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La Revolución de Noviembre en Alemania (1918-1919)

Aquí recopilamos toda clase de material relacionado con un tema o un director de cine concretos.
La Revolución de Noviembre en Alemania (1918-1919)


(wikipedia | ilustración: Barbara Yelin)


Introducción

    [propia] En 1918 el Imperio alemán queda fuera de juego al claudicar voluntariamente en la I Guerra Mundial. Agotada la propuesta política de la monarquía, afloran dos opciones de transición que son espejo de la coyuntura internacional:
  1. hacia una república liberal, apoyada por los de siempre y el SPD, que ya había demostrado de qué pasta estaba hecho cuando dio su apoyo a la I Guerra Mundial cuatro años antes;

  2. hacia una república socialista, muy animada por los acontecimientos de Rusia y una parte significativa del movimiento obrero, muy vital, con mucha iniciativa, que ha entendido en sus carnes que no hay otro modo de dejar atrás el militarismo alemán que superar el capitalismo que lo reclama.
    Es, pues, la revolución alemana de 1918-1919 un proceso espontáneo, masivo, sin unificación de criterio y disputado hasta el final, que se resolverá en favor del SPD y las élites alemanas, con la constitución de la República de Weimar.

Marcello Flores, en Atlas ilustrado del comunismo, ed. Susaeta, 2003, escribió:[...] En Alemania, el fin de la Primera Guerra Mundial pareció llevar a la revolución. Es más, aparentemente se podría decir que fueron los primeros síntomas de la revolución los que acelararon el final de la guerra.

En octubre de 1918, mientras se negociaba un armisticio entre el nuevo gobierno del príncipe Max von Baden y los Aliados, los marineros se amotinaron en Kiel, soldados y obreros formaron los Consejos (Räte), según el celebrado modelo de los Soviets rusos, que proclamaron la república en Baviera. En 1917 más de un millón y medio de obreros habían ido ya a la huelga, y otros tantos se cruzarían de brazos en enero de 1918.

Las clases populares que en agosto de 1914 habían acogido el cambio nacionalista representado por el Partido Socialdemócrata y, en particular, su decisión de votar a favor de los créditos de guerra, reclamaron enérgicamente la finalización del conflicto y el alejamiento de la monarquía y de la dinastía Hohenzollern, es decir, el nacimiento de la república.

Entre los dirigentes socialistas ganaron popularidad los pocos que desde el comienzo del conflicto habían proclamado la necesidad de un "derrotismo revolucionario". Entre ellos se contaban Karl Liebknecht, el único diputado que el 2 de diciembre de 1914 había votado en el parlamento contra los créditos de guerra (que él mismo aprobó, sin embargo, el 4 de agosto por disciplina del partido), y Rosa Luxemburgo, conocida en los ambientes socialistas internacionales por su polémica con Lenin acerca de la concepción del partido de vanguardia como "motor" y guía de una revolución. El grupo que fundaron los espartaquistas, junto con otras pequeñas organizaciones, dio origen en diciembre de 1918 al Partido Comunista Alemán. Mientras tanto, la república había triunfado.

El 9 de noviembre Berlín estaba en manos de los obreros y soldados sublevados; el imperio se disolvió, y el primer Canciller de la República fue el socialista mayoritario (nombre que recibían los socialdemócratas) Friedrich Ebert. El gobierno estaba compuesto por seis "comisarios" (nombre que hacía referencia a la tradición soviética de los Consejos) que formaban parte de los socialistas mayoritarios (SPD) y los socialistas independientes (USPD). Estos últimos dimitieron precisamente durante los días en los que se fundó el Partido Comunista, porque no compartían el objetivo "limitado" de los mayoritarios: una Asamblea Constituyente que confirmara el voto de las mujeres, la jornada laboral de ocho horas, el fin de la censura, y que encaminase al país hacia una democratización gradual.

En cambio, los socialistas independientes y los comunistas querían que continuara la revolución, con el paso del poder a los Consejos. La guerra civil, que se pensaba que estallaría entre los partidarios de la república y los nostálgicos del imperio, en realidad enfrentó a las diversas facciones del socialismo, poniendo a los obreros y a las clases populares en un lado u otro de las barricadas que cruzaban las calles de Berlín. El gobierno destituyó al gobernador civil de la capital, que pertenecía a los socialistas independientes, provocando encendidas protestas callejeras. Fue instituido un comité revolucionario, se ocuparon las sedes de los periódicos y algunos edificios públicos, pero pronto se hizo evidente que entre comunistas e independientes no había acuerdo sobre cómo proseguir la revolución.

El 6 de enero el Partido Comunista y los Consejos decidieron rebelarse y acabar con el gobierno Ebert. Ciertamente, el mito de la revolución rusa no fue ajeno a una opción que Rosa Luxemburgo, con enorme lucidez, consideró prematura y perjudicial, aunque no se retiró de la batalla revolucionaria que dio comienzo.

Entre los socialistas mayoritarios el ministro de Defensa, Gustav Noske, decidió reprimir la insurrección, de acuerdo con los altos mandos del ejército, utilizando para la represión a los Cuerpos Francos (Freikorps), escuadrones civiles paramilitares formados por nacionalistas y veteranos que estaban dispuestos a devolver el orden al país.

Fue la trágica "semana sangrienta": Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron arrestados y asesinados en la noche del 14 al 15 de enero de 1919.

Pocos días después, las elecciones a la Asamblea Constituyente del 19 de enero vieron perfilarse un nuevo equilibrio. Los socialistas mayoritarios obtuvieron más de 11 millones de votos, el 38% de los sufragios. Los independientes no superaron el 8%, y entre los comunistas prevaleció la opción de abstenerse.

En la página de Ediciones La Catara, en 2018, se escribió:La revolución alemana de 1918-1919 es quizás uno de los acontecimientos peor conocidos y más silenciados del siglo XX. La derrota sufrida en la Gran Guerra, con las ominosas cargas que supuso para la población alemana, propició una revolución que si bien trajo consigo el derrocamiento del Estado monárquico y militar del II Reich y la proclamación de la República de Weimar, supuso también el fin, paradójicamente, de toda tentativa de constitución de una democracia socialista. Esta nueva coyuntura política, que recogía las demandas de las distintas burguesías y de buena parte de las clases subalternas, se concretó también en un proyecto socialista que exigía una República de Consejos. Es por ello que puede decirse que la Revolución alemana fue una diversidad de revoluciones, organizada en torno a dos poderes: el sostenido por el Partido Socialdemócrata de Alemania y el encabezado por diferentes grupos radicales como los espartaquistas, que conformaron el Partido Comunista de Alemania, liderado por Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg y Clara Zetkin.

Jordi Corominas i Julián, en "1918 puñaladas: cien años de la Revolución de noviembre en Alemania", en El Confidencial, el 3 de noviembre de 2018, escribió:En la Historia hay algunos momentos tan repletos y trascendentes que el mismo relato oficial oculta -y consolida- una retahíla de tópicos, esferas delimitadoras que sirven para explicar lo ocurrido desde una dirección concreta y asumida por la mayoría. En el siglo XX alemán el engranaje ciego es la llamada Revolución alemana acaecida entre 1918 y 1919, también llamada Revolución de Noviembre. En el imaginario de la cultura general los cadáveres de los espartaquistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht ocupan una destacada pole position. A mucha distancia figura la abdicación del Káiser y luego alcanza el podio la proclamación de la República de Weimar, como si se tratara de un proceso sin matices en los estertores de la I Guerra Mundial.

En realidad, el pistoletazo de salida de esta catarsis esquizofrénica tiene varios natalicios, todos en relación con las metamorfosis del SPD, el partido clásico de la socialdemocracia alemana. Un posible inicio llegaría en 1890, cuando la renuncia de Bismarck levantó las leyes antisocialistas del Reich. Ello hizo posible el renacimiento de los socialdemócratas, hasta entonces paralizados por esas medidas. El partido mantuvo en sus estatutos la voluntad revolucionaria, pero lo cierto es que el levantamiento de las limitaciones los integró en el sistema, hasta el punto de votar a favor de los créditos de guerra en 1914, en los primeros compases del primer conflicto mundial.

Sin embargo, algunos discreparon, en una tendencia manifiesta en el socialismo de esos años, quebrado entre la lealtad al Estado y el pacifismo. 1914 y el problema de apoyar o rechazar la guerra fueron la semilla para desmembrar la unidad. En el caso germánico estas tensiones condujeron a la ruptura de 1916, cuando un núcleo se desmarcó de la connivencia con el poder, se escindió del SPD y fundó el USPD para no perder el sueño de luchar contra el régimen.


Se derrumba el castillo de naipes

Los contrarios a la escisión siguieron apoyándolo con la aspiración de convertir al Imperio en una verdadera monarquía parlamentaria. Se conformaban con ese postulado mientras el desarrollo de la contienda había proporcionado al Alto Comando Militar una posición de preponderancia en forma de dictadura encubierta. La dirigían Erich Ludendorff y Paul Von Hindenburg. El primero mandaba. El segundo asentía. A posteriori sirven para explicar la crisis y el posterior ascenso del nazismo.

El desarrollo de las operaciones en el campo de batalla fue favorable a los intereses de este particular consulado. Hasta 1917 todo iba sobre ruedas para las potencias centrales. La entrada de Estados Unidos iba a ser decisiva para cambiar el curso de la contienda, pero ese año la revolución rusa allanó el frente del Este y posibilitó a Alemania concentrarse en el Occidental para poner toda la carne en el asador. El optimismo se incrementó mediante el más que ventajoso tratado de Brest-Litovsk con la Unión Soviética.

Todas estas perspectivas de victoria se desvanecieron en un abrir y cerrar de ojos. En 1918 el bloqueo inglés hizo mella, la producción, aguas, y las trincheras se desmoronaron para abrir la ruta aliada hacia el interior del Reich.

Estas condiciones decidieron a Ludendorff a una insólita renuncia el 29 de septiembre de 1918. Aconsejó firmar un armisticio para frenar el riesgo de una debacle militar. Al ceder su mando pretendía salvar al ejército de la deshonra de la derrota para cargarla al ejecutivo, pues a partir de entonces el bastón pasaba a manos de un gobierno parlamentario donde, por primera vez en la Historia de Alemania, ingresó un socialdemócrata, Philipp Scheidemann.

Con el giro copernicano del 5 de octubre, Friedrich Ebert, líder del SPD, consideró concluido el trayecto deseado por el partido. Ahora tocaban carteras y estaban en la mesa de las responsabilidades. El nuevo y pionero ejecutivo pidió el armisticio al presidente norteamericano Wilson, quien exigió a Alemania la retirada de los territorios ocupados, cesar la guerra submarina y la abdicación del Káiser Guillermo II. Este punto hizo salir de su letargo a Ludendorff, quien a finales de octubre pidió retomar la contienda cuando era imposible; las deserciones abundaban y la mayoría de soldados habían aceptado el desenlace, incubándose en muchos de ellos un deseo de paz y democracia. En un mes Ludendorff devino un fantasma del pasado y desapareció del mapa durante unos años, demasiado pocos. Fue reemplazado como adjunto al jefe del estado mayor por Wilhelm Groener, quien más tarde desarrollaría un papel primordial en el desarrollo de los acontecimientos.


¿Los socialdemócratas en el poder?

Nadie pensaba en Kiel. Desde esta localidad báltica un hombre quería ser dadaísta con galones. El Almirante Scheer codiciaba poner un absurdo broche de oro con un último ataque contra la Royal Navy. El 29 de octubre las tripulaciones de dos buques se amotinaron. Más de mil hombres fueron trasladados a la cárcel, antesala de la corte marcial que debía dictar sentencia y firmar su previsible ejecución.

La detención de los marineros rebeldes prendió la mecha de la revolución. Muchos de sus compañeros pidieron su liberación, rechazada por los mandamases. El 3 de noviembre se reunieron con los astilleros, manifestándose por las calles hasta recibir los disparos de las tropas del teniente Steinhaüser. Los nueve cuerpos tendidos en el suelo de la alianza entre obreros y marineros encendió su reacción. Horas más tarde formaron el primer consejo de soldados y trabajadores, al que fueron uniéndose otros militares llegados al lugar para sofocar la revuelta.

El gobierno de Berlín reaccionó con rapidez y envió al diputado socialista Noske. El consejo de nuevo cuño pensaba que los socialdemócratas estaban de su lado, y por eso no vacilaron en nombrarlo gobernador. Noske respiró tranquilo y pensó tener todo bajo control. El problema es que la llama se había extendido por todo el país. Los revolucionarios ocupaban casernas y administraciones públicas. Según Sebastian Haffner querían un gobierno de la socialdemocracia reunificada para gestar una democracia proletaria donde los obreros reemplazarían a burgueses y aristócratas como clase dominante desde la democracia, nunca desde una coyuntura dictatorial.

El 9 de noviembre fue el día clave: se proclamó la República en Baviera y en Berlín empezó a condensarse el caos en un despacho. El canciller Max von Baden comprendió que la revolución social sólo podía pararse con la abdicación del Káiser, quien tras muchos vaivenes aceptó para evitar el desastre y facilitar la firma del armisticio con los aliados.

Pocas horas después, en otra vuelta de tuerca del enrevesado guión, von Baden cedía su sillón en la cancillería a Friedrich Ebert. De este modo el dirigente socialdemócrata ponía la rúbrica a sus metas políticas. Su partido alcanzaba el vértice de la pirámide. La disyuntiva en apariencia shakesperiana surgía con sólo abrir la ventana. La calle no quería saber nada del orden imperante y ni siquiera contemplaba la vía parlamentaria desde la normalidad.

En todo Berlín se calcaron los hechos ocurridos en otras ciudades. Los soldados encargados de aplacar la revolución abandonaban las armas. Los socialdemócratas, inmersos en un doble juego, convencieron a muchos militares para unirse a la causa del nuevo Estado mientras ofrecían a la USPD unirse al gobierno. No sabían cómo capear el temporal, siempre más próximo al ciclón. El 9 de noviembre clausuró sus puertas con la ocupación obrera del Reichstag, metamorfoseado en cámara revolucionaria que convocó elecciones para el día siguiente con el fin de elegir a los miembros del Consejo de Representantes del Pueblo.


El gatopardo alemán

Esta iniciativa hizo que Ebert diera en el clavo tras muchas intentonas fallidas. Durante toda la semana de revolución, pese a creerlo, no había llevado nunca la iniciativa. El encadenamiento de sucesos, la abdicación del Káiser, su ascenso a la cancillería y, sobre todo, la gobernación de Noske en Kiel le hicieron vivir su propia fantasía de llevar las riendas. El caballo se había desbocado, pero aún le quedaba una carta en la mesa.

Los millones de personas que ocupaban las ciudades de toda Alemania querían ser ciudadanos de pleno derecho. Lo logrado era increíble. La lectura de la tetralogía 'Noviembre de 1918' de Alfred Döblin da voz a implicados de todas las vertientes. Entre lo que aún podía llamarse pueblo nadie tenía en la punta de la lengua un héroe revolucionario, entre otras cosas porque no existían directores de orquesta y el vuelco se había producido de modo espontáneo ante el cortocircuito del sistema. A eso se le suele llamar revolución, pero en noviembre de 1918 la aplastante mayoría de los que votarían en los comicios confiaban en el SPD al identificar sus siglas con otro mundo mejor, no en el gatopardismo de Ebert, quien al ser incapaz de bloquear las votaciones optó por presentarse al Consejo de los Representantes del pueblo.

Fue elegido junto a dos representantes socialdemócratas y tres militantes del USPD para asegurar un simulacro de unidad obrera. La victoria revolucionaria era un espejismo víctima de sus ilusiones y credos de ingenuidad. Al día siguiente se firmó el armisticio. Para los militares, y en eso Ludendorff ganó su envite, la responsabilidad del mismo, con el agravio de Versalles, recaería en los socialdemócratas, a quienes se acusaría de propinar la puñalada por la espalda, el falso pero muy eficaz mito narrativo para explicar la derrota como producto de la traición del que se apropiarían más tarde los nazis.

Ebert interpretó bien su asunción del nuevo poder, que supuestamente comandaba. Quería revertir la situación y pactó con Groener la liquidación de la hegemonía obrera. En diciembre se celebró en Berlín un Congreso de los Consejos. El SPD impuso su abrumadora superioridad numérica y consiguió convocar elecciones para una Asamblea Constituyente que decidiría la forma del Estado.

Otra vez se había parado el golpe, pero la idea previa era impedir la reunión del Congreso. Un regimiento se precipitó y se descubrieron las intenciones, posponiéndose para una mejor ocasión, en la que ya intervendrían los temibles freikorps, fuerzas de choque contrarias a la República y felices de integrar las fuerzas armadas. En enero de 1919 reprimirían con fuerza la revuelta espartaquista, con la que Döblin finaliza su trilogía con el recuerdo de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht encabezando su último volumen, deudor de la épica generada en torno a estos dos ideólogos del KPD, el Partido Comunista Alemán que con su creación zanjaba la división izquierdista para establecer su dualismo entre socialismo y comunismo hasta los estertores de la Guerra Fría.

Rosa desde el periódico fue un bastión ideológico que en enero de 1919 intentó disuadir cualquier intentona revolucionaria, mientras Karl tenía vocación agitadora y era un estorbo para sus enemigos entre arengas y carisma. Lo cierto es que ninguno fue clave en la revuelta espartaquista fracasada de ese mes que los hizo célebres. El 15 de enero los freikorps encontraron a Rosa y a Karl en su escondite berlinés. Los destrozaron a culatazos de rifle y los remataron a tiros. A él le enterraron en una fosa común; a ella la arrojaron al Landwehr Canal. Ebert y sus socialdemócratas habían traicionado a sus acólitos en aras de cimas más altas y conformistas. Para corroborarlas no les importó pactar con el enemigo de clase y dar alas a los extremismos humillados por la derrota, el caldo de cultivo para un mañana incierto. El SPD quería ser el orden y en él figuraba. Otra cosa es que los habituales del mismo lo aceptaran en la familia y le dieran las gracias.





Preludio (1914-1918)





Narrativas del proceso

    El inicio
    Portada
    Das lied der Matrosen
    Filmoteca de ficción. (Alemania Oriental, 1958)
    Dirección: Kurt Maetzig, Günter Reisch
    La revolución bolchevique triunfa en el otoño de 1917. Como soldados alemanes, el ingeniero Henne Lobke y el fogonero Jens Kasten se solidarizan con los rusos, llegando a desarmar a sus oficiales para impedir el hundimiento de un carguero ruso...


    Tetralogía "Noviembre de 1918", de Alfred Döblin:
    Portada
    Biblioteca. (Alemania, 1878-1957)
    Escritor alemán. En 1921 se afilió al SPD, del que se alejaría posteriormente. Fue parte de la Asociación de Escritores Alemanes junto a Bertolt Brecht. Se exilió en 1933 por el ascenso del fascismo. Su novela más conocida es 'Berlin Alexanderplatz'...


    Una película coetánea y precursora del expresionismo alemán
    Portada
    Nerven
    Filmoteca de ficción. (Alemania, 1919)
    Dirección: Robert Reinert
    Narra las disputas políticas entre Herr Roloff, un ultraconservador empresario, el cual tiene una hermana de izquierdas... y el profesor Johannes, el cual siente un compulsivo y secreto amor por la mujer de Herr Roloff...




Dirigentes que quieren escorar el proceso hacia la derecha

    Rudolf Hilferding. Militante del USPD.
    Portada
    Biblioteca. (Alemania, 1877-1941)
    Economista y militante socialdemócrata alemán, exponente de la corriente del austromarxismo...


    Karl Kautsky. Militante del USPD.
    Portada
    Biblioteca. (Austria-Hungría, 1854-1938)
    En 1874 Kautsky se incorporó a la socialdemocracia austriaca, y en 1880 a un grupo de socialistas en Zúrich. Bajo la influencia de Eduard Bernstein, se hizo marxista en 1881 y visitó a Marx y Engels en Londres. En 1890, luego de la derogación...




Dirigentes que quieren escorar el proceso hacia la izquierda

    Karl Liebknecht. Militante de la Liga Espartaquista.
    Portada
    Biblioteca. (Alemania, 1871-1919)
    Militante comunista alemán. Formó la Liga Espartaquista tras ser expulsado del SPD por negarse a votar en calidad de diputado los créditos de guerra que iniciarían la I Guerra Mundial. Fue asesinado durante el intento fallido de revolución en 1919...
    Portada
    Karl Liebknecht. Solange Leben in mir ist
    Filmoteca de ficción. (Alemania Oriental, 1965)
    Dirección: Günter Reisch
    1914-1916: los años más importantes en la vida de Liebknecht. Es el único delegado del SPD, de los ciento diez, que vota en contra de los créditos de guerra, por lo que es excluido del partido...
    Portada
    Karl Liebknecht. Trotz alledem!
    Filmoteca de ficción. (Alemania Oriental, 1972)
    Dirección: Günter Reisch
    Esta película abarca el período desde el 23 de octubre de 1918, cuando Liebknecht regresa de su detención en Luckau/Berlín, hasta el asesinato de Rosa Luxemburgo el 15 de enero de 1919...


    Rosa Luxemburg. Militante de la Liga Espartaquista.
    Portada
    Biblioteca. (Alemania, 1871-1919)
    Fue una teórica y revolucionaria marxista. En 1915 fundó junto a Karl Liebknecht la Liga Espartaquista, que daría origen al Partido Comunista de Alemania (KPD). Participó en la frustrada revolución de 1919 en Berlín, siendo torturada y asesinada....
    Portada
    Filmoteca de ficción. (Checoslovaquia, Alemania Oriental, 1986)
    Dirección: Margarethe von Trotta
    Con gran rigor histórico, narra un retrato de la militante comunista Rosa Luxemburg, desde fines del siglo XIX hasta su muerte en 1919...


    Franz Mehring. Militante de la Liga Espartaquista.
    Portada
    Biblioteca. (Alemania, 1846-1919)
    Periodista e historiador alemán. Su biografía sobre Marx, editada por primera vez en 1918, está considerada como uno de los estudios más completos sobre el filósofo alemán. Es autor de una extensa historia sobre el movimiento socialista alemán...


    Clara Zetkin. Militante de la Liga Espartaquista.
    Portada
    Biblioteca. (Unión Soviética, 1857-1933)
    Clara es considerada la impulsora fundamental del Día Internacional de la Mujer (8 de Marzo). Cuando tenía 24 años, se une al Partido Social Demócrata, que después sería prohibido por Otto von Bismarck. Es exiliada a Suiza durante ocho años...




Intervinieron

    Ernst Thälmann. Militante del USPD.
    Portada
    Ernst Thälmann. Sohn seiner Klasse
    Filmoteca de ficción. (Alemania Oriental, 1954)
    Dirección: Kurt Maetzig
    Historia del líder revolucionario alemán, que en el filme empieza en los primeros días de noviembre de 1918 en el frente occidental de la Gran Guerra y las noticias de una insurrección en la ciudad de Kiel...


    Ernst Toller. Militante del USPD.
    Portada
    Biblioteca. (Alemania, 1893-1939)
    Poeta, dramaturgo y militante judío-alemán cuya obra se inscribe dentro de la vertiente expresionista...




Consecuencias: la República de Weimar (1918-1933)

    Portada
    Monografías. (Alemania, 1919-1933)
    El cine expresionista es una de las corrientes más importantes de la producción fílmica alemana en el período inmediato al fin de la Primera Guerra Mundial...




Recursos de apoyo


Nota Lun Abr 22, 2019 4:50 am
Chris Harman, en "El noviembre alemán", en La otra historia del mundo. Una historia de las clases populares desde la Edad de Piedra al nuevo milenio, pp. 537-542, ed. Akal, escribió:[...] La reavivación del espíritu revolucionario en Occidente no se hizo esperar mucho en términos históricos: sólo 12 meses después del Octubre ruso... aunque estos fueron meses muy largos para la Rusia hambrienta y desgarrada por la guerra.

Las abusivas condiciones impuestas por el Imperio alemán en Brest-Litovsk dieron a sus gobernantes un respiro, pero sólo por breve tiempo. En marzo de 1918, una gran y sangrienta ofensiva adentró a sus ejércitos en Francia más que nunca desde 1914, pero luego se estancó. En agosto fracasó un segundo intento de avanzar, y luego fue el ejército alemán el que se tuvo que replegar. Se estaba quedando sin reservas humanas, mientras que la entrada en guerra de los EEUU un año antes había provisto al bando anglo-francés de nuevas tropas y del acceso a suministros y equipamiento enormes. El alto mando alemán fue presa del pánico, y Ludendorff sufrió una especie de crisis nerviosa. A finales de septiembre decidió que era urgente firmar un armisticio y trató de evitar la responsabilidad de esto convenciendo al káiser de que nombrara un nuevo gobierno en el que figuraran un par de ministros socialdemócratas. Pero detener la guerra que había convulsionado a toda Europa durante cuatro años no era tan fácil. Los imperialismos rivales, en particular el francés, querían una tajada similar a la que el imperialismo alemán había exigido a Rusia a comienzos de año. Durante un mes el gobierno alemán trató desesperadamente de evitar pagar tal precio y la guerra continuó, tan sangrienta como siempre. Las tropas británicas, francesas y de los EEUU entraron en territorio controlado por los alemanes en Francia y Bélgica. En los Balcanes, una fuerza combinada británica, francesa, serbia, griega e italiana puso en fuga al ejército austriaco.

La presión fue excesiva para la destartalada monarquía multinacional austrohúngara, heredera del Sacro Imperio Romano Germánico nacido 1.200 años antes. Su ejército se desmoronó, y los líderes de clase media de las minorías nacionales tomaron el control de las principales ciudades: los checos y eslovacos se apoderaron de Praga, Brno y Bratislava; los partidarios de un Estado "yugoslavo" (eslavo del sur) se apoderaron de Zagreb y Sarajevo; los húngaros, liderados por el aristrócrata liberal Michael Karoly, tomaron Budapest; y los polacos, Cracovia. Cuando enormes multitudes se lanzaron a las calles de Viena en demanda de una república y derribando emblemas imperiales, en la parte germanohablante de Austria el poder pasó a manos de una coalición liderada por los socialdemócratas de los partidos burgueses.

El propio alto mando alemán, desesperado de rescatar algo de la debacle, ordenó a su flota lanzarse contra Gran Bretaña con la esperanza de obtener la rendención mediante una repentina victoria naval. Pero sus marinos no estaban dispuestos a aceptar una muerte segura. Su motín del año anterior había sido sofocado y sus líderes ejecutados porque había sido demasiado pasivo: simplemente se habían puesto en huelga, con lo que permitieron que los oficiales y la policía militar tomaran represalias. Esta vez no cometieron el mismo error. Los marinos de Kiel se armaron, tomaron la ciudad junto con los estibadores en huelga, desarmaron a sus oponentes e instauraron un consejo de soldados. Aquello fue una chispa que provocó una explosión en toda Alemania.

Enormes manifestaciones de obreros y soldados asumieron el control de Bremen, Hamburgo, Hannover, Colonia, Leipzig, Dresde y muchas otras ciudades. En Múnich se apoderaron del palacio real y proclamaron primer ministro de un "Estado Libre Bávaro" a Kurt Eisner, un socialista reformista dispuesto a la guerra. A Berlín le tocó el turno el 9 de noviembre. Cuando la capital se vio invadida por grandes procesiones de obreros y soldados con armas de fuego y banderas rojas, Karl Liebknecht, revolucionario antibelicista recientemente excarcelado, proclamó desde el balcón del palacio imperial una "república socialista" y la "revolución mundial". Para no ser menos, el ministro proguerra del SPD en el último gobierno del káiser, Scheidemann, proclamó una "república" desde el balcón del Parlamento imperial. El káiser huyó a Holanda, y los dos partidos socialdemócratas presentaron un "gobierno revolucionario" de "comisarios del pueblo" para que fuera aprobado por una asamblea de 1.500 delegados de los obreros y los soldados. Simbolizaba el hecho de que ahora los árbitros del poder político en toda Alemania y en la Bélgica ocupada por Alemania eran los consejos de los soldados y obreros. Las fuerzas de la revolución encarnadas en tales consejos, o sóviets, parecían estar apoderándose de todo el norte de Eurasia, desde el Mar del Norte hasta el Pacífico Norte.

Pero los consejos alemanes habían dado el poder revolucionario a hombres decididos a no utilizarlo con fines revolucionarios. Ebert, el nuevo primer ministro, tardó 24 horas en contactar por teléfono con el general Groener, miembro del alto mando militar. Ambos llegaron a un acuerdo de colaboración -con el apoyo de Hindenburg, el "dictador" de la época de guerra- para restaurar el orden en el ejército, de modo que este pudiera restaurar el orden en el conjunto de la sociedad.

Los políticos socialdemócratas que habían abogado por la reforma a través del Estado capitalista habían, lógicamente, dado su apoyo a ese Estado cuando llegó la guerra en 1914. Ahora, obedeciendo a la misma lógica, intentaron restablecer el poder de ese Estado frente a la revolución. Para ellos las viejas estructuras de la represión y el poder clasista eran "el orden"; el desafío de esas estructuras por parte de los explotados y desposeídos representaba la "anarquía" y el "caos".

Las encarnaciones vivas de este desafío eran los oponentes más famosos a la guerra: Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Liebknecht, en particular, contaba con un enorme apoyo entre los soldados y obreros de Berlín. Los líderes socialdemócratas maniobraron con el alto mando militar para destruir esto. Provocaron un levantamiento en la ciudad a fin de sofocarlo con tropas traídas de fuera, y de la carnicería acusaron a Liebknecht y Luxemburgo. Los dos cayeron en poder de oficiales militares. A Liebknecht lo dejaron inconsciente de un golpe y luego lo abatieron a tiros. A Luxemburgo le aplastaron el cráneo con la culata de un rifle, le dispararon en la cabeza y luego la arrojaron a un canal. La prensa socialdemócrata informó de que a Liebknecht se le había disparado "cuando intentaba escapar" y que a Luxemburgo la había matado "una multitud enfurecida". Cuando los respetables miembros de la clase media leyeron la noticia, "saltaron de alegría". En la actitud de los ricos "civilizados" hacia los que se resistían a su poder nada había cambiado desde los días de los hermanos Graco y de Espartaco.

Sin embargo, someter a la agitación revolucionaria no fue una tarea fácil para la alianza entre los socialdemócratas y los militares. Los historiadores han dado con frecuencia la impresión de que la Revolución alemana fue un acontecimiento menor, que acabó fácil y rápidamente. Este es incluso el mensaje transmitido por la tantas veces estimulante historia del siglo XX de Eric Hobsbawm, Age of Extremes. Según él, al cabo de unos días de noviembre "el republicanizado antiguo régimen ya no fue seriamente perturbado por los socialistas [...] [y] menos aún por el recientemente improvisado Partido Comunista". En realidad, a la primera gran ola de agitación revolucionaria no se le puso fin hasta el verano de 1920, y en 1923 hubo una segunda ola.

Como toda gran revolución de la historia, la de noviembre de 1918 hizo que muchas personas se interesaran en política por primera vez. Hablar de revolución y socialismo ya no estaba limitado al núcleo de trabajadores que habían votado socialista antes de 1914. Se extendió a millones de obreros y personas de la clase media-baja que previamente habían votado al católico Zentrum, a los liberales progresistas, a los nada liberales "liberales nacionales" o incluso al Partido Agrario dirigido por los terrateniente prusianos. En el curso de la guerra, muchos de los antiguos trabajadores socialdemócratas habían comenzado a identificarse con los oponentes izquierdistas de los líderes proguerra: en torno a la mitad de los miembros del antiguo SPD se pasaron a los izquierdistas Socialdemócratas Independientes (USPD). Pero, por cada una de estas, hubo muchas otras personas que se habían pasado de los partidos burgueses a la izquierda y que seguían viendo a los líderes socialdemócratas como socialistas. Si en el pasado se habían opuesto a los socialdemócratas por esto mismo, ahora los apoyaban.

Los líderes socialdemócratas jugaron con estos sentimientos y continuaron haciendo discursos izquierdistas, pero insistían en que las políticas de izquierdas sólo podían introducirse gradualmente, manteniendo el orden y resistiéndose a los "excesos" revolucionarios. Afirmaron que eran Luxemburgo y Liebknecht quienes ponían en peligro la revolución, mientras en secreto se ponían de acuerdo con los generales para eliminar a los disidentes.

A la difusión de este mensaje les ayudaron los líderes del USPD. Estos se habían opuesto a la guerra, pero la mayoría seguía comprometida con la reforma del capitalismo. Entre sus filas se encontraban Kautsky, Bernstein y Hilferding (que en la siguiente década sería ministro de Economía en dos gobiernos de coalición con los partidos burgueses). Durante los cruciales primeros dos meses de la revolución, el partido sirvió lealmente en un gobierno liderado por el mayoritario SPD, cuyas políticas ayudó a vender entre la masa de los obreros y soldados.

Pero, a medida que pasaban las semanas, las personas que habían apoyado con entusiasmo a los líderes socialdemócratas comenzaron a volverse contra ellos. Las tropas enviadas a Berlín en noviembre para ayudar al mantenimiento del control por parte del gobierno empezaron a levantarse contra él en la primera semana de enero, y fueron muchos los obreros y soldados que, tras contribuir a reprimir la sublevación de enero, participaron en la revuelta que en marzo se produjo en la capital. En las elecciones de mediados de enero, el SPD obtuvo 11,5 millones de votos y el USPD 2,3 millones. Sin embargo, al cabo de unas semanas los trabajadores que habían votado unánimemente a los socialdemócratas en el Ruhr, el centro de Alemania, Bremen, Hamburgo, Berlín y Múnich fueron a la huelga general y combatieron con las armas las políticas del gobierno. En junio de 1920, los votos del SPD sólo superaban en 600.000 a los de los Socialdemócratas Independientes.

Los líderes socialdemócratas descubrieron rápidamente que no podían confiar simplemente en su propia popularidad para "restaurar el orden". A finales de diciembre de 1918, el ministro socialdemócrata del Interior, Noske, alardeó de que "alguien ha de ser el perro de caza", y se puso de acuerdo con los generales en la creación de una fuerza mercenaria especial, el Freikorps. Formado con los oficiales y "batallones de asalto" del antiguo ejército, el Freikorps era completamente reaccionario. "Fue como si el antiguo orden renaciera", observó el historiador conservador Meinecke. El lenguaje del Freikorps era vehementemente nacionalista y con frecuencia antisemita. Sus estandartes se adornaban a menudo con un antiguo símbolo hindú de la buena suerte, la esvástica, y muchos de sus miembros pasaron a formar los cuadros del Partido Nazi.

La historia de Alemania en la primera mitad de 1919 es la historia de la marcha del Freikorps por todo el país, atacando a las mismas personas que habían hecho la Revolución de Noviembre y votado a los socialdemócratas en las elecciones de enero. Fueron muchas las veces en que se encontró con resistencia armada, lo cual culminó con la proclamación en abril de una República Soviética Bávara de corta vida, con su propio Ejército Rojo de 15.000 hombres.

Nota Mié Abr 24, 2019 2:36 pm
Hedoi Etxarte, en entrevista con César de Vicente con el titular "La República de Weimar se levantó sobre el asesinato de miles y miles de revolucionarios"», en CTXT, el 20 de abril de 2019, escribió:César de Vicente Hernando es coordinador del Centro de Documentación Crítica (CdDC). Es autor de unos cuantos libros: Günther Anders, fragmentos de mundo (Catarata, 2011), del monumental ensayo La escena constituyente. Teoría y práctica del teatro político (CdDC, 2013), del manual La dramaturgia política. Poéticas del teatro político (CdDC, 2018). Y, pese a haber editado a un sinfín de filósofos y dramaturgos (Peter Weiss, Herbert Marcuse, Erwin Piscator, Marc Blitzstein), carece, para mi sorpresa, de artículo en la Wikipedia. En agosto de 2018 publicó La revolución de 1918-1919. Alemania y el socialismo radical (Catarata): una síntesis para el centenario de aquel acontecimiento, un texto para comprender el Estado de Bismarck, el de la República de Weimar y las especificidades de aquella revuelta obviada, por lo incómoda que resulta, para tantas tradiciones políticas e historiográficas un siglo después. Pudimos charlar con él en su reciente visita a Pamplona invitado por el Instituto Gerónimo de Uztariz. Antes de escuchar su voz leímos sus textos, y para la ocasión, teníamos en mente las líneas que escribió en el epílogo de la Obra inacabada de Bertolt Brecht (La Uña Rota, 2011): “Las ‘falsas ilusiones’ que vivimos parecen habernos convencido de que explotación, propiedad privada y control del poder no son ya asuntos contemporáneos, temas que afecten a nuestras vidas. Las ‘falsas ilusiones’ que vivimos han llegado también a cautivar las palabras […] hasta hacerlas trabajar en la trivialidad y el engaño. Convencidos de que la riqueza la producen las empresas, de que se nos paga lo justo en nuestro trabajo, o de que podemos participar en la toma de las decisiones políticas que nos importan mediante las elecciones, Brecht, entonces, parecería innecesario. De hecho él mismo declaró que no le importaría que sus obras no se representaran más porque eso querría decir que el asunto del que tratan, la explotación del ser humano por el ser humano, ya no existiría. Sin embargo, el tema central de su teatro conforma nuestro tiempo y nuestras vidas, aún” (p. 225). Recordamos aquí el centenario de la Revolución alemana por sus conexiones con el presente. Y, al final de la conversación, hablamos sobre el arte y la transformación.


Hedoi Etxarte: ¿Por qué no se ha querido celebrar el centenario de la Revolución alemana?

César de Vicente Hernando: Bueno, quizá haya que matizar: es fuera de Alemania donde no se ha celebrado. Pero en Alemania sí que ha habido centenario. En Berlín, por ejemplo, se ha organizado, por toda la ciudad, una exposición a través de decenas de paneles informativos y vagones de trenes, debates y conferencias organizadas por más de cincuenta organismos. Más de media docena de medios están informando casi a diario sobre cuestiones relacionadas con del centenario.


H.E.: ¿Cual es el problema de esta revolución?

C. de V.H.: El primero, creo que obvio, es que no fue una revolución que triunfó. Además, inmediatamente después vino el ascenso del nazismo y, por tanto, la alemana se quedó entre la soviética de 1917 y el auge del nazismo. Quedó eclipsada. Y es que, además, prácticamente no hubo tiempo para “tocar” las instituciones. Y claro, una revolución que sólo puede restituir el normal funcionamiento de la vida, aunque saquen banderas rojas por los balcones, parece que no es digna de ser estudiada.

La otra razón es que quien acaba con la revolución es la propia socialdemocracia. De manera violenta, sistemática y terrible. Es decir, allí donde hubo espartaquistas, manu militari se les hace desaparecer. Y como para ello no tenían suficiente con los efectivos del ejército formaron los Freikorps: fuerzas de asalto de voluntarios, milicias. La masacre fue tal que la socialdemocracia no ha querido ni que se hablara del tema. El SPD no podía pasar a la historia como la responsable de aquella masacre que explica tantas cosas que después pasarán en la historia de Alemania. Y eso le ha resultado bastante sencillo, porque es la socialdemocracia quien ha dominado la historiografía alemana y su relato nacional en el Oeste y tras la absorción del Este. En algunos casos se afirma incluso que no hubo revolución. Por eso es difícil que un centenario vuelva a traer a primera línea este acontecimiento histórico. Y, desde luego, si Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht no hubieran sido asesinados y no se reconociera este acto terrible, probablemente ni siquiera estaríamos hablando de la revolución. Porque el relato posterior habría podido borrar aquellos meses del mapa.


H.E.: En el libro La revolución de 1918-1919. Alemania y el socialismo radical explicas qué forma de estado piensa Otto von Bismarck, cómo, para participar en él, el SPD se amolda, y cómo amoldándose ese partido jamás pondría en duda las instituciones que le permitían tener representación pública.

C. de V.H.: Sí. En el momento en el que pactas reforma, que es lo que pactaron Bismarck y el SPD, dejas de querer organizar la revolución. Es cierto que el SPD fue perseguido y prohibido en alguna ocasión. Aunque hubo una dinámica de lucha y desgaste, en el fondo, había un acuerdo. Bismarck dice: “Puedo seguir en el poder con el SPD en las instituciones si cedo en ciertos puntos”. Y cede en ciertas cuestiones. Y el SPD dice: “Mirad, ha cedido en algunas cosas. Si ha cedido sin confrontación violenta más allá de arengas o huelgas, quiere decir que sin revolución se puede llegar a cambiar las cosas”. Claro, tu puedes negociar demandas reformistas si tu programa es reformista. El problema es que se suele confundir revolución y reforma pensando que revolución es una cosa violenta y reforma es una forma suave de cambio de sociedad. Pero no, en la reforma no se pretende cambiar la sociedad. Lo que hay es pacto. El discurso es que mediante el pacto yo cedo, tú cedes y todos contentos. Pero no, con el pacto de Bismarck y el SPD no todo el mundo podía estar contento porque las demandas del movimiento obrero, el movimiento comunista o el movimiento anarquista no se realizan dentro del estado de Bismarck. Y claro, una vez el SPD lleva décadas de pacto con el estado a la Bismarck, una vez que ves que la negociación permite demandas reformistas, ¿para qué vas a querer hacer una revolución? No la quieres. Y, además, sostienes al sistema. Cambias ciertas estructuras en sus formas: cambias de monarquía a república, por ejemplo. Pero ya está, no resuelves ninguna cuestión social.


H.E.: Antes de la Revolución, cuando el SPD aprueba los créditos de guerra, comienza la ruptura entre quienes serán los espartaquistas, los comunistas, y quienes después seguirán siendo del SPD. Sé que esto es historia ficción, pero me da la sensación de que la Gran Guerra es una excusa para que la parte que quería una transformación profunda de la sociedad, una revolución, se marchara del SPD. Es decir, que apoyar los créditos es ya una línea roja que no se puede pasar y dicen: se acabó, nos vamos. La pregunta es, ¿si esa guerra no se hubiera dado, hasta cuándo y cómo habrían convivido esos dos proyectos antagónicos dentro del SPD? Porque, desde 1905, desde que Rosa Luxemburg observa la revolución rusa y escribe Huelga de masas, partido y sindicatos (1906), ese divorcio es explícito dentro del partido.

C. de V.H.: Esto que comentas es importante. Si no hubiese habido guerra habría habido, de igual modo, una escisión entre el SPD y los revolucionarios. Lo que ocurre es que, si nos vamos un poco antes, vemos que, en general, los partidos socialdemócratas más importantes de Europa habían pactado el "No a la guerra" antes de la guerra. Así que lo pactan, pero luego el SPD le da la espalda al acuerdo y apoya la guerra. ¿Resultado? Los socialdemócratas alemanes fueron a matarse con el socialdemócrata francés, el belga, el ruso. Además, hay otra cuestión todavía más grave: el SPD admitía el colonialismo. Porque entendía que beneficiaba a los obreros alemanes. Ahí sí que había una contradicción fuerte. La lectura del SPD es que los africanos merecen ser esclavizados si eso reporta mejores condiciones sociales a los trabajadores alemanes. Era la misma lectura que hacía la socialdemocracia belga que apoyaba la colonización del Congo, por ejemplo. Esta lectura era posible si obviabas la lectura de que en África lo que había era lo mismo que en Europa: trabajadores. Se pasaba por encima de esto. Rosa Luxemburg hace una crítica de la acumulación del capital diciendo que la acumulación, en esa fase, se basa en el imperialismo. Y por eso, creo que, si la tensión interna a la socialdemocracia no hubiera estallado por la Primera Guerra Mundial, lo habría hecho por el imperialismo. No se podía sostener durante mucho tiempo esa contradicción. Se habría ido pudriendo el modelo social.

Pero es que, además, la Primera Guerra Mundial rompió el sistema social imperante en Europa. Por mucho que uno no quisiera mirar la cuestión de clase en la colonización (como pasa hoy en día), la guerra mostró que el sistema burgués había fracasado. Es decir, que había más progreso, que se generaba más riqueza, pero que no se repartía, que la gente no vivía mejor. Se progresaba, se progresaba, pero no llegaba la sociedad de pleno empleo, los derechos sociales, etc. Según se progresaba más se hundía la gente, más miseria había para la mayoría. Eso mostró la falla del liberalismo. No había tu tía. Estalló el sistema social. Y la cuestión no era que el SPD apoyara los créditos de guerra. La cuestión fue que la guerra mostraba, con toda su crudeza, que el proyecto burgués, para la mayoría, era la miseria y que había que buscar otro orden del mundo. No se podía seguir así.

Hay un hecho bonito en el teatro. Stefan Zweig escribió una pieza, Geremías, que no es muy conocida, que se estrenó en Suiza porque en Alemania o en Austria no podía ser. En la obra se dice: la guerra es un horror, dejemos entrar al invasor, no nos confrontemos porque si no nos destruirán. Eso era en 1916. Estaba claro que hacer y mantener la guerra era profundizar en aquella crisis. Y eso lo vieron claramente todos. Sobre todo Liebknecht, que entendió que el fin de la sociedad burguesa había llegado: millones de muertos, mutilados, locos. Eso es lo que el frente devolvía a la sociedad. Ese frente al que fueron con la promesa de que el Kaiser y la monarquía alemana sería la gran triunfadora.


H.E.: Hay dos cuestiones que resaltas en el libro que me intrigan. Una es la velocidad en la que todo se desarrolla: cómo puede suceder tan rápido la salida de prisión de Luxemburg y Liebknecht, el estallido de la revolución, la masacre contra sus dirigentes, la represión contra los revolucionarios y la paz sobre la revolución derrotada. La otra es la capilaridad geográfica: no describes el clásico relato nacional-estatal que sólo cuenta la historia de las grandes ciudades o las capitales. Vas territorio a territorio. Y eso nos muestra una gran diferencia con la Revolución soviética, que, fundamentalmente, sucede en el frente de guerra y en dos ciudades: Petrogrado y Moscú.

C. de V.H.: Por un lado, la forma consejo no garantiza el apoyo a la revolución. Eso es una diferencia grande con la revolución soviética. Por otro, la Revolución alemana se desarrolla en la Alemania que unificó Bismarck. Por eso se entiende que cada estado, nación, ciudad-estado… tuvo un desarrollo diferente, sus conflictos propios, sus tradiciones, tuvo sus alianzas, se vengó de cuerpos sociales distintos. En algunos casos, incluso, hubo anhelos de independencia con respecto a Prusia, como fue el caso de Baviera. Por eso, la revolución se adapta a la razón histórica de cada uno de los territorios. Mientras que en algunos la revolución toma forma de exigencia de demandas concretas, en otros casos se hace más radical, o más derechista, o busca afirmaciones más industriales (como en la zona del Ruhr). En el libro había que comprender, de un vistazo, la complejidad del fenómeno histórico. Hacer entender que cuando alguien grita “¡Revolución!” en Halle no está queriendo decir lo mismo que cuando se grita en Berlín. Por eso quise mencionar los lugares que aportaban algo novedoso, aunque no menciono todos los lugares que se sumaron a la revolución. La aportación de Baviera, por ejemplo, es que además de los trabajadores y soldados hay campesinos. Cuando en otras zonas no se sumaron. Sin embargo en Baviera los campesinos los dominaban los Junkers, por eso Eisner se empeñó en que el campesinado también debía tomar parte de la revolución. La unificación del Estado se hizo con el dominio de Prusia pero, en realidad, cada zona, cada municipio, siguió manteniendo características propias. Y, por eso, se podría detallar más: quiénes toman las decisiones en cada lugar, por ejemplo.


H.E.: ¿Qué conexión hay entre la Revolución Alemana y el arte?

C. de V.H.: Pues, básicamente, lo que nos queda de la Revolución son las representaciones del arte. Aunque cuando alguien se pregunta qué quedó de la Gran Guerra, del antimilitarismo o de la Revolución de Noviembre, lo que le viene a la mente son obras de arte. Durante una década, hasta el triunfo fuerte del nazismo, lo que hubo fue la reflexión continua a través de representaciones gráficas, literarias o teatrales sobre la revolución: la tetralogía de Alfred Döblin (Noviembre de 1918, Edhasa, 2011-2014), Tambores en la noche de Bertolt Brecht (donde vemos a un Brecht no especialmente lúcido: mete en escena combates, gente que se cambia de frentes, es una representación caótica)… esos son los materiales que han construido para nosotros las imágenes y los prejuicios políticos sobre la Revolución. Por eso, gran parte de la lectura que la gente ha hecho de aquella Revolución no procede ni de fuentes primarias, ni de lecturas de historiadores o de memorias de protagonistas. En este caso, eso de que “el arte no cambia el mundo” queda claro que no es así: el arte no sólo cambia constantemente nuestra percepción del presente, también zanja hechos históricos. El arte, como las palabras, las conversaciones, las manifestaciones… está constantemente modificando lo que entendemos por mundo. Está afectando a la realidad, la está moviendo. Pues bien, la realidad que plasman las obras de los años veinte en Alemania es la realidad de la Revolución. Cuando Toller, en una pieza de teatro, enfrenta al hombre con la masa está mostrando el problema que tenía el propio Toller con la Revolución alemana: quién se impone, ¿la masa (que no está claro si es lo informe o un ente con objetivos) o el individuo? Vemos los problemas de Toller con la República de Baviera: los cuenta él mismo. Se negó a disparar. Y sin embargo estuvo allí. Esas contradicciones las conocemos gracias a la obra artística de Toller. Desde luego que las memorias de Ebert no dicen nada sobre estas contradicciones. Las memorias de Bismarck tampoco. Ni las de Gustav Noske o las de Ludwig R. Maercker (otro de los impulsores de los Freikorps), o las de Hermann Müller-Franken, o las de Erich Ludendorff. Incluso las memorias de marineros que se levantan en favor de la revolución ni siquiera son capaces de mostrar con riqueza y complejidad lo que sí hacen las obras artísticas. De mostrar con distancia cuáles son las tensiones de todo tipo que se están desgarrando durante la Revolución y su posterior derrota.

El arte es tan central que, de no haber arte, prácticamente no habríamos tenido ningún asidero para interesarnos por la Revolución. Me da la sensación de que ese camino que yo he hecho para llegar a ella lo ha hecho más gente.


H.E.: Esa era la pregunta que yo te quería hacer, en realidad. ¿Por qué alguien que escribe prólogos a ensayos del pensamiento crítico, edita piezas de teoría del teatro o escribe sobre el teatro político, un buen día escribe un libro de historia?

C. de V.H.: Me di cuenta que a mi alrededor nadie sabía qué era eso de la “Revolución de Noviembre”. Yo la mencionaba y la gente ni la ubicaba. Yo venía de trabajar durante muchos años en la puesta de escena de Erwin Piscator. Piscator introduce el documento dentro del teatro. En una de sus piezas introduce una revista que relata la Revolución alemana. Cuando analicé las películas que insertaba en su teatro y cómo construía las escenas me di cuenta de todo lo que desconocía. “¿Esto ocurrió de verdad?”, pensé. Los bombardeos, por ejemplo. La población alemana fue bombardeada por su propio ejército para aplastar la Revolución en Berlín. Insisto: con la guerra acabada el Estado bombardea a su propia población. Piscator, en sus esquemas de puesta en escena escribe: “reproduzcan el film sobre el bombardeo de Berlín”. Yo no daba crédito cuando vi que estaba fechado en 1919. Y, efectivamente, es un bombardeo que ordena el socialdemócrata Gustav Noske. En ese momento, el Vorwärts, el periódico de la socialdemocracia propone que se cambie el calibre de las bombas “porque están matando a demasiada gente”. Esa es la propuesta de la socialdemocracia: que se bombardee a la gente pero que mueran menos, que no sea escandaloso.

Lo que te queda claro leyendo las obras es que están continuamente mencionando “la Revolución”. Y, claro, no hablan ni de la soviética ni de la mexicana, hablan de la alemana de 1918-1919. Pero es que, además, si quieres explicar históricamente el expresionismo, por ejemplo, no basta con entender la guerra, hay que analizar la Revolución. Sin ella no hay Toller, no hay Grosz, ni Brecht, ni Döblin. Otto Dix, Raoul Hausmann, Hannah Höch, Karl Kraus, Mühsam. Pero tampoco hay Käthe Kollwitz y sus grupos humanos expresionistas, o los mutilados de Rudolf Schlichter, o los trabajos de Conrad Felixmüller. Son crónicas de los sucesos posbélicos y revolucionarios. Quizá el ejemplo más conocido sea Heartfield y sus fotomontajes, que llegan a nuestros días.

Claro, cuando te acercas a la Revolución, te das cuenta de que hay cuestiones que la hacen completamente diferente. La soviética, por ejemplo, es un proceso que comienza a finales del XIX, estalla en 1905 y sigue a través de 1917 hasta el final de la guerra civil en 1921. Sin embargo la alemana no: sucede en poquísimo tiempo. Está condensadísima. Uno de los elementos que la hace singular es su concentración: ¿Cómo es posible que esto que sucedió en tan poco tiempo generar tantas cosas? Es decir, la Revolución Alemana comienza en 1915, en 1916, con las huelgas contra la guerra en los lugares de trabajo. Y en 1918 ya está en marcha.


H.E.: Claro, es que era Alemania el lugar donde todo el mundo esperaba la Revolución del proletariado, no Rusia…

C. de V.H.: Claro.


H.E.: Lo que ocurre es que, como en Rusia nadie la esperaba, nadie se preparó para combatirla como revolución. Sin embargo en Alemania se le esperaba.

C. de V.H.: Sí, claro, pero como el SPD tenía una estrategia reformista... En realidad, tampoco se la esperaba. Había cierto descanso. De hecho cuando el Kaiser cae en Alemania: el poder se le otorga automáticamente al SPD. Se da por hecho que es la continuación del proyecto de Bismarck. Nadie de la monarquía podía asumir ese lugar, porque lo liquidarían, estaban en horas bajas. El poder entendió que nadie mejor que el SPD frenaría la revolución. Y así fue.

Todo esto es muy intenso y brutal. Y hay cuestiones capitales que distinguen a la alemana de la soviética. Por ejemplo: los consejos se ponen a gestionar, mientras que los soviets lo que hacen es tomar el poder. Los consejos no sólo eran una estructura de confrontación mientras se tomaba del poder. Son productivos: discuten cuánto producir, qué, para dónde iban las manufacturas (en el Ruhr, por ejemplo), a manos de quién iría la mercancía. Pensaban en la revolución pensando en cómo transformar, con cada decisión, la sociedad. Mientras que la soviética tenía el planteamiento de empezar a transformar el mundo cuando se tomara el poder. Así se entiende el acelerón que dio la alemana. Por eso, si pretendes comprender a Piscator o Brecht, tienes que zambullirte en la historia de la Revolución. Y por eso me puse a escribir el libro. Porque vi que no se traduciría gran cosa para el centenario. Decidí escribir una introducción.


H.E.: Hay una paradoja, si me permites: que la recepción mediática del centenario sea, fundamentalmente alemana, incluso más berlinesa que federal. En Berlín incluso la extrema derecha ha tenido que hablar sobre ella, para tomar posición, para llamar “sangrientos asesinos” (sic) a Luxemburg y Liebknecht. Pero, al mismo tiempo, a nivel internacional se ha hablado poquito de la Revolución y, sin embargo, Rosa Luxemburg, a través de 1968, me imagino, es un icono revolucionario. Me parece asombroso, porque su aportación teórica no es muy extensa. Y, sin embargo, sin Luxemburg no hay Facción del Ejército Rojo, por ejemplo.

C. de V.H.: Se trata de la Rosa Luxemburg de 1905 o de 1906, en general. La que critica el reformismo de la socialdemocracia. La que alimenta la crítica del reformismo y del colonialismo. Esa es la que triunfa. Se la ve como una marxista, y no se la sitúa en el ámbito de la Revolución. Y los grandes artículos de ella en la Rote Fahne, sus textos espartaquistas son, sin embargo, muy lúcidos.


H.E.: ¿Qué es la República de Weimar?

C. de V.H.: Lo que nosotros llamamos la República de Weimar es la restitución del orden burgués cuando la burguesía había perdido completamente su poder. Porque antes de la guerra no pudo institucionalizarse. Y la guerra había aniquilado cualquier legitimidad que la monarquía podía conservar.

La burguesía tenía la amenaza de la revolución. Y más después de 1917. Entonces… hay sectores del movimiento obrero que ven que limitarse al orden burgués y al parlamentarismo no es suficiente. De hecho el KPD decide no presentarse a las primeras elecciones. Aunque en otros lugares el movimiento revolucionario participara en las elecciones.

¿Qué le sale bien a la burguesía y al SPD? Acaban con la monarquía, aniquilan la revolución pero… no habían contado con sus amigos: tenían una deuda económica tremenda, sin revolución el gran capital mandaba y explotaba a los trabajadores, la moneda se va al garete… Pero, en realidad, la ambición de la burguesía era homologar Alemania al resto de países europeos donde existía el parlamentarismo. Con una peculiaridad: se hizo a través de un crimen con miles de espartaquistas aniquilados, el asesinato de Luxemburg, Liebknecht, Landauer y del resto de la revolución. Sobre ese crimen se levanta República de Weimar.


H.E.: Me surge una pregunta: ¿cómo se cuenta el SPD, los fundadores de Weimar, la revolución? Qué son para ellos los revolucionarios, ¿traidores? ¿maximalistas? ¿incontrolados?

C. de V.H.: Lo que Ebert decía en todos sus discursos era que la revolución traería “el bolchevismo”: una dictadura. Y como, encima, en los primeros años tras la Revolución soviética, económicamente no hay esplendor, por la guerra civil... Lo que Ebert dice es: con el bolchevismo nos espera el hambre, otra guerra, etc. Y la gente estaba harta en Alemania tras cuatro años de hambre. Lo que se esgrime es el fantasma del bolchevismo. Y luego hay un documento polémico, del que Luxemburg no tiene noticias, y es un texto de Liebknecht donde dice que tomará el poder. Este texto lo utiliza Ebert para desacreditar a la revolución y poder reprimirla.

Con la Revolución Húngara de 1918-1920 sucede algo muy similar: la represión posterior es para establecer el orden burgués. Y para eso se cuenta con la invención de atrocidades que los revolucionarios no cometieron. El caso de Weimar es paradigmático: se habla de despertar de la democracia. Cuando sencillamente fue la ensoñación de la democracia. La derecha da un golpe de estado enseguida en los años veinte. Hubo otro intento en 1923 que lo frenó la revolución hamburguesa. Luego vino el ridículo de Hitler en la cervecería. Los asesinatos de la extrema derecha eran habituales. Weimar tiene la imagen de lo que no fue.


H.E.: Y en todo esto, ¿dónde están los artistas?

C. de V.H.: Algunos de ellos, el hermano de Thomas Mann, por ejemplo, Heinrich Mann, formaron consejos de artistas. Porque el modo de organización de la revolución afectó tanto a la vida que las artes consideraron, también, imitar los modelos de la política. Los consejos debatían sobre el arte que había que hacer, cómo, para quién. Quizá los resultados no hayan sido relevantes. Pero que incluso los artistas adoptaran estos modos de organización muestra el calado que tuvo la revolución. Porque hasta ese momento los artistas eran la crème de la crème de la independencia, el elitismo y el individualismo. Ellos sólo se debían a su público. Max Pechstein es uno de esos artistas. Que, de repente, se convierte en otra cosa a través del Novembergruppe, donde hubo figuras como Kandinski, Paul Klee, Käthe Kollwitz, Mies van der Rohe, Kurt Weill, Alban Berg, Otto Dix, Hannah Höch o Brecht. Y es que la revolución hace que se cuestione la producción artística. Este grupo encarnó tanto la política, que vivió, como el SPD, una escisión. El grupo de Grosz interpreta que Novembergruppe mimetiza con la política porque está de moda. Pero que no va lo suficientemente lejos. Grosz y compañía se marcharon, precisamente, porque interpretaron que el grupo mimetizó demasiado con la política, que la reutilizaba a su favor, para revalorizarse. Grosz decía querer un arte “verdaderamente” político, crítico. Y montan el Grupo Rojo.

Hubo hecho insólitos. Cuando se iban a publicar cuentos, revistas, piezas de teatro, ilustraciones… no sólo discutían quién lo había hecho, la estética, se debatía si había que publicarlo y por qué. Esto fue influencia directa de los consejos.


H.E.: Todos los artistas que nos llegan de aquella Alemania están con la revolución: Heartfield, Brecht, Grosz, Dix, los expresionistas… ¿qué hacían los artistas que no están con la Revolución?

C. de V.H.: Bueno, si bien nos llegan los artistas revolucionarios, muy a menudo se matizan con relecturas de los artistas que se alejaron del horizonte revolucionario con el paso de los años: el ejemplo clásico es Grosz, que quitó, décadas después, toda la importancia a la revolución. O se eligen obras que no hablen sobre esa época. Ahora, en Madrid y en Barcelona, se ha hecho una exposición de Max Beckmann y han elegido las obras del periodo del exilio: son las menos significativas, el Beckmann al que le gustan los payasos. Ese no es el Beckmann que la gente conoce, ni es el más interesante ni el más potente, el de Berlín, el de la violencia de las casas y las calles, pero ese es el que se quiere mostrar, con el que se quiere marcar pauta, construir memoria. El propio Beckmann se retractó de su pasado. Por eso se le exhibe. A John Heartfield no se le enseña si no es dentro del dadaísmo. Porque sus posters pueden leerse hoy en día también. Y, claro, jamás se muestran las obras que hizo en la RDA.


H.E.: Te quiero hacer una pregunta, quizá, demasiado general: ¿puede haber gran arte sin gran política? ¿Puede haber arte tras la modernidad?

C. de V.H.: No hay arte sin conmoción social. Así lo creo. Aunque las historias del arte dicen que primero es el artista y que luego le sigue la sociedad. Creo que es exactamente al revés.


H.E.: Pero de eso tiene la culpa Marx, ¿no? Que dice que la mercancía genera, como el artista, a un público nuevo, que el artista es “un creador”.

C. de V.H.: Sí. Pero mira, hay un ejemplo muy claro: Hanns Eisler era discípulo de Schönberg. Era uno de sus predilectos, el niño mimado, y el tipo, en cierto momento, debido a su pasión política por lo que está sucediendo en Alemania, piensa: “Nuestra música tiene que dar cuenta de esto”. Y abandona a Schönberg, su vida académica maravillosa, abandona su propia vida para crear coros de obreros. A menudo, no nos damos cuenta de las elecciones que hace la gente con su vida. Kurt Weill siguió con su vida independientemente de los acontecimientos que le rodearon, y su entorno no modifica ni el fin ni el fondo de su obra. En Eisler, en cambio, hay un corte en la propia obra, y pasa lo mismo con Paul Dessau.



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