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Entrevista a José Ribas, fundador de Ajoblanco (CNN+, 2007)

Informativo, educativo, concursos, de debate, musical, infantil, variedades, telerrealidad, deportivo, de entrevistas, contenedor, nocturno... Por cualquier medio: televisión, cine, internet, radio.
Entrevista a José Ribas
Cara a cara CNN+ (España, 2007)

Portada


Sinopsis:

    Entrevista a José Ribas, fundador de Ajoblanco (por Antonio San José, en el programa "Cara a cara", en CNN+)


Ficha técnica





:str: Reproducción:

30 de Febrero, programa monografico y kontrainformativo que trata una infinidad de temas siempre desde una optica revolucionaria y con ironia y humor

Irola Irratia 107.5fm es un radio libre asamblearia y autogestionada que okupa las ondas desde 1987

Nota Dom Jun 17, 2007 5:00 pm
Interesante la entrevista. Aunque falta por mencionar el último intento de rescatar Ajoblanco con "El Ajo" que salió hace dos o tres años y que duró solo tres números. A mí me hubiera gustado que hubiera seguido, supongo que fue inviable, la autogestión es dura en este mundo de buitres...

Y además queda una web: http://ajoblanco.org/ que antes incluso tuvo un foro, pero desapareció meses después de la revista.

Nota Vie Sep 21, 2007 10:38 pm
fuentes: http://www.elmundo.es/papel/2007/05/12/ ... 22106.html y http://www.kaosenlared.net/noticia/entr ... mo-gran-se

«La aniquilación del anarquismo es el gran secreto de la Transición»

Entrevista a José Ribas, autor de Los 70 a destajo y fundador de la revista Ajoblanco



El Mundo // 12 de mayo de 2007

Luis Alemany




imagenEl fundador de la revista Ajoblanco cuenta en Los 70 a destajo (RBA) la historia de una de las aventuras más apasionantes del periodismo español y, a la vez, la vertiginosa crónica personal y generacional de una época

José Ribas ha pasado siete años encerrado en el Empordà dedicado a convertir sus exhaustivos diarios de los 70 en Los 70 a destajo (RBA), la historia del apasionante proyecto de su vida (la revista Ajoblanco) y la crónica personal de una época de ilusiones y frustraciones.

P.- Empecemos por el escenario del libro, una Barcelona muy diferente a la actual; Las Ramblas no eran un destino turístico sino que latían... ¿Siente nostalgia?

R.- Es que el franquismo, en Las Ramblas, ni entró... Ahora sólo hay turistas, estatuas para turistas y bares para turistas. A Barcelona le pasó lo que a todas las ciudades grandes: que viven para el turismo. Además, durante años, el poder ha fomentado una cultura muy cómplice con sus intereses y muy dócil; las bolsas críticas han sido desactivadas. Desapareció la industria, domesticaron la sociedad civil y la ciudad se convirtió en algo amorfo, disperso y muy oficial... La creatividad sigue existiendo, y mucha, pero más desconectada. Mucha gente con cosas que decir se va al campo...

P.- Allí aparece Ajoblanco con un espíritu muy lúdico, mucho menos solemne que la imagen de la generación de los 70 que ha perdurado.

R.- Es que hay un error en eso de «la generación de los 70». Nosotros no somos la gente de la Transición, no somos los Maragall, Felipe, etcétera, aunque luego hayan logrado que nos confundieran con ellos y con sus vicios. Los de Ajoblanco somos 10 años menores. Ellos eran nuestros hermanos mayores, les gustaba la chanson, los dogmas y el poder y leían Triunfo, no Ajoblanco. Nosotros ya crecimos con los Beatles y con los Rolling, con el ecologismo, el feminismo, el cooperativismo... Crecimos antiautoritarios, queriendo cambiar el mundo. Y siempre supimos que para lograrlo, el humor es imprescindible. ¡Mi Marx es Groucho, no Karl!

P.- Sin embargo, la historia de Ajoblanco está llena de crisis y pequeñas deslealtades.

R.- No tan llena. Las disputas internas fueron menos importantes que el fenómeno solidario y asombroso de los 2.000 lectores que colaboraron con la revista inventando cosas. Porque inventamos. Fuimos los primeros que hablamos de la antipsiquiatría en España, fuimos pioneros del ecologismo, cambiamos la familia española... Si este país es un paraíso en el terreno de la libertad personal es gracias a Ajoblanco.

P.- Pero la revista acaba por autodestruirse. ¿Fue una frustración?

R.- Estamos hablando de los últimos años 70, cuando en toda Europa hay procesos muy sólidos que tratan de inventar un nuevo orden social a los que el poder sabotea sistemáticamente. Aparecen infiltrados que llevan al movimiento libertario a un radicalismo absurdo. Hablo del PCE(i) [una escisión violenta del PSUC], de los cócteles molotov... Por entonces, también se introduce la heroína para adormecer a los jóvenes como en Estados Unidos. Luego vino el punk, el nihilismo, el pasotismo...

P.- ¿Eso destruye a Ajoblanco?

R.- Absolutamente.

P.- ¿Y son conscientes entonces?

R.- Somos conscientes y lo contamos. Está en Ajoblanco, en Interviú y en Cambio 16, semana a semana durante 1977 y 1978: el atentado contra el Scala [un club de Barcelona cuya destrucción fue falsamente atribuida a los anarquistas], las infiltraciones en los ateneos libertarios... Pero aquella aniquilación del anarquismo fue tapiada y se convirtió en el gran secreto de la Transición.

P.- ¿Y ustedes no se resistieron?

R.- Nos faltó tiempo. El PCE se manejaba como pez en el agua en la clandestinidad. Los anarquistas, que necesitamos asambleas serenas, no. Y cuando llegó la democracia, los que nos juntamos éramos muy jóvenes o muy abuelos.

P.- Usted es hijo de una familia bien. ¿No se sentía extraño en ese mundo? Además, en España se tiende a pensar que todo lo contracultural es un hobby de chicos burgueses.

R.- Es que yo quemé todas las naves en no ser ajeno. Hice amigos en todas partes y me puse siempre del lado del débil. Tanto, que ahora yo también soy débil. Así descubrí el increíble capital que tiene este país en la historia de los ateneos. Y su increíble olvido. En los años 20 y 30 se definían en España posturas sobre la mujer y la libertad sexual que anticipaban a todo el movimiento contracultural yanqui en 30 o 40 años.

P.- Habla de libertad sexual. Su libro expresa cierta insatisfacción sentimental, como si siempre se encontrase perdido entre el matrimonio convencional, las fiestas de sexo en grupo y los encuentros sórdidos del mundo homosexual...

R.- No, no, eso hay que aclararlo. En los 70 no hubo hedonismo, como se dice. Hubo una necesidad absoluta de conocer, experimentar y salir de la carcundia franquista. Yo mismo renuncié a una vida hecha, a una novia estupenda y una carrera jurídica que me gustaba por esa necesidad. Me dolió, claro, pero lo asumía.

P.- Sin embargo, cuando habla de los ambientes homosexuales de los 70, lamenta que el afecto fuese tabú.

R.- Pero eso sigue ocurriendo, la sexualidad sigue pervertida. Importa más la cantidad que la calidad, también entre los heterosexuales. Importa más el culto a la belleza que la comunicación entre personas. Por eso la bulimia... La revolución sexual que planteamos no era esto.

P.- ¿Qué tal envejece su quinta?

R.- Creo que bien, tanto los de derechas como los de izquierdas. Somos gente muy vital, con una vida cotidiana de calidad.

P.- ¿Y su acceso a la política convencional?

R.- Nunca accedimos. Por lo menos desde la izquierda, porque Aznar tiene mi edad pero... La generación de nuestros hermanos mayores no sólo copó el poder durante 25 años sino que destruyó el relevo. Ahora, cuando se retiran, los que llegan a la administraciones son tecnócratas, funcionarios obedientes. Algunos son insoportables. La gente de mi edad es Almodóvar y Almudena Grandes. Gente del arte, no del poder.

P.- ¿Y el tripartito? ¿No sintió alivio cuando terminaron 25 años de gobiernos de CiU?

R.- Sí. Era un cambio positivo. Lo que pasa es que hemos ido de Guatemala a guatepeor.

P.- ¿Cómo se siente respecto a internet?

R.- Es la prolongación de esa herencia libertaria. Por primera vez, la gente es libre para elegir la información. Lo malo es que la cantidad pueda con la calidad, como en el sexo.

P.- Nos falta hablar del segundo Ajoblanco, el de los años 80 y 90.

R.- El primer Ajoblanco fue el de la identidad, el de la pasión por el descubrimiento. El segundo, fue el del rigor, el de la lucha por la regeneración cultural y democrática, por construir una cosmovisión... Hablábamos entonces de las memorias históricas ¡en plural! A mí me daría vergüenza hablar de «memoria histórica» como los políticos. Fueron 12 años duros, y los tres últimos muy muy duros porque nos enfrentamos a un vacío terrible en Cataluña. Se había seguido una política de tierra quemada en lo social, en lo cultural, en lo lingüístico... Pero dimos fruto. El Sonar, por ejemplo.

Nota Vie Dic 18, 2009 11:56 am
En relación con el caso Scala, que analiza anteriormente Ribas como parte de una estrategia de estado para descrédito del anarconsindicalismo durante la transición política española:


Nota Lun Feb 08, 2010 7:31 pm
fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62189



Una reflexión crítica sobre Ajoblanco y Libertad

¿Contarse la vida o explicar la historia?



Luis Roca Jusmet

Rebelión // 22 de enero de 2008




Frente a esto, los tormentos personales que constituyen el tema de “Edad de hombre” son, sin duda, poca cosa: cualquiera que haya sido en el mejor de los casos, su fuerza y sinceridad, el sufrimiento íntimo del poeta no tiene el peso frente a los horrores de la guerra y se parece a un dolor de muelas del que no estaría bien quejarse. ¿Qué puede representar, en la enorme confusión torturada del mundo, ese humilde gemido referido a dificultades estrictamente humanas e individuales?

Michel Leiris




En la contraportada del libro de José Ribas Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad se nos dice que no es ni un libro de memorias ni una crónica sino algo más. Quizás sea algo más pero en todo caso queda claro que es un libro de memorias y también una crónica de “los años de transición desde la perspectiva callejera de los movimientos asamblearios y antiautoritarios que hicieron posible y que destapan las claves del mundo de hoy” según las palabras del autor.

Como libro de memorias personales tengo poco que decir. Un libro de memorias es peligrosamente parcial respecto a uno mismo, ya que no tiene la sincera inmediatez de los diarios. En las memorias hay un filtro que acaba idealizando inevitablemente nuestra propia historia. José Ribas hace, es cierto, un esfuerzo de sinceridad consigo mismo que es de agradecer, pero el testimonio de sí mismo y de los otros, como ya analizaremos, es excesivamente subjetivo como para presentarlo como una crónica de la una época. Y aquí hay que salir de la subjetividad cuando se quiere describir y explicar lo que pasó, que tiene un carácter indudablemente objetivo. Y de lo que pasó en una época, la de la transición, de la que queda mucho por decir; y no porque se haya hablado y escrito poco, sino porque casi siempre se ha repetido la misma versión oficial, que es la perspectiva idealizada, y por tanto distorsionada, de los que la rentabilizaron. Yo no soy ni un historiador ni un experto en el tema pero pertenezco a la misma generación que el autor y como ciudadano que ha vivido la experiencia y que ha reflexionado sobre ella, me gustaría matizar y contrastar las cuatro hipótesis implícitas que el autor plantea. Una vez planteadas estas cuatro hipótesis, que creo que son las que guían toda la orientación de la crónica, me gustaría discutirlas porque las considero una mezcla de medias verdades y errores de apreciación.


Primera hipótesis: Contra el franquismo luchaban una serie de partidos de la izquierda autoritaria que reproducían en su interior la misma estructura jerárquica que criticaban, que manipulaban cualquier movimiento social de lucha y que lo único que querían era ocupar el poder en el postfranquismo.

Es cierto que los partidos de la izquierda catalana, como los de la española de los que formaban parte antes de la conversión nacionalista, eran autoritarios; y lo eran tanto en su estructura interna como en su relación con los movimientos sociales que pretendían manipular. Y esto es a todas luces criticable, pues si bien es cierto que el peligro de la represión policial no permitía un funcionamiento muy abierto, también lo es que el tardofranquismo no era lo mismo que la postguerra y había un cierto margen para una apuesta interna más democrática. Pero la formulación pseudoleninista implicaba una estructura de partido jerárquica en la que los disidentes no tenían espacio y una relación dirigista con lo que denominaba las masas. Esto pasaba en el PSUC y en los partidos que se reclamaban de su izquierda y que estaban presentes en Catalunya: Bandera Roja, PTE, MCE, OICE, LCR, LC y PORE. La consecuencia de que todos se considerasen El Partido único fue un sectarismo con respecto a los otros grupos, a los que se veían como enemigos políticos y con los que se establecía una relación muy agresiva. La perversa consecuencia era muchas veces antidemocrática, al convertir las asambleas no en un centro abierto de diálogo y debate sino en una estéril polémica entre los militantes de diferentes organizaciones, que acababan hastiando a la mayoría de los participantes. Si matizamos más podríamos afirmar, como parece sugerir Pepe Ribas, que el PSUC era, aún reconociendo su actitud controladora en todos los sectores en los que participaba, el más aceptable de los partidos, ya que era el que estaba más en contacto con el movimiento real. BR, antes de su desaparición, era el partido más influyente de la extrema izquierda, pero su seguidismo respecto a Althusser (el intelectual marxista de moda de la época) les hacía seguir sus planteamientos sectarios y dogmáticos. Los partidos maoístas (PTE, MCC), que se reclamaban explícitamente del estalinismo, se caracterizaban por una gran pobreza teórica y por el activismo voluntarista de sus militantes. Entre los troskystas el PORE tenía unos análisis de la realidad que limitaban con el delirio y LC y LCR también confundían sus deseos con la realidad y eran absolutamente marginales en el movimiento obrero. Quizás OICE, con sus plataformas anticapitalistas, era el partido más interesante, pero también era minoritario y muy personalista en su dirección.

Hay aquí una crítica que podemos aceptar de Ribas pero siempre que se contemple la otra cara de la moneda, que era el compromiso personal de todos estos militantes que nos la jugábamos desinteresadamente por una sociedad más libre y justa. La necesidad de estar organizados para resistir de manera eficaz la represión policial era también clara para todo aquel que quería comprometerse seriamente en la lucha contra el franquismo.

Sobre la consideración de que lo que querían estos partidos era el poder hay que hacer muchas matizaciones. Por una parte es necesario diferenciar la dirección y la base, entre los que me parece claro que no había ninguna aspiración de obtener un beneficio personal. Respecto a la dirección está claro que querían el poder porque esta es la aspiración de cualquier partido, de izquierda o de derecha, pero lo que hay que saber es para quéí lo querían y aquí entra la diferenciación ética. Si era para transformar las instituciones, democratizarlas y abrirlas a los movimientos sociales o era para tener un poder personal, que es lo que plantea Ribas. Creo que la historia muestra que ha habido de todos, dirigentes oportunistas y otros honestos, aunque es cierto que la mayoría de estos últimos han ido abandonando más pronto o más tarde la profesionalización de la política. En todo caso sí podemos decir que se forjaba una burocracia política en todos estos partidos, ya que la historia posterior ha demostrado que de ellos han salido élites dirigentes no sólo de la socialdemocracia sino incluso de los partidos de la derecha (CiU, PP).

El tema político fundamental es que en lugar de una ruptura democrática, que era el mínimo que todos podíamos, nos encontramos con una reforma pactada con los franquistas conversos. Pero en todo caso me parece claro que no se planteaba la revolución, entendida como una transformación radical del capitalismo. Los movimientos radicales y alternativos, como luego veremos, tenían un carácter parcial y minoritario. Lo que sí era deseable porque respondía a la voluntad de un movimiento antifranquista combativo era una democracia radical. Si esto fue posible o no es, desde luego, el gran debate sobre la transición y pienso que las cosas se debían de haber hecho de otra manera por parte de los dirigentes del PCE-PSUC (que eran los que tenían la gran responsabilidad de la izquierda), que podían podía haber ido mucho más lejos. Hay que articular evidentemente lo que se quiere y lo que se puede: olvidarse de lo segundo es aventurista pero olvidarse de lo primero (que seguramente es lo que ocurrió) es oportunista. También hay que responsabilizar a la extrema izquierda el que no fuera capaz de organizar una alternativa de izquierda radical. Pero el tema no se puede liquidar con cuatro tópicos como hace Pepe Ribas.


Segunda hipótesis: Los movimientos sociales antiautoritarios que se gestaron en los años 72-78 eran la auténtica alternativa para transformar el franquismo en una sociedad justa y libre.

Esta otra media verdad se convierte en un error en los términos que plantea Ribas. Podemos seguir a Jacques Rancière en su planteamiento de que la democracia no se encuentra nunca en las instituciones sino en los movimientos sociales que se manifiestan por reivindicaciones concretas pero que dan a estas un sentido universal. Por tanto la fuerza democrática del antifranquismo estaría en el movimiento de lucha que se generó contra él, siempre considerando esta perspectiva no corporativa y dándole una dimensión universal. ¿Pero dónde estaba este movimiento? En muchas fábricas, en la construcción, en las universidades, en algunos barrios, existía un movimiento importante reivindicativo que estaba construyendo formas de organización y de relación alternativas a las que ofrecía un tardofranquismo en crisis. En el País Vasco y en Catalunya era, seguramente, donde el movimiento era más generalizado, sin ser, por supuesto, mayoritario, ya que la mayoría de la población se conformaba con lo que había. También en Madrid, en Pamplona y en Andalucía había sectores en lucha importantes. Estos movimientos querían una democracia, querían la libertad, la amnistía y también más justicia. En algunos casos, como Catalunya y sobre todo el País Vasco (con algún sector en Navarra), pedían un reconocimiento identitario orientado en el primer caso hacia la autonomía y en el segundo hacia la independencia. ¿Eran movimientos anticapitalistas alternativos? En general, no. ¿Eran movimientos antiautoritarios? En general, muy en general, tampoco. El PCE-PSUC dirigía estos movimientos y cuando escapaban a su control otros partidos los sustituían (MC en el Pais Vasco unido a los grupos abertzales leninistas como HASI; ORT en Navarra). En el caso del movimiento obrero catalán Ribas cita dos casos que se salen de este dictamen: la huelga de Roca Radiadores y la de las gasolineras. En Roca sí hubo una lucha muy autogestionada, al margen de partidos y sindicatos (incluida la CNT). La huelga de gasolineras es dudoso que pudiera calificarse de esta manera, ya que no está claro que no fuera un simple movimiento corporativo dirigido por la CNT que fracasó en sus resultados. Es curioso que Ribas se olvide de Numax, un empresa que se autogestionó hasta final y que Joaquín Jordá inmortalizó en sus dos películas. Jordá fue una figura muy importante en estos movimientos alternativos y Ribas se lo cepilla diciendo únicamente de él que hizo un artículo nefasto sobre las Jornadas Libertarias en El Viejo Topo. En algunos barrios había experiencias interesantes, algunas de las cuales tenían que ver con Ateneos libertarios pero mayoritariamente en las Asociaciones de vecinos, bastante controladas por los partidos de izquierda. A nivel estudiantil el movimiento estaba más en la Universidad Autónoma que en la Central, que es la única de la que habla Ribas. En la Universidad Autónoma se estaban formando efectivamente, entre profesores y dirigentes estudiantiles, las futuras élites políticas y culturales del posfranquismo en un movimiento fuertemente controlado por el PSUC (con BR incorporada). Se estaba gestando también Convergencia Socialista, de la que no habla Ribas, que era el embrión del futuro PSC. Curiosamente este grupo se presentaba, aunque en un lenguaje moderado, como una alternativa organizativa y social autogestionaria. En Facultades como Periodismo, en cambio, sí existía una dinámica asamblearia muy interesante. Tenemos finalmente lo que para Ribas parece ser el movimiento más importante, que es el que se da en la calle y que centra básicamente en las Ramblas barcelonesas. Pero a este movimiento le da un carácter generacional. Ribas diluye el papel de la lucha obrera y transforma su movimiento alternativo y antiautoritario en un movimiento juvenil interclasista. Interclasista, pero no tanto, porque su composición social es una mezcla entre hijos desarraigados de todos los grupos de la burguesía y sectores lumpen y lo que buscan los primeros son formas de vida radicalmente alternativas a las que las que han visto en sus padres. Pero esto tiene sólo un papel transformador a nivel de costumbres, no a nivel de estructuras, como han señalado autores actuales poco convencionales como Zizek, que han insistido de forma muy brillante en dos cosas: la primera es que el futuro del capitalismo está en la reivindicación del goce como motor del consumo; la segunda es que los movimientos de lucha parciales (mujeres, gays, minorías étnicas, ecológicas) no pueden sustituir a la lucha de los trabajadores en la transformación del capitalismo en una sociedad diferente. La familia no es, como decía la izquierda que se reclamaba antiautoritaria, la institución básica que sostiene el capitalismo. Al contrario, como ya apuntaba Marx, la lógica del capitalismo acaba diluyendo cualquier institución tradicional. Y bien que le va.

Las Ramblas, por otro lado, sí vivieron una época de creatividad y libertad que desgraciadamente desaparecieron del todo y aquí sí que hay que responsabilizar a los dirigentes municipales, procedentes de la izquierda, de este modelo de sociedad de diseño que ha matado a la ciudad y la ha convertido en un producto para el turismo, como bien denuncian antropólogos críticos como Manuel Delgado (que curiosamente entonces era militante de Bandera Roja y hoy está en el movimiento alternativo radical).


Tercera hipótesis: Este movimiento se canalizó en una organización, que fue la CNT, y una revista, que fue el Ajoblanco.

Otra media verdad que tal como la plantea José Ribas se convierte en falsa. Ajoblanco representa sólo un grupo de redactores y de lectores inquietos, preocupados por criticar a la moral represiva, por reivindicar la libertad y la autonomía personal, por el feminismo y la ecología. Todo ello envuelto en una ingenua (y por tanto peligrosa) retórica autogestionaria. El funcionamiento interno de Ajoblanco, como Ribas explica, representa una experiencia cooperativa y antijerárquica interesante pero claramente inmadura en la que hay personalismo, rivalidad e indolencia. Los que parecen estar más vinculados al movimiento obrero, a los movimientos autogestionarios y autónomos poco tienen que ver con el movimiento real. Santi Soler, por ejemplo, era un teórico del MIL, que era un grupúsculo estudiantil que practica, como sabemos, la lucha armada para financiar auténtica propaganda revolucionaria para los obreros, pero que poco o nada tenía que ver con ellos. Juanjo Fernández ni siquiera participó demasiado en el movimiento estudiantil cuando estaba en la Autónoma, ya que, como por otra parte puede entreverse en el libro, era un transgresor compulsivo al que le apasionaba criticarlo todo y poner piedras en las ruedas de lo que hacían los otros. Luis Racionero, del que tan bien habla Ribas, fue siempre un elitista y visceral anticomunista que como sabemos acabó en los círculos del PP. Karmele Marchante, de la que alaba su coherencia, fue desarrollando un feminismo fuera de medida que al final le llevó al cinismo y a ser una de las promotoras de la más indecente prensa rosa. Ajoblanco tuvo su modesto papel en el movimiento alternativo que luchaba por otro tipo de vida y sociedad. Como también lo tuvo El Viejo Topo, que aunque completamente diferente al anterior, mal que el pese a Ribas, formaba parte de este mismo espacio crítico. Me molestan aquí los comentarios sectarios que Ribas dedica por tanto a esta revista, ya que yo (como tantos otros) las leíamos ambas. Pero me parece claro que el destino de Ajoblanco en ningún sentido fue clave para explicar los acontecimientos posteriores.

Respecto a la CNT sí que sería importante un estudio histórico riguroso de lo que pasó con ella en estos años. Algunas memorias como las de Luis Andrés Edo nos dan materiales parciales pero valiosos. La verdad es que el libro de Ribas es otro material a tener en cuenta, aunque tampoco aporta muchas informaciones novedosas, aparte de la relación entre la CNT y Ajoblanco. En la CNT inicial, anterior a la expansión y sin excesiva fuerza convivían sectores algo turbios. Existía una pequeña FAI violenta y sectaria, grupúsculos como el Movimiento Comunista de Liberación, restos de la vieja CNT y también un sector anticomunista y sindicalista que tenía contactos con Martín Villa, que quería una opción sindical para ganarle espacio a CCOO y la UGT, sindicato vinculado a su adversario político principal, el PSOE. Es posible incluso que la CNT fuera una de las opciones sindicales con USO que los franquistas reformistas de la UCD querían potenciar no sólo en contra de CCOO sino la UGT, que estaba vinculada a su adversario político, el PSOE. Gente como Luis Andrés Edo tenía por supuesto otro planteamiento más interesante, que era hacer de la CNT un sindicato que agrupara a muchos colectivos antiautoritarios y autogestionarios. En ello coincidía con el profesor de filosofía de instituto Francesc Boldú, que tenía un planteamiento similar pero más radicalizado. Coincido con Ribas que por aquí se gestaba una alternativa válida para todos los movimientos sociales y luchadores que querían autoorganizarse de manera estable sin entrar en las estructuras de los partidos. También entraron en la CNT los pequeños pero auténticos movimientos por la autonomía obrera como Liberación, uno de cuyos miembros activos era Santiago López Petit, que Pepe Ribas sólo cita para decir que escribió el libro de Ruedo Ibérico La izquierda autoritaria en Catalunya. Profesores de Universidad prestigiosos y críticos con los partidos, como el prestigioso economista y ecologista Joan Martínez Alier también se comprometieron en el proyecto Y muchos luchadores anónimos, que como yo mismo estábamos decepcionados por nuestra militancia en los partidos sectarios de extrema izquierda. Había un buen potencial. Pero los sectores originarios seguían conspirando, junto con militantes troskystas de la OCI, que era un grupo que seguía la consigna de Trotsky durante la República de entrar en el PSOE y en los sindicatos mayoritarios para ganar la máxima influencia. Y sobre todo un colectivo de marginales violentos que fueron el caldo de cultivo para el atentado a La Scala.

Aquí había un potencial que se dilapidó pero que me parece completamente excesivo como considera Ribas pensar que el futuro de la CNT condicionaría el mapa político no solo de España sino también de Europa.


Cuarta hipótesis: La alianza entre los sectores reformistas del franquismo y los partidos autoritarios de izquierda abortó estos movimientos y acabó con la CNT, con lo cual se perdió todo el potencial revolucionario que contenían.

Esta afirmación, con matices, es falsa. Ajoblanco murió, como queda claro, por sus contradicciones internas.

En cuanto al movimiento más radical hay que decir que ciertamente experiencias como la de Numax o la de Roca no tuvieron el apoyo de los grandes partidos y sindicatos, pero también hay que decir que eran muy puntuales. En cuanto al movimiento callejero de las Ramblas habría podido dejar una mejor herencia pero está claro que fue una explosión temporal d entusiasmo y como tal hay que valorarla. La CNT también cayó, básicamente por sus contradicciones internas, aunque el triste y trágico episodio de La Scala contribuyó, por supuesto, a dar el toque final. Las Jornadas Libertarias fueron simplemente una gran fiesta, con sus pros y sus contras, pero que no tuvo ninguna dimensión política. Personalmente no estoy seguro que hubiera una conspiración planificada desde la cúspide del poder contra la CNT, aunque es evidente que hubieron infiltrados para vincular la CNT con la violencia que estaban impulsados desde el Aparato de Estado franquista. Respecto al tema de las drogas duras todos sabemos la influencia mortífera que tuvo pero ni las mafias ni la policía hubieran tenido éxito si no hubieran encontrado un terreno abonado entre una juventud que aparte de alternativa era inmadura y estaba muy desorientada.

Finalmente me gustaría añadir otra cuestión: el amor filial lleva también a Pepe Ribas a un terreno resbaladizo al alinearse con un cierto revisionismo del falangismo en el que se pretende recuperar una especie de heroísmo de algunos dirigentes (Sánchez Mazas, Ridruejo) relativizando el papel objetivo de este partido. El falangismo fue indudablemente una de las cristalizaciones políticas de las clases dirigentes en la defensa de sus privilegios contra el movimiento revolucionario obrero y popular en la defensa de sus justas reivindicaciones. Y los dirigentes falangistas que además ocuparon cargos en el franquismo (como el padre de Pepe Ribas o Sánchez Mazas) tuvieron una clara responsabilidad con la dictadura sangrienta y corrupta de Franco. Y, por cierto, aunque todos sabemos que se cometieron salvajadas desde los dos bandos (y depende de la historia familiar de cada uno el que conozca unas u otras) es evidente que no hay una simetría ni en la legitimidad ni en las acciones, como muy bien nos recuerdan historiadores como Paul Preston.

Acabo aquí esta reflexión sobre una época tan interesante sobre la que, creo, vale la pena volver. Personalmente el libro me ha despertado interés o como mínimo curiosidad y me ha conmovido en algunas ocasiones porque de alguna forma también me siento partícipe de la generación y de alguna de las vivencias que explica. José Ribas se ha arriesgado en estas memorias personales que aportan, como ya he dicho, materiales disidentes para la comprensión de la transición y para luchar contra la perversa influencia de lo políticamente correcto. Pero me parece importante dejar las cosas en su lugar y no dejarse llevar por imaginarios que son excesivamente personales como para dar cuenta de procesos objetivos.

Nota Lun Feb 08, 2010 10:29 pm
Suscribo casi toda la crítica de Luis Roca Jusmet y me parece que aún se queda corta. Aunque yo no fui lector asiduo de Ajoblanco, me compré el libro de Pepe Ribas y no fui capaz de acabar de leerlo. Me pareció una especie de crónica social (de una sociedad pequeña y provinciana además) donde un señorito de buena familia hace una lectura frívola (casi postmoderna avant la lettre) de la transición española confundiendo las notas de sociedad con el motor de la historia.


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