El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950)
Publicado: Lun Dic 18, 2017 12:19 pm
El crepúsculo de los dioses
Sunset Blvd. / Sunset Boulevard
Billy Wilder (EE.UU. de América, 1950) [B/N, 110 min]
(wikipedia | filmaffinity)
Sunset Blvd. / Sunset Boulevard
Billy Wilder (EE.UU. de América, 1950) [B/N, 110 min]
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Sinopsis:
- [fuente] Joe Gillis es un joven escritor de segunda fila que, acosado por sus acreedores, se refugia casualmente en la mansión de Norma Desmond, antigua estrella del cine mudo, que vive fuera de la realidad, acompañada únicamente de su fiel criado Max. A partir de ese momento, la actriz pretende que Joe corrija un guión que ella ha escrito y que va a significar su regreso al cine.
Comentario personal:
- Hablábamos anteayer de "El crepúsculo de los dioses" y la pesada carga del ego. De esa ex-diva de "Memories" que vivía el refuerzo positivo permanente de su popularidad como una adicta y que, al expirar su carrera, se autoinducía el chute de egolatría recreando una fantasía por la que el tiempo no pasaba.
En esta película, el protagonista, Joe Gillis, descubrirá un caso gemelo al adentrarse en el universo doméstico de una celebridad caída, la actriz Norma Desmond: «no quería discutir con ella: estaba sonámbula, y si la despertaba podía caerse. Eso era. Seguía andando dormida por las alturas de su carrera perdida. ¡La gran Norma Desmond! ¿Cómo podía vivir en aquella casa abarrotada de Normas Desmond?».
No hay salida en meter la cabeza en el culo, ni en proyectar nuestro Yo en el Otro, como hacen los borrachos cuando descargan su desdicha en el mesonero; o esa mayoría que busca aprobación o reparte odio en la barra digital, de twitter a instagram. La esperanza está en elaborar con el Otro la solución, arremangarse, organizarse con él, lo que forzosamente empieza por reconocerle tal y como es: no avasallar, autolimitarse, ceder el ego propio para que entre el otro y poner el eje de referencia en un nosotros compartido.
Cuando decimos que la organización es terapéutica si se plantea bien, es porque la acción colectiva potencialmente lo es. Son la prueba las luchas por el trabajo o la vivienda, donde se pasa de sufrir en soledad a crear en colectividad.
Jimena O., en "La mayoría de las personas que sufren depresión tienen este problema: un Yo excesivo que termina por enfermarlas", en Pijama Surf, el 24 de octubre de 2016, escribió:[...] En La agonía del Eros, el filósofo de origen coreano Byung-Chul Han descubre la depresión como una enfermedad narcisista, esto es, un exceso de Yo que deviene enfermedad. Como en el mito griego, el sujeto contemporáneo únicamente se ve a sí mismo, reflejado en esa multitud de espejos en que se ha convertido todo aquello donde antes había una presencia. “El mundo se le presenta sólo como proyecciones de sí mismo”, dice el filósofo a propósito de este sujeto que parece haber perdido la capacidad de reconocer a otro: otro que no es como él, otro que vive en circunstancias distintas, otro que piensa diferente, otro que habita de otra manera el mundo, etc. El resultado: un infierno de lo igual donde no hay espacio para ese otro, sino únicamente para un Yo que por no tener el límite del Otro, no es posible satisfacer.
El Cronista Sentimental, en "La fábula metacinematográfica (IV): el cine dentro del cine", en El Diario.es, el 2 de noviembre de 2017, escribió:[...] La década de los cincuenta, la de la reconstrucción tras la Gran Guerra, la de la pesadumbre, la culpa y el drama existencial, se lanzaría con el agudo filo de la crítica y la sátira; ácidas obras maestras dejan al desnudo el censurable muladar que esconde el glamour de Hollywood: "El crepúsculo de los dioses" (1950) de Billy Wilder, "Cautivos del mal" (1952), de Vincente Minnelli o "La condesa descalza" (1954), de Joseph L. Mankiewicz son apasionantes muestras de ello.
Óscar Bartolomé, en "'El crepúsculo de los dioses', una película de Billy Wilder", en El Parnasillo, en fecha indefinida, esos descuidos constantes de la red, que quiere desconocer el tiempo y la Historia, escribió:[...] "El crepúsculo de los dioses" –que a menudo se confunde por razones de proximidad semántica con el filme de Visconti "La caída de los dioses" o incluso con la obra de Nietzsche El crepúsculo de los ídolos– representa, quizá, el guión literario más inspirado que jamás se haya escrito para el cine. Billy Wilder y Charles Brackett, que fue quien produjo la película, unieron su talento para recrear de una manera descarnada el funcionamiento de Hollywood, donde las ambiciones de un guionista audaz y bisoño pronto se ven truncadas por el interés puramente pecuniario de un ejecutivo ignaro e indolente que disfruta de la molicie de su vida tostándose la espalda en una suntuosa mansión de Los Ángeles. Esta crítica mordaz de Wilder –alguien que conocía bien las penurias inherentes a todo guionista que quiere hacer realidad su sueño de ver su nombre en los títulos de crédito de una película– no fue, como era de esperar, bien acogida por los jerarcas de la Meca del cine.
[...] "El crepúsculo de los dioses" es una película poblada de anécdotas estrictamente cinematográficas, y eso se debe, en buena manera, a que contiene un importante discurso metalingüístico. La protagonista es Norma Desmond, una estrella del cine mudo que se extinguió con la aparición del sonido, allá por el año 31; es decir, lo mismo que le pasó a Gloria Swanson, actriz que llevó a la pantalla al personaje. Ella no fue la primera opción de Billy Wilder, quien pensó en primera instancia en Mae West, icono sexual de los años 20, pero al final no pudo menos de elogiar las dotes interpretativas de Swanson, que cumplió a la perfección con lo que él buscaba. Si bien su actuación puede parecer un poco histriónica por momentos, también es verdad que el personaje está atrapado por las mucilaginosas telarañas de una fama mal digerida que dispara su ego hasta la locura y el paroxismo.
Tan sorprendente o más que esta coincidencia es que el mayordomo de Norma, el leal y lacónico Max, lo interpretara Erich von Stroheim, el hoy en día olvidado realizador de la magistral "Avaricia", película por la que se desvivió y que le costó su carrera a causa de sus desavenencias con los productores –¿una simple casualidad que alguien como él formara parte del reparto?–, que le obligaron a reducir el metraje bajo amenaza de despido, amenaza que consumaron a la postre. Von Stroheim, que además de profesión e ideas compartía nacionalidad con Wilder, estaba arruinado en la época en que se rodó la película, circunstancia que también acompañaba a Buster Keaton, otra rutilante estrella del cine mudo que vio cómo el público le daba la espalda cuando asomaron los primeros diálogos a la pantalla y se suprimieron las, por mí añoradas, didascalias. Lo curioso del declive de Keaton es que él nunca se opuso a las nuevas invenciones e intentó adaptarse al cine sonoro lo mejor que pudo y, aun así, fracasó. No se puede decir lo mismo de Charles Chaplin, una figura de sus mismas dimensiones “cuando se hablaba con los ojos” y no con la boca, que manifestó que el cine había muerto con el uso de la voz y que él nunca filmaría una película hablada, pero que poco a poco fue dejando de lado su inicial renuencia para posteriormente introducir el sonido en "Tiempos modernos" y "El gran dictador".
Las coincidencias no se acaban aquí. Erich von Stroheim y Gloria Swanson ya se conocían antes de actuar en esta película, pues el primero había dirigido a la segunda en "La reina Kelly", un filme que no se llegó a terminar y que enfrentó a ambos, y del que, curiosamente, se pueden ver unos fotogramas en "El crepúsculo de los dioses", cuando Norma le muestra a Joe Gillis, el guionista al que da vida un lúcido y sobrio William Holden, los últimos chisporroteos de su consumida llama. Es una secuencia que impresiona por su ternura –pues, ¿quién no siente compasión ante una persona que ha perdido la capacidad de distinguir lo real de lo ficticio y que vive anclada en los recuerdos?– y por su terror, un terror que despide un olor a tamo e incienso.
[...] Además de remover el estómago henchido y complaciente de la industria cinematográfica, "El crepúsculo de los dioses" plantea un tema que creo merece ser tratado con consideración: el amor por compasión y sus nefastas consecuencias. Joe Gillis accede a quedarse bajo la protección de Norma Desmond primero por su dinero, y segundo, cuando ella intenta suicidarse, por lástima y contrición. Al principio no siente nada por ella, más que pena, pero al final llega a despreciarla, cuando nota que no le deja libertad para decidir por sí mismo. No podía acabar de otro modo este amancebamiento.
El fámulo Max, por su parte, ama con desesperación a Norma, hasta el punto de engañarle escribiéndole cartas que ella cree que son de sus admiradores. Como su amor no es correspondido, ella le humilla constantemente –¿qué humillación mayor hay que ser su criado?–, invitándole a presenciar sus arrebatos amorosos por un extraño (Joe Gillis) y ordenándole –porque Norma sólo sabe hablar en imperativo categórico– que le sirva en todo a éste. Hay un plano que me resulta especialmente desolador, que es cuando Max recoge cuidadosamente el velo del que se ha desprendido su ama cuando baila con el advenedizo guionista en la fiesta de Nochevieja. En ese momento se muestra hasta dónde llega la veneración ciega y humillante del personaje de von Stroheim. Por otra parte, y como suele ocurrir en la vida misma, llama la atención el contraste entre dos personas, una de las cuales es poseedora de algo que él aborrece y que sin embargo haría dichoso al otro.
Dolores Sarto y Alicia Avilés Pozo, en "Disección: 'El crepúsculo del los dioses', de Billy Wilder: 'A la altura de una gloria perdida'", en El Diario.es, el 27 de marzo de 2016, escribió:[...] En "El crepúsculo de los dioses" [Wilder] nos brindó la mejor de sus creaciones para burlarse de las miserias de Hollywood y de la fama, para ser cruel, elegante y regalarnos algunas de las secuencias más fascinantes del séptimo arte. Todo ello narrado por un cadáver, de vuelta de todo, que se ríe de su propia suerte.
[...] los hechos más significativos que rodearon al estreno de esta película fueron los que se produjeron tras su ‘premiere’ en Hollywood. [...] el jefe de la Metro, el todopoderoso Louis B. Mayer se acercó a Wilder para insultarle y reprocharle que hubiera “mordido la mano que le convirtió en alguien y le dio de comer”. “Deberían expulsarle del país”, le gritó ante la numerosa concurrencia, ante lo que el cineasta se limitó a contestar un “que te jodan (fuck you)” que ha quedado para la Historia. Y se jodió el magnate cinematográfico, porque después de esta película, el director siguió haciendo lo que le dio la gana hasta que la muerte le ganó la partida.
- Otras referencias
- Iván de la Torre: "Billy Wilder: un alemán en la corte del rey Warner (y monarcas varios)", en Rebelión, el 28 de diciembre de 2000.
- Marta Fernández: "Las películas que nos negaron", en Jot Down, en febrero de 2017.
Ficha técnica
- Formato: Largometraje.
Guión: Charles Brackett, Billy Wilder, D. M. Marshman Jr.
Música: Franz Waxman.
Fotografía: John F. Seitz.
Productora: Paramount Pictures.
Reparto:
- William Holden (Joe Gillis).
- Gloria Swanson (Norma Desmond).
- Erich von Stroheim (Max von Mayerling).
- Nancy Olson (Betty Schaefer).
- Lloyd Gough (Marino).
- Jack Webb (Artie Green).
- Fred Clark (Sheldrake).
- Cecil B. DeMille (Él mismo).
- Buster Keaton (Él mismo).
- Anna Q. Nilsson (Ella misma).
- Hedda Hopper (Ella misma).
- H.B. Warner (Él mismo).
- Franklyn Farnum (Enterrador).
- Julia Faye (Ella misma).
- Ruth Clifford (secretaria de Sheldrake).
Premios:
- 1950: 3 Oscar: Mejor guión, dirección artística B/N, BSO drama. 11 nominaciones.
1950: 4 Globos de Oro, incluyendo Mejor película - Drama. 7 nominaciones.
1950: National Board of Review: Mejor película.
1950: Círculo de Críticos de Nueva York: 2 Nominaciones.
1950: Sindicato de Directores (DGA): Nominada a Mejor director.
1950: Sindicato de Guionistas (WGA): Mejor guión drama.
Idioma original: Inglés.
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