RebeldeMule

Bucarest, la memoria perdida (2008) de Albert Solé

Planta/anuncia un debate, noticias sueltas, convocatorias políticas o culturales, campañas de mecenazgo, novedades (editoriales, estrenos, próximas emisiones de tv...).
Al profesor Juan Antonio Porto, que prohibía terminantemente en sus clases el uso de la expresión la peli: "son películas, coño".

Portada

Bucarest, la memoria perdida
94 min. / 2008 /

••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Dirección y producción: Albert Solé
País: Spain
Productora: Bausan Films, Televisió de Catalunya, Televisión Española
Fotografía: Ibon Olaskoaga
Música original: David Giró
Premio Goya 2009 de la Academia de Cine de España al Mejor Documental
•••••••••••••••••••••••••••••••••••••

I. Un poco de anticomunismo al año no hace daño.

Valdés Leal y otros pintores y escritores del barroco español querían recordar con sus obras que la vida no es sino la antesala de la muerte, que la belleza y la riqueza no son sino finas capas sobre la fealdad y la miseria. Puede pensarse que este arte sirve a una clase dominante en decadencia para lanzar el mensaje de que su situación es reflejo de una situación universal, y no un problema propio. Recuerdan a los otros que han de morir, para que los otros no recuerden que ellos han perdido las razones para vivir: la decadencia aparece como un destino común.

El mismo método parece haber sido adoptado por Albert Solé en Bucarest -una biografía parcial de su padre, el antiguo militante del PCE y redactor de la vigente Constitución española Jordi Solé Tura, reciente fallecido por una enfermedad degenerativa-.

Podemos dividir la carrera política de Solé Tura en militancia comunista de los cincuenta y sesenta (en sintonía con la política anti-imperialista de la Unión Soviética) y militancia eurocomunista posterior (en defensa de una posición de poder dentro de y al servicio de la democracia burguesa); entonces, para Albert Solé, los símbolos e imágenes de la militancia comunista sólo son traídos a colación para contrastarlos con grabaciones de su padre sometido al Alzheimer, incapaz de recordar la letra de la Internacional o los hechos que se reflejaban en sus propias cartas desde las mazmorras franquistas. De nada sirve la gloria de la vida frente a la muerte, decían la mayor parte de los aguafiestas barrocos (poco que ver con Quevedo); de nada sirve haber sido comunista frente a la muerte, parece decirnos Albert Solé mediante una excesiva explotación sentimental de la situación de su padre que los numerosos defensores de la película parecen considerar el colmo del lirismo.



Por el contrario, el período eurocomunista es traído a colación para contrastarlo con diversos testimonios que ensalzan la figura de Solé Tura, su inteligencia y talento que le hacen “protagonista de la llegada de la democracia”. Especial uso y abuso se hace en este procedimiento de un antiguo preso antifranquista que, tras ganarse nuestra simpatía con el relato de su audacia y la de sus camaradas para burlar la represión, no deja de (ser usado para) exponer ante nosotros cómo los discursos a favor de la Constitución de Solé Tura –brillante profesor universitario- consiguieron que él y sus camaradas antifascistas abandonasen proyectos caducados y volviesen a sintonizar con ‘la realidad’ de la situación española –la ‘correlación de fuerzas’, dice, aunque nada en la película hace pensar que la (probable) debilidad de las fuerzas revolucionarias fuese un problema-.

El último inserto de una intervención del buen hombre tiene lugar después de que Albert Solé, narrador, nos recuerde no ya que su padre era estupendo, sino que podría pensarse que “la lucha comunista fue un sacrificio inútil”; en dicho inserto, el anciano militante nos recuerda que hoy en día “no sé percibe alternativa al capitalismo”, algo que en otro contexto, y supongo que en la cabeza de alguien que resistió muchos años de condena, podría tomarse como enunciado de un problema, pero que en este contexto aparece como aval de lo anterior.

II. A cualquier cosa la llaman documental.

La película es un presunto documental, pero del género de los documentales a medias que tanto se nos venden últimamente como ‘renacimiento del género’: simple publirreportaje de ideas a base de corta y pega, donde el trabajo del realizador no se pone al servicio de los documentos, sino los documentos al servicio de las elucubraciones del realizador. Sería bueno que algún profesional investigase por qué películas sin más sintaxis que un reportaje de Informe semanal son admitidas como “renovación”.

De forma sorprendente en un documental que cuenta la vida de quien fue encargado de propaganda antifranquista mediante la radio clandestina, apenas hay testimonios de audio, tan sólo se nos enseñan imágenes del pasado: tanto cuando Albert Solé habla de la enfermedad de su padre, como cuando entran imágenes de su época comunista (preferiblemente fotos), la banda sonora está dominada por una música lánguida, tristona (de bajonazo, que dirían los de Muchachada Nui haciendo de Rosa León, otra buena pieza). El pasado sólo viene a colación como parte de un álbum familiar, y en ningún caso se deja respirar a los documentos por sí mismos, se les asfixia en medio de una banda sonora dirigida a las emociones del espectador, asociando militancia y tristeza.



En Bucarest son fundamentales dos puntos de anclaje: reunir materiales y testimonios de la vida de un militante revolucionario enfatizando en todo momento que de todo aquello sólo queda un padre enfermo, y usar una banda sonora melancólica para añadir una torpe lectura a los materiales y testimonios reunidos. Sin estos anclajes, la cuestión el sentido de los materiales y testimonios podría haberse planteado de otra manera –dejando manifestarse con aspereza el contraste entre el ayer y el hoy-; con ellos, el público que disfruta de la película –y que se ha expresado abundantemente en las páginas de los periódicos estatales después de que la emitiesen en ‘homenaje’ a Solé Tura- consume una dosis de alabanza retórica disfrazada de documental.

Cuando habló del público que disfruta de la película, me refiero a los que, alabándola, alaban la carrera de Solé Tura, y su evolución al eurocomunismo y, posteriormente, a la instalación en altos cargos del PSOE. Bucarest es una biografía parcial no sólo por su parcialidad ideológica, sino porque escamotea una parte de la trayectoria de Solé Tura: después de que el hombre contribuye a la Constitución post-franquista del punto final, después de que el hombre constata que en el PCE no se puede hacer carrera política electoral -no se mantiene la iniciativa, eufemiza el narrador- y se pasa al PSOE de la Guerra del Golfo y de la guerra sucia, Albert Solé nos dice que ya no hay nada más que contar, sólo queda el homenaje.

Es difícil estar de acuerdo con Albert Solé. Según Solé y los testimonios que trae a colación, el fracaso electoral del PCE se debió a que su división interna, aireada públicamente, lo averió como mercancía electoral: el potencial electoral del PCE se fue a pique por las querellas entre el sector del que formaba parte el padre de Albert Solé y el sector que consideraba que la política que este defendía –eurocomunismo, etc.- era una traición; digamos, el sector que ya no estaba convencido por hombre tan brillante, hombre que había sido el ideólogo de muchos de ellos en la etapa antifranquista. No voy a lamentar la curiosa omisión de testimonios de personas de ese sector –entre otras cosas, porque lo encabezó Paco Frutos, y bastante hemos tenido a estas alturas de metraje con Santiago Carrillo como ‘comunista representativo’-, pero sí que me parece interesante recordar que esto se produce en una obra que pasa por documental. ¿No sería interesante saber por qué hay gente que no compartió y no comparte el punto de vista de la película, gente para la que la evolución de Jordi Solé Tura, de cuadro político comunista a ponente de la Constitución y miembro de un partido activamente anticomunista, no es algo tan loable como lo presenta la película?[1]

III. Nunca es tarde para dejar de pensar

Tal vez la clave del éxito de la película para cierto público está en la primera secuencia, en la que se comparan –equiparan- imágenes de exaltación del líder de la Rumania comunista, Nicolae Ceaucescu, con imágenes de exaltación de Francisco Franco. La similitud de contenido, estilo, encuadre, etc., de ambas imágenes, da pie a que Solé exponga por primera vez algo que repetirá a lo largo de su película: agradece a sus padres el que le librasen de dos sistemas tan poco idóneos para una infancia ‘sana’ –rechazando tanto el franquismo como el comunismo totalitario-. Burla burlando, el elogio al padre de familia se traslada al “padre de la Constitución” (es la forma habitual, en España, de referirse a los redactores de la Constitución vigente): tramando la constitución ‘del Consenso’, liberó de proyectos sociales patológicos que impedirían a la gente como Albert Solé crecer como personas normales, no sometidas a agresiones totalitarias.

Parece comprensible que las gentes del PSOE disfruten con ese discurso, con la humillación simbólica de las ideas ajenas en nombre de un ideal tan etéreo como la normalidad. Hay evidencia estadística de que las áreas de placer del cerebro de los mamíferos macho se estimulan ante la imagen del fracaso de los competidores sexuales: parece normal que un mamífero macho cuya estabilidad y la de los suyos ha dependido de aceptar con entusiasmo que el capitalismo es la libertad disfrute con imágenes del fracaso de la competencia, ‘nada es atractivo excepto yo, mi existencia merece que otras alternativas sociales fracasen’ –la diferencia está en que los leones no definirán su disfrute como poesía-.



Sigue siendo inaudito, sin embargo, que a estas alturas se vean capaces de cantar en esos términos los méritos de una sociedad que, Constitución en ristre, llena los prostíbulos de niñas criadas en la Rumania ‘liberada del comunismo’ y en la que el relevo generacional está totalmente infartado –entre los profesores de enseñanza secundaria que se habrán emocionado con Bucarest estará alguno, discípulo de algún brillante profesor a lo Solé Tura, que no ve tan mal que se le concedan facultades de policía para controlar a los alumnos-.

Pero es posible que se sientan llamados a tareas más altas. No vaya a creerse que Solé y su gente no piensan que aún hay enemigos patológicos acechando –no enemigos de clase, enemigos de “la normalidad”-. El preso admirador de Solé Tura nos recuerda que el PCE aportó dos propuestas de Constitución, una la que se ajustaba a las ideas del Partido, y otra, la finalmente aprobada, tan ambigua que podría tener consecuencias distintas según el gobierno que la aplicase -¿para qué esforzarse en la revolución, si tenemos a mano el chanchullo?-; diversos compañeros políticos de militancia nos recuerdan que sólo gente como Solé Tura merece el nombre de “Padre de la Constitución”, mientras que los redactores de derecha estarían allí solo por oportunismo…

Algunos autores defienden que mitos y religiones son contraseñas que permiten la solidaridad dentro de un grupo social, y frente al enemigo, ahorrando a sus miembros el esfuerzo de justificar racionalmente esa cohesión; cumplen mejor esa función mientras menos racionales son. El entusiasmo con que la derecha española se dedica a la defensa del mito de la nación española y de la religión católica parece confirmar esto; pero pienso también que parte de la izquierda española ha encontrado su propio mito jugando el papel de malos en el mito contrario. Traumatizada por ocho años de un gobierno de derecha, el de Aznar, electoralmente imbatible, la izquierda institucional o la clase media de izquierda hace borrón y cuenta nueva de sus límites y de sus errores entusiasmándose con batallitas “de profundización en los valores de la Constitución” como la retirada de los crucifijos de las escuelas(2) o la defensa de Cataluña como nación (3). Mito y contramito se refuerzan como coreografía del turnismo bipartidista, y con ellos lo que algunos llaman la traición de clase de la izquierda nacionalista en España, con estupendos resultados para el capitalismo y la burocracia.

No es así casual que Bucarest se cierre con la secuencia del enfermo Solé Tura encontrándose con su nieta en medio de un símbolo barroco como el laberinto. Subtitulándose la película La memoria perdida, parece que para ella la función de la recuperación de la memoria, la función del viaje hasta Bucarest y la dictadura, es la repetición de rescates como el de Albert Solé sobre generaciones sucesivas, no desviarse de la normalidad en laberintos de la historia... A esto lo llamaría yo "enorgullecerse del miedo", y no es casualidad que la misma academia de cine que premió esta película con su Goya ande ahora aterrorizada por los efectos que la cultura libre en internet puede tener sobre sus bien merecidos ingresos.

Parece normal que, ante panorama tan desalentador, películas como Bucarest pasen por grandes documentales y por gran arte. Resulta también curioso ver cómo criaturas criadas a los pechos del aparato prosoviético, que se beneficiaron de él y que se encumbraron organizando su defensa –exrepresentantes de la vanguardia como Jorge Semprum y Santiago Carrillo salen mucho en la película- , disfruten como niños desmantelándolo de esta manera. Esta película nos trae muchos mitos para desmontar, no sólo los de la Transición.

[1] En esta cita, Albert Solé expone qué es para él "dar caña a su padre" y otros aspectos reveladores del sentido de la película: Primero, no quería hacer un documental hagiográfico, yo quería encontrar a gente que fuera crítica con mi padre, porque tuvo muchos detractores en su momento, y ahora, claro, es fácil, cuando uno está enfermo o cuando uno ha muerto todo el mundo te habla maravillas, y en su momento las luchas fueron muy duras, las críticas fueron muy duras. Entonces yo quería gente que también le diera caña a mi padre, y en ese sentido Manuel Fraga o Jordi Pujol son algunos de ellos. Siempre desde la educación y el respeto que había, pero obviamente quería una posición más crítica. Luego, en cuanto a los personajes que estuve buscando, realmente que no entraran en el documental estuvo Felipe González, pero es el que ha presentado la película, con lo cual, de alguna forma, el compromiso de Felipe también es sólido con este proyecto.

[2] Y no es que la medida no me parezca simpática, aunque no tanto como me lo parecería la retirada de fondos a la escuela concertada...

[3] ¿Adivinamos por qué el recuerdo elogioso de que la familia Solé Tura fue siempre muy de izquierdas queda a cargo de Monserrat Tura?

Volver a Dazibao

Antes de empezar, un par de cosas:

Puedes usar las redes sociales para enterarte de las novedades o ayudarnos a difundir lo que encuentres.
Si ahora no te apetece, puedes hacerlo cuando quieras con los botones de arriba.

Facebook Twitter
Telegram YouTube

Sí, usamos cookies. Puedes ver para qué las usamos y cómo quitarlas o simplemente puedes aceptarlo.