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BAUMAN, Zygmunt (1925-2016)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...
Zygmunt Bauman

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(wikipedia | dialnet)


Introducción

Poznan (Polonia), 1925. Sociólogo polaco.

Es uno de los pensadores más representativos de la actual crítica cultural. A la edad de diez años, en 1935, su familia huye del antisemitismo polaco hacia la URSS. En 1943, a los 18 años, se alista en el ejército y vuelve a Polonia, con el grado de mayor, con su familia. Iniciado el periodo de influencia soviética en la Polonia de posguerra, comienza a estudiar en la Academia de Ciencias Sociales de Varsovia. Entra en el Partido Comunista. Tras estudiar en la London School of Economics, feudo del socialismo y el laborismo inglés, Bauman retorna a Varsovia donde, entre 1967 y 1968, una purga que afecta a sectores académicos le obliga a abandonar su puesto como profesor de filosofía y sociología en la Universidad de Varsovia. Hasta 1971 enseña en la Universidad de Tel Aviv, año en el que se traslada a la Universidad de Leeds como docente y director del Departamento de Sociología. Aunque Bauman publica y desarrolla una provechosa vida académica, apenas es leído y conocido. Empieza a ser conocido con la publicación de Modernity and the Holocaust (1989), por el que recibe el Premio Amalfi de ciencias sociales (1990).

Su pensamiento se ha movido desde la especifidad del análisis del movimiento obrero hasta la crítica global de la modernidad, de forma pareja al trabajo de la Escuela de Frankfurt y del postestructuralismo francés. Es autor de una obra abundante, entre la que se encuentran libros fundamentales de la sociología contemporánea como el ya mentado Modernidad y holocausto, Modernidad líquida (2000) o La sociedad individualizada (2001).





Ensayo





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Nota Lun Mar 22, 2010 9:03 pm
fuentes: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=97704 y http://www.revistaenie.clarin.com/notas ... 107667.htm


Del capitalismo como "sistema parásito"



Zygmunt Bauman

Ñ. Revista de Cultura // 28 de diciembre de 2009




Tal como el reciente "tsunami financiero" demostró a millones de personas que creían en los mercados capitalistas y en la banca capitalista como métodos evidentes para la resolución exitosa de problemas, el capitalismo se especializa en la creación de problemas, no en su resolución.

Al igual que los sistemas de los números naturales del famoso teorema de Kurt Gödel, el capitalismo no puede ser al mismo tiempo coherente y completo. Si es coherente con sus propios principios, surgen problemas que no puede abordar; y si trata de resolverlos, no puede hacerlo sin caer en la falta de coherencia con sus propias premisas. Mucho antes de que Gödel escribiera su teorema, Rosa Luxemburgo publicó su estudio sobre la "acumulación capitalista" en el que sugería que el capitalismo no puede sobrevivir sin economías "no capitalistas"; puede proceder según sus principios siempre cuando haya "territorios vírgenes" abiertos a la expansión y la explotación, si bien cuando los conquista con fines de explotación, el capitalismo los priva de su virginidad precapitalista y de esa forma agota las reservas que lo nutren. En buena medida es como una serpiente que se devora la cola: en un primer momento la comida abunda, pero pronto se hace cada vez más difícil de tragar, y poco después no queda nada que comer ni tampoco quien lo coma...

El capitalismo es en esencia un sistema parásito. Como todos los parásitos, puede prosperar un tiempo una vez que encuentra el organismo aún no explotado del que pueda alimentarse, pero no puede hacerlo sin dañar al anfitrión ni sin destruir tarde o temprano las condiciones de su prosperidad o hasta de su propia supervivencia.

Rosa Luxemburgo, que escribió en una era de imperialismo rampante y conquista territorial, no pudo prever que las tierras premodernas de continentes exóticos no eran los únicos posibles "anfitriones" de los que el capitalismo podía alimentarse para prolongar su vida e iniciar sucesivos ciclos de prosperidad. El capitalismo reveló desde entonces su asombroso ingenio para buscar y encontrar nuevas especies de anfitriones cada vez que la especie explotada con anterioridad se debilitaba. Una vez que anexó todas las tierras vírgenes "precapitalistas", el capitalismo inventó la "virginidad secundaria". Millones de hombres y mujeres que se dedicaban a ahorrar en lugar de a vivir del crédito fueron transformados con astucia en uno de esos territorios vírgenes aún no explotados.

La introducción de las tarjetas de crédito fue el indicio de lo que se avecinaba. Las tarjetas de crédito habían hecho irrupción en el mercado con una consigna elocuente y seductora: "elimine la espera para concretar el deseo". ¿Se desea algo pero no se ahorró lo suficiente para pagarlo? Bueno, en los viejos tiempos, que por fortuna ya quedaron atrás, había que postergar las satisfacciones (esa postergación, según Max Weber, uno de los padres de la sociología moderna, era el principio que hizo posible el advenimiento del capitalismo moderno): ajustarse el cinturón, negarse otros placeres, gastar de manera prudente y frugal y ahorrar el dinero que se podía apartar con la esperanza de que con el debido cuidado y paciencia se reuniría lo suficiente para concretar los sueños.

Gracias a Dios y a la benevolencia de los bancos, ya no es así. Con una tarjeta de crédito, ese orden se puede invertir: ¡disfrute ahora, pague después! La tarjeta de crédito nos da la libertad de manejar las propias satisfacciones, de obtener las cosas cuando las queremos, no cuando las ganamos y podemos pagarlas.

A los efectos de evitar reducir el efecto de las tarjetas de crédito y del crédito fácil a sólo una ganancia extraordinaria para quienes prestan, la deuda tenía que (¡y lo hizo con gran rapidez!) transformarse en un activo permanente de generación de ganancia. ¿No puede pagar su deuda? No se preocupe: a diferencia de los viejos prestamistas siniestros, ansiosos de recuperar lo que habían prestado en el plazo fijado de antemano, nosotros, los modernos prestamistas amistosos, no pedimos el reembolso de nuestro dinero sino que le ofrecemos darle aun más crédito para devolver la deuda anterior y quedarse con algún dinero adicional (vale decir, deuda) para pagar nuevos placeres. Somos los bancos a los que les gusta decir "sí". Los bancos amistosos. Los bancos sonrientes, como afirmaba uno de los comerciales más ingeniosos.


La trampa del crédito

Lo que ninguno de los comerciales declaraba abiertamente era que en realidad los bancos no querían que sus deudores reembolsaran los préstamos. Si los deudores devolvieran con puntualidad lo prestado, ya no estarían endeudados. Es su deuda (el interés mensual que se paga sobre la misma) lo que los prestamistas modernos amistosos (y de una notable sagacidad) decidieron y lograron reformular como la fuente principal de su ganancia ininterrumpida. Los clientes que devuelven con rapidez el dinero que pidieron son la pesadilla de los prestamistas. La gente que se niega a gastar dinero que no ganó y se abstiene de pedirlo prestado no resulta útil a los prestamistas, así como tampoco las personas que (motivadas por la prudencia o por un sentido anticuado del honor) se apresuran a pagar sus deudas a tiempo. Para beneficio suyo y de sus accionistas, los bancos y proveedores de tarjetas de crédito dependen ahora de un "servicio" ininterrumpido de deudas y no del rápido reembolso de las mismas. Por lo que a ellos concierne, un "deudor ideal" es el que nunca reembolsa el crédito por completo. Se pagan multas si se quiere reembolsar la totalidad de un crédito hipotecario antes del plazo acordado... Hasta la reciente "crisis del crédito", los bancos y emisores de tarjetas de crédito se mostraban más que dispuestos a ofrecer nuevos préstamos a deudores insolventes para cubrir los intereses impagos de créditos anteriores. Una de las principales compañías de tarjetas de crédito de Gran Bretaña se negó hace poco a renovar las tarjetas de los clientes que pagaban la totalidad de su deuda cada mes y, por lo tanto, no incurrían en interés punitorio alguno.

Para resumir, la "crisis del crédito" no fue resultado del fracaso de los bancos. Al contrario, fue un resultado por completo esperable, si bien inesperado, el fruto de su notable éxito: éxito en lo relativo a transformar a la enorme mayoría de los hombres y mujeres, viejos y jóvenes, en un ejército de deudores. Obtuvieron lo que querían conseguir: un ejército de deudores eternos, la autoperpetuación de la situación de "endeudamiento", mientras que se buscan más deudas como la única instancia realista de ahorro a partir de las deudas en que ya se incurrió.

Ingresar a esa situación se hizo más fácil que nunca en la historia de la humanidad, mientras que salir de la misma nunca fue tan difícil. Ya se tentó, sedujo y endeudó a todos aquellos a los que podía convertirse en deudores, así como a millones de otros a los que no se podía ni debía incitar a pedir prestado.

Como en todas las mutaciones anteriores del capitalismo, también esta vez el Estado asistió al establecimiento de nuevos terrenos fértiles para la explotación capitalista: fue a iniciativa del presidente Clinton que se introdujeron en los Estados Unidos las hipotecas subprime auspiciadas por el gobierno para ofrecer crédito para la compra de casas a personas que no tenían medios para reembolsar esos préstamos, y para transformar así en deudores a sectores de la población que hasta el momento habían sido inaccesibles a la explotación mediante el crédito...

Sin embargo, así como la desaparición de la gente descalza significa problemas para la industria del calzado, la desaparición de la gente no endeudada anuncia un desastre para el sector del crédito. La famosa predicción de Rosa Luxemburgo se cumplió una vez más: otra vez el capitalismo estuvo peligrosamente cerca del suicidio al conseguir agotar la reserva de nuevos territorios vírgenes para la explotación...

Hasta ahora, la reacción a la "crisis del crédito", por más impresionante y hasta revolucionaria que pueda parecer una vez procesada en los titulares de los medios y las declaraciones de los políticos, fue "más de lo mismo", con la vana esperanza de que las posibilidades vigorizadoras de ganancia y consumo de esa etapa aún no se hayan agotado por completo: un intento de recapitalizar a los prestadores de dinero y de hacer que sus deudores vuelvan a ser dignos de crédito, de modo tal que el negocio de prestar y tomar prestado, de endeudarse y permanecer así, pueda retornar a lo "habitual".

El Estado benefactor para los ricos (que, a diferencia de su homónimo para los pobres, nunca vio cuestionada su racionalidad, y mucho menos interrumpidas sus operaciones) volvió a los salones de exposición tras abandonar las dependencias de servicio a las que se había relegado sus oficinas de forma temporaria para evitar comparaciones envidiosas.

Lo que los bancos no podían obtener –por medio de sus habituales tácticas de tentación y seducción–, lo hizo el Estado mediante la aplicación de su capacidad coercitiva, al obligar a la población a incurrir de forma colectiva en deudas de proporciones que no tenían precedentes: gravando/hipotecando el nivel de vida de generaciones que aún no habían nacido...

Los músculos del Estado, que hacía mucho tiempo que no se usaban con esos fines, volvieron a flexionarse en público, esta vez en aras de la continuación del juego cuyos participantes hacen que esa flexión se considere indignante, pero inevitable; un juego que, curiosamente, no puede soportar que el Estado ejercite sus músculos pero no puede sobrevivir sin ello.

Ahora, centenares de años después de que Rosa Luxemburgo diera a conocer su pensamiento, sabemos que la fuerza del capitalismo reside en su asombroso ingenio para buscar y encontrar nuevas especies de anfitriones cada vez que la especie que se explotó antes se debilita demasiado o muere, así como en la expedición y la velocidad virulentas con que se adapta a las idiosincrasias de sus nuevas pasturas. En el número de noviembre de 2008 de The New York Review of Books (en el artículo "La crisis y qué hacer al respecto"), el inteligente analista y maestro del arte del marketing George Soros presentó el itinerario de las empresas capitalistas como una sucesión de "burbujas" de dimensiones que excedían en mucho su capacidad y explotaban con rapidez una vez que se alcanzaba el límite de su resistencia.

La "crisis del crédito" no marca el fin del capitalismo; sólo el agotamiento de una de sus sucesivas pasturas... La búsqueda de un nuevo prado comenzará pronto, tal como en el pasado, alentada por el Estado capitalista mediante la movilización compulsiva de recursos públicos (por medio de impuestos en lugar de a través de una seducción de mercado que se encuentra temporariamente fuera de operaciones). Se buscarán nuevas "tierras vírgenes" y se intentará por derecha o por izquierda abrirlas a la explotación hasta que sus posibilidades de aumentar las ganancias de accionistas y las bonificaciones de los directores quede a su vez agotada.

Como siempre (como también aprendimos en el siglo XX a partir de una larga serie de descubrimientos matemáticos desde Henri Poincaré hasta Edward Lorenz) un mínimo paso al costado puede llevar a un precipicio y terminar en una catástrofe. Hasta los más pequeños avances pueden desencadenar inundaciones y terminar en diluvio...

Los anuncios de otro "descubrimiento" de una isla desconocida atraen multitudes de aventureros que exceden en mucho las dimensiones del territorio virgen, multitudes que en un abrir y cerrar de ojos tendrían que volver corriendo a sus embarcaciones para huir del inminente desastre, esperando contra toda esperanza que las embarcaciones sigan ahí, intactas, protegidas...

La gran pregunta es en qué momento la lista de tierras disponibles para una "virginización secundaria" se agotará, y las exploraciones, por más frenéticas e ingeniosas que sean, dejarán de generar respiros temporarios. Los mercados, que están dominados por la "mentalidad cazadora" líquida moderna que reemplazó a la actitud de guardabosques premoderna y a la clásica postura moderna de jardinero, seguramente no se van a molestar en plantear esa pregunta, dado que viven de una alegre escapada de caza a otra como otra oportunidad de posponer, no importa qué tan brevemente ni a qué precio, el momento en que se detecte la verdad.

Todavía no empezamos a pensar con seriedad en la sustentabilidad de nuestra sociedad impulsada a crédito y consumo. "El regreso a la normalidad" pronostica un regreso a vías malas y siempre peligrosas. La intención de hacerlo es alarmante: indica que ni la gente que dirige las instituciones financieras, ni nuestros gobiernos, llegaron al fondo del problema con sus diagnósticos, y mucho menos con sus actos.

Parafraseando a Hector Sants, el director de la Autoridad de Servicios Financieros, que hace poco confesó la existencia de "modelos empresarios mal equipados para sobrevivir al estrés (...), algo que lamentamos", Simon Jenkins, un analista de The Guardian de extraordinaria agudeza, observó que "fue como si un piloto protestara porque su avión vuela bien a excepción de los motores".

Nota Mié Ene 19, 2011 7:37 pm
fuentes: http://www.jornada.unam.mx/2011/01/09/sem-maciek.html y http://rebelion.org/noticia.php?id=120446



Entrevista a Zygmunt Bauman
Zygmunt Bauman, un transeúnte irlandés


Portada




Maciek Wisniewsky

La Jornada, nº 827, 9 de enero de 2011




'La Jornada Semanal' dialoga con Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010, sobre la esperanza, pesimismo, optimismo y la suerte de Europa. Retratado a menudo –también por sí mismo–, como un pesimista, Bauman logra combinar el escepticismo del análisis con un optimismo de la acción; renuente a hacer predicciones, jamás ha renunciado a la esperanza. Vivir sin esperanza en estos “tiempos oscuros”, como los llamó Hannah Arendt –dice Bauman–, es difícil; e igualmente es difícil vivir con una esperanza no anclada, no atada a un tiempo y un lugar determinado. Es como vivir con espíritu sin cuerpo. Además: la gente no le deja a uno quedarse con su esperanza tan vaporosa, pregunta e insiste: “¿en qué apoyas tu esperanza?”, “¿qué pruebas tienes para respaldarla?”. Bauman, nacido en 1925 en Poznań, en Polonia, en 1968 y a consecuencia de una campaña nacionalista y antisemita se vio obligado –junto con otros miles polacos de raíces judías–a abandonar el país. Se fue a Israel, pero detestando el nacionalismo que reinaba en este país (apenas huyó del otro nacionalismo), abandonó Medio Oriente y, después de las andanzas por otros continentes, en 1971 volvió a Europa para ocupar un puesto en la Universidad de Leeds, Inglaterra. Con el paso del tiempo se convirtió en uno de los más importantes pensadores europeos, cuya influencia trascendió las fronteras del viejo continente. No sólo finalmente ancló su vida en Europa, sino también apoyó buena parte de su esperanza en ella; a la vez se ocupó de estudiar y describir su cambiante condición. El resultado ha sido entre otros un libro: 'Europa. Una aventura inacabada' (Madrid, 2006). Bauman, que hizo de la modernidad su gran tema de estudio (en obras como 'Modernidad y holocuasto' o 'Modernidad líquida') argumenta en Europa...que fue la misma modernidad –ese “invento” europeo– la que hizo al viejo continente más débil: con el paso de la “modernidad sólida” hacia la “modernidad líquida”, Europa entró en una crisis, perdió las fuerzas y el control sobre el mundo. Sin embargo, esta debilidad pudo haber sido –según Bauman– una ventaja. Criticando a Estados Unidos –“un planeta de Fukuyama/Hobbes” donde predominaba la lógica de la fuerza militar–, el sociólogo polaco dirigía su mirada hacia la ue– “un (posible) planeta de Kant” de la paz perpetua, apto para actuar éticamente: la misma Europa que en el pasado desencadenaba guerras hobbesianas ("bellum omnium contra omnes"), una fuerza conquistadora de otros continentes podía ahora dedicarse a hacer de este mundo un lugar más hospitalario.



– ¿No resulta su análisis demasiado eurocentrista?

– Escribo y hablo más sobre Europa, porque la conozco mejor que otros continentes y porque siento una gran co-responsabilidad por sus actuaciones. A pesar de esto, a diestra y siniestra estoy pregonando el policentrismo del mundo actual y la necesidad de pasar de la integración de las naciones a la integración de toda la humanidad.

Una tarea indispensable, pero sumamente difícil, ya que el panorama general pintado por Bauman es poco alentador:

– Padecemos una falta de recursos, magnificada por la cantidad de tareas; una incompatibilidad de herramientas con metas. Todos sufrimos a raíz del divorcio del poder (Macht) con la política (Politik).


– ¿Dónde está su parte optimista?

– Hasta hace poco iba con conferencias a muchas partes: después de las presentaciones casi siempre alguien me preguntaba por qué soy tan pesimista; a menos que la conferencia estuviera dedicada a Europa, entonces me preguntaban: ¿por qué es tan optimista?


– ¿Cómo entender este contraste?

– La diferencia reside en el estatus cognitivo de los dos análisis: usted mismo alababa a Gramsci y a su llamado a contrarrestar "el pesimismo de la inteligencia" con "el optimismo de la voluntad" [véase Maciek Winiewsky, "Zygmunt Bauman: un pesimista insólito" en La Jornada, 12/ VI/ 2010]. Y Europa parecía tener precisamente esa voluntad: parecía saber qué era lo que quería y se preparaba para vencer al Goliath de la inevitabilidad con la honda davidiana de la voluntad. Sólo ella se ponía a resolver los problemas tratados por el resto de planeta como irresolubles, por ejemplo, la convivencia cotidiana con la otroedad sin demandar al otro que renuncie a ella.

En su largo ensayo titulado 'Does Ethics Have a Chance in a World of Consumers?' (publicado en español bajo el título 'Mundo consumo'), Bauman anota que el problema de esta convivencia ha sido tratado –¡ya en su dimensión planetaria!– por Immanuel Kant (en 'Idee zu einer allgemeinen Geschichte in weltbürgerlicher Absicht', un pequeño, luego olvidado librito de 1784), y puesto como un problema de la hospitalidad. Kant razonaba en términos muy simples: ya que nuestro planeta es una esfera, la gente no tiene a dónde huir, no puede deshacerse de otros y por lo tanto tiene que encontrar algún "modus vivendi".

Según el sociólogo polaco, antes el desarrollo de la modernidad permitía ignorar el problema de la "hospitalidad", pero ahora este se ha vuelto central: hoy más que nunca vivimos en una "interdependencia", dónde cualquier acción hacia los otros termina afectándonos a nosotros mismos.

Si más bien, según Bauman, este ideal de "hospitalidad" ha sido alcanzado por Europa (un continente de distancias relativamente pequeñas, con una gran diversidad cultural y religiosa), y ahora ésta podría transmitírsela al resto del mundo; después de la desintegración del sistema colonial, la misma Europa dejó de ser "hospitalaria" con los demás, convirtiéndose en "Festung-Europa", una fortaleza, debajo de cuyos muros mueren, por ejemplo, los migrantes africanos ahogados en el Mar Mediterráneo.



– En este sentido: ¿tiene todavía Europa algo que ofrecer al mundo?

– En mi libro sugerí que las experiencias ganadas en una brega de la “unificación de Europa”, podían hacer que ésta, una damisela muy acomodada, fuera apta para aportar a su renovado matrimonio con el mundo una dote que el cónyuge necesitaba como los pulmones el aire, pero podía pasar que el resultado fuera sólo el ejercicio de algo que Jürgen Habermas llamó Standortkonkurrenz: una competencia de Estados nacionales por atrapar el flujo del capital transnacional y un afán de sacar los mejores trozos de recursos mundiales disminuyentes. Frente a Europa, escribía, se presentaban dos estrategias de autodefinición y yo personalmente soñaba con la estrategia de “ambición y responsabilidad”. Resultó diferente: Europa optó por la “colectivización de los egoísmos nacionales”, que significa un Standortkonkurrenz global: una elección poco afortunada, pero de ninguna manera irreversible. Pero la amenaza de Europa de traicionar a su vocación y de desperdiciar su potencial benigno, no se limita sólo a estar obsesionada por el pragmatismo de Standortkonkurrenz. Bien nota usted: Europa, la casa natal de Kant, un profeta del mundo hospitalario, da al mundo de hoy un buen ejemplo de la... inhospitalidad. A la larga, esto significará su perdición. Se hace todo para sellar las puertas de la fortaleza y para atrapar a los intrusos: pero ellos también son las víctimas de Europa. Es gente llevada a la miseria por el estilo de vida inventada por Europa y luego exportada a otras partes, una forma de vida que produce a escala masiva gente prescindible, destinada a desperdicio: personas que son productos defectuosos de la “racionalización” y residuos del “progreso económico”. Antes, Europa, pionera de la “modernización”, se salvaba mediante las soluciones globales a un problema generado localmente; ahora les exige a otras partes del mundo, que fueron forzadas por ella a “modernizarse”, a que busquen soluciones locales a los problemas generados globalmente.

Si en el marco externo Europa optó por un auto-interés encima del deber ético, lo mismo parece pasar ahora en el marco interno: la UE, “una comunidad imaginaria” de los países iguales por encima de múltiples diferencias, al reaccionar a la crisis acentuó las diferencias y la competencia entre los países miembros. Aunque Jürgen Habermas, un filósofo quasi oficial de la UE, confía que la crisis de la euro zona despertará la conciencia por encima de las fronteras nacionales de compartir un “destino europeo común”, aquí sólo funcionó la lógica de “sálvese quién pueda”.


– ¿La reacción a la crisis financiera no ha negado “lo común” de Europa?

– ¿La comunidad cultural, identidad común, el amor mutuo, solidaridad? Todo esto apareció como lo que los ingleses llaman afterthought, como una reflexión después. Parecía un simple maquillaje de la ideología a los hechos. Recordemos que al nacer la Unión Europea, Monet, Schuman, De Gasperi, Adenauer o Spaak no pensaban en ningún “proyecto político” y menos en una “comunidad imaginaria”. Los padres fundadores de la UE hablaban sólo de carbón y de acero. Ya que la cultura necesita tiempo para alcanzar las cambiantes condiciones de la vida –el llamado cultural lag– la conciencia acerca de la comunidad de intereses no le sigue el ritmo a la coincidencia de intereses. La conciencia o la cultura existen a través de un constante hacerse. Por lo tanto, las siguientes crisis no nos encuentran preparados. A las nuevas situaciones respondemos con las viejas costumbres y la lógica “sálvese quién pueda” es quizás la más enraizada.

La crisis sirve ahora para aplicar las recetas ultraneoliberales: los gobiernos de Grecia o España congelan los salarios, desmantelan los derechos sociales y laborales. Planes de austeridad significan más incertidumbre para el mundo del trabajo y más garantías al capital: el proyecto dominante en Europa –sin duda alguna con vinculación con los cambios en la economía global– parece ser suprimir el trabajo y favorecer al capital.


– ¿Será que en este sentido Europa renuncia a la capacidad de proteger a sus ciudadanos de las consecuencias de la globalización negativa, un concepto que usted emplea para la globalización de finanzas y comercio, contrapuesto a la globalización positiva de las instituciones políticas, jurídicas y de justicia?

– Repito hasta el cansancio: las soluciones a los problemas globales, sólo pueden tener un carácter global. Europa no tiene ninguna culpa por no saber resolver estos problemas en su patio y con sus propios recursos; al fin y al cabo esto es una buena señal, ya que pone de manifiesto la irracionalidad del "proyecto Festung Europa". Lo único por lo que se puede y debe culparla es por no haber hecho lo suficiente, en realidad nada, para promover la “globalización positiva”. La suerte de Grecia o Letonia hubiera sido quizás peor sin la UE. Pero sin una decidida declaración a favor de la estrategia de "ambición y responsabilidad”, estaremos condenados a un eterno caminar desde la crisis hasta la crisis, de la catástrofe a la catástrofe.

Y “desde la crisis hasta la catástrofe” parece ser precisamente el sendero y la suerte actual de Europa: según Étienne Balibar, la crisis ha dejado en claro que Europa, como un “proyecto político” ya está muerta, y así quedará al menos si no es refundada desde nuevas bases. Por su parte Samir Amin afirma que la UE en cinco años dejará de existir. Pero según Bauman la parte fuerte de Europa ha sido siempre la habilidad de buscar soluciones.


– ¿Cómo buscamos y dónde? ¿Cuál es el futuro de Europa?

– A este tipo de preguntas, que me suelen hacer muy a menudo, respondo con este chiste irlandés: un conductor detiene el automóvil y le pregunta a un transeúnte por el camino a Dublín; el preguntado le contesta: mi estimado, si yo quisiera ir a Dublín, ¡no empezaría desde aquí! Pero, bueno, no tenemos otro lugar y al final hay que ir a este Dublín... Sin embargo, no teniendo el talento de un profeta, quizás no puedo ser más ayuda que aquel transeúnte irlandés. A diferencia de otros, como Balibar o Amin, no suelo tratar mi ignorancia como una razón suficiente para hacer predicciones y escribir necrologías. Los caminos de la futurología están marcados tanto por las tumbas de anuncios de muertes precipitadas, como por las de los nacidos muertos anuncios de sobrevivencia.


– Sea como fuere, la “aventura Europa” no se desarrolla como usted esperaba...

– ¿Me he equivocado poniendo mis esperanzas en ella? Quizás. Pero, ¿ha sido posible saber que era una equivocación, cuando la cometía? Poseer de antemano “la certeza” de la equivocación, sólo se puede por el precio de negar la confianza en la honda davidiana. Entonces, ¿qué pasa con la esperanza? La deposito en un hecho, de que en el estado actual del mundo, y quizás por primera vez en la historia de la humanidad, el instinto de supervivencia y el sentido moral dictan la misma cosa: o vamos a ayudarnos mutuamente a remar en este barco global donde todos estamos amontonados, o todos vamos a naufragar.

Nota Mié Ene 19, 2011 8:11 pm
fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/06/12/i ... on=opinion


Zygmunt Bauman: un pesimista insólito



Maciek Wisniewski. Periodista polaco.

La Jornada // 12 de junio de 2010



¿No que en vez del pesimismo, más bien necesitamos el optimismo y la esperanza?

Después de tanto triunfalismo capitalista, sin importar que ahora ande un poco apagado por la crisis financiera, y después de un prematuro optimismo antisistémico, encendido precisamente por la misma, un poco de pesimismo no nos vendría mal: sobre todo al estilo de Zygmunt Bauman, sociólogo polaco reconocido recientemente –junto con Alain Touraine– con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades por ser "uno de los máximos pensadores cuyos conceptos ayudan a entender el mundo en que vivimos".

Nacido en 1925 en Poznaf, en Polonia, profesor emérito de la Universidad de Leeds, Inglaterra, autor de más de cincuenta libros, Bauman es uno de los más influyentes teóricos y analistas de nuestras prácticas sociales, un "escritor de sociología", cuyo gran mérito consiste en causar el desasosiego entre los lectores haciéndolos pensar en su condición y en la complicada red de sus causas.

Su obra más importante es sin duda Modernidad y Holocausto, uno de los diez libros más citados sobre el Holocausto, dónde argumenta que éste no ha sido un accidente, una momentánea explosión de irracionalidad, ni una monstruosidad típicamente alemana, sino una consecuencia lógica del desarrollo de la razón moderna.

Dedicado a investigar entre otros temas el paso de la sociedad de productores hacia la de consumidores (más detalladamente en Trabajo, consumismo y nuevos pobres) es también uno de los máximos teóricos de la posmodernidad, pero nunca ha sido su apologista. Luego abandonó este término y acuñó dos nuevos: “modernidad sólida” y "modernidad líquida".

Jamás se deshizo del término "capitalismo", hablando de manera paralela del "capitalismo sólido" y "líquido" (o pesado y leve), para describir el paso del capitalismo industrial al financiero. Tampoco se volvió antimarxista, subrayando que aprendió mucho tanto de Marx como de Engels y que les es muy agradecido: desde luego el mismo concepto de la "liquidez" evoca a la increíble fuerza del capitalismo para "disolver todo lo sólido en el aire", imagen plasmada en el Manifiesto Comunista.

Desde hace unos años viene escribiendo una sola obra sobre este "cambio de estado" de la modernidad, dónde no sólo el capital se sube con su levedad o el mando pasa a las manos de las fuerzas extraterritoriales, sino que en el aire quedan disueltas también las viejas instituciones y reglas orden-constitutivas. A consecuencia de esto, nos quedamos sin las coordinadas fijas, condenados a una búsqueda individual entre las identidades y normas fluidas. Este opus maior lo da por entregas en libros como: Modernidad líquida, Sociedad sitiada, La vida líquida, La vida desperdiciada, Miedos líquidos, Amor líquido, Vida de consumo, El arte de la vida y otros.

Bauman se posiciona en ellos no sólo como un sociólogo, tratando de restablecer el vínculo perdido entre las “dolencias objetivas” y la “experiencia subjetiva”, sino también como filósofo y sicólogo, prefiriendo en vez de centrarse en datos y encuestas, registrar la atmósfera vaporosa en que flotan nuestras vidas perdidas. Para contarnos esta historia pide prestado tanto de sus colegas como Pierre Bourdieu, Richard Sennett o Ulrich Beck, como los escritores Italo Calvino, Milan Kundera o Josif Brodski.

A primera vista su literatura nos deja con una sensación de inmovilidad. Su diagnosis es densa y no deja mucho espacio para la actividad. Bauman, no nos ofrece ningún mensaje esperanzador: no hay promesas alentadoras, no hay predicciones fáciles, no hay recetas cómodas.

En un tono muy característico mientras aboga por recuperar la política, enseguida afirma que no hay un espacio público, donde ejercerla; cuando dice que es necesario organizarse para enfrentar la asimetría capital-trabajo, concluye que es un asunto global, y que aún no existen "los recursos globales para los problemas globales"; si en medio de la creciente individualización destaca a los movimientos sociales, concluye que estos no representan mucha alternativa y en el mejor de los casos sirven sólo para postergar un poco el paso del juggernaut capitalista.

La reciente crisis no ha sido, según él, una muestra del fracaso, sino del enorme éxito del capitalismo, que logró “entrenarnos” en la cultura de crédito; aunque ahora ha desaparecido la vieja “normalidad”, aún no hay otra que la sustituya.

A diferencia de por ejemplo Immanuel Wallerstein (¡a él sí le gusta hacer predicciones!) que dice que ahora es el momento e indica en qué dirección tendríamos que "empujar", para Bauman esta coyuntura es como cualquiera y no existe ninguna dirección en particular hacia dónde orientar nuestros esfuerzos...

Su análisis nos puede pesar sobre los hombros, pero no hay que quedarse con las manos cruzadas; aquí Bauman nos deja una tarea y una lección. Primero: estudiar la sociedad que emerge de manera desordenada de la globalizada, privatizada e individualizada condición humana y cuestionar su razón y moralidad. Y segundo: los procesos son productos de la decisión de la gente y no hay nada determinado e inevitable (como el Holocausto, determinado por la razón moderna, pero no ineludible).

Una vez hablando de la diferencia entre optimismo y pesimismo, decía que un optimista es el que piensa que este mundo es el mejor de todos los posibles y un pesimista es el que sospecha que el optimista tiene la razón. Pero él –junto a Claus Offe, de quien tomó esta postura– se abstrae de esta disyuntiva, creyendo, a pesar de su análisis negro, que el mundo puede ser otro e incluso mejor.

En este sentido el autor de Modernidad líquida parece encarnar "el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad", que pregonaba Antonio Gramsci.

Una mezcla así, es justamente la que necesitamos.

Re: BAUMAN, Zygmunt

Nota Vie Jun 12, 2015 12:02 pm




[Editado por el comité de RBM para incluir el enlace en el primer mensaje. Muchas gracias, compañero pauete.]

Saludos, ¿alguien tiene LEGISLADORES E INTERPRETES: SOBRE LA MODERNIDAD, LA POSMODERNIDAD Y LOS INTELECTUALES de Bauman?
Está editado por la Universidad Nacional de Quilmes, ISBN 10: 9879173163 / ISBN 13: 9789879173169.
La única versión, que se titula igual, está en portugués.
Gracias.


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