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HABERMAS, Jürgen

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HABERMAS, Jürgen

Nota Mié Nov 04, 2020 1:13 am
Jürgen Habermas

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción


En la editorial Trotta se escribió:Nacido en 1929, fue ayudante de Th. W. Adorno, de H.-G. Gadamer y de K. Löwith, y se habilitó como profesor universitario con W. Abendroth. Es considerado el representante más sobresaliente de la segunda generación de filósofos de la Escuela de Fráncfort y constituye un referente imprescindible para la filosofía y las ciencias sociales contemporáneas. Atento a las tradiciones del pensamiento social que parten del idea­lismo alemán, de K. Marx y de M. Weber, Habermas se dio a conocer internacionalmente con la publicación en 1968 de Conocimiento e interés, título al que seguiría en 1981 su fundamental obra Teoría de la acción comunicativa. Profesor en las Universidades de Fránc­fort, Princeton y Berkeley, fue director del Instituto Max Planck de Starnberg. Entre los galardones con los que ha sido distinguido figura el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. [...]

Jürgen Habermas, en "El 'maestro de la comunicación', cumple 90 años", en DW, el 17 de junio de 2019, escribió:Jürgen Habermas es uno de los filósofos vivos más importantes de Alemania. Llamado el “defensor de la modernidad” y el “maestro de la comunicación”, a sus 90 años, este pensador todavía tiene mucho que decir.

El filósofo y sociólogo Jürgen Habermas es uno de los pensadores más influyentes de Alemania y de Europa. Este 18 de junio cumple 90 años, y todavía sigue siendo aquel "buscapleitos de la Escuela de Frankfurt”, como lo llamaron alguna vez los medios. En septiembre de este año se publica su nuevo libro, Auch eine Geschichte der Philosophie (Otra historia de la filosofía: trad. de la Red.), en dos tomos y de 1.700 páginas en total que, según la editorial Suhrkamp, cuenta cómo se desarrolló el pensamiento humano desde la antigüedad.


"Historia y crítica de la opinión pública”

En toda su obra, Habermas siempre ha tratado los temas desde la perspectiva de la totalidad, y siempre está dispuesto a discutir y a tomar posición acerca de esa perspectiva. Lo que lo mueve es la pasión por mostrar la interacción entre la reflexión filosófica y la intervención intelectual. Es uno de los pocos intelectuales alemanes que expresan su opinión acerca del desarrollo político. Ya su tesis de habilitación, Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública (1961, Marburg) es considerada un hito hasta hoy. Según Habermas, la "esfera pública” es una "categoría histórica”, y señala que no se habla de "opinión pública” sino hasta comienzos del siglo XVII en Inglaterra, y a inicios del siglo XVIII en Francia.


Un impulsor de la generación del 68

Jürgen Habermas nació el 18 de junio de 1929 en Düsseldorf, y vive actualmente en Starnberg, Baviera. Este pensador es considerado el continuador de la Escuela de Frankfurt, con filósofos como Theodor Adorno y Herbert Marcuse, y de su Teoría Crítica. Sus intereses abarcan el análisis de la racionalidad, del sujeto, los regímenes políticos, la democracia, la modernidad y la dialéctica, entre otros. El trabajo de Habermas ha estado dirigido a explicar y a superar las contradicciones entre los métodos materialistas y trascendentales, enfocándose en una nueva teoría crítica de la sociedad. También a retomar la teoría social marxista teniendo en cuenta las posturas individualistas, centradas en torno al análisis de las relaciones entre los fenómenos socioculturales, psicológicos, y la estructura económica de la sociedad moderna.

Se doctoró en la ciudad de Bonn con una tesis sobre el filósofo Friedrich Schelling (1775-1854). En 1964 asumió la cátedra de Filosofía y Sociología en la Universidad de Frankfurt, en la cual ejerció la docencia hasta 1971, y fue inspiración de muchos de los protagonistas de las protestas del 68. Sin embargo, Habermas criticó abiertamente la radicalización de ese movimiento. En su obra fundamental, Teoría de la acción comunicativa” (1981) el filósofo sentó las bases de una guía práctica para la sociedad moderna. Según su teoría, las bases de las normas que hacen a una sociedad están en el lenguaje, que es un medio de entendimiento que posibilita actuar en la sociedad.

Habermas cree en el poder de la comunicación y de su importancia para una vida en democracia. Su estilo elegante y su compromiso con su tiempo lo convirtieron en un pensador sin el cual Alemania no sería lo que es. Es un filósofo político por excelencia. Creció bajo la sombra del nazismo, y esa experiencia lo marcó de por vida, y selló su obra por siempre. ¿Cómo pudieron suceder los crímenes nazis? ¿Cómo se pudo llegar tan lejos? ¿Qué les pasó a los alemanes en 1933, que votaron por un furioso y vulgar antisemita como Hitler? Y sobre todo: ¿cómo se puede evitar que vuelva a suceder algo así?

Esas cuestiones son el punto de partida de la filosofía de Jürgen Habermas, las que lo inspiran a crear modelos complejos de comunicación, a esbozar sistemas públicos y mecanismos con los que los miembros de una sociedad pueden ponerse de acuerdo en cuanto a sus diferentes intereses y consensuar una forma de vida en sociedad. Ese concepto de "consensualización” era desconocido en la Alemania de posguerra. Habermas se ocupó de dejar en claro que los alemanes no debían recibir órdenes, sino actuar e intervenir en la vida pública, formular sus puntos de vista y abrir debates sobre los temas que les preocupaban, con el objetivo de hallar, al final del camino, un acuerdo para vivir en una sociedad abierta y democrática.





Bibliografía compilada





Ensayo





Artículos





:str: Vídeos

    - Enrique P. Mesa García: "Habermas", en su canal de youtube, 6 de mayo de 2020.




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Re: HABERMAS, Jürgen

Nota Mié Nov 04, 2020 1:17 am
Francisco Serra, en "La vuelta al mundo en un sofá (cómo leer a Habermas)", en Cuarto Poder, el 31 de agosto de 2011, escribió:Un profesor de Derecho Constitucional, aprovechando el relajo veraniego, se internó en Facebook y vio cómo aparecían ante él fotos e incluso un muy completo perfil de Habermas, no el afamado filósofo, sino un historiador autodidacta, que había recalado en el barrio de Prosperidad a finales de los años noventa del pasado siglo. Fernando Habermas, como llegaron a llamarlo, había estudiado Historia en la Universidad Complutense y, como la mayoría de los licenciados en esa especialidad, había tenido que buscar otra forma de ganarse la vida. Nunca había llegado a presentar la tesis, pero se había matriculado en los cursos de doctorado de la UNED para tener acceso libre a los numerosos tratados de historia militar que, sorprendentemente, la biblioteca de esa Universidad almacenaba.

Había montado con un amigo una empresa dedicada a realizar traducciones y el escaso beneficio que obtenía lo empleaba en emprender viajes a través de las capitales de toda Europa y en los que rendía obligada visita a los Museos militares, a los que consagraba siempre varios días. Esa afición al arte maquiavélico no estaba reñida con una extraña pasión por la obra de Habermas, que había leído con detenimiento y sobre la que impartió durante varios años un seminario en el sótano de la emblemática librería del barrio. Fue tal su asimilación de las ideas del filósofo alemán que llegó a intentar utilizar las reglas que aquel había formulado para la existencia de una comunidad ideal de comunicación en sus relaciones personales, incluso para ligar.

Para Habermas en el mundo actual nos movemos guiados por una “racionalidad estratégica”, que debiera ser eliminada si queremos construir una sociedad en la que las decisiones se tomen a partir de un verdadero diálogo entre los participantes. Las referencias a una “democracia deliberativa”, que han sido tan frecuentes a partir del 15-M, tienen en este filósofo alemán a uno de sus principales defensores. Por desgracia, la pretensión de Fernando de alejar cualquier muestra de egoísmo y entablar “conversaciones” amorosas siguiendo las ideas de Habermas no tuvo éxito y sobrellevaba su soledad participando en juegos de rol, nada violentos en su caso, de los que era fanático.

Por medio de una red social entró en contacto con una organización a través de la cual se ofrecía la posibilidad de visitar los lugares más remotos, ya que sus miembros se comprometían a ceder un sofá en su casa, en régimen de reciprocidad, para que los viajeros pudieran dormir durante su estancia en la ciudad. Animado por esa posibilidad, emprendió una vuelta al mundo de sofá en sofá, atravesando toda Europa hasta llegar a las más lejanas repúblicas exsoviéticas. Sin duda, su familiaridad con la filosofía de Habermas le sirvió para confiar en las personas con las que trataba y, sin pensar en la precaria situación en la que se encuentran muchos de esos territorios, asomarse a poblaciones en las que tal vez nunca habían visto a ningún español. A pesar de su rudimentario inglés no había tenido mayores problemas en hacerse entender y su arriesgado recorrido parece una buena muestra de que para entablar un “diálogo” eficaz no es preciso ni un conocimiento profundo de la lengua ni unas condiciones favorables sino, por encima de todo, la voluntad de comunicarse.

Con todo, en algún lugar de Asia Central, había descendido de un autobús y, al preguntar una dirección a una pareja que en apariencia paseaba tranquila, tuvo la sensación de que había cometido un error. Bastante tiempo después despertaría en una cuneta, con las gafas rotas y sangrando, sin documentación y sin dinero. Por fortuna, no le habían quitado la agenda y así pudo ponerse en contacto con el dueño del sofá en que esa noche pensaba descansar y que le fue a buscar y lo auxilió en los inevitables trámites para hacerse con los papeles y el efectivo necesario para proseguir su viaje.

Cuando su amigo Ismael Melville le contó esta historia, el profesor pensó que un digno final hubiera sido que Fernando Habermas hubiera abjurado de las propuestas del filósofo y se hubiera convertido en un seguidor, ahora sí, de siniestros juegos de rol, pero la verdad es que hacía pocos meses que había dado una conferencia en la librería sobre sus andanzas por la antigua Unión Soviética, lo habían nombrado Presidente de la Asociación de Amistad entre España y una de esas lejanas repúblicas e incluso, le confesó a Ismael, trémulo, se había enamorado.

El profesor, contemplando una vez más las fotografías en las que Fernando aparecía exultante, pensó que, incluso aunque la mayoría de las veces las personas y las instituciones nos decepcionen, siempre tenemos que estar en camino hacia lo mejor, hacia lo que Ernst Bloch llamaba “el mundo verdadero” y ante él se abrió todo un horizonte de sofás en los que algún día quizás dormiría hasta llegar al final de la tierra, al finis terrae.

Re: HABERMAS, Jürgen

Nota Mié Nov 04, 2020 1:17 am
Blanca Muñoz, en "La segunda generación de la Escuela de Frankfurt", en Román Reyes (Dir): Diccionario crítico de ciencias sociales. Terminología científico-social, ed. Plaza y Valdés, Madrid-México, 2009, escribió:Jürgen Habermas (1929) resulta ser el miembro que mayor y amplia difusión tiene en la actualidad. Sin embargo, la propia dificultad de su obra obliga a realizar una clasificación provisional de ésta por etapas e intereses temáticos concretos. Esta posible clasificación podría establecerse de la manera siguiente:

    a) Las obras dedicadas a la fundamentación epistemológica y gnoseológica y en las que se trata de desarrollar una teoría del conocimiento como teoría social. Entre los libros básicos de esta posición estarían: Teoría y praxis. Estudios sociofilosóficos (1963), Teoría analítica de la ciencia y dialéctica (1963), Lógica de las ciencias sociales (1967) y, significativamente, la participación del "joven Habermas" en: La disputa del positivismo en la sociología alemana (1969) defendiendo la posición crítica con Adorno frente a Karl Popper y discípulos de la envergadura de Hans Albert. El puente entre esta etapa de fundamentación epistemológica y su paso hacia una reflexión sobre la evolución y transformación de la sociedad neocapitalista se encuentra en: Conocimiento e interés (1968).

    b) Toda clasificación conlleva unos matices convencionales, no obstante, hay que estimar que el interés de Habermas hacia el análisis de las estructuras de la acción pública tienen su inicio en dos de sus primeras creaciones: El estudiante y la política (1961) y en Historia y crítica de la opinión pública (1962). Sin embargo, con Técnica y ciencia como 'ideología' (1968), Teoría de la sociedad o tecnología social: ¿A qué conduce la investigación de sistemas?, del año 1970 y en colaboración con Niklas Luhmann, y, sobre todo, su libro fundamental: Problemas de legitimación en el capitalismo tardío (1973), se pueden considerar como el momento en el que se entra en un replanteamiento de las transformaciones de la sociedad post-industrial. Para Habermas, el neocapitalismo o capitalismo tardío ha ampliado sus esferas de acción, introduciendo al Estado como un mecanismo más de regulación económico-política del mercado. Así, se extiende el estudio frankfurtiano no sólo a los aspectos sociales, psicológicos y culturales de la "primera generación", sino que esencialmente se valoran los nuevos procesos en los que la lógica del sistema capitalista se asienta y edifica. Y para ello, Habermas acudirá cada vez en mayor medida a paradigmas teóricos multidisciplinares, siendo la teoría de sistemas la más característica de esta mutación de la teoría crítica. Esta etapa de estudio histórico-evolutivo sobre el capitalismo tardío culmina con El origen de las sociedades de clase pre-capitalistas: Contribución a la construcción de una teoría de la evolución sociocultural, investigación que incorpora ya elementos de lo que será su etapa reconstructiva.

    c) Si en un primer momento Habermas se interroga sobre la lógica de la ciencia social y de aquí pasa a la lógica de la sociedad de capitalismo tardío, en este tercer período de su creación intelectual se tratará de recomponer y rehacer la gran herencia teórica de la jilosofía y la sociología a partir de una reconstrucción de los elementos vivos de tales tradiciones. Con la Reconstrucción del materialismo histórico, precisamente, se entra en la fase en la que Habermas imprime el tránsito de la Teoría de la Acción Social a la teoría de la acción comunicativa. Pero, entendiendo a la vez la teoría de la acción comunicativa como epistemología reconstructiva y reconstruida cuyo objetivo último será el concepto de racionalidad. De este modo, hay que situar libros tan determinantes como la propia Teoría de la acción comunicativa (1981) (con sus dos extensos volúmenes), Conciencia moral y acción comunicativa (1983), Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos (1984). Y, por último, sus revisiones de autores y líneas de análisis sociofilosóficas tendrían en El discurso filosófico de la modernidad y en Pensamiento post-metafísico sus dos contribuciones más importantes, subrayándose que tales revisiones no pueden desvincularse del proyecto habermasiano de vuelta a la Razón ilustrada y, desde luego, a su reconstrucción contemporánea.

    d) La vitalidad creativa del autor neofrankfurtiano obliga a introducir una cuarta etapa "provisional"; es decir, los intereses investigadores de Habermas son de tal amplitud que es poco menos que casi imposible cerrar el círculo de sus aportaciones a la Teoría de nuestro tiempo. Así, es necesario referirse a sus escritos actuales sobre Derecho, moralidad y eticidad, el tema de las identidades nacionales y post-nacionales, la importancia de la izquierda y su "reconstrucción", etc. Estamos, pues, ante un pensador cuya talla intelectual no hace sino ampliar y renovar los límites y las áreas no sólo de la filosofía y la ciencia social sino, también, de sus métodos y tradiciones.

Pues bien, a la vista del intento de clasificación (y de sus dificultades) de las etapas de la obra del teórico de Frankfurt, también se hace ardua la tarea de resumir sus temáticas y aportaciones. En este sentido, de nuevo, una taxonomía posible podría resumirse en la siguiente:

- En principio, Habermas representa la renovación temática y epistemológica de la Escuela al encauzar hacia nuevas perspectivas la posición histórico-dialéctica. Esto se percibe ya desde sus primeras obras, ya citadas, y en la participación temprana con Adorno en la polémica que vuelve a situar el debate sobre el método de la ciencia social. Esta preocupación, en consecuencia, pasa a ser el núcleo de su búsqueda de armonización entre teorías diversas y cuya finalidad no será sino ese afán reconstructivo con el que el materialismo histórico tiene que enfrentarse en el continuum, tan hegeliano, entre Historia y racionalidad. De ahí que lo que Habermas desarrolla como "ciencia reconstructiva" no deja de ser una orientación hacia la problemática del "nuevo asalto a la Razón" de una ciencia dirigida por intereses instrumentales, definidos estos a partir del concepto de Horkheimer y Adorno en su denuncia de una racionalidad instrumental que altera medios y fines en aras de acciones cuyo objetivo último es la irracionalidad y la irracionalización social y colectiva. Por consiguiente, la distinción habermasiana entre ciencias empírico-analíticas cuyos intereses son de carácter técnico, ciencias histórico-hermeneúticas con intereses prácticos y contenidos cientifistas, y ciencias sociales críticamente orientadas y que presentan un interés emancipatorio, sitúan a la Razón crítico-dialéctica en el camino de un acercamiento a la realidad práctica concreta. Y esa realidad práctica concreta no deja de ser sino el neocapitalismo corporativo. De esta forma, Habermas baja del "reino" de la epistemología y de la gnoseología al "mundo" de la sociología y de la política. La síntesis filosociológica del autor crítico recuerda el perenne y continuo trabajo con las obligaciones y responsabilidades de la teoría hacia los habitantes de la "caverna".

- Sólo desde ese entendimiento de una búsqueda por ampliar los límites de la teoría crítica se entienden sus investigaciones sobre el capitalismo tardío. Sin embargo, el hilo conductor entre unos escritos y otros se resume en una preocupación por descubrir las tendencias, tanto metodológicas como sociales y políticas, que conducen a una quiebra y crisis de la racionalidad, definiendo bajo el concepto de racionalidad la constituida por la Ilustración y reformulada por el pensamiento histórico-dialéctico. Por consiguiente, el eje que va desde Historia y crítica de la opinión pública hasta Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, tiene que plantearse como una teoría de la crisis (v.). Pero de la crisis y desestabilización de un modelo histórico de progreso social y humano propugnado por el pensamiento clásico-ilustrado.

En consecuencia, los estudios sociopolíticos de Habermas se centran en los problemas que el paso del capitalismo liberal a capitalismo planificado origina, y, especialmente, desde el punto de vista de las relaciones entre racionalidad-irracionalidad, legitimidad-deslegitimación y autonomía personal o "colonización-del-mundo-de-la-vida".

Siguiendo el modelo de subsistemas sociales (tomado por Claus Offe de la teoría sistémica) Habermas expone los cambios del capitalismo, en su fase de "post-industrialismo tardío", a partir de los problemas que surgen cuando el sistema asume la planificación político-administrativa no sólo de la economía de beneficio privado, sino esencialmente de carácter cultural-ideológica. Es en este punto en donde se radicalizarán los problemas de legitimación del capitalismo tardío, ya que se tendrán que compensar los déficit de legitimación económica, social y política del sistema mediante una acción, cada vez más profunda y soterrada, de planificación administrativa y persuasiva de lealtad de las masas. Como ya se analizó en la teoría de la crisis (v.), el neocapitalismo que utiliza al Estado y sus subsistemas político-administrativos para gestionar los fenómenos de una crisis desplazada desde las instancias económicas hacia las políticas y culturales, precisa reconducir a la fuerza sus sistemas de valores y, en concreto, el sentido de universalidad propio del Estado de Derecho y de Bienestar. De esta forma, se tendrán que reajustar las expectativas y motivaciones colectivas mediante un debilitamiento de tradiciones culturales e intelectuales y de modos de vida en los que la autonomía física y psíquica se planteaba como objetivo básico. A ese debilitamiento de la concepción ilustrada lo denominará Habermas como colonización-del-mundo-de-la vida; es decir, se subjetiviza al sujeto y a la colectividad en un estrecho ámbito que, sin embargo, es encauzado por los medios de comunicación de masas y sus modelos y esquemas de creación de opinión púbica, así como por el consumo serializado de objetos que como afirmarán los analistas de la cultura de masas (v.) asignan un falso status de movilidad colectiva.

Ahora bien, la "unidad" del sistema neocapitalista tendrá que conllevar unas contradicciones en las que el término weberiano de "jaula de hierro" se consolida, y ello debido a que cada vez se requerirán más estrategias administrativas y políticas para integrar los conflictos y antagonismos propios de esa "unidad" que el sistema establece. En suma, la dinámica de la lógica del capitalismo tardío tendrá que cerrar y reprimir esferas y ámbitos de la vida de la colectividad. La cultura y la educación, y, en general, los procesos de socialización se irán alterando hasta llegar, si no se remedia, a lo que Habermas describe como el fin del individuo. Y, sobre todo, en ese desequilibrio entre relaciones de intercambio económico privado (pero mundializado) y "mundo-de-la-vida", la racionalidad en cuanto proceso de comprensión causal de la Historia y de la sociedad sufrirá una mutación cada vez más evidente. La razón instrumental, aportación conceptual determinante de la "primera generación" de la Escuela, significará el triunfo, al mismo tiempo, de una burocratización de la realidad bajo los principios de la eficacia y la eficiencia, y sin ningún resquicio para una racionalidad no menoscabada por los intereses del sistema. Para Habermas, en definitiva, sólo un planteamiento teórico crítico-emancipatorio puede hacer frente a esa subordinación de la vida del sujeto y de la colectividad a las esferas de la organización del mercado y de la acumulación de las grandes comporaciones empresariales.

- El paso de la teoría de la sociedad a la teoría de la comunicación y de los actos comunicativos se inicia como lógica continuación del concepto de universalidad de la razón. Kant fundamentó el sentido moderno de la racionalidad establecida como autonomía y mayoría de edad intelectual. Desde esta perspectiva, la teoría de la acción comunicativa trata de enlazar con una revisión de las estructuras y reglas universales que posibilitan un nuevo reconocimiento intersubjetivo sobre el que desarrollar el consenso social sin deformaciones o alienaciones.

Como se observa se trata de un proyecto monumental en el que se busca una reconstrucción de la racionalidad que sea el fundamento de un neoconsensualismo colectivo. Este empeño, sin embargo, está plagado de problemas y dificultades porque no sólo se trata de salir de una racionalidad alienada sino, al mismo tiempo, de aclarar una teoría de la modernidad que devuelva los grandes ejes ilustrados y suprima sus patologías ya subrayadas por Adorno y Horkheimer en su Dialéctica del Iluminismo.

Para Habermas, entonces, es imprescindible un debate teórico con las grandes tradiciones que, hasta el presente, han estado distanciadas entre sí. Este debate debe retornar a los paradigmas centrales de la tradición sociofilosófica y, en concreto, hay un regreso al concepto de acción desde la perspectiva de llegar a una reconstrucción de los presupuestos universales de la razón, pero de la razón comunicativa. Esto es: de la razón que comunica y, como tal, se hace intersubjetiva. Así, la teoría de la acción comunicativa se estructura como un debate permanente con la filosofía (Popper, Austin, Lukács, Searle...), con la sociología (Durkheim, Weber, Parsons...) y, lógicamente, con Marx, Freud y la Escuela (Horkheimer-Adorno). Toda esta controversia, no obstante, conduce a un objetivo final: la aclaración de la posibilidad de un nuevo significado de razón que restituya su significado ilustrado y muestre los extravíos de un modelo de racionalidad que partiendo del paradigma cartesiano ha concluido en una razón instrumental y sus patologías sociales. De este modo, Habermas salta del paradigma de la conciencia subjetiva al paradigma del lenguaje y de éste al de la comunicación, pero con una intención evidente: rehacer y recuperar las dimensiones creativas y emancipatorias de un "mundo-de-vida" fundado sobre un consenso de ética universal. De aquí, el interés de las últimas obras del autor de Frankfurt por indagar sobre conceptos como los de autodeterminación, desarrollo ético, interrelación entre Estado y Derecho y, desde luego, el análisis de los presupuestos de universalidad de la racionalidad comunicativa. En suma, la magnitud e importancia de la teoría sociofilosófica habermasiana proviene de esa recuperación de tradiciones sintetizadas y armonizadas que, aparentemente, parecían irreconciliables entre sí. Mas dicha armonización no resulta un mero ejercicio académico. Al contrario, del mismo modo que en la "primera generación" de Frankfurt se encuentra un hilo conductor entre sus autores y temáticas. En la obra de Habermas se manifiesta el mismo eje que mueve sus intereses e investigaciones. Y ese núcleo, tanto en la reflexión de Adorno y Horkheimer como en la de Habermas no deja de ser sino la misma búsqueda de un nuevo proyecto de modernidad fundado sobre unas esferas no alienadas y ampliadas de racionalidad y de existencia colectiva. En último término, es un replanteamiento del concepto de razón como el único camino en la defensa de intereses generalizables con sentido de universalidad y cuya consecuencia histórica deberá de ser un "mundo-de-vida" emancipado de las imposiciones de la dominación y de la explotación.

Re: HABERMAS, Jürgen

Nota Mié Nov 04, 2020 1:18 am
Blanca Muñoz, en "Crisis (Teoría de la): Habermas / Offe", en Román Reyes (Dir): Diccionario crítico de ciencias sociales. Terminología científico-social, ed. Plaza y Valdés, Madrid-México, 2009, escribió:La "segunda generación" de la Escuela de Frankfurt plantea sobre el concepto de crisis el análisis del capitalismo post-industrial o neocapitalismo. Frente a la visión optimista neoliberal de la existencia de un mercado autónomo, los frankfurtianos consideran que en su fase actual el capitalismo ha necesitado introducir la regulación estatal para continuar su pervivencia. El capitalismo tardío, entonces, es el que organiza el mercado utilizando al Estado como un mecanismo más. De manera que, según esto, los beneficios son adjudicados al mercado y las pérdidas son asumidas por el Estado. Por tanto, el Estado deviene en un mecanismo de equilibrio económico y social. Pero, las fluctuaciones y oscilaciones de la economía especulativa supondrá la existencia de una permanente y continua crisis. Crisis que es estudiada pormenorizadamente por Jürgen Habermas en su obra Problemas de legitimación en el capitalismo tardío y por Claus Offe en Contradicciones en el Estado del Bienestar.

Para explicar adecuadamente el concepto de crisis neofrankfurtiano hay que referirse al examen que Marx hizo del desarrollo histórico capitalista. Para Marx, este desarrollo es inseparable del proceso de explotación. La dialéctica entre beneficio y explotación determina asimismo una dialéctica de conflictos y contradicciones no sólo económicos sino especialmente políticos, sociales y culturales. Y, aunque la infraestructura económica fue privilegiada por Marx en cuanto núcleo condicionante del resto de estructuras, lo cierto es que ya en el análisis marxiano se avanza una primera teoría de las crisis económicas del capitalismo. Y es aquí en donde en enlaza la "segunda generación" con la herencia teórica de Marx.

Ahora bien, si algo caracteriza a los neofrankfurtianos es su posición de síntesis entre diferentes tradiciones intelectuales. Habermas, en este sentido, es el mejor ejemplo de la búsqueda de una armonización entre el paradigma dialéctico y el paradigma analítico-funcional parsoniano. Su teoría de la acción comunicativa sólo puede entenderse globalmente desde ese interés por ensamblar conceptos provinientes de teorías sociales y políticas que parecían inconciliables entre sí. Marxismo y parsonianismo estarían en esta situación.

Habermas, por tanto, recoge el significado de crisis del modelo marxiano que lo explica y entiende como crisis de integración social y, a la par, lo enlaza con el elaborado por Parsons y el neofuncionalismo de Niklas Lühmann que describe los conflictos como procesos de crisis sistémicas. La conciliación entre integración social e integración sistémica que hace Habermas se referirá a la comprensión del concepto de crisis y desajuste en la sociedad de capitalismo tardío como consecuencia de la imposibilidad de asumir por y en las instancias institucionales y organizativas las demandas sociales y, al mismo tiempo, esa imposibilidad organizativa-institucional actuará de manera determinante sobre "el-mundo-de-la-vida"; es decir, se está ante una doble contradicción: la incapacidad del neocapitalismo para adaptarse a las necesidades de su población y, asimismo, la incapacidad de la población para poder adaptarse a los objetivos de una economía mundializada y cuyo funcionamiento se articula en la búsqueda especulativa de ganancias por parte de la transnalización de las empresas corporativas.

La dialéctica entre intersubjetividad y objetividad institucional es el hilo conductor de la perspectiva teórica de la "segunda generación". Sin establecer esta dialéctica entre lo psicológico y lo sociológico, el estudio de la sociedad de capitalismo tardío apenas supondría un paso adelante en relación a Marx. Mas el capitalismo tecnológico se ha complejizado de manera que alcanza a todos los sectores de la existencia humana. Lo microsociológico referido al mundo subjetivo del sujeto ("el-mundo-de-la-vida") y a la cotidianidad se tienen que encuadrar en la dinámica de las grandes estructuras sociopolíticas. Habermas, pues, al diferenciar entre integración social aludirá a los procesos de socialización, mientras que por integración sistémica entenderá los rendimientos colectivos de autogobierno regulado; esto es, la articulación de las estrategias sociopolíticas que mantienen el sistema de intercambiosm económicos hegemónicos.

Tanto para Habermas como para Offe, las contradicciones entre integración social e integración sistémica son expresiones de la imposibilidad de autogobierno y resolución de problemas que tiene el capitalismo tardío y el Estado del Bienestar surgido de la economía keynesiana, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, y cuyo objetivo estaba en la evitación de conflictos sociales. Si el sistema quiere seguir conservando sus límites, pese a la mayor complejidad, todo el sistema se hace inestable. Y es en este punto en donde Habermas y Offe sitúan su concepto de crisis: en la inestabilidad e ineficacia de este modo económico para asumir y aceptar sus contradicciones. A continuación se expondrán las dos posiciones (la de Habermas y Offe) y, pese a sus diferencias, se verá que no sólo son complementarias sino también coincidentes.


Crisis y capitalismo tardío: El análisis de Jürgen Habermas

La teoría de la crisis de Habermas nace de la aproximación del autor alemán a las teorías marxianas sobre la crisis del capitalismo industrial. El concepto de "crisis", no obstante, se remonta a la Estética clásica y, desde Aristóteles hasta Hegel, se entiende como el punto de inflexión de un proceso fatal en el que sucumben los personajes incapaces de hacer frente al poder del destino. La Filosofía de la Historia ilustrada, ya en pleno siglo XVIII, introduce este concepto en su significado de cambio de los ciclos históricos. con la Ciencia nueva de Vico se consolida su sentido moderno. Pero serán las teorías evolucionistas de la sociedad las que biologizan las transformaciones experimentadas por una determinada formación social. Frente a este modelo de crisis basado en la Naturaleza, Habermas vuelve al concepto de crisis enunciado por Marx que lo refiere como un elemento estructural de la sociedad de capitalismo. Desde este horizonte conceptual, el neofrankfurtiano enfocará las crisis económicas, políticas y culturales de la sociedad post-industrial actual.

La novedad de la teoría de la crisis habermasiana proviene de que la vincula con la teoría de sistemas. En este planteamiento, el sistema de sociedad puede entenderse como un sistema de sistemas sociales. Esa conexión establece un doble concepto de integración. Precisamente en esa dualidad es en donde Habermas situará su interpretación de las dificultades del capitalismo en la adaptación del individuo no sólo en su integración social, sino especialmente en su integración sistémica.

Así pues, de integración social hablamos respecto de sistemas de instituciones en las que se socializan sujetos hablantes y actuantes; los sistemas de sociedad aparecen con el aspecto de un mundo-de-vida (término acuñado por Alfred Schutz) estructurado por medio de símbolos de comunicación e interrelación.

La integración sistémica, a su vez, se relaciona con la teoría de sistemas en cuanto que el sistema intenta reducir la complejidad del ambiente de autogobierno específico de un sistema autorregulado. Los sistemas de sociedad aparecen aquí con el aspecto de la capacidad para conservar sus límites y su patrimonio dominando la complejidad de los fenómenos inestables.

Bajo el aspecto de mundo-de-vida, acaparamos el campo de las estructuras normativas (valores e instituciones) y con ello se analizan acontecimientos y estados en su dependencia respecto de las funciones de integración social, mientras que los componentes no normativos del sistema se consideran condiciones limitantes. En el aspecto sistémico se tematizan los mecanismos de autogobierno de una sociedad determinada y la aplicación del campo de contingencia, los acontecimientos y estados se analizan en su mutua dependencia respecto a funciones de integración sistemática, considerándose dados los valores normativos.

Desde esta doble integración es desde donde hay que entender en profundidad la gravedad del concepto de crisis expuesto por Habermas porque no se tratará sólo de una crisis de estructuras "exteriores" al sujeto, sino especialmente de una crisis que afecta a todas las esferas de la existencia.

Habermas estima que los sistemas sociales cumplen tres condiciones, resumidamente expuestas se pueden definir como procesos universales de toda sociedad y serían:

    1º) El intercambio de los sistemas de sociedad con su ambiente se basan en la producción (apropiación de la naturaleza externa) y la socialización (apropiación de la naturaleza interior), lo cual implica un nivel de existencia sociocultural.

    2º) Los sistemas de sociedad alteran sus patrones de normalidad de acuerdo con el estado de las fuerzas productivas y el grado de autonomía sistémica. Pero la variación de los patrones de normalidad está restringida por una lógica del desarrollo de imágenes del mundo sobre la cual carecen de influencia los imperativos de integración sistémica. Desde este punto de vista, los individuos socializados configuran un "ambiente interior" que resulta paradójico desde la perspectiva del "Autogobierno", esto es debido a las imprecisiones generadas por una extensión indebida de la teoría de sistemas. Desapareciendo tan pronto como se escoge entre sistema y autogobierno o mundo-de-vida e intersubjetividad producida lingüísticamente y se fundamentan en pretensiones de validez susceptibles de crítica.

    3º) El principio de organización, entonces, vendrá dado por el nivel de desarrollo de una sociedad, el cual se determina por la capacidad de aprendizaje institucionalmente admitida y, en particular, según se diferencien las cuestiones teóricas-técnicas de las prácticas y se produzcan procesos de aprendizaje discursivo.

Habermas sitúa en los principios de organización de las sociedades su teoría de la crisis. En este punto, repasa las formaciones sociales tradicionales hasta llegar a la aparición del capitalismo liberal y sus crisis sistémicas. Pero son las tendencias a la crisis en el capitalismo tardío las que centran el análisis del teórico de la "segunda generación" de Frankfurt. Para el autor de Teoría y praxis, el paso del capitalismo liberal al capitalismo de organización ha supuesto una transición muy compleja y muestra interesantes variaciones nacionales. Mas interesa especialmente articular un modelo de capitalismo de organización a través del que poder describir y explicar esas tendencias a la crisis. Por consiguiente, una de las principales aportaciones de Habermas será la elaboración de un modelo descriptivo del capitalismo tardío.

Las denominaciones de capitalismo de organización, capitalismo regulado por el Estado o capitalismo tardío hacen referencia a dos clases de fenómenos, aunque todas remiten al estadio avanzado del proceso de acumulación. Por una lado, aparece el proceso de concentración de empresas (nacimiento de las corporaciones nacionales y multinacionales) y la organización de los mercados de bienes, de capitales y de métodos de trabajo; asimismo, por otro lado, el Estado pasa a ser un mecanismo regulador del mercado e interviene en los crecientes desequilibrios del funcionamiento de éste. El capitalismo tardío, pues, es el que necesita del estado para organizar los desajustes creados por la lógica del beneficio de las enormes corporaciones industriales y financieras. Para Habermas, la difusión de estructuras oligopólicas de mercado significa, sin duda, el fin del capitalismo de competencia. Ese fin del capitalismo liberal está en la génesis de un conjunto de problemas derivados del crecimiento de ese reajuste y nueva fase del sistema. Un teoría del capitalismo tardío, en consecuencia, debe buscar resolver una serie de cuestiones como son:

    - ¿Admiten las estructuras del capitalismo tardío una superación, por vía evolutiva, cuando la contradicción dominante resulta ser una producción con fines no generalizables para toda la población ya que se basa en la apropiación privada?

    - ¿En el caso de una vía autosuperadora, cuál sería la dinámica de desarrollo que llevaría a dicha dirección?

    - ¿En caso negativo, cuáles son las tendencias a la crisis en las que se exterioriza el antagonismo de clases provisionalmente reprimido pero no resuelto?

En último término, la pregunta fundamental desde la que Habermas construye su análisis será: ¿las estructuras del capitalismo tardío parecen contener una crisis económica de largo plazo, luego es ésta una crisis económica o es una crisis desplazada dirgida hacia una crisis sistémica a partir de la que habrá que considerar diversas tendencias a la crisis dentro de los subsistemas de esta sociedad?

La pregunta anterior puede clasificar las tendencias a la crisis que Habermas realiza de los sistemas o subsistemas que conforman la sociedad de capitalismo tardío. Se van a definir, pues, los procesos que determinan la existencia de una crisis global que se desplaza desde lo económico hasta los niveles de la subjetividad ("mundo-de-la-vida") y que está en el origen de los continuos procesos de reajuste del sistema en su conjunto. Tales tendencias, por tanto, se sintetizan en las siguientes:

    A) Tendencias a la crisis económica:

    En el capitalismo liberal el mercado no cumplió por sí solo las funciones de la socialización en el sentido de la integración social; la relación de clases pudo adoptar la forma no-política de la relación entre trabajo asalariado y capital, pero sólo bajo esta condición: que el Estado asegurase las premisas generales de la producción. Ahora bien, la crisis económica surge cuando la cuota de ganancia y la valorización del capital decrecen. El sistema económico requiere input en trabajo y capital transformados en valores consumibles. Para el modo de producción capitalista es atípica una crisis atribuida a insuficiencias de input. Las perturbaciones del capitalismo liberal fueron crisis de output que trastornaron la distribución de valores canalizada en conformidad con el sistema por la vía del ciclo. Mas, si en el capitalismo avanzado persisten las tendencias a la crisis económica, ello significa que la intervención del Estado en el proceso de valorización obedece a los mecanismos de mercado, a las leyes económicas que operan espontáneamente y están sometidas a la lógica de la crisis económica, como en etapas históricas anteriores. El Estado pasará a ser un mecanismo autorregulador en el proceso de valorización del beneficio. Sin embargo, precisará Habermas, la tendencia a la crisis está determinada por la ley del valor y la actividad del Estado no puede contrarrestar la tendencia a la cuota de ganancia con lo que la crisis económica se impone a través de la crisis social y hace renacer las luchas políticas y la oposición entre las diferentes clases sociales.

    B) Tendencias a la crisis política:
    Como ya es sabido, Habermas utiliza el concepto de desplazamiento para articular su teoría de la crisis. A partir del desplazamiento de la crisis económica al sistema o subsistema político es como se explica el que tal crisis afecte a todos los aspectos de la sociedad. El desplazamiento hacia lo político es la lógica consecuencia de la imposibilidad de solucionar la crisis económica con medios de carácter económico ya que no es posible transformar el sistema de apropiación privada del beneficio. De aquí su reenvío hacia lo político.

    En Problemas de legitimación en el capitalismo tardío se determinan, como en un rompecabezas, los elementos que conexionan la aparición de la crisis y es, fundamentalmente, sobre la actividad política en donde los conceptos de legitimidad y racionalidad asumen un papel de primera magnitud e interactúan entre sí. El sistema político, según Habermas, requiere un complejo input de lealtad de masas, pero esta lealtad tiene que estructurarse de la manera más difusa posible. Así, cuando en el cumplimiento de los imperativos de autogobierno marcados por el sistema económico el sistema de legitimación no alcanza el nivel de lealtad de masas requerido, se produce ineludiblemente una crisis de legitimación. Es este aspecto el que conviene subrayar ya que toda la obra posterior del autor alemán tratará de encontrar una solución para restaurar la relación legitimidad-racionalidad a partir de su teoría de la acción comunicativa.

    En efecto, para Habermas, la crisis de racionalidad es una crisis sistémica desplazada al igual que la crisis económica, mientras que la crisis de legitimación es directamente una crisis de identidad. El déficti de racionalidad de la Administración pública significará que el aparato del Estado, en determinadas condiciones, no puede aportar al sistema económico rendimientos positivos ya que actúa para intereses no generalizables. Asimismo, el déficit de legitimación significa que con medios administrativos no podrán producirse estructuras normativas.El sistema político tendrá entonces que desplazar sus límites hacia el interior del sistema sociocultural y no sólo del económico con lo que la crisis afectará a todas la esferas incluidas las del mundo-de-vida y sus procesos ideológicos y simbólicos.

    C) Tendencias a la crisis sociocultural:
    Este aspecto y su análisis resulta de la mayor relevancia para comprender la evolución de las propuestas teóricas posteriores de Habermas. Pero, también aparece como el nexo de unión entre la "primera generación" y la "segunda" de la Escuela de Frankfurt. Y, a la vez, resulta un complejo esfuerzo para salir ideológico de los marxismos mecanicistas. Así, el sistema sociocultural se constituye en el punto de inflexión de la teoría de la crisis.

    El sistema sociocultural toma su input de los sistemas económico y político (bienes, servicios, actos legislativos, Seguridad Social, etc.), en consecuencia, la crisis de output de los otros sistemas suponen perturbaciones en el sociocultural, y ello se traduce en profundos déficit de legitimación.

    La importancia dada por Habermas a esta esfera será innegable. La integración de una sociedad depende del output del sistema sociocultural y, sobre todo, de las motivaciones que ofrece al sistema político como legitimación y de las motivaciones de rendimientos que produce para el sistema de formación de profesionales. La crisis de motivación, pues, se muestra como consecuencia de transformaciones acaecidas en el propio sistema sociocultural, de modo que resulta perturbada la complementariedad entre los requerimientos del aparato del estado y del sistema de profesiones, y las necesidades y expectativas de los miembros de la sociedad. Estas tendencias a la aparición de una crisis de motivación generalizada y generalizable acabarán desarrollándose tanto en el plano de la tradición cultural como en los procesos estructurales que afectan al sistema educativo. En este sentido, Habermas se sitúa directamente en el plano del análisis de las superestructuras ideológicas de la "primera generación". Para Adorno y Horkheimer, la desestructuración de la cultura y de la educación por efectos de procesos de falsa motivación social (medios de comunicación de masas y formas de consumo serializadas) determinaba una progresiva irracionalización de las sociedades avanzadas. Habermas recoge esta propuesta pero la enfoca como un desplazamiento del sistema administrativo-político, tratando de conciliar a Weber con Adorno y Horkheimer y dando una perspectiva pluridimensional de los fenómenos ideológicos y de sus transformaciones.

En suma, la teoría de la crisis habermasiana se sintetiza en una enumeración de la serie de contradicciones que afectan al sistema de las sociedades post-industriales avanzadas. Estas contradicciones se resumirían en:

    a) El sistema económico no produce la cantidad requerida de valores consumibles.
    b) El sistema administrativo no aporta decisiones racionales en el grado requerido.
    c) El sistema de legitimación no produce motivaciones generalizadas también en el grado necesario.
    d) El sistema sociocultural no genera sentido motivante de la acción en el grado imprescindible y básico.

La conclusión última a la que llega Habermas es la articulación del concepto de crisis no tanto sobre los procesos de carácter económico sino sobre los procesos ideológicos y significativos colectivos y, aquí, la motivación social y la racionalidad se han convertido en los fenómenos más vulnerados por el sistema. La irracionalización global de todas las esferas sociales, si no se toman medidas esenciales, puede ser el rumbo de las futuras sociedades de capitalismo tardío.


Crisis y Estado de Bienestar: El análisis de Claus Offe

Habermas recogió elementos teóricos del análisis de Claus Offe, aunque le imprimió un giro más cercano a la reflexión filosófica que a la politológica del autor de Contradicciones en el Estado de Bienestar. Offe experimentó desde diferentes posiciones teóricas hasta llegar a una formulación más organizada de su teoría de la crisis. Si repasamos la exposición de Offe, de nuevo nos encontramos con un análisis de índole superestructural y cuya función es delimitar conceptos. Offe, por consiguiente, se interroga sobre el enigma según el cual cómo es posible que el capitalismo sobreviva cuando ya no existe una ideología burguesa compacta como la estudiada por Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

Para comprender esta interrogación, la teoría de la crisis de Offe sugiere la necesidad de repasar dos definiciones de crisis determinando sus deficiencias y sus limitaciones.

Una primera definición del significado de crisis especifica los procesos en donde se pone en cuestión la estructura de un sistema. Siguiendo en este punto a Karl Deutsch, Offe propone dos explicaciones para esta definición. Una primera sería entender la crisis como un acontecimiento catastrófico e imprevisible. Este sería un concepto esporádico de crisis que sirve como mucho para el análisis de subsistemas bien demarcados y como un proceso de toma de decisiones ante acontecimientos externos.

Una segunda definición no es de corte estructural sino procesual. Esta nueva definición nace de la necesidad de un concepto diferente del anterior. Según Offe, la crisis son procesos que violan la "gramática" de los procesos sociales, siendo sus resultados bastante impredecibles e indeterminados.

En la primera definición, las tendencias a la crisis se entienden como catástrofes y sin un origen predecible. Es una definición ligada a un modelo biológico de explicación social, emparentado con el darwinismo social del siglo XIX y los organicismos del siglo XX.

La segunda definición nos resulta de mayor utilidad e interés. Pero asoman dos problemas de muy difícil solución:

    a) Identificar los mecanismos sociales productores de acontecimientos.
    b) Describir y definir los límites que actúan en los mecanismos productores de acontecimientos.

Aquí, Offe recurrirá al modelo analítico de Etzioni y, desde una perspectiva general, distinguirá los siguientes procesos como mecanismos productores de acontecimientos en la sociedad post-industrial:

    - Sistemas y mecanismos de intercambio.
    - Sistemas de elección política.
    - Burocracia y sus formas de acción.
    - Procesos de negociación y sus variedades.

Esta tipología resume el marco desde el que poder enfocar los subsistemas (aplicando una terminología de la teoría de sistemas) en los que se desarrollan no sólo hechos sino, fundamentalmente, variaciones entre acontecimientos. Este marco se puede compendiar también con el desarrollo hecho por Etzioni para clasificar organizaciones formales y que Offe recoge por su capacidad de articular un modelo de la sociedad post-industrial. De esta manera, Etzioni distingue y diferencia los procesos sociales atendiendo a:

    - Estructuras normativas.
    - Relaciones de intercambio.
    - Relaciones coercitivas.

Esta trocotomía con la que Etzioni explora las dificultades inherentes a las organizaciones formales, sirve en el análisis de Offe para determinar los principios organizativos de las sociedades de capitalismo avanzado. Estas sociedades, entonces, se caracterizarán por el hecho de que en ellas el principio organizativo del intercambio es universal. Dicho principio que incluye también la mercantilización de la fuerza laboral, se hace dominante porque queda liberado de restricciones normativas y de la coerción política. Pero, ante todo, se conforma una sociedad basada sobre intercambios de mercado que no puede funcionar correctamente sin el sistema familiar ni el sistema legal.

Como puede observarse, Offe construye su teoría de la crisis desde una posición diferenciada de la de Habermas. Para Offe, si el principio organizativo dominante de los procesos sociales de toda sociedad capitalista, es el intercambio, entonces, una teoría de la crisis de tal sociedad se puede identificar con los procesos que desafían el dominio de este principio central. Por tanto, habrá que referirse a los dos modos interpretativos a través de los que se han tratado de investigar los procesos que ponen en contradicción el dominio del principio organizativo del intercambio universal.

Los dos modos interpretativos a los que hay que aludir son, por un lado, los planteamientos del materialismo histórico que demuestra que los procesos organizativos y formados a través del intercambio llevan a resultados que no pueden conducirse mediante el propio proceso de intercambio generalizado. Por otra parte, las teorías sistémicas tienden a centrarse en la relación entre los tres principios organizativos básicos de la sociedad globalmente entendida. Ahora bien, en esta posición no se niega el principio de intercambio, más bien se trata de ver su restricción y puesta en cuestión por los otros dos principios organizativos y sus efectos colectivos.

Offe expone, por consiguiente, dos diferentes tipos de relaciones posibles entre los tres principios organizativos. Es decir, estos dos tipos reflejan como el sistema normativo y político-coercitivo se subordinan al principio organizativo dominante del intercambio. Pero el problema de la subordinación entre principios es si tal conexión va a plantearse desde una posición positiva o negativa. Según Offe, un tipo de relación es la subordinación positiva cuando la relación entre economía y sistemas normativos y político-administrativos se organizan positivamente para contribuir al funcionamiento del principio organizativo dominante y la esfera de la economía determinada por él. Este tipo de subordinación se distinguirá por el ajuste del contenido de los subsistemas normativo y político de manera que se adapte a procesos económicos.

Por otra parte, la subordinación negativa se pprducirá cuando los sistemas ideológicos y de poder estatal se relacionan con el sistema económico de un modo que les limita y aisla de dicho sistema económico, aunque no por ello les permita contribuir de una forma sustancial a su capacidad de funcionamiento. De este modo, a la subordinación positiva le importará la producción de funciones complementarias; mientras que a la negativa le interesa el dominio del sistema económico sobre los otros subsistemas y dependiendo de que se puedan estabilizar las fronteras entre los respectivos sistemas de tal manera que el sistema económico pueda evitar interferencias de los sistemas normativos y políticos en su propio dominio de la producción y distribución de bienes. En consecuencia, los procesos que hacen aparecer la crisis serán aquellos que dificultan una clara separación del sistema económico con respecto a los otros dos sistemas que quedan en una clara relación de subsidiariedad.

Offe, en resumen, establece una teoría de la crisis a partir del concepto de subordinación sistémica. Habermas, a su vez, sitúa sobre el concepto de desplazamiento de la crisis su análisis sociológico. En ambos autores, no obstante, se da una profunda coincidencia cuando observan los problemas paulatinamente más complejos que el sistema político tiene para prevenir y compensar las crisis económicas. La racionalidad administrativa que se irá perdiendo y la lealtad de las masas al sistema serán los puntos vulnerables ya que se va conformando una temible irracionalidad interna en la estructura organizativa. Mas, sobre todo, en una sociedad de masas la incapacidad del sistema político-administrativo para conseguir una estabilización de sus disfunciones internas significa la pérdida de la aceptación social de las estructuras, procesos y resultados políticos efectivos de los que dependen las normas culturales y símbolos con los que se legitima el poder. tanto para Habermas como para Offe, el problema de problemas de las sociedades post-industriales va a compendiarse en la desvinculación del concepto de legitimidad del de racionalidad , y, a su vez, el paso de la racionalidad no ya a racionalidad instrumental sino a un tipo de cosmovisión colectiva de fuertes matices primitivos y arcaicos. Y es en este punto en donde se descubre el nexo de unión más evidente en la vuelta de la "segunda generación" frankfurtiana a los análisis de la cultura de masas, y sus efectos, desarrollados por Adorno, Horkheimer, Benjamin y Marcuse.





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Re: HABERMAS, Jürgen

Nota Mié Nov 04, 2020 1:18 am
Jürgen Habermas, en "¿Democracia o capitalismo?", en NUSO, nº 246, julio-agosto de 2013, escribió:
    El último libro de Wolfgang Streeck sobre la crisis europea motivó un artículo del filósofo Jürgen Habermas en el que establece un diálogo crítico con sus tesis. Habermas coincide con las críticas de Streek al actual modelo europeo elitista, pero difiere con su «pesimismo» en relación con la posibilidad misma de lograr otra Unión Europea más democrática y autónoma frente a la presión de los mercados. Mientras Streeck plantea la democratización en los marcos del Estado-nación, Habermas cree que un repliegue a la nación sería una inadecuada y nostálgica respuesta a la crisis actual y apuesta a una unión política de Europa en otros términos.

En Gekaufte Zeit. Die vertagte Krise des demokratischen Kapitalismus, su libro sobre la aplazada crisis del capitalismo democrático, Wolfgang Streeck desarrolla un análisis descarnado de la historia del surgimiento de la actual crisis bancaria y de la deuda, crisis que se extiende hasta la economía real. Este dinámico y empíricamente fundamentado estudio es el resultado de sus «Conferencias Adorno», impartidas en el Instituto de Investigaciones Sociales con sede en Fráncfort. En sus mejores partes, es decir, siempre que la pasión política se une a la esclarecedora fuerza de hechos analizados críticamente y de argumentos contundentes, recuerda al 18 Brumario de Luis Bonaparte. El punto de partida es una justa crítica a la teoría de la crisis desarrollada por Claus Offe y por mí a principios de los años 70. El optimismo que reinaba entonces en torno del control keynesiano nos había llevado a suponer que los potenciales económicos de crisis, políticamente dominados, se desplazarían hacia imperativos contradictorios planteados a un aparato estatal por encima de sus posibilidades, y hacia «contradicciones culturales del capitalismo» (como lo formulara Daniel Bell algunos años después), y que se expresarían en forma de crisis de legitimación. Hoy no estamos (¿todavía?) ante una crisis de legitimación, pero sí ante una recia crisis económica.


La génesis de la crisis

Con la superioridad de conocimiento del observador que mira en retrospectiva histórica, Streeck comienza su descripción del transcurso de la crisis con un bosquejo del régimen de Estado social construido en la Europa de posguerra hasta comienzos de los años 70. A ello siguen las fases de implementación de las reformas neoliberales: estas, sin considerar las consecuencias sociales, mejoraron las condiciones de realización del capital y, al hacerlo, pusieron de cabeza tácitamente la semántica de la palabra «reforma». Las reformas relajaron las formas de regulación corporativas y desregularon los mercados, no solo los laborales sino también los de bienes y servicios, pero sobre todo los de capital: «Al mismo tiempo, los mercados de capital se transforman en mercados para el control empresarial, que erigen la elevación del valor para los accionistas (shareholder value) a la condición de máxima suprema del buen manejo empresarial».

Streeck describe este giro, iniciado con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, como un golpe liberador para los propietarios de capital y sus gerentes en contra del Estado democrático, el cual, conforme a los principios de la justicia social, había reducido los márgenes de ganancia de las empresas pero también, desde el punto de vista de los inversionistas, había estrangulado el crecimiento económico y, así, había perjudicado el bien entendido bienestar común. La sustancia empírica del estudio consiste en una comparación longitudinal entre países relevantes durante las últimas cuatro décadas. Esta comparación, a pesar de todas las diferencias específicas entre las economías nacionales, arroja la imagen de un transcurso de la crisis asombrosamente uniforme en sentido general. Las crecientes tasas de inflación de los años 70 fueron reemplazadas por un creciente endeudamiento de las cuentas públicas y privadas. Al mismo tiempo, aumenta la desigualdad en la distribución de la renta, mientras que los ingresos del Estado caen en relación con el gasto público. Mientras crece la desigualdad social, este desarrollo conduce a una transformación del Estado recaudador de impuestos. «El Estado gobernado por sus ciudadanos y, en tanto Estado recaudador de impuestos, Estado democrático financiado por ellos, se convierte en Estado democrático deudor tan pronto su subsistencia no depende ya solo de las contribuciones de sus ciudadanos sino, en gran medida, también de los acreedores».

En la Comunidad Monetaria Europea se puede apreciar de manera perversa la limitación de la capacidad de actuación política de los Estados por parte de «los mercados». La transformación del Estado recaudador de impuestos en Estado deudor constituye aquí el trasfondo del círculo vicioso que gira en torno de la salvación de bancos en situación ruinosa por parte de Estados que, a su vez, han sido llevados a la ruina por esos mismos bancos; con la consecuencia de que el régimen financiero dominante pone bajo tutela a las poblaciones de esos Estados. Lo que esto significa para la democracia ya lo pudimos ver bajo el microscopio durante aquella noche de la cumbre en Cannes, cuando Yorgos Papandreou, el primer ministro griego, rodeado por sus colegas que le daban palmadas en el hombro, fue obligado a desistir de un referendo que había planificado. El mérito de Streeck es haber demostrado que la «política del Estado deudor», llevada a cabo por el Consejo Europeo desde 2008 a instancias del gobierno federal alemán, constituye en esencia la continuación del modelo de política favorable al capital que ha conducido a la crisis.

En las especiales condiciones de la Unión Monetaria Europea, la política de consolidación fiscal somete a todos los países miembros a las mismas reglas independientemente de las diferencias en el desarrollo de sus economías y, con la intención de implementar esas reglas, concentra los derechos de intervención y control en el nivel europeo. Sin el simultáneo fortalecimiento del Parlamento Europeo, esta concentración de competencias en el Consejo y en la Comisión refuerza el desacoplamiento de las opiniones públicas y los parlamentos nacionales del concierto de gobiernos obedientes al mercado, apartados de la realidad y tecnocráticamente establecidos por su propia cuenta. Streeck teme que este forzado federalismo ejecutivo traiga consigo una cualidad completamente nueva en el ejercicio de la dominación en Europa: «La consolidación de las finanzas estatales europeas, emprendida como respuesta a la crisis fiscal, termina en una reconstrucción del sistema estatal europeo, coordinada por los inversionistas financieros y la UE, (…) en una reconstitución de la democracia capitalista en Europa en el sentido de erigir en ley los resultados de tres décadas de liberalización económica».

Esta interpretación de las reformas en marcha da cuenta de una alarmante tendencia de desarrollo que, a pesar de casi extinguir la histórica unión entre democracia y capitalismo, probablemente logre imponerse. A las puertas de la Unión Monetaria Europea vigila un primer ministro británico a quien no le parece suficientemente rápida la liquidación del Estado social y que, como verdadero heredero de Thatcher, alienta con entusiasmo a una servicial canciller federal alemana a blandir el látigo en el círculo de sus colegas: «Queremos una Europa que despierte y reconozca el mundo moderno de la competencia y la flexibilidad».

Con respecto a esta política de crisis hay (aún en el terreno teórico) dos alternativas: o la liquidación defensiva del euro, para lo cual en Alemania se acaba de fundar un nuevo partido, o la ampliación ofensiva de la comunidad monetaria a la condición de democracia supranacional. Con las correspondientes mayorías políticas, esta podría ofrecer la plataforma institucional para la inversión de la tendencia neoliberal.


La opción nostálgica

No sorprende que Streeck opte por enfrentar la tendencia a la desdemocratización. Ello significa «construir instituciones con las que se pueda poner nuevamente los mercados bajo control social: mercados de trabajo, que dejen espacio para la vida social; mercados de bienes, que no destruyan la naturaleza; mercados de créditos, que no devengan producción en masa de promesas incumplibles». Pero la conclusión concreta que saca de su diagnóstico es tanto más sorprendente. No es la ampliación democrática de una Unión que ha quedado a medias la que debe llevar nuevamente la desquiciada relación entre política y mercado a un balance compatible con la democracia. Streeck recomienda deconstruir en vez de construir. Él desea regresar al atrincheramiento nacional-estatal de los años 60 y 70 para «defender y reparar lo mejor posible los restos de esas instituciones políticas con cuya ayuda quizás se lograría modificar y reemplazar la justicia del mercado por la justicia social».

En vista de la trascendental transformación de los Estados nacionales (que mantenían aún sus mercados territoriales bajo control) en despotenciados compañeros de juego que, a su vez, están insertos en mercados globalizados, resulta sorprendente esta opción nostálgica a favor del repliegue a los marcos de la impotencia soberana de la nación arrollada. La demanda de control político que genera hoy una sociedad mundial altamente interdependiente resulta mitigada, en el mejor de los casos, por una red cada vez más tupida de organizaciones internacionales, pero en ningún caso se logra satisfacer dentro de las formas asimétricas del tan alabado «gobierno más allá del Estado nacional». En vista de esta presión del problema de una sociedad mundial que crece sistémicamente pero todavía es anárquica desde el punto de vista político, se produjo en 2008 una reacción comprensible ante el estallido de la crisis económica mundial. Los consternados gobiernos del G-8 se apresuraron a acoger a los BRICS y a algunos otros en sus rondas de discusiones. Por otro lado, la falta de resultados de los acuerdos logrados en aquella primera conferencia del G-20 en Londres evidencia el déficit, que solo se agrandaría con la restauración de los derruidos bastiones nacional-estatales: la poca capacidad para cooperar que resulta de la fragmentación política de una sociedad mundial que, sin embargo, está económicamente integrada.

Por lo visto, la capacidad de actuación política de unos Estados nacionales que velan celosamente por su soberanía minada hace ya mucho tiempo no alcanza para sustraerse a los imperativos de un sector bancario sobredimensionado y disfuncional. Los Estados que no se asocian para conformar unidades supranacionales, y que solo disponen del recurso de los tratados internacionales, fracasan ante el reto político de reacoplar nuevamente este sector a las necesidades de la economía real y de reducirlo a la dimensión funcional conveniente. Los Estados de la Comunidad Monetaria Europea están enfrentados de manera especial a la tarea de colocar mercados irreversiblemente globalizados al alcance de una influencia política indirecta, pero encauzada. En los hechos, su política de crisis se limita a la ampliación de una expertocracia encargada de medidas con efecto dilatorio. Sin la presión de la vital estructura de voluntades de una ciudadanía que pueda ser movilizada más allá de las fronteras nacionales, al Ejecutivo de Bruselas, establecido por su cuenta, le faltan la fuerza y el interés para volver a regular de manera socialmente compatible unos mercados que han devenido salvajes.

Streeck sabe, por supuesto, que «el poder de los inversionistas se alimenta sobre todo de su avanzada integración internacional y de la existencia de mercados globales eficientes». En una retrospectiva de la marcha triunfal de la política de desregulación en todo el mundo, anota explícitamente que tiene que «dejar pendiente si (y con qué recursos) la política organizada de manera nacional, en una economía cada vez más internacional, habría podido lograr poner bajo control procesos como ese». Como destaca una y otra vez la «ventaja organizacional de mercados financieros integrados globalmente con respecto a las sociedades organizadas de manera nacional-estatal», su propio análisis instaría a la conclusión (es lo que uno piensa) de regenerar en el nivel supranacional esa fuerza de la legislación democrática reguladora del mercado que una vez estuvo concentrada en los Estados nacionales. Sin embargo, lo que hace es llamar a la retirada detrás de la Línea Maginot de la soberanía nacional-estatal.

No obstante, al final del libro Streeck flirtea, como una agresión sin blanco visible, con una resistencia autodestructiva que ha renunciado a la esperanza de una solución constructiva. En ello se revela un cierto escepticismo hacia el propio llamado a fortalecer las reservas nacionales todavía existentes. A la luz de esta resignación, la propuesta de un «Bretton Woods europeo» parece impostada. El profundo pesimismo en que concluye el relato suscita la pregunta sobre qué significa el convincente diagnóstico de la disociación entre capitalismo y democracia para las perspectivas de un cambio de política. ¿Se revela aquí, acaso, una incompatibilidad fundamental entre democracia y capitalismo? Para aclarar esta cuestión debemos poner en claro el trasfondo teórico del análisis.


¿Capitalismo o democracia?

Una interacción en la que participan tres actores conforma el marco para la narración de la crisis: el Estado, financiado con impuestos y legitimado a través de las elecciones; la economía, encargada del crecimiento capitalista y de lograr un nivel de ingresos suficiente en concepto de impuestos; y por último, los ciudadanos, que solo prestan apoyo al Estado a cambio de la satisfacción de sus intereses. El tema lo conforma la cuestión de si (y dado el caso, cómo) el Estado logra equilibrar las exigencias contrarias de ambas partes dentro del cauce inteligente de prevención de la crisis. So pena de desatar crisis en la economía y en la cohesión social, el Estado debe cumplir, por un lado, con las expectativas de ganancia, o sea, con las condiciones fiscales, jurídicas y de infraestructura para la realización con ganancias del capital; por otro lado, tiene que garantizar libertades iguales y satisfacer las exigencias de justicia social, pagaderas en la moneda de una distribución justa de los ingresos y seguridad del estatus, así como de proporción de servicios públicos y facilitación de bienes colectivos. El contenido de la narración consiste, entonces, en que la estrategia neoliberal le concede preferencia por principio a la satisfacción de los intereses de realización del capital por encima de las exigencias de justicia social, y puede «aplazar» las crisis solo a costa de crecientes dislocaciones sociales.

¿Se refiere entonces el «aplazamiento de la crisis del capitalismo democrático», anunciada en el título del libro, a si la crisis va a ocurrir o a cuándo ocurrirá? Como Streeck desarrolla su escenario en el marco de la teoría de la acción, sin apoyarse en «leyes» del sistema económico (por ejemplo, una «baja tendencial de la tasa de ganancia»), de manera inteligente no se deriva del análisis ningún pronóstico teóricamente fundamentado. Los pronósticos sobre el transcurso futuro de la crisis solo pueden derivarse, dentro de este marco, de la evaluación de circunstancias históricas y de constelaciones de poder contingentes. Desde el punto de vista retórico, sin embargo, Streeck le concede a su descripción de las tendencias de la crisis un cierto aire de inevitabilidad al rechazar la tesis conservadora de la «inflación de exigencias de masas petulantes» y localizar la dinámica de la crisis solo del lado de los intereses capitalistas de realización. Desde los años 80, la iniciativa política partió realmente de ese lado. Pero no puedo descubrir ahí una razón suficiente para el abandono derrotista del proyecto europeo.

Más bien, tengo la impresión de que Streeck subvalora el efecto candado de las normas constitucionales válidas no solo desde el punto de vista jurídico sino también del complejo democrático existente de hecho: la persistencia de las instituciones, reglas y prácticas familiarizadas y asentadas en culturas políticas. Un ejemplo son las protestas masivas en Lisboa y otros sitios, que llevaron al presidente portugués a presentar una demanda contra el escándalo social de la política de austeridad de sus compañeros de partido. En consecuencia, el tribunal constitucional declaró no válidas algunas partes del correspondiente tratado de estado de Portugal con la UE y el Fondo Monetario Internacional y esto motivó, por lo menos por un momento, que el gobierno reflexionara sobre la ejecución del «dictado de los mercados».

Las ideas de rédito ackermannianas17 de los accionistas son tan poco hechos naturales como las ideas elitistas, ensalzadas por medios serviciales, de una clase de gerentes engreída e internacionalmente apartada de la realidad, que mira de manera despectiva a «sus» políticos como si fueran empleados incapaces. El tratamiento de la crisis chipriota, cuando no se trataba de la salvación de los bancos propios en cada caso, mostró de repente que se puede hacer pagar al causante de la crisis en vez de al contribuyente. Y los presupuestos estatales endeudados podrían ponerse en orden tanto mediante el aumento de los ingresos como por medio del recorte de los gastos. No obstante, solo el marco institucional para una política social, económica y fiscal común europea crearía una premisa necesaria para la posible eliminación del error estructural de una unión monetaria por debajo de lo óptimo. Solo un esfuerzo común europeo (no la abstracta exigencia desconsiderada de mejorar la competitividad nacional por esfuerzo propio) puede llevar adelante la imperiosa modernización de anticuadas estructuras económicas y administraciones clientelistas.

Lo que diferenciaría una UE conforme con la democracia (circunscrita por razones comprensibles en principio solo a los miembros de la Comunidad Monetaria) de un federalismo ejecutivo conforme con el mercado son sobre todo dos innovaciones. En primer lugar, una planificación común del marco político, correspondientes transferencias financieras y garantías recíprocas de los Estados miembros. En segundo lugar, los cambios de los tratados de Lisboa, necesarios para la legitimación democrática de las correspondientes competencias, es decir, una participación paritaria del Parlamento y del Consejo en la legislación y la responsabilidad uniforme de la Comisión con respecto a ambas instituciones. Entonces, la conformación de la voluntad política ya no dependería solo de los sólidos compromisos entre representantes de intereses nacionales que se bloquean mutuamente sino, en igual medida, de las decisiones por mayoría de los diputados elegidos según las preferencias de partido. Solo en el Parlamento Europeo, estructurado en bloques, puede operarse una generalización de intereses que desarticule las fronteras nacionales. Solo dentro de procedimientos parlamentarios puede solidificarse una perspectiva del nosotros, generalizada en el nivel europeo, de los ciudadanos de la UE para conformar un poder institucionalizado. Tal cambio de perspectiva es necesario para sustituir en los relevantes campos de la política la hasta ahora favorecida coordinación, atada a reglas, de políticas de Estados independientes aparentemente soberanos, por una común y discrecional formación de la voluntad. Los inevitables efectos de una redistribución a corto y mediano plazo solo se podrían legitimar si los intereses nacionales se aliaran al interés general europeo y también se relativizaran con respecto a él.

El hecho de que se puedan ganar mayorías (y la manera de hacerlo) para lograr el cambio correspondiente del derecho primario es una cuestión bien difícil a la que regresaré brevemente más adelante. Pero con independencia de si es factible una reforma bajo las actuales circunstancias, Streeck duda de que, para empezar, el formato de una democracia supranacional encaje en las relaciones europeas. Niega la capacidad de funcionar de tal orden político y, debido a su carácter supuestamente represivo, tampoco lo considera deseable. Pero ¿acaso las cuatro razones que alega para ello son también buenas razones?


Cuatro razones contra una Unión Política

El primer y, en comparación, más poderoso argumento está dirigido contra la efectividad de los programas económicos regionales, en vista de la heterogeneidad históricamente fundamentada de las culturas económicas, de la que tenemos que partir también en el núcleo de Europa. Ciertamente, la política en una comunidad monetaria tiene que estar dirigida a equilibrar en el largo plazo los desniveles estructurales en la capacidad competitiva de las distintas economías que la conforman, o por lo menos a restringirlos. Como ejemplos contrarios, Streeck menciona la antigua República Democrática Alemana (RDA) desde la reunificación, así como el Mezzogiorno italiano. Ambos casos, sin duda, recuerdan los decepcionantes horizontes temporales de mediano plazo con los que siempre ha de contar el fomento sistemático del crecimiento económico en regiones atrasadas. Sin embargo, para los problemas de regulación que se le avecinan a un gobierno económico a escala europea, los dos ejemplos lanzados al ruedo resultan demasiado atípicos como para justificar un pesimismo fundamental. La reconstrucción de la economía alemana oriental se vincula con el problema, históricamente nuevo, de un cambio de sistema hasta cierto punto asimilativo, no controlado por fuerza propia sino por las elites de la República Federal, y llevado a cabo dentro de una nación dividida durante cuatro décadas. A mediano plazo, las transferencias relativamente grandes que se realizaron parecen haber tenido el éxito deseado.

Diferente resulta el problema más pertinaz del fomento económico de un sur italiano económicamente atrasado y empobrecido, caracterizado social y culturalmente por rasgos premodernos y alejados del Estado, y políticamente atormentado por la mafia. Para las miradas llenas de preocupación que el norte europeo lanza en la actualidad a más de un país mediterráneo, también este ejemplo resulta poco informativo debido a su especial trasfondo histórico. Pues el problema de la Italia dividida está entretejido con las consecuencias a largo plazo de la unidad nacional de un país que, desde el fin del Imperio Romano, vivió bajo cambiantes dominaciones extranjeras. Las raíces históricas del problema actual se remontan al malogrado risorgimento, llevado a cabo militarmente por Saboya y percibido como acto de usurpación. Todavía en ese contexto estuvieron también los esfuerzos más o menos fallidos de los gobiernos italianos de la posguerra. Estos, como apunta el propio Streeck, se enredaron en las estructuras locales de poder dentro del nepotismo de los partidos gobernantes. La implementación política de los programas de desarrollo fracasó por culpa de una administración propensa a la corrupción, y no a causa de una refractaria cultura social y económica, que recibiría su fuerza a partir de una forma de vida digna de ser protegida. Pero dentro del sistema europeo de varios niveles y altamente regulado desde el punto de vista jurídico, el accidentado camino organizativo desde Roma hasta Calabria y Sicilia a duras penas podría ser el modelo para la implementación nacional de los programas acordados en Bruselas, en cuya realización estarían participando otros 16 países recelosos.

El segundo argumento se refiere a la resquebrajada integración social de «Estados nacionales incompletos» como Bélgica y España. Al señalar los ulcerosos conflictos entre valones y flamencos en el primer caso, y entre catalanes y el gobierno central en el segundo, Streeck llama la atención sobre problemas de integración que, si son difíciles de vencer cuando la diversidad regional se da dentro de un mismo Estado nacional, ¡cuánto más difícil lo serían entonces dentro de una espacialidad de dimensiones europeas! Ahora bien, es cierto que el complejo proceso de formación de los Estados nacionales ha dejado como secuela líneas de conflicto entre formaciones antiguas e históricamente superadas; mencionemos por ejemplo a los bávaros, que en 1949 no dieron su visto bueno a la Ley Fundamental de la República Federal; la separación pacífica de Eslovaquia y la República Checa; el sangriento desmembramiento de Yugoslavia; el separatismo de vascos y escoceses, de la Liga Norte, etc. Pero en todos estos históricos puntos de fractura hipotéticos los conflictos aparecen solo cuando los sectores más vulnerables de la población caen en situaciones de crisis económica o de cambio histórico, se sienten inseguros y procesan su temor ante la pérdida de estatus aferrándose a identidades supuestamente «naturales», da igual que sea la «tribu», la región, el idioma o la nación la que prometa esa base de identidad supuestamente natural. El nacionalismo que, tras el desmembramiento de la Unión Soviética, cabía esperarse en los Estados de Europa central y oriental es, en este sentido, el equivalente sociopsicológico del separatismo que aparece en los «viejos» Estados nacionales.

El carácter presuntamente «natural» de estas identidades es, en ambos casos, igualmente ficticio y no un hecho histórico del que pueda derivarse un obstáculo para la integración. Los fenómenos de regresión de este tipo son síntomas del fracaso de la política y la economía, incapaces de restaurar la necesaria dimensión de seguridad social. La diversidad sociocultural de las regiones y las naciones es una riqueza que distingue a Europa de otros continentes, no es una barrera que establezca la forma del Estado pequeño como el modo de integración política de Europa.

Las dos primeras objeciones tienen que ver con la capacidad de funcionamiento y la estabilidad de una Unión Política de carácter más estrecho. Con un tercer argumento, Streeck también pretende cuestionar que sea deseable: una adecuación políticamente forzada de las culturas económicas del sur a las del norte significaría también la nivelación de las correspondientes formas de vida. Ahora bien, en el caso de un «injerto de un modelo económico y social de mercado liberal», impuesto tecnocráticamente, se puede hablar de una homogenización forzada de las condiciones de vida. Pero justo en este sentido, la diferencia entre procesos de decisión conformes con la democracia y aquellos conformes con el mercado no puede desdibujarse. Las decisiones tomadas en el nivel europeo y legitimadas democráticamente en torno de los programas económicos regionales o de medidas de racionalización administrativa estatal, específicas para ciertos países, tendrían también como consecuencia una estandarización de las estructuras sociales. Pero si cada modernización promovida políticamente cae bajo la sospecha de una homogeneización forzosa, se convierten en un fetiche comunitarista las semejanzas familiares entre modos económicos y formas de vida. Por lo demás, la difusión mundial de infraestructuras sociales semejantes, que actualmente transforma a casi todas las sociedades en sociedades «modernas», desata en todas partes procesos de individualización y de multiplicación de formas de vida.

Por último, en el cuarto argumento, Streeck comparte la suposición de que la sustancia igualitarista de la democracia del Estado de derecho solo se puede hacer cumplir sobre la base de la pertenencia nacional y, por tanto, dentro de los límites territoriales del Estado-nación, porque de otra manera sería inevitable que las culturas minoritarias fueran víctimas de las mayorías. Independientemente de la amplia discusión sobre derechos culturales, esta suposición, vista desde una perspectiva de largo plazo, es arbitraria. Ya los propios Estados nacionales se apoyan en la figura altamente artificial de una solidaridad entre extraños, generada por el estatus de ciudadano jurídicamente construido. Tampoco en sociedades étnica y lingüísticamente homogéneas la conciencia nacional es algo de carácter natural, sino un producto promovido administrativamente de escritura de la historia, de la prensa, del servicio militar general, etc. En la conciencia nacional de sociedades migratorias heterogéneas se muestra de manera ejemplar que toda población puede asumir el papel de Estado-nación, capaz de llevar a cabo la formación de una voluntad política común sobre el trasfondo de una cultura política compartida.

Como el derecho internacional clásico se halla en una relación complementaria con respecto al sistema de Estados moderno, en las drásticas innovaciones del derecho internacional registradas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se refleja un cambio de figura del Estado nacional igualmente profundo. Junto con el verdadero contenido de la soberanía estatal formalmente concedida, se ha reducido también el margen de soberanía popular. Esto es válido más que nada para los Estados europeos que han traspasado una parte de sus derechos soberanos a la UE. Es cierto que sus gobiernos se siguen considerando como «señores de los tratados». Pero ya en la calificación del derecho a salir de la UE (introducido en el Tratado de Lisboa) se revela una limitación de su soberanía. Debido a la primacía funcionalmente fundamentada del derecho europeo, esta de todas maneras se convierte en una ficción porque, como consecuencia de la implementación del derecho establecido en el nivel europeo, la imbricación horizontal de los sistemas jurídicos nacionales avanza cada vez más. Tanto más apremiante se plantea entonces la cuestión de la suficiente legitimación democrática de ese estatuto legal.

Streeck teme los rasgos «unitaristas jacobinos» de una democracia supranacional porque esta, en el camino de un aplastamiento a largo plazo de las minorías por parte de las mayorías, también tendría que llevar a la nivelación de las «comunidades identitarias y económicas fundamentadas en la proximidad espacial». Aquí está subvalorando la innovadora fantasía creadora del derecho, que ya se ha reflejado en las instituciones existentes y en las regulaciones vigentes. Estoy pensando en el ingenioso procedimiento de decisión de la «doble mayoría» o en la composición ponderada del Parlamento Europeo, el cual, precisamente según el punto de vista de la justa representación, tiene en cuenta las grandes diferencias en el número de habitantes de Estados miembros pequeños y grandes.

Sin embargo, el temor de Streeck a una centralización represiva de las competencias se alimenta, sobre todo, de la falsa suposición de que la profundización institucional de la UE habrá de concluir en una especie de República Federal Europea. Pero el Estado federal es el modelo equivocado. Pues las condiciones de legitimación democrática las cumple también una comunidad democrática supranacional pero supraestatal, que permita gobernar en común. Aquí todas las decisiones políticas serán legitimadas por los ciudadanos, en su doble papel de ciudadanos europeos, por un lado, y de ciudadanos de su correspondiente Estado nacional, por el otro. En una Unión Política de este tipo, claramente diferenciable de un «superestado», los países miembros, en tanto garantes del nivel de derecho y libertad personificado en ellos, mantendrían una posición muy fuerte en comparación con los miembros subnacionales de un Estado federal.


¿Entonces qué?

El argumento en favor de una bien fundamentada alternativa política, mientras se mantenga abstracta, recibe su fuerza de la capacidad para crear perspectivas: muestra un objetivo político sin indicar el camino. Los evidentes obstáculos en ese camino sostienen una evaluación pesimista acerca de la capacidad de supervivencia del proyecto europeo. Es la combinación de dos hechos lo que tiene que inquietar a los defensores de «Más Europa».

En primer lugar, la política de consolidación (según el modelo de los «frenos a la deuda») apunta a la creación de una constitución económica europea que busca establecer «iguales reglas para todos», la cual debe permanecer sustraída al control del proceso de formación democrática de voluntades. Cuando, de esta manera, los encauzamientos tecnocráticos (que tienen grandes consecuencias para los ciudadanos europeos en general) se desacoplan de la formación de la voluntad y de la opinión dentro de la vida pública nacional y de los parlamentos, se devalúan así los recursos políticos de esos ciudadanos, que solo tienen acceso a sus respectivas arenas nacionales. De esta forma, la política europea se hace cada vez más intocable de hecho, y con ello, desde el punto de vista democrático, cada vez más impugnable. Por otro lado, esta tendencia hacia la autoinmunización se ve fortalecida por el hecho fatal de que la sostenida ficción de la soberanía fiscal de los Estados miembros ha encauzado la percepción pública de la crisis en una dirección equivocada. La presión de los mercados financieros sobre los presupuestos estatales políticamente fragmentados promueve una autopercepción homogeneizadora de las poblaciones afectadas por la crisis; la crisis azuza entre sí a «países acreedores y países receptores» y aviva el nacionalismo.

Streeck llama la atención sobre ese potencial demagógico: «En la retórica de la política internacional de la deuda, naciones concebidas de manera monista aparecen como actores morales globales con obligaciones colectivas. Se dejan de lado las relaciones internas de clase y de dominación». Así se potencian mutuamente una política de crisis capaz de inmunizarse contra voces críticas gracias a sus éxitos y la percepción recíproca de los «pueblos», desfigurada en opiniones públicas nacionales.

Ese bloqueo solo se puede romper si los partidos proeuropeos se unen para hacer campañas más allá de la frontera nacional en contra de esa falsificación de problemas sociales en problemas nacionales. Solo por la sumisión de los partidos democráticos ante el Derecho puedo explicarme el hecho de que en todas nuestras opiniones públicas nacionales falten luchas de opinión sostenidas en las alternativas políticas correctamente planteadas. Los enfrentamientos polarizadores sobre el curso de las cosas en el núcleo de Europa son más esclarecedores que agitadores, si todas las partes reconocen que no hay alternativas sin riesgos ni costos. En lugar de abrir frentes equivocados a lo largo de las fronteras nacionales, sería tarea de esos partidos diferenciar perdedores y ganadores resultantes de las políticas anticrisis según grupos sociales, afectados en mayor o menor medida en cada caso independientemente de su nacionalidad.

Los partidos de izquierda europeos están por repetir su error histórico de 1914. También ellos se pliegan por temor al centro político de la sociedad, propenso al discurso del populismo de derecha. En la República Federal, además, un panorama mediático indescriptiblemente devoto de la canciller Merkel fortalece en todos los participantes la decisión de no tocar el hierro candente de la política europea en la campaña electoral y los lleva a seguir el juego astuto-malévolo de destematización practicado por Merkel. Por esa razón cabe desearle éxito a Alternativa por Alemania. Espero logre obligar a los otros partidos a quitarse sus mantos de invisibilidad en el tema de la política europea. Entonces podría darse la oportunidad, después de las elecciones parlamentarias federales, de que se perfile una gran coalición para el primer y debido paso. Pues según el estado de cosas, la República Federal de Alemania es la única en condiciones de asumir la iniciativa de esta difícil empresa.


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