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La grieta (Carlos Spottorno, Guillermo Abril, 2016)

NotaPublicado: Mar Sep 26, 2017 2:46 am
por Ivanjoe
La grieta
Carlos Spottorno, Guillermo Abril (España, 2016)

Portada
(Tebeosfera | CRG)


Introducción

En Astiberri se escribió:Después de tres años de trabajo que se inicia en diciembre de 2013, varias portadas, decenas de páginas publicadas en revistas y un World Press Photo, el fotógrafo Carlos Spottorno y el reportero Guillermo Abril se plantean darles otra forma narrativa a las 25.000 fotos y 15 cuadernos de notas completados, para contar lo que ocurre en las fronteras de la Unión Europea.

Por las páginas de La grieta toma cuerpo un encuentro con los subsaharianos del Gurugú, el rescate de una patera frente a las costas de Libia, el éxodo de los refugiados de los Balcanes, los tanques de la OTAN frente a Bielorrusia y los bosques árticos donde reclutas finlandeses buscan sus límites, mientras refugiados afganos y cameruneses llegan con sus maletas desde Rusia en pleno invierno...

La grieta es el diario de campo de dos reporteros que recorren la frontera desde África hasta el Ártico, con el fin de desentrañar las causas y consecuencias de la crisis de identidad de Europa. Este trabajo de Spottorno y Abril se antoja una suerte de reportaje fotografiado, un ensayo gráfico con un trasfondo geopolítico muy actual. A medio camino entre el fotolibro y la novela gráfica, en tanto que utiliza elementos de la narrativa de esta última, el resultado es un relato que no está basado en hechos reales: son hechos reales.

Mar Abad, el 11 de enero de 2017, en Yorokobu, escribió:[...] La ignorancia es un polvorín. Lo advirtió el filósofo George Santayana (1863-1952) cuando dijo que «aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo». Stefan Zweig lo sabía y por eso dejó un libro de instrucciones para el futuro: El mundo de ayer. «Muchos autores de entreguerras produjeron obras artísticas para hacer una advertencia», cuenta Carlos Spottorno en un club dandi de Madrid. El fotógrafo, tras cinco años conociendo los confines de Europa, sintió la misma necesidad: «Yo también quería hacer mi advertencia: esto se cae».

El reportero gráfico llegó a esta conclusión después de ver muchos muros de alambre en la tierra y salitre en el mar. Después de recorrer miles de kilómetros torrado por la ardentía africana y helado por el frío polar. Después de publicar varios reportajes en prensa y conseguir un World Press Photo por un corto que enseña cómo un buque de la Marina italiana rescata a 219 inmigrantes que viajaban en un navío de mala muerte en la primavera de 2014. No es fácil subir a una fragata italiana de la Operación Mare Nostrum. A Carlos Spottorno y Guillermo Abril les costó un mes de negociaciones y decenas de mails. A muchos migrantes les está costando la vida.

Las primeras fisuras de la grieta aparecieron hace un lustro. La guerra de Libia de 2011 empezó a escupir gente al mar. Huían de las balas pero el mar no siempre era más seguro. A veces se los tragaba antes de llegar a tierras de paz. Pero ese año 64.000 refugiados tuvieron más suerte. Llegaron en sus naves de madera vieja a las costas de Lampedusa y Sicilia. Spottorno andaba por el Mediterráneo con su cámara. Había ido a documentar las manifestaciones de la Primavera Árabe.

Parecía que el muro de Berlín era una rareza histórica. Pero después de que lo tiraran se levantaron más. En el verano de 2012 instalaron una verja de alambre entre la Grecia de la Unión Europea y la Turquía del más allá. Spottorno y Abril visitaron esa frontera geopolítica que se alza sobre unos bancales que dan ajos, patatas y espárragos a la región de Tracia.

Esta es la puerta este de Europa. Antes de que construyeran la valla, miles de personas entraban, caminando, por estas tierras. Era la vía más utilizada. En su artículo "A las puertas de Europa", Spottorno y Abril contaban que en 2010 hasta el 75% de todos los migrantes sin documentación oficial llegaron por ahí. Ahora, en cambio, los coches patrulla y los militares se encargan de sellar estos caminos hacia el sueño de Occidente.

Pero los humanos, como las hormigas, siempre buscan nuevas vías de paso. En Bulgaria hallaron otro pasadizo a la tierra prometida. Entonces este país desplegó un kit de cámaras de vigilancia y sensores de movimiento a lo largo de 60 kilómetros de su frontera con Turquía. La guerra de Siria, la dureza de Afganistán y otros conflictos de Oriente Medio y Asia seguían lanzando personas hacia Europa.

Grecia no daba abasto para detener la migración y, para colmo, no veía en la UE un aliado. Al contrario. El país heleno seguía hundido y no había manera de llegar a un acuerdo de rescate. La Troika seguía en sus trece de la austeridad a pesar de lo que se llevara por delante. Aquel verano de 2015, mientras Spottorno y Abril viajaban a la zona, el ministro de Defensa, Panos Kammenos, anunció su revancha: «Si Europa nos deja en la crisis, la inundaremos de inmigrantes».

Grecia dejó de hacer de muro de contención y abrió sus puertas. Total, ellos sólo serían la vía de paso. Los migrantes tenían las miras puestas en otras zonas más ricas. «Grecia era el candado para que no entraran a Europa, pero ese verano los griegos empezaron a mandar a los refugiados a Macedonia y les indicaron el camino a Berlín», explica el fotógrafo. «Ese desencuentro entre Grecia y Alemania es otra grieta interna en la Unión Europea. Es una de las grandes grietas: ¿Quién paga esto? ¿Grecia? ¿Italia? ¿La UE? El despliegue de la marina para rescatar pateras cuesta millones de euros al día. Este conflicto es lo que está provocando el ascenso de la ultraderecha». Spottorno lo entendió el día que escuchó a un alcalde de extrema derecha de un pueblo fronterizo húngaro decir: «Sus sueños destruyen nuestros sueños».

Spottorno y Abril fueron también a una de las puertas del sur: la valla de Melilla. Ascendieron al monte Gurugú, en Marruecos, para ver la espera de cientos de subsaharianos que se juegan el pellejo por llegar a Europa. Juegan al fútbol y cocinan entre los árboles hasta que una llamada de móvil hace de silbido. Algún contacto en Melilla les informa de que ese día las autoridades enviaron migrantes a la península y eso implica que, cuando los detengan, tendrán camas libres para ellos en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). Todo listo. Pueden saltar.

Lo hacen en bloque, todos a la vez, porque juntos son más fuertes ante las patrullas españolas. «Usan tácticas militares», cuenta el fotógrafo. Pero de las baratas. De las de batallón sin armas. «El salto en la valla de Melilla es medieval. Unas 200 personas salen corriendo y se lanzan a la vez sobre la alambrada. La valla es un acto violento».

La historia funciona así. A veces la única diferencia de un siglo a otro está en los materiales y la tecnología. El fondo sigue siendo el mismo. Nada ha cambiado de aquel «¡Hay moros en la costa!» que gritaban desde las atalayas en las costas españolas a las cámaras de vigilancia que se despliegan hoy junto a la valla.

Aunque hace unos años las cosas parecían más tranquilas. A finales del siglo XX por esa frontera paseaban guardias que, ante un ruido inesperado, les bastaba con alzar la voz: «¡Alto! ¿Quién anda ahí?». Pero en los años 90 esta franja de tierra se fortificó y hoy representa «el salto más grande del mundo en términos sociales y económicos», según Spottorno. «Sólo es comparable con la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur».

Hace falta ver muchos lindes para llegar a estas conclusiones. «Este tipo de reporterismo se basa en lo que interpretas de lo que has visto y no sólo en la noticia del momento. Puedes entender una situación mucho mejor en la intersección de la versión oficial que te dan y lo que tú ves en el terreno», explica Spottorno, mientras toma un café y despliega, una por una, las páginas de una prueba del libro aún sin encuadernar. «Mi interés es mostrar el gran angular. Todas estas fronteras me han hecho ver la grieta. Esta griega exterior que genera grietas internas. Y que, como cualquier estructura con grietas, se acaba cayendo».

Los dos reporteros visitaron otra de las puertas mojadas del sur: Lampedusa. Vieron los restos de pateras deshechas en las orillas del mar. Les contaron que cruzar el mar en barcos clandestinos puede acabar en mareos y vómitos. Eso en el mejor de los casos. Otros ni lo cuentan.

Y después llegaron al Ártico. Ahí está la frontera más larga de la Unión Europea. Una línea de 1.340 kilómetros la separa de Rusia. Los países colindantes temen al gigante y, con la ayuda de la OTAN, ponen todo el armamento que pueden por medio. Rusia, en cualquier momento, podría entrar a lo grande, como hizo en Crimea en 2014. Y, en estas, el miedo se ha convertido en material mortal. «En los últimos dos años estas fronteras han ido armándose cada vez más», indica el reportero gráfico.

Pero mientras tanto van llegando miles de migrantes para solicitar asilo en los países nórdicos. En noviembre de 2015 llegó a Finlandia un inmigrante en bicicleta. Alguien debió correr la voz porque a partir de ese momento muchos hicieron de esa frontera una meta ciclista. Hasta que las autoridades se dieron cuenta del pastel y prohibieron el paso en bici. Entonces los cientos de afganos y personas de otras 30 nacionalidades se hicieron con vehículos soviéticos agonizantes, de Dios sabe dónde, para pasar el control. En Finlandia, Katja Hedberg, una periodista y empleada de ONG, dijo a los reporteros: «Es el mayor reto desde la II Guerra Mundial».

El país nórdico ha aumentado su gasto militar un 8,9% y se está pegando a la Alianza Atlántica en busca de protección ante las ambiciones de Putin. Incluso ha informado a un millón de reservistas sobre qué hacer si los llaman a filas. Spottorno muestra las fotos de la frontera entre Rusia y Finlandia, y comenta asombrado: «Parece una guerra».


La grieta: el libro

La grieta es un documento gráfico de la amenaza que se cierne sobre Europa. El libro, editado por Astiberri, muestra en 168 páginas los desgarros que se producen en los saltos a la valla de Melilla, los naufragios en las costas mediterráneas, las caminatas clandestinas por los Balcanes y los tendidos armamentísticos en los bosques árticos. Es un diario de campo que diluye las fronteras entre la fotografía y el cómic, y al que Spottorno ha podido dedicar tantos cientos de horas por una Ayuda de la Fundación BBVA a Investigadores y Creadores Culturales.

Todo lo que cuenta es real. El reportero gráfico Carlos Spottorno y el periodista Guillermo Abril han recorrido centenares de kilómetros de fronteras y han entrevistado a decenas de personas e instituciones para relatar lo que consideran, en palabras del fotógrafo, «una crisis de identidad europea y su desmoronamiento». Pero lo cuentan de un modo inusual. La grieta no es un fotolibro, ni un cómic, ni una novela gráfica. Es una historia contada en fotos y bocadillos de texto, con el mismo objetivo veraz que se propone la prensa pero con una estética actualizada de cómic.

Dice Spottorno que tampoco es una fotonovela ni pretendía serlo. Ese estilo hubiese hecho parecer a La grieta una historia ficticia de amores y desamores. «En las primeras pruebas usé fotos sin colorear. Eso lleva irremediablemente a la fotonovela. A sus historias de amoríos, destape y aventuras. Le quitaba toda la credibilidad», explica Spottorno en una tarde de lluvia. «Leí varios libros de teoría del cómic para averiguar cómo influyen los distintos tipos de imágenes en la percepción. Empecé a hacer pruebas con filtros pero los descarté porque pasan de moda muy pronto. Yo quería hacer algo que perdure en el tiempo. Y un día, viendo documentales antiguos, encontré uno que coloreaba imágenes en blanco y negro. Me gustó y me dio la idea de pintar las fotos». De ahí surgió el tratamiento gráfico destinado a crear «imágenes llenas de información, que no pierden la esencia fotográfica, pero que se leen como si fueran un cómic».

Spottorno, galardonado con dos World Press Photo, describe La grieta como un «ensayo gráfico o un reportaje con sensación de cómic. Lo que lo hace distinto a un tebeo es que no es dibujado. Dos personas se han ido hasta el Ártico para fotografiar lo que hay en realidad». Pero aún no hay etiqueta oficial para este estilo. Es demasiado pronto. «No sé cómo llamarlo», vacila. «Alguien encontrará un nombre».





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Editorial Astiberri (España, 2016) [cbr]