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BAUDRILLARD, Jean (1929-2007)

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Jean Baudrillard

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(wikipedia | dialnet)


Introducción

En wikipedia se escribió:Reims (Francia), 20 de junio de 1929 – París (Francia), 6 de marzo de 2007. Filósofo y sociólogo, crítico de la cultura francesa. Su trabajo se relaciona con el análisis de la ideología postmoderna y la filosofía del postestructuralismo.

Nacido en la campiña francesa, sus abuelos fueron campesinos y sus padres empleados públicos. Se casó y tuvo dos hijos. De joven dio clases de alemán y estudió filología germánica en La Sorbona, donde se desempeñó como traductor de Karl Marx, Bertolt Brecht y Peter Weiss. También fue ayudante de cátedra de la Universidad de Nanterre, en París.

Comenzó a interesarse por la política partir de la Guerra de Argelia. En 1962 y 1963 publicó críticas literarias en la revista Les Temps Modernes del filósofo existencialista Jean-Paul Sartre. En 1966 defendió su tesis de doctorado Le sistème des objets —'El sistema de los objetos'—, bajo la dirección de Henri Lefebvre. A partir de entonces, inició su actividad como docente de Sociología. Junto a Roland Barthes, fue uno de los fundadores de la revista Utopie y adhirió a la idea sartreana de «intelectual», independiente de los partidos políticos y libre para dialogar con el marxismo. La influencia de Louis Althusser y Guy Debord es realmente importante para caracterizar al "primer Baudrillard".

En la década de 1960 sostuvo que las teorías marxistas habían quedado desactualizadas: según su pensamiento, la nueva base del orden social era el consumo y no la producción. En su libro Crítica a la economía política del signo se propuso explicar el surgimiento de la sociedad de consumo y la economía a través de la aplicación de las Teorías del Signo, originadas por la lingüística estructural de Ferdinand de Saussure, también adoptada por Roland Barthes. Así, en esta obra, Baudrillard atiende a las dinámicas de aislamiento y privatización del consumo que suponen la supremacía del sistema de dominación. A su vez, defiende que el marxismo es ya visto como "una corriente demasiado ocupada en cuestiones de economía política y demasiado alejada del análisis de la significación de la cultura" (El espejo de la producción, 1975). Baudrillard aceptará de Louis Althusser el descentramiento del sujeto por la acción de la ideología y su crítica al humanismo. De Guy Debord asumirá la exigencia de una política de vanguardia, heterodoxa, su crítica del efecto simulador que produce el exceso de mensajes hipercodificados y ajenos a la vida cotidiana.

El estructuralismo le permitía describir la dinámica del consumo, basada en la adquisición de signos antes que de objetos. De esta forma, no se le ofrece al consumidor un objeto en relación a su función empírica, sino a través de su significado colectivo: prestigio, opulencia económica, estar a la moda, pertenecer a cierto grupo social, entre otros.

En 1990, justo antes de que se iniciara la Guerra del Golfo, Baudrillard predijo que dicha guerra no ocurriría. Después de la guerra, proclamó haber estado en lo cierto: «La Guerra del Golfo no tuvo lugar». En esta obra, Baudrillard presenta la primera Guerra del Golfo como la inversa de la fórmula de Clausewitz: no era "la continuación de la política por otros medios", sino "la continuación de la ausencia de la política por otros medios". Así, también los medios de comunicación occidentales fueron cómplices, presentando la guerra en tiempo real, mediante el reciclaje de imágenes de guerra para propagar la idea de que los dos enemigos, los EE.UU. (y aliados) estaban en realidad luchando contra el ejército iraquí. Pero Saddam Hussein no hizo uso de su capacidad militar (la Fuerza Aérea iraquí) y su poder político-militar no se debilitó (se suprimió la insurgencia kurda al final de la guerra). Por lo que poco había cambiado en Iraq: el enemigo fue invicto, los vencedores no salieron victoriosos y, por lo tanto, no hubo guerra.

Según su postura, Estados Unidos se ve comprometido con la ilusión de estar combatiendo, tal como la mente del jugador se ve inmersa en el videojuego (ejemplo de la hiperrealidad), donde la experiencia engaña a la consciencia haciéndole creer que es un actor de algo que no está sucediendo. Mientras el combate pudo haber sido real, sólo unas pocas personas en el otro extremo del planeta lo experimentaron. La «guerra» que fue transmitida por la televisión y, en consecuencia, la guerra tal como fue entendida por una mayoría, no fue realmente real.

Algunos críticos acusan a Baudrillard de una negación de la acción física de la guerra (parte de su negación de la realidad, en general). Baudrillard fue acusado de amoralismo, escepticismo cínico e idealismo "berkeliano". Sin embargo, otros comentaristas han argumentado que "Baudrillard estaba preocupado por el dominio tecnológico y político de Occidente y la globalización de sus intereses comerciales", de tal forma que no negaba que algo hubiera sucedido, sino que simplemente puso en duda que ese algo fuera una guerra, tal y como se ha explicado más arriba.

También se opuso públicamente a la teoría del Fin de la Historia de Francis Fukuyama a través de su libro La ilusión del fin (1992): "El problema de hablar del fin (en particular del fin de la historia) es que uno debe hablar de lo que hay más allá del fin y también, al mismo tiempo, de la imposibilidad de finalizar".

En 2001 fue contratado por la European Graduate School de Saas-Fee, en Suiza, como profesor de filosofía de la cultura y de los medios para sus seminarios intensivos de verano. A partir de los atentados del 11 de septiembre en EE.UU. dictó conferencias en las que analizó semiológicamente los fenómenos del terrorismo y escribió Requiem pour les Twin Towers (2002) y L'esprit du terrorisme (2002).

En mayo de 2005, publicó en Libération un artículo en contra del proyecto de Constitución europea, calificando el no francés como "una respuesta y un desafío a un principio hegemónico que viene de arriba".





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Sobre J. Baudrillard (ensayos)





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Nota Jue Abr 08, 2010 9:57 pm
Pedro de la Hoz, en "¿Qué le pasó a Baudrillard con la teoría de la simulación?", en La Jiribilla, nº 238, del 26 de noviembre al 2 de diciembre de 2005, escribió:Una bomba tras otra, una sesión clandestina de tortura tras otra, una mentira tras otra, han acabado por angustiar al filósofo francés Jean Baudrillard. El pensador que dedicó ejercicios largos y extensos ejercicios mayéuticos a la elucubración postmoderna del mito norteamericano rindió lanzas, en estos días finales de 2005, ante la evidencia de la naturaleza consustancialmente inhumana del sistema que pretende ejercer la hegemonía mundial desde el centro de poder de Washington.

El día que recibió la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes en Madrid, admitió amargamente que EE.UU. "es un país en vías de desintegración", más agresivo que nunca, empantanado entre la sinrazón y la guerra; un país que "ha perdido fe en sí mismo".

Largo ha sido el camino del desencanto. Si entre los postmodernos hubo alguien que, como él mismo admite, sin suscribir términos críticos ni planteamientos negativos, trató de explicar el lugar de EE.UU. en el mundo durante los últimos cincuenta años, ese fue Jean Baudrillard (Reims, 1929), un hombre que desde la academia se fue desplazando hacia la palestra mediática a base de ingenio, imaginación y golpes de suerte en el mercado de las ideas.

Su ensayo América (1986) exaltó, de una manera muy ilustrativa, su teoría de la simulación. Al contemplar las megalópolis norteñas pletóricas de erguidos rascacielos, las pequeñas ciudades semejantes a escenografías hollywoodenses, los fastos de Broadway, las familias hipnotizadas por los talking shows transmitidos de costa a costa, las premuras culinarias de la fast food, los tabloides escandalosos y frívolos, la glorificación del pop y la higiene política del reaganismo, el filósofo supuso una Norteamérica hiperrealista, en la cual la realidad era la copia, la simulación, lo que hoy llama una Disneylandia de alcance nacional: un sucedáneo de la realidad desmedulada pero fascinante a tal punto que le hacía olvidar la decadencia europea.

Esa percepción tendía a justificar lo que Silvia Hopenhayn define como una de las esencias más seductoras de su pensamiento: la idea de que "la capacidad de significar cualquier cosa a la que se refiere Baudrillard es, finamente, la posibilidad de ser cualquier cosa".

Intentando darle más cuerpo a esa extrema relativización del espectáculo postmoderno norteamericano, Baudrillard llegó a embarcarse en 1991 al predecir primero que la agresión punitiva contra Iraq no tendría lugar y, luego que se produjo, al afirmar que esa guerra nunca ocurrió, puesto que fue una guerra virtual.

Lo que partió de un punto de vista ostensiblemente razonable —la transmisión en vivo de los bombardeos sobre Bagdad bajo los presupuestos estéticos de los videojuegos— y sustentó la percepción de que los medios de comunicación son los constructores ideológicos de la realidad virtual, de una ilusión radical que niega lo real, se convirtió, por obra y gracia de una retórica maliciosa, en una representación intelectualmente excluyente de los causas y efectos de la guerra.

Porque, entonces como ahora, por mucho que la cobertura mediática haya sido espectacularmente antiséptica, las bombas fueron tan reales como los muertos, y la voracidad imperial tan impúdica y nefasta como quizás nunca antes.

Al replantearse el papel de EE.UU. hace pocos días en Madrid, Baudrillard llega a la siguiente conclusión: “Es una potencia militar que va a la guerra por un mecanismo de autodefensa (...) Su pérdida de sustancia la tienen que resolver los norteamericanos: lo malo es que dependemos de ellos no solo económicamente, sino desde el punto de vista simbólico. EE.UU. es una referencia, en ella llegamos al límite de lo que podíamos hacer. Hoy se exacerba y no logra resolver su problema”.

Estas afirmaciones merecen al menos un par de acotaciones. La primera: la rapiña, léase el interés por el dominio a toda costa del mercado, de los recursos estratégicos y de las ideas, no tiene que ver en lo más mínimo con una sensación de pérdida. Si el atentado terrorista a las Torres Gemelas no se hubiera producido, algún otro pretexto se habría inventado. Y la segunda: si un poder se ha desgastado en la hegemonía norteamericana, es el simbólico. Al menos para un importante y creciente sector dentro y fuera de los centros de ese poder. Quizá Baudrillard padezca del síndrome del desconcierto, ante unos EE.UU. que son, eso sí, referencia de un estado de cosas que por mucho tiempo más no se podrá tolerar.


(también en Rebelión)

Actualizado.


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