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El Cabrero

NotaPublicado: Dom Ene 10, 2010 6:19 am
por theiban
El Cabrero
España / Sevilla / Aznalcóllar (1972-presente)

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Introducción

    [fuente] José Domínguez Muñoz conocido como "El Cabrero" (Aznalcóllar, 19 de octubre de 1944) es una de las personalidades más significativas que ha dado el flamenco en los últimos 25 años. Sólo dos cantaores han sido definidos como "fenómenos sociales", debido a su impacto en los públicos más diversos: El Cabrero es uno de ellos. Su genialidad, talante, personalidad, postura vital y su compromiso con el cante sin aditivos y con los grandes temas que preocupan a la humanidad, hacen de él una figura única e irrepetible del cante jondo.

    Basa su repertorio en los palos más duros del flamenco, como la soleá, la seguiriya, las tonás así como el Fandango y su cante se caracteriza por su sobriedad, fuerza, autenticidad y por una apabullante personalidad que le permite recrear los estilos legados por la tradición imprimiéndoles su apasionado temperamento.

    El Cabrero inicia su andadura en 1972, con La Cuadra de Sevilla, en gira por España, Francia, Italia y Suiza. El éxito obtenido lo conduce a realizar, poco después, una serie de recitales en Suiza y Francia, pero, esta vez en solitario, el debut sería en el Théâtre de l'Atelier de Ginebra, en marzo 1973.

    En 1975 graba su primer disco. En 1980, ya con una enorme popularidad en su haber, gana dos Premios Nacionales en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba —por Soleá y por Malagueña— y su figura se hace habitual, año tras año, en todos los grandes festivales de Andalucía.

    En los años 90 participa en grandes festivales de World Music y de Jazz compartiendo cartel con artistas como Chick Corea o Gilberto Gil. Peter Gabriel lo incorpora a su gira USA/93, y realiza giras anuales en los principales teatros de Francia y Bélgica, interviniendo en programas estrella de televisión francesa y suiza como Nulle part ailleurs, Etoiles Palace o Rebus.

    Pastor de cabras y de vacas desde la infancia, El Cabrero sigue ejerciendo ese oficio, que se niega a abandonar, pese a ser, desde 1980, la figura del Cante Jondo más solicitada por los organizadores de festivales y uno de los artistas flamencos de mayor proyección internacional.

    Ha grabado 19 discos de Flamenco y dos de Tango rioplatense acogidos con emoción y respeto por los entendidos.
En su Web Oficial se escribió:Nace el 19 de octubre 1944 en Aznalcóllar, (Sevilla). Su madre, Carmen Muñoz Frías es oriunda de El Casar de Escalona, provincia de Toledo, su padre José Domínguez Márquez, de Alájar (Huelva), es hijo y nieto de humildes cabreros a sueldo. Con a penas seis años, José que es el mayor de tres hermanos, tiene que abandonar la escuela de párvulos para ayudar a su padre en el cuidado del ganado

Infancia dura dedicada al cuidado del ganado pero donde la música siempre está presente. De su madre, que canta bastante bien y es aficionada al cante de Manolo Caracol, aprende sus primeros sones flamencos. Con sólo 10 diez años comparte tertulia flamenca con los aficionados del pueblo y, siempre que se anuncia un espectáculo flamenco en los pueblos limítrofes, el pequeño José, acompañado de su madre o solo, va a escuchar a los artistas que componían entonces aquellas famosas troupes: Pastora Pavón, Fosforito, Pepe Pinto, Valderrama...

Su afición por el Flamenco no impide que José, adolescente, sienta una encendida pasión por Carlos Gardel y el Tango Rioplatense. Con 25 pesetas, que su padre le da cada semana, baja a Sevilla, en el viajero que lo lleva al Barranco, estación de autobuses. Allí, “en esas maquinitas de música que funcionaban con monedas”, escucha una y otra vez a Gardel: Cuesta abajo, Mano a mano, Volver… así, hasta que sólo le queda dinero para el viaje de vuelta a su pueblo. En esa época, descubre al que sería otra de sus grandes aficiones: Alberto Cortez.

Esa afición por la música no recibe el apoyo de sus padres que consideran que su porvenir está en el pastoreo. Aún así, José, cuando el gusanillo del arte “es más fuerte que tó”, abandona el ganao y aparece por las ferias y reuniones de los alrededores. Canta fandangos, Las Palmeras y silba con inusitado virtuosismo las músicas de Ennio Morricone y ya, en estas primeras apariciones públicas, casi siempre a modo de espontáneo, despierta expectación.

Vive plenamente entregado a su oficio de cabrero pero se desplaza, cada vez con más frecuencia, a los Festivales Flamencos y a la Feria de Sevilla, donde, en aquella época se podían escuchar grandes cantaores en las casetas. Siente auténtica veneración por Juan Talega y para escucharlo hace decenas de kilómetros a pie o en autostop a Sevilla o a Mairena del Alcor, para asistir al Festival Antonio Mairena. Se sabe todos los fandangos de su admirado Paco Toronjo y una noche, en al Feria de Sevilla, tiene la ocasión de hacer su primer mano a mano con el maestro del Alosno, que sería, andando el tiempo, un gran amigo.

El 7 de julio de 1966 contrae matrimonio con Manuela Ojeda, una joven de su pueblo con quien ya tiene una hija nacida a finales de 1964. La pareja se rompe a los pocos meses del enlace y José se vuelve a instalar en casa de sus padres donde, a cambio de la comida y el aposento, se hace cargo de la piara de cabras propiedad de la familia. Cumple el Servicio Militar en la Sierra de San Cristóbal, entre El Puerto y Jerez, donde pasa más tiempo encerrado en el calabozo, por indisciplina, que fuera de él. Entre los soldados hay muchos aficionados al cante y José, desde la garita de guardia, por el telefonillo que lo conecta con el cuartel, convierte las horas de guardia. en noches de insólitos recitales flamencos: soleares, seguiriyas y tonás al estilo de Juan Talega, Fandangos de Paco Toronjo, Cantes de las minas, cantes abandolaos, la caña, aprendidos de ese gran maestro pontanés llamado Fosforito... En el cuartel, los soldados se van turnando en la posesión o cercanía del telefonillo. Otras noches, él y su compadre “El Yuma”, se escapan a la aldea del Coyote, especie de barriada subterranea. En una des cuevas está el ventorrillo de Juan “el bizco”, buen aficionado al cante. Allí se reunían soldados y paisanos en improvisadas fiestas que duraban hasta media hora antes del toque de diana en la batería y donde José daba rienda suelta a su afición por las diferentes músicas.

Tras el servicio militar José vuelve a su oficio de cabrero pero se desplaza, ya con cierta asiduidad a a Sevilla a los lugares donde se escucha Cante. Frecuenta La Venta Vega, El Morapio y La Trocha... Si hasta entonces se había acompañado siempre con los nudillos, sobre la mesa, se va acoplando a la guitarra poco a poco. Conoce a Pepe Carrasco, letrista de casi todas las figuras de la época y asesor artístico de la Belter que le propone grabar un disco. José, que no tiene intención de dejar su oficio de cabrero “por ná”, rechaza la oferta.

A finales de verano, de 1971, José da un paso absolutamente trascendental en su trayectoria artística: por vez primera, intenta probar suerte en el mundo del flamenco. Vende las cinco cabras de su propiedad y compra un billete de tren Sevilla, Madrid. Había oído que, para triunfar en el cante, había que estar en Madrid pero la gran capital no es para él: no soporta el olor que despiden los coches, el ruido, el trasiego de gente, el hormigón... Tras a penas una semana decide volver a Sevilla. El dinero sólo le alcanza para comprar un billete hasta Córdoba. De allí a Sevilla, viaja custodiado por la guardia civil. Al llegar, sin un duro en el bolsillo, duerme bajo los soportales del estadio de fútbol del Sevilla y durante el día deambula por el barrio hasta que, por casualidad se topa con La Cuadra, de Paco Lira donde Salvador Távora y Alfonso Jiménez están montando el espectáculo “Quejío”. Paco Lira lo invita a quedarse en La Cuadra y, a los pocos días, Alfonso Jiménez Romero le ofrece participar en el espectáculo Quejío. Su cometido: el cante por seguiriya, por tonás y cantes de trilla. Acepta y se embarca con ellos en una gira por distintas ciudades españolas, de Francia, Italia y Suiza. Allí, en la ciudad de Ginebra, conoce a su futura compañera, Elena. hija de gallegos afincados en la capital helvética.

Pese a su afición, José no acaba de integrarse en el grupo y llega a la conclusión de que no puede seguir dedicándose al cante si no encuentra la manera de alternar esta actividad con su oficio de cabrero. Así, a finales del verano 1972, abandona definitivamente el grupo de La Cuadra de Sevilla.

Vuelve a la vivienda familiar y al cuidado del ganado de sus padres pero no encuentra su sitio y cuando, en octubre 1972, Alfonso Jiménez Romero le ofrece participar en su proyecto, “Oración de la Tierra”, acepta y se convierte, con Fernanda Romero, en el protagonista de la obra. Fernanda representa La Tierra, José, El Hombre: “Desde niño, me enseñaron que el pan que me comía tendría que arrancárselo a las mismas entrañas de la tierra”. Personaje y guión parecen inventados para él, sin embargo, como sucediera con Quejío, José siente que ninguna actividad, por gratificante que sea, le compensa si ésta lo obliga a desentenderse totalmente del pastoreo y, en diciembre, tras el estreno en Puebla de Cazalla, abandona el grupo y regresa a su pueblo.

Con los pocos ahorros obtenidos de sus dos experiencias teatrales, compra una tropilla de cabras y se instala, a principios de 1973, con Elena, su nueva compañera, en su pueblo, en casa alquilada y en la más absoluta pobreza.
En sus actuaciones con La Cuadra, José había dejado una profunda huella en los públicos y organizadores, aspecto que propició la organización, en invierno de 1973, de una serie de recitales en solitario en Francia y Suiza. En su debut, ya con el sobrenombre de EL CABRERO, en el Teatro de l’Atelier de Ginebra, abarrotado de público, interpreta: Soleá, Seguiriya, Malagueña, Tientos, Cartagenera, Serrana, Fandangos, Cantes de Trilla y Tonás. Uno de los más prestigioso críticos musicales suizos, Pierre Coullery, en un magnífico y emocionado artículo, lo define: EL CABRERO, UN DIÁLOGO SIN ARITIFICIOS

En 1974 participa en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba. Su presencia en el escenario provoca algunas risas y bromas entre el público: “Vaquero ¿dónde te has dejao el caballo?” Sin embargo, cuando comienza a cantar, se hace el silencio y a final, las palmas echan humo. Es seleccionado para la final pero no obtiene premio alguno. Tras esta presentación en el Concurso de Córdoba, comienza a ser solicitado por algunas peñas flamencas y como lo que dejan las cabras es insuficiente para cubrir las necesidades mínimas, José decide frecuentar de nuevo los reservados de la Venta Vega y el Morapio y el tablado de La Trocha.

En 1975, Pepe Carrasco le propone de nuevo grabar con Belter y esta vez, acuciado por la necesidad, acepta. El trato es una permuta: él graba un disco y la Cía Belter paga los gastos de clínica de su compañera que va a dar a luz al primero de los tres hijos de la pareja. En otoño sale al mercado “Así canta El Cabrero” con la guitarra de José Cala el Poeta. A los pocos meses de la publicación del disco, El Cabrero participa, con todas las grandes figuras del momento, en algunos festivales importantes y provoca un auténtico impacto entre el público.

Tras el éxito de su primer disco, en 1976 firma un nuevo contrato con Belter para tres nuevas grabaciones : “A esta tierra que es mi mare” (1976) y “Tierras Duras” (1977), con la guitarra de Eduardo de la Malena y “A paso lento” (1978) con Pedro Bacán.

A mediados de los 70, todavía vivo el dictador Francisco Franco, y cuando nadie en España se inquieta por la situación de las Vías Pecuarias, José se embarca, con la única colaboración de su compañera, en la reivindicación de las Cañadas, Coladas, Cordeles, Veredas, Descansaderos y Abrevaderos, que en su pueblo, al igual que en todo el territorio nacional, están usurpadas por los terratenientes y otros agricultores. Por este motivo es objeto de coacciones, amenazas y numerosos procesos de los que sale absuelto pero que, en ningún momento, suponen penalización alguna para los usurpadores. Hasta prueba de lo contrario, se puede afirmar que José Domínguez El Cabrero, ha sido el pionero de lo que, andando el tiempo, sería el Movimiento por la Recuperación de las Vías Pecuarias.

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En 1977 vuelve a participar en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba y tras su cante por soleá el auditorio estalla en una estruendosa ovación. En todos los corrillos se habla del premio por Soleá para el Cabrero. Pero el jurado, ofendido porque el cantaor, “además de llevar las botas manchadas de barro”, al inicio de su actuación se había dirigido al público pero no a los miembros del jurado, deja desierto el premio por Soleá, hecho que da lugar, en la noche de entrega de los premios, a una sonora protesta en el Gran Teatro de Córdoba

A principios de 1980 El Cabrero es ya una de las figuras más solicitadas en los festivales flamencos y, aunque confiesa ser totalmente contrario a los concursos, vuelve a participar en el de Arte Flamenco de Córdoba. Motivo: su inveterada manía de "no dejar las cosas a medio hacer”. Obtiene el Premio Nacional de Soleá, por unanimidad y el Premio Nacional de Malagueña, por mayoría. Los que votaron en contra, por considerar que si bien la malagueña estaba bien cantada, no se ajustaba a la ortodoxia, serían luego auténticos paladines de la con-Fusión mientras que El Cabrero seguiría, durante toda su carrera, profundizando en la hondura del cante clásico. Según palabras de Paco Vallecillo, miembro del jurado, el mejor cante de El Cabrero, en aquella edición del Concurso, fue la seguiriya pero, ya otorgados los premios por Soleá y Malagueña, a algunos miembros del jurado, encabezados por el ultra conservador Agustín Gómez, les parecía excesivo concederle a aquel rebelde, el máximo galardón: 3 premios nacionales y el cuarto, al cantaor más completo, según las normas del concurso.

Al día siguiente de la entrega de premios, en el Gran Teatro de Córdoba, José vuelve con sus cabras y es agredido por un guarda jurado en una vía pecuaria: Andaluza de Piritas, que explotaba, a cielo abierto, el yacimiento de pirita de su pueblo, había desviado, para su uso particular, un arroyo interrumpiendo el paso del ganado. José sabedor de sus derechos, se adentra unos metros por el único paso habilitado que está dentro de los terrenos de Andaluza de Piritas. El guarda de la empresa lo amenaza empuñando una tercerola que José le arrebata, tras un forcejeo, cuando ve que el guarda echa mano de un peine de municiones.

Tras dejar el ganado con un compañero, se apresura a entregar el arma y las municiones en el Cuartel de la Guardia Civil, con la intención de denunciar aquellas amenazas e intento de agresión. La Guardia Civil lo retiene en el cuartel, sin tomarle declaración, hasta la llegada del guarda con el abogado de la Empresa y redactan atestado de denuncias contra él, por “agresión a una autoridad”. Así, José pasa de denunciante a denunciado. Es encarcelado y puesto en libertad a los seis días, pero el Ministerio Fiscal califica los hechos de “atentado contra una autoridad” y pide para él, cuatro años, cuatro meses y un día de prisión, proceso del que resultaría absuelto por el tribunal de la Audiencia de Sevilla. La prensa, en general, informa ampliamente del suceso y se muestra a favor del cantaor. Toda la prensa, a excepción del cordobés Agustín Gómez, que mantiene, en diferentes medios de comunicación, la teoría de que el suceso había sido provocado por El Cabrero para procurarse más notoriedad

Pero la beligerancia del crítico conservador se muestra con mayor rotundidad aún, poco tiempo más tarde, cuando el cantaor es denunciado por blasfemia. a raíz de unos hechos acaecidos durante un festival en Alcolea de Córdoba, en el que también participaba Luis de Córdoba. El Cabrero, al sufrir una grava afonía, subió al escenario para disculparse y decir que tenía que renunciar a cantar por no estar en condiciones de hacerlo. El público, en su mayoría seguidores del cantaor, lo animó a cantar “aunque sea por señas”, así que lo intentó. Como la voz no le respondía, un grupito de “aficionados”, entre abucheos, lo increparon imitando el berrear de las cabras, a lo que José, impotente e indignado, respondió “Me cago en Dios, ¿No dije que no podía cantar?.." La inmensa mayoría del público lo apoyó con aplausos, los del berreido se fueron directamente a denunciarlo por aquella horrible blasfemia, ante la Guardia Civil. En los días posteriores Agustín Gómez, cual patético Torquemada, libró una furibunda campaña, en la radio contra el blasfemo dando rienda suelta a su ya conocida fobia contra el cantaor sevillano.

Tras celebrarse juicio, en Córdoba, y pese a que los propios denunciantes admitieron que se había tratado de una exclamación sin carácter ofensivo, el juez lo condena a 5 meses de arresto mayor y multa de 40.000 Ptas. Tras un recurso, la audiencia rebaja la pena a dos meses de prisión y el juez se niega a aceptar la remisión de la pena por lo que El Cabrero, en octubre de 1982, ingresa en la prisión provincial de Sevilla provocando tal escándalo y movilización social que a los 22 días de su ingreso en prisión, el gobierno de la UCD otorga un indulto extraordinario y el cantaor es puesto en libertad.

Durante el decenio de los 80 el mensaje de El Cabrero, plasmado en sus letras, se hace cada vez más contestatario mientras que en su estilo reivindica los valores tradicionales del Cante Jondo, sin aditivos, en un momento en el que buena parte de los llamados “flamencólogos” apuestan ya descaradamente por la fusión. En este caminar “a contra corriente”, El Cabrero se enfrenta a una feroz campaña de desprestigio a cargo de un puñado de críticos, bien conocidos de todos los seguidores del cantaor, campaña que es proporcional a la popularidad que el cantaor de Aznalcóllar alcanza a nivel nacional. Se convierte en una figura emblemática de los grandes Festivales de Flamenco y, mientras algunos medios lo califican de fenómeno social, los ya citados flamencólogos y sus alumnos, se empeñan en afirmar que la carrera del cantaor será breve. En 1988 se graba en Aznalcóllar, Bayonne, Sevilla (La Carbonería) y Marinaleda el documental EL CABRERO, EL CANTE DE LA SIERRA, de Béatrice Soulé. Este trabajo, que obtiene el Premio Especial del Jurado en el Festival de La Rose d’Or de Montreux (Suiza), es emitido por más de cuarenta cadenas en Europa, America, Asia y Oceanía mientras en España, ninguna cadena de televisión acepta emitir la cinta.

El decenio de los ochenta es el más fértil de su carrera, en lo que a grabaciones discográficas se refiere. Con Antonio Sousa, su guitarrista habitual, graba “A mí me llaman Cabrero”, “Dale Alas”, “Luz de Luna” y “Le sigo cantando a Huelva” participando también en estos dos últimos, Pepe Habichuela y Juan Díaz. Con José Luis Postigo, que sustituiría a Antonio Sousa como guitarrista “de cabecera”, graba “Que corra de boca en boca” y, en 1988, “Encina y Cobre”, con Paco del Gastor iniciando con éste una colaboración artística que duraría más de 12 años.


Comentario personal

    No hay que perder de vista a este artista malabarista del cante jondo flamenco y cabrero de profesión que ha revolucionado el flamenco con su cante rebelde: José Dominguez, El Cabrero.

Ficha técnica
    Género: Flamenco




Discografía




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Relacionado:

    Portada
    El Cabrero. Le chant de la sierra
    Filmoteca de no ficción. (Francia, 1988)
    Dirección: Béatrice Soulé, Amar Arhab, Martine Voyeux
    Documental rodado en el año 1988 por una productora francesa con colaboración de una cadena de TV. Obtuvo el Premio Especial de la Crítica en el prestigioso Festival de la Rose d’Or de Montreux. Emitido por cadenas de 43 paíse...

Re: El Cabrero, Flamenco Rebelde

NotaPublicado: Dom Ene 10, 2010 10:53 pm
por KaOs
Yo le conozco porque colabora en el directo "Algazara" de los Reincidentes :lol:


NotaPublicado: Lun Ene 11, 2010 12:05 am
por Duarte
Tremendo. No se me ocurre otro adjetivo. ¿No tenemos nada suyo en el foro de música?






Re:

NotaPublicado: Lun Ene 11, 2010 12:07 am
por KaOs
Duarte escribió:Tremendo. No se me ocurre otro adjetivo. ¿No tenemos nada suyo en el foro de música?

Que yo sepa no, es terreno virgen. Que alguien se anime :P

NotaPublicado: Sab Ene 16, 2010 4:51 pm
por Ivanjoe
Como el viento de poniente

ORIGINAL


VERSIÓN DE MAREA EN DIRECTO

El Cabrero [Flamenco]

NotaPublicado: Lun Nov 01, 2010 12:17 pm
por theiban
Fotos de su concierto en el Teatro Compac por el Centenario de la CNT en URL:
http://www.tiffotos.com/cabrero-cantaor/

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Re: El Cabrero, Flamenco Rebelde

NotaPublicado: Lun Oct 29, 2012 8:42 pm
por Ivanjoe

Re: El Cabrero

NotaPublicado: Dom Ago 13, 2017 7:39 pm
por Ivanjoe
Israel Viana, en el número de agosto de El Salto escribió:
“Si otros cantaores ven el mundo perfecto, que sigan cantándole a la Feria de Sevilla”

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El cantaor sevillano El Cabrero repasa, a sus 72 años, una vida llena de luchas y vetos políticos por utilizar sus fandangos, seguiriyas y tonás como arma para criticar los abusos del poder, sin dejar nunca el oficio de pastor al que se ha dedicado desde los seis años.

Texto: Israel Viana
Fotografía: Juan Pablo Pereda


“El miedo me hizo rebelde, en vez de hacerme borrego”, canta José Domínguez (Aznalcóllar, Sevilla, 1944) en una de sus letras más famosas. De pequeño le decían sus padres que las paredes oían. Por eso nunca le hablaron en casa de sus dos tíos fusilados por ser republicanos. Ni de un tercero que tuvo que huir a Francia tras la guerra. Tampoco de cuando su madre —la misma que le llevaba de niño a escuchar a Pastora Pavón, Fosforito, Pepe Pinto o Juanito Valderrama— fue obligada a ingerir aceite de ricino, rapada y paseada por el pueblo como a una bestia. Durante su infancia todo era miedo a su alrededor. “Pero a mí, en vez de amedrentarme, me hizo más rebelde. Con nueve años, la Guardia Civil ya dijo que yo era un insurrecto, porque no les obedecía”, contaba hace años El Cabrero.

“No levantaba ni dos palmos del suelo y ya me rebelaba contra lo que veía injusto”, asegura ahora, en esta entrevista a El Salto. Por eso quiso José que su arte se convirtiera en un arma de doble filo con el que criticar los abusos del poder y reivindicar el papel de los oprimidos. Eso fue lo que le encasilló como “cantaor político” o “fenómeno social”, ganándose sobrenombres tan ridículos como el de “cantaor de la Transición” o el Johnny Cash del flamenco. Apelativos que él siempre rechazó, pero que ayudaron a agrandar su leyenda a lo largo de casi cincuenta años de carrera.

En los años 80, ya era la figura del cante jondo con más proyección internacional. En los 90 participó en los festivales de world music y jazz más importantes del mundo, compartiendo cartel con artistas como Chick Corea o Gilberto Gil. En 1993, Peter Gabriel lo incorporó a su gira por Estados Unidos.

Y todo ello sin abandonar la profesión a la que se ha dedicado en cuerpo y alma desde que, con seis años, tuvo que abandonar la escuela para ayudar a su padre con el rebaño. Aún hoy, a sus 72 años, saca todos los días a sus cabras, desde que sale el sol hasta que se pone, si no está de gira.

“Ha sido exagerado. En el concierto que había menos público acudieron más de 30.000 personas. Algo grandioso. El flamenco está a la altura de cualquier música y donde menos se aprecia es en España”, lamentaba en 1993 en ABC, a causa de sus actuaciones al otro lado del Atlántico. Ni su simpatía con el movimiento anarquista ni su afiliación a la CNT le hacían callarse ante el diario monárquico por excelencia, en una entrevista en la que también criticaba el boicot sufrido desde medios como TVE y Canal Sur: “No entiendo por qué lo hacen. Que se busquen como compañero a otro embustero. En una reunión de frescos, el que molesta es el borracho, pero en una reunión de borrachos, es el fresco el que molesta”.

Fue esta actitud rebelde y salvaje la que le hizo ganarse el favor del público, pero también el veto por parte de políticos y compañeros de profesión, que lo preferían lejos y con la boca cerrada. Pero callarse nunca fue con él. “Mis letras son el retrato del mundo que he trillado, a fuerza de echarle pasos”, explica ahora a El Salto.

Pasos que le han llevado al calabozo en no pocas ocasiones a causa de su reivindicación de las cañadas, veredas y abrevaderos públicos que estaban siendo usurpados por los terratenientes y otros agricultores. ¿Es que no iban a poder pastar sus cabras en libertad por donde lo habían hecho siempre?

Tampoco le callaron en 1982, cuando acabó con sus huesos en prisión acusado de blasfemia durante un concierto: “No tengo más cojones que dejarme llevar a la cárcel, pero me revienta que sea en nombre de su dios, en el que no creo. Estos inquisidores me han condenado por lo que canto y lo que soy, no por lo que dije en Alcolea del Río”, reprochaba tras ser detenido ante un redactor de Diario 16.

“Fue un momento muy duro, yo no me sentía culpable de nada”, recuerda 35 años después. Aquello le privó durante un tiempo de cantar y sacar a su ganado, lo único que ha querido hacer siempre. Nunca buscó otra cosa. Ni publicar discos, ni hacer giras lejos de casa, ni realizar entrevistas —conseguir ésta ha costado varios meses de llamadas y correos electrónicos—, ni tampoco recibir medallas, como le recordaba el pasado viernes al público, durante un concierto en Alcaucín (Málaga), tras el cual se detenía a charlar con los aficionados sobre Karl Marx o la corrupción del PP y PSOE.

Y si aceptó lanzarse a aquella vida ajetreada de focos y festivales fue, al principio, por necesidad. De hecho, la primera vez que a José Domínguez le ofrecieron grabar un disco, lo rechazó. ¿Para qué, si no quería abandonar por ná el oficio de cabrero? Pepe Carrasco tuvo que esperar hasta 1975 para proponérselo de nuevo y conseguir que firmara. El acuerdo al que llegó con este asesor de Belter —además de letrista de Camarón y de casi todas las figuras de la época— consistió en realizar aquel álbum a cambio de que la discográfica le pagara los gastos de la clínica a su compañera, Elena, en el parto del primero de sus tres hijos.

Fue también la necesidad lo que le llevó, antes de ese debut, a marchase a Sevilla para cantarle sus penas a los señoritos a cambio de unas monedas, cuando vio que era imposible mantener su casa sólo con los animales: “Ellos se divertían y eso era denigrante, pero en casa no había nada”, cuenta El Cabrero en su blog donde recuerda la noche que, en la venta de El Morapio, uno de aquellos clientes con dinero le metió “veinte duros en el bolsillo de la camisa” tras tenerle toda la noche seguiriya para arriba, fandango para abajo. “Le dije que el precio a mí trabajo lo ponía yo: que aquello valía, para mí y para guitarrista, 1.500 pesetas. Cuando Antonio Sanlúcar vio que el tío se ponía farruco y que yo me iba para él, me dijo que se le había nublado la vista. Luego, cuando el otro me dio las 1.500 pesetas y las repartí con él, se le salían los ojos de las órbitas. Desde ese día, cuando entraba en la venta, los artistas me decían con admiración: ‘Ahí viene el que se lo lleva to‘”.

¿Recuerda cómo se sintió usted ante aquel trato con Belter, en 1975, para grabar su primer disco?

Yo no sabía cómo funcionaban las discográficas, así que no tenía opinión. No tenía interés en grabar, sólo quería vivir dignamente con lo que dejaban las cabras, pero, qué va, era imposible. No teníamos ni para pagar un médico. Yo no podía consentir que Elena diera a luz en esas condiciones y no lo dudé. ¿Que cómo me sentí con aquel trato? Como el que ha hecho lo correcto. Elena estuvo bien atendida y sobraron algo más de mil pesetas, que nos hacían mucha falta, pero para que el trato se cumpliera, se las dejamos de propina al personal.

En fandangos como “De la vía y la muerte”, de 1983, retrata a un hombre con principios, libre, que lucha por unos ideales cueste lo que cueste. ¿Encuentra usted hombres así en la sociedad actual?

Claro que sí, hay gente con principios, que lucha por sus ideales y por su parcela de libertad. No suelen mandar… Será que no lo ambicionan o que no lo consiguen, pero son un ejemplo para los que están a su alrededor. Pero abundan más los que se han dejado contaminar, no sólo jóvenes, tíos de mi edad, abuelos que parece que no han vivido. Personas despegadas del mundo y pegadas a una pantallita, que parece que sirve para enterarse de todo menos de lo que pasa a dos metros de donde están.

¿No hablan sus letras, entonces, de un mundo que ya no existe?

¡El mundo habrá cambiao pa peor! Yo no recuerdo cantarle a algo que no existe, no lo he hecho nunca. Ni tampoco a algo en lo que no creo. Y claro que aquellas letras de los 80 están de actualidad hoy en día. ¡Si parecen recién hechas! “Hasta llegar al poder, van prometiendo la luna”, “piden tierra y se la niegan, tierra para trabajar” o “ahora le voy a cantar a la que nunca existió: la paloma de la paz”.

¿No ha sentido la necesidad de adaptarlas para hablar de la crisis actual?

No. Lo que hago es echarle mano a las que van surgiendo con el paso del tiempo, según lo que siento y veo a mi alrededor. Y aunque son nuevas, también podría haberlas cantado antes, y siempre. Parece que estamos dándole vueltas a la noria, como el mulo, con los ojos tapados. Por ejemplo: “Que devuelvan el dinero, que se llevó el capital, que están ricos los banqueros y también la patronal, esa que explota al obrero”. Yo lo veo así.

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El Cabrero, en directo. Foto: Daniel Fernández.


¿Por qué entre su público hay muchos jóvenes rockeros, heavies, punkies y hippies, haciendo usted un flamenco tan puro y clásico?

No lo sé. Más de uno me dijo que mi voz y mi actitud eran muy rockeras, pero yo soy flamenco. Esa gente, los del rock, son más apasionados por la música de lo que yo pensaba. Seguro que por mi imagen no es, que no sé qué tiene de especial. En Andalucía, en el campo, siempre se ha llevado el pañuelo al cuello pa los suores y sombrero o mascota, que por aquí hace sol casi todo el año.

¿Pero su público fue siempre así?

Mi público siempre fue flamenco, como el de los demás cantaores de mi tiempo, aunque también viniera mucha gente joven, y niños con sus padres o abuelos, que hoy vienen con sus propios hijos. Fue después de mi colaboración con Reincidentes y tras esa versión que Marea hizo de “Como el viento de poniente”, cuando empecé a escuchar silbidos muy fuertes al terminar los cantes. ¡Al principio pensé que protestaban! Pero también escuchaba los “oles” y los gritos de “puto amo”. Lo mejor es que los rockeros que me siguen saben escuchar un cante por soleá o una seguiriya con respeto. Les gusta el cante jondo, sin aditivos.

En la letra, precisamente, de “Como el viento de poniente”, canta usted: “Siempre fui esa oveja negra que supo esquivar las piedras que le tiraban a dar. Y entre más pasan los años, más me aparto del rebaño, porque no sé a dónde va”. ¿Tantas piedras le han tirado a lo largo de su carrera?

Muchas, pero la mayoría las he podido esquivar. Alguna me ha dao de refilón, pero no me ha tumbado. Ahí sigo, de encina en encina y cada día más apartado del rebaño.

¿Se ha sentido vetado alguna vez?

¡El más vetado en siete Estados! Pero ése es el precio a pagar por salirse del redil y lo da uno por hecho. Mi carrera se ha construido gracias al público y por él sigo aquí. ¿Qué sentido tiene vetarme en la Bienal, en esos grandes eventos organizados con el dinero público de la Junta de Andalucía o en muchos ayuntamientos donde me reclama la afición desde hace años? Hasta la Junta ha llegado a publicar una guía del flamenco donde están todos los artistas menos yo. ¡Eso es ridículo!

¿Recuerda cómo se sintió durante aquella condena a prisión por blasfemar, en 1982, cuando se le escapó un “me cago en dios” producto de la impotencia?

Cabreado e impotente. Fue en Alcolea del Río y me encerraron porque era yo, no por lo que dije. Allí no hubo ningún escándalo público. A los pocos meses me volvieron a contratar y, cuando me fui a disculpar, los aplausos no me dejaron terminar. Hubo mucha movilización social y, en vez de dos meses, sólo estuve tres semanas en la cárcel. Seguro que hoy me hubiera tragado los dos meses, porque hemos retrocedido en solidaridad y también en libertades y derechos.

En los años 80 también fue juzgado en varias ocasiones por invadir sembrados, veredas y cañadas. Estaba usted convencido de que no se respetaban esas zonas necesarias para pastorear. ¿Toda aquella lucha le produjo más frustraciones que alegrías?

Comencé a reivindicar las vías pecuarias en 1974. Ni los abogados sabían qué eran las vereas, pero yo sí. Y ganamos todos los juicios, que fueron muchos. Durante años estuve solo, con la ayuda de Elena. Y la cosa llegó hasta las Cortes y al Parlamento de Andalucía. Y luego llegaron los ecologistas… ¡Yo sé bien las veces que acabé en el cuartel de la Guardia Civil y ante el juez! Hoy algunas de esas veredas las han recuperado. Otras están amojonadas, pero siguen usurpadas y borrachas de química, mientras que otras, igual que en 1974, siguen sin amojonar y usurpadas.

El único movimiento que veo hoy al respecto son las borregas que, una vez al año, recorren el Paseo de la Castellana, que es una vía pecuaria. Pero eso es una tortura para los animales, por ese asfalto. Que se lo pregunten a ellas si no. Yo no consentiría que hicieran eso con mis cabras. Las luchas hay que librarlas en el tajo, en las veredas, en los abrevaderos y en los descansaderos.

¿Le ha perjudicado estar siempre alejado del poder político?

La cuestión es que he estado siempre alejado y, además, he sido crítico con todos los que han tenido el poder. Cuando acabo de cantar siempre vuelvo con las cabras y no me relaciono. Algunos dicen que soy un cantaor político, pero los políticos son los que comen del pesebre y se hacen fotos con los que mandan, y no yo, que lo que hago es cantar lo que siento y guardar cabras. ¿Que si creo que me ha perjudicado? No es que lo crea, lo sé. Pero eso lo sabía desde el primer día y no me arrepiento.

¿Por qué cree que se enganchó de pequeño a los palos más tristes del flamenco (soleás, seguiriyas, tonás), aquellos que hurgan en las penas, el desamor o la muerte, y no a los más alegres?

Cada uno echa por la boca lo que lleva dentro, según su personalidad, y la mía no ha variado. No levantaba dos palmos del suelo y ya me rebelaba contra lo que veía injusto. Y aunque nunca he sido yo muy fiestero, también me gusta escuchar bulerías o cantes de Cádiz. Me gusta todo el flamenco, pero hay cantes que no van con mi forma de sentir ni con mi voz.

¿Nunca le han disgustado letras de otros cantaores a los que usted admira?

Bueno, en lo que cantan otros no me meto, ni me entretengo en lo que hacen, pero sí que hay letras flamencas que yo no cantaría, porque no las siento. Con eso me basta: ni me gusta que me digan lo que tengo que cantar, ni yo soy juez del repertorio de mis compañeros.

A veces da la sensación de que algunos cantaores están, en lo que respecta a las letras, desapegados de lo que ocurre en el mundo.

Pues no lo sé, porque lo que pasa en el mundo está a la vista. ¡Y lo que no se ve! Una vez un periodista me preguntó sobre qué pensaba de las críticas que otros cantaores hacían a mis letras. Le respondí que yo veía muchas injusticias y que si estos compañeros pensaban que el mundo era perfecto, que siguieran cantándole a los farolillos de la Feria de Sevilla. Libertad para que cada cual cante lo que quiera. Yo me preocupo de decirle al público “mis” verdades y, si alguna vez me equivoco, procuraré rectificar.

¿Ha cambiado mucho el mundo del flamenco desde que usted empezó en el tardofranquismo hasta ahora?

Durante el franquismo poco conocí del flamenco. Lo de La Cuadra, que llevaba un mensaje de rebeldía, y cuando iba a cantar a las ventas, que era todo lo contrario. Fiestas de señoritos y mucha miseria. Fue en el 77 cuando empecé en los festivales. Había muchos y buenos en Andalucía. Y en los 80 fue enorme la cantidad que hubo, uno casi en cada pueblo. Era una maravilla.

Luego la Junta se hizo cargo de distribuir el pienso y fueron perdiéndose esos festivales de los pueblos y naciendo otros en el extranjero con el dinero de los andaluces. Otra diferencia es que, entonces, cantaban quienes decidían las peñas y los directores de los teatros. El sitio de figura había que ganárselo entre los demás, gracias al público y no a base de apoyos políticos o a golpe de televisión. Tú dirás si ha ido para mejor o para peor. Si se le pudiera preguntar al flamenco, creo que diría que para peor.

Porque la cantera siempre ha estado en los pueblos y ahí es a donde hay que llevar el flamenco. Cuando Andalucía esté abastecida de cante, baile y guitarra, que se lo lleven a donde quieran. Pero si lo llevan a Nueva York, si es posible que lo paguen los neoyorquinos, como aquí se paga a los músicos que vienen de allí.