Federico Mare, en "Midsommar: thriller etnográfico y parábola del fascismo", en Poliantea, el 30 de junio de 2020, escribió:- A mi hija, por tantas noches compartidas de cinefilia
Este texto responde a una convicción muy elemental, aunque no por ello superflua: la crítica de cine sigue siendo legítima y necesaria aun cuando, como en el caso que aquí nos ocupa, haya transcurrido bastante tiempo desde el estreno de la película que suscita nuestra admiración o interés. Que a la industria cultural, con su codicia y cortoplacismo filisteos a cuestas, le resulten absurdas o inútiles las opiniones diferidas sobre las obras de arte, poco debiera importarnos. Vi "Midsommar" casi un año después de su lanzamiento, es cierto. Pero aquí no se trata de maximizar las ventas y ganancias empresariales, sino de cultivar el pensamiento crítico respecto al cine, una de las manifestaciones más relevantes de la cultura contemporánea.
Lo que sigue, de cualquier modo, no es, estrictamente hablando, una reseña cinematográfica, sino un extenso ensayo de análisis y reflexión a lo
Žižek, que aborda una serie de cuestiones artísticas, aspectos antropológicos, dilemas éticos e implicaciones político-ideológicas: el
folk horror, la influencia del clásico
"The Wicker Man", el folclore escandinavo, el neopaganismo nórdico, el choque de culturas, el multiculturalismo, el relativismo cultural, el neonazismo, el ecofascismo…
Otra advertencia preliminar: quienes no hayan visto "Midsommar", sepan que este texto contiene
spoilers (el que avisa no traiciona). Aun así, cabe preguntarse: ¿no pueden ser los
spoilers, también, cuando se enmarcan en una interpretación y reflexión mucho más amplias que la trama en sí, un estímulo para decidirse a ver una película que tal vez, de otro modo, nunca se la habría de ver, o siquiera conocer? La crítica de cine debiera animarse a revisar ciertos tabúes vinculados a la aceptación naturalizada, acrítica, de su rol dentro del mercado capitalista y la sociedad del espectáculo, a saber: el rol de
promotora de películas en estreno. Nótese el oxímoron: ¿cómo puede ser
acrítica la crítica de cine?
Acerca del folk horrorUna o más personas citadinas que, por alguna razón, van a parar a un pueblo remoto, aislado de la «civilización», perdido en el tiempo. La gente vive allí, se presume, en una bucólica perfección: tranquilidad, sencillez, cohesión comunitaria, tradiciones ancestrales vigorosas, fervor religioso… Podemos también añadir al inventario de virtudes campesinas –aunque no siempre– la cordialidad y hospitalidad con quienes recién llegan de la lejana ciudad, cual extraterrestres que aterrizan a bordo de un ovni. Pero este aparente
locus amoenus, esta supuesta Arcadia, deviene poco a poco pesadilla, en un
crescendo de misterio y suspenso que, como si se tratara de un descenso al infierno, va desde lo inquietante hasta lo aberrante; desde el indicio de peligro que perturba, hasta el frenesí de repulsión que atemoriza o abruma. "Midsommar" (2019), de Ari Aster –el director de
"Hereditary" (2018)–, se inscribe en este subgénero cinematográfico, al que ha renovado con un virtuosismo estético inusual, atípico para sus estándares, que se permite incluso la extravagancia y el desenfado
retro de recrear, en pleno siglo XXI, el
Technicolor del viejo Hollywood. ¡Technicolor para un film macabro! Sí, como el
"Giallo" de Dario Argento…
Folk horror: así se lo suele denominar en el mundillo de la cinefilia. El propio Aster, de hecho, usó el rótulo hace dos años para definir su "Midsommar". “Es
folk horror escandinavo”, declaró sin titubeos en una entrevista para
The Hollywood Reporter, cuando su segundo largometraje todavía estaba en preproducción.
Pero
folk horror no es, a mi modo de ver, una etiqueta del todo feliz. No pongo en tela de juicio la pertinencia del término
folk (me parece legítima y, de hecho, acertada). El problema radica en la segunda palabra. Porque
horror, que no es exactamente –dicho sea de paso– lo mismo que
terror, denota o connota una malignidad no solo repugnante, repulsiva, sino también –como lo explicó
Lovecraft– de carácter sobrenatural y pavoroso, atributos estos dos últimos que muchas películas de culto adscritas al subgénero no poseen. Films clásicos o emblemáticos de «horror rural» como
"The Wicker Man" (1973), de Robin Hardy, o
"Apóstol" (2018), de Gareth Evans, aunque macabros y capaces de producir miedo, no llegan al umbral de intensidad del espanto, toda vez que postulan una maldad que no es paranormal, una perversidad puramente natural, humana, mundana.
Esto se aplica también a "Midsommar". La película de Aster inquieta y atemoriza, pero no aterroriza. Sin embargo, como vamos a constatar, eso no la vuelve un producto fallido, un fracaso cinematográfico. Simplemente no fue esa la elección que quiso plasmar el director, y nada de malo hay en ello.
Sinopsis 2D¿De qué trata "Midsommar"? El crítico de cine argentino Juan Pablo Cinelli lo resumió muy bien en
“Midsommar: terror a pleno sol”, su reseña para el diario
Página/12. Digo que muy bien porque su síntesis logra integrar y homologar dos planos: estética y relato, forma y contenido. Dice así:
“Como la ilustración que se muestra al inicio de la película, 'Midsommar' está organizada como un doble recorrido que va de la oscuridad hacia la luz. En el plano estético, la historia comienza en lo más crudo del invierno boreal, de días grises y nieves cegadoras, para desarrollarse y cerrar en el verano escandinavo, de jornadas diáfanas y sol de medianoche. El mismo tránsito se da en términos narrativos. Dani, una estudiante universitaria [que vive en la ciudad de Nueva York], se entera en los primeros cinco minutos de que en la otra punta del país [Minnesota] su hermana depresiva finalmente consiguió matarse, pero en el mismo acto también asesinó a sus padres. La pérdida de la familia como soporte emocional y su posible reconstrucción son dos de los pilares que vertebran el relato. Lo monstruoso surgiendo de las entrañas de esos mismos núcleos primordiales es otro.
Dani está de novia con Christian y en él se apoya para evitar sentirse sola. Pero el vínculo no es ni profundo ni sólido y será la mala noticia la que lo sostenga por la fuerza. Meses después, en pleno duelo y de forma inconsulta, Christian decide viajar a Suecia con un grupo de compañeros que tampoco sienten simpatía por ella. Dani no forma parte del plan y será la culpa la que obligue a Christian a invitarla. Y allá irán todos a Suecia a visitar la aldea de uno de ellos, donde se celebrará un tradicional rito de fecundidad durante el solsticio de verano. Si desde lo dramático la tragedia ilustra el lado sombrío de la vida, ahí comienza un recorrido vital de tránsito hacia la luz.
La llegada a esa comunidad de ensueño que parece conectar con lo esencial del acto de vivir se abre como espacio ideal para que Dani cierre el duelo. El rito ancestral para atraer la fertilidad (de la tierra y de los vientres) se afirma como antítesis de la muerte. Ese marco representa para la protagonista la perspectiva de un núcleo familiar que le permita llenar el vacío de la pérdida. Las costumbres del lugar fascinan a los visitantes del mismo modo en que lo exótico comienza de a poco a dar muestras de un carácter funesto. La ambigüedad no tarda en surgir y todo ocurre de forma ominosa, como el gesto de aquel sol que iluminaba el extremo derecho del dibujo inicial”.
Quienes no hayan visto aún "Midsommar", pueden tener en esta sagaz sinopsis de Cinelli una buena panorámica. Con este pertrecho, ya podemos adentrarnos en nuestro camino de análisis y reflexión.
Un thriller etnográfico"Midsommar", igual que "The Wicker Man" (en la cual está inspirada, como el propio director y guionista reconoció), resulta ser, por su atmósfera y emotividad, un
thriller más que una película de horror o terror. Un
thriller de misterio, con elementos macabros del
gore, pero
thriller al fin. Un
thriller psicológico también, por momentos. Aunque creo que hay otro rótulo que le va mejor:
thriller etnográfico.
Thriller etnográfico por la centralidad y omnipresencia que tiene, en su trama, el tópico de la alteridad cultural, del choque cultural; y por la minuciosidad con que esa alteridad, ese choque, son descritos, explicados y comprendidos.
Tal
densidad antropológica está, de hecho, asumida explícitamente en el propio relato. Entre la juventud urbanita procedente de Estados Unidos, de la cosmopolita y posmoderna Nueva York, hay dos estudiantes de antropología que van a escribir sus tesis sobre la peculiar colectividad anfitriona: la enigmática secta Hårga, una comuna rural ficticia de la provincia de
Helsingia –en el norte boscoso de Suecia– que se ha tomado muy en serio, a pecho, radicalmente, el credo del
Ásatrú, el neopaganismo nórdico.
En "Midsommar", como en "The Wicker Man", lo ominoso nada tiene que ver con los lugares comunes del género gótico: la oscuridad de la noche, un viejo castillo o mansión señorial, la furia de una tormenta, la soledad inquietante del bosque y la nieve, un mal espectral o monstruoso, la magia negra, una maldición ancestral, el pacto diabólico, etc. Las escenas transcurren mayormente a plena luz del día, bajo un sol radiante y al aire libre, entre paisajes coloridos, sin demonios ni fantasmas, sin tampoco una arquitectura tétrica que produzca claustrofobia… Lo ominoso, en ellas, es una cultura-
otra.
Ambas películas están edificadas sobre la premisa retórica de la hipérbole, de la exageración. Las dos construyen lo macabro-maligno a partir del artilugio de llevar hasta sus últimas consecuencias lógicas el proyecto cultural del neopaganismo –germánico en un caso, céltico en el otro–. Si las creencias del politeísmo ancestral son asumidas como una verdad sagrada y una regla de vida, si sus ritos son la manifestación de esa verdad y regla, si este entramado simbólico de antaño merece ser hoy recuperado y actuado, ¿por qué habríamos de hacer excepciones arbitrarias, salvedades incoherentes, recortes anacrónicos? ¿Por qué habríamos de excluir los sacrificios humanos y otras prácticas que resultan aberrantes –moralmente inaceptables– desde la perspectiva etic (externa) de nuestra cosmovisión moderna, pero legítimas –moralmente aceptables– desde la perspectiva
emic (interna) de quienes forman parte de la comunidad neopagana?
Hablemos primero de "The Wicker Man". La secta de Summerisle, una isla ficticia al oeste de Escocia, profesa una religión neocelta sustentada en un curioso sincretismo entre, por un lado, el moderno librepensamiento anticristiano de Lord Summerisle (
Christopher Lee) y sus antepasados, y, por otro, ciertas supervivencias precristianas del folclore británico. El bien y el mal son aquí retratados con suma ambigüedad moral. No hay, estrictamente hablando, ninguna
demonización del neopaganismo; y además, el cristianismo es blanco recurrente de burlas y críticas mordaces. La empatía antropológica con la alteridad alcanza cotas muy altas, como se evidencia en el regodeo casi romántico con que son retratadas las fiestas mayas de la Gran Bretaña rural más profunda: el
maypole, la
danza Morris, los
mummers, la
Reina de Mayo, etc. El macabro desenlace de la película, con su arcaísmo del hombre de mimbre (un ritual de sacrificios animales y humanos presuntamente practicado por los antiguos druidas), introduce sombras al cuadro del neopaganismo céltico, es cierto. Pero sin oscurecerlo del todo. La sensación final es, más bien, la del claroscuro, la ambivalencia.
En "Midsommar", la mirada etnográfica no es menos ambiciosa, ni menos incisiva. Aster consultó abundante bibliografía erudita (historia, antropología, mitología, arte, runología, etc.), visitó varios museos folclóricos y sitios históricos de Suecia, asistió a festejos tradicionales del solsticio estival, y observó obras arquitectónicas y antiguos murales in situ. Asimismo, trabajó estrechamente con especialistas y profesionales que residen en Estocolmo: búsqueda de locaciones, diseño de decorados y vestuario, asesoramiento histórico-antropológico, etc. El rodaje ex situ en Hungría se debió solamente a los onerosos costos de Escandinavia, inalcanzables para la realidad presupuestaria del cine independiente.
En un reportaje con el
New York Times, Aster se explayó sobre sus inquietudes antropológicas. Refiriéndose a "Hereditary" y "Midsommar", puntualizó: “ambos films son sobre el tribalismo” (sobre el comunitarismo, quizá debió decir). “Y es difícil imaginar que se hagan meta-afirmaciones sobre las familias sin pensar en la gente como animales tribales”, vale decir –podría añadirse a lo que dice Aster– como seres gregarios inmersos en una cultura, la cual opera –parafraseando a
Aristóteles– como una «segunda naturaleza» (
deutera physis). “Y un culto, sea o no eso lo que tratamos en 'Midsommar', es una metáfora bastante fuerte para eso”.
El reconstruccionismo pagano que tematiza "Midsommar" no es el céltico, como ya indicamos, sino el germánico, en su variante nórdica, escandinava. Aquí el foco no está puesto en la festividad mayal de primavera, sino en la celebración ulterior del solsticio de verano, a fines de junio; celebración que en Suecia, país donde goza de especial arraigo y popularidad, recibe el nombre de
Midsommar (de ahí el título del film). Primigeniamente una festividad pagana asociada al culto solar, luego se sincretizó con el cristianismo, con la Víspera y
Fiesta de San Juan. Su repertorio es extenso: ropas típicas, juegos y entretenimientos inmemoriales, danzas y canciones folclóricas como
små grodorna, cerveza a granel, etc. Cory Stieg, en una nota periodística titulada
“What 'Midsommar' Gets Wrong About The Pagan Holiday”, ofrece una buena síntesis informativa. Salió publicada en
Refinery 29 hace un año.
En Suecia, probablemente más que en cualquier otro país de la Europa septentrional, el Midsommar es, sigue siendo, toda una tradición nacional. Por supuesto que esa tradición, como tantas otras, resulta menos ancestral de lo que se dice y asume, puesto que tiene mucho de
inventado o
imaginado –permítaseme parafrasear a
Eric Hobsbawm y
Benedict Anderson– por el nacionalismo romántico decimonónico, y ulteriormente por la cultura de masas de Posguerra. El negocio del turismo también ha coadyuvado ampliamente a su
folclorización. Pero todo eso es harina de otro costal…
Dentro de la película nos topamos también, de nuevo, con las tradiciones del palo de mayo (
majstång, en sueco) y la reina maya, otro homenaje a "The Wicker Man". En toda esta temática folclórica sobrevuela
La rama dorada de
James George Frazer, obra ineludible de la antropología comparada de la religión, cuya circulación e impacto han rebasado ampliamente los límites de la erudición científica y académica, para convertirse en parte viva del imaginario cultural de Occidente. Aster mismo habló de esa influencia en una entrevista con
The New York Times. Caracterizó el libro de Frazer como “un tesoro de percepciones agudas sobre las tradiciones precristianas”. En ese mismo reportaje, Aster aclaró que sus pesquisas sobre la festividad del solsticio de verano no se redujeron a Escandinavia, y que también abarcaron a Gran Bretaña y Alemania.
Existen empero –hago aquí una digresión– algunas diferencias significativas entre "Midsommar" y "The Wicker Man". Paula Vázquez Prieto, crítica de cine perspicaz, las explicó muy bien en “Se estrena Midsommar, el terror según Ari Aster”, su magistral reseña para
Radar –el suplemento cultural del periódico argentino
Página/12– publicada en octubre del año pasado.
“'Midsommar' reescribe abiertamente una de las películas de culto del cine inglés de los 70: 'The Wicker Man' (1973), dirigida por Robin Hardy. Aquella también comienza con una ceremonia: un devoto y célibe oficial de policía recita sus deberes y compromisos con la fe cristiana. Sin embargo, esa aparente armonía se altera cuando un extraño mensaje anónimo asegura que una joven ha desaparecido en Summerisle, una pequeña isla en la costa oeste de Escocia. El viaje del sargento Howie hacia la isla será el despertar para las creencias que allí anidan, potente revés de las enseñanzas de orden y la austeridad de su educación religiosa. Aster se apropia del choque cultural que esgrime 'The Wicker Man' desde la clave del horror folk para construir un camino inverso: todo lo que repelía a Howie de ese culto febril y dionisíaco es lo que atrae a Dani, lo que la envuelve como la tela de una araña a su presa y la cobija de una irremediable orfandad. Todos los personajes de Aster, tanto en El legado del diablo como en Midsommar, están a merced de un mundo cuyo sentido está a simple vista pero resulta incomprensible. Su tragedia no es nunca la presencia de lo desconocido sino la opacidad de aquello que se encuentra frente a sus ojos”.
Pero ahí no se agota la comparativa. Vázquez Prieto tiene más cosas interesantes para decirnos, y sería una pena no extendernos en la cita:
“A diferencia de 'The Wicker Man', donde el policía que llega a la pequeña isla de Summerisle investiga la verdad tras una desaparición, aquí es el contacto con lo misterioso de ese ancestral culto pagano lo que preside la entrada de los extranjeros. No hay nada que ir a buscar, todo está preparado para el encuentro. Y ese encuentro con lo ajeno e incomprensible en el terreno cultural permite combinar la tradición del horror, en la que la disputa entre lo atávico y lo moderno siempre se pone en juego, con un escenario más cotidiano, capaz de explorar las conflictivas fronteras entre lo propio y lo impropio con tanta desconfianza como fascinación”.
Podemos destacar otra diferencia: en "The Wicker Man", el detective policial Neil Howie es pésimamente tratado por la población de Sommerisle cuando arriba a la ínsula, mientras que en "Midsommar" la comitiva procedente de Brooklyn recibe, al llegar a su destino rural en Helsingia, una cálida bienvenida por parte de lxs lugareñxs. En lo que no difieren es en esto: cierta apariencia o sensación
hippie al principio (consumo de alucinógenos, libertad sexual, naturismo, flores por doquier, comunalismo, etc.), que se va diluyendo a medida que la trama se desenvuelve y el neopaganismo copa la escena.
Retomemos nuestro hilo conductor. Entre las tradiciones nórdicas que "Midsommar" recupera y ficcionaliza están la festividad del
Valborg, la Noche de Walpurgis, con su banquete y brindis, bailes y fogata. Sumemos a la lista el
hälsingehambon, una danza típica sueca originaria de Helsingia. Al compás de la música, las jóvenes de Hårga y Dani, vestidas de blanco impoluto y coronadas de flores multicolores, bailan jovial y maratónicamente en ronda alrededor del palo de mayo. La ingesta de un brebaje narcótico y el frenesí de la danza las hacen entrar en un estado de trance. Durante el transcurso de este juego-ceremonia, van resultando poco a poco descartadas las distintas concursantes –por extenuarse o chocarse– hasta que queda una sola, que es aclamada reina mayal y recibe una ofrenda floral.
En la película, la música que anima la danza del hälsingehambon es nada menos que la
«Canción de Hårga» (Hårgalåten). Se trata de una canción muy antigua y conocida del folclore sueco. La letra narra una leyenda: la historia de un demonio que, haciéndose pasar por un flautista, visitó Hårga (hay en el norte de Suecia un paraje que se llama así, igual que la comuna ficticia del film) y hechizó con su música a la juventud, haciéndola bailar hasta su muerte y perdición. Elena Nicolaou, en su artículo para
Refinery 29 “How 'Midsommar'’s May Queen Scene Connects To A Real Swedish Legend”, da más precisiones, igual que Angelica Florio en
“Is Hårga A Real Village? Midsommar Turns Swedish Traditions Into Waking Nightmares”, publicada por
Bustle.
Los peculiarísimos murales de la cabaña donde anfitriones y huéspedes pernoctan, así como la pintura que aparece al inicio del largometraje, son también un tributo al folclore sueco. Esta iconografía exuberante y vigorosa, colorida y luminosa, llena de simbolismo y misterio, pletórica de resonancias mítico-religiosas, emula la que aún hoy puede apreciarse en el interior de varias granjas antiguas de Helsingia (siglos XVIII y XIX) que han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, o bien, en el
tapiz medieval de Skog que se exhibe dentro del Museo de Historia Sueca de Estocolmo. "Midsommar" está saturada de arte escandinavo, de imaginería nórdica, como el propio Henrik Svensson –el sueco encargado del diseño de producción del film– reconoció al medio digital
Thrillist poco después del estreno.
Otra tradición cultural nórdica que "Midsommar" recrea con profusión son las runas: el alfabeto rúnico (
futhark), las piedras rúnicas, la magia rúnica, los arcanos rúnicos, la sabiduría rúnica… También ocupan un lugar central los ritos de fertilidad en honor a la diosa
Freyja y su hermano
Frey, estrechamente asociados a la reproducción biológica y la producción económica, al ciclo de las estaciones y el calendario agropecuario, a la cosecha/fecundación de los rebaños y la sexualidad orgiástica, a la subsistencia y perpetuación de la comunidad… “En 'Midsommar' –escribe Vázquez Prieto– las ceremonias concentran una mayor extrañeza” que en 'Hereditary', la ópera prima de Aster: “son los símbolos de una cultura ajena para los cuatro jóvenes de Nueva York que viajan a disfrutar de una experiencia exultante y renovadora. Allí, en los bosques de una Suecia misteriosa, se esconden celebraciones ancestrales que preservan el origen, mantienen el linaje, agradecen la supervivencia. Esa forma de representación”, concluye la reseñista de
Página/12, “es la que Aster cultiva con paciencia en sus ficciones”. Una
imago mundi cinematográfica “modelada en ritmos circulares y repetitivos, cuya ominosa apariencia emerge ante la vista fascinada de testigos y participantes”.
Hay, asimismo, una alusión a las leyendas sobre los
berserker, aquellos guerreros envueltos con piel de oso que mencionan las sagas medievales. Estos rescates históricos distan de ser rigurosos, exactos. “Obviamente nos tomamos grandes libertades con las cosas que fuimos extrayendo” del folclore o pasado escandinavos, reconoció Aster en una entrevista con
The Ringer. Así, por citar un ejemplo, el berserk, el hombre osuno de la tradición nórdica, ya no es, para la secta Hårga, un guerrero solitario en trance que arremete temeraria y ferozmente contra las filas enemigas, sino la víctima de una ceremonia sacrificial.
Puede leerse en Internet un estupendo artículo que, con bastante detalle, da cuenta de todo este fértil sustrato folclórico de la película, a la vez que identifica sus licencias artísticas:
“How Midsommar Turned Tradition and Folklore Into Nightmare Fuel”, de Kate Knibbs. El texto fue publicado en
The Ringer, con motivo del lanzamiento de la película.
Otro artículo en la misma línea es
“'Midsommar' Mythology Explained: Separating Folklore Fact from Fiction”, de Dave Trumbore, publicado por
Collider. Su lectura no tiene desperdicio. Hacia el final, Trumbore señala: “'Midsommar' toma muchos de estos aspectos celebratorios y románticos del festival, aunque Aster obviamente les da una impronta perversa a todos ellos”. Y acota: “Lo mismo se aplica a todo el folklore pagano tradicional al que echó mano para aportar un toque de familiaridad y fundamento al horror ritual que padece un grupo de estadounidenses descarriadxs”. El autor finaliza su disquisición con un pronóstico: “esta es una película que será analizada durante años y años”. Concuerdo con él. De hecho, puede decirse que el presente ensayo, escrito casi un año después del estreno, abona su predicción.
Choque de culturas, relativismo cultural y riesgos del multiculturalismo"Midsommar" alterna o yuxtapone en pie de igualdad lo
etic y lo
emic, elevándose hasta el extremo de lucidez del relativismo cultural. Todo es ambiguo, susceptible de dos interpretaciones opuestas: la autóctona y la alóctona, la local y la foránea. Nada resulta categóricamente elogiable o censurable. Quienes ven el largometraje sienten, sin lugar a dudas, una repulsa intensa y espontánea hacia ciertas creencias y costumbres de la comunidad Hårga. Pero al mismo tiempo se dan cuenta (la película parece haber sido premeditadamente diseñada para lograr ese efecto) que su reacción es más visceral que intelectual, más emotiva que razonada. Se percatan de que cualquier enjuiciamiento
express sustentado en valores propios de la ética contemporánea traicionaría, ipso facto, el designio restaurador del neopaganismo. Una extrapolación de criterios semejante supondría ignorar groseramente, beociamente, el principio fundante mismo de la ciencia antropológica: la relatividad de las culturas.
Tal sensación de
zozobra axiológica, de crisis en los valores morales o éticos que sostenemos como criaturas de la modernidad ilustrada, constituye un aspecto medular de la experiencia estética que nos propone Aster; experiencia estética que podemos resumir con estas palabras: incomodidad agobiante y perturbadora. "Midsommar" no se limita a mostrarnos la cara más terrible de la otredad cultural. También nos recuerda que esa cara solo es absurda o aberrante si se la mira desde nuestra particular perspectiva. Porque si se la evalúa desde el punto de vista-
otro, resulta muy comprensible, totalmente lógica. Recordar la relatividad de nuestra cultura, de nuestra cosmovisión, de nuestra ética, también es algo que puede inquietarnos y asustarnos.
En la entrevista al
NY Times, Aster hizo un comentario revelador: “No quise que la gente de Hårga fuese fácilmente desestimada como villanos malvados y anómicos”, de acuerdo a lo que prescribe el estereotipo del horror tribal o ritual clásicos. “Quería que estuvieran ligados a algo real”, inmersos en una cultura significativa, dotada de sentido. “Y en última instancia, esas personas están mucho más conectadas entre sí, y con el mundo donde viven, que los visitantes, que se encuentran atrapados”. Creo no equivocarme si afirmo que este
esmero etnográfico de Aster tuvo que ver no solo con pruritos intelectuales y políticos, sino también con la decisión estética –muy acertada– de potenciar el efecto perturbador de las escenas macabras.
Insisto: "Midsommar" es un film con sed antropológica. Una sed que intenta saciar abrevando en las aguas de la
descripción densa a lo
Geertz, el choque de culturas, el relativismo cultural y las aporías éticas. Buena parte de su encanto radica en eso. Pero, al fin de cuentas, no deja de ser un
thriller, un
thriller que coquetea con el
gore. Y eso propicia una acentuación extrema, unilateral, de aquellos aspectos de la otredad que, para nuestra concepción secularizada del mundo, resultan más oscuros o perturbadores: el senicidio ceremonial desde la
Ättestupa, la transgresión del incesto para engendrar al vidente de la secta Hårga, el sacrificio ritual de animales y personas (
blót), el cruento método de tortura y ejecución del
bloðorn o «águila de sangre» (tan popularizado por la serie
"Vikings"), los espeluznantes pantalones
nábrók usados como talismán (confeccionados, según una leyenda islandesa del siglo XVII, con la piel desollada de las piernas y caderas de un hombre muerto), la pena de muerte por profanación (Mark es asesinado por orinar en un árbol sagrado, sin saber que lo era), etc.
Que esa alteridad étnica tenga mucho de anacrónico, legendario o novelado, no modifica sustancialmente el cuadro. En el varias veces citado reportaje con el
NY Times, Aster comenta risueñamente que la festividad sueca actual del Midsommar –a la cual asistió cuando escribía el guion– “es una tradición bastante inofensiva” en el mundo real. “Hay un palo de mayo, respecto al cual los suecos gustan hacer bromas que aluden a su simbolismo fálico, porque de hecho lo tiene”. Se trata, pues, de una
etnografía inventada, ficcionalizada a partir de algunos elementos auténticos –actuales o pretéritos, documentados o legendarios, propiamente suecos o de otras culturas germánicas– en vistas a plasmar aquello que el cineasta definió como
Scandinavian folk horror. No obstante, el interrogante-problema que plantea acerca de la alteridad cultural sigue en pie, acuciándonos. No solo sigue en pie: la ficción hiperbólica le permite alcanzar, incluso, una mayor nitidez y contundencia.
Vayamos al meollo. En otras películas de horror tribal o ritual, ese sesgo macabro, ese énfasis puesto en lo siniestro, fácilmente degeneró en racismo y eurocentrismo, o al menos provocó que hubiera justificadas sospechas y acusaciones en tal sentido:
"King Kong",
"White Zombie",
"Holocausto caníbal",
"Apocalypto"… En estos films, la posibilidad de que la ficción, a través de la hipérbole, se convirtiera en un eficaz medio para estimular la reflexión ético-política sobre los problemas y desafíos que plantea la multiculturalidad –sus dificultades teóricas y riesgos prácticos, su compleja y a veces conflictiva relación con los derechos humanos– se vio obturada por la
corrección política. Pero en "Midsommar", Aster sorteó este escollo, al ambientar el ominoso choque cultural no en una selva tropical del «Tercer Mundo» (Amazonas, Yucatán, Congo, Malasia, Indochina, Polinesia, etc.), sino en una pradera del norte de Europa, en el corazón de Escandinavia, entre gente muy blanca, alta, rubia y de ojos claros. Toda impugnación por racismo o eurocentrismo queda así neutralizada, al mismo tiempo que subsiste la oportunidad de problematizar filosóficamente, críticamente, políticamente, la multiculturalidad.
Si este logro fue premeditado o casual, no lo sabemos bien. Mi intuición es que no se trató de algo totalmente fortuito. Si bien es cierto que el director, en un reportaje con
Los Angeles Times, aseveró que “Midsommar es el intento de filmar la historia de una separación [de pareja] como si fuera una ópera”, nada impide pensar que el largometraje no se reduce a esa parábola, y que también esconde otros significados. De hecho, como tendremos oportunidad de comprobar en el próximo apartado, el propio Aster y uno de sus colaboradores suecos han reconocido que la película posee un mensaje político
entre líneas, muy ligado a la cuestión del choque de culturas. Pero aun cuando Aster lo hubiera desmentido rotundamente, y hubiese afirmado que no tuvo más propósito in mente que metaforizar los avatares y las dificultades de una desvinculación amorosa, quedaría en pie la posibilidad de que el público y la crítica interpreten el relato a su modo, libremente, como sucede siempre con las obras de arte.
Lo que está claro es que si "Midsommar" transcurriera fuera del mundo occidental, en una comunidad indígena de América, África, Asia u Oceanía, las suspicacias por racismo y eurocentrismo malograrían la chance de repensar el multiculturalismo a la luz de ejemplos menos complacientes, menos
romantizados que aquellos con los cuales suele ser pensado. No ya la diversidad de idiomas, estilos musicales, tradiciones artesanales o gustos culinarios, sino la existencia de prácticas sociales que, al entrar en conflicto con los derechos humanos, nos ponen frente a un dilema ético. ¿Toda alteridad cultural debe ser admitida, aceptada, además de ser comprendida? ¿Hasta dónde estamos dispuestxs a llegar en nuestro multiculturalismo?
"Midsommar" plantea un caso ficticio demasiado extremo, sin duda: una comunidad neopagana de Escandinavia que practica el senicidio y los sacrificios humanos en pleno siglo XXI. “Si puedes conservar algo de objetividad”, ese derroche de violencia “resulta un tanto gracioso por la catarsis con que se juega”, declaró Aster en la ya citada entrevista con el
NY Daily News. “Pienso que hay algo de humor en cuán salvajemente desmesurado se permite ser el film”. Pero este extremismo grotesco, me atrevo a decir, precisamente sirve para visibilizar con más claridad, con más elocuencia, cuán problemática puede llegar a ser, en ocasiones, la cultura-otra cuando no se la ve con ojos maravillados e indulgentes de turista en busca de «exotismo» idealizado.
El neopaganismo nórdico de "Midsommar" es un caso ficcional y límite, estamos de acuerdo. Pero precisamente es esta
reducción al absurdo lo que, al poner el dedo en la llaga, despeja el terreno para la toma de conciencia y la reflexión crítica. Conseguido eso, se puede aplicar la misma lógica a otros ejemplos nada fantasiosos, como la lapidación de mujeres «adúlteras» o lesbianas en algunos países islámicos, la persecución y matanza de personas albinas –bajo el supuesto de que están poseídas por demonios– en Tanzania, la violencia supremacista blanca en el sur de Estados Unidos (Ku Klux Klan y grupos afines) sustentada en las narrativas de la
Lost Cause y el ideologema de la
maldición y marca de Caín, el activismo neonazi que insiste con su frondosa mitología de la «raza ario-nórdica superior» (volveremos luego una vez más sobre este asunto), o el belicoso expansionismo israelí que busca legitimarse en las leyendas davídico-salomónicas y una arqueología bíblica pro domo de nulo rigor científico.
No hay violaciones a los derechos humanos que se produzcan en un contexto de vacío cultural, sin semiosis. Siempre hay un sentido, una significación, un porqué (creencias, valores, mitos, tradiciones, etc.) detrás de ellas, tanto si hablamos de una tribu paleolítica como de una nación moderna. Así como las civilizaciones mesoamericanas prehispánicas tuvieron sus sofisticadas razones ideológicas para practicar los sacrificios rituales y el canibalismo con sus prisioneros de guerra (mito ancestral del
Nahui Olin o Quinto Sol), los Estados Unidos también las tuvieron para llevar adelante una guerra de exterminio contra los pueblos originarios del Lejano Oeste, apoderarse de medio México y apañar sangrientas dictaduras militares en América Latina (doctrina del
Manifest Destiny). Lo mismo cabe decir de las Cruzadas, la Inquisición española, la caza de brujas, el genocidio armenio, los
gulags estalinistas, etc. Nada de todo eso aconteció por fuera de la cultura.
Podemos –y debemos– comprender toda esa complejidad subyacente, pero no tenemos por qué avalarla. Las tradiciones ancestrales no son un cheque en blanco. No puede justificárselo todo en nombre de la antigüedad o significatividad. La esclavitud y la tortura se remontan a tiempos muy antiguos, pero no por eso son aceptables. La «solución final» al «problema judío» y el bombardeo atómico de
Hiroshima y Nagasaki fueron muy
significativas para el Tercer Reich y los Estados Unidos, pero tampoco por eso son aceptables. Desarrollé mejor esta reflexión en
“Multiculturalismo, laicidad y derechos humanos”, un ensayo publicado por Europa Laica allá por enero de 2015.
El mérito de "Midsommar" es, pues, poner sobre el tapete los riesgos del multiculturalismo y el tradicionalismo, esquivando la crítica decolonial facilista y prejuiciosa por «eurocentrismo». La película de Aster no nos habla de la ablación del clítoris en África, ni de la estratificación de castas en la India, ni tampoco del uso del burka en el islam. Nos habla de los peligros de un neopaganismo europeo, germánico, promiscuamente relacionado –no tanto en la ficción, pero sí en la realidad– con el supremacismo blanco y los movimientos neonazis. En
“Cult Clash”, un excelente artículo para la revista británica
Tribune, Mazin Saleem se pregunta: “¿Cuánto peor son realmente lxs Hårga que las culturas de las que provienen nuestros personajes? ¿Cuán diferente es su ‘violencia significativa’ a nuestras guerras, ejecuciones y fronteras defendidas hasta el punto de dejar que miles se ahoguen?”. Saleem dio en el clavo.