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Re: ALTHUSSER, Louis (1918-1990)

NotaPublicado: Mar Mar 12, 2019 4:27 am
por Duarte
Perry Anderson en 1977, en "Una tarde con Althusser. Verano de 1977", rescatado en New Left Review, nº 113, noviembre-diciembre de 2018, escribió:
    Althusser y su mujer Hélène Rytman pasaban unos días en Londres, a donde habían ido a visitar a su amigo Roberto Matta, el pintor surrealista chileno. Era la primera visita de Althusser a Inglaterra. Al parecer, el motivo de su llamada tiene que ver con el ensayo sobre Gramsci publicado en la NLR I/100, ya que está trabajando en un artículo sobre Gramsci para Rinascita. Fueron cuatro horas de conversación [1].


Althusser era, en términos generales, reservado en cuestiones personales, las preguntas íntimas sobre su vida recibían una respuesta cautelosa, si bien no inexpresiva. Las dos experiencias fundamentales de su juventud fueron el catolicismo, con el interés que por entonces este manifestaba por la «cuestión social» (una de ellas, según comentaba él con ironía), y sus cinco años de cautiverio en Alemania durante la guerra. Al igual que le sucedió a Williams o a Hobsbawm, la guerra interrumpió su proceso de formación, que solo se reanudaría en 1945. Althusser recibió una escasa preparación filosófica, asistiendo, como mucho, a algunas clases de Merleau-Ponty. Su decisión de afiliarse al PCF en 1948 no la motivaron los progresos de la Revolución China ni tampoco la crisis checa, sino que más bien parece que fue el producto de una evolución gradual a partir de 1945 (y un efecto, también, de la Guerra Civil española), precipitada por factores personales (¿tal vez el encuentro con su mujer, de la que no hablaba?, digámoslo como conjetura).

A la pregunta de cuál fue su reacción ante el XX Congreso del PCUS, hizo una de las observaciones más importantes acerca de su propio desarrollo: «Creí, equivocadamente, que representaba el gran peligro para el marxismo, dijo. Esa era toda mi idea política en aquel momento y después, en los ensayos que escribí en la década de 1960. Ahora, sin embargo, entiendo que el peligro real para el marxismo provenía de mucho más atrás en el tiempo, de la década de 1930, del estalinismo». En efecto, el estalinismo era la crisis dentro del marxismo, pero la enmascaraba en forma de estasis petrificada o no-crisis. La propia inmovilidad de la ideología estalinista era el peor síntoma de aquella crisis, que el jruschovismo no hizo sino volverla móvil y visible.

Hoy podemos reconocerle a Fernando Claudín el mérito de haber visto la profundidad de la crisis de la teoría marxista mucho tiempo antes, si bien no la trató desde el punto de vista filosófico. Aquella situación histórica sí produjo, de hecho, una suerte de pesimismo en el pensamiento de Althusser (una alusión a las Considerations on Western Marxism, obra de la que él había leído un capítulo traducido), un pesimismo que comparte con otros pensadores. Tras la publicación de su reciente opúsculo sobre el XXII Congreso del PCF (véase a continuación), ahora está trabajando en un polémico artículo sobre Gramsci para Rinascita, cuyo sentido es análogo al del texto aparecido en la NLR (crítica de la idea de hegemonía), pero que Althusser expresa en términos filosóficos antes que históricos. Dio a entender que eventualmente podría renunciar a publicarlo por considerarlo demasiado duro para ser acertado. Por otro lado, manifestó su deseo de publicar, para su difusión masiva, un libro breve y compacto sobre el Estado capitalista hoy.


PCF

Ante la pregunta acerca de la vida en el PCF, Althusser hizo hincapié en la completa transformación que han sufrido los miembros del Partido en los pasados cinco años. Según él, los nuevos reclutas jóvenes, muy numerosos, carecen de cualquier tipo de formación marxista seria, y solo se han afiliado en el contexto del Programa Común. Representan un absoluto contraste con aquellos que vivieron el denominado tercer periodo, el Frente Popular, el pacto nazi-soviético, la Resistencia y la Guerra Fría, experiencias cuya intensidad y variedad obligaron a los militantes de aquella época a pensar por sí mismos, y a pensar en serio. Quedan ahora muy pocos cuadros de aquel tiempo en el Partido. Los más viejos son en su mayoría de la generación de Althusser. Tal es el caso de su contemporáneo político Georges Marchais.

Por los dirigentes no manifestó Althusser mucho respeto. Marchais ha sido elegido como sucesor de Waldeck Rochet mediante un proceso de eliminación, más que nada por su condición de candidato menos controvertido, o menos novel. Por su estilo franco y directo ha adquirido una cierta autoridad en el Partido y, aunque en televisión tiene cierto aplomo, sus limitaciones son muchas. Roland Leroy, que es más capaz, está enfermo. Paul Laurent y René Emile-Piquet son demasiado jóvenes para el cargo. Althusser observó, como si de una falta se tratara, que Laurent mencionó el otro día que al estallar la Guerra Civil española él tenía cinco años. Los líderes del PCF son rematadamente antisoviéticos en privado; revelan un desprecio chovinista por los «atrasados» rusos, los muzhiks, y alardean de la capacidad del PCF para hacer las cosas en Francia mucho mejor de como el PCUS las hizo en Rusia. En general, la URSS es para ellos un asunto cansino y embarazoso. Ante la pregunta sobre el grado de conocimiento de la Unión Soviética que tienen los dirigentes del PCF, Althusser observó que todos los miembros del comité central francés tienen derecho a tomarse unas vacaciones gratuitas en la URSS cada cuatro años, mientras que los miembros del Politburó pueden hacerlo con carácter anual, a fin de que se familiaricen con la vida en Rusia. Sin embargo, no hay entre ellos ninguna reflexión seria acerca de la sociedad soviética en tanto que experiencia histórica.

La perspectiva internacional de los partidos comunistas occidentales es hoy en cierto sentido similar a la del Partido Comunista Chino: apoyo a la OTAN y garantías a Washington de que nada demasiado serio va a cambiar dentro de su esfera de influencia. El antisovietismo ha pasado a ser endémico en Francia, Italia y España (Althusser describe a Carrillo como un dirigente comunista muy capaz, que por desgracia no es marxista). La perspectiva de la unión de la izquierda es, según él, un puro salto al vacío, ya que ninguna fuerza –y el PCF, menos que ninguna– tiene una idea real de lo que pasaría una vez ganaran las elecciones. Sin embargo, el proyecto del presidente, consistente en desvincular el PS del PCF tras la victoria en las elecciones, no es realista, pues no hay ninguna posibilidad de que el conjunto del PS, cuyos militantes están ahora profundamente imbuidos de las ideas del Programa Común y cuyos dirigentes están empeñados en asegurar la hegemonía política del partido sobre la clase trabajadora francesa para compensar su debilidad en los sindicatos, acepte una coalición con el centro. El PCF había avanzado algo, por fin, en las elecciones municipales, siendo las de Saint-Étienne y Reims las subidas más interesantes.

La propia situación de Althusser dentro del PCF estaba marcada por el aislamiento y la sospecha. Cuando en abril se programó una alocución suya ante la Unión de Estudiantes Comunistas, Catala –el secretario general de la organización juvenil del partido, que por entonces tenía 41 años– lo telefoneó para cancelar el evento. Althusser se negó. A continuación, trató de que su discurso se imprimiera en la prensa del Partido: y se topó con dilaciones, obstrucciones, alegaciones de inoportunidad y, en definitiva, rechazo. Así las cosas, la publicación se haría ahora, en versión ampliada, en la editorial Maspero. Cansado de la debilidad de los argumentos contra los derechos de las tendencias dentro del Partido, Althusser respondió con la constatación de que la cuestión era dinamita en el seno del PCF: el único sanctum sanctorum que la dirección estaba determinada a mantener. No importaba cuál hubiera sido la norma en la época de Lenin: en el partido francés de aquel momento era imposible defender tendencias, y hacerlo implicaba resignarse a recluirse en un gueto. Por otra parte, el propio PS estaba ahora siendo presionado por Mitterrand para que aboliera las tendencias en su seno. Althusser relataba, con una mezcla de pavor y escándalo, que dentro del PS había tendencias institucionales, con sus propias cuotas, periódicos, oficinas y organizaciones, y que Mitterrand no podía tolerar esa situación durante mucho tiempo. ¿Cuál era la alternativa? Algunos amigos de la Liga Comunista Revolucionaria le habían dicho que allí las tendencias solo existían para las discusiones previas a los congresos y que luego desaparecían. De modo que ni siquiera allí existían derechos institucionalizados de tendencia. Sin embargo, tarde o temprano debería ampliarse la libertad de discusión dentro del partido, pues tal era la lógica del XXII Congreso del PCF, por muy recalcitrantes que fueran sus dirigentes. La lista recomendada, de hecho, probablemente sería liquidada pronto, pero no había que albergar grandes esperanzas en cuanto a los resultados. Los miembros estaban acostumbrados al conformismo y a la obediencia, y probablemente votarían en cualquier caso por los mismos hombres y por las mismas políticas.

El Partido no recurriría más a las expulsiones, pero podía imponer un ostracismo que él trataba de evitar. Desde el XXII Congreso los controles culturales, lejos de relajarse, se habían intensificado. Un síntoma significativo de ello era la destitución inmediata del secretario responsable de La Pensée –una persona tolerante que siempre había ayudado a Althusser a publicar sus artículos allí– y su sustitución por Casanova, prominente funcionario del aparato. La cultura en general era ahora supervisada por Chambaz, un mediocre colaborador de Marchais. En general, el Partido trataba las ideas de Althusser con un silencio sistemático. Ni Pour Marx ni Lire le Capital habían sido nunca reseñadas en la prensa del Partido. Positions había sido publicada por Éditions Sociales, pero no por ello se había vendido más entre los miembros, pero los trabajadores eran muy capaces de comprar libros de la editorial de Maspero, si querían.

Los alumnos de la École Normale y de otros lugares son hoy en día mucho más apolíticos que en la década de 1960 y aquellos que se han afiliado al PCF son, por lo general, pasivos y acríticos. Apenas quedan ya, según él, intelectuales serios o de mérito dentro del Partido. Todos los amigos de Althusser, de su generación, se han ido yendo poco a poco; él cita a Jean-Pierre Vernant, a Jean-Toussaint Desanti y a Michel Foucault, que había sido miembro desde 1948. Los psicólogos, escritores, artistas o científicos pueden trabajar sin dificultades dentro del PCF, pero no así los historiadores, los filósofos y los sociólogos. De ahí la ausencia de investigación o de trabajo teórico marxista. Supongo, decía Althusser, que el Partido Comunista Británico de hoy en día tiene más intelectuales genuinos en su seno que el Partido Comunista Francés.


China

Preguntado sobre si no se había equivocado en la valoración que hizo del PCCh a finales de la década de 1960, junto con muchos otros marxistas en Occidente, Althusser asintió. Era, según él, muy difícil conocer la realidad de la sociedad china y las visitas oficiales de los simpatizantes servían de poco; sí había percibido, no obstante, un entusiasmo decreciente en los amigos que habían viajado a China en años recientes. Sin embargo, una mujer que había estado allí durante una estancia de dos años había ofrecido algo que se acercaba a una exposición precisa, pensaba él. Para las masas, el mundo era solo el de la vida cotidiana, una existencia diaria que era extraordinariamente transparente, en el sentido de que todo el mundo sabía lo que el otro estaba haciendo y por qué lo hacía, de una manera que resultaba impensable en una sociedad capitalista.

No obstante, por encima de ese mundo cotidiano transparente –o mejor, por detrás de él– estaba el ámbito de la política, del cual estaban absolutamente excluidos, y del que no sabían nada. Las órdenes venían de arriba y ellos obedecían. Dentro del Estado que expedía esas órdenes había tenido lugar una degradación evidente en los últimos años. Sin embargo, el verdadero problema era la tradición milenaria de decir «sí» dentro de China, que se remontaba al pasado más remoto en la historia del país. Eso era lo que producía la profunda pasividad de las masas en la China actual. Confucio había sido el pensador que teorizó la tradición de la obediencia y la observancia, y si al final los radicales habían tratado de hacer campaña contra él, no fue por accidente. Ese inmenso «sí» del país era una imposibilidad en Occidente, donde había habido revoluciones burguesas que habían producido toda una tradición intelectual capaz de decir «no». La ausencia de cualquier revolución burguesa en la historia china era un hecho de central importancia para entender el país.

Al hablar de las estructuras comparativas de las Revoluciones Rusa y China, Althusser reconocía una mayor adhesión por parte de la población campesina en el caso de la Revolución China, si bien observaba que, aunque la revolución los había despertado puntualmente hacia la política, después los campesinos habían regresado a sus hogares, a la tierra y a la docilidad. Los obreros, que dejaron su impronta en la Revolución Rusa, podrían haber jugado también en China un papel fundamental de no haber sido por la contrarrevolución de 1927 (la frase no está del todo clara, esta es una posible interpretación de la misma).


Gramsci

Gramsci fue un gran líder comunista, pero un marxista vacilante. Para demostrar la aporía de sus ideas de hegemonía, Althusser planteaba una ecuación. En los Quaderni del carcere, decía, «hegemonía = coerción + hegemonía». Resultado: coerción = 0. Gramsci habla de aparatos hegemónicos, pero siempre desde el punto de vista de sus efectos inductores de hegemonía. No se plantea la pregunta: ¿qué es lo que impulsa o produce estos aparatos? ¿Cuál es, no su efecto, sino su motor? En otras palabras, desdeña la cohesión coercitiva que los mantiene unidos. La analogía del oro parecía atraer a Althusser [2]. Preguntó sobre la obra de Bobbio acerca de la sociedad civil y, en general, parecía estar siguiendo de cerca los debates italianos en torno a Gramsci.


Trotsky

Trotsky era una parte indiscutible de la herencia del marxismo revolucionario y del movimiento obrero. ¿Quién podría negarlo? Sin embargo, ¿qué idea tenían aquellos que ingresaban en organizaciones trotskistas en aquel entonces? ¿Serían capaces de asumir un verdadero papel entre las masas? En Francia, la dirección del PCF seguía manteniendo una posición muy represiva y hostil hacia el trotskismo, si bien había algunas señales de cambio. En Saint-Étienne, durante las elecciones, el candidato comunista a la alcaldía había concedido una entrevista a Rouge (allí la Liga Comunista Revolucionaria había hecho campaña por el PCF). Sin embargo, el Politburó había rechazado airado autorizar cualquier entrevista a la prensa de la Liga, considerando la mera idea un motivo de denuncia, a diferencia de lo que sucedía en el PCI, por ejemplo. Althusser tenía amigos en la Liga.


La cultura

Entre las muchas digresiones o comentarios que hizo Althusser sobre países o personas cabe recordar los siguientes, en la medida en que constituyen una muestra de sus puntos de vista y de su cultura.

Había visitado Rusia en una ocasión, en 1974, con motivo de un congreso sobre Hegel. Había allí algunos filósofos locales competentes, pero estaban obligados a disimular. Las obras de Althusser estaban rigurosamente prohibidas hasta el tercer círculo del infierno (es decir, la tercera categoría más restringida de libros en las bibliotecas, para la que se necesitaba un permiso especial). En Polonia se publicó Lire le capital, en Rumanía, Pour Marx y en Hungría, una colección de escritos (que incluía un texto inédito en Occidente). Nada suyo se publicó en Bulgaria ni (por supuesto) en la RDA. Había viajado con frecuencia a Italia y hacía poco había estado en España, donde por primera vez se encontró con que tenía que responder preguntas de los periodistas.

En economía, manifestó ser consciente del carácter potencialmente explosivo de la obra de Sraffa. En Francia había una fecunda escuela sraffiana, que giraba en torno a De Brunhoff y a Benetti. Al oír hablar de la obra de Ian Steedman, mostró interés y pidió que se le enviara una copia. Manifestó, en términos generales, una predisposición a aceptar que toda la teoría del valor de Marx puede estar equivocada, y que tal vez deba descartarse. Por otro lado, según observó, Marx había construido El capital de una forma completamente errónea, al empezar, en el capítulo I, por las mercancías.

En filosofía, manifestó no haber leído ni una sola línea de Russell ni de Wittgenstein. La gente le había dicho que su sentencia «la filosofía no tiene objeto» era idéntica a algunas máximas de Wittgenstein, y que había muchas analogías entre la obra de ambos. Pero Althusser no se había ocupado de Wittgenstein. En general, la tradición espiritualista francesa en filosofía es muy refractaria al neopositivismo anglo-austriaco, si bien dicha corriente cuenta ahora con algunos enclaves en París. Si hubiera de volver a escribir sobre filósofos, Althusser manifestó tener algo que decir sobre Maquiavelo (si bien no por el propio Maquiavelo, sino para explicar ciertos aspectos de Gramsci) y sobre Epicuro.

Althusser no había oído hablar de Sebastiano Timpanaro antes de leer su nombre en el capítulo de Considerations on Western Marxism. Mencionó que la teoría de las clases que Poulantzas expone en Pouvoir politique et classes sociales (1968) le había parecido escolástica y difícil de entender, aunque su autor tenía muchos otros méritos. Le sorprendió el hecho de que hubiera algún tipo de marxismo en Estados Unidos. Le gustaba Le Roy Ladurie, pero dijo de él que había sido un estalinista más que recalcitrante en su juventud, y que ahora era antimarxista. Lucien Sève era ahora el filósofo oficial del PCF, el director de Éditions Sociales, un hombre cuyo credo intelectual era el de un conformismo apasionado: su lema teórico era «debo, luego puedo». Entre los intelectuales ingleses, preguntó sobre Miliband (posiblemente porque ahora está escribiendo sobre el Estado) y James Klugmann, a quien lamentó no haber llamado durante su estancia, ya que Klugmann siempre le había publicado sus artículos en Marxism Today sin poner problemas. Sabía del nombramiento de Martin Jacques. Dijo que el segundo libro de Charles Bettelheim era probablemente superior al primero, ya que tenía menos la apariencia de ser una mera legitimación de la Revolución Cultural. Pensaba que Valentino Gerratana era un filósofo honesto, si bien criticaba, por su tono reverencial, el final de su reciente artículo sobre Gramsci.


Althusserianismo

Al hablar del «marxismo occidental», se preguntaba Althusser, ¿quién se ha detenido a analizar la manera en que ha sido sucesivamente apropiado y recogido en diferentes países, y por quién? Había ahí algunos fenómenos asombrosos. Althusser nunca dejó de sentir perplejidad o desconcierto ante lo que la gente hacía de su obra. En una organización, tus ideas podían ser cambiadas y distorsionadas, pero al menos ese era un proceso que podías controlar y medir hasta cierto punto, ya que podías ver lo que estaba ocurriendo. Fuera de las organizaciones, en cambio, la recepción de una obra era con frecuencia absolutamente extraña y desconcertante. ¿Quién había realmente recogido las ideas de Althusser y qué habían hecho con ellas? Había una anécdota que simbolizaba para él el destino que habían seguido. Cierto día vino un australiano a visitarlo para decirle que en las universidades de Australia había una tremenda trifulca entre los defensores y los enemigos de Althusser. Sus peleas habían hecho imposible la vida universitaria, sobre todo por la belicosidad de los althusserianos. ¿No podría él, Althusser, que sería seguramente un hombre razonable y de paz, tratar de restaurar la calma enviando un mensaje ecuménico a sus discípulos? ¡Mis ideas en Australia!, decía Althusser, con un deje de desesperación cómica, acerca de la última thule, la última frontera, del movimiento obrero. En un tono más triste, dijo que escribir libros era como arrojar una botella al mar con una nota en su interior.





Notas al pie de página

    [1] Aide-mémoire escrito en julio o agosto de 1977, tras una visita inesperada de Althusser a las oficinas de la New Left Review. En febrero había aparecido en la revista mi artículo «The Antinomies of Antonio Gramsci», NLR I/100, enero-febrero de 1977.

    [2] Véase P. Anderson, The Antinomies of Antonio Gramsci, cit., pp. 42-43.

Re: ALTHUSSER, Louis (1918-1990)

NotaPublicado: Lun Oct 26, 2020 10:50 am
por Duarte
Christina Soto van der Plas, en "La lluvia de Althusser", en Tierra Adentro, el 23 de octubre de 2020, escribió:Llueve.

Te asomas por la ventana. Ves frente a ti dos gotas de agua que no se tocan. Parecen estar casi paralizadas y no ceden, adheridas al vidrio. Poco a poco, milimétricamente, se inclina una, apenas, hacia la otra dejando un levísimo rastro de agua en su trayectoria; parece que uno de los lados de la gota se va llenando de más agua. Se inclina lentamente hacia la otra gota y ésta, casi estática, se resiste. Parece alejarse de la gota que viene hacia ella, quiere evitarla a toda costa. Pero en un momento dado, sin más, la gota toca finalmente la membrana de la otra gota. Se precipita el encuentro, vertiginoso. La curvatura infinitesimal de una gota que se inclina hacia otra hace que se unan y se precipiten ahora rápidamente hacia abajo. En su paso, ya juntas, se llevan con ellas al resto de las gotas que esperaban, estáticas sobre el vidrio, esa desviación originaria. Del clinamen y de ese encuentro nace un mundo.

En uno de los pasajes más bellos de la filosofía, Louis Althusser traza un paralelismo implícito entre los átomos de Epicuro y las gotas de lluvia que caen. Para Epicuro, antes de la formación del mundo, sobre el vacío, un número infinito de átomos caían en paralelo. Esto implica que antes de la formación del mudo no había nada y que todos los elementos del mundo ya existían en la eternidad. Antes de la formación del mundo no había significado, causa o fin ni razón o sin razón. Y de pronto el clinamen sobreviene. Lucrecio deduce el clinamen de los fragmentos de Epicuro: la curvatura infinitesimal, el mínimo desvío de un átomo hacia otro que provoca que un átomo se desvíe de su caída vertical en el vacío y rompa el perfecto paralelismo en tan solo un punto, lo cual induce un encuentro. La suma de los encuentros, luego del primero, se aglomera y esta es la creación de un mundo. Para Althusser, esto señala que lo originario no es la realidad de los átomos mismos, sino el encuentro, el clinamen, sin el cual los átomos no serían nada sino el fantasma de una existencia. El mundo se forma como efecto puro de la contingencia y depende del encuentro aleatorio de los átomos causado por la desviación del clinamen. Esto es fundamental para la forma en que Althusser propone en su último manuscrito publicado y reconstruido luego de su muerte que una corriente subterránea ha permanecido a lo largo de la historia de la filosofía: la filosofía del encuentro, el materialismo del encuentro. La filosofía ya no necesitaría pensar ni la razón ni el origen de las cosas, sino que debería ser una teoría de la contingencia y del hecho de la contingencia, de la necesidad subordinada a la contingencia y del hecho de que las formas le “dan forma” al efecto del encuentro.

Louis Althusser (1918-1990) fue un filósofo francés, nacido en Argelia, que primordialmente se dedicó a pensar lo que denominó la “filosofía marxista”. Durante su juventud, Althusser se sentía fuertemente identificado con el cristianismo y su primer acercamiento a la filosofía de Spinoza y Montesquieu fue a través de la tradición cristiana. Estudió en la École Normale Supérieure en París y después se convirtió en profesor de filosofía. En su enseñanza y al tomar ciertas técnicas del estructuralismo para leer a Marx se volvió un referente central y principal intelectual del Partido Comunista Francés (lo cual posteriormente se convirtió en una problemática relación que justificó de diferentes maneras a lo largo de su trayectoria). En su vida personal, Althusser sufrió en distintos periodos de su vida de depresión y momentos psicóticos que desembocaron en 1980 en la muerte de su esposa, luego de que la estranguló durante uno de sus momentos psicóticos. Fue declarado no apto para ser juzgado y pasó un largo periodo en hospitales psiquiátricos. Su vida intelectual cambió luego de este incidente y escribió muy poco más, alejado de sus estudiantes y amigos. Althusser murió el 22 de octubre de 1990.

Comienzo por el final de Althusser, y releo el texto que más he subrayado en mi vida en cinco lecturas en diferentes momentos: antes, tentativa, subrayaba con lápiz, luego con más seguridad con pluma y después con colores. En “La corriente subterránea del materialismo del encuentro”, escrito después de la muerte de su esposa y su hospitalización, Althusser traza la que considero que es la condensación más atrevida de su pensamiento: desde Epicuro hasta Marx hay una corriente subterránea que ha buscado su anclaje materialista en una filosofía del encuentro y rechaza la filosofía de la esencia, de la razón y por tanto del origen y el final. Una de las preguntas que obsesionó al filósofo francés a lo largo de su trayectoria fue la pregunta por los (re)comienzos y es que cada punto de llegada era un nuevo punto de partida y la inconclusión un comienzo. Althusser ve los comienzos siempre en retrospectiva, a través de la retroacción necesaria: se asoma desde su ventana en el presente para ver lo que ha sucedido, el encuentro, y trabaja desde ahí, a partir de los resultados, hacia el comienzo, para ver esos instantes luminosos en donde finalmente las cosas adquieren la consistencia necesaria, se cuajan “en ciertos momentos felices [los] elementos que conjuntan un encuentro susceptible”. Vuelvo entonces al comienzo de Louis Althusser, desde su final, la lluvia.

Althusser fue, sobre todo, un hiperlector. Su principal contribución a la filosofía, desde mi punto de vista, no fue necesariamente su (in)definición [1] de una filosofía marxista o su famosa teoría de la ideología y la interpelación, sino la forma en que, empapado en el estructuralismo y desde el marxismo, elaboró simple y sencillamente una nueva forma de leer (filosóficamente). Ya desde sus primeros textos controversiales como “Contradicción y sobredeterminación” o “Sobre la dialéctica materialista” y hasta sus libros imprescindibles Para Marx (1965) y Para leer El Capital (1965), sus intervenciones clave critican al conocimiento como mito especular de la visión, la lectura inmediata (la concepción empirista del conocimiento), y favorecen la lectura “sintomática”. La lectura sintomática, tal como él la define, “descubre lo no descubierto en el texto mismo que lee y lo refiere, en un mismo movimiento, a otro texto, presente por una ausencia necesaria en el primero”. Es decir, al leer un texto debemos estar atentos a sus lagunas, a las preguntas sin respuesta, o a las respuestas sin pregunta, a las torsiones de las frases, a las repeticiones, a los olvidos e incluso a encontrar las metáforas, para así hallar en las contradicciones mismas las convicciones subterráneas verdaderas del texto.

El ejemplo más claro de lectura sintomática está quizás contenido en la famosa frase de Marx: “la anatomía del hombre es una clave para la anatomía del mono” (y no, quizás, viceversa). En un giro sorprendente, Marx clausura toda interpretación teleológica de la historia, la concepción evolutiva de la historia (la cual diría que la anatomía del mono, el precursor, es clave para entender a su sucesor, el hombre). También anticipa el famoso après coup (nachträglich) del psicoanálisis según el cual sólo en retrospectiva se puede reconocer qué tan significativo ha sido un acontecimiento, pues solo en un tiempo posterior al de su primera inscripción el pasado adquiere sentido y resignifica (desde el presente) tanto el pasado como el futuro. En la ruptura de la causalidad mecánica y en este gesto de Marx, Althusser encuentra una nueva forma de leer (desde su presente y a partir de esta forma retroactiva) lo que está ausente en la obra de Marx: la filosofía de Marx.

En vez de indagar genealógica o hermenéuticamente en la obra de Marx y cavar en la tierra para ir capa por capa y dar una interpretación más de sus postulados, como ya se había hecho hasta el cansancio en los años sesenta en que escribía Althusser, el filósofo francés decide de forma sumamente creativa leerlo sintomáticamente, es decir, hacer manifiesto lo latente. Sabemos que Marx jamás postuló una filosofía sistemática en su obra y por ello Althusser retorna a Marx, a sus puntos contradictorios y a sus preguntas y no a lo explícito, para forjar una política de izquierda verdaderamente revolucionaria que zanjaría viejos y nuevos problemas políticos. Pero más allá de Marx, en última instancia, Althusser buscaba no solo dar una nueva apreciación teórica, sino dejar en claro que el conocimiento es producción y no algo que se puede ver directa y empíricamente, de forma evidente o transparente.

Cuando el joven Althusser se encontró con el marxismo descubrió una crítica radical de todas las ilusiones “especulativas” lo que le permitió establecer una verdadera relación con la realidad a través de crítica misma de las ilusiones. Luego de dedicarse a estudiar a Spinoza, Maquiavelo y Rousseau, Althusser descubrió, según confiesa en su autobiografía, El porvenir es largo, que el marxismo le permitía experimentar con el cuerpo una forma de pensar. En la teoría marxista vislumbró un sistema de pensamiento (el materialismo) que reconocía la primacía de la actividad física y del trabajo sobre lo pasivo, sobre la conciencia especulativa. En la esfera del puro pensamiento, descubrió la primacía del cuerpo como agente que transforma la materia. Al igual que la gota de lluvia se desvía levemente para al fin crear un mundo, el encuentro de Althusser con el marxismo transformó la manera en que se puede pensar filosóficamente la tradición materialista en oposición al mito empírico del conocimiento de lo dado y el idealismo.

Si hay un libro de filosofía que se plantea como novela policial, y que por lo tanto no deja de ser una lectura que me mantiene en vilo cada vez que lo (re)comienzo, es Para leer El Capital. Puede que sea solo que en mi lectura toman forma y consistencia muchas de las ideas que me interesan para pensar filosóficamente los actos más elementales. La insoportable lucidez del libro colectivo parte de una simplísima pregunta al establecer su postura como lectura filosófica de El capital: ¿qué es leer? Si Freud nos enseñó que debíamos sospechar lo que quiere decir escuchar y lo que quiere decir hablar (y callarse), dado que detrás hay un segundo discurso, el del inconsciente, entonces a partir de Marx lo que debemos sospechar es lo que quiere decir leer y por lo tanto escribir.

En ocasiones la lectura althusseriana de Marx es sumamente novelesca y parece ser dominio de la imaginación, además de estar llena de conclusiones prematuras, pero revela la riqueza infinitamente maleable de su material. Partiendo de la pluma de Althusser, la obra de Marx es riquísima y permite leer a contrapelo las viejas discusiones fijándose en lo que nadie había notado: las ausencias, las preguntas, los juegos de palabras, las metáforas, la retórica del discurso.

El legado de Althusser continúa en una generación brillante de pensadores que fueron sus estudiantes y de una u otra manera han asumido su legado como Alain Badiou, Jacques Rancière, Étienne Balibar, Pierre Macherey, Jacques Derrida, Jean-Claude Milner, François Regnault y Jacques-Alain Miller. Este 22 de octubre estamos a 30 años de la muerte de Althusser, pero su pensamiento sigue vivo en su legado filosófico y en la generación más original de la filosofía francesa.

Cuando te asomes a la ventana, verás esas dos gotas que se unen lentamente estoy segura de que estarás condenado a verlas como yo, para siempre: como el clinamen de los átomos. Esto te llevará a pensar siempre en el encuentro (aleatorio) de dos gotas de la que nacen mundos posibles.





Notas a pie de página

    1. Uso la palabra (in)definición porque a pesar de las muchas tentativas para definir la filosofía marxista, Althusser no definió el contenido de la misma, sino más bien la forma en que se puede encontrar en los intersticios de la obra de Marx una filosofía, pese a que Marx mismo nunca la articuló.

Re: ALTHUSSER, Louis (1918-1990)

NotaPublicado: Lun Ene 03, 2022 7:13 am
por Duarte
Manuel Cruz, en "Un invisible influyente", en El País, el 2 de noviembre de 2018, escribió:Ha pasado prácticamente inadvertido, para qué engañarnos, el centenario del nacimiento de Louis Althusser (el 18 de octubre), uno de los filósofos marxistas más influyentes del siglo XX. Autor de dos obras de referencia para entender la deriva del pensamiento de izquierdas en la segunda mitad del siglo XX (Para leer 'El capital' y La revolución teórica de Marx), la onda expansiva de su propuesta teórica ha llegado hasta nuestros días a pesar de que sea raro encontrárselo en la actualidad explícitamente citado. Aclaremos el misterio de inmediato: ha llegado, por así decirlo, por persona(s) interpuesta(s), esto es, a través de filósofos inequívocamente marcados por su pensamiento, como son Jacques Rancière, Étienne Balibar o Alain Badiou, de gran notoriedad y predicamento entre nosotros de un tiempo a esta parte. Dicha peculiar presencia/ausencia de Althusser tiene que ver sin ninguna duda con los propios avatares de la tradición filosófica en la que su pensamiento se inscribía. En un primer momento, el fracaso del socialismo real (más conocido como “caída del muro”) pareció arrastrar consigo la doctrina de la que aquel se reclamaba y en la que declaraba inspirarse. Algunos recordarán cómo en los noventa eran casi en solitario Jacques Derrida, con sus Espectros de Marx, y el mismísimo papa Wojtyla —el cual, paradojas de la historia, tan eficazmente había contribuido al hundimiento de la URSS— quienes defendían la necesidad de salvaguardar lo mejor del legado marxista.

Pero no es este factor socio-histórico el único que ha influido en el relativo desinterés hacia Althusser. Dejando al margen los dramáticos episodios personales que protagonizó en los últimos años de su vida, lo cierto es que también el contexto teórico en el que se inscribían sus obras empezó a cambiar a gran velocidad ya a finales de los setenta (con la irrupción de los entonces denominados “nuevos filósofos”, con Bernard-Henri Lévy a la cabeza, cuyo rasgo fundamental era su anticomunismo) y ya no digamos en los ochenta (hegemonizada filosóficamente por la posmodernidad). Frente a estas propuestas emergentes, la de Louis Althusser tenía el inconfundible aroma de los tiempos pasados, formaba parte de lo que Manuel Sacristán había denominado el “marxismo del teorema y de la objetividad”.

Hay que reconocer que esa dimensión más cientificista del pensamiento althusseriano no era algo secundario. Al contrario, fue la que destacó él mismo a mediados de los ­sesenta cuando se sintió obligado a definir la aportación teórica de Marx, consistente, según la terminología del ­autor de Para leer 'El capital', en el descubrimiento de un nuevo continente teórico, el materialismo histórico o ciencia de la historia. Pero no es menos cierto que no se agotaba ahí la aportación althusseriana. Al lado de este ­tipo de consideraciones, hubo otras, influidas por diferentes ­autores (como Jacques Lacan, sin ir más lejos), que explican la persistencia de sus planteamientos. Pienso, por ejemplo, en su particular manera de interpretar los textos de Marx, echando mano de la categoría de problemática (categoría allegable a la de episteme o a la de paradigma, que por aquellos mismos años andaban proponiendo Foucault o Kuhn), para dibujar a partir de ahí una metodología hermenéutica propia, la que denominaba lectura sintomal. Sirviéndose de ella, reinterpretaba el conjunto de la obra de Marx en una forma ciertamente sugestiva, distinguiendo entre los textos específicamente marxianos y los que no (aunque hubieran sido escritos también por él).

Con todo, probablemente sea su revisión crítica del humanismo (especialmente del que gustaba de etiquetarse como marxista, al estilo del de Roger Garaudy) y, más en concreto, de la noción de sujeto que lo sustenta indefectiblemente la que resuene con mayor intensidad en aquellos discípulos de Althusser que se mencionaban al principio. Así, recogiendo la conocida afirmación de su maestro según la cual los hombres no son sujetos de la historia sino sujetos en la historia, han defendido, cada uno con sus particulares matices, la necesidad de la recuperación de un sujeto político emancipatorio. Importa subrayar que la propuesta no supone un retorno incondicionado a una concepción esencialista del sujeto moderno. El sujeto político emancipatorio que todos estos althusserianos proponen recuperar no sería un agente que precedería a la acción política, sino el resultado de esta misma acción.

No resulta difícil comprender la razón por la que tales planteamientos han sido tan bien recibidos en nuestros días por ciertos sectores de la izquierda. Esta forma de concebir la subjetividad política permite alimentar la esperanza de que la izquierda, liberada de engañosos espejismos, pueda recuperar de nuevo la lucidez respecto al lugar y al papel que le corresponden en la historia. Porque, como también nos advirtió Althusser, si a algo se parece la historia es a una obra teatral en la que los hombres son, efectivamente, los actores pero en ningún caso los autores. Y, según y cómo, ni siquiera los directores de la representación.