de esta obra? Quizá su principal virtud es que sitúa en el centro del debate económico el origen y la estructura de la desigualdad y de la redistribución de la riqueza, asuntos que en los últimos años han sido menospreciados por los economistas. Piketty demuestra que la desigualdad económica ha sido inherente al desarrollo del capitalismo en los dos últimos siglos. De hecho, la gran tesis de este libro arremete contra la línea de flotación de un supuesto básico de la economía neoclásica: que el capitalismo tiende a igualar las rentas de capital y el crecimiento económico.

Piketty afirma que la desigualdad siempre ha sido la norma y sólo en un breve período —la segunda mitad del siglo XX con el desarrollo del Estado de bienestar— la excepción en el desarrollo del capitalismo. Además, el economista francés denuncia que en este inicio del siglo XXI estamos asistiendo al resurgimiento del llamado capitalismo patrimonial, caracterizado por la acumulación de los ingresos y de la riqueza en unas pocas manos, después de unos años, entre 1950 y 1980, en los que la desigualdad entre ricos y pobres, entre capital y salarios, se había logrado reducir.

Para sustentar su tesis Piketty hace una exhaustiva radiografía de la evolución de la distribución de la riqueza y de las rentas desde la Revolución Francesa. El autor francés se apoya en una amplia serie histórica y en datos estadísticos que abarcan dos siglos. El carácter inédito y exhaustivo de su estudio constituye el gran valor académico de esta obra: nadie lo había hecho antes con tanta profusión de datos.

La principal virtud de este libro es que sitúa en el centro del debate económico el origen y la estructura de la desigualdad, asunto que en los últimos años han sido menospreciado por los economistas

En su análisis de la distribución del ingreso y la riqueza en el mundo en los países desarrollados, Piketty llega a la conclusión de que el rendimiento del capital siempre ha sido superior a la tasa de crecimiento. Mientras el primero ha crecido de forma estable en torno al 5% desde el siglo XIX, la segunda apenas lo ha hecho entre el 1% y el 1,5%. Es lo que llama "la gran contradicción central del capitalismo". Sólo ha habido una excepción, como se ha señalado antes: las tres décadas posteriores a la II Guerra Mundial, cuando la economía mundial creció el 3,5% y los países desarrollados apostaron por introducir políticas fiscales mucho más progresivas.

Ese breve paréntesis, tristemente propiciado por dos Guerras Mundiales, permite al autor de El capital en el siglo XXI formular su teoría de que la desigualdad ha evolucionado en forma de U. La desigualdad alcanzó su punto más bajo a finales de los años 70 del siglo XX, pero la revolución conservadora y neoliberal que alumbraron los años 80, junto a la claudicación de la socialdemocracia, trajo consigo una gran acumulación de los patrimonios privados frente al menor ritmo de crecimiento de la producción y de los salarios.

Así, la redistribución de la riqueza se resintió: si hace 40 años los patrimonios eran dos o tres veces superiores al PIB mundial, ahora ya lo son seis o siete veces. La desigualdad ha crecido en los países ricos: Piketty apunta que la concentración de los ingresos ha superado a la que se dio entre 1910 y 1920, su punto álgido.

La importancia de la obra de Piketty reside también en el hecho de que este profesor francés es capaz de desmontar, a golpe de estadística y de argumentos —alguna vez incluso recurre a referencias literarias—, algunas teorías económicas consideradas hasta ahora inamovibles. Es en ese sentido por el cual el libro es revolucionario, como se apuntó en la primera línea de este texto.

La primera teoría que derrumba Piketty es la visión optimista de Simon Kuznets, según la cual la desigualdad en el ingreso tiende a disminuir en las fases más avanzadas del capitalismo. Esa teoría, formulada en 1955, fue, en palabras de Piketty "un cuento de hadas (…) para un mundo encantado del periodo conocido como Los Treinta Gloriosos: para Kuznets basta con ser paciente y esperar un poco para que el desarrollo beneficie a todos".

Kuznets basó su predicción en una serie temporal de datos relativamente corta, entre 1920 y 1950, algo que Piketty deja a la altura del betún con su exhaustivo análisis a lo largo de más de 200 años.

Otro mito que aborda Piketty es la obra de Karl Marx: ve pertinente el principio marxista de la acumulación infinita del capital, pero a diferencia del pensador alemán no pone en cuestión el sistema: Piketty simplemente cree que debería generar un reparto más justo e igualitario de la riqueza.

Piketty no pone en cuestión el capitalismo, simplemente cree que debería generar un reparto más justo de la riqueza

Marx pensaba que las grandes diferencias entre la acumulación casi ilimitada de capital frente al escaso crecimiento harían que el sistema capitalista colapsara dando paso a una sociedad sin propiedad privada. Piketty no ignora los riesgos que entraña la acumulación de capital y el fuerte crecimiento de los patrimonios, inmobiliarios, industriales, bursátiles y financieros. Por eso, en la última parte del libro hace propuestas concretas para limitar ese crecimiento desaforado y, por añadidura, poner freno al aumento de la desigualdad.

Es en esta última parte, la de las propuestas, donde el libro coge vuelo. Muchos economistas coinciden con Piketty en el diagnóstico pero no en las soluciones. De ahí la gran polvareda que ha levantado esta obra y todo el debate académico que ha generado. Piketty cree que un impuesto mundial y progresivo sobre el capital como la mejor forma de evitar "la espiral desigualitaria sin fin", además "de generar transparencia democrática y financiera sobre las grandes fortunas (…) y permitir que prevalezca el interés general sobre los intereses privados".

Piketty propone una tasa de entre el 0,1% y el 0,5% para fortunas de menos de un millón de euros, de entre el 2% y el 5% para aquellos de entre 5 y 10 millones y de un 10% para fortunas de más de 10 millones de euros. Esa tasa global al capital debería verse acompañada, en opinión de Piketty, por una mayor coordinación fiscal entre los Estados y de una mayor integración política. Las propuestas de Piketty también se adentran en el terreno político: sostiene el profesor francés que "para retomar el control del capitalismo no hay más opción que apostar por la democracia".

La implantación de una tasa global al capital ha puesto los pelos de punta a los neoliberales. El propio Piketty reconoce en el libro que su idea es "utópica": sabe que tiene fuerzas muy poderosas en su contra. Sin embargo, su gran mérito es que pese a los obstáculos ha sido capaz de atraer la atención del mundo económico y político con un análisis completo, honesto y bien documentado sobre la estructura y la esencia del capitalismo. Su vocación de democratizar el debate económico es casi tan fuerte como las fuerzas que lo cuestionan. Ese es el gran mérito de esta vasta obra que ha puesto a muchos frente al espejo.

Re: PIKETTY, Thomas

Nota Jue May 20, 2021 11:23 am
Nikolaos Gavalakis (IPS), en entrevista con Thomas Piketty, con el titular en “La desigualdad de la propiedad crea una enorme desigualdad de oportunidades en la vida”, en CTXT, el 15 de mayo de 2020, escribió:Thomas Piketty (Clichy, Francia, 1971) propone un pago estatal para todos los ciudadanos, la modificación de la estructura de la riqueza para cambiar el poder de negociación de los actores, discute las consecuencias políticas de la desigualdad. En esta entrevista, el economista expone los puntos más salientes de un posible programa de izquierdas para salir del actual atolladero histórico.


Pregunta: Uno de los principales argumentos de su libro Capital e ideología es que “la desigualdad es una ideología”. La desigualdad no es un proceso natural, sino que se funda en decisiones políticas. ¿Cómo llegó a esa conclusión?

Respuesta: En mi libro, el término “ideología” no tiene una connotación negativa. Todas las sociedades necesitan la ideología para justificar su nivel de desigualdad o una determinada visión de lo que es bueno para ellas. No existe ninguna sociedad en la historia donde los ricos digan “somos ricos, ustedes son pobres, fin del asunto”. No funcionaría. La sociedad se derrumbaría inmediatamente.

Los grupos dominantes siempre necesitan inventar narrativas más sofisticadas que dicen “somos más ricos que ustedes, pero en realidad eso es bueno para la organización de la sociedad en su conjunto, porque les traemos orden y estabilidad”, “les brindamos una guía espiritual”, en el caso del clero o del Antiguo Régimen, o “aportamos más innovación, productividad y crecimiento”. Por supuesto, estos argumentos no siempre resultan del todo convincentes. A veces son claramente interesados. Guardan algo de hipocresía, pero al menos este tipo de discurso tiene algo de verosimilitud. Si fueran completamente falsos, no funcionarían.

En el libro, investigo la historia de lo que llamo regímenes de desigualdad, que son sistemas de justificación de distintos niveles de desigualdad. Lo que demuestro es que en realidad hay un aprendizaje de la justicia. Hay una cierta reducción de la desigualdad a largo plazo. Hemos aprendido a organizar la igualdad a través del acceso más igualitario a la educación y de un sistema impositivo más progresivo, por dar algunos ejemplos.

Pero este progreso y el conflicto ideológico continuarán. En la práctica, el cambio histórico proviene de las ideas e ideologías en pugna y no solo del conflicto de clases. Existe esta vieja concepción marxista de que la posición de clase determina por completo nuestra visión del mundo, nuestra ideología y el sistema económico que deseamos, aunque en verdad es mucho más complejo que eso, porque para una posición de clase dada existen distintas formas de organizar el sistema de las relaciones de propiedad, el sistema educativo y el régimen impositivo. Existe cierta autonomía en la evolución de la ideología y de las ideas.


Pregunta: Aun así, en las democracias el pueblo decide colectivamente a través del voto vivir en ese tipo de sociedades desiguales. ¿Por qué?

Respuesta: En primer lugar, es difícil determinar el nivel exacto de igualdad o desigualdad. La desigualdad no siempre es mala. La gente puede tener objetivos muy diferentes en su vida. Algunos valoran mucho el éxito material, mientras que otros tienen otro tipo de metas. Alcanzar el nivel adecuado de igualdad no es algo sencillo.

Cuando digo que los factores determinantes de la desigualdad son ideológicos y políticos no quiero decir que deban desaparecer y que mañana tengamos una igualdad completa. Me parece que encontrar el equilibrio adecuado entre las instituciones es una tarea muy complicada para las sociedades pese a que, insisto, en el largo plazo la desigualdad se ha reducido un poco. Creo que deberíamos tener un acceso más igualitario a la propiedad y a la educación y que deberíamos continuar en esa dirección.

Hemos aprendido que la historia es un proceso no lineal. Con el tiempo avanzamos hacia una mayor igualdad y esto es lo que también ha creado una mayor prosperidad económica en el siglo XX. Sin embargo, también ha habido reveses. Por ejemplo, el colapso del comunismo produjo una desilusión sobre la posibilidad de establecer un sistema económico alternativo al capitalismo, y esto explica en gran medida el aumento de la desigualdad desde finales de la década de 1980.

Pero hoy día, 30 años más tarde, comenzamos a darnos cuenta de que tal vez hemos ido demasiado lejos en aquella dirección. Entonces, comenzamos a repensar cómo cambiar el sistema económico. El nuevo desafío introducido por el cambio climático y la crisis medioambiental también ha puesto el foco en la necesidad de cambiar el sistema económico. Se trata de un complejo proceso en el que las sociedades intentan aprender de sus experiencias.

A veces se olvidan del pasado lejano, reaccionan de manera exagerada y avanzan demasiado lejos en una dirección. Pero me parece que si ponemos la experiencia histórica sobre la mesa –y ese es el objetivo del libro– podemos entender mejor las lecciones y experiencias positivas del pasado.


Pregunta: Usted dice que la desigualdad deriva en nacionalismos y populismos. En Alemania y en otros países, los partidos de derecha están en alza. ¿Por qué la derecha suele tener más éxito que la izquierda?

Respuesta: La izquierda no se ha esforzado por proponer alternativas. Después de la caída del comunismo, la izquierda ha atravesado un largo periodo de desilusión y desánimo que no le ha permitido presentar alternativas para modificar el sistema económico. El Partido Socialista en Francia o el Partido Socialdemócrata en Alemania no han intentado realmente cambiar las reglas del juego en Europa tanto como debieran haberlo hecho.

En algún momento aceptaron la idea de que el libre flujo de capital, la libre circulación de bienes y servicios y la competencia por los mercados entre países eran suficientes para lograr la prosperidad y que todos nos beneficiemos de ella. Pero, en cambio, lo que hemos visto es que esto ha beneficiado principalmente a los sectores con un elevado capital humano y financiero y a los grupos económicos con mayor movilidad. Los sectores bajos y medios se sintieron abandonados.

También hubo partidos nacionalistas y xenófobos que propusieron un mensaje muy simple: vamos a protegerlos con las fronteras del Estado-nación, vamos a expulsar a los migrantes, vamos a proteger su identidad como europeos blancos, etc. Por supuesto, al final esto no va a funcionar. No se reducirá la desigualdad ni se resolverá el problema del calentamiento global. Pero dado que no existe un discurso alternativo, una gran parte del electorado se desplazó hacia estos partidos.

Aun así, una gran parte incluso más grande del electorado decidió quedarse en casa. Simplemente no votan, no debemos olvidar eso. Si los grupos socioeconómicos más bajos demostraran entusiasmo por Marine Le Pen o por Alternativa por Alemania, la tasa de participación ascendería a 90%. Eso no es lo que está ocurriendo. Tenemos un nivel muy reducido de participación, especialmente entre los grupos socioeconómicos más bajos, los cuales están a la espera de una plataforma política o una propuesta concreta que realmente pueda cambiar sus vidas.


Pregunta: Usted propone un pago estatal único (“herencia para todos”) de 120.000 euros para todos los ciudadanos cuando alcancen la edad de 25 años. ¿Qué se conseguiría con eso?

Respuesta: En primer lugar, este sistema de “herencia para todos” sería un paso más de un sistema de acceso universal a bienes y servicios públicos fundamentales, incluidos la educación, la salud, las pensiones y un ingreso ciudadano. El objetivo no es reemplazar estos beneficios, sino sumar esta herramienta a las ya existentes. ¿Para qué serviría?

Si uno tiene una buena educación, una buena salud, un buen empleo y un buen salario, pero necesita destinar la mitad de su salario a pagar un alquiler a los hijos de propietarios que reciben ingresos por alquileres durante toda su vida, creo que hay un problema. La desigualdad de la propiedad crea una enorme desigualdad de oportunidades en la vida. Algunos tienen que alquilar toda su vida. Otros reciben rentas durante toda su vida. Algunos pueden crear empresas o recibir una herencia de la empresa familiar. Otros nunca llegan a tener empresas porque no tienen siquiera un mínimo de capital inicial para empezar. Más que nada, es importante darse cuenta de que la distribución de la riqueza se ha mantenido muy concentrada en pocas manos en nuestra sociedad.

La mitad de los alemanes tiene menos del 3% de la riqueza total del país y, de hecho, la distribución empeoró desde la reunificación de Alemania. ¿Es esto lo mejor que podemos hacer? ¿Qué proponemos para cambiarlo? Esperar que llegue el crecimiento económico y el acceso a la educación sin hacer nada no es una opción. Eso es lo que hemos estado haciendo durante un siglo y la mitad inferior de la escala de distribución de los ingresos todavía no posee nada.

Cambiar la estructura de la riqueza en la sociedad implica cambiar la estructura del poder de negociación. Quienes no tienen riqueza están en una posición de negociación muy débil. Se necesita encontrar un empleo para pagar el alquiler y las cuentas cada mes, y se debe aceptar lo que se ofrece. Es muy distinto tener 100.000 o 200.000 euros en lugar de 0 o 10.000. La gente que tiene millones tal vez no se da cuenta, pero para aquellos que no tienen nada o que a veces solo tienen deudas, significa una gran diferencia.


Pregunta: En su país natal, Francia, el impuesto al carbono derivó en la protesta de los chalecos amarillos. ¿Cuál fue en este caso el error de cálculo político?

Respuesta: Para que los impuestos sobre el carbono sean aceptables, deben ir acompañados de la justicia tributaria y fiscal. En Francia, el impuesto al carbono solía ser bien aceptado y se aumentaba año tras año. El problema es que el gobierno de Emmanuel Macron utilizó los ingresos fiscales del impuesto sobre el carbono para hacer un enorme recorte de impuestos para el 1% más rico de Francia, suprimiendo el impuesto sobre la riqueza y la tributación progresiva sobre las rentas del capital, los intereses y los dividendos.

Esto enervó a la gente porque se le dijo que la medida era para la lucha contra el cambio climático pero, de hecho, fue solo para hacer un recorte impositivo a aquellos que financiaron su campaña política. Así es como se destruye la idea de los impuestos sobre el carbono. Uno debe ser muy cuidadoso en Alemania porque también puede haber muchos sentimientos negativos, especialmente en los grupos socioeconómicos más bajos. Para que un impuesto al carbono funcione, tiene que incluir los costos sociales y debe ser aceptado por el conjunto de la sociedad.

Re: PIKETTY, Thomas

Nota Jue May 20, 2021 11:53 am
Éric Toussaint, en "Thomas Piketty y Karl Marx, dos visiones totalmente diferentes del capital", en CADTM (traducido por Alberto Nadal), el 11 de marzo de 2021, escribió:
Gracias a Anne-Sophie Bouvy, Christine Pagnoulle, Brigitte Ponet, Claude Quémar y Patrick Saurin por su relectura.


En su libro El capital en el siglo XXI [1] Thomas Piketty [2] hace una precisa recopilación de datos y un trabajo útil con su análisis de la distribución desigual de la riqueza y la renta, pero es importante destacar que algunas de sus definiciones son confusas y cuestionables. Tomemos la definición de capital propuesta por Thomas Piketty: «En todas las civilizaciones el capital cumple dos grandes funciones económicas: sirve, por una parte, para alojarse (es decir, para producir “servicios de vivienda”, cuyo valor calculado a partir del arrendamiento de las habitaciones consiste en el bienestar de dormir y vivir bajo un techo en lugar de a la intemperie) y, por la otra, como factor de producción para elaborar otros bienes y servicios…».

Y continúa: «Históricamente, las primeras formas de acumulación capitalista parecen referirse tanto a las herramientas (pedernal, etc.) como a los acondicionamientos agrícolas (cercas, irrigación, drenaje, etc.) y a los alojamientos rudimentarios (grutas, tiendas, cabañas, etc.), antes de pasar a formas cada vez más sofisticadas de capital industrial y profesional, y a locales de vivienda siempre más elaborados». Aquí nos vemos sumergidos por Piketty en una historia fantasiosa de la humanidad en la que el capital ha estado presente desde los orígenes y en la que las rentas de una cuenta de ahorros de un jubilado pobre se equiparan con los ingresos del capital.


El capital según Thomas Piketty

Esta gran confusión encuentra su extensión en el análisis presente en el corazón de su libro El capitalismo en el siglo XXI. Para Thomas Piketty, un apartamento de un valor de 80.000 € o un depósito de 2.000 € en una cuenta postal [3] constituyen un capital, de la misma forma que una fábrica o un edificio comercial de 125 millones de €. Evidentemente, en el día a día muchas personas de todo el mundo consideran que tienen un capital en forma de piso valorado en 80.000 €, al que se suma un seguro de vida de 10.000 € y tal vez 2.000 € en una cuenta postal. Por lo tanto, estarán totalmente de acuerdo con la definición dada por Piketty, los libros de texto de economía tradicional y su banquero. Pero se equivocan porque en la sociedad capitalista el capital es una relación social que permite a una minoría enriquecerse apropiándose del trabajo de otros (ver más abajo).

Ahora bien, cuando Piketty habla de un impuesto progresivo sobre el capital, tiene en cuenta todos los patrimonios privados, ya sean 1.000 € en una cuenta bancaria o la fortuna de Lakshmi Mittal, Jeff Bezos, Bill Gates o Elon Musk.

La confusión continúa cuando se trata de rentas: la renta obtenida de alquilar un apartamento modesto o la que un jubilado gana de su cuenta en el banco son consideradas por Piketty como ingresos de capital al mismo título que los ingresos que extrae de Facebook su jefe Mark Zuckerberg.

Si pasamos a los salarios, Thomas Piketty considera que todos los ingresos declarados como salarios son salarios, ya sean los de un director general de un banco que percibe un «salario» de 3 millones de euros anuales (en este caso, esta suma es en realidad una renta del capital y no un salario propiamente dicho [4]) o los de un empleado bancario que percibe 30.000 € al año.


El capital según Karl Marx

Es conveniente cuestionar el significado que Piketty atribuye a palabras como «capital» y definir de otra manera qué se entiende por rentas del capital o rentas del trabajo. Piketty presenta el capital como algo que existe en todas las civilizaciones y que siempre tiene que existir. En esto, se inscribe en la continuidad de la economía política del siglo XVIII y principios del XIX, la que encontramos en un autor como Adam Smith en particular, antes de que Karl Marx arrojara luz sobre lo que es, realmente, el Capital (y el salario) y que desarrollara una crítica de la economía política de su tiempo.

Karl Marx ironiza a propósito de los autores de su tiempo que vieron en las primeras herramientas de pedernal el origen del capital o que simplemente lo vieron como capital. Esto es lo que escribe: «Probablemente por eso, mediante un proceso de “alta” lógica, el Coronel Torrens descubrió en la piedra del salvaje el origen del capital. En la primera piedra que lanza el salvaje al animal que persigue, en el primer palo que agarra para cortar la fruta que no puede alcanzar con la mano, vemos la apropiación de un artículo con el objetivo de adquirir otro, y descubrimos así el origen del capital» (R. Torrens: Ensayo sobre la producción de riqueza, etc., p. 79). Marx añade sin rodeos y sin creer una palabra: «Con toda probabilidad, aquel primer palo [S/ocí] [stock en alemán] explica por qué en inglés stock es sinónimo de capital» [5].

Karl Marx en su obra El Capital afirma: «los medios de producción y de subsistencia, en cuanto propiedad del productor directo, no son capital. Sólo se convierten en capital cuando están sometidos a condiciones bajo las cuales sirven, a la vez, como medios de explotación y de sojuzgamiento del obrero» [6]. Karl Marx explica que un artesano que posee sus herramientas y trabaja para sí mismo no tiene capital y no recibe un salario. Durante los siglos que precedieron a la victoria de la clase capitalista sobre el antiguo orden, la abrumadora mayoría de las y los productores trabajaron por su cuenta, ya fuera en la ciudad o en el campo: los artesanos organizados en corporaciones o las familias campesinas constituían la mayor parte de las y los productores, poseían su herramienta de producción y en el campo la mayoría de las familias campesinas poseían tierras y, además, podían utilizar los bienes comunales para alimentar parcialmente al ganado o para recoger madera para hacer fuego.

Entre finales del siglo XV y finales del siglo XVIII en Europa Occidental, la clase capitalista en desarrollo tuvo que obtener el apoyo del Estado para despojar a esta masa de productores de sus herramientas y / o de sus tierras [7]. Y para forzarles a aceptar ser asalariadas y asalariados para sobrevivir. La clase capitalista empobreció y desposeyó a las clases populares para obligarlas a aceptar la condición de asalariados y asalariadas. El proceso no se desarrolló de forma natural. Karl Marx analizó de manera detallada y rigurosa los métodos de la acumulación primitiva de capital. En el libro 1 de El Capital, pasa revista a todos los métodos utilizados para despojar a las y los productores de sus medios de producción y, por tanto, de sus medios de subsistencia [8].

Karl Marx extrae de un libro publicado por Edward Gibbon Wakefield (20 de marzo de 1796 – 16 de mayo de 1862) una anécdota que ilustra su planteamiento: «Mister Peel, nos dice en un tono lamentable, se llevó consigo de Inglaterra a Swan River, Nueva Holanda, provisiones y medios de producción por valor de cincuenta mil libras esterlinas. Mister Peel también tuvo la previsión de llevarse a trescientas personas de la clase trabajadora, hombres, mujeres y niños. Una vez en su destino, "el señor Peel se quedó sin un sirviente que le hiciera la cama o le sacara agua del río"» [9]. [10] Karl Marx comenta con ironía: «¡El infortunado Peel que tenía todo planeado! Solo se había olvidado de exportar las relaciones de producción inglesas al río Swan». En efecto, en Australia, donde se encontraba Nueva Holanda, había una gran cantidad de tierra disponible y las y los trabajadores pudieron encontrar un terreno y establecerse por su cuenta. Karl Marx, a través del comentario sobre este fiasco del capitalista Peel, quiere mostrar que mientras las y los productores tengan acceso a los medios de subsistencia, en este caso a la tierra, no están obligados a aceptar ponerse al servicio de un capitalista [11].

Karl Marx concluye «cuando el trabajador puede acumular para sí mismo, y lo puede hacer mientras siga siendo el propietario de sus medios de producción, la acumulación y la producción capitalistas son imposibles. Les falta la clase asalariada, de la que no pueden prescindir. […] La primera condición de la producción capitalista es que la propiedad de la tierra ya esté arrebatada de las manos de las masas».

Añade: «el modo capitalista de producción y acumulación, y por tanto la propiedad privada capitalista, presupone la aniquilación de la propiedad privada basada en el trabajo personal; su base es la expropiación del trabajador».

Karl Marx escribe: «La posesión de dinero, de subsistencia, de máquinas y de otros medios de producción no hace en absoluto a un hombre un capitalista, a menos que exista un cierto complemento, que es el asalariado, otro hombre, en una palabra, obligado a venderse voluntariamente».

Precisemos también que Karl Marx, en la misma sección de El Capital dedicada a la acumulación primitiva, denunció con la mayor fuerza el exterminio o el sometimiento por la fuerza bruta de las poblaciones indígenas de América del Norte y otras regiones víctimas de la dominación colonial y la primitiva acumulación de capital: «El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria» [12].


Las consecuencias de la definición de capital según Thomas Piketty

Volviendo al libro de Piketty, la definición que se da en él de capital introduce una completa confusión. Volvamos a su definición: «En todas las civilizaciones, el capital cumple dos funciones económicas importantes: por un lado para la vivienda (…), y por otro lado, como factor de producción para producir otros bienes y servicios». Entonces, para Piketty, el capital ha existido en todas las civilizaciones, se remonta a la prehistoria escribiendo: «Históricamente, las primeras formas de acumulación capitalista parecen referirse tanto a las herramientas (pedernal, etc.) como a los acondicionamientos agrícolas (cercas, irrigación, drenaje, etc.) y a los alojamientos rudimentarios (grutas, tiendas, cabañas, etc.), antes de pasar a formas cada vez más sofisticadas de capital industrial y profesional, y a locales de vivienda siempre más elaborados». Para Piketty, una herramienta prehistórica de sílex, una cueva, una planta de ensamblaje de computadoras son capitales. De creer a Piketty, la acumulación «capitalísta» se remonta incluso a la recolección de varios pedernales tallados.

Esta descripción no permite en absoluto comprender la especificidad histórica del capital, su génesis, la forma en que se reproduce, en que se acumula, a qué clase pertenece, a qué relaciones sociales y a qué relaciones de propiedad corresponde. La lista de ejemplos de capitales que presenta Thomas Piketty parece un catálogo de Lidl o Carrefour, es en cierto modo un inventario al estilo Prévert, hay un poco de todo y no falta prácticamente nada de nada [13].

Hablando de acumulación capitalista hoy, Piketty enfatiza casi exclusivamente el papel de la política sucesoria y tributaria favorable a las y los capitalistas, pero en realidad estos factores, que juegan un papel no despreciable en la transmisión y fortalecimiento del capital, no lo crean. Históricamente, para que el capital del capitalista iniciara un enorme proceso de acumulación, era necesario despojar por la fuerza a las y los productores de sus herramientas así como de sus medios de subsistencia y ha sido necesario explotar su fuerza de trabajo. La acumulación de capital que continúa hoy presupone la prosecución de la explotación de las y los trabajadores y de la Naturaleza. El capital no juega en absoluto un papel útil para la sociedad, por el contrario, la prosecución de su acumulación y su actividad es literalmente mortífera. Ignorando esto, Piketty puede escribir: «A partir del momento en que el capital juega un papel útil en el proceso de producción, es natural que tenga un rendimiento» [14].

La confusión que mantiene Piketty sin duda hay que ponerla en relación con sus convicciones: «No me interesa denunciar las desigualdades o el capitalismo como tal, (…) las desigualdades sociales no plantean un problema en sí mismas, por poco que estén justificadas, es decir, en base a la utilidad común (…)» [15].

Mi crítica de las definiciones dadas por Thomas Piketty no quita el interés del cuadro monumental que pinta sobre la evolución de las desigualdades en términos de riqueza e ingresos durante los dos últimos siglos. Y, dejando a un lado los innegables desacuerdos fundamentales sobre la noción de capital, es importante buscar reunir, para lograr una reforma tributaria antineoliberal, una amplia gama de movimientos e individuos que van desde Thomas Piketty hasta movimientos de izquierda anticapitalista. Si además es posible unirse para exigir la cancelación de las deudas públicas en poder del Banco Central Europeo por importe de más de 2,5 billones de euros, hay que hacerlo. No me arrepiento de haber firmado conjuntamente en febrero de 2021 con Thomas Piketty un llamamiento a la cancelación de las deudas soberanas en poder del BCE. Como los otros miembros del CADTM que firmaron este texto, creo que debemos ir más allá, en particular imponiendo a las grandes fortunas y grandes empresas una importante Tasa Covid [16]. El CADTM considera que la cancelación de las deudas públicas debe ir acompañada de una serie de medidas anticapitalistas y no es seguro que Thomas Piketty las suscribiera.





Para saber más:





Nota Bene:

    Lamentablemente no he podido leer el libro de Alain Bihr y de Michel Husson, Thomas Piketty: une critique illusoire du capital, édité par Page 2 & Syllepse en 2020.




Notas

    [1] Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI. Fondo de Cultura Económica, 2014, p. 663.

    [2] Thomas Pikketty, El capital en el siglo XXI, p. 235.

    [3] Hay que señalar que, según Piketty, las sumas en Francia en cuentas de ahorro, cuentas de cheque, etc. solo representan alrededor del 5% del patrimonio (privado), p. 231.

    [4] Es muy cómodo para las y los capitalistas incluir en el cálculo de la masa salarial las muy altas rentas de las y los patrones de una empresa que, además, son completados con dividendos y stock-options.

    [5] Fuente: nota a pie de página de Marx en El capital, libro primero: pág 223. http://ecopol.sociales.uba.ar/wp-conten ... _Vol-1.pdf. Para las citas de Marx de este artículo, ver El Capital, en su edición publicada por Siglo XXI editores, en los formatos pdf, doc, mobi-audiolibro (sin notas) que se puede consultar en http://ecopol.sociales.uba.ar/el-capital.

    [6] Karl Marx, El Capital, libro 1, vol. 3, cap. XXV, La teoría moderna de la colonización, pág. 955-958.

    [7] El acaparamiento de las tierras por los capitalistas comienza en Inglaterra a partir del siglo XV y es conocido con el nombre de “movimiento de los enclosures”, consistente en poner fin al derecho de uso colectivo de las tierras y de los comunes en beneficio de la propiedad privada de los ricos aristócratas y burgueses. Leer el capítulo XXIV del libro 1 de El capital de Karl Marx. Pág. 891. La llamada acumulación originaria.

    [8] La parte del libro El capital en la que Karl Marx pasa revista a las diferentes fuentes de la acumulación primitiva capitalista es el t. I, vol 3. cap. XXIV, pág. 891. La llamada acumulación originaria.

    [9] E. G. Wakefield: England and America, vol. Il, p. 33. Citado por Karl Marx.

    [10] Karl Marx, El Capital, t. I, vol. 3, Cap. XXV, La teoría moderna de la colonización, p. 955 y sig.

    [11] Hablando de la situación particular de América del Norte o de la Australia de comienzos del siglo XIX, Marx explica que la posibilidad para las y los colonos de origen europeo de acceder a la tierra o de establecerse por su cuenta permite que “Tal asalariado de hoy se vuelva mañana artesano o cultivador independiente”. En América del Norte, en Australia y en otras regiones de colonización europea, la situación se fue modificando progresivamente durante el siglo XIX y comienzos del siglo XX, y la gran masa de las y los productores independientes, cuyos ancestros habían emigrado de Europa han sido a su vez desposeídos de sus medios de producción.

    [12] Karl Marx, El Capital, libro libro 1, vol. 3, cap. XXIV, La llamada acumulación originaria, pág. 939.

    [13] En el original en francés Eric Toussaint se refiere al poema de Jacques Prévert (publicado en 1946), http://francais.agonia.net/index.php/po ... Inventaire, “Inventario” que se puede leer en español en http://laletratalvez.blogspot.com/2011/ ... evert.html ndt.

    [14] Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, p 465.

    [15] Idem, p. 46.

    [16] https://www.cadtm.org/Por-una-tasa-Covid-19-en-Europa.

Re: PIKETTY, Thomas

Nota Jue May 20, 2021 2:56 pm
Vicenç Navarro, en "Crítica a Thomas Piketty: ¿incremento de desigualdades o de explotación?", en Público, el 28 de noviembre de 2019, escribió:El aumento de las desigualdades de renta y de propiedad ha sido tan grande en la mayoría de países del mundo capitalista desarrollado que ha llamado la atención de los mayores fórums y medios de comunicación en tales países, así como en las instituciones internacionales. En realidad, el tema de las "desigualdades" se ha convertido casi en un tema de moda. Desde el Foro de Davos (el Vaticano del pensamiento neoliberal) hasta el Foro Social Mundial, todos hablan del tema de desigualdades.

Pero lo que es interesante (y diría yo también intrigante) es que apenas se habla de otro término (o concepto) que está claramente relacionado con el tema de desigualdades. Y me refiero al término (y concepto) de explotación, raramente citado y todavía menos analizado, por ser considerado demasiado polémico. Los datos, sin embargo, muestran que es casi imposible entender la enorme evolución de las desigualdades hoy en el mundo capitalista desarrollado sin hablar de explotación.


Qué es explotación

En realidad, el concepto explotación es muy fácil de definir: A explota a B cuando A vive mejor a costa de que B viva peor. Y A y B pueden ser clases sociales, géneros, razas, naciones o ambientes. Me explico: cuando a un trabajador se le paga menos de lo que contribuye con su producto o servicio a fin de que su empleador (el empresario) pueda aumentar más sus beneficios, hablamos de explotación de clase. Cuando una pareja (hombre y mujer) que viven juntos y trabajan los dos, llegan a casa al mismo tiempo y la mujer se va directamente a la cocina a preparar la cena para los dos mientras el marido se sienta para ver la televisión, hablamos de explotación de género. Cuando a un ciudadano negro se le paga menos que a un blanco por hacer el mismo trabajo, entonces indicamos que hay explotación de raza. Cuando un Estado–nación impone a otro más pobre las condiciones del comercio internacional que le favorecen, a costa de los intereses de esa nación pobre, hay explotación de nación. Y cuando la compañía Volkswagen era consciente del daño causado por sus automóviles, contaminando más de lo legalmente permitido, beneficiándose a costa de dañar la salud de la población, había un caso de explotación del medioambiente por parte de dicha empresa, a costa de la salud de la población.


El crecimiento de las desigualdades de clase causado por un aumento de la explotación

Pues bien, una de las desigualdades más acentuadas y que han aumentado más sustancialmente desde los años ochenta del pasado siglo han sido las desigualdades por clase social, y ello se debe al aumento de la explotación de clase, que explica en gran medida la evolución de estas desigualdades de clase, las cuales, a su vez, afectan a otros tipos de desigualdades (como las desigualdades de género originadas por otros tipos de explotación, como mostraré más adelante). La explotación de clase centra la dinámica de las sociedades capitalistas hasta tal punto que no se puede entender ni la génesis ni el desarrollo de la Gran Depresión o de la Gran Recesión en el mundo capitalista desarrollado sin analizar la evolución de tal explotación. Incluso un economista keynesiano como Paul Krugman ha reconocido últimamente esta realidad, señalando que el economista que explicó mejor la evolución de los ciclos económicos fue Michal Kalecki (que influenció a Keynes), que puso la explotación de clase y el conflicto generado por tal explotación en el centro de su análisis. Thomas Piketty, en su último libro Capital e ideología así también lo reconoce, aludiendo a la famosa cita de Karl Marx: "La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases".


La explotación de clase durante la Gran Recesión

Esta observación aplica claramente a España (incluyendo Catalunya), uno de los países de la UE con mayores desigualdades por clase social. Las rentas del trabajo han ido disminuyendo en España (incluyendo Catalunya), mientras que las rentas del capital han ido aumentando, siendo el ascenso de estas últimas a costa del descenso de las primeras. En España (incluyendo Catalunya) el conflicto de banderas (la borbónica por un lado y la estelada independentista por el otro) durante los años de la Gran Recesión ha ocultado esta realidad. La enorme crisis de legitimidad del Estado se basa precisamente en esta realidad.

Uno de los elementos de estabilidad del sistema capitalista, que era la ideología de la meritocracia (que asumía que el mérito era el motor que definía la jerarquía social), ha perdido toda su credibilidad y capacidad cohesionadora, pues pocos se la creen. Y ahí está el problema para la reproducción del régimen político actual. Esta realidad muestra el poder de las ideologías en la configuración de las desigualdades, como concluye, con razón, Piketty en el libro anteriormente citado, Capital e ideología. Ahora bien, el gran error de Piketty es que concede excesiva autonomía a las ideologías, sin apercibirse de que las que él cita han sido creadas y promovidas para satisfacer los intereses de las clases que las originan. Piketty reconoce que Karl Marx llevaba razón (cuando ponía la lucha de clases en el centro de la explicación), pero añade inmediatamente después que hoy la lucha no es entre clases, sino entre ideologías. Por lo visto, Piketty no se da cuenta de que, como acabo de decir, las ideologías son sostenidas y promovidas como instrumentos del poder de clase. La meritocracia era una ideología promovida por los que estaban en la cúspide del poder, para justificar su derecho a dominar. Y el neoliberalismo ha sido la ideología de la clase capitalista dominante, como bien muestran los datos sobre la evolución de las rentas y su enorme concentración, lo cual ha ocurrido a costa de la clase trabajadora, cuyo nivel de vida ha ido empeorando. La evidencia de ello es clara y contundente (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante. Anagrama, 2015).

Naturalmente que tales ideologías (de clase) no son las únicas, pues cada tipo de explotación genera diferentes ideologías. La explotación de género se sostiene gracias a la existencia de ideologías que reproducen tal explotación. Pero todas ellas están también influenciadas por las ideologías encaminadas a reproducir el dominio de clase. Hay muchos ejemplos de ello. Como ha escrito Rosalind Gill en su libro Cultura y subjetividad en tiempos neoliberales y posfeministas, el neoliberalismo (la ideología de la clase capitalista) influenció la expansión del erotismo en la moda femenina, a fin de empoderar a la mujer para competir en el mundo dominado por el hombre en términos que reproducían también el dominio del machismo, que veía a la mujer como objeto de deseo del hombre. Lo que la mujer (liberal) creía que era la libre expresión de su voluntad era, en realidad, la reafirmación de su opresión, presentándola como objeto de deseo.

Una situación semejante se da en las ideologías basadas en la explotación de raza (y de clase). El racismo ha jugado un papel clave en desempoderar al mundo del trabajo, dividiéndolo por raza. Es de sobras conocido que el racismo juega un papel clave en la desunión de la clase trabajadora., causa de que sea ampliamente promovido por la clase dominante. Como bien dijo Martin Luther King una semana antes de ser asesinado, "la lucha central en EEUU que afecta a todas las demás es la lucha de clases". Lo dicho anteriormente no es, como algunos estarán tentados de pensar, reduccionismo de clase, sino intentar recuperar y resaltar la importancia de la clase social como variable de poder en el análisis de la realidad, y no solo a nivel económico, algo que raramente se hace no solo en los medios, sino también en los análisis académicos.


La explotación requiere dominio, hegemonía y represión por parte de los explotadores

Y estas ideologías se sustentan a base también de una enorme represión. Basta ver qué está ocurriendo en varios países de Latinoamérica hoy. De ahí que considere enormemente ingenua la observación que hace Piketty en su crítica a Marx. Dice Piketty: "A diferencia de la lucha de clases, la lucha de ideologías está basada en el conocimiento y las experiencias compartidas, en el respeto al otro, en la deliberación y en la democracia". Tengo que admitir que tuve que leer este párrafo dos veces. Mis muchos años de experiencia y conocimiento de la realidad en los varios países en los que he vivido y he trabajado muestran que no es así. Piketty idealiza el sistema democrático. La prueba de ello es que el siglo XXI se está caracterizando por las enormes agitaciones sociales frente a las consecuencias de la aplicación de las políticas de clase impuestas por los grupos dominantes.

Hoy, la gran mayoría de países a los dos lados del Atlántico Norte están experimentando una enorme crisis de legitimidad de sus Estados, resultado en gran parte de la aplicación de las políticas públicas neoliberales impuestas por los partidos gobernantes, incluidos los partidos socialdemócratas cuyo compromiso y aplicación de políticas públicas del mismo signo han generado su enorme colapso e incluso desaparición, como ha sido el caso del partido socialista en Francia, país donde reside Thomas Piketty. El surgimiento de la ultraderecha en Europa y el gobierno de ultraderecha que gobierna EEUU son un indicador de tal crisis. Me parece incoherente que a la luz de estas realidades, Piketty concluya que los sistemas políticos actuales responden a la idealizada versión que caracteriza su definición de ellos. Hoy estamos viendo el fin de una etapa en la que el poder de las clases dominantes ha alcanzado un nivel tal que la propia supervivencia de los sistemas democráticos está en juego. La escasa atención que Piketty presta al contexto político del fenómeno económico (que es casi característica de los estudios económicos actuales) empobrece su análisis, pues hace poco creíble que las propuestas que hace puedan considerarse como factibles sin que exista un cambio más sustancial de lo que él considera.

Respecto a sus propuestas, admito reservas en cuanto al hecho de que la solución pase por gravar a las rentas superiores y a la clase de propietarios del capital y que se distribuya la renta a cada uno de los ciudadanos. Ya he expresado mis reservas en cuanto a priorizar una renta universal a costa de un cambio más significativo, que es utilizar los fondos adquiridos mediante la grabación del capital y de las rentas superiores para crear una sociedad en la que cada uno contribuya según sus habilidades y los recursos se distribuyan según sus necesidades. Habiendo dicho esto, no quiero desalentar al lector a que lea el libro de Thomas Piketty, que como siempre tiene información de gran interés.

Re: PIKETTY, Thomas

Nota Jue May 20, 2021 2:58 pm
Henri Sterdyniak, economista y animador, junto a otra gente, de Économistes Atterrés, en "Thomas Piketty, una denuncia ilusoria del capital de Alain Bihr y Michel Husson", traducido por Faustino Eguberri para Viento Sur el 12 de septiembre de 2020, escribió:Los dos libros de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, publicado en 2013, y Capital e ideología, publicado en 2019 1/, han tenido un impacto mundial. A esto hay que añadir el trabajo del Laboratorio sobre las Desigualdades Mundiales 2/, así como el Manifiesto para la democratización de Europa 3/. Piketty interviene en el debate público defendiendo un proyecto de socialismo participativo basado en la reducción de las desigualdades de renta y patrimonio mediante la fiscalidad, en la participación de las y los asalariados en la dirección de las empresas y en la democratización de Europa.

Por tanto, se agradece el libro de Alain Bihr y Michel Husson: Thomas Piketty, une dénonciation illusoire du capital (Thomas Piketty, una denuncia ilusoria del capital) 4/ que ofrece una lectura crítica de la obra de Piketty. Esta se hace, en gran medida, en nombre del marxismo. Lo que los autores justifican señalando que, como demuestra el título de sus dos libros, Piketty se propone escribir El Capital de nuestro siglo, superando a Marx. Pero la comparación es cruel. Piketty no está más allá de Marx, sino muy por debajo.

Alain Bihr y Michel Husson plantean desde la introducción cuatro críticas a la problemática de Piketty: éste olvida las relaciones sociales de producción, que dictan el funcionamiento de cualquier economía y en particular de las economías capitalistas, en beneficio del análisis estadístico de distribución de ingresos y patrimonios; Piketty usa el concepto de capital de una manera ateórica: su análisis de las ideologías es sumario, basado en la introducción ahistórica de la norma de igualdad; finalmente, sus propuestas de reforma resultan utópicas: son incompatibles con el capitalismo, sin que Piketty proponga claramente una salida del capitalismo, y son inaceptables para las clases dominantes, sin que Piketty analice las alianzas de clases que podrían ponerlas en práctica.

En el capítulo 1 del libro, Bihr y Husson denuncian las debilidades teóricas del trabajo de Piketty. Así, en Capital e ideología, éste utiliza el concepto de capital, pero sin definirlo con precisión: el capital sería cualquier activo que reportara una ganancia, independientemente de las relaciones de producción. Asimismo, las desigualdades se analizan únicamente desde el ángulo estadístico de las desigualdades en ingresos o patrimonio, olvidando las desigualdades de estatus y de poder. La insistencia en las desigualdades enmascara la negativa a cuestionar fundamentalmente las relaciones de producción: por supuesto, las clases dominantes pueden entregarse al consumo lujoso y ostentoso, pero sobre todo organizan las relaciones de producción, orientan la evolución económica y definen e imponen la ideología que justifica su dominación. Ciertamente, Piketty denuncia el papel de justificación de las ideologías, pero lo limita a la justificación de las desigualdades y no a la del conjunto del orden social. Los autores muestran acertadamente que Piketty subestima el papel de las relaciones de producción y las relaciones de clase para sobreestimar el de las ideologías, lo que tiene serias consecuencias para su programa político.

El capítulo 2 denuncia la ligereza con la que Piketty utiliza la historia económica y social. Así, santifica la distribución de la sociedad feudal en tres órdenes, la nobleza, el clero y el tercer Estado, negándose a ver que esta distribución no es universal, que enmascara la realidad de las relaciones de producción, que ha evolucionado a lo largo del tiempo bajo el efecto de su dinamismo próximo y propio (y no solo bajo el efecto de shocks políticos, como la Revolución Francesa). Así, utiliza la noción de "sociedad de propietarios" para definir el capitalismo, enmascarando así que el capitalismo se caracteriza por una masa de individuos que no poseen nada. El capítulo 3 ilustra esta misma frivolidad en el caso específico del Reino Unido, donde Piketty apenas nos explica los debates que acompañaron al surgimiento del capitalismo.

El capítulo 4 analiza un aspecto esencial de la evolución de las economías capitalistas desde 1914 hasta 1980: la creciente importancia del Estado social, es decir, un compromiso entre el capitalismo y el movimiento social, que hizo que progresivamente el Estado distribuyera más del 40% de la producción. Aquí también, los autores reprochan a Piketty sobrestimar el papel de los factores ideológicos (el debilitamiento de la fe en la autorregulación de los mercados) mientras subestima tanto el de las fuerzas sindicales como sociales (que defendían a la vez reivindicaciones reformistas a corto plazo y objetivos revolucionarios de puesta en cuestión del capitalismo), así como el de las necesidades mismas del funcionamiento del capitalismo (que necesita una regulación macroeconómica, gasto público y social, infraestructuras, empleados competentes, gestión pacífica de los conflictos entre las grandes potencias imperialistas, etc.). Sin embargo, ¿deberíamos escribir, como los autores, que "las sociedades capitalistas occidentales han seguido siendo realmente, durante estas pocas décadas, sociedades plenamente capitalistas"? Yo no lo pienso así. Este punto de vista no rinde cuenta del auge de las instituciones sociales (educación pública, salud para todos, pensiones por reparto, prestaciones por desempleo, prestaciones asistenciales), instituciones cuyo mantenimiento e importancia son objeto de un conflicto permanente entre las clases dominantes y las fuerzas sociales, instituciones que introducen una parte ya presente del socialismo en el corazón mismo del capitalismo.

¿Por qué el proyecto socialdemócrata está en dificultades después de 1980, cuestionado por la contrarrevolución neoliberal? Para Piketty, no se ha impulsado lo suficiente la cogestión de empresas, pero los autores muestran que la misma sólo podría ser ficticia si no se abandonaba la lógica del capital; al contrario que Piketty, ven la autogestión o la nacionalización como estrategias más prometedoras. Piketty cuestiona la falta de democratización de la educación superior, su incapacidad para lograr la igualdad de oportunidades, olvidando que esto es siempre un mito engañoso en una sociedad fundamentalmente desigual, en la que las posiciones sociales son en gran parte hereditarias. Finalmente, Piketty critica a la socialdemocracia haber pensado la fiscalidad y la protección social en un marco nacional, pareciendo olvidar que las clases dominantes han utilizado precisamente la mundialización, la apertura de fronteras, la construcción europea para cuestionar los compromisos nacionales, para poner en competencia a los trabajadores y a los sistemas socio-fiscales de cada país y que no hubo movimientos organizados a nivel mundial (ni siquiera a nivel europeo) para establecer una protección social y una fiscalidad transnacionales. Donde Piketty ve una debilidad ideológica de la socialdemocracia, los autores ven la tendencia casi inevitable de ciertas capas sociales a subyugarse a las clases dominantes, una tendencia reforzada por los desarrollos sociales en los países desarrollados (el debilitamiento de la clase trabajadora como fuerza política).

El capítulo 5 discute las propuestas clave del libro El capital en el siglo XXI. La identidad en la que se basa Piketty es:

    r=a/b, en la que r es la tasa de ganancia, a la parte de las ganancias y b la ratio capital/producto.

Piketty considera que la tasa de ganancia está determinada por la productividad marginal del capital, de forma que el aumento de la ratio capital/producto se traduce mecánicamente en un aumento de la parte del capital en el valor añadido. De hecho, no distingue entre capital productivo y capital inmobiliario, por lo que el fuerte aumento que describe en la ratio capital / producto proviene casi en su totalidad del aumento del precio relativo de la vivienda, que su diagrama teórico no toma en cuenta. Por el contrario, los autores recuerdan la característica esencial de la evolución económica de los últimos cincuenta años: la ralentización de las ganancias de productividad del trabajo y la caída de la relación producto/capital han sido compensadas por un aumento de la parte de los beneficios en el valor añadido, de modo que la tasa de ganancia se ha mantenido en niveles excesivos en relación con la tasa de inversión. Así, la caída de la parte de los salarios, así como el estancamiento de la inversión, plantean problemas de mercado, resueltos por el consumo de las clases privilegiadas, por mercados externos (para algunos países), pero sobre todo por el aumento del crédito y la financiarización.

Los autores destacan la ligereza con la que Piketty elabora sus previsiones para las próximas décadas, en particular la de una brecha persistente entre la tasa de rendimiento del capital y la tasa de crecimiento, que le lleva a pronosticar un próximo incremento casi automático de las desigualdades en rentas y patrimonio.

Los autores reconocen el mérito de Piketty: "hacer del tema de las desigualdades un tema muy importante de debate público", pero a costa de olvidar lo esencial: lo que caracteriza al capitalismo es que las y los capitalistas dirigen la producción y ejercen presión sobre los salarios y las condiciones de trabajo para obtener el máximo beneficio. Al no cuestionar esta base del capitalismo, ni la distribución primaria de la renta, Piketty se ve reducido a abogar por soluciones ingenuas, la redistribución mediante la fiscalidad, la aceptación por parte de las y los capitalistas de una tasa de ganancia más baja.

Piketty propone una imposición muy fuerte a los altos patrimonios, para redistribuir patrimonio a las personas más jóvenes, lo que resolvería la cuestión de las desigualdades de patrimonio, pero no plantea la cuestión de la valoración del patrimonio de la gente más rica fundamentalmente poseído en forma de acciones de las empresas; no examina las consecuencias macrofinancieras de dicha transferencia; el precio de las acciones se hundiría; ¿Quién poseería el capital de las empresas? Asimismo, no se aborda con seriedad la cuestión del uso de este patrimonio de 120.000 euros para otorgar a cada joven de 25 años. Su propuesta solo tiene sentido si va acompañada de una socialización del capital inmobiliario (para resolver el tema de la vivienda) y del capital de las empresas, que Piketty no contempla.

El capítulo 6 analiza el proyecto político de Piketty de un socialismo participativo. Éste se basaría en tres elementos: la tributación de los patrimonios y las rentas sería altamente progresiva; las y los representantes de los trabajadores tendrían derecho a la mitad de los puestos en los consejos de administración; todas las personas tendrían derecho a una renta mínima garantizada del 60% del PIB per cápita y a los 25 años recibirían un patrimonio equivalente al 60% del patrimonio medio. Los autores reprochan a este proyecto reformista el no sacarnos del capitalismo: las empresas deberían seguir teniendo en cuenta las normas vigentes en materia de salarios y productividad laboral, despedir trabajadores si es necesario, como las SCOPs (sociedad cooperativa y participativa) hoy. Deberían tener en cuenta las exigencias de rentabilidad de las y los accionistas (que ocuparían la mitad de los puestos en el Consejo de Administración). Observo, por mi parte, que Piketty no explica cómo se gestionarían tales empresas, cómo se arbitrarían las divergencias de objetivos entre capitalistas y empleados, por lo que su proyecto tiene poca consistencia.

Los autores señalan que Piketty acepta la visión de la propiedad privada, como emancipadora, garante de la libertad individual, olvidando la realidad del capitalismo, en el que la masa de las personas asalariadas no disfruta de esta libertad. Los autores denuncian también la visión idílica de la formación continua (que compensaría milagrosamente las desigualdades sociales de acceso a la formación inicial).

Para Piketty, el aumento del impuesto sobre el carbono podría compensarse con un aumento de las transferencias, de modo que solo tendría un efecto incentivador, "sin gravar el poder adquisitivo de la gente más modesta". Como señalan los autores, esta propuesta técnica minimiza el alcance de la crisis ecológica. Piketty se niega a ver que la propiedad privada de los medios de producción, la competencia capitalista, la búsqueda de rentabilidad y crecimiento no son compatibles con el control social de la evolución económica que la crisis ecológica hace necesario.

Piketty desarrolla su idílico proyecto a escala europea, incluso mundial: los países acordarían una fiscalidad unificada y altamente progresiva sobre las grandes empresas, altos ingresos y patrimonios, una fuerte tasación de las emisiones de gases de efecto invernadero, etc.

Los autores reprochan acertadamente a Piketty no tener en cuenta las correlaciones de fuerzas, ni la reacción de las clases dominantes, ni la necesaria movilización de las clases populares, como si su bien pensado proyecto se fuera a imponer por sí mismo.

El libro nos propone dos conclusiones. La primera, escrita antes de la crisis sanitaria, opone dos visiones de la lucha progresista. Según la que los autores atribuyen a Piketty (pero también a Joseph Stiglitz y Bernie Sanders), el capitalismo es reformable, a través de un programa verde-rosa: por un lado, un gasto público significativo para luchar contra las emisiones de gases de efecto invernadero mediante la descarbonización de la energía, el ahorro energético, la reestructuración y relocalización de la producción, la economía circular y cierta sobriedad; por otro, por la lucha contra las desigualdades de ingresos a través de una fiscalidad redistributiva. Esta visión puede ganar el asentimiento de una gran parte de la población, especialmente en las clases medias. La otra, la de los propios autores, el capitalismo verde-rosa es una ilusión engañosa; no es compatible con el capitalismo en su funcionamiento real, con la propiedad privada de los medios de producción, la frenética búsqueda de ganancias, la ceguera y codicia de las clases dominantes. Nada es posible sin una clara ruptura con el capitalismo, sin la movilización y organización de las masas para imponer nuevas relaciones sociales y nuevas relaciones de producción. Yo soy menos categórico que los autores; la experiencia de la socialdemocracia y del Estado social me parece que prueba que una inflexión es posible, que las y los capitalistas pueden tener que resignarse a ella dados los desequilibrios ecológicos, económicos y sociales, pero sobre todo si la movilización de las fuerzas sociales es suficiente.

Un epílogo, escrito durante la crisis sanitaria, actualiza esta primera conclusión. Los autores ven en la crisis sanitaria un nuevo síntoma de los límites del capitalismo: el crecimiento ilimitado choca con los límites de nuestro planeta; la destrucción de los ecosistemas acaba poniendo en peligro a la especie humana. Piketty ha tomado conciencia de esto imaginando un derecho individual a la emisión de gases de efecto invernadero (GEI); este proyecto sigue siendo poco realista, basado en compensaciones individuales (utilizar, vender o comprar mis derechos de emisión) y no en una reorganización socialmente pensada de la producción y el consumo. Básicamente su discurso no cambia, abogando por un capitalismo rosa-verde en el que la reducción de las desigualdades de ingresos (en particular a través del impuesto a la riqueza) contribuiría a la reducción de las emisiones de GEI (ya que los ricos emiten mucho más que los pobres), el crédito se utilizaría para financiar la transición ecológica (y no la especulación financiera), las y los capitalistas abrirían en gran medida las juntas directivas de las empresas a la representación de las y los trabajadores. Según los autores, este proyecto no tiene ninguna credibilidad: olvida las correlaciones de fuerzas y de poder; las clases dominantes no abandonarán sus planes de crecimiento ilimitado simplemente por el poder persuasivo de los intelectuales reformistas. Los autores terminan denunciando: "El planteamiento de Piketty, lleno a rebosar de la buena voluntad conciliadora de un reformismo muy templado, que no está manifiestamente a la altura de lo que está en juego y de la violencia anidada en la situación actual”.

Esperamos haber convencido al lector del interés del trabajo de Alain Bihr y Michel Husson 5/. Su lección fundamental es que toda sociedad conoce relaciones de poder basadas en las relaciones de producción, con sus clases dominantes y la ideología justificadora que desarrollan. Desde este punto de vista, es posible denunciar la ingenuidad del proyecto de capitalismo verde-rosa que defiende Thomas Piketty. Por el contrario, el lector puede reprochar a los autores no proponer un proyecto alternativo. ¿Qué proyecto, compatible con las exigencias ecológicas, puede hoy movilizar a las y los precarios, las clases populares y una gran parte de las clases medias? ¿Cómo conciliar los objetivos ecológicos y el deseo de aumentar el poder adquisitivo? ¿Cómo reemplazar la hegemonía de las clases dominantes?





Notas:

    1/ El capital en el siglo XXI. RBA Libros. ISBN 978-84-9056-547-6. Capital e ideología. Editorial Deusto. ISBN 978-84-234-3095-6 [ndt]

    2/ http://www.cadtm.org/IMG/pdf/wir2018-su ... panish.pdf [ndt]

    3/ https://www.lavanguardia.com/internacio ... ketty.html [ndt]

    4/ Se publicará (en francés) en octubre de 2020, por Éditions Syllepse, París y Page 2, Lausanne.

    5/ Aunque pueda ser criticado por aparecer como la yuxtaposición de los capítulos escritos por cada uno de los autores; pasar demasiado rápido los análisis históricos de Thomas Piketty para concentrarse en su proyecto político; evocar las relaciones de producción como deus ex machina, olvidando las actuales contradicciones del capitalismo entre capitalismo financiero y capitalismo industrial, sin tener en cuenta el actual debilitamiento político de las fuerzas populares.

Re: PIKETTY, Thomas

Nota Jue May 20, 2021 3:14 pm
Enric Bonet, en "Piketty: la ‘reforma agraria’ del siglo XXI", en CTXT, el 16 de octubre de 2019, escribió:Superar el capitalismo a través de la democracia. Puede parecer osado en una coyuntura en que escasean las utopías y abundan los relatos apocalípticos. Pero este es el objetivo de Capital et idéologie (Capital e ideología), el último libro de Thomas Piketty, publicado en septiembre en francés y que saldrá la venta a finales de noviembre en castellano.

Seis años después de su célebre El capital en el siglo XXI –un estudio sobre las desigualdades que arrasó en las librerías con 2,5 millones de ejemplares vendidos–, el economista francés radicaliza su pensamiento y propone los medios para sobrepasar el modelo capitalista. A partir de un extenso análisis histórico de las estructuras de poder e ideológicas de los regímenes desiguales, desemboca en una ambiciosa propuesta de “socialismo participativo”. Un modelo alternativo fundamentado en una fiscalidad progresiva de la renta, pero sobre todo del patrimonio, y en un refuerzo de la democracia en las empresas.

En sus 1.200 páginas, Piketty describe “las evoluciones político-ideológicas en torno a las desigualdades y la redistribución” en países occidentales, pero también en India, China o Brasil, desde la Edad Media hasta el presente. Un viaje por la historia con el que pretende hacerse “una idea más precisa de lo que podría parecerse a una mejor organización política, económica y social para las distintas sociedades del mundo en el siglo XXI”. En concreto, se adentra en la búsqueda de una “propiedad justa, una educación justa y una frontera justa”.

“Uno de los méritos de Piketty es poner el foco en la cuestión de la propiedad, un elemento central en la tradición socialista que había desaparecido en los últimos años”, explica el economista Frédéric Farah, profesor en La Sorbona de París. El economista francés pone sobre la mesa una medida con la que no se atrevieron los modelos sociales de la postguerra: confrontarse con la repartición desigual del patrimonio, epicentro de las injusticias económicas. Según Farah, “estas tesis forman parte de la corriente reformista del socialismo”, que emergió a finales del siglo XIX y reivindicaba la posibilidad de superar el capitalismo a partir de reformas, “antes de que esta palabra se viera pervertida y convertida en sinónima de medidas neoliberales”.


Un modelo de propiedad social y temporal

A través de su análisis histórico, Piketty subraya la sacralización de la propiedad durante el siglo XIX. Entonces, “se produce una concentración de la propiedad y del poder económico y financiero que se situaba a principios del siglo XX en unos niveles más elevados que durante el Antiguo Régimen”. La crisis del liberalismo en el periodo de entreguerras y la consolidación de la hegemonía socialdemócrata durante la posguerra permitieron una significativa reducción de las desigualdades entre 1920 y 1980. De hecho, el prestigioso economista insiste en que entonces la tasación de las mayores fortunas se situó en una media del 81% en Estados Unidos o del 88% en Reino Unido y esto coincidió con el momento de mayor rentabilidad y crecimiento económico.

Las desigualdades regresaron, sin embargo, con la ofensiva neoliberal de los ochenta. Entre 1987 y 2017 las grandes fortunas mundiales crecieron entre un 6% o un 7% cada año. Es decir, cinco veces más rápido que los niveles de ingresos medios. Según Piketty, este crecimiento desigual se ve reflejado en que el 10% más rico en Estados Unidos poseía en 2018 el 74% total de las propiedades y el 55% en Europa, mientras que el 50% más modesto solo disponía del 1% y el 5% respectivamente. Estas desigualdades no resultan tan alejadas del 89% de las propiedades de que disponían el 10% de los más ricos en 1913 en Europa. Un abismo social entre clases que abocó el modelo burgués decimonónico a la insostenibilidad.

Ante este modelo “hipercapitalista”, Piketty apuesta por una medida discutida antes de la Primera Guerra Mundial en Europa, pero que al final no se aplicó: la creación de un impuesto progresivo sobre el patrimonio global (inmuebles, activos financieros y profesionales). En concreto, consistiría en adoptar una nueva tasación progresiva sobre el patrimonio que tendría en cuenta el endeudamiento de las familias y no afectaría a aquellos que poseen un nivel de propiedades en la media del país. Tributarían con el 1% aquellos cuyo patrimonio doblara la media nacional, con un 20% los que dispusieran de una fortuna 100 veces superior y con un máximo del 90% aquellos cuyo patrimonio fuera 10.000 veces superior a la media.

“No podemos esperar a que Mark Zuckerberg o Jeff Bezos lleguen a los 90 años y transmitan su fortuna para empezar a hacerles pagar impuestos”, asegura Piketty. Con este impuesto anual sobre el patrimonio, pretende establecer un modelo de “propiedad social y temporal”. A partir de los recursos recaudados, establecería una dotación universal, en torno a 120.000 euros, para cada ciudadano que cumpliera 25 años. De esta forma, se crearía una herencia para todos, mientras que en la actualidad “el 50% de los más pobres no heredan casi nada”, recuerda el prestigioso economista.


Democracia en las empresas e igualdad educativa

La revolución fiscal pikettiana se ve completada por un impuesto progresivo sobre la renta, que incluiría las cotizaciones sociales y la tasa por emisiones de CO2. Esta medida dispondría de una franja inferior del 10% para aquellos ciudadanos con unos ingresos más bajos y se incrementaría hasta el 70% para los que ganen cien veces más que la media y un máximo del 90% para los que ingresen 10.000 veces más. En cambio, suprimiría prácticamente todos los impuestos indirectos, como el IVA. Piketty no solo considera que estas medidas resultarían suficientes para financiar un avanzado estado del bienestar, sino también una renta básica garantizada. Esta equivaldría al 60% del ingreso medio y beneficiaría al 30% de los habitantes.

Además, propone favorecer la democracia en las empresas. Inspirada en la cogestión presente en países como Alemania o Suecia, su propuesta consiste en dar la mitad de los votos de los consejos de administración a los representantes de los trabajadores. Así se terminaría con el control hegemónico de los grandes accionistas. “Muchas empresas funcionan con un modelo casi monárquico. A menudo estas fracasan porque no escucharon el mensaje de alerta de sus trabajadores”, explica Romaric Godin, periodista en el diario digital Mediapart. Según este analista económico, “la apuesta de Piketty consiste en que, si se da más poder a los asalariados, cambiará el funcionamiento del capital”. Dejará de ser tan depredador. No obstante, “esta cogestión no ha impedido en Suecia o Alemania que los representantes de los asalariados tomaran decisiones contrarias a los intereses de los trabajadores”, recuerda Godin.

El “socialismo participativo” se fundamenta, asimismo, en un modelo educativo más equitativo. Como señala el autor de Capital e ideología, los hijos de las familias más acomodadas suelen beneficiarse de un gasto educativo muy superior al de los descendientes de las clases trabajadoras. Una situación evidente en países como Estados Unidos por el fuerte peso de la educación privada. Pero también se reproduce en sistemas donde lo público es mayoritario; por ejemplo, en Francia, dado que los profesores más experimentados y mejor pagados imparten clases en los barrios más ricos y los hijos de las clases superiores tienen trayectorias académicas más longevas.

Para frenar la deriva oligárquica de las democracias parlamentarias, el prestigioso economista reivindica una original reforma del sistema de financiación de partidos. Consistiría en un sistema de bonos con el que cada ciudadano dispondría de 5 euros anuales que daría a su formación política preferida. Una donación que se efectuaría en el momento de la declaración de la renta. En lugar de dar a la iglesia, hacerlo a un partido político.


¿Superar el capitalismo? ¿O salvarlo?

Restablecer un impuesto progresivo con el que se frene el aumento explosivo de las desigualdades. Reformular el concepto de propiedad para que todo el mundo disponga de una herencia socializada. O combatir las desigualdades educativas para garantizar las mismas oportunidades para todos. Piketty dice querer sobrepasar el capitalismo, pero en realidad lo hace devolviendo en forma de explosivos ideológicos buena parte de las promesas incumplidas por las democracias liberales.

De hecho, resulta significativo que apenas cite a Karl Marx. Su modelo de propiedad social y temporal se inspira en la reforma agraria reivindicada por el radical británico Thomas Paine, uno de los referentes ideológicos de la Revolución Americana. En concreto, cita la obra de Paine Justicia agraria (1795), en que defendía el establecimiento de un impuesto de sucesiones para financiar una renta básica. Un liberalismo igualitario también defendido en Francia por Maximilien de Robespierre, pero que quedó abortado a finales del siglo XVIII en beneficio de la sacralización decimonónica de la propiedad.

“Más que terminar con el capitalismo, parece querer salvarlo”, asegura Godin, quien considera que Piketty propone “un modelo de un capitalismo democrático y social”. “Su posición resulta parecida a la de John Maynard Keynes, que quería salvar el capitalismo de la profunda crisis del periodo de entreguerras”, explica Farah, comparando el economista francés con el liberal británico que desarrolló una de las doctrinas económicas más influyentes en el pensamiento socialdemócrata. Según el periodista de Mediapart, Capital e ideología resulta una aportación de gran valía en la lucha contra las desigualdades, “pero no cuestiona el actual modelo de producción, en un momento en que cada vez hay más dudas de que el planeta pueda asumir un crecimiento económico permanente”.

También se echa en falta una mayor concreción en la manera en que la izquierda podría llegar al poder para impulsar el “socialismo participativo”. Respecto a la estrategia política, se conforma con reivindicar una “coalición igualitaria” que permita superar la “trampa social-nativista” (ultraderecha). Piketty no es ningún spin doctor –todo un alivio para algunos–, pero es una lástima que no profundice en el desafío de cómo construir una izquierda popular. Sobre todo, teniendo en cuenta que se trata de un fino analista político que a través de un amplio trabajo estadístico muestra una evolución del electorado de las formaciones de izquierdas, que dejaron de ser los “partidos de los trabajadores” para convertirse en el “de los más diplomados”.

Esta evolución, según el economista francés, contribuyó a la crisis del eje derecha-izquierda y consolidó un sistema de élites múltiples. En él se confrontan la “derecha comerciante” con la “izquierda brahmana”, cuyos electorados comparten el hecho de ser ganadores de la globalización neoliberal. Todo ello favoreció la renuncia de las clases trabajadoras, que apuestan masivamente por la abstención y, en menor medida, por el populismo de derechas.

Un divorcio entre la izquierda y las clases populares que lastra su capacidad de transformar el sistema. Como señala Piketty, “toda la historia de los regímenes desiguales muestra que son sobre todo las movilizaciones sociales y políticas y las experimentaciones concretas las que permiten cambiar la historia”.

Re: PIKETTY, Thomas

Nota Jue May 20, 2021 10:29 pm
Thomas Piketty, en “El economista francés Piketty creía en el liberalismo. Hoy grita: «¡Viva el socialismo!»”, en El País, el 4 de abril de 2021, escribió:Si me hubieran dicho en 1990 que en 2020 iba a publicar una colección de crónicas titulada ¡Viva el socialismo! habría pensado que se trataba de un mal chiste. A mis 18 años, acababa de pasarme el otoño de 1989 siguiendo por la radio el colapso de las dictaduras comunistas y del “socialismo real” en la Europa del Este. En febrero de 1990 participé en un viaje de estudiantes franceses en apoyo de la juventud rumana, que acababa de deshacerse del régimen de Ceausescu. Llegamos en plena noche al aeropuerto de Bucarest y luego fuimos en autobús a la tristona y nevada ciudad de Brasov, enclavada en el arco de los Cárpatos. Jóvenes rumanos nos mostraron con orgullo agujeros de bala en las paredes, testimonios de su revolución. En marzo de 1992 haría mi primer viaje a Moscú, en donde vi las mismas tiendas vacías y las mismas avenidas grises. Había logrado infiltrarme en el bagaje de un coloquio franco-ruso titulado "Psicoanálisis y ciencias sociales", y con un grupo de académicos franceses algo perdidos pude visitar el mausoleo de Lenin y la plaza Roja, donde la bandera rusa acababa de sustituir a la soviética.

Nacido en 1971, pertenezco a una generación que no tuvo tiempo de dejarse seducir por el comunismo y que se hizo adulta constatando el fracaso absoluto del sovietismo. Como muchos, en la década de 1990 fui más liberal que socialista, orgulloso como un pavo real de mis observaciones juiciosas, desconfiaba de mis mayores y de los nostálgicos, y no soportaba a los que se negaban decididamente a ver que la economía de mercado y la propiedad privada eran parte de la solución.

Hete aquí que, treinta años después, en 2020, el hipercapitalismo ha ido demasiado lejos. Ahora estoy convencido de que hay que pensar en la superación del capitalismo, en una nueva forma de socialismo, participativo y descentralizado, federal y democrático, ecológico, mestizo y feminista.

La historia decidirá si la palabra “socialismo” está definitivamente muerta y debe ser reemplazada. En mi opinión, puede salvarse, y de hecho sigue siendo el término más apropiado para designar la idea de un sistema económico alternativo al capitalismo. En cualquier caso, uno no puede contentarse con estar “en contra” del capitalismo o del neoliberalismo: hay que estar también y sobre todo “a favor de” otra cosa, lo que exige ser capaz de definir con precisión el sistema económico ideal que uno desearía poner en práctica, la sociedad justa que uno tiene en mente, sea cual sea el nombre que finalmente decida darle. Se ha convertido en un lugar común decir que el sistema capitalista actual no tiene futuro, ya que profundiza en las desigualdades y agota el planeta. Esto no es falso, pero, a falta de una alternativa concreta, el actual sistema tiene todavía muchos días por delante.

Como profesor e investigador en ciencias sociales, me he especializado en el estudio de la historia de las desigualdades y de la relación entre el desarrollo económico, la distribución de la riqueza y el conflicto político, lo que me ha llevado a publicar varias obras voluminosas. También he contribuido a la creación de la World Inequality Database (WID), un vasto proyecto colectivo y participativo destinado a aportar una mayor transparencia sobre la evolución de las desigualdades de renta y de riqueza en las diferentes sociedades del planeta.

Sobre la base de lo aprendido en estas investigaciones históricas, así como de mi experiencia como ciudadano-observador del período 1990-2020, he intentado proponer en mi último libro algunos “elementos para un socialismo participativo” (...). Debo aclarar que estos “elementos” constituyen únicamente un punto de partida entre otros posibles, una diminuta contribución a un enorme proceso de elaboración colectiva, discusión contradictoria y experimentación social y política, un proceso de largo plazo que deberá hacerse con toda humildad y tenacidad. (…)

Empecemos con una afirmación que a algunos les puede parecer sorprendente. Desde una perspectiva de largo plazo, la larga marcha hacia la igualdad y el socialismo participativo está bien encaminada. Nada impide técnicamente seguir avanzando por el camino ya abierto, a poco que todas y todos nos pongamos manos a la obra. La historia demuestra que la desigualdad es esencialmente ideológica y política, no económica o tecnológica. Esta visión optimista puede parecer paradójica en estos tiempos sombríos. Sin embargo, se corresponde con la realidad. Las desigualdades se han reducido considerablemente desde una perspectiva de largo plazo, gracias sobre todo a las nuevas políticas sociales y fiscales puestas en marcha durante el siglo XX. Queda mucho por hacer, pero lo cierto es que podemos avanzar mucho si sacamos partido a las lecciones de la historia. Veamos, por ejemplo, la evolución de la concentración de la propiedad en los dos últimos siglos. En primer lugar, se constata que la parte de la propiedad total (el total de activos inmobiliarios, financieros y profesionales, netos de deudas) en manos del 1% más rico de la población se mantuvo a un nivel astronómico durante todo el siglo XIX y hasta principios del siglo XX —lo que demuestra, por cierto, que la promesa de igualdad de la Revolución francesa fue más teórica que real, al menos en lo que respecta a la redistribución de la propiedad—. En segundo lugar, se observa que la parte de la propiedad total en manos del 1% más rico disminuyó bruscamente durante el siglo XX: era alrededor del 55% en vísperas de la primera guerra mundial, frente al 25% aproximadamente en la actualidad. Nótese, sin embargo, que esta cuota sigue siendo unas cinco veces superior a la que corresponde al 50% más pobre de la población, que en la actualidad posee algo más del 5% del patrimonio total (a pesar de que son, por definición, cincuenta veces más numerosos que el 1% más rico). La guinda del pastel es que esta baja participación en el patrimonio total ha ido disminuyendo desde las décadas de 1980 y 1990, tendencia que puede observarse tanto en Estados Unidos, Alemania y el resto de Europa como en la India, Rusia y China. En resumen: la concentración de la propiedad (y, por lo tanto, del poder económico) ha disminuido de manera significativa durante el último siglo, pero sigue siendo extremadamente fuerte. La reducción de la desigualdad de la riqueza ha beneficiado sobre todo a la “clase media patrimonial” (el 40% de la población entre el 10% más rico y el 50% inferior de la distribución), pero ha beneficiado muy poco a la mitad más pobre de la población.


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