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La Escuela de Frankfurt y su teoría crítica

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La Escuela de Frankfurt y su teoría crítica

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Introducción

George Ritzer, en Teoría sociológica contemporánea, ed. McGraw-Hill/Interamericana de España, 1993, pp. 75-76, 162-167, escribió:Desde principios del decenio de 1900 hasta los años treinta, la teoría marxista se desarrolló fundamentalmente al margen de la corriente principal de la teoría sociológica. La única excepción, al menos en parte, fue el nacimiento de la escuela crítica de Frankfurt, escuela inspirada en el marxismo hegeliano.

La idea de la creación de la escuela de Frankfurt para el desarrollo de la teoría marxista partió de Félix J. Weil. El Instituto de Investigación Social se fundó oficialmente en Frankfurt, Alemania, el 3 de febrero de 1923 (Bottomore, 1984; Jay, 1973, 1986). Con los años, algunos de los pensadores más conocidos que trabajaban en la tradición teórica marxista -Max Horkheimer, Theodor Adorno, Erich Fromm, Herbert Marcuse y, más recientemente, Jürgen Habermas- se relacionaron con la escuela crítica.

El Instituto funcionó en Alemania hasta 1934, pero a partir de entonces las cosas se pusieron cada vez más difíciles bajo el régimen nazi. Los nazis hicieron poco caso de las ideas marxistas que dominaban el Instituto, pero su hostilidad aumentó debido a que muchos de estos pensadores eran judíos. En 1934, Horkheimer, director del Instituto, marchó a Nueva York para discutir su futuro con el rector de la Universidad de Columbia. Para gran sorpresa de Horkheimer, se le invitó a que vinculara el Instituto a la universidad, e incluso se le ofreció un edificio en el campus. Así, un centro de teoría marxista se trasladó al centro del mundo capitalista. El Instituto permaneció allí hasta el final de la guerra pero, una vez acabada, aumentaron las presiones para que regresara a Alemania. En 1949 Horkheimer regresó a Alemania y se llevó con él el Instituto. Aunque el Instituto se trasladó a Alemania, muchas figuras relacionadas con él siguieron sus propios caminos.

Es importante subrayar algunos de los aspectos más relevantes de la teoría crítica. Al principio, los investigadores relacionados con el Instituto tendían a ser marxistas tradicionales puros que fijaban una buena parte de su atención en los aspectos económicos. Pero hacia 1930 se produjo un cambio importante a medida que este grupo de pensadores se interesaba cada vez más por el análisis del sistema cultural, que llegó a considerarse la fuerza principal de la sociedad capitalista moderna. Esta orientación se alineaba con la postura que hacía varios años habían adoptado algunos marxistas hegelianos como Georg Lukács, pero era, sin embargo, una ampliación de la misma. Los teóricos críticos se interesaron por la obra de Max Weber para asegurarse una mejor comprensión del dominio cultural (Greisman y Ritzer, 1981). El esfuerzo por combinar a Marx con Weber proporcionó a la escuela crítica algunas de sus orientaciones distintivas y sirvió para legitimarla años más tarde a los ojos de los sociólogos que comenzaban a interesarse por la teoría marxista.

El segundo gran paso, dado por al menos algunos de los miembros de la escuela crítica, fue el empleo de rigurosas técnicas científico-sociales desarrolladas por los sociólogos americanos, para investigar cuestiones que interesaban a los marxistas. Este hecho, junto a la adopción de la teoría weberiana, hizo más aceptable la escuela crítica para los sociólogos de la corriente principal.

En tercer lugar, los teóricos críticos se esforzaron por integrar la teoría freudiana, centrada en el individuo, con los principios societales y culturales de Marx y Weber. Muchos sociólogos pensaron que este producto constituía una teoría más completa que las ofrecidas por el propio Marx o Weber. Cuando menos, el esfuerzo por combinar estas teorías tan diferentes fue estimulante para los sociólogos y para muchos otros intelectuales.

La escuela crítica ha venido realizando un trabajo bastante útil desde los años veinte, y gran parte de este trabajo tiene mucho interés para los sociólogos. Sin embargo, la escuela crítica hubo de esperar hasta finales de los años sesenta para ser «descubierta» por un sinnúmero de teóricos estadounidenses.

[...] Teoría crítica

La teoría crítica es el producto de un grupo de neomarxistas alemanes que se sentían insatisfechos con el estado de la teoría marxista y, en particular, con su tendencia hacia el determinismo económico. La escuela se fundó oficialmente en Frankfurt, Alemania, el 23 de febrero de 1923, aunque algunos de sus miembros habían trabajado ya antes de esa fecha. Con la llegada al poder de los nazis en la década de los años treinta muchas de las principales figuras de la escuela emigraron a los Estados Unidos, donde continuaron su trabajo en un instituto asociado a la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York. Tras la Segunda Guerra Mundial, algunos de los teóricos críticos regresaron a Alemania, mientras otros permanecieron en los Estados Unidos (Bottomore, 1984; G. Friedman, 1981; Held, 1980; Jay, 1973, 1986; Slarer, 1977). Hoy en día la teoria crítica se ha extendido más allá de los confines de la Escuela de Frankfurt (Telos, 1989-1990). La teoría crítica fue, y aún lo es en nuestros días, una orientación principalmente europea, si bien su influencia en la sociología americana no ha dejado de aumentar (van den Berg, 1980).

Principales críticas

La teoría crítica se compone principalmente de variados análisis críticos de diversos aspectos de la vida social e intelectual. Se inspira en la obra de Marx, que inicialmente se desarrolló como un análisis crítico de ideas filosóficas, para luego criticar la naturaleza del sistema capitalista. La Escuela Crítica constituye una crítica tanto de la sociedad como de diversos sistemas de conocimiento (Farganis, 1975). Gran parte de la obra que se ha realizado en la línea de la Escuela adopta la forma de crítica, pero su meta última es revelar con mayor precisión la naturaleza de la sociedad (Bleich, 1977). Nos centraremos primero en las principales críticas que realizó la Escuela, que manifiestan una preferencia por el pensamiento de oposición y por desvelar y desenmascarar diversos aspectos de la realidad social (Connerton, 1976).

- Crítica de la teoría marxista. La teoría crítica es una suerte de teoría marxista que parte de una crítica a las teorías marxistas. Los teóricos críticos no gustan de determinismos económicos, ni de mecanicismos marxistas (Antonio, 1981; Schroycr, 1973; Scwart, 1978). Algunos (por ejemplo, Habermas, 1971) critican el determinismo implícito en algunas partes de la obra original de Marx, pero la mayoría de los pensadores críticos apuntan hacia los neomarxistas, fundamentalmente porque han interpretado la obra de Marx de forma demasiado mecánica. Los teóricos críticos declaraban que los deterministas económicos no se habían equivocado por centrarse en el reino económico, sino porque ignoraron otros aspectos de la vida social. Como veremos, la meta de la Escuela Crítica es rectificar este desequilibrio centrándose en el reino cultural (Shroyer, 1973: 33). Además de atacar otras teorías marxistas, la Escuela Crítica también criticó sociedades tales como la Unión Soviética, supuestamente construida sobre la base de la teoría marxista (Marcuse, 1958).

- Crítica del positivismo. Los teóricos críticos también atacaron los pilares filosóficos de la investigación científica, en especial el positivismo (Bottomore, 1984). La crítica al positivismo guarda relación, al menos en parte, con la crítica al determinismo económico, ya que algunos deterministas aceptaban parte o la totalidad de la teoría positivista del conocimiento. El positivismo se caracteriza por defender varias cuestiones (Schroyer, 1970; Sewart, 1978). Acepta la idea de que un único método científico es aplicable a todos los campos de estudio. Adopta las ciencias físicas como modelo de fiabilidad y precisión para todas las disciplinas. Los positivistas consideran que el conocimiento es intrínsecamente neutral y se creen capaces de excluir los valores humanos de su trabajo. Esto, a su vez; conduce a la idea de que la ciencia no debe defender ninguna forma especifica de acción social. (Para un análisis más profundo del positivismo véase el primer capítulo).

La Escuela Crítica se opone al positivismo por varias razones (Sewart, 1978). Por un lado, el positivismo tiende a reificar el mundo social y a considerarlo como un proceso natural. Los teóricos críticos prefieren centrarse en la actividad humana y en los modos en los que esa actividad influye en las grandes estructuras sociales. En suma, el positivismo ignora los actores (Habermas, 1971) al reducirlos a entidades pasivas determinadas por «fuerzas naturales». Debido a su creencia en la naturaleza distintiva del actor, los teóricos críticos no podrían aceptar la idea de que las leyes generales de la ciencia pueden aplicarse sin considerar la acción humana. Los críticos atacan al positivismo por limitarse a evaluar la medida en la que los medios se adecúan a los fines sin hacer una evaluación similar de los fines. Esto conduce a la idea de que el positivismo es intrínsecamente conservador, incapaz de desafiar el sistema existente. Como Martin Jay señala: «El resultado es la absolutización de los «hechos» y la reificación del orden existente» (1973: 62). El positivismo defiende la pasividad del actor y del científico social. Pocos marxistas apoyarían una perspectiva que no vincula teoría y práctica. Sin embargo, a pesar de estas críticas al positivismo, algunos marxistas (por ejemplo, algunos estructuralistas y marxistas analíticos) comulgan con el positivismo y, en ocasiones, el propio Marx se ha mostrado abiertamente positivista (Habermas, 1971).

- Crítica de la sociología. La Escuela Crítica también ha tomado a la sociología como blanco de sus ataques (Frankfurt lnstitute for Social Research, 1973). La ha atacado por su «cientifismo», es decir, por considerar el método cientifico como un fin en sí mismo. Además, ha acusado a la sociología de aceptar el status quo. La Escuela Crítica sostiene que la sociología no hace una crítica seria de la sociedad, ni tampoco intenta trascender la estructura social contemporánea. Mantiene que la sociología ha renunciado a su obligación de ayudar a las personas oprimidas por la sociedad contemporánea.

Además de estas críticas políticas, la Escuela Crítica también practica una crítica social sustantiva. Es decir, critican la tendencia de los sociólogos a reducir todo lo humano a variables sociales. Cuando los sociólogos analizan el conjunto de la sociedad en lugar de centrarse en los individuos que la componen, ignoran la interacción entre individuo y sociedad. Aunque la mayoría de las perspectivas sociológicas no son culpables de ignorar esa interacción, esta idea constituye la piedra angular de los ataques de la Escuela Crítica contra los sociólogos. Como ignoran al individuo, los sociólogos son incapaces de producir ideas relevantes acerca de los cambios políticos que conducen a una «sociedad justa y humana» (Frankfurt lnstitute for Social Research, 1973: 46). Como Zoltán Tar señaló, la sociología se convierte en «una parte integrante de la sociedad existente en lugar de constituir un medio de crítica y un fermento de renovación» (1977: x).

- Crítica de la sociedad moderna. El objetivo de una buena parte de los trabajos de la Escuela Crítica es el análisis crítico de la sociedad moderna y de varios de sus componentes. Mientras la teoría marxista inicial se centró específicamente en la economía, la Escuela Crítica viró hacia el nivel cultural a la luz de lo que consideraba las realidades de la sociedad capitalista moderna. Es decir, defendía que el locus de la dominación en el mundo moderno se había trasladado desde la economia al reino cultural. Esto no significa que abandonara su interés por la dominación, pero, a sus ojos, en el mundo moderno la dominación está asociada a elementos culturales más que económicos. Por tanto, uno de los objetivos de la Escuela Crítica es analizar la represión cultural del individuo en la sociedad moderna.

La inspiración de los pensadores críticos procede no sólo de la teoría marxista, sino también de la weberiana, hecho que se refleja en su enfoque sobre la racionalidad como el desarrollo más importante del mundo moderno. Como Trent Schroyer (1970) explícó, la Escuela Crítica considera que en la sociedad moderna la represión creada por la racionalidad ha desplazado a la explotación económica como problema social dominante. La Escuela Crítica adoptó claramente la diferenciación de Weber entre racionalidad formal y racionalidad sustantiva o lo que los teóricos críticos llaman razón. De acuerdo con los teóricos críticos la racionalidad formal se define irreflexivamente como adecuación de los medios más efectivos a cualquier propósito determinado (Tar, 1977). Ello se considera una muestra de «pensamiento tecnocrático», cuyo objetivo es servir a las fuerzas de la dominación, no a la emancipación de la gente. La meta es simplemente encontrar los medios más efectivos para alcanzar cualquier fin importante para los que están en el poder. El pensamiento tecnocrático se opone a la razón, que es, para los teóricos críticos, la gran esperanza de la sociedad. La razón implica la valoración de los medios en términos de los valores humanos fundamentales de la justicia, la paz y la felícidad. Los teóricos críticos identificaron el nazismo en general, y los campos de concentración, en particular, como ejemplos de racionalidad formal en agudo conflicto con la razón. Así, como George Friedman señaló, «Auschwitz era un lugar racional, pero no razonable» (1981: 15).

A pesar de la aparente racionalidad de la vida moderna, la Escuela Crítica cree que en el mundo moderno abunda la irracionalidad. Esta idea puede etiquetarse con el término de «irracionalidad de la racionalidad» o, más específicamente, irracionalidad de la racionalidad formal. Como señaló Herbert Marcuse, aunque parece imbuida de racionalidad, «esta sociedad es irracional en su conjunto» (1964: ix, véase también Farganis, 1975). Es irracional el hecho de que el mundo racional destruya a los individuos y a sus necesidades y capacidades; que la paz se mantenga mediante la amenaza constante de guerra y que, a pesar de la existencia de medios suficientes, sigan existiendo personas pobres, reprimidas, explotadas e incapaces de realizarse.

La Escuela Crítica dirige sus críticas principalmente hacia una forma de racionalidad formal: la tecnología moderna. Marcuse (1964), por ejemplo, criticó duramente la tecnología moderna. Pensaba que la tecnología de la sociedad moderna llevaba al totalitarismo. De hecho, consideraba que ofrecía métodos de control nuevos, más eficaces e incluso más «agradables». El principal ejemplo era el uso de la televisión para socializar y amansar a la población (otros ejemplos los constituían los deportes de masas y el sexo). Rechazaba la idea de que la tecnología fuera neutral en el mundo moderno y la veía como un medio de dominación. Es eficaz porque parece neutral cuando, en realidad, es esclavizadora. Sirve para suprimir la individualidad. La tecnología moderna ha «invadido y cercenado» la libertad interior del actor. El resultado es lo que Marcuse denominó la «sociedad unidimensional», en la que los individuos perdían la capacidad de pensar de manera crítica y negativamente sobre la sociedad. Marcuse no creía que la tecnología constituyera un enemigo per se, sino que la sociedad capitalista moderna la utilizaba en su provecho: «La tecnología, al margen del grado de su «pureza», mantiene y moderniza el continuum de dominación. Sólo la revolución puede destruir este vínculo fatal, una revolución que logre que la tecnología y la técnica se conviertan en siervas de las necesidades y las metas de los hombres libres» (1969: 56). Marcuse sostenía la idea original de Marx de que la tecnología no era intrínsecamente un problema y que podía utilizarse para desarrollar una sociedad «mejor».

- Crítica de la cultura. De acuerdo con Friedman, «la Escuela de Frankfurt centró focalmente su atención en el reino cultural (1981: 136). Los teóricos críticos apuntaron sus criticas hacia lo que ellos denominaban la «industria de la cultura». hacia las estructuras racionalizadas y burocratizadas (por ejemplo, las cadenas de televisión) que controlan la cultura moderna. La preocupación por la industria de la cultura refleja más interés por el concepto marxista de «superestructura» que por los elementos económicos. La industria de la cultura, que produce lo que convencionalmente se ha denominado una «cultura de masas»,. se define como «una cultura manipulada... falsa, no espontánea y reificada, opuesta a la verdad)» (Jay, 1973: 216). En relación con esta industria, lo que más preocupa a los pensadores críticos son dos cuestiones. Primero, les preocupa su falsedad. Piensan que se trata de un conjunto preempaquetado de ideas producidas en masa y divulgadas a las masas por los medios de comunicación. Segundo, a los teóricos críticos les inquieta su efecto apaciguador, represor y entontecedor en la gente (Frledman, 1981; Tar, 1977: 83).

En un libro reciente, Douglas Kellner (1990c) desarrolla conscientemente una teoría crítica de la televisión. Si bien encuadra su crítica en la línea de las preocupaciones culturales de la Escuela Crítica, Kellner se inspira en otras tradiciones marxistas con el fin de presentar una concepción más completa de la industria de la televisión. Crítica a la Escuela Crítica aduciendo que «no hace un análisis detallado de la economía política de los medios de comunicación de masas y conceptualiza la cultura de masas simplemente como un instrumento de la ideología capitalista» (Kellner, 1990c: 14). Así, además de analizar la televisión como parte de la industria de la cultura, Kellner la relaciona tanto con el capitalismo corporativo como con el sistema político. Por añadidura, Kellner no cree que la televisión sea monolítica o esté controlada por fuerzas corporativas consistentes, sino que la ve como un «medio de comunicación de masas altamente conflictivo en el que convergen y compiten fuerzas económicas, políticas, sociales y culturales». Así, aún cuando opera dentro de la tradición de la teoría crítica, Kellner rechaza la idea de que el capitalismo sea un mundo totalmente manipulado. Con todo, cree Kellner que la televisión representa una amenaza para la democracia, la individualidad y la libertad, y hace sugerencias (por ejemplo, más responsabilidades democráticas, mayor participación ciudadana, mayor diversidad televisiva) para contrarrestarla. Así, Kellner, además de una crítica, ofrece propuestas para evitar los efectos dañinos de la televisión.

La Escuela Crítica también se interesa por lo que ella denomina la «industria del conocimiento», que hace referencia a las entidades relativas a la producción del conocimiento (por ejemplo, las universidades y los institutos de investigación), que han pasado a ser estructuras autónomas de nuestra sociedad. Su autonomía les ha permitido extender su mandato original (Schroyer, 1970). Se han convertido en estructuras opresoras interesadas en extender su influencia por toda la sociedad.

El análisis crítico de Marx del capitalismo le llevó a confiar en el futuro; sin embargo, la postura que llegan a adoptar muchos teóricos críticos carece de esperanzas. Creen que los problemas del mundo moderno no son específicos del capitalismo, sino que son endémicos de un mundo racionalizado, incluyendo las sociedades socialistas. Ven el futuro, en términos weberianos, como una «jaula de hierro» llena de estructuras cada vez más racionales donde las posibilidades de escapar disminuyen a medida que pasa el tiempo.

Una buena parte de la teoría crítica (como el grueso de la teoría original de Marx) adopta la forma de análisis crítico. Aunque los teóricos críticos manifiestan también intereses positivos, una de las críticas fundamentales dirigida a la teoría crítica es que ofrece más críticas que contribuciones positivas. Este permanente negativismo exaspera a muchos estudiosos que creen que la teoría crítica tiene poco que ofrecer a la teoría sociológica. [...]





Inspiraciones

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    Entre los grandes marxistas olvidados en las últimas décadas hay que señalar el caso de Karl Korsch, autor de gran erudición, recuperado en la segunda mitad de los años setenta, cuando desde la nueva izquierda se trataba de recuperar todas las voces...
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    Filósofo marxista y crítico literario. Fue militante del Partido Comunista húngaro. Participó en las revoluciones de 1919 y 1956, ocupando cargos políticos. Sus últimos 15 años de vida los dedica a sus estudios filosóficos, sociales y estéticos....




Autores de la primera generación

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    Fue un filósofo alemán que también escribió sobre sociología, psicología y musicología. Se le considera uno de los máximos representantes de la Escuela de Fráncfort y de la teoría crítica de raíz marxista. Cursó estudios de filosofía, sociología...
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    Jurista y politólogo alemán. Participó de la Escuela de Frankfurt con trabajos sobre el Estado y los partidos políticos...
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    Filósofo, sociólogo y teórico marxista. En la década de 1960 se convierte en el referente político-teórico de los movimientos estudiantiles. Fue el miembro más políticamente explícito e izquierdista de la Escuela de Frankfurt....




Autores de la segunda generación

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    Sociólogo, filósofo, exponente de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt. Es una de las referencias intelectuales de la socialdemocracia de posguerra, europea y europeísta, hasta nuestros días...
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Autores de la tercera generación

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Herencias y derivados

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    Biblioteca. (EEUU de América, 1947)
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    Filósofo y sociólogo. Se formó en el Institut für Sozialforschung de Frankfurt, afincándose en EE.UU. donde es profesor de sociología en la University of Chicago. El núcleo de su obra gira en torno a una relectura de la obra madura de Marx...
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Nota Mar Mar 13, 2018 11:06 pm
Blanca Muñoz, en "Escuela de Frankfurt: primera generación", en Román Reyes (Dir): Diccionario crítico de ciencias sociales. Terminología científico-social, ed. Plaza y Valdés, Madrid-México 2009, escribió:La Escuela de Frankfurt surgió como una consecuencia lógica ante los acontecimientos que desde la década de los años veinte se iniciaban en Europa, ya en una fecha tan temprana como 1923 se plantea la necesidad de desarrollar una reflexión global sobre los procesos que consolidan la sociedad burguesa-capitalista y el significado de la teoría ante tal consolidación. De este modo, el Instituto de Investigación Social vendrá a devolver a la filosofía y a la ciencia social su carácter de análisis crítico no sólo en relación a la teoría sino, también, a la praxis y a la conjunción histórica de ambas.

Cronológicamente, y de una manera convencional, se puede hacer una descripción de la evolución "externa" del Instituto (Institut für Sozialforschung). Siguiendo el relato convencional, el Institut se constituye entre los años 1923 y 1924, vinculado a la Universidad de Frankfurt y con financiación del comerciante Hermann Weil. Félix Weil, hijo del anterior, Friedrich Pollock, Kurt Albert Gerlach y el joven Max Horkheimer, entre otros iniciadores, se plantean el estudio del marxismo, pero no desde una perspectiva de afiliación política sino desde la actualización de los conceptos y problemas de la obra misma de Marx, y que ya en 1922 se habían retomado en una semana de estudio organizada sobre esta problemática. Sin embargo, será Kurt Albert Gerlach quien logra que el Ministerio de Educación alemán autorice al Instituto de Investigación Social. Esta autorización, más la financiación de Hermann Weil, permiten una autonomía sin la cual no habría sido posible la creación de un "Instituto de Marxismo", como se le pensó denominar en un primer momento.

La dirección de Carl Grünberg, que procedía de la Universidad de Viena, enfoca el Instituto en una dirección de estudio de la Historia del socialismo y del movimiento obrero (Grünberg Archiv, con XV tomos). Como politólogo esta preocupación se conjuntó con el interés por las obras de Georg Lukács y de Karl Korsch, quienes introducían una positiva valoración y replanteamiento del tema marxiano de las superestructuras ideológicas; es decir, reivindicaban la importancia cada vez mayor de factores relativos a lo simbólico y cultural. No obstante, esta etapa de Grünberg como director tiene que ser considerada como la "prehistoria" de la Escuela de Frankfurt. La Escuela de Frankfurt, como la consideramos en la actualidad, tiene su auténtica génesis con la dirección de Max Horkheimer cuando sucede a Grünberg en la dirección del Instituto. Desde 1931, y ya en 1932 con la publicación de la Revista de Investigación Social (Zeitschift für Sozialforschung), se puede hablar de la Escuela de Frankfurt conformada por quienes serán sus autores fundamentales: Theodor W. Adorno, el mismo Max Horkheimer, Erich Fromm, Walter Benjamin, Leo Löwenthal, y poco después Herbert Marcuse. Asimismo, Franz Borkenau, Siegfried Kracauer, Otto Kirchheimer, Franz Neumann, Olga Lang o, durante un breve tiempo, Paul Lazarsfeld, entre otros nombres relevantes, trabajarán y colaborarán en los proyectos de la Escuela. Pero el "núcleo duro" frankfurtiano será el formado por Horkheimer/Adorno, Benjamin, Fromm y Marcuse. Son precisamente los temas y el enfoque dado por éstos los que dan el sesgo característico a la Escuela y pese a lo que, últimamente, se quiere presentar como líneas dispersas de investigación, tal y como sugiere Axel Honneth subrayando las obras de Neumann y Kirchheimer frente a las de Adorno y Marcuse. Luego expondremos los tópicos habituales que sobre la Teoría Crítica circulan en las publicaciones más recientes.

La denominación de Teoría Crítica fue acuñada por Horkheimer. Denominación que se extenderá después como la definición más específica del sentido de la Escuela. Tanto Horkheimer como Adorno -quien hasta 1938 no se asociará plenamente al grupo- establecerán de una forma objetiva el significado básico de lo que deberá entenderse bajo el concepto de "Teoría Crítica"; esto es, el análisis crítico-dialéctico, histórico y negativo de lo existente en cuanto "es" y frente a lo que "debería ser", y desde el punto de vista de la Razón histórico-universal. Por tanto, la conjunción Hegel-Marx se hace evidente. Pero, a la vez, el "es" de lo existente en cuanto "status quo" conlleva una investigación central de la Escuela: los principios de dominación colectivos. Aquí, Freud será la referencia necesaria y precisa. Lo irracional, lo racionalizado o convertido en un principio de dominación, pasa a convertirse en el gran problema y tema de investigación de la Teoría Crítica. En definitiva, para comprender el rumbo y la dinámica de la sociedad burguesa que se organiza económicamente a través del capitalismo, se hace indispensable la sínteses de las tres grandes concepciones críticas anteriores a la Escuela: Hegel-Marx-Freud aplicados dialécticamente en el examen de las direcciones de la relación entre racionalidad-irracionalidad y sus efectos sociales e históricos.

Desgraciadamente lo que se situaba como eje de investigación teórica y metodológica -la dominación- y que ya se enunciaba en la primera publicación de la Zeitschrift, los Estudios sobre autoridad y familia, 1936, va a condicionar y desencadenar la trayectoria de la Escuela. El ascenso de Hitler al poder conlleva el cierre en 1933 del Instituto, el exilio, el encarcelamiento de algunos de sus miembros y la muerte prematura de una personaliadad tan decisiva como la de Walter Benjamin, cuya obra no deja de revalorizarse.

La emigración de la Escuela hasta asentarse en los Estados Unidos en la Universidad de Columbia, en 1934, pasa antes por Ginebra y París. En Nueva York, sin embargo, será en donde se consolida la denominación de Teoría Crítica dada ya definitivamente a las investigaciones llevadas a cabo por los miembros y colaboradores de la Escuela. Max Horkheimer y Theodor W. Adorno emprenden un rumbo nuevo a sus trabajos. La síntesis Marx-Freud [1] se enriquece metodológicamente, y producto de ello serán los cinco tomos de los Studies in Prejudice (1949-1950). La personalidad autoritaria, obra en la que Adorno tendrá un papel relevante, es una continuación del interés por desarrollar una "Escala de fascismo (F)" empírica y con una fiabilidad objetiva. El análisis del tema del prejuicio social había tenido un precedente en el libro Dialéctica de la Ilustración (también traducido al castellano como Dialéctica del Iluminismo), conjuntamente escrito por Horkheimer y Adorno en 1941. Este libro marca el punto de inflexión fundamental de la evolución de la Teoría Crítica. En él se consolida el interés por el tema de la industria cultural y la cultura de masas, situando en estas estructuras una continuidad entre la sociedad totalitaria del nacionalsocialismo y la capacidad de persuasión y manipulación que poseen los dos nuevos procesos de transmisión ideológica. De este modo, tanto en La personalidad autoritaria como en la Dialéctica del iluminismo se expresa la pervivencia en la sociedad de masas de unos principios de dominación en los que se difunde una cosmovisión de fuerte componente irracional y primitivo.

A partir de 1948, las circunstancias políticas de Alemania posibilitan la vuelta de los teóricos críticos. Horkheimer, en 1950, regresa a Frankfurt y con él vuelven Adorno y Pollock. Marcuse, Neumann, Kirchheimer y Löwenthal permanecerán en los Estados Unidos. En gran medida, la vuelta de la Escuela se ha entendido como una forma de saldar la mala conciencia alemana tras el nazismo; es más, la pervivencia de la Teoría Crítica permitió una vez finalizada la guerra que Alemania pudiese resaltar la existencia de una resistencia y un exilio que suponía una "limpieza de cara" de todo el país. Así, la "refundación" del Instituto se convirtió en un acontecimiento esencial no sólo en la Universidad sino también en la sociedad alemana. Horkheimer, por ejemplo, llegaría a ser decano y rector de la Universidad de Frankfurt hasta el año 1959, en el que se jubiló.

Pues bien, si tuviéramos que hacer una síntesis de la trayectoria cronológica de la Escuela de Frankfurt, habría que subrayar cuatro etapas determinantes:

    - La primera comprendida entre los años 1923-1924, fecha de su fundación, y en la que el Instituto de Investigación Social se vincula a la Universidad de Frankfurt. La publicación de la Zeitschrift für Sozialforschung, en 1932, establece de una manera general la línea de investigaciones de carácter crítico-dialéctico.

    - Sin embargo, se puede considerar que es a partir de 1932 cuando se puede hablar propiamente de la génesis de la Escuela de Frankfurt con la dirección de Max Horkheimer. Esta segunda etapa coincide con el ascenso del nazismo. El exilio y la muerte de algunos de sus miembros fundamentales imprime un sesgo que será decisivo en el análisis teórico de la Escuela. No obstante, el contacto con la sociedad norteamericana introduce y consolida el estudio de la sociedad post-industrial y sus estructuras sociopolíticas y culturales. La vuelta de Max Horkheimer a Alemania en el año 1950 cierra esta etapa.

    - Desde 1950 hasta la muerte de Adorno en 1969 y de Horkheimer en 1973, se llevan a cabo las aportaciones teóricas y metodológicas de la Teoría Crítica. Aquí, la conjunción de las técnicas empíricas con la reflexión teórica rompe el tópico de excesiva abstracción con el que se ha tildado a los autores frankfurtianos. Los Frankfurter Beiträge zur Soziologie son una buena prueba de ello. Es en esta etapa en la que se escriben las obras fundamentales no sólo de quienes volvieron a Alemania, sino también de quienes permanecen en Estados Unidos, como será el caso de Marcuse. La influencia de la Teoría Crítica en los acontecimientos de los años sesenta es innegable y merecería un estudio específico el esclarecimiento de cómo se tomaron conceptos y propuestas características de la Escuela.

    - La cuarta etapa, tipificada de una forma convencional, se puede situar en el final de la Teoría Crítica clásica (Horkheimer, Adorno, Marcuse) y el surgimiento de la "segunda generación" (Jürgen Habermas, Claus Offe, Oskar Negt, Alfred Schmidt y Albrecht Wellmer, preferentemente). Habermas ya había iniciado su colaboración con la Escuela en los años cincuenta. Será a partir de la década de los sesenta cuando con la publicación de Student und Politik, escrito por Habermas y Ludwig von Friedeburg, comience el tránsito de la "primera generación" a la "segunda". Los años setenta imprimen un giro nuevo a la temática crítica al introducir paradigmas nuevos a la Teoría Crítica. La obra weberiana enriquecerá la investigación social neofrankfurtiana. Y, asimismo, métodos empíricos provenientes de la tradición positivista y funcional-sistémica entran a formar parte de los estudios orientados, sobre todo, al análisis de la sociedad post-industrial y de sus estructuras.

La evolución de la Escuela de Frankfurt, en suma, sigue la misma evolución histórica de la sociedad del siglo XX. Así, resulta inseparable el sentido crítico de la Escuela de los acontecimientos que, desde los años veinte, se desarrollan internacionalmente. El repaso de las temáticas fundamentales será la comprobación de esto.


La Teoría Crítica: autores y temáticas

La Teoría Crítica entendida como aclaración racional nació de dos planteamientos: la conjunción de la teoría marxiana con la de Freud y, por otro lado, el replanteamiento de los problemas de la teoría y de la práctica en su aplicación a la nueva sociedad de masas. Precisamente, el surgimiento de esta nueva formación económica y sociopolítica organizada sobre una economía de demanda y de consumo ponía en cuestión numerosas previsiones hechas por el marxismo clásico. Y, sobre todo, en esta nueva etapa del capitalismo la introducción del psicoanálisis y de la metapsicología freudiana se hacía necesaria, ya que, por primera vez, se hacía un uso político de la psicología colectiva. De aquí que, desde la misma fundación de la Escuela, sea imprescindible la síntesis entre economía y psicología, como dan muestras los primeros trabajos de la Zeitschift für Sozialforschung y casi el acta fundacional como grupo que fueron los Estudios sobre autoridad y familia. La búsqueda de un tipo de construcción teórica en la que la ruptura con la "teoría tradicional" abriera la posibilidad de abarcar las complejísimas interacciones del capitalismo avanzado, aparece como la génesis de los primeros frankfurtianos. Ruptura con la teoría tradicional en cuanto que ésta parte de una realidad plana y estática y, así, se presenta como unos enunciados interconexionados y que se derivan lógicamente unos de otros, utilizando el modelo matemático como modelo de modelos del conocimiento científico. El positivismo, los variados y diversos empirismos, el racionalismo y, en general, el ideal de las ciencias nomológicas estarían en esta perspectiva. Como apunta Horkheimer en su obra imperecedera Crítica de la razón instrumental (Zur Kritik der instrumentelle Vernunft. Aus den Vorträgen und Aufzeichnungen seit Kriegsend), versión resumida en Eclipse of Reason, la Teoría Crítica nace de la no aceptación de un estado histórico en el que -y como afirma Adorno- los que "es" no "debería ser". De esta forma, los empirismos y positivismos arrancan de una identificación con lo convencionalizado, con un "status quo" considerado como orden universal e inmodificable. En este sentido, el proyecto crítico, con su síntesis Marx-Freud, arrancará no tanto del "espectáculo del mundo" cuanto del "sufrimiento del mundo". Sufrimiento evitable desde la acción histórica racional e ilustrada.

Como ya se ha observado, la Teoría Crítica no buscará inscribirse de ningún modo en el paradigma de las ciencias nomológicas. Al contrario, en gran medida la Escuela de Frankfurt cronológicamente aún se sitúa en la "polémica de las ciencias" en la que habían terciado desde Rickert y Windelband hasta Max Weber. La misma polémica que, en los años sesenta, mantendrá Adorno con Popper (La disputa del positivismo en la sociología alemana) se alinea de un modo subyacente en los coletazos que la "polémica de las ciencias" de principios del siglo XX supuso en la universidad germana. Ahora bien, lo fundamental resulta ser que frente a los positivismos, los autores frankfurtianos siempre tuvieron muy presente el gran problema de toda teórica: su paso y transformación a ideología. Frente a Popper, Adorno mantuvo una posición epistemológica que desconfiaba el paradigma nomológico en un sistema sociopolítico en el que la ciencia y la técnica habían conducido acríticamente a la administración científica de la muerte. El "después de Auschwitz" que recorre todo el significado de la Dialéctica negativa de Adorno, es un paso hacia delante de la teoría que se resiste a la complicidad con los principios de dominación social. De aquí que la Teoría Crítica se formula desde cuatro notas esenciales: histórica porque la teoría es aclaración sobre la existencia humana y desde un ideal hegeliano de humanización a través de un progreso constatable en la Historia por los grupos que son dominados y humillados (aspecto tan relevante después en el análisis de Michel Foucault de los "otros" y de los "espacios de poder"); en segundo lugar, la teoría debe de ser dialéctica puesto que su avance es a través de contradicciones captables desde un punto de vista racional, siendo la Razón la tercera y esencial característica de toda teoría que no quiera ser y actuar como ideología. La Razón, en definitiva, es el fundamento de la Teoría Crítica. Una racionalidad que tiene su herencia en Kant-Hegel y en la universalidad griega clásica. Así, la Razón se define como un proceso de análisis causal, pero desde la comprensión de las contradicciones en una dialéctica histórica que busca, preferentemente, las causas de la dominación. En este sentido, se distinguirá, siguiendo a Weber, entre racionalidad y racionalización. La racionalidad siempre, y por fuerza tendrá que ser crítica, mientras que la racionalización no es más que el uso del esquema medio-fin en unos objetivos cuyos resultados últimos no sean más que los de consolidar lo "constituido". Este sería el fundamento de la razón instrumental. Por ello, precisamente, la teoría que no deviene en ideología, tiene que ser histórica, dialéctica, racional y negativa. Frente a los positivismos de lo que "es" empíricamente, la negatividad de la comparación con un "deber ser" que actúa como el gran motor de la Historia desde sus orígenes. Desde las utopías a los deseos de una humanidad mejor y mejorada, la negatividad ha explorado caminos nuevos en los que la "explotación del hombre por el mismo hombre" se disipe como un recuerdo prehumano en la Historia. Tanto para Adorno como para Horkheimer y Marcuse, el "final de la utopía" ha llegado. La humanidad posee ya tantos recursos científicos, materiales como intelectuales como para transformar la sociedad. De aquí, que no se pueda tildar de idealistas a los teóricos de Frankfurt, puesto que la crítica no se funda en unas abstracciones irrealizables, sino en un examen económico, político y cultural que" no baja del cielo a la tierra". Al contrario, intenta subir de la tierra a una etapa histórica sin dominación inconsciente e irracional. De nuevo, la síntesis Hegel-Marx-Freud explica la globalidad del proyecto y de los objetivos finales de la Teoría Crítica. Este proyecto resulta de la suma de obras, conceptos, problemas e investigaciones de los miembros de la Escuela. El repaso de las principales aportaciones de los más representativos autores del Instituto muestra hasta qué punto existieron unos núcleos comunes de interés y una actitud general en la valoración de las contradicciones de la sociedad de capitalismo de masas. [...]

Nota Mar Mar 13, 2018 11:11 pm
Blanca Muñoz, en "Escuela de Frankfurt: segunda generación", en Román Reyes (Dir): Diccionario crítico de ciencias sociales. Terminología científico-social, Ed. Plaza y Valdés, Madrid-México 2009, escribió:De una manera convencional se puede fechar el paso de la "primera generación" a la "segunda generación" de la Escuela de Frankfurt a partir de la muerte de Max Horkheimer en 1973. Fecha ésta que coincide con un cambio profundo y sustancial de la sociedad de capitalismo post-industrial. La "crisis del petróleo" conlleva un giro determinante en relación a los logros sociales que el Estado del Bienestar, articulado sobre un modelo económico keynesiano, representaba desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Esta situación explica, en gran medida, el interés que los continuadores de la Teoría Crítica van a tener por los nuevos procesos económicos, sociopolíticos y culturales, sólo que ahora se hace imprescindible la revisión epistemológica y metodológica de las grandes herencias teóricas que habían sido el fundamento de la "primera generación": Hegel, Marx y Freud. Así, pues, la obra de Max Weber entra como referencia básica a la hora de poder comprender globalmente las estructuras sociopolíticas de lo que Habermas denominará como capitalismo tardío; esto es, el capitalismo que requiere la intervención del Estado como gran regulador y mecanismo más de los procesos económicos de beneficio privado y sus leyes de oferta y demanda. La atracción hacia el análisis weberiano se explica por dos aportaciones sin las cuales sería poco menos que imposible un acercamiento objetivo a las transformaciones del capitalismo industrial en capitalismo postindustrial:

    - En primer lugar, la renovación de la epistemología y metodología de la ciencia social a partir de la introducción de una concepción comprensiva ("Verstehen") del significado de la acción social. Significado en el que los valores forman parte determinante para entender no sólo los fenómenos sociopolíticos sino, a la vez, los de índole cultural e ideológica. Ahora bien, y como precisa Weber en su monumental Economía y sociedad, la ciencia social puede "mediar" entre las ciencias nomológicas (las de la naturaleza, construidas con leyes de regularidad empírica) y las ciencias ideográficas (las históricas y culturales en las que el "caso único" -el acontecimiento-, prevalece sin leyes repetibles y constatables) a través de la construcción de tipologías ideales (los "tipos ideales") que sirvan para taxonomizar las regularidades de los procesos históricos. De este modo, la teoría de las categorías sociológicas con la que se abre Economía y sociedad renovará la fundamentación de la "acción social" considerada como núcleo primero de la investigación sociopolítica.

    - La otra aportación indispensable que la "segunda generación" de Frankfurt recibe de la obra weberiana será su estudio sobre la sociología y tipos de dominación. En este punto, coincidirán la totalidad de los neofrankfurtianos desde Habermas hasta Claus Offe, pasando por Oskar Negt y Alfred Schmidt. Los conceptos de legitimidad, racionalización, legalidad, burocratización, etc., son asumidos por los nuevos teóricos desde la tradición weberiana y neoweberiana, pero asignándoles unos matices de carácter crítico propios de la adcripción a la Escuela. Por consiguiente, el tema de lo social se va a examinar desde lo político y, a la inversa, lo político no se desvinculará de procesos sociales y culturales tan característicos del siglo XX como pueden ser la comunicación, la opinión pública o los sistemas de valores colectivos, especialmente a este respecto la estructura ideológica de la post-modernidad. Tal y como hará, por ejemplo, Habermas.

La síntesis, entonces, entre Hegel-Marx-Freud de la "primera generación" deviene, a su vez, en una nueva conjunción entre Hegel-Weber en la "segunda generación". Así, por un lado, se trata de seguir dentro de la gran tradición de la filosofía clásica alemana del siglo XIX; mas, por otro, se busca enlazar lo filosófico con lo sociológico y politológico virando hacia un entendimiento de la sociedad en el que lo teórico y lo empírico se complementen. De esta exploración se derivará, a la par, la utilización de metodologías y epistemologías -es el caso del funcionalismo y del paradigma sistémico- con las que se emprende una dirección innovadora dentro de la Teoría Crítica. Se podría decir, en consecuencia, que la "segunda generación", compuesta por nombres tan relevantes como los de Jürgen Habermas, Claus Offe, Oskar Negt, Alfred Schmidt y Albrecht Wellmer, se va a distinguir de los fundadores del Instituto para la Investigación Social fundamentalmente por su innegable investigación multiparadigmática. Esa labor de síntesis entre líneas de investigación aparentemente alejadas resulta ser una de las grandes aportaciones y la renovación más evidente de los continuadores de la teoría frankfurtiana.


[b]Autores y temáticas: Principales aportaciones

Para comprender esa posición epistemológica multiparadigmática a la que nos referíamos, se hace preciso un repaso específico de los autores más significativos y de sus planteamientos más esenciales. Por tanto, y del mismo modo que se hizo con la exposición sobre los miembros de la "primera generación", se irán exponiendo sus producciones intelectuales más representativas, destacando dentro de esta producción los ejes temáticos y metodológicos que hacen distinguirse a unos autores de otros, a unas perspectivas de otras. Sin embargo, frente a la "primera generación" que temporalmente ya está conluida, hay que referirse a la contemporaneidad de la totalidad de los autores referidos que siguen en plena actividad investigadora y creadora. El caso de Habermas es modélico en este sentido, puesto que su labor de revisión de sus propias obras, y de áreas nuevas y diversas del conocimiento, le colocan en una posición de renovación temática constante. Dicho esto, por consiguiente, se trata, en lo que sigue, de perfilar los intereses fundamentales que han definido y caracterizado hasta el presente los análisis más característicos de los neofrankfurtianos. [...]

Nota Mar Mar 13, 2018 11:11 pm
César Rendueles, en "La Escuela de Fráncfort y el ‘cóctel Molotov’", en El País, el 24 de febrero de 2018, escribió:Portada

El 15 de mayo de 1942 Bertolt Brecht anotó en su diario: “Con [Hanns] Eisler en casa de Horkheimer a comer. Al salir, Eisler sugiere para la novela de Tui: la historia del Instituto de Investigaciones Sociales de Fráncfort. Un anciano muy rico muere; preocupado por el sufrimiento del mundo, deja en su testamento una cantidad sustancial de dinero para establecer un instituto que investigará la causa de la miseria… que, naturalmente, es él mismo”. Brecht tenía un radar muy fino para las contradicciones y, desde sus mismos inicios, la historia de la Escuela de Fráncfort estuvo plagada de ellas. En efecto, en 1922 Félix Weil le pidió dinero a su padre —el exportador de cereales más importante del mundo— para organizar en Ilmenau unas jornadas de estudios marxistas a las que asistieron Georg Lukács, Karl Korsch o el legendario espía soviético Richard Sorge. Dos años después, Weil fundó en Fráncfort el Instituto para la Investigación Social, al que Max Horkheimer dio un rumbo innovador y original cuando, en 1930, se convirtió en su director con la estrecha colaboración de Theodor Adorno, que, a su vez, colocó a Walter Benjamin en la órbita de la institución.

En 1962, 20 años después de que Brecht y Eisler se echaran unas risas a costa del Instituto de Weil, Lukács escribió un virulento texto contra Adorno y otros intelectuales progresistas. Lukács entendía el compromiso con la causa del proletariado como un salto de fe —una conversión, en un sentido muy literal— que conllevaba tensiones y sacrificios personales. Los marxistas occidentales, en cambio, llegaban a asomarse al pozo sin fondo de los problemas e injusticias del capitalismo… y allí se quedaban. El Gran Hotel Abismo, decía Lukács, ha sido erigido precisamente al borde de esa sima para dar acomodo a las mentes inquietas: “Se vive aquí en la más exuberante libertad espiritual: todo está permitido; nada escapa a la crítica. Para cada tipo de crítica radical —dentro de los límites invisibles— hay habitaciones especialmente diseñadas. (…) Toda forma de embriaguez intelectual, pero también toda forma de ascetismo, de autoflagelación, está igualmente permitida”.

¡Bum! La crítica de Lukács daba exactamente en el punto flaco de la teoría crítica y, en realidad, de la práctica totalidad del marxismo occidental. Seguramente porque sabía bien de lo que hablaba. También él era un alma bella, hijo de uno de los empresarios judíos más ricos de Hungría, pero lo abandonó todo para participar en la revolución socialista de 1918 y, posteriormente, convertirse en cómplice y víctima del estalinismo. A los francfortianos, en cambio, siempre se les indigestó el compromiso, incluso en las pocas ocasiones en las que lo buscaron con entusiasmo. Walter Benjamin escribió un artículo sobre Goethe para la Gran enciclopedia soviética que fue rechazado por demasiado dogmático: “La expresión ‘lucha de clases’ aparece 10 veces en cada párrafo”, le reprocharon los editores. Adorno, más lúcido para las cuestiones prácticas, lo resumió así en 1969: “Yo establecí un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo podría haber sospechado que la gente querría ponerlo en práctica con cócteles molotov?”.

En Gran Hotel Abismo, Stuart Jef­fries propone una trepidante biografía coral de los miembros de la Escuela de Fráncfort —Benjamin, Adorno y Horkheimer, pero también Herbert Marcuse, Erich Fromm, Leo Löwenthal, Friedrich Pollock o Franz Neumann—, autores cuyo legado sobrevive a través de un continuo ciclo de olvido y reivindicación (en la década de los sesenta Benjamin era un autor muy poco leído y el propio Michel Foucault reconoció que había conocido tardíamente la teoría crítica). El ensayo de Jeffries es un excelente retrato intelectual del periodo de entreguerras, no siempre sutil pero sí enérgico y nada pomposo. Muchos de los artistas y pensadores centroeuropeos más importantes de la época pertenecían, como los miembros de la Escuela de Fráncfort, a familias judías adineradas cuya vida burguesa detestaban y con las que intentaron romper a través de una recepción febril del modernismo. En esta dinámica edípica, el compromiso político fue casi siempre posterior a la rebelión artística. Lukács se intoxicó de Dostoievski y Endre Ady mucho antes de sucumbir a los encantos de Lenin, Adorno llegó a la crítica de la alienación desde el dodecafonismo y Horkheimer hizo sus primeras armas literarias escribiendo novelitas románticas.

También desde un punto de vista doctrinal, los orígenes de la Escuela de Fráncfort son el producto de un momento histórico muy concreto en el que las tesis del marxismo mecanicista hacían aguas. Por un lado, los proyectos revolucionarios posteriores a la Primera Guerra Mundial fracasaron salvo allí donde nadie los esperaba: en un país del este atrasado material y culturalmente. Por otro, el consumismo empezaba a colonizar la vida de las clases trabajadoras desmovilizándolas. Es muy característico de esos años un retorno crítico a las tradiciones filosóficas idealistas por parte de autores que prestan una creciente atención a la subjetividad como motor o freno del cambio social: la alienación, la subordinación o la conciencia de clase son los objetos de análisis favoritos antes que las condiciones materiales objetivas.

Los miembros de la Escuela de Fráncfort achacaron al positivismo hegemónico el haber perdido de vista el primado de la totalidad, la perspectiva de lo existente en su conjunto, sucumbiendo a una fragmentación conceptual que reproducía las inercias acríticas de un sistema social crecientemente burocratizado. Desde su perspectiva, el capitalismo se había convertido en algo más que un modo de producción: una cultura enquistada en los corazones, las mentes y los cuerpos. No hay ya un afuera de la realidad mercantilizada, el fetichismo lo penetra todo. Por eso proponen un desplazamiento del foco teórico desde la fábrica y la cadena de montaje hasta las formas de vida y la industria cultural. La estetización filosófica que a menudo se ha reprochado a Adorno o Benjamin sería, en realidad, una respuesta conceptual a la propia estetización de un capitalismo que estaba fagocitando los afectos y las pasiones.

Se trata de un giro teórico que anticipa en 50 años las tesis de autores como Gilles Deleuze, Guy Debord, Jean Baudrillard o Slavoj Zizek. Y también una fuente sistemática de paradojas, igualmente pertinaces. En primer lugar, metodológicas. Los francfortianos querían atender a la totalidad sin sucumbir a la tentación reconciliatoria, se negaban a que su filosofía sirviera para legitimar la facticidad presente. Seguramente es una aspiración imposible y por eso se vieron obligados a recurrir a estrategias discursivas muy esotéricas: la “iluminación profana” de Benjamin, la “dialéctica negativa” de Adorno o el propio concepto de “teoría crítica” de Horkheimer son oscuros e intrínsecamente paradójicos. En segundo lugar, el giro crítico convertía a los teóricos en actores protagonistas de la transformación social radical. En la medida en que la clave de bóveda del capitalismo se había desplazado a la esfera de la superestructura, los agentes del cambio político serían aquellos que estaban en condiciones de denunciar el fetichismo y los mecanismos de control ideológico, o sea, los intelectuales. En palabras de Jeffries: “Es como si el proletariado hubiera sido hallado deficiente como agente revolucionario y hubiese sido reemplazado por teóricos críticos”. Como señaló hace años Jacobo Muñoz, también en este aspecto la Escuela de Fráncfort anticipó el logocentrismo teoreticista característico de buena parte de la izquierda intelectual desde los años sesenta hasta hoy. Así que, de alguna manera, hoy la teoría crítica es un letrero luminoso que anuncia un camino que aunque sabemos cegado nos vemos obligados a intentar recorrer.

Nota Mar Mar 13, 2018 11:12 pm
Capi Vidal / José María Fernández, en "La Escuela de Frankfurt", en Reflexiones desde Anarres, el 31 de mayo de 2013, escribió:Portada

Dentro de estos textos dedicados al marxismo, merece una especial atención la Escuela de Frankfurt. Después de la Primera Guerra Mundial, y visto el gran interés en Alemania por el marxismo, se creó un instituto permanente de estudios llamado Institut für Sozialforschung, en 1922, con una base económica autónoma y afiliación económica con la Universidad de Frankfurt. En 1923, el primer director oficial fue Carl Grünberg al que sucedería Max Horkheimer; los colaboradores serían Theodor W. Adorno, Erich Fromm, Walter Benjamin y Herbert Marcuse, entre otros. Tras la toma del poder por los nacionalsocialistas, el Instituto se cerró en 1933; muchos miembros y colaboradores se exiliaron y se establecieron ramas, primero en Ginebra, después en París y Londres, lo que permitió continuar algunos de los trabajos de investigación. Después de la Segunda Guerra Mundial, el Instituto se reabrió oficialmente en Alemania y los más destacados miembros regresaron a su país.

Se ha distinguido entre el Institut für Sozialforschung y la, propiamente dicha, Escuela de Frankfurt; esto se explica por las diversas vicisitudes por las que pasó el Instituto, las cuales han sido contadas en la obra del historiador Martin Jay. Además, hubo miembros y colaboradores del Instituto que no pueden adscribirse fácilmente a la Escuela de Frankfurt. Para especificar, hay que hablar de la Escuela de Frankfurt de Investigación Social (mejor, simplemente "Escuela de Frankfurt") y sus miembros son conocidos como los "frankfurtianos"). No obstante, tampoco resulta tan sencillo identificar quiénes son miembros de la Escuela. Parece indudable que lo sean Horkheimer y Adorno, que además son miembros fundadores; también se ha etiquetado como frankfurtianos a Herbert Marcuse y Walter Benjamin, aunque no sea tampoco fácil identificar elementos ideológicos comunes entre todos ellos. Otro objeto de polémica es considerar frankfurtianos a autores pertenecientes a generaciones posteriores; por ejemplo, y utilizando un criterio muy amplio, Jürgen Habermas lo sería. Si buscamos un punto de partida y una orientación común, podemos considerar frankfurtianos a ciertos autores; concretando más, puede decirse que Habermas representa cierta "desviación" respecto a los postulados iniciales.

En cualquier caso, las diferencias entre los frankfurtianos se establece, en gran medida, por sus interpretaciones del marxismo; si Horkheimer y Adorno han sido calificado como "neomarxistas", algunos niegan que Habermas pertenezca a tradición alguna fundada en Marx. Otros factores para buscar diferencias entre los miembros de la Escuela está en la intensidad de sus preocupaciones filosóficas, en el menor o mayor acercamiento al sicoanálisis o en la escuela de pensamiento que hayan tenido en cuenta para llevar a cabo sus estudios. No obstante, pueden encontrarse ciertos aires "familiares" en los frankfurtianos, siendo el más evidente la adopción de la llamada teoría crítica (enfrentada a la teoría tradicional). Decir Escuela de Frankfurt y mencionar la teoría crítica es hablar prácticamente de la misma cosa.

La teoría tradicional, iniciada en Descartes y llegando hasta los positivistas lógicos, aspira a la objetividad y ha ido ligada en la modernidad a una sociedad dominada por las técnicas de producción industrial. El paso a otro tipo de teoría como la crítica no se produce solo en el terreno intelectual, sino que implica un cambio histórico y social. Si la teoría tradicional tiende a la abstracción, la nueva teoría es una manifestación del espíritu crítico; se insiste en un sujeto que es un individuo real relacionado con otros individuos, integrante de una clase y en conflicto con otras. La teoría critica representa una racionalidad con mayor horizonte que la tradicional, se fomenta el pensamiento constructivo frente a la mera verificación empírica. Tal y como la entienden los frankfurtianos, especialmente Horkheimer, la teoría crítica se establece en relación dialéctica con la teoría tradicional. Lo más importante es entender que la nueva teoría supone la no aceptación del statu quo y la expresión de un pensamiento y una actitud proyectados hacia la sociedad del porvenir; tal y como dice Horkheimer: "El futuro de la humanidad depende de la existencia actual de la actitud crítica, que por descontado contiene en ella elementos de teorías tradicionales y de nuestra cultura decadente en general".

Por lo tanto, la Escuela de Frankfurt huye de la simple especulación filosófica o sociológica, así como del emprimo positivista, e insiste en afrontar problemas concretos; es una apuesta por una crítica concreta, dominada por la teoría, pero un tipo de teoría que aspira a comprender sus propias limitaciones y a identificar las raíces históricas que la mueven. Los frankfurtianos se esforzaron en denunciar los procesos falsamente emancipadores, entre los que se encuentran el totalitarismo y el liberalismo, pero también algunas de las tendencias naturalistas del marxismo. El experto Martin Jay, incluso, acepta que los frankfurtianos suponen una revisión del marxismo, pero con un carácter tan sustancial, que resulta cuestionable catalogarlos como una de las diversa manifestaciones de la tradición marxista; la escuela de Frankfurt, no pocas veces, se ha querido ver como influenciada por el anarquismo. En cualquier caso, si hablamos de dos generaciones de frankfurtianos, una primera (Horkheimer, Adorno, Marcuse) tendría en cuenta más la ortodoxia marxista en sus críticas; una segunda (Habermas y otros) tendría en cuenta igualmente la ortodoxia marxista, pero iría un paso más al añadir en sus crítica a la primera generación frankfurtiana.

Esa primera generación de frankfurtianos, recapitulando, confió durante un tiempo en que la crisis de valores producida por el capitalismo sería solventada, a un nivel histórico más avanzado, por una revolución proletaria. Se llegaría así al socialismo, donde las promesas hechas a la humanidad por el liberalismo se cumplirían definitivamente; se observa así, en plena línea con el marxismo, la revolución proletaria como una continuación y perfección de la revolución burguesa. De hecho, en los años 20, cuando se funda el Institut für Sozialforschung se cree firmemente en la transición del capitalismo al socialismo y se confía en el proletariado como sujeto y objeto de la historia; del mismo modo, el materialismo dialéctico sería la única teoría adecuada a la realidad social. Si estas ideas prevalecen, bajo distintas formas, en la teoría crítica, después de la victoria del nazismo, y con el exilio de los frankfurtianos, el escepticismo empezaría a influir inevitablemente. Después de la barbarie fascista, y en una sociedad capitalista dominada por el monopolio, por la publicidad embrutecedora y con total ausencia de pensamiento crítico, se produce cierto retorno en los frankfurtianos hacia el liberalismo de la Ilustración; se trata de recuperar una tradición que aspira verdaderamente a la libertad, la igualdad y la organización racional de la sociedad.

No es extraño que los frankfurtianos fueran especialmente sensibles a dos alternativas sociales: por un lado, a la integración del proletariado, que sería el encargado de llevar a cabo los valores humanistas que la burguesía ha traicionado; por otro, como individuos pertenecientes a la tradición liberal, son conscientes de la degradación del individuo y de su ética por parte de la economía monopolista de entreguerras (tanto por el fascismo como por el capitalismo final triunfante).



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