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Mishima: una vida en cuatro capítulos (Paul Schrader, 1985)

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https://www.youtube.com/v/OsBPpBnOeEU&hl

El reciente reestreno en versión restaurada de Mishima: una vida en cuatro capítulos, me decide a desenmascarar este mito, aunque sea de memoria. Vi la película hace más de veinte años, y desde entonces la he visto varias veces. Pese a que la versión restaurada que acaba de estrenarse en cines tiene algunas ventajas –desaparece una concesión al público yanqui: los pensamientos del protagonista japonés no se doblan al inglés, como ocurría en la primera versión estrenada-, no me ha apetecido volver a verla.

Mishima: a life in four chapters (1985) fue una de las muchas excentricidades que Francis Ford Coppola patrocinó, derrocha que te derrocha, en los ochenta del siglo pasado: películas estadounidenses que pretendían no parecerse a las películas estadounidenses, pero que contaban con muchos más recursos y posibilidades de distribución que las de otras filmografías.

https://www.youtube.com/v/9Aj6esdVknQ&hl

En este caso, la excusa de la operación fue evocar la biografía y homenajear la obra del escritor y militante ultraderechista japonés Yukio Mishima (1925-1970), y la rareza formal consistía en no hacer un relato lineal: la película combina sin orden cronológico distintos momentos de la vida de Mishima unidos a escenificaciones de pequeños episodios de tres de sus novelas. Estamos ante un puzle con piezas procedentes de tres bloques distintos –la vida de Mishima, el día de su suicidio, sus obras- y cada bloque se presenta en formatos distintos -relato en blanco y negro para la vida, textura de apariencia documental en color para el día de la muerte, decorados teatralizados y digitalizados para las obras literarias-.

Únase a esta rareza lo insólito de la vida del protagonista –escritor de éxito internacional que planifica su suicidio público durante años, simultaneando los preparativos del suicidio con propaganda activa a favor de la restauración de los valores del Japón imperial y con la organización de células golpistas que respaldasen dicha restauración—, y alíñesela con un reparto y diálogos completamente japoneses. Tenemos así en venta una rareza al cubo, consistente en dividir la vida y obra de Mishima entre puntos de vista –texturas diferentes-. Parecería que la vida de Mishima era tan poliédrica que se necesita de un gran artificio, innovaciones técnicas y producción de lujo, para volverla comprensible –o al menos respetar su sentido-: como si el tema de la película fuese una grande y bella escultura que sólo se puede acercar al espectador de cine haciendo tomas desde varios ángulos, y como si cada fuente o formato fuese uno de esos ángulos. La combinación de escenas de la vida y de la obra no sirve tanto al análisis, como a destacar una inabarcable grandeza... (Así lo valora, con aprobación, Óscar Brox en esta crítica para "Miradas de cine").

Hay que reconocerle a la película el mérito que tuvo al suscitar la atención de un público amplio sobre la existencia de Yukio Mishima; pero hay que destacar también que al leer libros suyos, algunos notamos cierta discrepancia entre lo que nos ofrecía la película y lo que ofrece la literatura de Mishima (por lo que podemos juzgar a través de traducciones). Mishima, a life in four chapters, puede ser una película magnifica, buena, mala o vomitiva, pero tiene más que ver con la obra de su director, Paul Schrader, que con la obra de Mishima; magnífica, buena, mala o vomitiva tiene en cualquier caso el defecto de haber asociado el nombre de Mishima a la tan repelente como pegadiza música de Philip Glass, nada compatible con el estilo sinuoso del escritor.

ImagenMishima, exhibiéndose como San Sebastián

Schrader hace de Mishima uno de sus típicos protagonistas de sexualidad narcisisticamente hipertrofiada (ej.: Taxi Driver o Cat people), divididos entre el rechazo a deberes traumáticos o normas sociales autoritarias y la desconfianza respecto a los motivos que llevan a rechazar -división que produce tal tormento mental que sólo parece resolverse con una explosión de violencia-: el interés de Schrader por estos personajes ha llevado a definirlo como alguien de quien no se sabe si es un obseso sexual disfrazado de puritano, o un puritano disfrazado de obseso sexual (José María Latorre). Yo añadiría que no se sabe si es un fascista disfrazado de anarquista, o un anarquista disfrazado de fascista. Podéis ver en el trailer de la película arriba citado que la escenificación de esas presuntas contradicciones -un rebelde que defiende la tradición, etc.- era uno de los reclamos para hacerla vendible.

En este caso, las normas rechazadas serían las del Japón imperialista y militarista que acabó con la Segunda Guerra Mundial -entre otras cosas, gracias a una activa política cultural de los ocupantes estadounidenses de postguerra-. Pero, sin embargo, la relación de Mishima con esas normas no era de conflicto, sino de adhesión. No es que la literatura de Mishima no explore la tensión u oscilación entre los valores tradicionales y los impulsos individuales que los ponen en cuestión -ese es el "suspense" de sus relatos-. Pero el vector de la literatura de Mishima no es esa oscilación, sino algo más primario: el ideal aristocrático, (.pdf) sadiano, de una vida plena como vida dedicada a la búsqueda de placeres refinados. En la perspectiva del autor de Mi amigo Hitler, la sociedad aristocrática no se ve como un problema, sino, de manera delirante, como final feliz, como un escenario donde los privilegios que permiten tal estilo de vida no son función de la desigualdad económica y de la capacidad de compra de vida, sino de ideales nacionalistas colectivos: los privilegiados que dan existencia terrena a la belleza y el refinamiento no prostituyen-explotan vidas ajenas, sino que las dan sentido como vidas de peones que los defienden.

ImagenMishima en una de las fotos de su libro "Torturado por las rosas"

En la visión sadiana que Mishima hace suya, el mundo se divide entre quienes pueden permitirse la búsqueda sincera de placeres extremos –sin intermediaciones como el poder adquisitivo derivado de un éxito económico según patrones capitalistas-, y quienes no tienen capacidad o valor para concederse esos placeres. El trauma del paso de un Japón imperial a un Japón occidentalista y capitalista, por obra de la derrota militar y la bomba atómica, no es un trauma interno del escritor: para Mishima, la metamorfosis de la sociedad japonesa aislacionista, belicista y jerárquica en sociedad consumista y parlamentarista , integrada en la economía capitalista bajo la tutela de EE.UU. –y la miseria moral individual y colectiva que subyace a dicha metamorfosis, brillantemente denunciada por él- es, ante todo, un ejemplo que confirma su aristocrática visión del mundo y su derecho a imponerla a sus compatriotas: no es algo que le plantee un problema o un dilema moral.

ImagenMishima ponía mucho empeño en exhibir su buena forma física y su dominio de la katana, haciéndose y publicando fotos como ésta.

La moral en el sentido de relación agónica con las normas es algo ausente de la perspectiva de Mishima, aunque rebose en la obra de su presunto biógrafo Schrader. Sean los que sean los méritos de otras obras de Schrader, aquí su visión se impuso a lo que pretendía hacer ver, y dulcificó la imagen de un fascista que nunca tuvo empeño en dulcificarse.

La interpretación que Schrader hace de Mishima -una víctima de su presunto desconcierto- pone tensiones donde Mishima pone una ambivalente corriente de corrupción. Por lo que me permiten juzgar las traducciones, el encanto de la literatura de Mishima reside la sutileza con que esa corriente va empapando las situaciones (hasta desembocar en desenlaces inquietantemente abiertos a la interpretación, sintetizados en cierres fulgurantes como “La gloria, como todo el mundo sabe, tiene un sabor amargo”, de El marino que perdió la gracia del mar, o “Me sentía con el espíritu de un hombre que, terminada su labor, echa un pitillo; quería vivir”, de El pabellón de oro –Schrader, sin embargo, asocia el acto que inspira tales palabras al suicidio de Mishima…). Dicho encanto está totalmente ausente de la parcial visión de Schrader, para el que resulta temible lo que inspira la adoración de Mishima.

En realidad, uno se pregunta a santo de qué se consideró necesario hacer una película sobre Mishima, qué razones habia para ello más allá de la necesidad de rentabilizar una mercancia exquisita para paladares de intelectualillos occidentales. Después de todo, el propio Mishima ya se ocupó de expresarse mediante el lenguaje cinematográfico con una película dirigida por él mismo, Patriotismo, o el rito del amor y la muerte (1966, cuatro años antes del suicidio de Mishima mediante los mismo métodos que se ven en la película), que podéis encontrar por entregas en youtube y que ilustra la sinceridad de su fascismo estético.

https://www.youtube.com/v/LrNjZzFpIY0

https://www.youtube.com/v/TQw50h2CW0s

https://www.youtube.com/v/1lLXWXST5mk

Como podéis ver, nada tiene que ver el enfoque de la película sobre Mishima con el enfoque de la película de Mishima. Donde Schrader se dedica a desmontar arbitrariamente la cronología y a montar un puzzle de texturas y formatos, para dar de qué hablar a los críticos y a los espectadores cultivados (¡González Iñárritu no ha inventado nada. amiguitos¡), donde Schrader enfatiza la idea de que el personaje es irreductible a una visión directa, Mishima emplea métodos directos, primitivos: por textura, iluminación y acompañamiento musical, por ser una película de cine mudo, Patriotismo parece una película cuarenta años más antigua (se diría una película dirigida por Leni Riefenstahl, producida en Alemania durante el ascenso del nazismo para sellar la amistad entre culturas fascistas...). Era de esperar que el autor recházase avances técnicos originados en una época que considera de decadencia.

Frente a esto, la mayor sofisticación del tratamiento de Schrader habría tenido sentido si su dar tantas vueltas al tema hubiera ido de la mano de una visión más crítica o distanciada del personaje y su delirio. Por el contrario, los saltos entre formatos no son saltos fuera de lo que se nos presenta como la visión de Mishima: son saltos de pretendidas adaptaciones de su obra a un presunto relato que Mishima hace de su vida. De hecho, la película se cierra en el momento en que Mishima se da muerte, en que desaparece su conciencia del mundo, dando incluso la imagen de que su suicidio fue limpio y acorde con lo planeado y entrevisto en las imágenes de Patriotismo -lo que está lejos de la realidad, y que mereció la atención de Marguerite Yourcenar en su excelente ensayo sobre este payo, Mishima o la visión del vacío-. Nada se nos dice de cuáles fueron las actividades de las sociedades paramilitares de Mishima. Se omite que Mishima adopta sus posiciones políticos en un contexto en que la izquierda radical japonesa gozaba de buena salud: ésta aparece en la película sólo para ser ninguneada, en una asamblea en que sus representantes se rinden ante la elocuencia de Mishima. Se omite que la nostalgía imperial de Mishima es nostalgia hacia un pasado borrado por la bomba atómica, sí, pero también nostalgía hacía un régimen que ocupó cruelmente un país vecino, China; se omite que los llamados de Mishima al rearme japonés son llamados al rearme de un país de nuevo enfrentado con China, cuyos mil millones de mujeres y hombres se enfrentaban y enfrentan a problemas ante cuya dificultad las búsquedas estéticas y los estremecimientos sensuales de Mishima palidecen como caquita de niño...

La película sobre Mishima omite todo un contexto que es imprescindible tener en cuenta a la hora de valorar si el Patriotismo de la película de Mishima es un sublime rito de amor y muerte, o más bien, como de costumbre, el último refugio de los canallas. O tal vez ninguna de las dos cosas.

ImagenMishima anticipa su suicidio ante las cámaras.

(Las imágenes que ilustran el texto son posados reales de Mishima publicados por él mismo, no imágenes provenientes de la película de Schrader; para saber más sobre Mishima, está un excelente escrito de Higinio Polo, Mishima en un carro de combate, publicado en la revista "El viejo topo" y en internet, (.pdf)aquí. El relato que inspiró la película Patriotismo lo podéis leer en la antología La perla, publicada en castellano por Siruela, y que contiene otros cuentos muy reveladores de las ideas socioeróticas de Mishima).

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