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Entrevista a Muammar Al-Qaddafi (TeleSur, 2009)

Informativo, educativo, concursos, de debate, musical, infantil, variedades, telerrealidad, deportivo, de entrevistas, contenedor, nocturno... Por cualquier medio: televisión, cine, internet, radio.
Entrevista a Muammar Al-Qaddafi
TeleSUR (Venezuela, 2009) [16 min]

Portada


Sinopsis:

    Entrevista exclusiva al líder Muammar Al-Qaddafi, presente en la Segunda Cumbre América del Sur-África (ASA) realizada en Isla Margarita , en Venezuela, los dias 14 al 19 de septiembre de 2009... "La próxima cumbre se desarrollará en Libia en 2011. "Queremos trabajar conjuntamente y (en esa fecha) podremos ver los logros alcanzados", aseguró Kadafi al hacer uso de la palabra, en la cumbre.

Ficha técnica


Idioma: Doblada en Simultáneo al Español.





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:str: Reproducción:


Nota Jue Mar 10, 2011 4:21 am
Para situar las bases y la evolución de la institucionalidad libia en sus estertores...


fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/y ... aspiradora


Yamahiriya en la aspiradora



Samuel Pulido

Quilombo // 24 de febrero de 2011






Muamar el Gadafi, en 1971 y cuarenta años después. El tiempo no perdona. La juventud libia, tampoco.



La Yamahiriya, el Estado de masas que Muamar el Gadafi instauró en 1977, se desintegra a una velocidad increíble. La revolución impulsada desde arriba tiene ahora el rostro abotargado de su Guía supremo, que lanza violentos zarpazos para defenderse de la revolución de los de abajo, los hijos de la acelerada urbanización. Abandonado por casi todos, después de haber provocado cientos de muertos en un corto espacio de tiempo, en su último discurso amenazó, como su hijo un día antes, con más sangre y terror. Qué mayor signo de debilidad que el empleo de mercenarios procedentes de las guerras africanas en las que se ha venido inmiscuyendo desde los años ochenta.

La revuelta libia comenzó en las ciudades de la región de Cirenaica. Lo que hoy conocemos como Libia, la unión de Tripolitania, Cirenaica y la desértica Fezzan tras la breve colonización italiana, es al fin y al cabo una creación reciente. Hoy ciudades como Bengasi, Al Baida o Tobruk son ciudades libres, controladas por comités ciudadanos que nada tienen que ver con las estructuras creadas por el régimen. Los líderes de las tribus tuareg, warfalah (mayoritaria, con casi un millón de miembros, y de donde procede muchos de los miembros de las fuerzas de seguridad) y hasawna se han revuelto contra Gadafi, que ha perdido su habilidad en el manejo de las relaciones intertribales e interclánicas. Tradicionalmente las tribus de la Cirenaica han sido las más refractarias a la idea de un Estado centralizado, y la prueba la vemos en la manera en que se han apropiado del territorio. Conforme la represión se fue cobrando víctimas, las protestas se extendieron a la Tripolitania, la región más poblada del país.

Gadafi trató de compensar la debilidad del Estado postcolonial con la industrialización petrolera y la adopción inicial de un panarabismo de corte nasserista, aunque su religiosidad le llevó a impulsar una alternativa islámica propia, siendo el único dirigente musulmán que sostiene que sólo el Corán es fuente del derecho, excluyendo la Sunna y todo el cuerpo doctrinal de las escuelas musulmanas. Una vía muy diferente a la del burguibismo tunecino pero que tuvo una consecuencia similar: marginar a los ulemas tradicionales. Tras su primer período nasserista Gadafi trató de relegitimar al Estado refundándolo como Yamahiriya. De esta manera rechazaba, siguiendo las tesis defendidas en su Libro Verde, el sistema representativo liberal: introdujo una estructura piramidal basado en congresos y comités populares que en cada nivel elegían a sus delegados hasta acabar en el Congreso General del Pueblo y el Comité General del Pueblo (ejecutivo). Instancias que en realidad eran controladas a su vez por comités revolucionarios designados por el Guía Supremo, supuestamente dotado de auctoritas pero no de poder. En política exterior, las frustradas iniciativas de unificación con otros países árabes le hará sustituir parcialmente su peculiar visión del panarabismo (con un concepto expansivo y supremacista de la arabidad que llegaba a incluir a los tuaregs) por una retórica panafricanista que empleó para intervenir en los países sahelianos o de África occidental. Mientras tanto, encerraba o expulsaba a miles de migrantes africanos que intentaban llegar a los países europeos, a instancia de sus gobiernos. Tras un período prolongado de confrontación con Estados Unidos y el Reino Unido, finalmente obtuvo la rehabilitación internacional bajo el mandato de George W. Bush y Tony Blair.

El particular socialismo de la Yamahiriya y las tensas relaciones que mantuvo en su día con Estados Unidos -bombardeo incluido en 1986- le valió a Gadafi las simpatías de determinados sectores de la izquierda. Pero este mes -por si no había quedado claro antes- hemos podido comprobar los límites de la perspectiva estatista y de aquellas posiciones ancladas exclusivamente en la retórica antiimperialista, especialmente en América Latina. Al lamentable silencio del gobierno venezolano -que hasta ahora mantuvo excelentes relaciones con el mandatario libio, intereses petroleros obligan- hay que unir la cobertura de un canal, Telesur, que se ha caracterizado por hacerse eco de la propaganda de Gadafi y por encubrir la represión.

Las lecciones que pueden extraerse del socialismo y del antiimperialismo de Gadafi son exactamente lo contrario de lo que vienen expresando sus desconcertados partidarios, exclusivamente preocupados por una hipotética intervención occidental y no por lo que ahora mismo están viviendo los libios que se enfrentan al Guía supremo. En primer lugar, la necesidad de superar un capitalismo de estado rentista dependiente del petróleo, que fomenta relaciones clientelares y consolida "tendencias estatistas y verticalistas", como está sucediendo en Venezuela (Edgardo Lander). Por ejemplo, en Venezuela los consejos comunales, teóricos instrumentos de participación, son con frecuencia estructuras creadas para conseguir financiación del Estado, que de este modo puede controlar la organización popular. Salvando las distancias, sucede algo parecido con los comités populares libios. En cuanto al antiimperialismo, una vez más comprobamos lo absurdo que resulta pretender valorar lo que sucede en Libia exclusivamente en función de lo que hace el gobierno de los Estados Unidos y lo que dice la prensa internacional, y cómo la retórica más inflamada de sus adversarios suele ocultar relaciones más prosaicas.

Gadafi fue uno de los primeros dirigentes árabes que entendió lo que se venía encima tras la caída de su amigo Ben Ali. En enero, antes de que ordenara a sus partidarios acabar con las ratas y drogadictos, se despachó a gusto con sus herramientas de comunicación:

    "Este Internet, en el que cualquier demente, cualquier borracho puede escribir, ¿ustedes le creen? Internet es como una aspiradora, puede aspirar todo. Cualquier inútil; cualquier mentiroso; cualquier borracho; cualquiera bajo influencia; cualquier drogado puede hablar en Internet, y ustedes leen lo que escribe y lo creen. Esto es una charla gratuita. ¿Nos convertiremos en las víctimas de “Facebook” y “Kleenex”* y “YouTube”?" Muammar El Gaddafi, a propósito de la revuelta tunecina. Por Kleenex se refiere a Wikileaks.

Evidentemente, la aspiradora no es Internet, sino lo común que han estado construyendo los libios. Cualquiera puede hablar y compartir con los demás. La democracia es una charla gratuita, y esta charla colectiva y autónoma es lo que ha acabado con el dictador.

Nota Jue Mar 10, 2011 4:41 am
fuente: http://rebelion.org/noticia.php?id=123027



¿Qué pasa con Libia?

Del mundo árabe a América Latina



Santiago Alba Rico y Alma Allende

Rebelión // 24-02-2011




Tenemos la impresión de que un gran proceso emancipatorio mundial puede verse abortado por la implacable ferocidad de Gadafi, la intervención estadounidense y la poca clarividencia de América Latina. Describiríamos así la situación: en una zona del mundo ligada de nuevo por fuertes solidaridades internas y de la que sólo se esperaba letargo o fanatismo ha surgido una oleada de levantamientos populares que amenaza con hacer caer, uno detrás de otro, a todos los aliados de las potencias occidentales en la región. Con independencia de las muchas diferencias locales, estos levantamientos tienen algo en común que, por cierto, los distingue radicalmente de las “revoluciones” rosadas y naranjas promovidas por el capitalismo en la órbita ex soviética: demandan democracia, sí, pero lejos de estar fascinadas por Europa y los EEUU son depositarias de una larga, arraigada, radical tradición antiimperialista forjada en torno a Palestina e Iraq. No hay en los levantamientos populares árabes ni asomo de socialismo, pero tampoco de islamismo ni -lo más importante- de seducción eurocéntrica: se trata al mismo tiempo de una revuelta económica y de una revolución democrática, nacionalista y anticolonial, lo que abre de pronto, cuarenta años después de su derrota, una inesperada oportunidad para las izquierdas socialistas y panarabistas de la región.

La América Latina progresista, cuyos pioneros procesos emancipatorios constituyen la esperanza del antiimperialismo mundial, debería apoyar en estos momentos al mundo árabe sin reservas, adelantándose a la estrategia de las potencias occidentales, desbordadas por los acontecimientos y a las que Gadafi está dando la oportunidad de un regreso -militar quizás, pero sobre todo propagandístico- como paladín de los derechos humanos y la democracia. Ese discurso es poco creíble en esta zona del mundo, donde Fidel y Chávez gozan de un enorme crédito popular, pero si América Latina se alinea, por activa o por pasiva, con el tirano, no sólo los contagiosos avances populares, que lamen ya Europa y se han trasladado a Wisconsin, se verán irremediablemente detenidos, sino que se producirá una nueva fractura en el campo antiimperialista que los EEUU, siempre vigilantes, relojeros del mundo, aprovecharán para recuperar el terreno perdido. Algo de eso puede estar ya ocurriendo como resultado de una combinación de desconocimiento y de antiimperialismo esquemático y sumario. Los pueblos árabes, que vuelven a la escena de la historia, necesitan el apoyo de sus hermanos latinoamericanos, pero es sobre todo la relación de fuerzas mundial la que no puede permitirse una vacilación por parte de Cuba y Venezuela sin que Cuba y Venezuela sufran también las consecuencias y las sufran con ellos América Latina y las esperanzas de transformación a nivel planetario.

Podemos alegar que sabemos poco de lo que ocurre en Libia y sospechar de las condenas occidentales, mediáticas e institucionales, de los últimos días. Podemos quedarnos en eso. Los imperialistas son más inteligentes. Ellos, que tienen muchos intereses concretos en la zona, han defendido hasta el final a sus dictadores, pero cuando han comprendido que eran insostenibles los han dejado caer y han elegido otra estrategia: apoyar procesos democráticos controlados, seleccionar minorías postmodernas como motor de cambios limitados y desplegar sin pudor, a sabiendas de que la memoria es corta y los reflejos de la izquierda muy inmediatos, un nuevo arco iris de retórica democrática. Habrá que oponerse a cualquier injerencia occidental, pero no creo, sinceramente, que la OTAN vaya a invadir Libia; lo que sí nos parece es que esta amenaza, apenas apuntada, tiene el efecto de enredar y emborronar el campo antiimperialista, y esto hasta el punto de hacernos olvidar algo que sí deberíamos saber: quién es Gadafi. Olvidarlo puede producir al menos tres efectos terribles: romper los lazos con los movimientos populares árabes, dar legitimidad a las acusaciones contra Venezuela y Cuba y "represtigiar" el muy dañado discurso democrático imperialista. Todo un triunfo, sin duda, para los intereses imperialistas en la región.

Gadafi ha sido durante los últimos diez años un gran amigo de la UE y de EEUU y de sus dictadores aliados en la zona. Baste recordar las incendiarias declaraciones de apoyo del Calígula libio al depuesto Ben Alí, a cuyas milicias muy probablemente proporcionó armas y dinero en los días posteriores al 14 de enero. Baste recordar también la dócil colaboración de Gadafi con los EEUU en el marco de la llamada “guerra antiterrorista”. La colaboración política ha ido acompañada de estrechos vínculos económicos con la UE, incluida España: la venta de petróleo a Alemania, Italia, Francia y EEUU ha sido paralela a la entrada en Libia de las grandes compañías occidentales (la española Repsol, la británica British Petroleum, la francesa Total, la italiana ENI o la austriaca OM), por no hablar de los suculentos contratos de las constructoras europeas y españolas en Trípoli. Por lo demás, Francia y EEUU no han dejado de proporcionarle armas para que ahora mate desde el aire a su propio pueblo, siguiendo el ejemplo de la Italia imperial desde 1911. En 2008 la ex secretaria de Estado Condoleeza Rice lo dejó muy claro: “Libia y Estados Unidos comparten intereses permanentes: la cooperación en la lucha contra el terrorismo, el comercio, la proliferación nuclear, África, los derechos humanos y la democracia”.

Cuando Gadafi visitó Francia en diciembre de 2007, Ayman El-Kayman resumió la situación en un párrafo que reproduzco aquí: “Hace casi diez años, Gadafi dejó de ser para el Occidente democrático un individuo poco recomendable: para que le sacaran de la lista estadounidense de Estados terroristas reconoció la responsabilidad en el atentado de Lockerbie; para normalizar sus relaciones con el Reino Unido, dio los nombres de todos los republicanos irlandeses que se habían entrenado en Libia; para normalizarlas con Estados Unidos, dio toda la información que tenía sobre los libios sospechosos de participar en la yihad junto a Bin Laden y renunció a sus “armas de destrucción masiva”, además de pedir a Siria que hiciese lo mismo; para normalizar las relaciones con la Unión Europea, se transformó en guardián de los campos de concentración, donde están internos miles de africanos que se dirigían a Europa; para normalizar sus relaciones con su siniestro vecino Ben Alí, le entregó a opositores refugiados en Libia”.

Como se ve, Gadafi no es ni un revolucionario ni un aliado, ni siquiera táctico, de los revolucionarios del mundo. En 2008 Fidel y Chávez (junto a Mercosur) denunciaron justamente la llamada “directiva de la vergüenza” europea que reforzaba la ya muy severa persecución en Europa de la humanidad desnuda de las pateras y los muros. De todos los crímenes de Gadafi quizás el más grave y el menos conocido es su complicidad en la política migratoria de la UE, particularmente italiana, como verdugo de emigrantes africanos. Quien quiera una amplia información sobre el tema puede leer Il Mare di mezzo, del valiente periodista Gabriele del Grande, o acudir a su página web, Fortresseurope, donde se recogen algunos documentos espeluznantes. Ya en 2006 Human Rights Watch y Afvic denunciaban los arrestos arbitrarios y torturas en centros de detención libios financiados por Italia. El acuerdo Berlusconi-Gadafi de 2003 puede leerse completo en la página de Gabriele del Grande y sus consecuencias se resumen sucinta y dolorosamente en el grito de Farah Anam, fugitiva somalí de los campos de la muerte libios: “Prefiero morir en el mar que regresar a Libia”. A pesar de las denuncias que hablan de verdaderas prácticas de exterminio -o precisamente por ellas, que demuestran la eficacia de Gadafi como guardián de Europa- la Comisión Europea firmó en octubre una "agenda de cooperación” para la "gestión de los flujos migratorios” y el "control de las fronteras", válido hasta 2013 y acompañado de la entrega a Libia de 50 millones de euros.

La relación de Europa con Gadafi ha rozado la sumisión. Berlusconi, Sarkozy, Zapatero y Blair lo recibieron con abrazos en 2007 y el propio Zapatero lo visitó en Trípoli en 2010. Incluso el rey Juan Carlos se desplazó a Trípoli en enero de 2009 para promocionar a las empresas españolas. Por otro lado, la UE no dudó en humillarse y disculparse públicamente el 27 de marzo de 2010 a través del entonces ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, por haber prohibido a 188 ciudadanos libios la entrada en Europa a raíz del conflicto entre Suiza y Libia por la detención de un hijo de Gadafi en Ginebra acusado de maltratar a su personal doméstico. Aún más: la UE no emitió la menor protesta cuando Gadafi adoptó represalias económicas, comerciales y humanas contra Suiza ni cuando efectuó un llamamiento a la guerra santa contra este país ni cuando declaró públicamente su deseo de que fuera barrido del mapa.

Y si ahora estos amigos imperialistas de Gadafi -que ven cómo el mundo árabe se voltea sin su intervención- condenan la dictadura libia y hablan de democracia, entonces nosotros vacilamos. Aplicamos las plantillas universales de la lucha antiimperialista, con sus teorías de la conspiración y su paradójica desconfianza hacia los pueblos, y pedimos tiempo para que se disuelva la nube de polvo que levantan las bombas lanzadas desde el aire -a fin de estar seguros de que debajo no hay un cadáver de la CIA. Eso cuando no apoyamos directamente, como el gobierno de Nicaragua, a un criminal cuyo contacto más liviano sólo puede manchar para siempre a cualquiera que se reclame de izquierdas o progresista. No es la OTAN quien está bombardeando a los libios sino Gadafi. “Fusil contra fusil” es la canción de la revolución; “misil contra civil” es algo que no podemos aceptar y que, aún antes de hacernos preguntas, debemos condenar con toda energía e indignación. Pero hagámonos también las preguntas. Porque si nos hacemos preguntas, las respuestas que tenemos -por pocas que sean- demuestran además de qué lado deben estar en estos momentos los revolucionarios del mundo. Ojalá caiga Gadafi -hoy mejor que mañana- y América Latina comprenda que lo que ocurre en estos momentos en el mundo árabe tiene que ver, no con los planes maquiavélicos de la UE y EEUU (que sin duda maniobran en la sombra), sino con los procesos abiertos en Nuestra América, la de todos, la del ALBA y la dignidad, desde principios de los años 90, siguiendo la estela de la Cuba de 1958. La oportunidad es grande y puede ser la última para revertir definitivamente la actual relación de fuerzas y aislar a las potencias imperialistas en un nuevo marco global. No caigamos en una trampa tan fácil. No despreciemos a los árabes. No son socialistas, no, pero en los dos últimos meses, de manera inesperada, han dejado al desnudo la hipocresía de la UE y los EEUU, han expresado su deseo de una democracia auténtica, lejos de todo tutelaje colonial, y han abierto un espacio para poner en dificultades desde la izquierda los intentos de reconversión, también territorial, del capitalismo. Es la América Latina del ALBA, la del Che y Playa Girón, cuyo prestigio en esta zona estaba intacto hasta ayer, la que tiene que apoyar el proceso antes de que el relojero del mundo vuelva a hacer girar las manillas hacia atrás y a su favor. Los países capitalistas tienen “intereses”; los socialistas sólo “límites”. Muchos de esos “intereses” estaban con Gadafi, pero ninguno de esos “límites” tiene nada que ver con él. Es un criminal y además un estorbo. Por favor, compañeros revolucionarios de América Latina, los compañeros revolucionarios del mundo árabe están pidiéndo que no lo sostengáis.

Nota Jue Mar 10, 2011 4:59 am
fuente: http://iohannesmaurus.blogspot.com/2011 ... da-el.html



Aviso a la derecha... y a la izquierda:

el Mubarak cubano fue derribado el 1 de enero de 1959



John Brown

Iohannes Maurus. Textos y reflexiones // jueves 24 de febrero de 2011




imagenFulgencio Batista, el Mubarak cubano


1. Hay dos maneras de no entender o de no querer entender lo que está ocurriendo hoy en el mundo árabe. La primera consiste en afirmar que lo que piden los pueblos insurrectos es "democracia", el tipo de democracia que conocemos en Europa o los Estados Unidos y que el Imperio ha exportado por las armas a Iraq y Afganistán. Esta postura intenta cerrar lo antes posible y con las menores consecuencias posibles el momento revolucionario. De lo que se trata es de que ese poder constituyente, manifestación de un sujeto histórico intermitente y evanescente como es todo sujeto revolucionario, desaparezca del escenario para dejar paso al orden normal de las cosas. En los expresivos términos de Jacques Rancière, se trata de que la política, la siempre traumática salida a escena de los excluidos, de los no representados y no contados, deje paso a la gestión de lo representable, que él denomina con histórica precisión "policía".

Nosotros vivimos en ese fantasma que se autodenomina Occidente en un reino apolítico de la gestión, en un Estado de policía que denominamos "democracia", pero que describe mucho mejor Alain Badiou con su término "capitalo-parlamentarismo". Cuando la multitud sale a la calle y crea en Túnez y en Egipto un espacio público político que antes no existía y cuando la dinámica misma de ese espacio público transformada en poder constituyente expulsa a los tiranos neocoloniales que gestionaban policialmente sus países, ciertamente hay un impulso democrático. Ahora bien, ese impulso democrático es político, manifiesta una voluntad de incluir a los excluidos, de representar lo hasta el momento irrepresentable.

Una revolución es siempre un acto imposible que deviene real. El orden policial es el cálculo y gestión de los posibles, de tal modo que nuestras "democracias" sólo son capaces de repetir incansablemente la misma cantilena capitalista mediante la exclusión efectiva de las mayorías sociales de los centros de decisión. El sistema de democracia representativa de partidos es así un formidable mecanismo que permite tener a la chusma -que es la mayor parte de la población- a raya, pues en el capitalismo democrático, sólo se representan, sólo tienen voz, los sectores sociales que no ponen en peligro el sistema de explotación. Que no se desconsuele la "disidencia" cubana, resulta tan difícil en la democrática Europa cuestionar de manera efectiva el orden capitalista como hacer propaganda en favor del capitalismo en Cuba. Son cosas de la lucha de clases que, en cada caso, define el orden de lo posible. La política, cuya expresión más visible es la revolución, rompe con un orden de posibles imposibilitantes afirmando incondicionalmente que lo que ayer era inconcebible pasa a ser una realidad efectiva. Lo posible no es la condición "realista" de la novedad y del "progreso", sino la repetición de lo mismo. Sólo la exigencia propiamente política de lo imposible crea la verdadera novedad.

Los procesos abiertos en el mundo árabe pueden así evolucionar en dos direcciones: o bien se encaminan a consolidar la representación de los nuevos sectores sociales que han emergido en las revoluciones en curso, o bien se cierran mediante una rápida normalización "democrática". La primera opción conduce inevitablemente a una toma de distancia de los países árabes en revolución respecto del orden capitalista mundial, que puede tomar la forma abierta de una revolución socialista o, como mínimo, la de una contestación radical del oden neoliberal. En la América Latina actual tenemos ejemplos de ambos tipos de procesos y de sus combinaciones. Efectivamente, las dictaduras neocoloniales del mundo árabe perpetúan un sistema de dominación y de dependencia impuesto por el orden capitalista mundial. La famosa "imposibilidad" de la democracia en el mundo árabe no es sino la incompatibilidad de cualquier forma de democracia con la necesaria supeditación de los pueblos a un orden neocolonial. Las dictaduras tunecina y egipcia, pero también el resto de los regímenes árabes, son instrumentos de la dominación neocolonial europea y norteamericana. Son los antiguos regímenes coloniales gestionados por "personal indígena". De ahí que la ruptura con las tiranías suponga necesariamente, si quiere consolidarse como tal, una ruptura con el lugar neocolonial que corresponde a estos países en la organización capitalista del planeta. Esto lo comprendieron muy rápidamente los revolucionarios cubanos que derribaron la tiranía de Batista y tuvieron que radicalizar sus objetivos democráticos y nacionalistas iniciales iniciando un largo proceso de salida del capitalismo.


2. La segunda manera de no querer entender lo que está pasando consiste en considerar que todo es resultado de una vasta conspiración imperial. Algunos sectores de la izquierda lo afirman, considerando que unos pueblos que no son dirigidos por organizaciones de izquierda tienen que estar manipulados por el imperialismo. Los que sostienen esta hipótesis afirman además que, mediante estas revoluciones orquestadas que se parecerían a las revoluciones "de colores" de Europa del Este y de la antigua URSS, Europa y los EEUU obtendrían una remodelación política del norte de África y del Oriente Medio favorables a sus intereses. Extraña idea, pues cabe preguntarse cómo se puede defender mejor los intereses del capital a nivel mundial y los del orden neocolonial en su propia región de lo que lo hicieran personajes como Mubarak o Ben Alí, cuyas alabanzas como dirigentes moderados y buenos gestores económicos fueron cantadas por todos los dirigentes occidentales y por el FMI hasta el momento mismo en que sus pueblos los derribaron. La situación abierta por los procesos en curso es demasiado peligrosa para el orden capitalista mundial para que esa hipótesis conspiracionista pueda tomarse en serio. Ciertamente, en un proceso abierto nada está decidido y puede darse una relativa vuelta atrás, pues todo depende de la correlación de fuerzas, pero ello no quiere decir que deba descartarse una evolución de estos procesos hacia una definitiva ruptura con el orden neocolonial. Recuérdese que, cuando triunfaron los revolucionarios cubanos en 1959 se planteaban exactamente las mismas disyuntivas, hasta que estos comprendieron que una democracia en Cuba significaba necesariamente una ruptura con el capitalismo dependiente y, en último término, con el capitalismo sin más.

Resultan sumamente alarmantes algunas reacciones latinoamericanas a los acontecimientos del norte de África. En primer lugar, la tibieza con que los medios de los gobiernos de izquierda acogieron los procesos revolucionarios de Túnez y de Egipto. Puede comprenderse que países que los Estados Unidos han puesto en el Eje del Mal teman un zarpazo del Imperio y que vean la oleada revolucionria del mundo árabe como un proceso de "normalización democrática" de la región que podría extenderse a los procesos políticos latinoamericanos en ruptura con el neoliberalismo y el capitalismo. Sin embargo, la hipótesis de una serie de "revoluciones de colores" manipuladas desde Washington no se sostiene. Ver con recelo desde La Habana, Caracas o Managua los procesos revolucionarios en curso, peor aún, defender, como ha hecho Daniel Ortega, a un personaje impresentable como Muamar El Qadafi, sanguinario "kapó" árabe de los campos de exterminio europeos para emigrantes clandestinos en suelo libio y notorio compañero de orgías y negocios de Silvio Berlusconi, es hacer un gigantesco favor al Imperio en la difícil situación que hoy atraviesa.

Desconfiar de las revoluciones árabes, apoyar, aun sea tibia y ambiguamente, a los tiranías neocoloniales que oprimen a sus pueblos es prestar el flanco a una brutal ofensiva imperial. Lo que hoy ocurre en el mundo árabe no es la continuación de la "democratización" de Iraq o de Afganistán "por otros medios", sino una serie de genuinos procesos revolucionarios con todas sus posibilidades y riesgos. En Cuba derribaron a Mubarak hace algo más de 50 años, en Venezuela expulsaron a Ben Alí hace ya más de un decenio. Hace falta la torva imaginación de la colaboradora de PRISA en Cuba Yoaní Sánchez para sugerir que los dirigentes de su país se aferran a "las posesiones materiales que alcanzaron con el poder: las piscinas, los yates, las botellas de whisky, las abultadas cuentas bancarias y las mansiones por todo el territorio nacional". Yo personalmente no tengo noticia de esas posesiones materiales ni conozco a nadie que las haya visto. De lo que se trata es de crear una imagen de Cuba comparable a las de las tiranías norteafricanas en las que unos dirigentes corruptos se han enriquecido sin límite a costa de la población. El problema de Yoaní, es que, cualesquiera que sean los errores que, sin duda ha cometido la dirección revolucionaria y el gobierno de Cuba y de los que, como ciudadana tiene derecho a quejarse, esa casta oligárquica neocolonial que ella imagina no existe hoy en Cuba. Esto explica también el fracaso de los repetidos llamamientos de la "oposición" cubana a organizar manifestaciones contra el gobierno, espléndidamente ilustrado por el blog de Enrique Ubieta. Que los blogueros y los grandes grupos de prensa del anticomunismo no se equivoquen de período histórico: en Cuba Mubarak fue derrocado un ya lejano 1 de enero de 1959.

Nota Jue Mar 10, 2011 5:10 am
fuente: http://rebelion.org/noticia.php?id=123521



Libia y la izquierda

Principios e incertidumbres



Santiago Alba Rico y Alma Allende

Rebelión // 4 de marzo de 2011




1. Las teorías de la conspiración son convincentes porque siempre tienen un asidero en la realidad: las conspiraciones existen. La CIA, la OTAN, el Pentágono, la UE están conspirando ininterrumpidamente para asegurar sus intereses en todas las regiones del planeta. También conspira Rusia y China y Turquía y Paquistán y la India. También Cuba y Venezuela. Todo el mundo conspira porque la conspiración es uno de los instrumentos indisociables de la relación entre los Estados-Nación en un marco de luchas imperialistas, antimperialistas e interimperialistas.

2. Nadie puede poner en duda, pues, que el imperialismo está conspirando en estos mismos momentos contra todos los movimientos populares y contra los que los representan. Las conspiraciones imperialistas conspiran también con el propósito de volver paranoicos a los revolucionarios; es decir, para que acaben completamente absorbidos en la idea no revolucionaria de la omnipotencia del enemigo. La diferencia entre una teoría de la conspiración y una teoría de la revolución es que ésta considera justamente que si el imperialismo conspira es porque no controla todas las fuerzas y que eso que llamamos “pueblo” mantiene siempre su potencia “residual” respecto de todas las conspiraciones. Ese “residuo”, incluso como conciencia deformada o imprecisa, tiene que ver con la realidad misma: la pobreza, el dolor, la frustración, la represión. Mohamed Bouazizi no se quemó en Sidi Bouzid el 17 de diciembre de 2010 manipulado por la CIA sino humillado por un aliado suyo. Las teorías de la conspiración son hegelianas: el curso del imperialismo coincide con el de la realidad. Las revolucionarias son más bien leibnizianas: el imperialismo tiene que poner constantemente en hora el reloj del mundo. Al paranoico se le podría decir: “tienes toda la razón; el imperialismo lo manipula y controla todo; la prueba eres tú”.

3. Los EEUU, la UE, la OTAN hubieran preferido que no hubiese ocurrido nada de cuanto ha ocurrido en el mundo árabe. Así lo demuestran las primeras declaraciones de sostén a los dictadores amigos y sus maniobras para aplazar su caída. También en Libia hubiesen preferido mantener el estatus quo, aunque sólo fuese por no comprometer a Italia como potencia ex-colonial: al contrario de lo que pretenden algunos analistas de memoria corta, basta consultar las hemerotecas para confirmar que primero hubo silencio, luego declaraciones ambiguas, después condenas tibias y por fin escándalo moral. Las potencias neocoloniales conspiraron para que no cambiaran las cosas y, cuando no han podido evitar los derrocamientos, conspiran para tratar de utilizar los cambios en su favor. Les hubiera resultado más difícil, también en Libia, si desde el principio todas las fuerzas de izquierda hubieran hecho una declaración conjunta a favor de las revoluciones y los pueblos árabes y de su anhelo anticolonial de democracia y libertad. Los que no lo hacen así no sólo se distancian sideralmente del pulso de la calle en esta zona del mundo sino que permiten que los mismos que disparan contra la multitud en Iraq, bombardean Pakistán y Afganistán y colaboran en la aniquilación de Palestina, se presenten de nuevo -la hipocresía funciona siempre cuando se tienen medios de comunicación y de destrucción suficientes- como paladines de los DDHH y la democracia.

4. Por supuesto la OTAN quiere meter su zarpa en Libia ahora que la revuelta está en marcha y deriva hacia la guerra civil. Gadafi, al contrario que los otros canallas derrocados, no es fiable; es caprichoso, inestable, no se deja manejar y, ya seriamente amenazado y en cualquier caso descartado como interlocutor, habrá que aprovechar la ocasión para meter una cuña militar entre Túnez y Egipto, dos países de alto riesgo, y controlar directamente los recursos petrolíferos. La opinión general entre la izquierda y la población del mundo árabe es la de que no habrá invasión: estamos hablando de una de las zonas más anti-imperialistas del mundo en la que Palestina e Iraq están siempre presentes como prueba de la hipocresía criminal de las potencias occidentales. Si EEUU quiere “democratizar” el Medio Oriente y el Magreb a su manera, sería una gran estupidez correr ese riesgo. La retórica y las sanciones, junto a la división en el campo anti-imperialista, introducen ya un efecto suficientemente favorable a sus intereses. Sin descartar ninguna posibilidad, no parece, sin embargo, que de momento les convenga aspirar a más.

5. Lo que prueban las amenazas de la OTAN y EEUU, en todo caso, no es que occidente no controle a Gadafi sino que no controla a la oposición. EEUU no invadió Iraq porque Sadam Hussein fuese fuerte sino porque era débil; era débil militar y políticamente; en ese momento se estaban produciendo fuertes presiones dentro del régimen -y negociaciones con la oposición de izquierdas en el exilio- para una reforma interna que llevase a una verdadera democratización: eso no podía permitirlo EEUU. EEUU teme a los pueblos. Y el propósito de EEUU es siempre el de impedir que sean los pueblos los que acaben con sus dictadores y tomen las riendas de su destino. Lo estamos viendo: cuanto más cerca está de caer Gadafi más aumentan las amenazas; cuanto más existe el riesgo de que el pueblo acabe con Gadafi más probable es la intervención de la OTAN.

6. Las amenazas de invasión son una apuesta segura para el imperialismo. La OTAN invade países, o amenaza con invadirlos, siempre con dos propósitos: uno impedir las luchas de los pueblos. El otro obligar a los anti-imperialistas a contraerse y apoyar dictadores que no se ajustan ni a nuestros intereses ni a nuestros principios. Aquí la manipulación de los medios coopera con éxito: cuando más malo sea Gadafi más se desprestigian los que lo apoyan. Pero nosotros no debemos caer en la trampa del simplismo binario imperialista y de sus fórmulas primitivas: si atacan a Gadafi entonces es que Gadafi es bueno; si los medios ahora manipulan abyectamente es que nada ha ocurrido en Libia y todo es un montaje de la CIA. Nos gustaría que las cosas fuesen así de sencillas y los medios hegemónicos nos sirvieran de infalible brújula invertida, pero la obligación de la izquierda, junto a la de denunciar y combatir cualquier intervención, es la de abordar la situación en toda su complejidad. La imaginación, decía Pascal, es tanto más mentirosa cuanto que no miente siempre; el imperialismo es tanto más peligroso cuanto más incoherente. Lo que no nos parece aceptable como ética revolucionaria y se nos antoja contraproducente desde el punto de vista propagandístico es esta decisión: entre un dictador que no nos acaba de gustar del todo y un pueblo que no nos acaba de convencer del todo, acabamos eligiendo, imitando en esto a los imperialistas, al amigo dictador. La trampa es perfecta y una vez hemos caído en ella: para ser antimperialistas, se nos quiere obligar a no ser comunistas.

7. Por todos los motivos ya señalados, nadie mínimamente de izquierdas puede apoyar, justificar o permanecer callado ante una intervención de EEUU. Esto hay que decirlo alto y claro. Pero no menos alto y claro hay que decir que la situación nueva del mundo árabe entraña riesgos y que habrá que escoger uno de ellos. Los riesgos son tres: una intervención de la OTAN, una victoria de Gadafi y una victoria del pueblo en armas contra él. La intervención de la OTAN entraña el riesgo mayor, pero no porque pueda derrocar a “nuestro amigo” Gadafi sino porque, aparte la catástrofe humana, impugnaría el derecho inalienable del pueblo libio a derrocarlo él mismo, amenazando al mismo tiempo a todos los pueblos hermanos de la zona. En orden descendente, el segundo mayor riesgo sería una victoria de Gadafi; a la terrible represión de su pueblo habría que añadir el efecto que eso tendría sobre la región, especialmente sobre Túnez y Egipto, países vecinos cuyos procesos de cambio se podrían ver paralizados e incluso invertidos (sin descartar, como ya ha ocurrido de hecho, una intervención más o menos directa de “nuestro amigo” dictador en ellos). El tercer riesgo es grande, muy grande, pero es el menor. Es el verdadero “mal menor”: dejar a un pueblo del que sabemos muy poco que arregle cuentas con sus gobernantes en un espacio muy abierto, muy nuevo, muy inestable, en el que, en cualquier caso, también nosotros podremos conspirar. Apoyemos a ese pueblo y conspiremos con él. El temor a los pueblos es reaccionario y de derechas y, procedente de la América Latina revolucionaria, hace llegar el mensaje de una inquietante vulnerabilidad que también podría intentar aprovechar el imperialismo. Al defenderse defendiendo a un dictador, los gobiernos emancipatorios latinoamericanos se señalan absurdamente a sí mismos y llaman la atención sobre una afinidad inexistente. Sólo podemos sentir melancolía al comprobar que el imperialismo, que teme a los pueblos, acaba invocando su nombre contra los que realmente quieren defenderlo, los cuales, por eso mismo, debilitan su posición en el mundo y en los países donde gobiernan. Los levantamientos en el mundo árabe han hecho fluctuar todas las pocas referencias que nos quedaban tras el final de la guerra fría y nos ponen en dificultades a todos. Los imperialistas están reaccionando mejor. Quizás son mas fuertes, pero también son más listos. Si fuesen además justos, serían ellos los verdaderos socialistas. Por el momento, la victoria propagandística es suya: han demostrado que los socialistas no somos ni fuertes ni listos ni justos.

8. Ojalá el pueblo libio acabe con el régimen de Gadafi antes de que la intervención de los EEUU nos obligue a defender al criminal para defender a ese pueblo que se ha alzado contra él y que no aceptará ninguna intervención extranjera que le prive de su derecho a derrocarlo.



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