Desde comienzos de los años 90, en Italia se ha desarrollado un intenso debate sobre la
biopolítica, lo que parece interesante, ante todo, porque, aun asumiendo a
Foucault como referencia principal, a menudo ha dado lugar a concepciones de la biopolítica y del biopoder que van mucho más allá del sentido que el filósofo francés había atribuido a estas nociones. Creo que los autores que más han contribuido a este debate son Giorgio Agamben,
Antonio Negri y
Roberto Esposito. Quiero analizar aquí los principales aspectos de sus posiciones
[1].
1. Agamben: soberanía y nuda vidaGiorgio Agamben atribuye a Foucault el mérito de haber sido el primero en poner en evidencia que en la modernidad “la especie y el individuo en tanto que simple cuerpo viviente se han convertido en aquello que está en juego en las estrategias políticas” de la sociedad [G. Agamben,
Homo sacer. Il potere sovrano e la nuda vita, Einaudi, Torino, 995, p. 5]. Pero para él se trata sobre todo de compaginar el pensamiento de Foucault y el de
Hannah Arendt que, veinte años antes que Foucault, “había analizado, en
The Human Condition, el proceso que lleva a que el
homo laborans y, con él, la vida biológica ocupen progresivamente el centro de la escena política de la modernidad” [Ibid., p. 6].
El entrecruzamiento de las perspectivas inspiradas en Foucault y Arendt es necesario, según Agamben, para sobrepasar las “dificultades” y las “resistencias” de ambos autores a la hora de entender y desarrollar las implicaciones esenciales de sus reflexiones. Foucault, en particular, no habría entendido que el
campo (de concentración y exterminio) era el “paradigma” y el “lugar por excelencia de la biopolítica”; Arendt, en cambio, no habría conseguido vincular su análisis de la biologización esencial de la política a sus “profundas investigaciones sobre el totalitarismo, lo que la habría impedido reconocer a éste como resultado del hecho de que en nuestro tiempo “la política se ha convertido totalmente en biopolítica” [Ibid., pp. 6, 131-132]. Naturalmente, aquí nos interesa sobre todo comprender las razones por las que Foucault no reconoció en el
campo la forma más representativa del biopoder.
Según Agamben, la razón principal es que Foucault excluyó que el núcleo originario del biopoder fuese el poder soberano. Como se sabe, Foucault tiende a presentar el biopoder como algo muy diferente al poder soberano. Agamben cree, en cambio, que la relación entre biopoder y poder soberano es profunda y, por así decirlo, estructural: “la implicación de la nuda vida en la esfera política constituye el núcleo originario, aunque oculto, del poder soberano. Para ser más preciso, podemos decir que la producción de un cuerpo biopolítico es la realización originaria del poder soberano” [Ibid., p. 9].
El autor radicaliza esta tesis hasta sostener que toda la historia de la política occidental enconde en sí misma una vocación biopolítica. Bastaría con reflexionar atentamente sobre la separación, característica de Grecia antigua, entre las esferas de la vida natural y de la vida política, en la que se funda la definición aristotélica de la
polis. Según Agamben, esta separación no constituye en absoluto un obstáculo a la transformación de la política en biopolítica, como se podría creer, porque comporta “en la misma medida, una implicación (…) de la nuda vida en la vida políticamente cualificada”. Si es verdad, en efecto, que la distinción entre vivir y vivir bien, entre zoe y bíos, corresponde a la separación concreta entre el espacio privado de la reproducción biológica y el espacio público de las relaciones políticas, es verdad también que esta separación contiene una “exclusión inclusiva, como si la política fuera el lugar donde el vivir debe transformarse en vivir bien, y como si lo que debe ser politizado fuera siempre la nuda vida” [Ibid., p. 10].
Para Agamben, el hecho de que la nuda vida sea alejada del espacio público no es simplemente un efecto necesario de la política de
la polis, sino que, más bien, es la condición que autoriza a la política a que haga de la vida misma la materia a transformar políticamente, es decir, a biopolitizar [Ibidem].
Agamben tiene, sin duda, el mérito de incitar a considerar aspectos concernientes a la biopolítica que no pueden ser descuidados, pero sus tesis comportan también problemas teóricos considerables que trataré de resumir.
En primer lugar, su discurso arriesga borrar un elemento esencial que funda tanto la genealogía del biopoder inspirada en Foucault como la posibilidad de utilizar el pensamiento de Hannah Arendt en la reflexión crítica sobre la biopolítica. En lo que toca a Foucault, me refiero al hecho, recordado también por Agamben, de que en
La volonté de savoir la biopolítica es presentada como superación de la definición aristotélica del ser humano: “animal viviente y además capaz de una existencia política” [M. Foucault,
La volonté de savoir, Gallimard, Paris 1976, ed. it. p. 127]. Por otra parte, en cuanto a Hannah Arendt, me refiero al hecho muy conocido de que sobre la “validez” de la distinción griega entre la esfera de la vida natural y la esfera de la vida pública funda precisamente su libro
The Human Condition, al que el propio Agamben considera fundamental para utilizar el pensamiento de esta autora en la reflexión sobre el biopoder.
Se puede quizá afirmar que Agamben, al remontar hasta la
polis el origen de la profunda complicidad entre el biopoder y la política occidental, se expone a destabilizar las bases mismas de su discurso. Pero, a propósito de eso, podemos indicar otro problema teórico: al remontar en el tiempo los orígenes del biopoder, Agamben corre el riesgo, indirectamente, de no dar ningún valor a la discontinuidad histórico-cultural entre
la polis y las instituciones políticas que tienden al ejercicio de un
imperium extensivo e intensivo sobre el territorio y sobre los sujetos, es decir, las instituciones que, en la historia occidental, tienden cada vez más a ejercer un poder soberano en el sentido preciso del término.
En todo caso, Agamben insiste sobre todo en la vocación biopolítica del poder soberano y, para explicar esta vocación, funda su discurso sobre el aspecto principal de la soberanía, cuya importancia habría pasado a ser ignorada. Este aspecto es el
estado de excepción, es decir, la condición esencial del ejercicio pleno y efectivo del poder soberano. Desde este punto de vista,
Carl Schmitt es el autor al que Agamben considera indispensable referirse.
Definiendo al soberano “como el que decide sobre el estado de excepción”, Schmitt nos permitiría comprender que la soberanía está, al mismo tiempo, en el interior y en el exterior del orden jurídico, que “soberano es aquel al que se reconoce su poder de proclamar el estado de excepción y de suspender, de tal manera, la validez del orden jurídico”
[2].
En la soberanía así entendida se puede reconocer el nudo biopolítico que ciñe la vida. En la decisión sobre la excepción evidencia que la soberanía consiste en disponer de la vida misma, de la posibilidad de “suspenderla” con la ley, exponiéndola a la oscilación entre la pura supervivencia y la posibilidad del asesinato.
Esta implicación de la vida en el ejercicio de la soberanía, según Agamben, puede ser percibida en su forma arquetípica por la noción de
homo sacer, utilizada por el derecho romano arcaico para indicar al que ha sido excluido. El
homo sacer no podía ser ejecutado por medio de un castigo jurídico o de un rito religioso, pero quien le asesinase no sería condenado por homicidio. Pues el
homo sacer, dice Agamben, era el que podía ser matado, pero no sacrificado. A través de esta definición el autor cree mostrar el núcleo biopolítico del poder soberano: “Soberana es la esfera en la que se puede matar sin cometer homicidio y sin celebrar un sacrificio, mientras que sagrada es la vida que ha sido capturada en esta esfera, es decir, que puede ser asesinada pero no sacrificada” [G. Agamben,
Homo sacer, op. cit., p. 92].
Por consiguiente, podemos decir, en primer lugar, que, según Agamben, biopoder y poder soberano están estructuralmente vinculados, y, en segundo lugar, que la biopolítica está necesariamente destinada a transformarse en tanatopolítica. Así se explica también la tesis fundamental del autor según la cual el
campo es el paradigma biopolítico de lo moderno [Ibid., pp. 129 y ss., y G. Agamben,
Quel che resta di Auschwitz, Bollati Boringhieri, Torino 1998].
Evidentemente, Agamben se refiere sobre todo al
lager nazi, pero no piensa que el significado biopolítico del campo resida únicamente en las prácticas eugenésicas. La discriminación y el exterminio racial no fueron las únicas vías por las que el nazismo realizó la “suspensión” biotanatopolítica de la vida. Agamben recuerda que el nazismo puso también en ejecución, de manera atroz y sistemática, la experimentación medica sobre las denominadas
Versuchepersonen, así como el exterminio de individuos enfermos a través del “Programa de eutanasia para enfermos incurables”. En estos casos el nazismo no se proponía fines eugenésicos. Se puede decir que no sólo quiso lograr el mejoramiento de la raza, sino también la apropiación plena de la vida por la soberanía [G. Agamben,
Homo sacer, op. cit., pp. 150-159, 171-177].
Si se comprende que el verdadero significado biotanatopolítico del
campo fue la decisión soberana “sobre el valor y sobre el valor negativo de la vida” [Ibid., p. 158], se puede comprender también que no hizo más que alcanzar las consecuencias extremas de un biopoder que todas las demás formas de soberanía de nuestro tiempo están dispuestas a ejercer. Esto, según Agamben, ha sido demostrado, por ejemplo, por el hecho de que en el siglo XX, en Estados Unidos y otros países occidentales, se han llevado a cabo, a gran escala, experimentos médicos letales sobre detenidos y condenados a la pena capital [Ibid., p. 174-177].
Evidentemente, Agamben no pasa por alto el papel fundamental que el saber médico juega en el marco del biopoder. Llega a sostener que, en lo sucesivo, “la decisión soberana sobre la nuda vida se desplaza a un terreno en el que médico y soberano parecen intercambiar sus papeles” [Ibid., p. 159].
En realidad, esta posibilidad de que el médico y el soberano intercambien sus papeles es enunciada por Agamben, pero sin profundizar en ella. En su discurso se mantiene la idea de que el recurso fundamental del biopoder es el estado de excepción, que, en nuestra época, “tiende cada vez más a presentarse como el paradigma dominante de gobierno” y “como un umbral de imprecisión entre la democracia y el absolutismo” [G. Agamben,
Stato di eccezione, op. cit., p. 11]. Pues, pese a todo, el autor no se plantea una pregunta esencial que se puede sintetizar del modo siguiente: ¿acaso el poder soberano es biopolítico desde siempre porque es capaz de ejercitarse de manera incondicional sobre la vida, o acaso se vuelve verdaderamente biopolítico sólo cuando se sirve de saberes y técnicas específicas de manipulación de la vida? ¿El poder nazi fue completamente biopolítico porque era poder absoluto, o se confió al saber biomédico porque no podía prescindir de él para ser verdaderamente biopolítico?
Si el ejercicio de un poder absoluto hubiera sido suficiente para realizar total y sistemáticamente la vocación biotanatopolítica de la soberanía, posiblemente el Estado absolutista del Antiguo Régimen ya habría podido realizar completamente esta vocación. Pero, si se atribuye algún valor al trabajo genealógico de Foucault, debemos reconocer en cambio que fue la inadecuación del poder absoluto respecto a la administración de la vida lo que empujó al Estado moderno a dotarse de saberes, artes y de técnicas de gobierno específicamente biopolíticas.
En definitiva, creo que de hecho Agamben no considera hasta sus últimas consecuencias la cuestión del saber-poder o, más precisamente, la idea de Foucault según la cual
el régimen de soberanía se volvió biopolítico solamente cuando logró hacer funcionar a su servicio un
régimen específico de verdad capaz de transformar efectos de saber en efectos de poder y viceversa [B. Han,
L’ontologie manquée de Michel Foucault, Millon, Grenoble 2003, sobre todo pp. 189-217].
Respecto a esto, recordaré solamente el papel fundamental que, según Foucault, las ciencias policiales, la economía política y las ciencias de la vida jugaron en el “desplazamiento de acento” desde un Estado territorial hacia Estado de población [M. Foucault,
Sécurité, territoire, population. Cours au Collège de France. 1977-1978, Gallimard-Seuil, Paris 2004, Résumé, p. 373; también ibid., lección del 25 de enero 1978, pp. 57-81]. Y añado que si el biotanatopoder nazi pudo ejercitarse efectivamente no fue por la apropiación y la expansión del
Boden (Tierra), sino por el dominio práctico-discursivo del
Blut (Sangre).
Recuerdo todo esto para resaltar en general la erosión del poder soberano producida por la disminución relativa de la importancia del fundamento territorial (el
nomos o
ley de la tierra) del Estado, fundamento que es una condición esencial del ejercicio de la soberanía según la teoría política de Carl Schmitt sobre la que Agamben funda su discurso [C. Schmitt,
Der Nomos der Erde im Völkerrecht des Jus Publicum Europaeum, Greven Verlag, Köln 1950]. Como se sabe, la disminución de la importancia del territorio es hoy factor determinante de la erosión del poder soberano del Estado.
[...]
Notas al pie de página[1] Además de los textos de estos autores que citaré a continuación, entre las contribuciones a este debate se encuentran: G. Agamben, Forma-di-vita, AA.VV., Politica, Cronopio, Napoli 1993, pp. 105-114; G. Dal Lago, Normalità dello stato di eccezione, “Aut aut”, 1996, n. 271-272, pp. 87-92; la reseña de L. Ferrari Bravo del libro de G. Agamben, Homo sacer, “Futuro anteriore”, 1996, n. 1, pp. 167-172; V. Marchetti, "La biopolitica e i sogni della ragion di stato", A. Mariani (éd.), Attraversare Foucault, Edizioni Unicopli, Milano 1997, pp. 163-173; S. Vigna, "Al bando. Riflessioni su Homo sacer di Giorgio Agamben", A. Dal Lago (éd.), Lo straniero e il nemico, Costa & Nolan, Genova 1998, pp. 152-169; G. Agamben, La guerra e il dominio, “Aut aut”, 1999, n. 293-294, pp. 22-23; G. Dal Lago, Senza luogo, “Aut aut”, 2000, n. 298, pp. 5-12; M. Bascetta, "Verso un’economia politica del vivente", U. Fadini, A. Negri, C. T. Wolfe, Desiderio del mostro, Manifestolibri, Roma 2001, pp. 149-162; A. Negri, Il mostro politico. Nuda vita e potenza, ibid., pp. 179-210; L. Cedroni, P. Chiantera-Stutte (éd.), Questioni di biopolitica, Bulzoni, Roma 2003; A. Cutro, Sovranità e vita in Michel Foucault, “La società degli individui”, 2003, n. 17, pp. 67-80; P. Perticari (éd.), Biopolitica minore, Manifestolibri, Roma 2003; L. Bazzicalupo, R. Esposito (éd.), Politica della vita. Sovranità, biopotere, diritti, Laterza, Roma-Bari 2003; A. Cutro, Michel Foucault. Tecnica e vita, Bibliopolis, Napoli 2004; S. Delucia, Biopotere, biopolitica, bioetica, “Millepiani”, 2004, n. 27, pp. 99-116.
[2] G. Agamben, Homo sacer, op. cit., pp. 15-19. C. Schmitt, Politische Teologie. Vier Kapitel zur Lehre von der Souveränität, München-Leipzig, Duncker & Humblot, 1922-1934, ed. it., pp. 33-34. G. Agamben, Stato di eccezione, Bollati Boringhieri, Torino 2003.
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