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FERNÁNDEZ-CUESTA, Manuel (1963-2013)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...
Manuel Fernández-Cuesta Puerto
alter ego: María Toledano

Portada
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Introducción

En Wikipedia se escribió:Manuel Fernández-Cuesta Puerto (n. Madrid; 1963 - ib.; 10 de julio de 2013) fue un editor de libros, columnista y redactor jefe de Mundo Obrero.

Tras estudiar Derecho y filosofía, amplió estudios en París y Milán interesándose por el marxismo clásico, la teoría del Estado y la sociología política y de la cultura.

Vivía en Madrid dedicado a la edición literaria. Formó parte de la cúpula de la editorial Debate, integrada en el Grupo Random House Mondadori.

Desde septiembre de 2007 hasta el 27 de junio de 2013, dos semanas antes de su fallecimiento, estuvo ligado a Grup 62,​ primero como director de Ediciones Península y desde mayo de 2011 como responsable del área castellana de Grup 62, integrada entonces por los sellos editoriales Península, El Aleph, Luciérnaga y Salsa Books.​ Península se fundó en 1964 y el sello está especializado en ciencias humanas y sociales, especialmente en filosofía e historia, en los grandes temas de política internacional e intervención cultural y en el género biográfico.​ Uno de los proyectos que lanzó es la creación de la colección Gran Atalaya, que reúne aquellos títulos y autores emblemáticos que, ya sea por la calidad de sus textos o por la buena acogida del público, han determinado una manera de publicar y comercializar este tipo de libro. En sus nuevas responsabilidades, además de conservar las funciones de gestión editorial y de proyecto de Península, asumió también las del sello literario El Aleph Editores, que publica en castellano obra destacada de ficción de diversos autores de referencia.

Asimismo, enseñó escritura de las ideas y ensayo en Hotel Kafka de Madrid y fue profesor del Máster en Edición de la Universidad de Salamanca y del Máster de Edición de IDEC (Universidad Pompeu Fabra de Barcelona).

Es autor de los textos y comentarios que acompañan las fotografías de Robert Capa en el libro Fotógrafo de guerra. 1936-1939 (Hiru Argitaletxea, 2000).

Fue colaborador habitual del periódico digital Rebelión, de Mundo Obrero, en el que ejerció como redactor jefe, y de diversos diarios como Público​ o El Mundo; sus últimos artículos aparecieron en El País, Cuarto Poder y elDiario.es.

Era nieto del periodista Manuel Fernández-Cuesta Merelo, fundador del diario deportivo Marca.





Artículos



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Miguel Aguilar, en "Manuel Fernández Cuesta, una biografía de libro", en El País, el 10 de julio de 2013, escribió:Manuel Fernández Cuesta, que falleció ayer de infarto a los cincuenta años, era un madrileño de pro que presumía tanto de vivir en el barrio de La Prosperidad que algún incauto debió de pensar que nadaba en oro. Pero de poco más alardeaba, pese a su inmensa cultura libresca y cinematográfica, sus largas estancias en París y Milán y su activo compromiso político. Era un hombre a quien le importaban las ideas y su efecto sobre la realidad. Y a estudiar esa evanescente relación se dedicó, desde el periodismo, en Mundo Obrero, del que llegó a ser redactor jefe, rebelión.org, El Mundo, El País o eldiario.es; desde la edición, en Debate, en Península y como responsable de los sellos en español del Grupo 62; y en las innumerables clases y talleres que impartió, en el Hotel Kafka, en el máster de edición de la Universidad de Salamanca, en el de la Universidad Pompeu Fabra, y en tantos otros sitios.

Afable y tranquilo, amante de la buena mesa y de un buen gin tonic y siempre a punto de dejar de fumar, Manuel, como los mejores editores, aplicaba la misma curiosidad intelectual a las charlas de sobremesa que a los proyectos editoriales: un libro es bueno si quieres hablar de él con los amigos. Frente a la implacable hegemonía del mercado angloamericano, su formación europea le llevaba por otros derroteros: pensadores críticos franceses o italianos a los que la edición generalista ha dado la espalda. En ese difícil equilibrio, lograr que el mercado difunda a sus propios críticos, empeñó sus mejores esfuerzos.

Dicen que la mejor biografía de un editor es su catálogo. Quizás en la era de la concentración y los grandes grupos sea más difícil sostenerlo, pero creo que recordar algunos de los últimos títulos con los que trabajó Manuel, a modo de golpes de cincel que acaben perfilando el contorno de su personalidad, de sus preocupaciones e intereses, sería un inmejorable epitafio: su interés por la comunicación y sus manipulaciones está en La ceremonia caníbal, de Christian Salmon; su voraz cinefilia en El banquete de los genios, de Manuel Hidalgo, sobre el homenaje a Buñuel en Hollywood; su pasión por la música en Satie, la subversión de la fantasía, de Alfonso Valle; su visión crítica de la historia en Las claves de la Transición, de Alfredo Grimaldos; su mitomanía y simpatía por los derrotados en El imperio comanche, de Pekka Himanen; su internacionalismo y esa relación de amor y odio con el periodismo en el extraordinario Hello everybody, de Joris Luyendijk; su compromiso político en la biografía de Trotsky de Joshua Rubenstein. A través de esos libros, su recuerdo seguirá con nosotros.

Mariano Asenjo Pajares, en "En torno a Manuel Fernández-Cuesta: selección de textos y sobresaltos", en Mundo Obrero, el 3 de noviembre de 2015, escribió:Tuvo lugar en el marco de la Fiesta PCE 2015 la presentación de En tierra extraña. Memoria roja (editorial atrapasueños), un libro que reúne algunos de los textos más representativos de Manuel Fernández-Cuesta Puerto. El acto fue planteado con un criterio secuencial y no tanto cronológico, en un intento por reproducir cómo se fueron encadenando y sucediendo los diferentes periodos o fases que marcaron la tarea periodística y literaria de Manolo; tarea literaria, como creador y como editor, que no parecen ser facetas separables en la persona de Manuel.

En base a este criterio quedó distribuido el desarrollo de las intervenciones de un acto en torno a Manuel y a un libro conmemorativo armado con textos suyos y organizado con el afecto, el criterio y la sabiduría de Constantino Bértolo. A Constantino, por supuesto, el grupo de personas que hemos estado en este proyecto o empeño, que es En tierra extraña…, y cobijado bajo el nombre de ‘Colectivo María Toledano’, le agradecemos su disposición y también su prólogo, magnífico y una gozada de leer…

Manuel Fernández-Cuesta Puerto llegó a la redacción de Mundo Obrero, allá por los rutilantes años de la Expo del 92 y las Olimpiadas (un servidor cumplía entonces con las tareas de redactor jefe de Mundo Obrero). Aquel visitante, elegante y un poco altivo, portaba un texto que homenajeaba a su tío materno recién fallecido, Rogelio Puerto Martínez, uno de los escasos comandantes españoles de la Resistencia en París y firmante del acta de rendición de la Wehrmacht. Rogelio había vivido muchos años exiliado en Francia, lo mismo que su hermano Sandalio, el otro tío materno de Manolo.

Manuel y un servidor congeniamos enseguida y sus visitas eran siempre el anunció de largas y vibrantes conversaciones, mérito suyo sin duda. Pronto se unió también a esas tertulias Antonio José Domínguez que, junto con José Manuel Martín Medem y Miguel Peraleda, era el más veterano de los colaboradores de Mundo Obrero. Esa fue, por lo demás, una época rica en incorporaciones, pues a la de Manuel, habría que añadir las de Pascual Serrano, Marta Sanz, Juan Carlos Rivas, Lolo Rico, Juana Doña, Mario Amorós, Javier Mestre, Francisco Sierra, Carlos Taibo, etc…, Como redactor jefe de aquel Mundo Obrero, muchas veces lo he pensado y otras tantas lo he dicho en voz alta y lleno de orgullo: una plantilla así ya la quisieran muchos para los días de fiesta...

En aquel tiempo Manolo vivía en París, donde se ganaba la vida como traductor. Después también residiría algunos años en Milán, por lo que siempre que aparecía por “el pueblo” llegaba con noticias traídas del “mundo adelante”, eran los afrancesados e imprevisibles años de Mitterrand y Éric Cantona, a los que siguieron los años italianos durante los cuales tuvo una vivencia muy cercana de lo que fue el desmembramiento del Partido Comunista (PCI): Achille Occhetto, Massimo d'Alema, Fausto Bertinotti, Armando Cossutta, Pietro Ingrao…, eran nombres que aderezaban con facilidad nuestras sobremesas, y que constituían referencias simbólicas para lo que mejor se le daba a Manolo, que era la crónica social.

Siempre he tenido la sensación de que la llegada de Manuel Fernández-Cuesta Puerto a Mundo Obrero fue como el desencajonamiento de un pura sangre, al que ya se le quedaba pequeño el potrero de aprender el trote y necesitaba horizontes ilimitados para galopar. Manuel en París traducía y avanzaba su tesis sobre el judío Spinoza, leía y escribía… Necesitaba publicar, pasar al otro lado, hacerse visible y hasta necesario. Cuando Manolo escribía siempre había un sobresalto, siempre pasaba algo, siempre había alguien que salía mal parado y siempre había alguien que salía premiado, que era el lector. Por lo demás, a nadie dejaba indiferente…

De su producción, en el libro ‘En tierra extraña. Memoria Roja’ está representada solo una parte significativa de toda su amplia labor en prensa. Aclaremos, por motivos ajenos a la voluntad tanto de la editorial Atrapasueños como del Colectivo Lolita Toledano, que ha seleccionado los textos, se trata de una edición no venal, o dicho de forma más clara y directa, no es una edición comercial que tenga por destino llegar a la venta en librerías. Sólo se podrán conseguir ejemplares en aquellos actos organizados en torno a la figura y la obra de Manuel.

No obstante, más allá de las cuitas legales y administrativas, lo importante es que el libro En tierra extraña. Memoria roja, existe realmente y por tanto Manolo anda de nuevo en los recuerdos de sus amigos, en su querida fiesta del PCE y también entre las páginas de un Mundo Obrero que cumple 85 años… ¡Y quién lo iba a decir!, Manolo no solo ha aportado un enorme valor añadido a esta cabecera con su labor, como redactor y como redactor jefe, pues también ha aportado la presencia del apellido Fernández-Cuesta, tan ligado al ABC… Muchos más disgustos les habría dado a sus parientes si la vida no le hubiese sido tan pronto arrebatada, pero por lo ya vivido: ¡Viva Manuel Fernández-Cuesta Puerto, y que se joda el ABC!

Manuel de la Fuente, en “Manuel Fernández-Cuesta, el único comunista al que yo amé”, en La Elipa de Colores, el 14 de diciembre de 2014, escribió:Éramos unos tipos con barba de islamista. Y sin un duro. Con los pelos hasta la cintura. Y sin un duro. Con una bandera negra y Durruti en el corazón. Corrían los ultimísimos setenta o los primerísimos ochenta, aquellos días de vino y rosas que vivimos con pasión, a quemarropa, como si fuesen las últimas horas de nuestra vida. Vivíamos para el Amor, y para la Revolución, con una bandera negra en el corazón. Entre polvo y polvo y polvo, y hostiones de los fachas y los grises (ya iban de marrón: ya eran la madera), vivimos la Transición, aquella carnicería donde asesinaban a los nuestros por la espalda y en mitad de la Gran Vía. Íbamos a vivir la Movida, aunque a nosotros nos iban los cantautores, sobre todo chilenos, el pueblo unido no será vencido, Allende y Venceremos, y una bandera negra en el corazón. Habíamos quedado en un restaurante del barrio, aunque tan moderno como carillo, La Gamella. Alicia Rosales, otro de mis inenarrables amores platónicos, nos iba a presentar a otro de sus ligues, que, cosa habitual en aquellos tiempos, no eran carnales, sino intelectuales. Solo sabíamos su nombre, Manuel, como yo, pero nada más, apenas si era un chaval muy comprometido. Un puto rojo, vamos. Pero cuando Ali nos dijo su apellido, el estupor, el miedo y la alucinación cundieron entre nosotros: ese apellido era Fernández-Cuesta, el mismo de Raimundo, camisa vieja y uno de los fundadores de la terrorífica Falange de José Antonio, aquel pijo que en la Guerra Civil se equivocó de bando, ¿o no? Manuel no era guapo, pero tenía un puntito, y no olía a colonia de barrio, sino a perfume de firma y de los caros. Eso sí, llevaba un ejemplar de Mundo Obrero bajo el brazo, el ¡Qué hacer!, de Vladimir Ilich Ilianov, “Lenin”, y un libraco de Marcuse, El hombre unidimensional, aunque él no era un contracultureta, como nosotros, sino un puto comunista, un estalinista convencido: yo solo había conocido a dos comunistas, mi abuelo Félix, cuyo compromiso con Socorro Rojo le había llevado a la cárcel de Carabanchel, y mi tío Paco, el taxista. Aquel estalinista bebía vinos caros (la cena la pagó él, y nos habíamos puesto hasta las orejas). Habíamos desplegado sobre él nuestra bandera negra y él se defendía como una gato, rojo, panza arriba. “El Gulag es un invento de la oligarquía capitalista”, nos decía. No llegamos a las manos, porque el vino caro, y francés, es un arma de concordia y conciliación. Pasaron muchos, muchísimos años, y nosotros los de entonces, ya no éramos los mismos. Sobre todo, yo. No sé cómo, yo había dejado de beber, y era un abstemio que se alimentaba de cocacolas. Y me iba bien. Había acabado la carrera y tenía un buen trabajo, aunque pagaban poco: era periodista de la Sección de Espectáculos de ABC, que entonces dirigían Luis María Anson y Tomás Cuesta, y del que eran dueños los de siempre, los Luca de Tena. Por supuesto, mi bandera negra seguía en mi corazón, pero ya estaba arriada, eso es lo que hace trabajar para el enemigo. Y cosa más que curiosa, Catalina Luca de Tena era Fernández-Cuesta de segundo apellido y por lo tanto era prima carnal de aquel estalinista que se llamaba Manuel Fernández-Cuesta, uno de los héroes de mi adolescencia. Supe que a Manuel tampoco le había ido mal. Seguía siendo comunista y había sido redactor-jefe de Mundo Obrero, pero no se había vendido a Carrillo y a su siniestra maquinaria eurocomunista. Manuel todavía llevaba la hoz y el corazón cosidos al alma. La hoz y el martillo… y el Gulag, aquella añagaza capitalista. Yo era cronista de Rock And Roll (el sueño de mi vida era reencarnarme en Bruce Springsteen), había ganado un premio de poesía, el Gerardo Diego, y me habían editado un libro, Servicios Informativos, con gran éxito de crítica (el insigne académico Víctor García de la Concha me había puesto por las nubes en El Cultural de ABC, a pesar de que su directora, Blanca Berasategui, había querido boicotearme sin éxito: yo era el hippie de ABC). Pero Tomás Cuesta (yo era el discípulo aventajado de este genial periodista de Usera) le había ganado la partida a Gundín (sí, el de la tele), y yo era una de las “firmas” de Blanco y Negro. Eso sí, mi amada RB, Rosa, “la Flaca”, la de silba, Bogart, silba si me necesitas, después de convertirme durante trece años en un hombre, polvo a polvo, pedo a pedo, me había dejado, con el corazón partido en dos y unos versos de Wordsworth en los labios: cuando no podamos recordar la hora del esplendor en la yerba, del brillo en las flores, no os apenéis porque siempre perdurará la belleza en el recuerdo, Warren Beatty y Natalie Wood, en la magistral película de otro viejo comunista, arrepentido y traidor, eso sí, Elia Kazan. Por eso volví a encontrarme con Manuel, que era un editor de prestigio (había leído más de un millón de libros, incluidas las Obras completas de Mao, lo que tiene su mérito), y pronto iba a trabajar en la mítica Destino, la no menos mítica Península, y Ediciones 62. Tenía que ser un encuentro profesional, pero nos rompió la emoción. Veinte años después, dos viejos camaradas volvían a encontrarse. Desde luego, como escribió Neruda, uno de mis poetas de cabecera, ya no éramos los mismos. Pero él seguía casi igual. Olía todavía a colonia cara e iba vestido igual que en 1979: pantalones de pinza de lana (creo que verdes) camisa clara y una chaqueta también de pana, creo que marrón. Y lo mejor, seguía siendo estalinista y seguía sin creerse los campos de exterminio de Siberia y el Gulag. Un tipo de principios. Nos vimos poco, porque él trabajaba en Barcelona, pero nuestros encuentros eran memorables, nos hacían flotar en un mar de recuerdos. Pero este verano, el 10 de julio, llamaron a mi puerta, y era la puta Parca vestida de gala y con un ejemplar de Mundo Obrero, como Manuel en aquella cena legendaria y fundacional cena del 79, en La Gamella, calle de Santa Clara, en mi barrio, la Plaza de Oriente. Me dijeron que Manuel le había enseñado a cantar la Internacional a San Pedro, “Arriba los pobres del mundo, en pie famélica legión, y que seguía poniendo cara de tonto cuando le preguntaban los ángeles por Kalimá y el Gulag. Yo estaba en la playa, en el Puerto de Santa María, el de Alberti, el otro comunista, el segundo, el primero siempre fue Manuel, el único comunista al que yo amé.

Alfredo Grimaldos, en "Un editor de inmenso talento nos deja huérfanos", en Cuarto Poder, el 23 de julio de 2013, escribió:Cada vez resulta más difícil y doloroso escribir sobre los amigos que se van. En este caso es un privilegio, por supuesto, hablar de alguien tan querido como Manuel Fernández Cuesta, pero su desaparición absolutamente inesperada nos ha dejado huérfanos a todos los que disfrutamos de su inmenso talento y su calidad humana.

El pasado día diez de julio falleció, en su propia casa, mientras dormía, de un infarto a los cincuenta años. La mañana anterior me había llamado por teléfono para decirme que había llegado a un acuerdo para dejar la dirección de la Editorial Península y de los sellos en castellano de Grupo 62, en buenas condiciones económicas, con varias ofertas de trabajo inmediatas y numerosos proyectos por delante. Me recalcó que iba a seguir contando con todos sus autores de siempre.

Conocí a Manuel cuando él era editor de Debate, a través de nuestro común amigo el psiquiatra Enrique González Duro. Con su proverbial instinto editorial, acababa de publicar el extraordinario trabajo de la investigadora británica Frances Stonor Saunders La CIA y la guerra fría cultural. En el libro no se hacían referencias a España y Manuel vio claramente el hueco. De ahí salió La CIA en España y se forjó nuestra amistad.

Después, cuando él dirigía Península, tocamos numerosos temas, siempre por iniciativa suya y con el certero enfoque que marca un editor de enorme intuición: desde la Transición o la Iglesia en España, hasta la Historia Social del Flamenco.

Una de las últimas veces que pudimos disfrutar juntos largo tiempo fue con motivo de la presentación del volumen de fotografías flamencas de Elke Stolzenberg y Pepe Lamarca, que también surgió por iniciativa de Manuel. La foto de Elke que se reproduce aquí nos muestra a él, a Willy Toledo –otro de sus autores– y a mí compadreando divertidos antes del acto.

Manuel Fernández Cuesta era un prodigio de inteligencia y sentido del humor. Atesoraba una enorme cultura literaria, cinematográfica y política, de la que queda constancia en su exquisita y extensa obra editorial, la herencia que nos deja, además de su recuerdo personal imborrable.

Su gran bagaje intelectual lo consolidó en prolongadas estancias en París y Milán. Estuvo estrechamente vinculado al periodismo comprometido como redactor jefe de Mundo Obrero, el órgano de expresión del Partido Comunista de España (PCE), del que era militante. Además, colaboró asiduamente con rebelión.org y, de forma más ocasional, en diarios como El País y El Mundo. Sus sesudos y agudísimos artículos en la “página del editor”, de Península, eran de una contundencia y solidez inusitadas en estos tiempos de pasteleo y pensamiento débil.

Además, tenía una alter ego periodístico, María Toledano, una supuesta abuela republicana que diseccionaba la realidad social a través de sus recuerdos y de las jóvenes experiencias políticas de su nieta.

Manuel estaba pendiente de todo, y muy especialmente de los suyos. Si te veía flojo, enseguida soltaba su frase: “¿Cómo estás, querido?”. Cuando se produce una pérdida como ésta, cuesta mucho digerir la sensación de irrealidad. Nos deja muy jodidos a los que seguimos por aquí. Yo le quiero recordar riéndose.

La bandera tricolor de la República y la roja con la hoz y el martillo del PCE cubrieron su féretro.

Pascual Serrano, en "Manuel Fernández-Cuesta, mi editor, mi camarada, mi amigo", en El Diario.es, el 11 de julio de 2013, escribió:No sé si fue hace quince o veinte años cuando conocí a Manuel Fernández-Cuesta. Vivía entonces en Milán y cada vez que llegaba a Madrid repasábamos la actualidad pública de la política y la privada, Manuel, Mariano Asenjo -por entonces redactor-jefe de Mundo Obrero– y yo. Los tres con la complicidad de quienes se sentían libres y a nadie nada debíamos. Luego Manuel dejó Italia y vino a Madrid y acabó sustituyendo a Mariano al frente de Mundo Obrero. De Milán a jefe de Mundo Obrero, y seguía sintiendo y diciendo lo mismo.

Pero a Manuel le fascinaba más la palabra lenta y saboreada que las prisas del periodismo y se fue como editor a Debate. Desde allí me mandaba sus libros, el creía que los estaba promocionando pero en realidad me estaba formando: Fouché de Stefan Zweig; De brazos cruzados. El fracaso de la ONU en los conflictos internacionales, de Linda Polman; El libro negro de las marcas, de Klaus Werner y Hans Weiss; Todos los hombres del sha, de Stephen Kinzer; Mentiras y mentirosos. Una visión justa y ecuánime de la derecha norteamericana, de Al Franken.

Después saltó a la editorial Península y me propuso escribir un libro que ya forma parte inseparable de mi vida. Siguieron más, no me dejaba descansar porque sabía que era mucho lo que, desde nuestro compromiso, teníamos pendiente decir.

A Manuel le gustaba la historia porque sabía que era la única forma de interpretar el presente. Por eso se fue a instalar en el pasado adoptando la identidad de María Toledano, una anciana comunista que compartía sus recuerdos a través de sus columnas en rebelion.org primero y también en Mundo Obrero después. La Tole, como le gustaba llamarla, nos recordaba nuestra historia trágica, nuestros sueños comunistas, nuestros caídos, nuestra dignidad. Así estábamos obligados a estar a la altura. En rebelion.org le guardábamos el secreto, pero todos los años, en la fiesta anual del PCE en Madrid, cuando me encontraba con él, siempre se acercaba alguien a felicitarle por las columnas de la Tole.

La Feria del Libro de La Habana era otra cita que ninguno perdonábamos. Nos fascinaba un encuentro con los libros en los que no se hablaba de ventas ni de dinero, sino de contenidos y personas. Solo podía ser en Cuba.

Recuerdo el día que le presenté a Javier Ortiz y comimos los tres juntos. Qué orgulloso me sentí de poder reunir dos personalidades con tanta lucidez e ironía. Seguro que Javier le ha estado guardando un lugar en Jamaica, bueno, dos plazas porque Manuel va con la Toledano.

En las presentaciones de mis libros siempre dejaba claro que solo podían existir si la gente los compraba y así se lo decía al público. En cambio, cuando escribía sus columnas citaba y citaba libros, pero nunca los de su editorial por prurito comercial. Hace pocos meses le echaba yo en cara que hablara en su columna de Rodolfo Walsh y no citara uno de mis libros donde analizaba a ese autor y que él mismo había editado. Pensaba que precisamente los libros que él editaba no debía citarlos en sus columnas.

Nunca lo vi triste por trágicas que fueran las perspectivas del proyecto político que compartíamos, nunca lo vi paralizado por las dificultades o los problemas imprevistos que nos pudieran surgir, nunca lo vi desbordado por muchos compromisos inminentes que debiéramos enfrentar.

Dicen que murió en su casa la noche del martes (uno necesita varios días para creerse la muerte de las personas queridas). Teníamos tantos proyectos pendientes, tantas charlas planeadas, tantas tramas por poner en práctica, tantas palabras -habladas y escritas- por compartir.

Me da un poco de prurito escribir sobre Manuel teniendo como tenía tantos amigos queridos con mejor pluma que la mía, pero a veces no podemos negarle al corazón que hable. Una vez más Manuel ha conseguido que escriba libre, pero preocupado por si estoy utilizando las palabras adecuadas. Lo que más miedo me da es que, a partir de ahora, me va a costar mucho saber de qué tengo que escribir y qué tengo que leer.


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