Alfredo Moreno, en "Cine para soñar: «Remando al viento»", en 39escalones, el 27 de junio de 2007, escribió:- Shelley: La muerte. La muerte y su hermano el sueño.
_
- Fletcher: ¡Mylord, ha sucedido algo imperdonable! (…) Le ruego que me considere despedido.
- Byron: Queda despedido, Fletcher. Pero dígame, ¿qué ha ocurrido?
- Fletcher: (…) Una mujer ha entrado en la casa. Le ruego que me considere despedido.
- Byron: Queda despedido, Fletcher. ¿Cuánto le debo?
- Fletcher: No recuerdo la última vez que Mylord tuvo la gentileza de pagarme.
- Byron: Bien, no seamos mezquinos. Quédese. Le perdono.
_
- Byron: Las botas no, nunca las botas. En el fondo del lago hay líquenes, pero si miras la superficie, sólo ves tu propio reflejo.
_
- Byron: Hay tres cosas que yo puedo hacer y usted no (…). Cruzar un río a nado, apagar una vela de un disparo a veinte pasos… Qué inútil es todo, ¿para qué cruzar un río, o disparar a una vela?
- Polidori: ¿Y la tercera? (…). Ha dicho que eran tres cosas.
- Byron: Sí… Escribir un poema del que se han vendido diez mil copias en un solo día.
_
- Shelley: Percy Bysshe Shelley, ateo y demócrata.
- Byron: Lord Byron, tengo cien años.
- Mary: Dentro de cien años, todos tendremos la misma edad.
_
- Byron: El mejor poema sería el que diera vida a la materia.
_
- Byron: No es bueno dejar al perro fuera de casa cuando llueve.
_
- Byron: Aquí yace un hombre que sólo sabía hacer tres cosas, y ninguna bien.
_
Frases como estas pertenecen a una de las mejores películas españolas de todos los tiempos, la espléndida "Remando al viento", dirigida en 1988 por el cineasta, escritor, dramaturgo, periodista, poeta, incluso ex-ojeador de fichajes del club de fútbol
Internazionale de Milán, Gonzalo Suárez, director atípico del cine español y sin duda el más literario, que ha dirigido filmes tan magnéticos y misteriosos como
"Epílogo",
"Don Juan en los infiernos",
"El detective y la muerte" o
"Mi nombre es sombra".
Esta película, a la que hace unos días hizo referencia
Luisa Miñana en su estupendo blog
Pandeoro, se aproxima con mucha imaginación a las figuras reales de personajes como
Lord Byron,
John Polidori, la pareja formada por
Percy B. y
Mary Shelley o el filósofo
William Godwin, narrando el proceso de creación de una de las grandes novelas románticas, una de las más populares e icónicas de todos los tiempos,
Frankenstein, y con un enfoque realmente imaginativo, la perspectiva de una creación literaria que cobra vida hasta el punto de influir decisivamente en los destinos de quienes han asistido o colaborado en su nacimiento, de tal manera que la obra, surgida del reto de escribir un estremecedor cuanto de terror, propuesto por Byron a la luz de las velas una noche de tormenta en
Villa Diodati, la casa cerca de Ginebra donde Byron se encontraba en 1816, se toma como punto de unión del trágico destino que tuvieron todos los personajes involucrados en la forja de una ficción en la que el nuevo Prometeo debía desafiar nuevamente a los dioses, suponiendo la fusión indivisible de la ficción creada con el destino humano.
Después de la derrota y confinamiento de
Bonaparte y finalizado el
Congreso de Viena, donde se le perdonó por vez primera la vida a Francia (cosa que terminó convirtiéndose en costumbre repetida de nuevo en 1830, 1848, 1871 y 1945) tras su formidable derrota, Europa se ve inmersa en una turbulenta época de cambios sociales y políticos: se intenta profundizar en los conceptos democráticos insinuados en la
Revolución Francesa en detrimento de la sociedad aristocrática del Antiguo Régimen, comienzan a sentarse las bases de las
reivindicaciones obreras que marcarán las revoluciones del siglo XIX y también empiezan a despertar las conciencias nacionales que tantos desastres traerán en un futuro no muy lejano. Al mismo tiempo
Schiller, Byron,
Goethe y algunos otros destronan a
Goldoni como mejor poeta de su tiempo, y el
Romanticismo se encuentra en pleno apogeo. Las estampas de castillos abandonados, de ruinas, de cementerios desolados y sombríos, los ideales o amores que pueden llevar a un suicidio temprano en el que la muerte es forma de ascenso hacia la ansiada libertad total, la crítica a los privilegiados (sobre todo a la Iglesia), la ruptura de las convenciones sociales y, sobre todo, el teatro y la poesía que sirven de vehículo a estos pensamientos, alternan con la preocupación por los acontecimientos políticos europeos, como la forja por parte de Inglaterra de un inmenso imperio colonial, los levantamientos liberales en España contra el absotismo de
Fernando VII o los primeros conatos independentistas de Grecia frente al
poder otomano.
En este marco se desarrolla la historia, inspirada en hechos reales pero con gran derroche de imaginación, que cuenta las jornadas que estos personajes compartieron en Villa Diodati, durante la visita que Percy Bysshe Shelley, Mary y Clara realizaron a Lord Byron en su retiro suizo. El estupendo vestuario (incluso en cuanto a las rarezas estéticas de Byron), la escenografía, las magníficas localizaciones naturales y los exteriores escogidos dotan a esta película de un magnetismo misterioso, repleto de poesía y al mismo tiempo cercano a la puesta en escena teatral. Las secuencias rodadas en exteriores profundizan en la estética romántica como forma de mostrar las firmes convicciones ideales de quienes pertenecían a esta corriente: los planos de la barca bogando bajo la luz de la luna, el mágico jardín de la casa, medio iluminado medio en penumbra, el castillo al que se dirigen Byron y Shelley cuando sufren la tempestad, pero también las imágenes de las anchas playas de fina arena y los mares embravecidos, de los acantilados de fuertes vientos, de la campiña italiana de prados verdes bajo la lluvia, o de Venecia, con ese obispo vestido con sus ricas ropas apoltronado en una góndola que surca los canales sobre aguas grises, entre edificios sucios y bajo puentes humedecidos, justo antes para llegar al palacio de inmenso patio enlosado en cuyo dormitorio Byron retoza con una dama casada, cuyo marido espera el dinero que el poeta está dispuesto a pagar por haber disfrutado de su esposa, para lo cual utilizan tan ilustre correo (la Iglesia siempre sabe sacar provecho de toda situación).
Como es sabido, una noche de tormenta, de esas que en Villa Diodati transcurren leyendo poesía a la luz de una vela o jugando una partida de billar, Shelley, Byron, Polidori, Mary y Clara se entretienen leyendo y contando historias de fantasmas en un entorno lúgubre, de viento, lluvia, truenos, relámpagos y sombras de perfiles sinuosos que se proyectan en las paredes débilmente iluminadas. De esta auténtica reunión nació
El vampiro, de John Polidori, y por supuesto,
Frankenstein o el moderno Prometeo, cuyo título hace referencia al
Prometeo liberado de Shelley y a su vez al clásico
Prometeo encadenado, atribuido a
Esquilo.
Pero la película, que está contada a modo de
flash-back por una solitaria Mary que es pasajera de un barco que surca aguas árticas en busca de la Criatura que ella misma había creado (remedando así el director el principio y final de la obra literaria, que Mary Shelley situaba en las heladas superficies árticas) realiza el seguimiento de las vidas de estos personajes que coincidieron aquella mágica noche y los desgraciados avatares que les sucedieron a ellos y a quienes los rodearon, y para ello utiliza como vehículo al monstruo, la Criatura ideada por Mary Shelley, el Prometeo de su obra (al que por cierto, todo el mundo identifica como “Frankenstein”, olvidando que éste no es su nombre, sino el de su creador; el monstruo no tiene nombre), cuyas espectrales apariciones tienen lugar siempre como anuncio de la catástrofe que está a punto de sobrevenir: en primer lugar Polidori contempla el monstruoso horror de la Criatura antes de poner fin a su vida, pero luego se nos cuenta la muerte de Godwin y de la hermana menor de Clara y Mary, después veremos a la Criatura visitar al hijo de Percy y Mary (en una escena inspiradísima que rememora la famosa escena de la película de 1931 en la que el monstruo juega junto a un niño a hacer flotar en el río un pequeño barquito), y también a la hija de Byron y Clara, internada en una escuela religiosa. Igualmente, aparecerá en la playa antes de que Shelley se haga a la mar y sufra el accidente que le costará la vida, y su presencia amenaza a Byron, que tras la sugerente escena de la incineración del cadáver de Shelley en la playa, mientras se recita
La serpiente, formula propósito de ir a luchar por la libertad de Grecia, donde encontrará la muerte en Missolonghi. Las apariciones de la Criatura se rubrican además con sus frases de diálogo, apenas pronunciadas, y que rememoran palabras dichas por los propios personajes en momentos anteriores de la película y que parecían estar presagiando, sin darse cuenta, su propio desgraciado final. De este modo se nos muestra la Criatura, no como un espectro o una presencia ajena a los personajes, sino como una proyección de su propia alma que cobra vida, como un reflejo del lado oscuro de cada uno de ellos en el espejo de un futuro fatal (“Tu respiración es mi respiración”, dice el monstruo emulando una conversación entre Percy y Mary).
Película de admirable factura, de fotografía y localizaciones espléndidas, de estupendo pulso narrativo, de encanto literario absoluto y fantástico guión que ensambla historia, literatura, realidad, ficción e imaginación, además de algún problema de ritmo y quizá excesiva recreación en determinadas tomas o situaciones, encuentra quizá su punto flaco en los actores. Hugh Grant interpreta a Byron, antes de convertirse en actor de una sola cara y un solo papel, en la experiencia cinematográfica más extraña de su vida, como él mismo ha dicho; Valentine Pelka, que más tarde aparecerá en cintas como
"El pianista", de Roman Polanski, interpreta a Shelley; Lizzy McInnerny es Mary; y una irreconocible Elizabeth Hurley, pareja de Grant entonces, es Clara (antes de convertirse en una siliconada y frívola actriz de escaso talento y más que discutible encanto, paraíso de los cirujanos plásticos). Junto a ellos, algunos actores españoles, como el gran José Luis Gómez como Polidori, la Criatura interpretada por José Carlos Rivas (más cercana en su caracterización al monstruo descrito en la obra literaria que al recreado sobre
Boris Karloff con cicatrices y tornillos en la película clásica), un José María Pou como aduanero italiano que come a dos carrillos mientras realiza una quijotesca criba entre los libros que los Shelley llevan en su equipaje al penetrar en Italia, y una jovencísima Aitana Sánchez-Gijón como joven e idealista amante de Byron.
Por otro lado, si la película arrastra algunos problemas que minoran el resultado final, es cierto que encuentra uno de sus mayores aciertos en la música utilizada por el director. La música de
Mozart sirve de marco para la acción, mientras que el inicio de la película nos introduce en el inquietante mundo de sueños, ilusiones, amores y pesadillas que vamos a presenciar con los mágicos y sublimes acordes y melodías de la "Fantasía" sobre un tema de
Thomas Tallis, compuesta por el músico inglés
Ralph Vaughan Williams (1872-1958), una de mis músicas favoritas, extraordinaria composición, emocionante, lúgubre y majestuosa, sensible y bellísima al mismo tiempo, que se corresponde perfectamente con la narrativa y la estética de esta gran película. Ofrecemos
aquí un montaje de esta maravillosa música con imágenes del compositor.
"Remando al viento" es una película que hará las delicias de quienes aman la literatura y a sus autores, pero de la que deberán abstenerse quienes esperen acción, sexo o historias banales y prescindibles. Una obra cumbre del cine español que escapa de las fórmulas tan manidas y repetidas hasta la náusea, y que por eso se ha revalorizado con el transcurso del tiempo.