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LUTHER KING, Martin (1929-1968)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...


Introducción

En Marxists Internet Archive se escribió:El Dr. Martin Luther King, Jr. fue un pastor de la iglesia bautista, pacifista y activista del Movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos para los afroamericanos laureado con el Premio Nobel de la Paz. Organizó y llevó a cabo marchas por el derecho al voto, la no discriminación y otros derechos civiles básicos.

King y el movimiento que lideraba consiguieron la promulgación del Acta de los Derechos Civiles y del Acta de los Derechos de Voto a mediados de los 1960s. Luego se manifestó en contra de la pobreza que azotaba a millares de norteamericanos de diversas razas y en contra de la guerra contra Vietnam. King y todo lo que representaba eran odiados por muchos blancos, especialmente en el sur de los EEUU, y en la mañana del 4 de marzo de 1968, antes de una marcha, fue asesinado a tiros en el balcón de su hotel en la ciudad de Memphis, en el estado sureño de Tennessee. King es recordado como uno de los mayores líderes históricos de Estados Unidos y en la historia del pacifismo moderno.





Bibliografía compilada





Ensayo






Relacionado:



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M. Ruiza, T. Fernández y E. Tamaro, en "Martin Luther King", en Biografías y Vidas, en 2004. escribió:(Martin Luther King Jr.; Atlanta, 1929 - Memphis, 1968) Pastor baptista estadounidense, defensor de los derechos civiles. La larga lucha de los norteamericanos de raza negra por alcanzar la plenitud de derechos conoció desde 1955 una aceleración en cuyo liderazgo iba a destacar muy pronto el joven pastor Martin Luther King.

Su acción no violenta, inspirada en el ejemplo de Gandhi, movilizó a una porción creciente de la comunidad afroamericana hasta culminar en el verano de 1963 en la histórica marcha sobre Washington, que congregó a 250.000 manifestantes. Allí, al pie del Lincoln Memorial, Martin Luther King pronunció el más célebre y conmovedor de sus espléndidos discursos, conocido por la fórmula que encabezaba la visión de un mundo justo: "I have a dream" ("Tengo un sueño").

Pese a las detenciones y agresiones policiales o racistas, el movimiento por la igualdad civil fue arrancando sentencias judiciales y decisiones legislativas contra la segregación racial, y obtuvo el aval del premio Nobel de la Paz concedido a King en 1964. Lamentablemente, un destino funesto parece arrastrar a los apóstoles de la no violencia: al igual que su maestro Gandhi, Martin Luther King cayó asesinado cuatro años después.


Biografía

Hijo de un ministro baptista, Martin Luther King estudió teología en la Universidad de Boston. Desde joven tomó conciencia de la situación de segregación social y racial en que vivían los negros de su país, y en especial los de los estados sureños. Convertido en pastor baptista, en 1954 se hizo cargo de una iglesia en la ciudad de Montgomery, Alabama.

Muy pronto dio muestras de su carisma y de su firme decisión de luchar por la defensa de los derechos civiles con métodos pacíficos, inspirándose en la figura de Mahatma Gandhi y en la teoría de la desobediencia civil de Henry David Thoreau, las mismas fuentes que por aquellos mismos años inspiraban la lucha de Nelson Mandela contra el apartheid en Sudáfrica. En agosto de 1955 una humilde modista negra, Rosa Parks, fue detenida y multada por sentarse en la sección reservada para blancos de un autobús; King dirigió un masivo boicot de más de un año contra la segregación en los autobuses municipales.

La fama de Martin Luther King se extendió rápidamente por todo el país y enseguida asumió la dirección del movimiento pacifista estadounidense, primero a través de la Southern Cristian Leadership Conference y más tarde del Congress of Racial Equality. Asimismo, como miembro de la Asociación para el Progreso de la Gente de Color, abrió otro frente para lograr mejoras en sus condiciones de vida.

En 1960 aprovechó una sentada espontánea de estudiantes negros en Birmingham, Alabama, para iniciar una campaña de alcance nacional. En esta ocasión, Martin Luther King fue encarcelado y posteriormente liberado por la intercesión de John Fitgerald Kennedy, entonces candidato a la presidencia de Estados Unidos, pero logró para los negros la igualdad de acceso a las bibliotecas, los comedores y los estacionamientos.

En el verano de 1963, su lucha alcanzó uno de sus momentos culminantes al encabezar una gigantesca marcha sobre Washington en la que participaron unas 250.000 personas, ante las cuales pronunció el discurso hoy titulado "I have a dream" ("Tengo un sueño"), una bellísima alocución en favor de la paz y la igualdad entre los seres humanos. King y otros representantes de organizaciones antirracistas fueron recibidos por el presidente John F. Kennedy, quien se comprometió a agilizar su política contra el segregacionismo en las escuelas y en la cuestión del desempleo, que afectaba de modo especial a la comunidad negra.

No obstante, ni las buenas intenciones del presidente, quien moriría asesinado meses más tarde, ni el vigor ético del mensaje de Martin Luther King, premio Nobel de la Paz en 1964, parecían suficientes para contener el avance de los grupos nacionalistas de color contrarios a la integración y favorables a la violencia, como Poder Negro, Panteras Negras y Musulmanes Negros. La permeabilidad de los colectivos de color (sobre todo de los que vivían en los guetos de Nueva York y de otros estados del norte) a la influencia de estos grupos violentos ponía en peligro el núcleo del mensaje de King, el pacifismo.

En marzo de 1965 encabezó una manifestación de miles de defensores de los derechos civiles que recorrieron casi un centenar de kilómetros, desde Selma, donde se habían producido actos de violencia racial, hasta Montgomery. La lucha de Martin Luther King tuvo un final trágico: el 4 de abril de 1968 fue asesinado en Memphis por James Earl Ray, un delincuente común de raza blanca. Mientras se celebraban sus funerales en la iglesia Edenhaëser de Atlanta, una ola de violencia se extendió por todo el país. Ray, detenido por la policía, se reconoció autor del asesinato y fue condenado con pruebas circunstanciales. Años más tarde se retractó de su declaración y, con el apoyo de la familia King, pidió la reapertura del caso y la vista de un nuevo juicio.


Obra e ideario

Martin Luther King entendió como una condición esencial de la dignidad humana la igualdad racial, la cual se hallaba por otra parte legitimada, en el plano político, por los principios de la democracia (de la cual siempre se declaró partidario), y en el plano moral, por los principios religiosos. En consecuencia, la acción destinada a la conquista de los propios derechos no debía ser considerada jamás como subversiva ni revolucionaria. King no proclamaba la violación de la ley, sino que sostenía que no pueden obedecerse leyes injustas, porque éstas se oponen a la ley moral. Señalaba el camino del amor en contraposición a la inactividad de los negros pasivos y al odio exasperado de los nacionalistas. Y se dolía de no haber sido ayudado y comprendido por la iglesia blanca.

En este sentido, King adaptó y desarrolló el concepto de Gandhi de la no violencia, que supo aplicar de forma creativa en una serie de campañas antisegregacionistas que le convirtieron en el líder más prestigioso del movimiento americano para los derechos civiles, le valieron la concesión en 1964 del premio Nobel de la Paz y provocaron su asesinato a manos de un racista fanático en 1968. Tras su fallecimiento, el movimiento negro estadounidense emprendió un camino más abiertamente revolucionario y violento, alejado de la inspiración cristiana y liberal de King, cuya memoria, a pesar de todo, sigue siendo venerada y amada por las masas de desheredados de su raza.

El mismo año del Nobel, el presidente Lyndon Johnson, sucesor de Kennedy tras el magnicidio, promulgó la ley de derechos civiles, que consagraba la igualdad de todos los ciudadanos. Según King, los negros tenían que abandonar su abstracta neutralidad política para estrechar alianzas electorales y apoyar a los candidatos dignos de confianza, porque "la influencia de los negros en el poder político es importante". Solamente entonces se alcanzaría la verdadera meta de la libertad, porque el destino de los negros está unido al de toda América.

Sus principios quedaron expresados, además de en la célebre Carta desde la prisión de Birmingham (1963, publicada por la revista francesa Esprit en 1964), en numerosas obras entre las que destacan La fuerza de amar (Strength to Love, 1965) y El clarín de la conciencia (The Trumpet of Conscience, 1968), en las que a menudo su prosa, inspirada en la tradición bíblica del protestantismo anglosajón, alcanza momentos de altísima emoción y humanidad.

Mención aparte merece Por qué no podemos esperar (Why We Can't Wait, 1964), en la medida en que la exposición de su credo político se alterna en esta obra con una apasionada evocación de los hechos del verano de 1963 (vividos por el propio autor como protagonista) de gran valor como testimonio histórico. El libro es la historia de la liberación de un pueblo, obtenida mediante el empleo de "un arma potente y justa... que corta sin herir y ennoblece al hombre que la empuña": la no violencia.


I have a dream

Pese al valor de su obra escrita, ninguno de sus textos despertó la universal admiración del más famoso de sus discursos: el que pronunció el 28 de agosto de 1963 ante los 250.000 integrantes de la marcha sobre Washington, al pie del Monumento a Abraham Lincoln, el presidente que, un siglo antes, había abolido la esclavitud: «Hace cien años, un gran americano, bajo cuya sombra simbólica nos encontramos hoy, firmó la Proclamación de la Emancipación. Este trascendental decreto apareció como un gran fanal de esperanza para millones de esclavos que habían sido marcados con el fuego de una flagrante injusticia. Llegó como el amanecer jubiloso de la larga noche de su cautividad. Pero cien años después, la América de color sigue sin ser libre».


  • I have a dream [completo]. Subtitulado en español.
    Washington, 28 de agosto de 1963.

Considerado una obra maestra de la oratoria, el nombre con que este discurso es conocido procede de su parte central, en la que reiterando la fórmula "I have a dream" ("Tengo un sueño"), Martin Luther King eleva a la condición de ideal la simple materialización de la igualdad: "Sueño que mis cuatro hijos pequeños vivirán algún día en una nación donde no se les juzgará por el color de su piel sino por las cualidades de su carácter". Valioso tanto como condensada expresión de sus principios como por su impresionante altura emotiva, su vigencia sigue conmoviendo más de medio siglo después.

Forrest Hylton, en "Lo que no se discute en Estados Unidos. Clase, imperio y redención nacional", en NUSO, en junio de 2020, escribió:[...] Martin Luther King, Jr., quien mantuvo un diálogo respetuoso pero crítico con las Panteras Negras por cuestiones tácticas y estratégicas, no habló solamente de los derechos civiles de los negros. Entre 1966, año en que visitó los barrios calientes de Chicago para ver de cerca la problemática de los guetos, y el 4 de abril de 1968, cuando fue asesinado a tiros, se había vuelto un férreo opositor de la guerra en Vietnam y era organizador de una gran marcha por los derechos económicos de los trabajadores de todos los colores. Estaba en Memphis, en la huelga de recolectores de residuos, cuando fue asesinado. Este Martin Luther King, capaz de luchar por crear una coalición masiva y multirracial de la clase trabajadora con base en lo que él llamó «una revolución de valores», perdió sus aliados liberals y su protección política. Esa coalición, que fue la de Sanders, como la fue de Jesse Jackson en los años 80, es el espectro que espanta a la política bipartidista en Estados Unidos. Es la coalición imposible.

[...] La historia es borrada y sustituida por ficciones ideológicas convenientes: la supuesta diferencia entre las tácticas de Martin Luther King y Malcolm X, por ejemplo: en realidad, cada uno evolucionó, por caminos paralelos, hacia posturas parecidas a las del otro, cosa que las imágenes no muestran. Es el mundo en que se mueven los jóvenes y la mayoría de los adultos menores de 50 años, y constituye un problema de cultura y subjetividad política que se ha agudizado con los años, sin siquiera ser identificado. Es un problema de amnesia histórica.

Manuel Cervera-Marzal, en entrevista con Sylvie Laurent, con el título “De Martin Luther King a Black Lives Matter”, publicada originalmente el 17 de enero de 2017, traducida y recogida por Viento Sur el 29 de enero de 2017, escribió:En esta entrevista con Manuel Cervera-Marzal, Sylvie Laurent retoma las cuestiones planteadas en sus dos últimos libros: Martin Luther King. Une biographie (Seuil, 2015) y La couleur du marché. Racisme et néolibéralisme aux Etats-Unis (Seuil, 2016). A pesar de la llegada por primera vez de un negro a la Casa Blanca, las desigualdades raciales aumentaron notablemente durante los dos mandatos de Obama, sumándose así a las desigualdades de clase que ya se habían incrementado bajo las presidencias de Bill Clinton y George W. Bush. ¿Cómo interpretar el giro neoliberal del Partido Demócrata?; frente a la oligarquía bipartidista y financiera que gobierna el país, ¿qué ocurre con las luchas sociales?; y, para empezar, ¿cómo reinscribir el combate antirracista, protagonizado actualmente por el movimiento “Black Lives Matter” ("la vida de la población negra importa"), entre otros, en la larga historia de las luchas por la emancipación en EE.UU.?


Manuel Cervera-Marzal: Todo el mundo conoce a Martin Luther King. Sin embargo, usted ha creído necesario consagrarle una nueva biografía. ¿Por qué?

Sylvie Laurent: Para ser completamente sincera, de entrada, yo no pretendía escribir una biografía de Martin Luther King. Mi proyecto estaba destinado a un editor estadounidense, y se trataba de realizar un estudio de la “campaña de los pobres”, que fue el último proyecto de King, el que tenía entre manos en 1968, consistente en superar la lógica de los derechos civiles para pasar a la cuestión de los derechos humanos y de una unión de los pobres, de un movimiento proletario más allá de la cuestión racial. Esto me parecía fundamental, máxime cuando King fue asesinado tres semanas antes de que arrancara la campaña.

Resulta que, para el público francés, este tema era un poco demasiado traído por los pelos. Mi editor en Seuil aconsejó mantener esta trama, consistente en sacar a relucir las convicciones socialistas de King –que no se conocían–, pero ampliando la perspectiva con el fin de presentar la vida y el pensamiento de King desde su nacimiento hasta su muerte. Escribir la historia política e intelectual de King pasaba por poner el acento en sus ideas, que se elaboran en algún punto situado entre el góspel social, la filosofía negra y el marxismo.


M. C-M.: En su libro, usted pinta a un Martin Luther King más subversivo que el de los manuales de historia. Usted subraya, por ejemplo, que su antirracismo –de todos conocido– era indisociable de un compromiso anticapitalista y antiimperialista. ¿Cómo definir con precisión su combate político?

S.L.: Hay todo un debate historiográfico sobre su recorrido y sus evoluciones. ¿Era acaso desde el principio profundamente marxistizante, pero se veía obligado a guardar para el sus convicciones anticapitalistas para concentrarse en la cuestión de los derechos civiles? Hay quien dice que Rosa Parks le obligó un poco a concentrarse en la cuestión de los derechos formales y que, una vez conquistados estos, retomó la cuestión de la justicia social. Otros sostienen que fue a partir de la guerra de Vietnam, que él denunció en 1967, cuando dejó realmente de creer en la capacidad de EE UU para enmendarse y entonces radicalizó su combate.

En mi libro intento reconciliar las dos teorías, mostrando las rupturas y las continuidades. No cabe duda de que se trata de alguien cuyas primeras críticas acerbas al sistema capitalista vienen de muy lejos. En el seminario ya comienza a leer a los filósofos del derecho y de la historia; no cuenta ni veinte años cuando escribe (en particular en sus cartas a Coretta) que Marx tiene razón y que un régimen basado en la desigualdad y que da la mayoría del poder y de la riqueza a una minoría que explota a las masas está condenado a desaparecer. Evidentemente, lo que le complica las cosas, él que es pastor, hijo de pastor y nieto de pastor, es el ateísmo visceral del marxismo. El otro problema para King estriba en la contradicción entre el materialismo histórico y el mesianismo cristiano, del mismo modo que reprocha al marxismo que considere al ser humano como un medio y no como un fin. El cristianismo social europeo ha logrado reconciliar estas dos filosofías, pero en EE UU, donde el socialismo se ha convertido en un contra-modelo diabólico, y donde se acusa a las y los militantes negros de subversión antiamericana, la contradicción es irreductible.

A partir del momento en que se logró la igualdad civil 1964-1965 –es decir, el fin de la segregación institucional y el reconocimiento del derecho de voto, o sea, el fin de los aspectos más escandalosos y los más contrarios a las libertades fundamentales–, King desarrolla la idea de una segunda fase de la revolución de los derechos de la población negra: la de la justicia económica y social. Ahora bien, el problema era que para EE UU, la libertad formal otorgada a los afroamericanos ya era mucho, demasiado. Por tanto, de 1965 a 1968, King pasa tres años predicando en el desierto. Peor aún, este hombre, ensalzado en 1964, se hunde en un abismo de impopularidad, se le considera ingrato y subversivo.

Recordemos que EE UU está terriblemente dividido a finales de la década de 1960. La reacción de la derecha se perfila con Nixon. Nos hallamos en pleno movimiento de la contracultura, de la lucha contra la guerra de Vietnam, de oposición al imperialismo, y King también es un disidente. Ese “molesto doctor King” había quedado borrado de la memoria nacional porque sus actitudes contravenían la mitología nacional, según la cual se habría producido la reconciliación y la redención gracias a la aprobación de los derechos civiles. Por tanto, es indudable que hubo una continuidad en King, pero también estuvo sometido al azar de la memoria y de las recuperaciones ideológicas; se admira al pastor “soñador”, no violento, empático y conciliador. Sin embargo, este insumiso, decepcionado por las dilaciones de su país en materia de justicia, solo ha logrado el reconocimiento merecido gracias a la labor reciente de los historiadores.


M. C-M.: Escuchándole y leyendo su libro, tengo la sensación de que King ha sufrido la misma suerte que el Che Guevara: aseptizado, edulcorado, mercantilizado… ¿Cómo una figura tan molesta ha podido acabar siendo celebrada por los mismos que antaño eran sus adversarios más feroces?

S.L.: Fue Ronald Reagan quien, en 1983, instituyó una jornada de celebración nacional por Martin Luther King. No es casualidad. Cuando se memorializa o se deifica a un personaje tan rebelde, es una manera de acogerlo en el seno de la mitología nacional. Y era muy importante para el presidente estadounidense -el mismo que consideraba que ya había pasado página a la igualdad racial, ya era suficiente como estaba, que la gente negra ya no debían pedir más- erigir simbólicamente a King en padre fundador de la Nación, a modo de “hemos realizado nuestro ideal democrático, King es testigo y garante”. Evidentemente esto es un truco de magia de la memoria muy importante.

Por lo demás, el asesinato de Martin Luther King en abril de 1968 llevó a la idea de que la alternativa no violenta e igualitaria había desaparecido con él. Algunos argumentaron que puesto que su muerte provocó la explosión de los guetos, las revueltas urbanas, el paso a una forma de radicalismo más intransigente, la estrategia de King era inoperante. Otros dijeron que si no hubiera sido asesinado, entonces la versión pacifista, simpática, conciliadora del combate hubiera ganado. Es completamente falso pues él mismo se había acercado mucho a la versión radical. Es una forma de crear dicotomías del tipo “Malcolm X, el chico malo” versus “King, el amable”. En fin, sirvió desde su tumba a los abogados de la contrarrevolución para justificar la vuelta al orden y al mantenimiento del statu quo racial.


M. C-M.: La fuerza de King también fue haber conjugado o intentado conjugar, dos tradiciones consideradas muchas veces como incompatibles: cristianismo y marxismo, amor y revolución, no violencia y lucha de clases. ¿Cómo opera esta síntesis?

S.L.: El eslabón que falta es Gandhi. Fue necesario pasar por la mediación filosófica de un hombre de color, no americano, no blanco, no occidental, para llegar a la idea de que la revolución podía ser no violenta.

Hace seis años escribí en La vida de las ideas un texto que se titula: ¿Es posible la no violencia? En él muestro que Gandhi, nutrido del pensamiento de Thoreau pero también de Tolstoi y de Cristo, mantiene que existe un tercer espacio entre la violencia armada y la rebeldía espiritual. Este tercer espacio se hace posible gracias a la violencia infligida a uno mismo. Por tanto, Martin Luther King piensa, como Gandhi, que un pueblo oprimido puede redefinir, gracias a una ética de la satyagraha, el abrazo (graha) de la verdad (Satya), la emancipación mediante una ecuación dialéctica entre el oprimido, el opresor y el espectador. La estrategia consiste en producir un sentimiento de culpabilidad en el que inflige la violencia pero también en quien es testigo de ella. Es extraordinario.

Gandhi muestra que la no violencia, lejos de la pasividad cristiana consistente en poner la otra mejilla por amor, solo es una postura ético religiosa. Es una estrategia política que puede ser agresiva. Gandhi articula la no violencia con la idea de revolución para conseguir un cambio social. La desobediencia civil, en Gandhi y en King, no es el acto de un individuo solo como en Thoreau, sino que para ellos se debe desplegar a escala de masas para provocar el cambio social. La idea de que las masas tengan el poder es profundamente marxista. Pero la idea de que las masas puedan modificar la correlación de fuerzas sin recurrir a la violencia, Gandhi la encuentra en la filosofía hindú.

Desde 1930, muchas personas negras van a la India para seguir las enseñanzas del Mahatma y traen su filosofía al sur racista de Estados Unidos. A través del cosmopolitismo de los oprimidos, se desarrolla una fraternidad entre las mismas causas.


M. C-M.: ¿En qué siguen siendo útiles la acción y el pensamiento de King para las luchas actuales?

Hay muchas razones. La más significativa es la cuestión de la desigualdad. Hay una especie de incapacidad de las sociedades occidentales para pensar de manera “total” la cuestión de la desigualdad. La estrechez de miras dificulta la reivindicación del reconocimiento -reconocimiento de derechos, de las “minorías”, de las mujeres, de género- a la vieja clave de lectura marxista -los ricos y los pobres, los amos y los dominados. Sin embargo, Martin Luther King logró mostrar que hay una dialéctica fundamental entre el reconocimiento de las identidades y la lucha contra la explotación capitalista.

Sin comprender esta dialéctica, no se puede entender verdaderamente qué sigue activo en la correlación de fuerza que continúan irrigando nuestras sociedades, particularmente, la sociedad estadounidense que se vive como una sociedad sin clases en su mito original de la igualdad para todos. Es necesario decir que al mirar a Estados Unidos desde 30 años atrás, te das cuenta de hasta qué punto existe una incapacidad de pensar en dos cosas: la persistencia del problema de la desigualdad racial y la manera en que la profundización de las desigualdades respecto a la riqueza, en buena parte, se ha dado vinculada al sentimiento de que el otro me superaba y mi declive surgía necesariamente porque el otro conseguía salir de su condición de subalterno.

El análisis de W.E.B. Du Bois, que hablaba del “salario simbólico” del obrero blanco, sigue siendo muy actual. Marx había señalado a propósito de los irlandeses, que el obrero blanco, incluso si está tan explotado como el negro, veía que la élite le confería ese pequeño privilegio simbólico de ser blanco y ser tratado como tal por el conjunto de la sociedad. Esto es fundamental para comprender la elección de Trump: la gente que vive el desclasamiento -real o imaginario- lo vive de forma más grave porque tienen un sentimiento de decadencia en relación a otros grupos sociales, que ellos han perdido calidad de vida porque otros ¡se repantigan con las ayudas sociales! Los emigrantes me han quitado el empleo y la gente negra, que están más presentes en el espacio público, han cuestionado la imagen normativa del americano medio, necesariamente blanco y heterosexual. Esta idea de pérdida de privilegio es esencial.

Durante mucho tiempo se ha tenido una idea conciliadora de la igualdad: se pensaba que cuanto más se avanzara hacia la igualdad real, más ganaría cada uno. Pero nos damos cuenta de que no, y Martin Luther King, lo había dicho, solo se puede avanzar hacia la igualdad a condición de que algunos pierdan un poco sus privilegios. Y solo con la aceptación de esta pérdida de privilegios, tomará cuerpo la justicia social. A modo de ejemplo, la segregación espacial socava la sociedad estadounidense; mientras que los barrios blancos limpios y tranquilos no acepten viviendas sociales y la presencia de familias de color en su seno, lo que sin duda les cuesta, el país no progresará. No hay ninguna razón para que sean los únicos que se benefician de las buenas escuelas, de buenos transportes públicos y de todos los privilegios inherentes a una plena ciudadanía. En relación a esto, Trump representa la voz de quienes dicen que no renunciarán a ninguno de sus privilegios, incluso rechazan que estos atributos sean considerados como “privilegios”. Se viven como merecedores de ellos indebidamente cuestionados. [...]

Javier de Lucas, en "Tres entierros de Martin Luther King", en CTXT, el 25 de abril de 2018, escribió:El racismo en Estados Unidos, cincuenta años después de su asesinato

En este mes de abril de 2018 se cumplen 50 años del asesinato de Martin Luther King, premio Nobel de la paz (1964) y figura imprescindible de la historia de la lucha por el reconocimiento de los derechos civiles y políticos de los afroamericanos en los EEUU y, por extensión, de la lucha por la igualdad de derechos, condición de legitimidad de la democracia. Es también un referente de los movimientos pacifistas, de resistencia no violenta y de desobediencia civil, que han recuperado importancia en este primer cuarto de siglo XXI, ante quiebras graves y manifiestas de las claves de legitimidad de la democracia representativa.

Lo habitual en estos casos es sumarse al panegírico, para glosar los méritos de quien, además, tiene para muchos la cualidad añadida de un mártir, incluso en su sentido trascendente (si es que se tiene en cuenta su condición de clérigo que inspira a millones de cristianos que comparten su fe). Sin embargo, creo que un elemental respeto a la realidad nos obliga a abandonar ese tono que, en el fondo, esconde a duras penas una cierta autocomplacencia (es decir, el buen pastor King). Y me parece difícil negar que estamos en buen medida ante la constatación de un fracaso. Para parafrasear el film de T. L. Jones de 2005 ("Los tres entierros de Melquiades Estrada", coescrito con G. Arriaga), podríamos hablar de los tres entierros de M. L. King, los tres entierros de su legado.


Un legado que está lejos del éxito

El primer y multitudinario entierro, como corresponde, parecía atestiguar el triunfo del trabajo de King. En el momento de su asesinato (1968) se valoraba sobre todo su contribución al reconocimiento de los derechos civiles y políticos a los afroamericanos, plasmada en sus escritos y discursos. Basta pensar, por ejemplo, en su "Letter from the Jail of Birmingham", escrita el 14 de abril de 1963, poco después del discurso "How long, so long", pronunciado en Montgomery el 25 de marzo de 1963 tras la “marcha sobre Selma” y unos meses antes del inmortal "I Have a Dream", pronunciado en la Marcha sobre Washington el 28 de agosto de 1963. Sin el esfuerzo y la firmeza de King (probablemente también, sin la llamada de atención que suponían las acciones de los Black Panthers y de la Nación del Islam, del activista también asesinado, Malcolm X), el presidente Johnson no habría logrado aprobar la Civil Rights Act (1964), ni la Voting Act (1965), dos leyes que culminaron el proceso que comenzó con las tres Enmiendas a la Constitución que, un siglo antes, habían tratado de rebajar la peor de las manchas que marcaban el proyecto de los EEUU, la esclavitud y el racismo institucionalizados [1].

Nadie puede ignorar que, para llegar a esas dos leyes, casi cien años después de que se iniciara ese proceso, fue decisivo el trabajo de organizaciones como la MIA (Montgomery Improvement Association), creada en respuesta al caso Rose Parks y cuya dirección se encomendó a M. L. King, el Student NonViolent Coordinating Committee (SNVCC), que también llegó a liderar el Dr. King o la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP [2]), que hicieron posible la Marcha desde Selma a Montgmomery [3], después de la masacre del puente de Selma (narradas en la película de 2014 de Ava du Vernay, "Selma"), y sobre todo, el enorme éxito de la Marcha sobre Washington, pese a la oposición del ala radical del movimiento de defensa de los derechos de los afroamericanos (Malcom X la llegó a denominar “farsa” sobre Washington).

Las dos leyes que el presidente tejano consiguió que se aprobasen parecían cerrar la historia de esclavismo y discriminación contra los negros en los EEUU, haciendo realidad los piadosos deseos que el Dr. King soñaba para sus cuatro hijos en su extraordinario "I Have a Dream" y las tres principales demandas de la marcha [4], que King supo formular con eficaz retórica en términos del cheque que la justicia debía al hombre negro en los EE.UU., desde su fundación [5].


La paradoja Obama: el Black Lives Matter

Sin embargo, esos indiscutibles triunfos no han tenido una continuidad que permita hablar de consolidación de la igualdad de derechos. Por supuesto, habría mucho que decir acerca de la racialización de otros grupos (básicamente, latinos y asiáticos) en el marco de lo que se considera un verdadero giro neocolonial [6], pero incluso respecto a los afroamericanos los indicadores de progreso de las políticas antidiscriminatorias muestran evidentes retrocesos que llegan y aun se incrementan en este primer cuarto de siglo XXI. Retrocesos, injusticias palmarias que encuentran expresión en la literatura y el cine y también en ese producto que alcanza una enorme relevancia mediática y simbólica, las nuevas series de TV. El prototipo de todo ello es el tratamiento que ofrecen David Simon y Ed Burns en la aclamada serie de HBO "The Wire", situada en Baltimore, Maryland.

Aún peor: en el momento en que parecía haberse obtenido el máximo triunfo del legado de King, con la elección del primer presidente afroamericano, Barack Obama, y en los años de su doble mandato, ese legado fue sepultado, es decir, sufrió un segundo y cruel entierro.

En una cruel paradoja, bien podría decirse que este esperanzador comienzo del siglo XXI para los afroamericanos se ha tornado en una realidad que hace parecer actual el duro juicio enunciado por el Dr. King en su discurso en Washington: ciento cincuenta años después, “la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación”. Ciento cincuenta años después, “el negro vive en una solitaria isla de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material”. Ciento cincuenta años después “el negro todavía languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se encuentra a sí mismo exiliado en su propia tierra”. Así lo testimonia el incremento de agresiones policiales, asesinatos, el renacimiento de una feroz ola racista, que provocó en 2013 la aparición del movimiento Black Lives Matter (BLM), que surge como denuncia de la brutalidad policial y el racismo del sistema penal y penitenciario de los EEUU contra los negros. Como se recordará, la expresión irrumpe como hahstag en las redes sociales (2013), a raíz del asesinato del adolescente afroamericano Trayvon Martin (, denunció Obama) por un disparo de un adulto blanco, George Zimmerman, que fue absuelto. La indignación subió en 2014, con motivo de las muertes a manos de la policía, en Ferguson y Staten Island, de otros dos afroamericanos, Michael Brown y Eric Garner. Como veremos enseguida, los enfrentamientos en Charlottesville, en 2017, ya bajo la presidencia de Trump, encendieron aún más la reacción.

Desde entonces, el BLM se extendió por todos los EEUU y se ha hecho global, aunque mantiene el espíritu que, de acuerdo con una de sus tres fundadores, Alicia Garza, le dio origen:

«Cuando decimos Black Lives Matter, estamos hablando de las formas en que los negros se ven privados de sus derechos humanos básicos y de la dignidad. Es un reconocimiento de la pobreza negra y el genocidio, es un estado de violencia. Es un reconocimiento de que un millón de personas negras están encerrados en jaulas en este país (la mitad de las personas en las prisiones o cárceles son negras) y esto es un acto de violencia estatal. Es un reconocimiento de que las mujeres negras siguen soportando la posibilidad de un asalto implacable a sus hijos, y sus familias: esos asaltos son un acto de violencia de Estado... Negros homosexuales y personas transgénero llevan una carga única en una sociedad hetero-patriarcal que dispone de nosotros como basura y al mismo tiempo nos fetichiza, nos resta valor: esa es la violencia del Estado. El hecho de que 500.000 personas negras en los EE.UU. son inmigrantes indocumentados y relegados a las sombras, es la violencia del Estado; el hecho de que las niñas negras son utilizados como moneda de negociación durante los conflictos y la guerra, es la violencia del Estado; los negros que viven con discapacidades y diferentes capacidades, soportan el ser víctimas de experimentos darwinianos patrocinados por el Estado, que tratan de acomodarnos en cajas de normalidad definida por la supremacía blanca, es la violencia del Estado. Y el hecho es que la vida de las personas negras (no todas) sucede dentro de estas condiciones, y es consecuencia de la violencia del Estado» [7].

Este importante retroceso en la situación de los afroamericanos ha sido analizado lúcidamente en libros como El color de la justicia: la nueva segregación racial en los EE.UU., de la jurista afroamericana Michelle Alexander, o Race Matters de Cornell West [8]. También en el cine, en dos excelentes documentales de 2017: "Enmienda XIII" de Ava du Vernay, y "I am not your negro" de Raoul Peck, basado en la obra homónima de James Baldwin. Y, por supuesto, en la cinematografía de ficción de carácter antirracista, entre la que coincido con Ricardo Sanín en destacar la hábil ironía de Tarantino: tras el brutal envoltorio de "Django unchained", su mensaje resulta mucho más corrosivo que las bienintencionadas, previsibles y multipremiadas películas oficialmente antirracistas, como "12 years a slave" [9].


Trump y el supremacismo que nunca desapareció

El tercer entierro del legado de King, que parece retrotraernos aún más al comienzo de los 60, es el que ha causado la presidencia de Trump, en la que es patente el peso del supremacismo blanco, como lo representa por ejemplo el movimiento extremista y racista Alt Right, comandado por Steve Bannon [10].

Lo significativo de este viaje atrás en el tiempo no son, evidentemente, los ofensivos tuits o las expresiones groseras del Presidente contra afirmaciones consideradas expresamente racistas por el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, sino sus decisiones políticas, que traducen una visión supremacista y, como mínimo, una alarmante ausencia de compromiso a la hora de combatir comportamientos y manifestaciones de carácter racista y xenófobo.

La envergadura de este tercer entierro del legado de King, de este paso atrás que supone la administración Trump, reside en el hecho de que es la misma presidencia la que contribuye a lo que se puede considerar, como se pone de manifiesto en su cerrado propósito de impulsar leyes migratorias que destilan la peor ideología supremacista contra latinos, mejicanos o musulmanes. El mismo juicio merece el compromiso personal de Trump de ignorar la gravedad de comportamientos discriminatorios o incluso equiparar movimientos racistas con los movimientos de defensa de los derechos.

El debate sobre la seria posibilidad de que Trump fuera un racista y un xenófobo se abrió paso con las decisiones del presidente de impulsar una legislación migratoria claramente restrictiva –discriminatoria– en razón de origen geográfico y creencias (islámicas), lo que se conoce como Muslim Ban. Puede decirse que Trump recuperó las peores leyes antimigratorias que haya conocido los EEUU, las que se dictaron contra los inmigrantes chinos entre 1840 y 1850. Ya en su campaña electoral utilizó el argumento del , básicamente en tres frentes: (a) la necesidad de impedir la llegada de inmigrantes irregulares, asociados al incremento de la criminalidad, a su condición de gorrones (free riders) y a la pérdida de empleos de los ; (b) la necesidad de levantar un muro para impedir la llegada de inmigrantes mejicanos (y de ); así como (c) el esfuerzo por expulsar de los EEUU a todos los inmigrantes sin papeles que se han establecido en el país, con especial atención a los denominados dreamers [11].

Apenas llegado a la Presidencia se empeñó en una batalla legal por impedir la llegada de inmigrantes provenientes de países que generan terrorismo, asociados por él a países musulmanes y puso bajo el foco de sospecha, en realidad, a todo inmigrante de confesión islámica. La firme reacción de los tribunales de justicia y de las asociaciones de derechos civiles (como la potente ACLU) le ocasionaron importantes derrotas en su propósito, que se niega a abandonar.

El caso del indulto al sheriff Joe Arpaio, considerado la cara más visible del racismo antiinmigrante yanqui, en agosto de 2017, incrementó la percepción de complicidad de Trump con el racismo para una parte de los estadounidenses. Arpaio, sheriff del condado de Maricopa (Arkansas) durante 24 años, perdió las elecciones gracias al voto del electorado latino que castigó sus tiránicos usos frente a los inmigrantes irregulares, sus prácticas de detención basadas en el color de la piel y las constantes violaciones de derechos civiles de quienes pertenecieran a etnia latina. Para Arpaio, la inmigración irregular es el origen de buena parte de los males que afectan los EEUU, un mensaje en el que coincide con Trump. Demandado por discriminación racial, un juez federal le condenó en 2012 y le ordenó que cesara en estas prácticas. Arpaio ignoró la orden, y en julio de 2016 fue condenado por desacato, aunque se trataba de una condena menor. El indulto fue entendido también como un gesto simbólico, muestra de la obsesión de Trump por borrar toda huella del mandato de Obama. Añadamos que Arpaio y Trump coincidieron en divulgar el bulo de que Obama no había nacido en los EEUU. De hecho, Arpaio utilizó un tuit para agradecer a Trump el indulto, con el siguiente texto: "Gracias, Donald Trump, por ver mi condena como lo que es: una caza de brujas política de los restos de Obama en el Departamento de Justicia".

Un episodio particularmente significativo lo constituyó la actitud del Presidente ante los disturbios en Charlottesville, en agosto de 2017, a propósito de la retirada de una estatua del general Lee, donde los enfrentamientos entre grupos racistas (vinculados a la ideología de Alt Right e incluso el Ku Kux Klan) y movimientos antirracistas y de defensa de los derechos provocaron la muerte de una mujer que apoyaba la retirada de los símbolos confederados y más de 30 heridos. Trump se negó inicialmente a condenar la presencia de grupos nazis, racistas y vinculados al KKK, habló de la necesidad de evitar “la violencia de uno y otro grupo”, equiparando al BLM con el KKK y aunque a los pocos días hizo una declaración afirmando “el racismo es el mal”, casi de inmediato, en una nueva rueda de prensa, condenó la ideología de lo que denominó “Alt Left”, en contraposición a los grupos inspirados en el movimiento Alt Right, y se negó a considerar a los racistas como terroristas domésticos, tal y como les calificó el entonces fiscal general Sessions.

Resulta, pues, difícil no coincidir con el editor asociado del New York Times en su artículo publicado en enero de 2018 y titulado "Just say it: Trump is a racist", en el que recorre el historial de Trump como empresario inmobiliario desde 1970, donde llevó a cabo todo tipo de prácticas discriminatorias contra posibles inquilinos afroamericanos y los meses de ejercicio de presidencia, para concluir en sentido afirmativo: sí. Trump es un racista. Peor: con Trump parece reaparecer el más grosero racismo, como si formara parte de un pecado original de los EEUU del que no parece que se consigan desprender, tal y como señalara el ya mencionado escritor afroamericano y redactor de la revista The Atlantic, Ta-Nasehi Coates, que califica a Trump como “el primer presidente explícitamente blanco”, en su libro We were eight Years in power: An American Tragedy, al tratar de hacer balance de lo que significa pasar de los ocho años del mandato de Obama, pese a las frustraciones evidentes, a esta perspectiva de al menos cuatro años con Trump. En efecto, Trump fue elegido desde la base de promesas ligadas a la ideología supremacista y racista: prometió a la clase obrera blanca que mejoraría sus condiciones porque solucionaría la raíz de sus problemas, la presencia de latinos, musulmanes y negros que les roban sus trabajos y, además, son la mayor fuente de criminalidad. No parece que su presidencia sea propicia al legado del Nobel de la paz.

¿Tendría que resucitar M. L. King? Quizá lo haya hecho ya: las mujeres y los hombres del Black Lives Matter, por ejemplo, encarnan su espíritu y ofrecen un motivo de esperanza para la resistencia en la lucha por los derechos, aunque haya que volver a empezar casi desde el principio.





Notas

    [1] Recordemos, en efecto, que la esclavitud era una práctica legal en todo el territorio de los EEUU aunque fuera más generalizada en los estados del Sur, cuya economía dependía directamente de esa institución. La XIII Enmienda, ratificada en 1865, al poco de acabar la guerra civil, prohibió la esclavitud en los EEUU y otorgó un cierto grado de ciudadanía a los antiguos esclavos. Luego, la XIV Enmienda completó el reconocimiento de la condición de ciudadanos a todas las personas nacidas o naturalizadas en EEUU e incluyó el derecho al debido proceso y las cláusulas de igualdad de protección. Finalmente, en 1870, la XV Enmienda prohibió la discriminación por motivos raciales en el derecho a voto.

    [2] No me resisto a indicar que en Go, set a Watchman, la novela de Harper Lee que ha dado la vuelta a la figura de Atticus Finch (el protagonista de su archifamosa "Matar un ruiseñor"), la hija de Atticus, Jean-Louise, más conocida como Scout, aparece enrolada en la NAACP durante sus estudios en Nueva York.

    [3] Los dos líderes del SNCC (Stokely Carmichael y Willie Ricks) acuñan esa noción con motivo de esta marcha (“personas negras uniéndose para formar una fuerza política que elige representantes u obliga a sus representantes a defender sus intereses”), aunque la expresión había sido utilizada por primera vez como título de un libro de Richard Wright, en 1954, Black Power. La noción de Black Power es utilizada en otro sentido por grupos como Black Panther Party (inicialmente Black Panther Party for self-Defence) fundado por Bobby Seale y Huey Newton en 1966 y al que perteneció, antes de decantarse por el Partido Comunista, la filósofa y activista Angela Davis. Además del recurso a la violencia, los Black Panthers se diferencian de las organizaciones del movimiento de derechos civiles porque, como explicaba Seale en su libro Seize Time, subrayan que la opresión de los negros era el resultado de un sistema político basado sobre todo en la explotación económica, más que en el racismo.

    [4] La marcha proponía cinco objetivos. Los tres principales: el fin de la segregación racial en las escuelas públicas; una legislación significativa sobre los derechos civiles -incluyendo una ley que prohibiese la discriminación racial en el mundo del trabajo- y una protección de los activistas de los derechos civiles de la violencia policial.

    [5] Así lo formuló en ese discurso: «En un sentido llegamos a la capital de nuestra nación para cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaratoria de la Independencia, firmaban una promisoria nota de la que todo estadounidense sería el heredero. Esta nota era una promesa de que todos los hombres tendrían garantizados los derechos inalienables de "Vida, Libertad y la búsqueda de la Felicidad". Es obvio hoy que Estados Unidos ha fallado en su promesa en lo que respecta a sus ciudadanos de color. En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al negro un cheque sin valor que fue devuelto marcado "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado. Nos rehusamos a creer que no hay fondos en los grandes depósitos de oportunidad en esta nación. Entonces hemos venido a cobrar este cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia».

    [6] Dejando aparte los clásicos, como A. Césaire, F. Fanon o más recientemente, E. Said, vale la pena remitir a los trabajos de D. Cole (Engines of Liberty. How Citizen Mouvements Suceeded), B. Santos (Descolonizar el poder, reinventar el poder), o A. Mbembe (Crítica de la razón negra).

    [7] Cfr. «A Herstory of the #BlackLivesMatter Movement». The Feminist Wire.

    [8] Este, en polémica con el diagnóstico del mandato de Obama ofrecido por otra figura de referencia del periodismo y la literatura afroamericana actual, Ta-Nehisi Coates, en su We Were Eight Years in Power: a American Tragedy (2017). Ta-Nehisi Coates es también autor de un libro extraordinariamente crítico, dedicado a su hijo adolescente, en el que denunciaba la condición racista casi como un elemento inserto en el ADN de los EEUU: Between the World and Me (2015).

    [9] Cfr. Ricardo Sanín, “Lincoln unchained: is Obama the global Uncle Tom?”.

    [10] El movimiento Alt Right está vinculado a la revista Radix Journal, dirigida por el creador del término, Richard B. Spencer, quien se autodefinió durante un tiempo en su cuenta de Twitter como “el Karl Marx de la Alt Right”. La revista Radix se vincula también con un think tank supremacista blanco, el National Policy Institute (NPI), dirigido asimismo por Spencer. Con todo, la figura más conocida de los Alt Right es Stephen Bannon, director de la web de noticias Breitbart News, considerada altavoz de Alt Right, que llegó a ser consejero de Trump y estratega jefe de la Casa Blanca y participaba en las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional, hasta que fue cesado por Trump.

    [11] Aunque inicialmente Trump se proponía expulsar a todos los inmigrantes indocumentados, a comienzos de 2018 ha propuesto al Congreso un cierto giro a este respecto, una reforma migratoria que permitiría legalizar a 1,8 millones de inmigrantes indocumentados, que llegaron a EEUU de niños, los dreamers, a cambio de 25.000 millones de dólares para reforzar la seguridad fronteriza. Entre los legalizados se incluiría a los 690.000 actualmente protegidos por el programa DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia) creado en 2012 por el presidente Obama, cuya vigencia acabó recientemente, a finales de marzo. Para acceder a DACA, esos jóvenes tuvieron que probar que habían llegado a EEUU antes de los 16 años y que tenían menos de 31 años en 2012.


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