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LUKÁCS, György (1885-1971)

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György Lukács

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(wikipedia | dialnet)


Introducción

En Marxists Internet Archive se escribió:Georg Lukács (en húngaro: Lukács György) (n. 13 de abril de 1885 – m. 4 de junio de 1971) fue un filósofo, sociólogo marxista y hegeliano y un crítico literario húngaro.

Nacido en una familia judía de banqueros en Budapest, en 1906 se graduó en Ciencias Políticas en la universidad de Kolozsvár y después estudió en Berlín y Heidelberg. Fue miembro del Partido Comunista húngaro y ocupó cargos políticos.

Después del triunfo de la revolución de 1919 fue Comisario de Educación y Cultura de la República Soviética Húngara. Tras el derrocamiento del gobierno de Béla Kun vivió como exiliado en Austria y Alemania y, en 1933 , tras el triunfo del nazismo, se refugió en la Unión Soviética, hasta 1944, cuando fue nombrado profesor de la Universidad de Budapest. Desde 1945 fue miembro de la Academia de Ciencias de Hungría.

En contradicción con el gobierno de Mátyás Rákosi, fue marginado de las actividades políticas a partir de 1948. Durante la revolución húngara de 1956 fue Ministro de Cultura del gobierno de Imre Nagy. Depuesto éste, fue deportado a Rumania hasta 1957, año en que retornó a Budapest, donde (alejado del poder y marginado) se dedicó hasta su muerte a sus investigaciones y escritos filosóficos, sociológicos y estéticos.





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Sobre G. Lukács (ensayos)





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Nota Jue Feb 11, 2010 6:03 pm
Salvador López Arnal, en "Volver a György Lukács", en Rebelión, el 24 de noviembre de 2008, escribió:En el año en que recordamos el 125 aniversario del fallecimiento de Marx, en el mismo momento en que ha sido aceptado por adversarios falsarios que ni Marx era un perro muerto ni su obra estaba destinada a ocupar los densos archivos de los trastos inútiles, acaso sea también un buen momento para volver sobre uno de los grandes autores que cultivó, ensanchó y creó creativamente dentro de su tradición: György Lukács. La ocasión nos la brinda en bandeja de plata, trabajada con sumo mimo, la edición que El Viejo Topo ha hecho recientemente de su Testamento político y otros escritos sobre política y filosofía. La edición, la introducción y las notas han estado a cargo de Antonio Infranca y Miguel Vedda.

No es el momento de escribir una reseña detallada del volumen, que no puede ser sino elogiosa, pero sí de dar cuenta de su contenido y de apuntar algunos textos de interés. Para abrir boca, sólo para abrir boca.

Los escritos incorporados en el ensayo son los siguientes: “La visión del mundo aristocrática y la democracia”, “Las tareas de la filosofía marxista en la nueva democracia”; “La responsabilidad social del filósofo”; “Libertad y perspectiva: una cata de Cesare Cases”; “Entrevista: En casa, con György Lukács”; “Más allá de Stalin”; “Epistolario con Janos Kádár sobre el caso Dalos-Haraszti”, el “Testamento político” propiamente dicho, el texto esencial del volumen, y unos anexos que incluyen una carta de Lukács de 1957 a J. Kádar, un informe al comité político del Partido de Aczél y Szirmai, y dos cartas más de Lukács, una de 1967 dirigida a la secretaria del MXZMP, del Partido húngaro, y una carta de 24 de agosto de 1968 sobre la invasión de Praga que reproduzco a continuación.

Los editores del volumen, Antonio Infranca y Miguel Vedda, dan cumplida cuenta del origen de los textos en su documentada Introducción. En cuanto al testamento político, su origen es el siguiente: tras un intercambio epistolar entre Lukács y Kádár, la dirección del Partido húngaro decidió entrevistar a Lukács para saber cuáles eran sus ideas y perspectivas cuando su muerte ya estaba próxima. De estas conversaciones nace el testamento, un texto hasta ahora sólo publicado en una revista húngara en 1990. La entrevista tuvo lugar entre el 5 y el 15 de enero de 1971. Lukács falleció cinco meses más tarde.

Vale la pena recordar los pasos finales de la carta que Lukács dirigió a Kádar, desde Snagov, en 1957. Dan indicios para aquilatar la dimensión de la tragedia:[/size]

    Estoy cerca de los 72 años, hace 38 que formo parte del movimiento comunista. Creo que me dirijo al Consejo de Ministros con un pedido justificado al pedir permiso para volver a Hungría a fin de terminar esta obra [Estética]. Estoy convencido de que este trabajo sirve para la construcción del socialismo y para el restablecimiento de la claridad de la ideología marxista en contra del dogmatismo y el revisionismo

    También estoy convencido de que mi vuelta a casa y el simple hecho de mi trabajo servirán para la consolidación en el sentido nacional e internacional, porque no surgiría otra vez el interrogante de por qué uno de los miembros más antiguos del movimiento comunista, un conocido representante del pensamiento marxista, debe vivir desterrado, separado de su patria y su trabajo, cuando sólo desea vivir en su país exclusivamente dedicado al trabajo científico [la cursiva es mía]

Los textos. El volumen, como decíamos, se cierra con una carta que Lukács escribió a Gyorgy Aczél, primer viceministro del Consejo de Ministros del gobierno húngaro y figura clave de la política cultural tras la revolución de 1956, tres días después, sólo tres días después de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia con la directa participación del gobierno húngaro y el acuerdo del Partido Obrero Socialista húngaro en un atropello que sigue siendo inadmisible y cuyas consecuencias hoy vemos con claridad:

    Budapest, 24 de agosto de 1968

    Estimado camarada Aczél:

    Considero mi deber comunista informarle que no puedo estar de acuerdo con la solución de la cuestión checa y dentro de esta con la posición del MXZMP [Comité Central del Partido húngaro]. Como consecuencia de esto debo retirarme de mi participación en la vida pública húngara de los últimos tiempos.

    Espero que el desarrollo húngaro no conduzca a una situación tal que el estatuto de la organización marxista húngara nuevamente me obligue a la reclusión intelectual de las últimas décadas.

    Ruego informar sobre el contenido de esta carta al camarada Kádár.

    Con saludos comunistas

Lukács, que había nacido en 1885, tenía entonces 83 años. La vejez, falleció tres años más tarde, no le impedía pensar con independencia política ni con su propia y amuebladísima cabeza. Sabía bien, entendió muy bien el autor de La destrucción de la razón qué significa aquella invasión, aquella barbaridad intolerable, para la historia del movimiento comunista.

El volumen se inicia con una reflexión que parece muy de la época, muy propia de los años de la postguerra de la segunda guerra mundial. Bien leída no ha perdido su urgente y permanente actualidad:

    En la filosofía hoy en día imperante, es una costumbre general partir de la así llamada “situación”. Nosotros queremos hacerlo también en nuestras consideraciones: si bien por situación no entendemos la condición individual de la persona que actúa en forma aislada, sino la situación en la cual hoy se encuentra la humanidad. Esta situación puede ser brevemente descrita de la siguiente manera: el poder militar del fascismo ha sido aniquilado en la guerra. Sin embargo, el desarrollo de la postguerra muestra que su destrucción política, organizativa y, sobre todo, ideológica, es mucho más lenta y difícil de lo que muchos pensaban. Políticamente, porque algunos hombres de Estado, que acostumbran a llamarse enfáticamente democráticos, consideran a los fascistas como una reserva, la cuidan y hasta los apoyan. Y, también ideológicamente, el fascismo se muestra mucho más resistente de lo que muchos se lo habían representado después de la demoledora derrota de Hitler. [la cursiva es mía]

En el Testamento político, irrumpe un tema central, tan esencial como lo fuera en la Ontología de ser social: la cultura de las clases trabajadoras, su papel político-cultural en los procesos de producción, su participación social, su incardinación democrática. La tesis sociológico-filosófica:

    En cuanto a la posibilidad de que el obrero actual, sobre la base de su cultura, intervenga en el proceso productivo, creo que ha que distinguir dos temas. Es absolutamente indudable que el obrero actual tiene muy pocas posibilidades de intervenir en la fabricación y diseño de un reactor nuclear, mucho menos que en las cuestiones productivas de los tiempos del capitalismo incipiente. En ese sentido, el capitalismo sin ninguna duda frenó la iniciativa trabajadora. Por el otro lado, hay muchos años de experiencia acerca de cuál será la herramienta o maquinaria que instalen en una fábrica; hay una gran cantidad de instancias entre el diseño y el trabajo realmente óptimo. Creo que un buen obrero reconoce más rápidamente estas instancias que un buen ingeniero. A partir de esto, naturalmente que el obrero no puede tener iniciativa para opinar sobre qué máquinas producen las fábricas de máquinas; sin embargo, estoy convencido de que, en las maquinarias más delicadas, los buenos obreros tal vez pueden juzgar mejor que los ingenieros ciertas posibilidades para su máximo aprovechamiento. [la cursiva es mía]

La derivada política extraída por el autor de Lenin: la coherencia de un pensamiento:

    El nivel de despliegue de capacidad del obrero es algo que depende completamente de nosotros. Podemos organizar una fábrica de modo que el obrero no tenga ninguna intervención, entonces el obrero no le interesará más que ganar diez florines más o menos; por el contrario, podemos organizar la fábrica de otra maneta. No de forma que se instalan máquinas y se les pida a los obreros que manifiesten si son buenas o no esas máquinas, porque los obreros entonces no van decir nada, sino instalando un espíritu tal que todo obrero tenga derecho a formar parte de una crítica productiva sobre las máquinas instaladas. En este caso, surgirá una crítica obrera, y si esto resulta –entiendo por esto que se llegue a un resultado positivo y los obreros que hacen la crítica sean beneficiarios de determinadas ventajas-, entonces sin duda crecerá entre los obreros la ambición de hacer este tipo de cosas.[el énfasis es también mío]

Y la inferencia organizativa apuntada en paralelo por el autor de Historia y consciencia de clase, que debe superar la significación usual, no apuntada aquí por el autor, de “control social”, acaso mejor traducido por “apoyo social”.

    Pero es dudoso que esto surja de forma espontánea. Sin embargo, éstas son esas situaciones que se pueden resolver con “control” social. Si el sindicato realmente practica un control social con relación a la situación del obrero dentro de la fábrica, entonces el sindicato tiene posibilidad de evitar que un obrero sufra desventajas, digamos debido a una crítica demasiado severa con respecto a una maquinaria. Pero, pare eso, nuevamente tenemos necesidad de una democracia sindical, porque si bajo el sindicato actual el obrero sufre una rebaja en su salario o un apercibimiento, entonces, naturalmente, no se presentará en la próxima ocasión.

En la necrológica que Manuel Sacristán escribió sobre Lukács, en el verano de 1971, para la revista El Ciervo, una revista de cristianos socialistas donde colaboraban amigos suyos como Jaume Botey, Lorenzo Gomis y José Mª Valverde, escribió el traductor de Historia y consciencia de clase:

    Lukács ha muerto mientras trabajaba en una tarea -La Ontología del ser social- planeada desde hacía muchos años; y mientras no sólo él, sino también varios de sus discípulos y colaboradores más inmediatos trabajan, en el terreno de la filosofía política, según la tesis que Lukács había enunciado mediados los años sesenta, y en cierto sentido aún antes, a saber: que la recuperación del movimiento obrero revolucionario, del movimiento comunista, exige poner ahora en primer término el motivo de “la reforma del hombre” no la simple transformación económica básica. Cuando hace quince, diez, cinco años uno oía hablar de esos proyectos de un hombre de setenta años quedaba perplejo y hasta un poco divertido. Efectivamente, Lukács ha muerto sin terminar la Estética, ni la Ontología, ni las Memorias que, según frase digna de recuerdo del casi octogenario, pensaba “redactar una vez terminados aquellos trabajos”. Y sólo ha podido contemplar y comentar los primeros tanteos en la tarea antropológica-revolucionaria a que se dedican algunos discípulos suyos. Pero el rasgo es esencial al personaje. Lukács ha realizado más que el mismo Aristóteles la divisa de ser como arqueros que tienden a un blanco. Ha sido una vida planificada y su moral, la moral del plan.

Como un arquero que tiende a un blanco, un blanco que no ha perdido ni sentido ni vigencia ni necesidad.


PS: Esta mañana he ido a visitar a la hermana de mi madre. Militó durante años en la CNT, junto con su primer compañero. En agosto cumplirá 85 años, los mismos que vivió Lukács. Vive en una residencia pública de Barcelona gestionada privadamente. Llevaba conmigo Testamento político. Cuando me ha visto, después de abrazarme y de presentarme nuevamente a sus compañeras, me ha preguntado qué leía. Le he intentado explicar. Va normalmente en silla de ruedas, pero esta mañana ha decidido levantarse. Hemos dado cuatro vueltas por la planta baja. Una mujer, algo mayor que ella, amiga suya, Marta es su nombre, leía una antología poética de Neruda. Le he preguntado. ¿Lee a Neruda?, le he dicho. Sí, claro, me ha respondido. Está bien, ¿no? Sí, sí, está muy bien, claro. Un joven de 30 años impedido físicamente, que también vive en la residencia, me he pedido que le dejara un momento el libro de Lukács. Ha leído la solapa y algunas páginas. Cuando me lo ha devuelto, me ha pedido que se lo dejara unos días cuando acabara de leerlo. Lo haré desde luego. El portero de la residencia en los días festivos es un estudiante de filosofía. No entro en detalles sobre su sueldo, pueden imaginárselo. Me ha hablado de sus profesores: Antonio Alegre, García-Carpintero y su profesor de medieval, Miguel Candel, un lukacsiano aventajado, la primera persona a la que yo oí por vez primera hablar de Lukács, precisamente el año en que él fue expulsado de la Universidad por oponerse a la tiranía franquista, el mismo año en que en abril, en el país vecino, las gentes trabajadores asaltaban los cielos al compás de “Grândola, Vila Morena” de José Afonso. Era su propia Historia y no carecían de consciencia de clase.


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