Pepe Gutiérrez-Álvarez, en "Cine y revolución / 3. 'Espartaco', de Stanley Kubrick", en Kaos en la Red, el 10 de abril de 2007, escribió:¡Todos somos judíos alemanes!, gritaron los jóvenes franceses en
mayo del 68. Todos habían sentido un grito semejante en una película emblemática:
Espartaco, ¡todos somos Espartaco! Aunque en la historia del
"péplum" "Espartaco" (1960) no es ni mucho menos mejor, o cinematográficamente más importante, que otros menos conocidos o recordados que --como
"Cabiria" o
"Sansón y Dalila"-- contienen una mayor calidad fílmica y fueron más importantes para la evolución del género, empero, resulta que, por una suma de factores muy heterogéneos, ha alcanzado una trascendencia muy por encima de su categoría crítica, que cuenta con no pocos detractores. Estos factores hacen que sobre ningún otro "péplum" se haya escrito tanto ni tan variado. Así, "Espartaco" se ha convertido en una cita obligatoria en todos los –numerosos- estudios monográficos sobre
Stanley Kubrick, quien adquirió ulteriormente un controvertido prestigio de "autor", si no de "genio", y para el que esta película fue un punto de inflexión decisivo: sin "Espartaco" al menos habría tardado más en poder realizar proyectos de riesgo como
"Lolita" (en la que aparece una broma sobre el personaje cuando hace decir con ironía a Clare Quilty-
Peter Sellers: "Soy Espartaco: liberadme") o
"2001". Aparte de contar con un reparto "de primera", ha resultado también que algunos de sus protagonistas, como
Kirk Douglas (
El hijo del trapero, Ed. B, Barcelona, 1988) o
Laurence Olivier (
Laurence Olivier: confesiones de un actor, Planeta, Barcelona, 1984), serían autores de sendas y muy valoradas autobiografías, esto sin contar otros posibles títulos como la biografía de
Charles Laughton.
Su historia como película cuenta con dos episodios que forman parte ya de las leyendas del cine: uno fue liberar a
Dalton Trumbo de las bochornosas "listas negras"; el otro, el diálogo entre Craso y Antoninus sobre los gustos sexuales ambivalentes, extraído en el primer montaje, y que sirvió luego para darle más color a su reestreno. Está también su esfuerzo en la reconstrucción histórica, muy valorado entre los profesores de historia, de manera que al menos dos ensayos sobre la relación entre el cine y la historia le dedican sendos capítulos a la película.
Javier Coma también la incluye tanto en su
Diccionario sobre cien películas míticas como en el que dedica al cine de aventuras. Pero, sin duda, lo más importante de "Espartaco" es que resultó una película "revolucionaria", una salto en la maduración temática del género, dos factores que conectaron plenamente con el clima de radicalización izquierdista, ya presente en la hora de su rodaje y claramente confirmada en la segunda mitad de la época. Un tiempo en el que numerosos espectadores jóvenes ya la había integrado como una particular
"cult movie" para numerosos inconformistas que eran muchachos en la época.
A todo esto, no deja de resultar muy sintomático que después de más de veinte siglos de haber protagonizado la más conocida (pero en absoluto la única, ni tan siquiera la más importante) revuelta de esclavos y campesinos pobres contra Roma, desde –geográfica y socialmente- el propio corazón de esta, el nombre de
Espartaco siguiera evocando tantas connotaciones subversivas. Era un nombre que, por decirlo de alguna manera, sonaba a "comunismo" o a "anarquismo" y, ciertamente, no faltaban motivos. Aparte de que al primer partido comunista alemán se le ocurrió llamarse
Liga Espartaquista, siguiendo las indicaciones de sus míticos fundadores,
Rosa Luxemburgo y
Karl Liebknecht, o que las Olimpiadas antifascistas de los años treinta se llamaran
"espartaquiadas", y que entre sus miembros se formaran las primeras
Brigadas Internacionales contra el militar-fascismo en España. O más sencillamente que en la prensa obrerista de todo el mundo se utilizaba a Espartaco como un apodo muy común y su leyenda era evocada como ejemplo de lucha, aunque en su momento parece tropezar con todos los inconvenientes posibles, comenzando por los drásticos límites objetivos de unas condiciones históricas que aceptan la esclavitud como "natural" (como hoy se aceptan los abismos del "Tercer Mundo" y ayer se aceptaban condiciones obreras como las descritas en las novelas de
Zola o
Dickens).
Es esta conexión la que explica su excepcionalidad que en sus anteriores (o ulteriores) evocaciones fílmicas se rebajara o se eliminara su perfil subversivo. Por otro lado, la esclavitud seguía (sigue) siendo una realidad vigente en grandes zonas del planeta en pleno siglo XX. Desde este punto de vista, se puede decir que este "Espartaco" contribuyó en no poca medida a registrar su insurrección y a convertirla en un referente más amplio que el "comunista", para hacerlo partícipe en un concepto más amplio de antecedente en la lucha por los Derechos Humanos.
Esto lo consiguió esta película que surgió en el primer momento que la historia la hizo posible y que universalizó el referente hasta el extremo de que después cualquier noticia sobre el trabajo en las canteras o en las minas, las informaciones y exposiciones sobre la vida de los gladiadores o cualquier otra revuelta contra la esclavitud, adquieresen desde el primer momento la palabra "Espartaco" como una puerta que ayuda a la gente a acceder a temas más o menos reservados a los "especialistas". Una excepción que permitió otras, como la inclusión de un discurso antiesclavista y tercermundista en
"La caída del Imperio Romano" o la realización de costosas superproducciones que cantan gestas libertadoras como
"Braveheart", por no hablar del ciclo de cine (y TV) antiesclavista afronorteamericano que hoy puede parecer lo más normal del mundo, pero antes no lo eran. Ni mucho menos.
La propia producción de Espartaco es un capítulo de historia del cine cuyo rodaje comenzó en 1960, después de que en el cine se habían dado innumerables vueltas en torno al drama de la esclavitud, esta película por sí misma aparecía como una clara ruptura temática con una tradición "cristiana" de la que
"Quo vadis?" o
"The robe" pueden resultar buenos ejemplos, en la que los esclavos no necesitaban su libertad como individuos, ni la esclavitud derogada, bastaba con tener fe en un más allá que los liberaría de las cadenas y en el que serían iguales para que los patricios los trataran (casi) como a un igual. A diferencia del griego Demetrius, este esclavo
tracio no salvaba su alma inmortal, sino que se rebelaba en armas contra un "sistema" que -como todos- se creía incuestionable; no en vano, no sería hasta al cabo de veinte siglos que esta revuelta acabó superando el círculo ignominioso que había atado sobre su cuello unánimemente tanto historiadores como intelectuales romanos.
Cabe recordar que en Roma el pueblo romano lo empleaba para asustar a los niños traviesos, mientras que, por ejemplo,
Cicerón también lo emplea como un insulto contra
Marco Antonio. Así es que no será hasta el siglo XVIII, cuando aparecen las primeras denuncias contra toda clase de esclavismos, cuando lo que evoca su nombre cobre una connotación emancipadora, y no será hasta un siglo después cuando aparezcan voces como las de
Karl Marx que lo consideren, con todas sus contradicciones, como un precursor que, dos mil años antes de que la Iglesia se manifestara inequívocamente sobre la cuestión, "planteó un objetivo cuando no se daban las condiciones para resolverlo". "Espartaco es (...) el personaje más espléndido de toda la historia antigua. Gran general (¡no como
Garibaldi!), carácter noble, auténtico representante del antiguo proletariado". No deja de resultar singular que su revuelta acabara oscureciendo las demás, y que, a pesar de que en su desarrollo no respondió a ningún esquema idealista –no partía de ninguna repulsa a la esclavitud en general, ni parece que imaginara ningún mundo alternativo- conoció duros conflictos internos, y no desdeñó ni el pillaje ni la crueldad cuando los necesitaron.
Al antecedente subversivo del personaje histórico habría que añadirle otras connotaciones que explican que la producción del filme concitara todo tipo de inquietudes en la censura. En 1960 ya se anunciaban el impulso de las marchas por los "derechos civiles". Aunque fuesen de una manera invisible, las cadenas continuaron existiendo a través de la existencia de un racismo que contaba en muchos Estados con leyes muy similares a la del
"apartheid" sudafricano. No dejaba tampoco de resultar significativo que el punto de partida fuese una novela de
Howard Fast, escrita a principios de los años cincuenta, en la época de restauración conservadora conocida impropiamente como
macarthismo, y que cayó en manos de
Kirk Douglas, quien acababa de demostrar su talento como productor con
"Los vikingos" (1958) y asumió el reto desde su propia productora, la
Bryna, con el apoyo de la
Universal, que impuso a
Anthony Mann, en contra de los deseos de
Douglas, que previamente había tratado con
David Lean (que no se consideró idóneo) y con
Laurence Olivier (que se lo creyó demasiado). Finalmente fue
Mann quien inició el rodaje en España con las secuencias de las canteras y de la escuela de
Capua, en cooperación con el gran
Yakima Canutt. Sin embargo, a los quince días
Douglas prescindió de sus servicios, lo que no impidió que algunos críticos le atribuyeran a
Mann algunas de las mejores escenas.
Entre otras cosas, el despido dejó claro quién era en realidad el verdadero "alma mater" del proyecto, hasta el punto de que
Kubrick declaró que la suya fue una de las tantas voces que
Douglas escuchaba. Su gestación no fue nada fácil, tanto fue así que se cumplió el plazo de los derechos, que acabó prorrogando gracias a un nuevo acuerdo con
Fast, según el cual éste escribía el guión, un disparate al parecer que llevó a
Douglas a buscar a otro "rojo" perseguido,
Dalton Trumbo, un auténtico "apestado" para el fuerte "lobby" derechista de Hollywood.
Trumbo, por cierto, acababa de ganar el
Óscar al mejor guionista con el seudónimo de "Robert Rich" por "The brave" (1959) y tenía fama de trabajar rápido. No tuvo más remedio que aceptar, posicionamiento que acabó con la proscripción de los "blacklisted".
Al margen de este episodio histórico, la adaptación del guión conoció un serio conflicto entre
Trumbo y
Kubrick. Contradiciendo los testimonios (entre ellos, del propio
Kubrick) que lo convierten en un mero asalariado de
Douglas,
Stanley Kubrick declaró que había efectuado diversas críticas al guión, y declaró que "la película lo tenía todo menos una buena historia". "Nada más lejos, en efecto, del acendrado cinismo nihilista de
Kubrick que el ingenuo idealismo liberal de
Trumbo", escribió Jose Luis Guarner. Otro crítico destaca: "... el rótulo altamente emocional de
izquierdista con el que se designa a
Trumbo se remonta a la época de
Roosevelt y el
"New Deal". El resultado... está determinado de antemano". Sin embargo, conviene recordar que
Kubrick acababa de realizar
"Senderos de gloria", una película no muy lejana del
izquierdismo de
Trumbo. No obstante, resulta evidente que éste demostró ser mucho más que un "ingenuo idealista liberal" de otras películas. Su guión operaba no pocas modificaciones. También acentuó el protagonismo de Espartaco con el natural beneplácito de
Douglas, ya mayorcito (42 años) para el papel de un esclavo que sobrevive en unas canteras en las que el término medio de vida no sobrepasaba los diez años.
Ulteriormente,
Kubrick, ya encumbrado, renegó de esta película, que emprendió a los 32 años, cuando no había ganado todavía un solo dólar en la industria, y que sería justo la que le permitiría emprender una de las carreras más personales -y controvertidas- del cine contemporáneo. Acababa de ser expulsado del rodaje del "western" al servicio de
Marlon Brando "El rostro impenetrable", que acabó dirigiendo el mismo actor, y se encontró con una superproducción con un presupuesto de millones de dólares, con un elenco de auténtico lujo -al que la publicidad realzaba con sus rostros inscritos en unas monedas que, con un tamaño de dos metros aproximadamente, apabullaba al público que pasaba por los cines de estreno-, con un equipo de producción que llegaba a 10.500 personas (incluidos los 8.000 soldados españoles de extras)... Hoy nadie duda de que muchas escenas claves le pertenecen. No obstante, el conflicto estaba servido, aunque todavía escasamente conocido,
Kubrick era ya todo un carácter y los conflictos con
Douglas fueron constantes.
El actor-productor declaró que era una mierda con talento y le acusó de haberse querido apropiar del guión de
Trumbo, dándole su nombre. Pero "la sangre no llegó al río", seguramente porque
Douglas consideró que con un cambio era suficiente en una producción ya de por sí bastante dificultosa, en la que, aparte de los ya señalados, habría que añadirles los existentes con una operación quirúrgica de
Jean Simmons, una enfermedad de
Douglas, más un accidente de
Tony Curtis, quien por una gentileza de
Douglas consiguió interpretar un personaje que no aparecía en la novela (y que de alguna manera subrayaba la relación entre la poesía y la cultura con la revolución que haría las delicias a los partidarios de la "unión entre las fuerzas del trabajo y de la cultura"), haciendo además un "guiño" sobre
"Los vikingos", donde era
Tony Curtis el que mataba a
Douglas, mientras que en "Espartaco" pasaba justo al revés.
La película se inicia con una panorámica sobre unas canteras al tiempo que se escucha una voz en "off" que dice: "En
Tracia una esclava da luz a un niño que a los 13 años es vendido. Ese niño es ya un hombre que trabaja en las minas soñando con la abolición de la esclavitud". Desde el primer momento quedan patentes la humanidad y la rebeldía del esclavo que muerde a un guardián que antes ha golpeado a otro esclavo exhausto. Cuando está sufriendo un terrible castigo aparece su salvador,
Léntulo Batiato (magnífico
Peter Ustinov), pensando que alguien tan airado podría ser añadido a su escuela de gladiadores de
Capua. Allí no hay lugar ni para el amor (las esclavas son una recompensa otorgada) ni para la amistad entre personas que en cualquier momento deberán enfrentarse a muerte. Esto es lo que ocurre con el banquero Craso (
Laurence Olivier), con otros romanos ociosos, en especial dos depravadas aristócratas romanas sedientas de sangre y emociones fuertes (
Nina Foch y
Joanna Barnes). Éstas escogen a Espartaco por su mirada insolente, así como al musculoso etíope Draba (el inolvidable "sargento negro",
Woody Strode, bastante familiar en el género), un gigante negro que antes de cumplir la orden fatídica prefiere revolverse contra la tribuna. El negro Druba es, muy significativamente, el primer rebelde, el primero que prefiere enfrentarse a los poderosos antes que acabar con alguien que sólo le había hecho una pregunta amable.
Este hecho, más las vejaciones constantes que sufren tanto él como Varinia, finalmente vendida a Craso para su desesperación (
Jean Simmons), llevan a Espartaco a matar al antiguo gladiador, y ahora odioso instructor, Marcelo (
Charles MacGraw) y encender así una revuelta con solo setenta gladiadores. Esta primera parte de la película resulta ser la más rigurosa históricamente y la más convincente dramáticamente. En poco tiempo, el "espartaquismo" se extiende por toda Italia y el pequeño grupo se convierte en un ejército-comunidad (socialista, obviamente) que se distingue por su sencillez, la variedad y el ropaje multicolor. Su funcionamiento es asambleario y Espartaco aparece como un "tribuno del pueblo", como alguien sediento de conocimientos, capaz de asimilar todo lo que contribuya a la libertad, y lleno de amor por otra esclava, que es también una mujer extraordinaria que llega entre los primeros liberados.
Mientras que unos quieren atravesar
Los Alpes, otros apoyan a Espartaco que –falseando la historia- convence a todos de emprender una marcha militar liberadora hasta
Brindisi, aunque antes se refugian en el
Vesubio, donde derrotan a Glauber (
John Dall), que cumple así una propuesta envenenada de
Graco (
Charles Laughton), el representante del partido "plebeyo" frente a Craso. Su llegada triunfal a
Brindisi, donde descubren que Tigranes (
Herbert Lom), el pirata fenicio al que han contratado con los tesoros arrebatados a los romanos, les ha traicionado al llegar a un acuerdo con Craso, que conoce mejor que nadie el lenguaje del oro. Al final, acorralado por un ejército muy superior, Espartaco es derrotado en una batalla que ha quedado como la más conseguida de la historia del "péplum". Espartaco será el último de los 6.000 crucificados en la
Vía Apia, aunque antes de morir (en el final más optimista de toda la filmografía de
Kubrick, y contrario al planteamiento de
Trumbo, que pensaba que alguien como él sólo podía morir con la espada en la mano) tiene ocasión de ver cómo su compañera, Varinia, camina hacia la libertad junto con su hijo.
En algunos momentos una voz en "off" subraya el contenido de la película con frases como: "El sacrificio de Espartaco se convirtió en el triunfo de la humanidad", "Un hombre dijo NO y tembló Roma. Eso fue lo maravilloso. Al gritar un hombre NO, diez mil voces se alzaron gritando NO". En el mismo sentido se pronuncia Espartaco cuando se le interroga a la hora de la derrota, antes había proclamado que el esclavo –nunca mejor dicho- sólo tiene que perder sus cadenas, y entonces responde que el hecho de haber sido libres, y de haber luchado por ello, ya era más que suficiente para justificar su rebelión. Toda esta historia transcurre en un metraje -casi "standard"- de más de tres horas que fueron rigurosamente vigiladas por la censura norteamericana, muy pendiente de un filme considerado como
"marxista", que enaltecía la revolución.
Los censores encontraron algo extraño en la escena del baño entre el protofascista Craso y el sensible Antoninus (
Tony Curtis), y aconsejó cambios en unos diálogos en los que Craso proclama que su apetito incluye "caracoles y ostras", porque "ningún apetito es inmoral", una clara alusión homosexual a la que Antoninus responde con la fuga. La película quedará registrada como un título específico dentro del "péplum" que marcó su "mayoría de edad". Llaman la atención algunos diálogos entre los representantes de los patricios y de los plebeyos, las maniobras de la política romana y del papel del senado que recuerdan las de
"Tempestad sobre Washington", con sus agudas reflexiones sobre las luchas por el poder en sus vertientes cesarista y republicana, al tiempo que queda patente la marginación de la gran mayoría del pueblo, la utilización de las personas como propiedad de los poderosos y los recursos dentro de la política. En resumen, un cuadro que retrata con vigor una Roma histórica vulgarizada por el cine. "Espartaco" además apuntaba claramente reflexiones más o menos directas –ya nos hemos referido a la esclavitud en los Estados Unidos- sobre el presente, no en vano se trata de una parábola histórica cuyas pistas son múltiples, empezando claro está por el insólito dato de que "los de abajo" tenían toda la razón. De hecho, puede considerarse como una de las pocas excepciones en las que Hollywood glorifica tan rotundamente una revolución.