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El hombre de hierro (Andrzej Wajda, 1981)

Corto, medio, largo, serie, miniserie (no importa el formato)... en televisión, cine, internet, radio (no importa el medio).
El hombre de hierro
Człowiek z żelaza
Andrzej Wajda (Polonia, 1981) [150 min]

Portada
IMDb
(wikipedia | filmaffinity)


Sinopsis:

    Se trata de la segunda parte de "El hombre de mármol", donde Wajda narra el surgimiento del sindicato Solidarność. Los obreros polacos lucharán contra la burocracia estalinista formando el mayor sindicato de Europa.

Comentario personal:

    Más allá de ver conspiraciones vaticanas, convendría ver estas películas para ver porqué los obreros tenían que recurrir a la huelga general y a la lucha política cuando supuestamente vivían en un Estado obrero.

Quatermain80, en "La Historia hecha cine", en Filmaffinity, el 4 de agosto de 2010, escribió:Aunque Wajda siempre defendiera que esta película no era una simple secuela de "El hombre de mármol", lo cierto es que ambas son indisociables, no tanto por el hecho no menor de compartir personajes y fórmula narrativa, sino principalmente por el espíritu que las anima, siendo un fiel retrato de la realidad polaca.

En este caso la indagación de Wajda no es acerca de acontecimientos pasados, sino de sucesos del presente, concretamente la huelga desatada a lo largo de 1980 en los astilleros de Gdansk, que vería el triunfo del sindicato libre Solidaridad, así como el comienzo de la decadencia final del régimen comunista. Ahora es un periodista (Winkel), alcohólico y desmovilizado ideológicamente, quien va a protagonizar la investigación acerca de la huelga, labor para la que es comisionado por sus jefes, que tratan de recabar información que permita al estado socavar la huelga. Si en "El hombre de mármol" era Birkut el símbolo de la lucha de los trabajadores, aquí lo es su hijo, Maciek Tomczyk, uno de los líderes de la huelga, secundando a Lech Walesa.

El filme mantiene un tono documental (con bastantes imágenes de archivo) que aporta enorme realismo y autenticidad, sin por ello renunciar al imprescindible componente dramático, que es desarrollado eficaz y coherentemente, uniendo la experiencia del padre (Birkut) con la del hijo (Tomczyk), o lo que es lo mismo, el pasado con el presente. Los personajes (en general bien interpretados) muestran una amplia variedad de posturas y actitudes ante los hechos narrados, empezando por el propio Winkel (su paulatino cambio de actitud se identifica con el de la mayoría de la sociedad polaca), y siguiendo por aquéllos que encabezan la lucha o por los que hacen lo posible por liquidarla. El conjunto, de gran veracidad, resulta beneficiado por un adecuado montaje y un buen guión.

Más allá de sus virtudes cinematográficas, "El hombre de hierro" destaca por ser un documento histórico, realizado prácticamente al tiempo que se desarrollaban los acontecimientos que narra, algo que es enormemente difícil de lograr, especialmente en una obra artística. Sin embargo, Wajda alcanzó ese objetivo a plena satisfacción, y sin que ello le impidiese renunciar a sugerir su mensaje principal, mostrado a través de la lucha de dos generaciones, la de Birkut y la de Tomczyk. El triunfo de lo que éste último representa es un homenaje a todos aquellos que, como su padre, comenzaron la lucha. Y esa lucha era necesaria, porque como escribiera Paul Eluard, hay combates que deben librarse. "Incluso para perderlos, porque otros los ganarán. Todos los otros."


Ficha técnica

    Guión: Aleksander Scibor-Rylski.
    Música: Andrzej Korzynski.
    Fotografía: Janusz Kalicinski & Edward Klosinski.
    Productora: Film Polski / Zespól Filmowy.

Reparto:


Idioma original: Polaco.





DVDRip VO - AVI





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Magdalena Ostrowska, en entrevista con el marxista polaco Zbigniew Marcin Kowalewski para Trybuna publicada el 21 de julio de 2005, con el titular "Hace 61 años en Polonia: el capitalismo derrocado" (y recogida por Rebelión el 29 de julio de 2005), escribió:El 22 de julio de 1944, en la primera porción del territorio nacional de Polonia liberado por el Ejército Soviético y el Ejército Polaco formado en la URSS, se estableció el poder del Comité Polaco de Liberación Nacional (PKWN), dirigido de hecho por el Partido Obrero Polaco (PPR, comunista). Conjuntamente con el comienzo de la liberación de Polonia ocupada por la Alemania nazi, comenzó el derrocamiento del capitalismo y la construcción del socialismo. En 1989, el “socialismo real” polaco fue el primero en derrumbarse. ¿Que pasó entre 1944 y 1989 en Polonia, cuya historia marcaban los levantamientos obreros contra un régimen que se decía socialista (en 1956, 1970, 1976 y 1980-81)? Con motivo del aniversario de la fundación de la Polonia Popular, el diario socialdemócrata polaco Trybuna entrevistó a este propósito a Zbigniew Marcin Kowalewski, quien había sido opositor de izquierda al régimen político de entonces y dirigente del movimiento sindical independiente. [Zbigniew Marcin Kowalewski. En 1981 miembro del Presidium de la dirección regional del sindicato autogestionario independiente Solidarnosc en Lodz, delegado al I Congreso Nacional de Delegados de Solidarnosc, coautor de la resolución programática adoptada por este congreso y dirigente del movimiento por la autogestión obrera. Editor de la revista Rewolucja y militante de la Cuarta Internacional.]


Magdalena Ostrowska: La derecha afirma que lo que ha causado el retraso en el desarrollo económico de Polonia son los cambios sistémicos llevados a cabo después de 1945. ¿Es realmente así?

Zbigniew Marcin Kowalewski: Hay que recordar que, para las condiciones europeas, entre las dos guerras mundiales Polonia era un país capitalista subdesarrollado; podemos compararla con los países entonces más desarrollados del Tercer Mundo, sobre todo con los de América Latina. A pesar de que en 1918 Polonia recuperó la independencia nacional, seguía siendo un país dependiente, con una burguesía muy débil, incapaz de llevar a cabo una revolución industrial que el Oeste tenía ya detrás de sí. Lo que, de manera limitada, se hizo en la Polonia de entonces, fue posible debido a un fuerte intervencionismo estatal, es decir, contra los capitales privados y la economía de libre mercado. Las relaciones sociales del capitalismo dependiente que dominaban entre las guerras en Polonia bloqueaban el desarrollo y la revolución industrial. Después de la guerra, bastó el derrocamiento del capitalismo, una amplia nacionalización de los medios de producción y la introducción de ciertos elementos de la planificación central para que esto permitiera reconstruir un país terriblemente destruido y liberara enormes potencialidades de desarrollo. En el Oeste, no eran las fuerzas de libre mercado las que llevaron a cabo la reconstruccion posbélica, sino el intervencionismo estatal y la ayuda de los Estados Unidos (el Plan Marshall). Lo impusieron las razones políticas, la necesidad de crear un contrapeso frente a la Unión Soviética y de neutralizar la llamada amenaza comunista, por lo demás interna, representada por el movimiento obrero, y no externa, como se pretende.


M.O.: Es decir, ¿las comparaciones con Europa Occidental no son válidas?

Z.M.K.: Las comparaciones de la situación de Polonia con la de Europa Occidental son ilegítimas. Los países de Europa Occidental eran ya muy altamente industrializados; la revolución industrial se llevó allí a cabo hace mucho tiempo. Además, una fuente de la riqueza de estos países era también el gigantesco saqueo de las colonias que durante cientos de años suministraban las materias primas baratas y los recursos de desarrollo. Adoptemos como punto de partida el estado de las cosas en los años treinta. Entonces resultará que los países que, en aquella época, se encontraban en el mismo nivel de desarrollo que Polonia y después de la segunda guerra mundial seguían capitalistas, absolutamente no hicieron un salto adelante, ni en el plano económico, ni en el civilizador, como el que hizo la Polonia Popular. Subrayemos que, además, en 1945 el punto de arranque era aquí mucho peor que allí, porque nuestro país había sido convertido en ruinas por la guerra, mientras que América Latina no solamente no vivió esta guerra sino que, además, varios de los países latinoamericanos se enriquecieron con ella. Aquí la industrialización permitió descargar la superpoblación del campo, llevar a cabo una reforma agraria radical, elevar varios escalones el nivel educativo y cultural de la sociedad. Los países latinoamericanos comparables con Polonia no experimentaron nada semejante y pronto se quedaron muy lejos detrás de ella.


M.O.: ¿Acaso esto significa que si Polonia se hubiera quedado capitalista, no habría alcanzado un nivel semejante de desarrollo?

Z.M.K.: El desarrollo no es una abstracción, sino que siempre tiene que ver con determinadas clases sociales que son portadoras del desarrollo o lo frenan. Ningún país en el que después de la guerra se mantuvo el capitalismo dependiente logró alcanzar lo que se logró en Polonia después de derrocar el capitalismo. En el mejor de los casos, se produjo una industrialización a medias, pero no hubo una revolución industrial. Mientras tanto, en la Polonia Popular se suprimió el bloqueo al desarrollo característico del capitalismo dependiente. Se reconstruyó radicalmente la estructura social, surgiendo una poderosa clase obrera en cerca de siete años, fundamentalmente en la gran industria.


M.O.: Hoy no se dice que el sistema de entonces creaba para los obreros las protecciones que los trabajadores de los países capitalistas no poseen hasta hoy. ¿Acaso la Polonia Popular realizaba las aspiraciones de esta clase social?

Z.M.K.: El nuevo sistema acabó con la más grande dolencia de la clase obrera, es decir, la cuestión del empleo. En el capitalismo, esta clase se divide en la activa y la de reserva, o sea desempleada; hay períodos del pleno empleo, pero más temprano que tarde llegan al fin. La liquidación del desempleo en la Polonia Popular significaba que toda la clase tenía asegurados los medios de subsistencia fundamentales, más o menos sabía qué futuro le esperaba, se fortalecía y estabilizaba su posición social. Tenía mejores condiciones para defender sus intereses, elevar y cristalizar su conciencia, generar en sí nuevas aspiraciones. Los obreros no necesitaban buscar el trabajo para sobrevivir. Masivamente buscaban un trabajo mejor y un salario mejor. De allí la gran fluidez del empleo. Esta clase vivió un enorme salto cultural adelante que no consistió solamente en la liquidación del analfabetismo. La educación gratuita a todos los niveles, incluyendo la preparación gratuita para el trabajo profesional, la posibilidad de elevar constantemente (o de cambiar) las calificaciones profesionales, superarse, formarse, obtener una educación técnica. El ascenso social no requería que se saliera de la clase, porque la clase como tal ascendía. Se elevó enormemente el nivel cultural general de los obreros, la lectura de los periódicos se generalizó, tenían asegurado el acceso a los libros baratos, a los cines baratos, a las bibliotecas gratuitas y ampliamente gozaban de este acceso. Accedían a los teatros, las óperas, los museos, lo que antes había sido un privilegio de las élites sociales.


M.O.: Se crearon también numerosas protecciones en la esfera social, lo que hoy se señala como el factor principal de los sentimientos favorables hacia aquel sistema.

Z.M.K.: El nivel de vida no lo determinaba solamente el salario individual, sino tambien el “salario social”; por ejemplo, las vacaciones baratas, los comedores baratos, subvencionados de los fondos sociales, y, en general, una socialización considerable de los costos de reproducción de la fuerza de trabajo. La masificación del trabajo profesional de las mujeres les permitía ganar la independencia material que por sí misma no asegura la igualdad de derechos, pero es su condición material indispensable. En los barrios obreros se creó una infraestructura social; había tiendas, escuelas, establecimientos preescolares, círculos infantiles, policlínicos, cines, bibliotecas, casas de cultura. En Europa Occidental, hasta hoy hay muchísimos barrios obreros que son desiertos sociales y culturales, sin hablar de los guetos del pobrerío “de color” que crecen alrededor de las grandes ciudades. En los Estados Unidos, el país más rico del mundo, los obreros tienen hasta hoy vacaciones remuneradas considerablemente más cortas de las que tenían los obreros en la Polonia Popular. El acceso a las viviendas relativamente baratas de las empresas o cooperativas también constituía un elemento del salario social. La situación de los obreros en el plano del alojamiento mejoró muchísimo, aunque en este plano, como en muchos otros, había fenómenos patológicos, como era el caso de muchos “hoteles obreros”. En muchos barrios adjuntos a las fábricas, construidos aún en el siglo XIX según los estándares del capitalismo salvaje, la gente seguía viviendo en las mismas condiciones. En las industrias heredadas del capitalismo, por ejemplo la textil, las condiciones de trabajo no habían cambiado y eran verdaderamente escandalosas. Ellas no inquietaban a las autoridades mientras los obreros no golpeaban una mesa con el puño, como en 1971 lo hicieron las obreras de la industria textil en Lodz. Entonces las autoridades se precipitaban a modernizar, lo que pronto quedaba en papel mojado (hasta una nueva explosión).


M.O.: Según la ideología oficial, la clase dominante era la clase obrera, el poder pertenecía al pueblo trabajador. Al parecer, los obreros no lo sentían así.

Z.M.K.: Objetivamente, en una sociedad moderna o domina la burguesía, o domina la clase obrera. La afirmación de que el poder pertenece al “pueblo trabajador de la ciudad y del campo” no era solamente un discurso ideológico destinado a legitimar el poder existente, una pura propaganda. Cuando se derrocó el capitalismo, la dominación de la burguesía, había que decir a quién correspondía el poder. Objetiva o legítimamente él correspondía a la clase obrera. Es evidente que no correspondía a los pequeños propietarios, los intelectuales, los directores o los secretarios. Es donde comienza todo el problema de aquel sistema, es donde reside su contradicción fundamental. El poder correspondía a esta clase, pero ella no lo ejercía. Muchos (cada vez más) obreros eran conscientes de este hecho. Oían decir que eran la clase dominante. Además, como dije, solamente ellos podían ser la clase dominante. Pero no eran y lo veían. En la medida en que no lo eran, a la larga ese sistema no podía funcionar eficazmente o, mejor dicho, con el tiempo tenía que funcionar cada vez más ineficazmente y someterse a un arreglo fundamental, o finalmente caer.


M.O.: El Partido Obrero Unificado Polaco (POUP) afirmaba que ejercía el poder en nombre del pueblo trabajador de la ciudad y del campo.

Z.M.K.: La clase obrera no decidía si ella misma quería ejercer el poder, es decir, si ella misma quería generarlo democráticamente, o si prefería que algún otro lo ejerciera en su nombre y quién tendría que serlo. Nadie le preguntaba al respecto. Estaba excluido, inadmisible que públicamente se planteara una cuestión semejante. Los gobernantes trataban tal planteamiento como un acto hostil, un atentado al “papel dirigente del POUP”, inscrito en la Constitución.


M.O.: ¿De ahí las protestas, las rebeldías, los alzamientos obreros que de cierto modo cíclicamente vivía la Polonia Popular?

Z.M.K.: Justamente. Apenas unos años después de la revolución industrial, de la formación de una poderosa clase obrera, tuvimos el año 1956. ¿Por qué? Porque resultó que los obreros no sentían que gobernaban, sino todo lo contrario, sentían que sus opiniones no se tomaban en absoluto en cuenta. No ejercían ninguna influencia sobre las condiciones de trabajo, las normas de rendimiento, la organización del trabajo, la elección del jefe o director, la repartición y la utilización del ingreso de la empresa, el perfil de la producción. Ninguna influencia sobre los precios de los artículos de primera necesidad, ni sobre cómo se repartía y utilizaba el ingreso nacional, qué parte del mismo se destinaba al fondo de inversiones y qué parte se destinaba al fondo de consumo, qué parte se destinaba al desarrollo de tales o cuáles ramas de la industria y qué parte se destinaba a la satisfacción de las necesidades sociales inmediatas, cuáles eran las prioridades sociales, económicas, culturales. El poder político no resultaba de una elección democrática de la clase obrera misma, que, desde el nivel de la empresa hasta el nivel del poder estatal, no tenía ningún control sobre su propia situación. Los obreros no estaban democráticamente representados, sus intereses no estaban articulados, a ningún nivel influían en la toma de las decisiones claves.


M.O.: Entonces en 1956 comenzaron a crear los consejos obreros que elegían democráticamente...

Z.M.K.: Y a plantear la cuestión del poder en las empresas, es decir, entraron en un litigio colectivo con el Estado planteando la cuestión de saber a quién debe corresponder la gestión de las empresas: a la burocracia o a la clase obrera. Exigían que correspondiera a los consejos y bajo su presión, así se puso en la ley de los consejos obreros (abrogada dos años más tarde). No querían a los directores que provenían del “tíovivo nomenclaturista”. Querían que los nombraran los consejos obreros, sobre la base de concursos públicos convocados por estos consejos. Estaba claro que si los obreros planteaban la cuestión del poder a este nivel, más tarde o más temprano la plantearían a los niveles superiores, hasta el más elevado. Por esta razón, el movimiento de los consejos obreros fue rápidamente sofocado. El sistema respondía a gran escala a los intereses de la clase obrera, pero a partir de un nivel bloqueaba su realización.


M.O.: ¿En qué momento el sistema no realizaba los intereses obreros?

Z.M.K.: En una sociedad moderna, la economía y la vida social pueden estar reguladas de dos maneras: o por la ley del valor y entonces tenemos el capitalismo, o por el plan. La planificación no es una técnica, es un proceso social. El plan no es lo que vota el Comité Central; es una relación social. En una sociedad en que se ha derrocado el capitalismo, el plan tiene que ser la relación social fundamental. La verdadera planificación es una planificación socializada y democrática que refleja los intereses y las necesidades libremente expresadas y determinadas de la clase obrera, así como toma en cuenta los intereses y las necesidades de otros estratos sociales. Pero después de la guerra, con el derrocamiento del capitalismo, sobre el suelo polaco se transplantó de la Unión Soviética el acabado sistema estalinista. En este sistema, la clase obrera era dominante, pero no ejercía en lo más mínimo su dominación. Dominaba la burocracia del partido y del Estado, que no servía para dominar porque no tenía capacidad de establecer un sistema socioeconómico racional. La historia conoce muchos casos como éste: que en lugar de una clase dominante domina algún otro. Esto jamás dura mucho tiempo, porque es una anomalía y temprano o tarde se derrumba. Era un modelo que propiciaba la formación de un poder burocrático enajenado que con el tiempo genera sus propios intereses, monopoliza el poder político y a través de él se apropia del poder económico. La capa burocrática no gobierna en interés del proletariado, sino en el propio, y defiende su posición social. La planificación no era, pues, lo que en principio se suponía, es decir, una fijación racional de las proporciones entre el fondo de inversiones y el fondo de consumo en interés de la clase obrera y toda la sociedad. Era un juego de los intereses de los grupos sectoriales-territoriales de presión en el seno de la burocracia.


M.O.: ¿De qué manera la rivalidad entre los diferentes grupos burocráticos se reflejaba en la situación de los obreros?

Z.M.K.: Uno de los problemas fundamentales de la Polonia Popular consistía en que la satisfacción de las necesidades sociales inmediatas no le seguía el paso al desarrollo económico. Los diferentes grupos sectoriales-territoriales de presión se peleaban por el fondo de inversiones, porque lo que había detrás no eran solamente los recursos, sino también los cargos, las posiciones y las influencias de cada uno de estos grupos, la correlación de fuerzas entre ellos. Ninguno peleaba por la magnitud del fondo de consumo. Cada uno quería arrancar para sí la mayor parte posible del fondo de inversiones, por lo cual éste estaba permanentemente inflado a expensas del fondo de consumo. En los planes se establecían burocráticamente determinadas proporciones entre estos fondos, pero lo establecido jamás se cumplía. Así pues, no solamente se planificaba de manera defectuosa porque era burocrática, sino que, para colmo, los planes adoptados no se cumplían. Era un factor de desestabilización y descomposición de la economía que daba cuerda a las tensiones y las explosiones sociales.


M.O.: ¿La ineficiencia del sistema no se debía a los fundamentos mismos del socialismo, sino a una práctica que adolecía de la falta de mecanismos democráticos en la gestión de la economía?

Z.M.K.: Efectivamente y, en general, en el ejercicio del poder. La ausencia de la planificación democrática, es decir, del plan como principal regulador de la vida socioeconómica, comenzó a socavar los logros de los primeros años de posguerra y bloquear progresivamente el desarrollo ulterior. Bajo la gestión burocrática, el sistema era cada vez más irracional, ineficiente y derrochador. Los fenómenos patológicos crecían. He aquí un ejemplo de una grave patología descubierta por el equipo del profesor Hillel Ticktin, de la Universidad de Glasgow, en toda economía hay dos departamentos, el departamento de producción de los medios de producción y el departamento de producción de los medios de consumo. En nuestra economía supuestamente socialista se desarrollaba a gran escala y a ritmos vertiginosos un tercer departamento que no conoce ninguna teoría económica: el departamento de reparación de los medios de producción. De ahí que hubiera en nuestras empresas unas secciones desconocidas para el capitalismo, muy desarrolladas y en constante crecimiento, llamadas "servicios de instrumentaje" ["talleres de herramientas"]. La mecanización del trabajo es una medida del progreso. Pero la mecanización que consiste en el hecho de que mientras más disminuye el número de los obreros que operan las máquinas más crece el número de los obreros que reparan las máquinas se convierte en su contrario. Una organización patológica del trabajo que los investigadores franceses (el equipo del profesor Wladimir Andreff de la Universidad de Grenoble) que se ocupan de los procesos de trabajo en el “socialismo real” han llamado el “taylorismo arrítmico”, la cooperación entre las empresas que se rompe constantemente, la producción masiva de los productos defectuosos o sin valor de uso... son diversos aspectos del mismo fenómeno. Otro ejemplo: la escasez global de la fuerza, los medios y los objetos de trabajo y su excedente permanente en las empresas, donde se almacenaban y quedaban “en barbecho” esperando los picos altos de trabajo que correspondían a las últimas fases del cumplimiento de los planes. Todo esto obedecía a un grave fenómeno: una fuerte tendencia a la descomposición de la naturaleza social del trabajo, a la desocialización del trabajo, a la descomposición de la economía.


M.O.: ¿Las protestas obreras perseguían que se estableciera un verdadero socialismo y estaban dirigidas contra la burocracia enajenada que no solamente no realizaba todas las aspiraciones de los obreros, sino introducía en el sistema los mecanismos irracionales?

Z.M.K.: Era el sistema del “socialismo real” el que de diversas maneras propulsaba las aspiraciones de los obreros al ejercicio de la gestión y la toma de decisiones. Les había creado una base material y despertado en ellos las aspiraciones pregonando una determinada ideología. Cada vez que estas aspiraciones lograban expresarse, cada vez que (como en 1956 y 1981) se elegían democráticamente los consejos obreros para que asumieran la gestión de las empresas, eran sofocadas o reprimidas. Luego Mieczyslaw F. Rakowski [1] escribió en su libro Cómo sucedió: “En lo que se refiere a la dictadura del proletariado, creo que la teníamos cuando los obreros hacían huelgas de masas, salían a las calles e imponían al equipo que gobernaba en este momento que renunciara, exigiendo una corrección de la política económica y social. (...) ¿Y qué había entre estas huelgas y manifestaciones? Había dictadura de la burocracia...”. En 1981 los obreros plantearon con la mayor fuerza y decisión la cuestión de quién ejerce la gestión de las empresas y, en consecuencia, del país.


M.O.: Se llegó a una situación en que la burocracia tenía que decidir a quién entregar el poder: a los obreros o a los capitalistas.

Z.M.K.: Para solucionar las contradicciones de la Polonia Popular, había que escoger la democracia obrera, la democracia de los trabajadores en general (y ésta era, desde abajo, la aspiración de los obreros, pero en 1989-90 absolutamente ninguna fuerza política y ni siquiera una organización sindical representaba esta aspiración) o restaurar el capitalismo. Los que estaban en el poder escogieron la segunda solución. Era una elección ideológica y política; no era ninguna necesidad histórica. La clase obrera ha dejado de ser objetivamente la clase dominante, la cual es de nuevo la clase capitalista. Todo ha vuelto al principio. Una bajada drástica de los salarios y del nivel de vida, un duradero desempleo de masas, las condiciones precarias y elásticas del empleo, un mercado de trabajo desregulado, la pérdida de todo el salario social, el desmantelamiento de las protecciones sociales, una explotación desenfrenada, una omnipotencia y arbitrariedad draconianas del capital que, ante la pasividad total del Estado, ha llegado a que sea posible que un trabajo ejecutado no se remunere, es decir, que un capitalista pueda robar impunemente a sus trabajadores. En una palabra, una vez más, un enorme salto (esta vez atrás).


M.O.: ¿Cómo la Polonia Popular se inscribirá a largo plazo en la conciencia de los obreros?

Z.M.K.: Por encima de todo, quedará la memoria de las grandes conquistas sociales y culturales y de su pérdida. Las conquistas como éstas no se borran en la memoria colectiva y aunque la derecha haga todo lo posible e imposible para borrarlas, porque son peligrosas, no lo logrará. La memoria de estas conquistas seguramente será una gran fuerza propulsora de las luchas de clase.


M.O.: Gracias por la conversación.





Nota del traductor

1. M. F. Rakowski. Político polaco, desde 1957 hasta 1982 director del más importante semanario polaco de opinión Polityka, entre 1975 y 1990 miembro del Comité Central del Partido Obrero Unificado Polaco (POUP), en 1988-89 primer ministro. En enero de 1990, después de la pérdida del poder por este partido, promovió su disolución y la fundación de la Socialdemocracia de la República de Polonia (SdRP) que ahora se llama Alianza de la Izquierda Democrática (SLD). Desde entonces, Rakowski no participa en la vida política institucional. Es editor de la revista mensual Dzis y socialdemócrata independiente de izquierda.


También se puede consultar en francés aquí, que me ha servido para limar un poco la traducción que fue publicada en Rebelión.


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