Iñaki Urdanibia, en "Las presencias de Epicuro", en Kaos en la Red, el 5 de enero de 2015, escribió:Es la clase de vida que llevamos, no su duración. No ganaríamos nada viviendo eternamente, pero lo ganamos todo viviendo rectamente- Epicuro
El filósofo que se rebeló contra la miseria y la supersitición-
Karl Marx (1) Hay pensadores, filósofos, cuyas posturas intempestivas han hecho que no conste, o lo hagan de pasada, en las historias oficiales de la disciplina
(2); es el caso de Epicuro (
Samos, 341 -
Atenas, 270 / antes de nuestra era común). Fueron sus posicionamientos materialistas (por la senda atomista de su maestro
Demócrito), la mirada centrada en el más acá, y más concretamente en el cuerpo, su elogio del placer como fin a perseguir por parte de los humanos para lograr la felicidad. Cabe añadir a lo anterior el que anduviese a su bola, es decir, alejado de los pensamientos filosóficos dominantes que se reunían en torno a la Academia platónica, y sus instituciones sucesoras, o el Liceo aristotélico, tampoco le granjeó las simpatías de los diferentes maestros; la fundación del célebre
Jardín en las afueras de Atenas en el que eran admitidos esclavos, mujeres, extranjeros y niños, como seres susceptibles de alcanzar el dominio sobre sí mismos, soliviantaban a las comunidades existentes que funcionaban con otros criterios más restrictivos. Estas son algunas de las señas de identidad que hicieron que el pensador fuese marginado y denostado con el recurso a las más demenciales falsedades que sin embargo colaron en la gente: papel destacado tuvo
san Jerónimo (uno de los primeros padres de la iglesia) que no se cortó ni un pelo (caridad y amor al prójimo mediante) al calificar a Epicuro y a sus seguidores de «puercos», por la defensa que estos hacían del placer. Dichas las cosas de tal modo daría por pensar que en el Jardín mentado se entregaban a todo tipo de comportamientos desfasados, a bacanales sin fin y… a
partouzes salvajes. Nada más alejado del fin de la comunidad y del pensamiento de su fundador.
Frente a las enseñanzas de
Platón y
Aristóteles (cúspide del pensamiento clásico griego) y con posterioridad del segundo de los nombrados surgieron unas corrientes de pensamiento que desplazaban el centro de gravedad de la filosofía, que pasaba de las preocupaciones físicas (por denominarlos al modo habitual: los presocráticos) o políticas (tanto
Platón como su discípulo,
el estagirita, dieron enorme importancia a la polis en sus
La República o
Las Leyes, respectivamente), a la búsqueda de la felicidad ya que si la polis (con
Alejandro) había devenido cosmópolis, y esta amplitud era pura locura tratar de abarcarla con la razón, el repliegue hacia pensar medidas más alcanzables parecía cobrar absoluta pertinencia, y éste se ciñó fundamentalmente a los humanos; así pues el paso de la polis a la cosmópolis dio lugar al tránsito del conocimiento de sí mismo (
gnóthi seauton) al cuidado de sí, al gobierno de sí (
epimeleia heautou) y las muestras son las escuelas que se pueden encuadrar en el llamado "helenismo" (escépticos, estoicos, epicúreos y cínicos). En ellas de daba un punto común (si exceptuamos a los nombrados en primer lugar cuyo pensamiento conducía, vía directa, hacia la disolución) que era el empeño por hallar el camino de la buena vida, del vivir mejor, consistiendo este objetivo en alcanzar la serenidad, hacer que los humanos lograsen una vida armoniosa, con la clara conciencia de que la vida es corta y que el tiempo que se vive es incierto.
Si había comenzado estas líneas refiriéndome a Epicuro y su Jardín, vuelvo a él. Decía
Spinoza que «nadie hasta ahora ha descubierto hasta donde llega un cuerpo», pues bien, el filósofo griego del que hablo reclamó los derechos al cuerpo, haciendo descender el placer de las nebulosas espirituales a la satisfacción de las necesidades del cuerpo… «de los deseos unos son naturales y necesarios. Otros naturales y no necesarios. Otros no son naturales ni necesarios, sino que nacen de la vana opinión»; los primeros son «aquellos que eliminan el dolor, como la bebida para la sed. Naturales pero no necesarios los que sólo colorean el placer, pero no extirpan el dolor, como los alimentos refinados. Ni naturales ni necesarios, por ejemplo, las coronas y la dedicación de estatuas». Basta lo dicho, siempre que la mente receptora del mensaje no esté retorcida por ejemplo con las prédicas jeronimianas, para ver que el "hedonismo" propuesto por Epicuro no era el propio de "sexo, droga y rock and roll", que diría el bueno de
Ian Dury, sino una ascética cuyos ejes serían la frugalidad, la sencillez, la huida del lujo y las gratuitas sofisticaciones, para ceñirse a la satisfacción de las necesidades corporales... que a la vez irían unidas a las espirituales (racionales), en la medida en que el sujeto que conoce lo que depende de sí o lo que depende de causas externas cobra ventaja para domar sus vanas pretensiones y mantener a raya sus desbordantes pasiones. Al fin y a la postre, la meta sería alcanzar la imperturbabilidad (la
ataraxia, como única vía posible para alcanzar la paz del alma; la supresión de los temores y de los deseos y lograr el acceso al verdadero placer), en los límites de la autonomía personal, no encerrada en unos límites egoístas, complementada por los lazos de amistad y compañerismo... De ahí el papel esencial que debía jugar la comunidad en la travesía hacia el bienestar y la vida mejor.
Para Epicuro los filósofos eran "médicos del alma", y en su labor no podían olvidar «el cuadrifármaco: dios no se ha de temer; la muerte es insensible; el bien es fácil de procurar; el mal, fácil de soportar»; «vacío es el argumento de aquel filósofo que no permite curar ningún sufrimiento humano. Opues de la misma manera que de nada sirve un arte médica que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tampoco hay utilidad ninguna en la filosofía si no erradica el sufrimiento del alma». Señalaba
Diógenes Laercio en su inevitable
Vida, doctrinas y sentencias de los filósofos ilustres que la filosofía epicúrea se dividía en tres partes: la parte canónica, que capta las reglas de lo verdadero, permitiendo fundar la ciencia; la parte física, que explica la naturaleza; y la parte ética... entrelazándose y complementándose las tres, y haciendo las dos primeras sean condición necesaria para el éxito de la tercera.
En un muy interesante libro que acaba de ser publicado,
Filosofía para la felicidad (Errata Naturae, 2014), quedan expuestas las tesis nombradas (que pivotan sobre la afirmación de que no se ha de temer a los dioses, el atenerse a los deseos naturales y necesarios, y en los ejercicios de meditación y concentración); no se han de ignorar de ninguna de las maneras las lecciones de absoluta actualidad que se pueden hallar en las páginas presentadas con respecto a la correlación que debe darse entre teoría y práctica (y como muestra de flagrante incoherencia el comportamiento de los políticos que exigen resignación e ímprobos esfuerzos, por el bien común, a los ciudadanos, mientras ellos llevan unas existencias de verdaderos pacas…). Ha de sumarse al interés del propio texto del sabio griego, los ensayos francamente contextualizadores de
Carlos García Gual (que a la vez es el traductor de los textos presentados),
Emilio Lledó y de
Pierre Hadot. No hace falta presentar a los tres nombrados, consumados especialistas en el tema: tanto el primero como el segundo autores de unos libros sobre el autor presentado
(3), y el tercero cuyo estudios se centraron en los "ejercicios espirituales" de las escuelas post-aristotélicas y de sus derivas en el cristianismo y el pensamiento neoplatónico de
Plotino. Por cierto, este último fue profesor en el
Collége de France al igual que
Michel Foucault, siendo ambos responsables, en cierta medida, del revival del helenismo y de su actualidad; con respecto al epicureísmo, Foucault en el curso 1981-1982, se refirió con amplitud a él (
Hérméneutique du sujet).
«Nadie por ser joven dude en filosofar ni por ser viejo de filosofar se hastíe. Pues nadie es joven o viejo para la salud de su alma. El que dice que áun no es edad de filosofar o que la edad ya pasó es como el que dice que áun no ha llegado o que ya pasó el momento oportuno para la felicidad. De modo que deben filosofar tanto el joven como el viejo», se lee en uno de los textos traducidos, "Carta a Meneceo"
[4].
En estos tiempos de auto-ayudas, de lecturas piadosas y curativas de los dolores del alma (
Bucay,
Rojas,
Coelho o… yo qué sé), de
coachings y demás gaitas que exigen que seamos felices (como un deber) y que denuncian a quienes no lo sean ya que ellos mismos serían los únicos culpables de su infelicidad( hasta llegado el caso de ciertas enfermedades), parece de indudable mayor interés, y eso sí menos milagroso, recurrir a los clásicos... huyendo igualmente de los tíogilitos que venden soluciones con discursos del tipo
Más Platón y menos Prozac.
Notas(1) Quede constancia de que la tesis doctoral de Marx versó sobre «Diferenca de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro».
(2) He consultado algunas historias clásicas de la filosofía y he constatado el espacio dedicado a Epicuro y su escuela. En la de La Pléyade (dirigida por Brice Parain), 15 páginas dedica Graziano Arrighetti al tema. Frederick Copleston, diez. En la de François Châtelet, Pierre Aubenque dedica 12 páginas. En la historia cuya compilación corre a cargo de D.J. O'Connor, 10 páginas; Johannes Hirschberger, 10; y en la de Henri Bréhier se dedican 20.
Puede señalarse, como contrapunto, las 50 páginas que se dedican al autor en el primer tomo de la Contre-histoire de Michel Onfray, quien reivindica la figura del pensador griego en otras de sus obras.
(3) Carlos García Gual, Epicuro (Alianza, 1981). En colaboración con María Jesús Ímaz, La filosofía helenística (Síntesis, 2007 / que anteriormente, 1987, había sido editada por Cincel).
Emilio Lledó, «El epicureísmo, una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad» (Montesinos, 1984).
(4) Siempre es de saludar la publicación de tal tipo de obras, más teniendo en cuenta que se trata de autores cuyos textos no fueron conservados, y hasta destruidos, y en consecuencia no están al alcance de los lectores. Ha de tenerse en cuenta además que algunas ediciones de textos epicúreos estarán descatalogados: una edición de Tecnos / Altaya de 1991 y otra de Temas de Hoy, de 1994.
Igualmente alguna presentación del autor y /o de su época son recomendables aunque me temo que estén fuera del alcance librero: «La rebelión de Epicuro» de Benjamin Farrington o «La filosofía helenística» de Anthony A. Long, que dedica unas jugosas páginas al pensador.