Hay un hecho que demuestra, creo yo, hasta qué punto la concepción de la HGP, HNP o ADN arraigada en la mente de Santiago Carrillo se situaba en el terreno de lo ideológico, lo fantástico y hasta lo fantasmático, en el sentido psicoanalítico de este último término. A finales de 1976, en efecto, cuando la historia ya ha demostrado que la transición de la dictadura despótica de Franco a la democracia burguesa de los franquistas se produce sin intervención de aquel levantamiento popular mitológico; cuando la
Hache Ene Pe ya ha sido arrinconada por los tramoyistas de la clase política en un desván del teatro nacional, Santiago Carrillo sigue mencionándola como algo que hubiera sido posible, que ha estado a punto de realizarse. En su libelo
Qué es la ruptura democrática, dice Carrillo lo siguiente: «
Si el azar hubiera hecho que la vida de Franco se prolongase unos años más hubiéramos presenciado cómo la presión popular, probablemente acompañada de un "golpe de palacio", desplazaba, más o menos cortésmente, al dictador». No pienso que sea fácil encontrar en los escritos de los dirigentes políticos que se proclaman
marxistas, un texto tan irreal o surreal como éste, tan henchido de deseo irrealizable y de frustrada ensoñación. Cabe preguntarse si la temprana vocación política de Carrillo no ha venido a truncar una posible carrera de escritor de ciencia-ficción o de barata novela fantástica.
Sea como sea, un somero análisis de la primitiva formulación de Carrillo, la de 1947, acerca de la huelga general, bastará para poner de manifiesto todas las contradicciones, todo el confusionismo, que encerraba la citada consigna de lucha y que ha seguido teniendo desde entonces hasta el agotamiento biológico de la dictadura.
Empecemos por los ejemplos históricos que sirven de referencia a Carrillo. Decía éste que «
los obreros españoles supieron enarbolar gallardamente en 1917, en 1930, en 1934 y en 1936» el arma de la huelga general. Doy de lado la cursilería del adverbio. ¿Gallardamente? Uno se pregunta qué tendrá que ver la lucha de clases con la gallardía. Pero bueno, dejemos esto. Cada uno escribe como puede. Vayamos a lo esencial. Y lo esencial es que Carrillo mete en el mismo saco acontecimientos históricos heterogéneos que no pueden equipararse mecánicamente.
La huelga general de 1917, en efecto, se inscribe en el contexto histórico de la crisis que sacude a toda Europa, y cuyo epicentro -por desgracia para el porvenir de la revolución- se sitúa en Rusia, desde febrero de aquel año y la liquidación del zarismo. Es una acción de masas abiertamente revolucionaria, que inaugura en España lo que algunos han llamado «trienio bolchevique».
La huelga general de diciembre de 1930 es algo muy diferente. Es una acción contra la Monarquía de Alfonso XIII, desencadenada en apoyo a
la sublevación en Jaca de Galán y García Hernández, muy pronto sofocada. No es estrictamente una acción de clase, como la de 1917. Se desarrolla bajo la hegemonía política de la coalición republicano-socialista que ha firmado el Pacto de San Sebastián. La República no vendrá a España como resultado de esta acción frontal, de este intento de conjugar un golpe militar y una huelga general, fallido en sus dos vertientes. Vendrá, meses más tarde, con la ocasión de unas elecciones municipales, por el propio desgaste y la descomposición interna de la institución monárquica, por la estrechez de su base social, socavada por las acciones y protestas populares.
En
octubre de 1934, la situación no tiene tampoco nada ver ni con la de 1930, ni con la de 1917. Lo que se produce entonces es un intento, de carácter insurreccional, encabezado -sin unidad ni perspectiva suficiente- por los partidos obreros, de oponerse a la liquidación de la República democrático-burguesa, a la instauración de un Estado autoritario y contrarrevolucionario por la vía parlamentaria -que es la vía que Hitler acaba de utilizar con éxito en Alemania, no lo olvidemos- como consecuencia de la victoria relativa de las derechas en las últimas elecciones legislativas. También en 1934 fracasa la huelga general, salvo en Asturias, donde la lucha adquiere la forma de la insurrección armada de los mineros, sangrientamente reprimida por el Ejército.
En 1936, al fin, nos encontramos otra vez ante una situación inédita. La huelga general es la respuesta popular, obrera, al alzamiento militar. Sólo es el primer paso hacia el levantamiento armado del pueblo, hacia la destrucción por las masas del aparato del Estado burgués -que había sido incapaz de oponerse a la conspiración militar-, hacia la constitución de los gérmenes, bien pronto aplastados, de un nuevo poder popular.
No es posible, por tanto, meter en el cajón de sastre de una sola frase superficial las acciones de masas de 1917, 1930, 1934 y 1936, como lo hace Carrillo de forma totalmente irresponsable. Si el alma del marxismo es el análisis concreto de una situación concreta -frase esta de
Lenin que se ha convertido en el latiguillo de ensayo progre y pobre y que podría discutirse en otra ocasión, porque dista mucho de ser totalmente satisfactoria, ya que puede abrir el camino del pragmatismo real-político si se toma al pie de la letra-, la afirmación de Carrillo es todo lo que se quiera menos marxista. En la noche ideológica de su formulación, todas las situaciones concretas se tornan irreales y todos los conceptos pardos.
Ahora bien, todas estas acciones, históricamente heterogéneas, tienen algunos rasgos comunes: precisamente los que Carrillo se olvida de analizar.
El primer rasgo común consiste en que, tanto en 1917 como en 1930, tanto en 1934 como en 1936, las acciones de masas son dirigidas por partidos y sindicatos obreros que actúan en la legalidad, que disponen de todos los medios de propaganda, de organización y de movilización que autoriza un sistema democrático. En 1947, en cambio, cuando Carrillo proclama que la clase obrera tiene «
en su mano, a su alcance», el arma de la huelga general política, partidos y sindicatos obreros están sumidos en la ilegalidad. Con el agravante de que dicha ilegalidad es el resultado de una derrota histórica de las fuerzas populares, que han visto exterminados o dispersos por el mundo todos sus grupos dirigentes. Cuando Carrillo se dirige a los obreros españoles, en marzo de 1947, instándoles a que enarbolen «gallardamente» el arma de la huelga general, lo hace desde París, desde el exilio, en una situación en que se exasperan los rasgos, tradicionales en España, de exterioridad del partido comunista en relación con la clase trabajadora en su conjunto: Carrillo no sólo habla desde fuera, sino también desde lejos, y los obreros a quienes se dirige no sólo no pueden escucharle, sino que tampoco le entenderían, si pudieran oír su llamamiento.
El segundo rasgo común de todas aquellas acciones, la de 1917, la de 1930, la de 1934 y la de 1936, que Santiago Carrillo tampoco menciona, es que son acciones ofensivas, que se producen en momentos del auge del movimiento de masas. Incluso la de octubre de 1934, que presenta a primera vista otras características, es una acción de contraofensiva, de respuesta dinámica de las masas a la intentona reaccionaria. No son las masas obreras las que han perdido las elecciones legislativas de diciembre de 1933: las ha perdido la coalición reformista y burguesa del primer bienio republicano. La derrota electoral viene a sancionar la falta de resolución, de perspectiva, de firmeza estratégica de la coalición republicano-socialista. Pero la clase obrera, los braceros campesinos pobres, la pequeña burguesía urbana, que constituyen al ala radical y revolucionaria de la República burguesa, no salen desmoralizados de la derrota electoral, por otra parte relativa. Sus fuerzas siguen intactas. Ni siquiera la derrota sangrienta de octubre, en Asturias, logra frenar por largo tiempo el auge del movimiento. O sea, repitiendo lo ya dicho: todas las huelgas generales que Carrillo menciona como referente histórico de su llamamiento se han producido en momentos de flujo (¡sí, Tano, sí!) del movimiento obrero y democrático. En 1947, en cambio, cuando Carrillo vuelve a agitar el fantasma de la HGP, dicho movimiento se encuentra en una fase de profunda depresión, como consecuencia de la derrota aplastante sufrida al cabo de tres años de guerra civil.
Además, e independientemente de la ligereza irresponsable de sus referencias históricas, un análisis un tanto riguroso del contenido mismo de la formulación de Carrillo, en 1947, demostraría que la huelga general política que invoca es imposible. O mejor dicho: que cuando se reunieran, hipotéticamente, todas las condiciones que la harían posible, la
Hache Ge Pe ya no sería necesaria.
¿Qué dice Santiago Carrillo, en efecto? Dice que la huelga general puede poner fin al régimen franquista, si se conjuga «
con la acción y la lucha de todas las fuerzas antifranquistas en el interior, con la presión democrática internacional, desde el exterior». Desde luego, pero es mucho conjugar. Santiago Perogrullo tiene, a este respecto, toda la razón de su sinrazón. Si la acción y la lucha de
todas las fuerzas antifranquistas -que constituían, ya en 1947, si nos atenemos a los análisis del PCE sobre la estrechez de la base social del franquismo, social y objetivamente, el 90 por ciento del pueblo- si esa acción y esa lucha pudieran
conjugarse con una presión democrática internacional, desde luego que una huelga general política realizada en esas condiciones habría terminado con el régimen. Tal vez hubiera bastado con su mero anuncio, su sola preparación política, para conseguir dicho objetivo. De hecho, hubiese sido una auténtica revolución política. Ahora bien, y en esto reside el problema, ¿era posible pensar en marzo de 1947, en la conjugación o conjunción de todos esos factores? ¿No se trataba de una simple hipótesis académica, o de un tema fantasmático para acaloradas discusiones de tertulia de exiliados?