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LENORE, Víctor

NotaPublicado: Mié Mar 15, 2017 12:49 am
por Duarte
Víctor Lenore

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Introducción

En la editorial Capitán Swing se escribió:Nacido en Soria en 1972, lleva veinte años trabajando como periodista musical. Ha publicado artículos en El País, La Razón, Playground, Rolling Stone y El Confidencial, entre otros medios. Víctima temprana de la enajenación indie, fue uno de los fundadores del sello Acuarela, coordinador de la revista Spiral y trabajador ocasional en el Festival Internacional de Benicássim. Durante dos décadas, colaboró en la revista musical Rockdelux, donde firmaba la sección de entrevistas "Truco o trato". Fue miembro del grupo promotor de la publicación cultural de izquierda Ladinamo.

También ha trabajado como guionista en el programa de televisión Mapa Sonoro (TVE-2), comisario de la parte musical en la exposición La herencia inmaterial (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) y director de la colección de libros Cara B, dedicada a explorar en profundidad álbumes clásicos del pop-rock español. Es colaborador habitual de Minerva, revista del Círculo de Bellas Artes de Madrid. En la actualidad participa en foros de discusión cultural como Ecos del gueto, Fundación Robo o Señoras que hablan de música.





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Re: LENORE, Víctor

NotaPublicado: Mié Mar 15, 2017 2:27 am
por Duarte
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Re: LENORE, Víctor

NotaPublicado: Mié Mar 15, 2017 2:43 am
por Duarte
Irene G. Rubio, en entrevista con Víctor Lenore (autor de Indies, hipsters y gafapastas), con el título “La cultura hipster podría definirse como ‘el elitismo al alcance de todos’”, en Diagonal, el 9 de octubre de 2014, escribió:Diagonal: ¿Cómo definirías lo hipster? ¿Por qué equiparas indies, hipsters y gafapastas?

Víctor Lenore: Los hipsters son una falsa subcultura, que parece que se enfrenta a los valores dominantes, pero en realidad propone una versión más despiadada y esnob del capitalismo actual. Podemos decir que son contraculturales en la estética y yuppies en la ética. Sobre el indie, es una escena tirando a naíf, cuyos miembros adoran la ironía, la candidez y sentirse especiales. Básicamente, hablamos de una escena infantil y basada en la estética, sin ningún elemento que cuestione el sistema, ni siquiera en tiempos de emergencia social como éstos (esto es la regla, aunque dentro del indie hay excepciones que la confirman). 'Gafapastas' o 'culturetas' son aquellas personas que se sienten superiores a través de consumos culturales presuntamente exquisitos, pongamos un disco de Radiohead o una novela de David Foster Wallace. Lo que comparten indies, hipsters y gafapastas es la sensación de pertenecer a una élite cultural por encima de las 'masas', digamos el gran público, que ellos consideran vulgar.


D: El libro está escrito a partir de tu experiencia personal, ya que reconoces que pasaste demasiado tiempo inmerso en ese ambiente. ¿En qué momento empiezas a cuestionarlo? ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

V.L.: He pasado más de la mitad de mi vida en el hipsterismo y me ha resultado muy insatisfactorio. Sobre todo, por el tremendo individualismo imperante. Poco a poco, empecé a ver la enorme carga de prejuicios que arrastrábamos. Por ejemplo: la mayoría de hipsters detestan la música popular sudamericana. Hay un fuerte rechazo a Manu Chao, simplemente por escribir canciones sobre la vida y los problemas de los migrantes en las grandes ciudades de Europa. Hubo polémica y protestas en Internet cuando Julieta Venegas o Calle 13 fueron contratados en festivales indies. También hay un rechazo explícito al arte político, especialmente si los mensajes son claros: desde Víctor Jara a Michael Moore, pasando por la cultura feminista, que se mira con desdén o abierta antipatía. Con el paso del tiempo, esas actitudes me fueron alejando del hipsterismo en busca de formas culturales más relajadas y empáticas.


D: Afirmas que el triunfo de lo hipster es una derrota política. ¿Podrías explicar esta afirmación?

V.L.: La cultura hipster está llena de esnobismo, clasismo y anglofilia (parece que solo importa lo que pasa en Londres, Nueva York y Los Ángeles). También hay mucho racismo inconsciente, que reproduce las estructuras de poder de la industria cultural, manejada por hombres blancos de clase media. La cultura hipster podría definirse como "el elitismo al alcance de todos", ya que apuntarse no exige un gran nivel cultural, ni tampoco mucho gasto, porque ahora la mayoría de los contenidos están accesibles al precio de una conexión ADSL. Creo que una escena cultural mitómana, clasista y narcisista es incompatible con formas sociales igualitarias.


D: Desmitificas productos culturales que se presentan como refinados cuando, en realidad, se trata de lo mismo de siempre pero barnizado con una pátina cool. ¿Cómo hacer una crítica cultural que no caiga en el elitismo pero tampoco se convierta en una celebración acrítica de lo mainstream?

V.L.: La cultura debería ser un derecho y un recurso, no una medalla que colgarnos para sentirnos por encima de los demás. Estaría bien dejar de pensar en productos y empezar a analizar las relaciones sociales que generan. La escena hipster fomenta relaciones elitistas, con conciertos a ochenta euros, vinilos de edición limitada y eventos culturales exclusivos patrocinados por marcas pijas. Casi todos los iconos son hombres blancos occidentales con ínfulas de genio. Me parece importante desmentir que cualquier cultura masiva es vulgar y facilona. Pensemos en el punk, las raves autoorganizadas, la ciencia ficción política o la novela policíaca francesa y estadounidense. El mayor laboratorio de innovación musical del siglo XX fue Jamaica, donde no había apenas industria cultural ni renta suficiente para cultivar el esnobismo. Yendo a lo institucional, el sistema público de teatros, bibliotecas y universidades es totalmente mainstream y a la vez muy eficaz y avanzado. No hay que tener alergia a lo institucional. Por otro lado, la mayoría de los teóricos culturales más sofisticados son profundamente antielitistas: ahora me vienen a la cabeza Stuart Hall, Raymond Williams, Gramsci, Barbara Ehrenreich, Terry Eagleton, Thomas Frank


D: “Ya que no cobramos mucho más dinero que los obreros, al menos queremos distancias estéticas”. ¿El rasgo central de lo hipster sería el elitismo cultural? ¿Quizá no se trate tanto de los productos culturales en sí como de la actitud elitista?

V.L.: Exacto. La cultura hipster es una forma de elitismo degradadado, donde no cuenta tanto tu nivel cultural como tus preferencias de consumo. Cualquier tipo de elitismo me parece rechazable, aunque este resulta especialmente cutre e injustificado.


D: Leyendo el apartado de hipsters de izquierdas parece que consideras el elitismo como un rasgo propio de ciertas corrientes políticas…

V.L.: Lo que tenemos que quitarnos de encima es el afán de distinción. Como persona interesada en la política, me causan mucho rechazo los textos militantes empapados de jerga, ya sea una newsletter posmoderna o un boletín estilo soviético. Muchas veces quiero enterarme de algo que explican en la web Madrilonia y me cuesta horrores por la falta de interés de algunos autores en expresarse de manera concisa y comprensible. Cuando defiendes valores contrarios a los dominantes es normal hacer piña con tu colectivo y acabar cayendo en actitudes identitarias. En los años en que estuve en el colectivo Ladinamo tampoco nos libramos del elitismo y hipsterismo de izquierda. En general, nos puede la tendencia a usar términos que nos ponen por encima de la comprensión de 'las masas'. Cuando todo el mundo habla de defender servicios públicos, parece que mola centrarse en los commons, que es un concepto mucho más vanguardista y sofisticado. Mira, al final vamos a tener que apuntarnos con todo el mundo a protestar delante de un hospital al que han recortado fondos públicos, así que mejor encontremos un lenguaje comprensible por cualquiera, lo cual no implica rebajar el rigor. No tiene tanta importancia en la lucha que se usen los conceptos exactos que a mí y a mi grupito nos gustan. Hay un sector de activistas que rechazan a Podemos por participar en tertulias de televisión o que no soportan manifestarse junto a una pija contra el cierre de un hospital en Serrano. Son muy tristes esas formas de esnobismo.


D: A pesar de la aparente distancia de lo indie o lo hipster con los referentes culturales de la Cultura de la Transición, tú afirmas que no hay tal ruptura, hasta el punto de señalar que “la movida y el indie han sido la banda sonora del bipartidismo”.

V.L.: Es un hecho que el sistema cultural, público y privado, han apoyado generosamente esas dos escenas. Primero fueron los conciertos masivos subvencionados por el PSOE en los 80 para darse un aire joven, luego los festivales indies o hipster en Barcelona y la costa de Levante, justo la ruta del turismo internacional y la burbuja inmobiliaria (muchos de estos festivales los subvencionan ayuntamientos del PP). Esperanza Aguirre gastó un millón de euros de dinero público en un homenaje a la Movida. Pedro Sánchez, Patxi López y Eduardo Madina son fans de grupos como Los Planetas, Los Punsetes y La Habitación Roja. El festival Summercase de Boadilla del Monte (Madrid) está siendo investigado como parte de la trama Gürtel. Este mismo año, el Sónar descubrió que uno de sus patrocinadores figuraba en ese sumario. Los eventos 'modernos' y 'molones' son algo muy cercano a la construcción de la ciudad-marca como espacio presuntamente creativo y participativo. Está claro que el sistema se siente muy cómodo con la cultura indie y hipster, ya que comparte valores como el individualismo, la meritocracia o una versión despolitizada de la modernidad. También es evidente que lo indie y hipster domina las secciones de cultura de casi todos los medios de comunicación.


D: Alguien te podría decir: ¿qué tiene de malo que se ponga de moda la comida orgánica o el ir en bici? ¿El problema es pensar que el cambio social pasa por actos individuales de consumo y no por la acción colectiva?

V.L.: No tengo nada contra las bicicletas ni contra la comida orgánica. Sí contra las revistas de tendencias, que están llenas de productos ecológicos, pero nunca encontrarás un reportaje investigando hasta qué punto son eficaces esos consumos. En realidad, a la mayoría de hipsters le da igual si sus compras contribuyen a arreglar los problemas del mundo porque la motivación es la autosatisfacción, sentirse diferente y especial. No buscan acabar con el consumismo, sino redimirlo a través de la etiqueta de "consumo consciente". Hay bastantes libros, documentales y artículos que demuestran los pobres resultados de los productos de "comercio justo". La mayoría de sus argumentos se pueden aplicar a estos consumos hipster. El problema, como dices, es que las estrategias individuales basadas en las compras son poco efectivas. Hacen falta movimientos políticos de contestación, programas públicos y también que las instituciones se hagan cargo de los problemas sociales.


D: ¿Te has encontrado muchas veces con que la crítica a lo hipster se malinterpreta como un cuestionamiento de los estilos de vida o las aficiones culturales más que de los procesos económicos que hay detrás?

V.L.: Constantemente. La gentrificación no es una cuestión de barbas, bicis y camisetas de Devendra Banhart, sino de expulsión de los vecinos más vulnerables del barrio. Muchas críticas culturales a los hipsters, desde la serie "Portlandia" hasta la novelas de Nick Hornby, pasando por los cómics "Moderna de pueblo", parecen retratarlo como una cuestión de inmadurez personal, que mucho de eso tiene, pero en el fondo es un problema social y político, ya que la cultura hipster nos implanta en el cerebro una versión esnob de los valores dominantes.


D: Estrellas como Beyoncé, Emma Watson o Lena Dunham se declaran feministas, la revista Playground o Smoda de El País saca reportajes sobre feminismo día sí, día también… ¿Puede ser que se esté hipsterizando el feminismo? ¿Cómo valoras esta “moda”?

V.L.: Como periodista musical, me alegra que el feminismo vuelva a ser objeto de debate en el pop. Muchos fans de Beyoncé –entre quienes me cuento– han descubierto gracias a una de sus canciones una conferencia feminista muy potente de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. Eso tiene su valor. En general, creo que la versión del feminismo que domina entre las divas pop y revistas de tendencias dice que sacudirse el patriarcado es una cuestión de carácter personal, quizá añadiendo alguna ley de igualdad de salarios, cuando en realidad todos sabemos que es más complicado que eso. Beyoncé gana más que nadie y no por ello está exenta de conflictos con el machismo.





Tres casos de dominación cultural

CAMELA. Superventas invisibles
El grupo estrella de la tecno-rumba copó en numerosas ocasiones los primeros puestos de las listas de ventas, convirtiéndose en un verdadero fenómeno musical. Mientras, los grandes medios de comunicación les condenaban al ostracismo y la industria discográfica les relegaba al circuito de casetes de gasolinera, en un sistema que el crítico Luis Troquel describe como "una especie de apartheid cultural".

DIPLO. Historia de un saqueo
El DJ más cool del planeta se convirtió en una estrella del global bass apropiándose de canciones y melodías producidas en favelas y barrios pobres de todo el mundo, sin dar reconocimiento y crédito a los artistas que las crearon. Según el músico Jace Clayton, conocido como DJ /rupture, “Diplo parte con ventaja porque tiene pasaporte y dinero para viajar. Se ha hecho rico con la música de los pobres”.

OBEY. Grafiti gentrificador.
Artista callejero y ejecutivo publicitario, Shepard Fairley, alias Obey, se caracteriza por usar imágenes de los zapatistas o las Panteras Negras en su trabajo. El ayuntamiento de Málaga le contrató para hacer un mural en una zona que quieren convertir en el SoHo malagueño. El artista Rogelio López Cuenca denunció que el mural había servido para maquillar políticas municipales de derechas.