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ADORNO, Theodor W. (1903-1969)

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Introducción

En Biografías y Vidas se escribió:(Theodor Wiesengrund Adorno; Francfort del Main, 1903 - Visp, Suiza, 1969) Filósofo, sociólogo y musicólogo alemán, destacado representante de la llamada «teoría crítica de la sociedad» y de la Escuela de Frankfurt, corriente filosófica surgida en torno al Instituto para la Investigación Social de la Universidad de Frankfurt.

Era hijo de un comerciante judío alemán y de una cantante de origen corso-genovés que estimuló su amor por la música, y de quien tomó el apellido con el que se le conoce. En 1924 se graduó en filosofía en la Universidad de Frankfurt con la tesis Die Transzendenz des Dinglichen und Noematischen in Husserls Phänomenologie, y en 1931 se doctoró en la misma universidad con el trabajo Kierkegaard. Konstruktion des Aestetischen (1933).

Theodor W. Adorno enseñó filosofía en la Universidad de Frankfurt hasta que, con la ascensión del nazismo, se vio obligado a emigrar, primero a París, después a Oxford (Inglaterra) y, finalmente, a Estados Unidos (New York, Princeton, Berkeley y Los Ángeles). Regresó a Europa en cuanto terminó la guerra, y en 1950 reanudó sus clases de filosofía y sociología en la Universidad de Frankfurt, desempeñando además los cargos de codirector del Institut für die Sozialforschung, anexo desde 1952 a la Johann Wolfgang Goethe Universität de aquella ciudad.

Además de su estimulante amistad con Siegfried Kracauer y con Walter Benjamin, que influyeron en su obra, en su vida fue decisivo su encuentro con Max Horkheimer, pensador afín con quien comenzó una larga y fructuosa colaboración en la revista del Instituto, además de una provechosa experiencia de reflexión teórica común que culminó principalmente en la redacción a cuatro manos de la Dialéctica de la Ilustración (1944).


Obras de Theodor W. Adorno

En cuanto a su interés por la musicología, tuvo gran importancia su relación con la vanguardia musical vienesa (Arnold Schönberg, Eduard Steuermann y Alban Berg, de quien fue alumno). Las consideraciones sociológico-musicales que desarrolló, sobre todo en la Filosofía de la nueva música (1949), en Versuch über Wagner (1952), en Disonancias. Música de un mundo administrado (1956), en Mahler (1960) y en Der gertreue Korrepetitor (1963) constituyen una parte sustancial de su obra teórica.

El mismo Thomas Mann se valió del asesoramiento del "consejero secreto" Adorno para la parte musicológica de su novela El doctor Fausto (1947), que sintoniza sustancialmente con las tesis de la Filosofía de la nueva música, en la que al intérprete de la infracción sistemática de la tradición y de lo convencional (Mahler) se le contrapone Stravinsky, es decir, el intérprete (como Paul Hindemith y Wagner) del retorno a lo arcaico, lo ingenuo y lo naturalista, con gran riesgo de falsificación.

Valorando la disonancia frente al oído convencional, Theodor Adorno se propone observar el potencial utópico que ésta introduce, ya que, a su juicio, la música también expresa las contradicciones de la sociedad, llevando a la crisis el estatuto de lo existente y convirtiéndose así, como cualquier otro arte, en una protesta contra la falta de libertad y una tendencia hacia un futuro diferente.

En el plano filosófico y sociológico los dos temas principales de la reflexión crítica de Adorno son, por una parte, la despiadada lucidez frente a las tendencias predominantes en la realidad moderna y, por la otra, la tensión utópica hacia una dimensión "otra" del presente cosificado y alienado, aunque la rehúsa y la declara imposible. Como consecuencia de una formación dialéctico-hegeliana que atesora el magisterio del marxismo, Adorno confirma la importancia de la "negación" como instrumento de crítica de la sociedad.

En la Dialéctica de la Ilustración, que ofrece una radiografía de la moderna sociedad de masas obtenida directamente de la estadounidense de la inmediata posguerra, ya se diseña el horizonte del hombre contemporáneo envilecido por la "industria cultural", con sus falaces libertades, y por el mito de la racionalidad científica que, desde sus remotos orígenes en la Ilustración dieciochesca, se entrelaza con el dominio, y cuya función liberadora resulta sofocada cada vez por un totalitarismo más o menos explícito. De aquí su constante polémica con el pensamiento instrumental, con el culto a la exactitud y con cualquier forma de historicismo progresista.

Estos temas se desarrollan, además de en la summa filosófica que constituye la Dialéctica de la Ilustración, en el fascinante collage de aforismos titulado Mínima moralia (1951), en el ensayo sociológico La personalidad autoritaria (1950), en su monumental Dialéctica negativa (1966) y en Stichworte. Kritische Modelle (1969).

En el plano filosófico, junto a la relectura de Hegel en los Tres estudios sobre Hegel (1963), a quien habría que atribuir el mérito de haber abandonado el intelectualismo abstracto de la Ilustración sin rehuir por ello la idealización de la razón dialéctica, la intervención de Adorno se caracteriza por un repudio de la fenomenología, a la que, en el discutido ensayo sobre Edmund Husserl titulado Zur Metakritik der Erkenntnistheorie (1968), acusa de abstracción y distanciamiento de las contradicciones histórico-sociales, así como de una sospecha constante hacia el irracionalismo, en cuyo ámbito hay que colocar la misma ontología de Heidegger (Jargon der Eigentlichkeit, 1964).

La función dialéctico-negativa, inspirada al principio por el rechazo de lo que es en nombre de lo que todavía no es, apoya también la crítica adorniana de la cultura y sus intervenciones a propósito de la literatura, recogidas principalmente en Prismas. Crítica cultural y social (1955) y en los cuatro volúmenes de Notas de literatura (1958 y 1974). Poco antes de morir, Adorno terminó una Teoría estética (publicada póstumamente en 1970), en la que reafirmó una vez más la urgencia, para el arte mismo, del nexo entre crítica y utopía. El arte sólo puede justificarse como recuerdo de los sufrimientos que se han acumulado en el transcurso de la historia, los cuales exigen un rescate de la vida "ofendida" y un acto de reparación respecto a ella, en virtud de un futuro cualitativamente diferente.

Si bien el particular tipo de análisis que ha adoptado el pensador alemán no facilita una distinción clara de los campos que estudia, algunas de sus obras se incluyen con todo derecho en el campo específico de los estudios sociológicos. Durante su exilio en Estados Unidos, Adorno colaboró con Frenkel-Brunswik, Levinson y Sanford en una investigación fundamental sobre la psicología del antisemitismo, La personalidad autoritaria (1950).

En esta obra la contribución de Adorno se despliega no sólo en una sección dedicada al material de la entrevista, sino también en la conocidísima elaboración de las escalas de medida de las tendencias fascistoides potencialmente presentes incluso entre los miembros de sociedades democráticas como la estadounidense, actitudes ligadas al prejuicio y a la adhesión a modelos de comportamiento estereotipados y conformistas.

La crítica de la sociología positivista (que Adorno identifica casi totalmente con la de Estados Unidos) dejó su sello en Sociológica (1956), redactada en colaboración con Max Horkheimer; para Theodor Adorno, esta sociología, en cuanto ligada al detalle, pierde de vista la realidad social, lo que priva a esta disciplina de una orientación racional que esté centrada en las necesidades primarias de la existencia. En sus Soziologische Schriften (1972), Adorno insiste en la importancia de aplicar el método dialéctico al conocimiento de la sociedad contemporánea como el único capaz de escapar a la imagen petrificada que ésta ofrece de sí misma. Otra obra de interés sociológico es Sociología de la música (1962), y cabe citar también Impromptus.





Bibliografía compilada (fuente | fuente)





Ensayo





Artículos





Sobre T. W. Adorno (ensayos)





Sobre T. W. Adorno (artículos)





Recursos de apoyo

    Theodor W. Adorno (Fernando Castro Flórez, en la Fundación Cristino de Vera, en el III Encuentro de Arte y Pensamiento, noviembre-diciembre 2012)




Relacionado:



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Nota Mar Oct 20, 2009 2:22 am
Hans-Jürgen Krahl, en "La contradicción política de la Teoría Crítica de Adorno", en Frankfurter Rundschau, el 13 de agosto de 1969 (reproducido y traducido para Sin Permiso por María Julia Bertomeu el 13 de septiembre de 2009), escribió:
H-J. Krahl en una asamblea de estudiantes socialistas revolucionarios en 1968 (segundo por la izquierda)

    Nota de SinPermiso: El pasado 6 de agosto de 2009 se cumplieron 40 años de la muerte de Theodor W. Adorno. Su más importante discípulo, Hans-Jürgen Krahl, con el que el maestro tuvo una agria disputa política poco antes de morir, publicó el obituario que a continuación reproducimos en el diario francfortés Frankfurter Rundschau. Krahl, acaso el más brillante filósofo alemán de su generación, y a decir de su camarada de combate Rudi Dutschke, "el más inteligente de todos nosotros", murió poco después (13 de febrero de 1970) en un desgraciado accidente de automóvil en Marburgo. María Julia Bertomeu ha traducido este importante documento filosófico del 68 alemán, que SinPermiso se complace en publicar en el cuadragésimo aniversario de la muerte de Adorno como modesto homenaje a la memoria del injustamente olvidado Krahl.

La biografía intelectual de Adorno está, hasta en sus mismas abstracciones estéticas, marcada por la experiencia del fascismo. El modo de reflexionar sobre esa experiencia, que reproduce en las creaciones artísticas la indisoluble conexión entre crítica y sufrimiento, fija la inclaudicabilidad de la pretensión de negación al tiempo que señala los límites de tal pretensión. En la reflexión sobre la violencia fascista impulsada por las catástrofes económicas naturales de la producción capitalista sabe la "vida dañada" que, por así decirlo, no puede substraerse al torbellino de las contradicciones ideológicas de la individualidad burguesa, cuya inexorable descomposición ha llegado a reconocer. El terror fascista no sólo produce la inteligencia del hermético carácter coercitivo de las sociedades de clase altamente industrializadas; hiere también la subjetividad del teórico y solidifica las barreras de clase de su capacidad cognoscitiva. Consciencia de eso es lo que expresa Adorno en la introducción a las Minima moralia: "El poder violento que me desterró, me impidió al propio tiempo su cabal conocimiento. Todavía no me atribuía yo la conculpa, en cuyo círculo cae quien, a la vista de lo indecible que aconteció de forma colectiva, se avilanta a hablar de lo individual".

Diríase que Adorno, a través de la tajante crítica de la existencia ideológica del individuo burgués, fue irresistiblemente transterrado a las ruinas de éste. Pero, entonces, Adorno no habría dejado nunca atrás la soledad de la emigración. El destino monadológico del individuo aislado por las leyes de producción del trabajo abstracto se refleja en su subjetividad intelectual. De aquí que no lograra Adorno traducir su pasión privada por el sufrimiento de los condenados de esta tierra en un partidismo organizado de la teoría emancipatoria de los oprimidos.

La inteligencia teórico-social de Adorno, conforme a la cual "la pervivencia del nacionalsocialismo en la democracia" habría que verse como "harto más peligrosa potencialmente que la pervivencia de tendencias fascistas hostiles a la democracia", hace que su progresivo miedo ante una estabilización fascista del capital monopolista restaurado troque en pánico regresivo ante las formas de resistencia práctica contra esta tendencia del sistema.

Compartía esta ambivalencia de la consciencia política con muchos intelectuales alemanes críticos, para quienes una acción socialista de izquierda lo que conseguiría es liberar el potencial del terror fascista de derecha. Con eso, empero, queda cualquier praxis denunciada a priori como ciego activismo, y la posibilidad de crítica política, en definitiva, boicoteada: se borra la diferencia entre una praxis en principio correctamente prerrevolucionaria y sus patológicas formas pueriles en los incipientes movimientos revolucionarios.

A diferencia del proletariado francés y sus intelectuales políticos, falta en Alemania una tradición ininterrumpida de résistance violenta y, por lo mismo, no se dan las permisas históricas para una discusión, libre de irracionalidades, sobre la legitimidad histórica de la violencia. El poder violento dominante, que conforme al propio análisis de Adorno seguiría tendiendo, también después de Auschwitz, a una renovada fascistización, no sería tal si la marxiana "arma de la crítica" no debiera ser complementada con la proletaria "crítica de las armas". Sólo entonces es la crítica la vida teórica de la Revolución.

Esta contradicción objetiva en la teoría de Adorno mutó en abierto conflicto y terminó haciendo de sus discípulos socialistas enemigos políticos de su maestro filosófico. Por mucho que Adorno viera en la ideología burguesa de la búsqueda desinteresada de la verdad un reflejo del intercambio de mercancías, no podía menos de desconfiar de cualquier indicio de lucha de tendencias políticas en el diálogo científico.

Pero su opción política, un pensamiento al que debe llegar la verdad por la vía de orientarse por sí propio hacia la transformación práctica de la realidad social, pierde fuerza imperativa si no logra determinarse también en categorías organizativas. Cada vez más se alejó Adorno del concepto dialéctico de la negación de la necesidad histórica de un partidismo objetivo del pensamiento, concepto que en la determinación por diferencias específicas que hiciera Horkheimer entre la teoría crítica y la teoría tradicional se mantenía al menos en las líneas programáticas de la "unidad dinámica" del teórico con la clase dominada.

La abstracción de esos criterios terminó por llevar a Adorno, en su conflicto con el movimiento de protesta estudiantil, a una complicidad fatal, y apenas entrevista por él mismo, con los poderes dominantes. La controversia no se redujo en modo alguno al problema de la privada abstinencia de praxis, sino que la incapacidad para responder a la cuestión organizativa es indicio de una insuficiencia objetiva de la teoría de Adorno, la cual, sin embargo, fijaba la praxis social como una categoría cognoscitivo-crítica y teórico-social central.

Sin embargo, la reflexión de Adorno transmitió a los estudiantes políticamente conscientes las categorías emancipatorias, develadoras del poder, que tácitamente se corresponden con las cambiadas condiciones históricas de las situaciones revolucionarias en las metrópolis, las cuales ya no pueden seguir determinándose a partir de experiencias denigratorias directas.

La micrológica fuerza expositiva de Adorno ponía al día, a partir de la dialéctica de la producción de mercancías y de su intercambio, la enterrada dimensión emancipativa de la crítica marxiana de la economía política, la autoconsciencia de la cual, en tanto que teoría revolucionaria, es decir, como una doctrina cuyos asertos construyen la sociedad desde el punto de vista de la transformación radical, se ha perdido entre el grueso de los economistas teóricos marxistas actuales. La reflexión lógico-esencial de Adorno sobre las categorías de la cosificación y fetichización, de la mistificación y segunda naturaleza, transmitió la consciencia emancipatoria del marxismo occidental de los años veinte y treinta, de Korsch y Lukács, de Horkheimer y Marcuse, tal como éste se constituyó en oposición al marxismo soviético oficial.

Adorno descifró el origen y la identidad en su crítica filosófica de la ideología ontológico-fundamental del Ser y de la ideología positivista de la facticidad como categorías de dominación de la esfera de la circulación, de cuya liberal dialéctica legitimatoria de la moralidad burguesa –la apariencia del intercambio justo entre propietarios de mercancías en pie de igualdad— hacía tiempo que se había desprendido.

Pero el propio instrumental teórico que permitió a Adorno poner por obra este saber de la sociedad en su conjunto le obnubiló la mirada de las posibilidades históricas de una praxis liberadora.

En su crítica de la ideología de la muerte del individuo burgués hay un vacilante momento de duelo. Pero Adorno no pudo superar inmanentemente, en el sentido hegeliano del concepto, este último resto de radicalismo burgués de su pensamiento. En él quedo anclado, fijada la aterrada mirada en el terrible pasado: la consciencia tardígrada, que sólo comienza a comprender llegado el ocaso.

La negación adorniana de la sociedad capitalista tardía se ha mantenido abstracta, y se ha cerrado a la exigencia de determinación de la negación determinada, aquella categoría dialéctica de la tradición de Hegel y de Marx con la que él siempre se sintió en deuda. En su última obra sobre la Dialéctica negativa, el concepto de praxis del materialismo histórico no se cuestiona ya en relación con la transformación social de sus determinaciones formales históricas, las formas del tráfico burgués de mercancías y de la organización proletaria. En su teoría crítica se refleja la extinción de la lucha de clases como atrofia de la comprensión materialista de la historia.

Es verdad que en otro tiempo la alineación de la teoría con la praxis liberadora del proletariado fue para Horkheimer programática; pero la forma burguesa de organización de la teoría crítica no permitió ya entonces cobijar de consuno programa y realización. La destrucción del movimiento obrero por el fascismo y la aparentemente irrevocable integración del mismo en la reconstrucción del capitalismo alemán occidental de postguerra alteraron el sentido de los conceptos de la teoría crítica. Necesariamente tuvieron que perder en determinación, mas ese proceso de abstracción se cumplió a ciegas.

La historia concreta y material, que Adorno contraponía críticamente al "concepto ahistórico de la historia", a la historicidad de Heidegger, migró cada vez más de su concepto de praxis social, hasta terminar, en su último libro sobre la Dialéctica negativa, a tal punto agostado, que se diría asimilado a la miseria transcendental de la categoría heideggeriana.

Es verdad que Adorno insistió con razón en el último Congreso alemán de sociología en la validez de la ortodoxia marxista: las fuerzas productivas industriales seguirían estando organizadas en relaciones capitalistas de producción, y la dominación política se fundaría, antes como ahora, en la explotación económica del trabajo asalariado. Por mucho, empero, que su ortodoxia anduviera en aquel Congreso al estricote con la sociología alemana occidental dominante, seguía siendo inconsecuente, pues las formas categoriales no guardaban ya relación con la historia material.

Este creciente proceso de abstracción respecto de la praxis histórica ha resultado en una transformación regresiva de la teoría crítica de Adorno, reduciéndola a las formas contemplativas, a duras penas legitimables todavía, de la teoría tradicional.

El proceso de tradicionalización sufrido por su pensamiento convierte a su teoría en una figura trasnochada de la razón en la historia. La dialéctica materialista de las fuerzas productivas encadenadas se refleja en los planos de su pensamiento en la representación de la teoría que se encadena a sí propia, inextricablemente atada a la inmanencia de sus conceptos. "Si pasaron los tiempos de la interpretación del mundo y de lo que se trata es de cambiarlo, entonces la filosofía tiene que despedirse… lo que está a la altura de los tiempos no es la Primera Filosofía, sino una última". Esta última filosofía de Adorno no ha querido ni podido despedirse de su despedida.

Ernesto Castro Córdoba, en "Adorno y el nudismo sin sentido", en la Revista de Occidente, nº 417, febrero de 2016, escribió:

    “Que toda teoría es gris se lo dice el Mefistófeles de Goethe a su discípulo, al que toma el pelo; esta frase era ideología desde el primer día, un engaño sobre el hecho de que el árbol de la vida que los prácticos han plantado y que el demonio compara con el oro no es verde; el gris de la teoría es una función de la vida sin cualidades.” (Theodor W. Adorno, “Notas marginales sobre la teoría y la praxis”, Obra completa 10/2.)

    “¡Precisamente conmigo, que siempre he estado contra toda clase de represión del erotismo y contra el tabú sexual! ¡Que tres jóvenes vestidas como los hippies se burlen de mí y traten de acosarme! Lo encontré repugnante. El efecto hilarante que buscaban provocar no era, en el fondo, sino la reacción del pueblerino que exclama “¡anda!” cuando ve a una joven con los pechos desnudos.” (Theodor W. Adorno, “Ningún miedo a la torre de marfil”, Obra completa 20/1.)

"La habitación gris de Adorno" es una videoinstalación de Hito Steyerl donde la videoartista alemano-japonesa reflexiona sobre la relación que existe entre la teoría crítica de la Escuela de Francfurt y el más anodino de los colores. La videoinstalación consta principalmente de una grabación en la que unas conservadoras comprueban si es cierto el rumor que corría de que Adorno había mandado pintar de gris la sala principal de conferencias del Instituto de Investigación Social en Francfurt. Puesto que fue en esa sala donde se produjo el famoso Busenattentat o “atentado de los pechos” un 22 de abril de 1969 en el que unas estudiantes interrumpieron una de las últimas clases de Adorno para lanzarle rosas y tulipanes con el torso desnudo, Steyerl incluye en la instalación un panel con las fechas más destacadas del nudismo a lo largo del siglo XX correlacionadas de manera más o menos arbitraria con otras fechas de la abstracción pictórica y de la biografía de Adorno. El resultado es una obra mediocre que no obstante da algo que pensar.

Entre las fechas del nudismo del siglo pasado destacadas por Steyerl cabría mencionar la aparición hacia 1902 de los svobodniki o “hijos de la libertad” en Saskatchewan (Canadá). Los svobodniki eran una secta cristiana radical que había sido expulsada del Imperio Ruso por su práctica del desnudo integral como exaltación de la perfección del cuerpo humano creado por Dios y ante todo por sus ataques con explosivos a la propiedad privada en cuanto encarnación del materialismo. Lo que Steyerl no menciona es que entre 1953 y 1959 el gobierno canadiense decidió “solucionar finalmente” el problema de los svobodniki mediante la “Operación Snatch”, que consistió en internar a 200 hijos de esta secta en “escuelas residenciales” en Nueva Denver en condiciones de lavado de cerebro y privación de derechos que nada tenían que envidiar a los campos de reeducación maoístas. Este paralelismo entre la Canadá capitalista y la China comunista puede ilustrar la tesis de Adorno sobre lo que hoy llamaríamos la “transversalidad del mundo administrado”, que no fue algo específico de ninguno de los bandos de la Guerra Fría, sino que se manifestó de distintas maneras y con intensidad variable a ambos lados del Telón de Acero.

La tesis del mundo administrado imprime una valoración negativa a las ideas de Weber sobre el desencantamiento del mundo según las cuales el Estado y el mercado tienden por igual hacia una “jaula de hierro” burocrático-comercial donde las relaciones entre individuos se han renormalizado estadísticamente en lo que Saint-Simon llamaba el paso de la administración de las personas a la administración de las cosas. La crítica de Adorno contra el “fetichismo de lo dado” durante la disputa del positivismo en la sociología alemana no solo supuso un diálogo de sordos entre los popperianos y los francfurtianos, también expresó la negativa de estos últimos a considerar la sociedad como algo menos que una totalidad histórica inacabada dentro de la cual se inserta la sociología y la filosofía como ejercicios que no deben meramente interpretar la realidad, ni siquiera transformarla marxianamente, sino ante todo especular críticamente sobre ella mediante la composición de “constelaciones” no sistemáticas, “micrológicas”, que ensayen la experiencia contradictoria de las “cosas mismas” en lo que estas tienen de no conceptual y no idéntico. No obstante, los filósofos españoles que se declaran herederos de la Escuela de Francfurt (Jacobo Muñoz, Reyes Mate, José Antonio Zamora, etc.) han exagerado demasiado el escepticismo de Adorno sobre los métodos cuantitativos y meramente protocolarios en sociología teniendo en cuenta que él mismo recurrió a entrevistas, cuestionarios y estadísticas para sus Estudios sobre la personalidad autoritaria, La técnica psicológica de las alocuciones radiofónicas de Martin Luther Thomas, Bajo el signo de los astros, Culpa y represión y otros tantos artículos que siguen siendo clásicos indiscutibles de la psicología social reflexiva.

Dejando de lado las manifestaciones a favor del amor libre y contra la “vergüenza” que tuvieron lugar a comienzos de la Revolución Soviética antes de la restauración (o mejor dicho, del reconocimiento como institución mayoritaria) de la familia nuclear por Stalin, otra fecha nudista destacada por Steyerl es la fundación del aquelarre de Bricket Wood (1946) por Gerald Gardner, el padre de la secta neopagana Wicca (“brujo” en inglés arcaico) que cuenta entre sus ritos con el skyclad o baño solar. Lo que Steyerl tampoco menciona en este caso es que antes de fundar su propia secta Gardner ya había jurado la shahāda musulmana y participado en varias asociaciones francmasonas, teosóficas, rosacruces y thelemitas, incluida la londinense Crotona Fellowship que profetizó que no habría una Segunda Guerra Mundial el día antes de que Gran Bretaña declarase la guerra al Tercer Reich.

Esta persistencia de la credulidad y de la fantasía ante la falsación empírica puede ilustrar la teoría adorniana sobre la “superstición de segunda mano”, desarrollada en Bajo el signo de los astros, donde Adorno estudia la creencia en el carácter predictivo de la astrología desde la premisa de que hoy las personas son tan dependientes del entorno como en el pasado, pero al menos durante el siglo XIX pudieron reconfortarse con la mitología liberal del agente económico maximizador de sus preferencias, lo que Adorno califica de “mónada leibniziana capitalista”, mientras que la industria cultural y los totalitarismos del siglo XX han desenmascarado el estado de dependencia en que se encuentran las personas respecto de un sistema económico prácticamente incontrolable y autodestructivo hasta el punto de fomentar creencias en destinos cósmicos (o en jergas de la autenticidad) que elevan la impotencia individual a la condición de trascendencia existencial, liberando a las personas de la sensación de responsabilidad por su colaboración con el sistema y volviendo a conectar lo que la división del trabajo intelectual había escindido en dominios científicos perfectamente desconectados: el microcosmos de los hombres y el macrocosmos de los astros.

También podría comentar sobre Gardner el hecho de que la Wicca es una religión inventada en Gran Bretaña durante la década de 1920 a partir de la revisión historiográfica que realizaron los estudiosos del fenómeno de la quema de brujas a comienzos de la era moderna, empezando por las investigaciones de Karl Ernst Jarcke (1823) en las que sugirió que las brujas no adoraban a Satanás sino a deidades paganas supervivientes bajo la capa de barniz del cristianismo medieval, pasando por las publicaciones de Franz Josef Mone, Jules Michelet, Matilda Joslyn Gage, Charles Leland y llegando finalmente a los libros de Margaret Murray The Witch-Cult in Western Europe (1921) y The God of the Witches (1933), que, junto con la literatura etnológica de James Frazer, Robert Graves y en otro plano Aleister Crowley, sentaron las bases de los éxitos de ventas de Gardner, Witchcraft Today y The Meaning of Witchcraft, publicados tras la abolición en 1951 de la Ley de Brujería británica, que estaba en vigor nada menos que desde 1783.

Menciono este hecho porque será precisamente a raíz de esta revisión historiográfica del fenómeno de la quema de brujas y su relación con los orígenes de la filosofía moderna, estudiado en profundidad por investigadores de la talla de Christina Larner, Eric H. C. Midelfort, E. W. Monter, Jeffrey B. Russell, Joseph Klait, Irene Silverblatt, Brian Levack o Julio Caro Baroja, que, coincidiendo con la consolidación de la teoría queer en el mundo académico anglosajón, se ha elaborado desde la década de 1990 una crítica del mecanicismo del siglo XVII desde posiciones más o menos ecofeministas como las que abanderan Silvia Federici, Barbara Ehrenreich o Starhawk cuando intentan responsabilizar a Hobbes o a Descartes de prácticamente todos los males modernos mediante analogías facilonas (dominio de la naturaleza = subordinación de la mujer) que recuerda mucho a la jeremiada anticientífica de “La pregunta por la técnica” de Heidegger, pero también a la parte sobre Ulises y las sirenas en la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer.

El resto de las fechas nudistas destacadas por Steyerl, desde las manifestaciones del sindicato de mujeres de Abeokuta contra la tributación desigual en Nigeria hasta los happenings de Yayoi Kusama en el Brooklyn Bridge de Nueva York, de António Manuel en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro o de Robert Opel en la 46ª gala de los Oscars, pasando por las manifestaciones contra el canon de belleza de Playboy en San Francisco o el propio Busenattentat contra Adorno, forman parte de la historia del streaking o epatar corriendo desnudo, una historia que, contra lo que dicen los paneles de Steyerl, no comienza en 1974 con las carreras de estudiantes borrachos en Georgia (Estados Unidos) sino que se remonta como poco a finales del siglo XVIII y está tan vinculada a la tradición universitaria anglosajona como las orlas o los bailes de fin de curso.

El propio Busenattentat, que el documental de Steyerl sugiere que se trata de un performance feminista de “tetas sin sentido” que tal vez causó la muerte de Adorno, seguramente ignorando que Adorno murió varios meses después durante la ascensión a una cumbre de 3.000 metros en Wallis (Suiza) y que las “tetas sin sentido” no subieron solas al estrado del profesor sino que fueron escoltadas por dos miembros de la llamada “fracción de las chupas de cuero” de la Federación Socialista Alemana de Estudiantes que le reclamaron a Adorno una autocrítica de su conducta respecto del movimiento estudiantil y escribieron en la pizarra “El que tenga a Adorno como su única guía comerá capitalismo toda su vida”, es incomprensible sin tener en cuenta la posición política de Adorno en relación a su tiempo.

En materia de política internacional, Adorno se manifestó a favor de la disolución de fronteras en Europa y de la formación de un Estado mundial en 1949. Ahora bien, ni Adorno ni Horkheimer estaban en contra del rearme de la República Federal Alemana y el Ministerio de Defensa le encargó al Instituto de Investigación Social una investigación para seleccionar a soldados con personalidad no autoritaria para el futuro ejército alemán. Con motivo de la crisis de Suez de 1956, Adorno y Horkheimer escribieron una carta pública de apoyo a Julius Ebbinghaus, quien había publicado un artículo en Der Spiegel a favor a la injerencia militar de Francia y Gran Bretaña; en la carta calificaron al presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, de “jefecillo fascista que conspira con Moscú” y criticaron a “esos estados árabes rapaces que están al acecho para caer sobre Israel y degollar a los judíos que están allí refugiados”. Por lo demás, Adorno solía establecer los paralelismos habituales entre Auschwitz y Vietnam, con lo que se le puede considerar moderadamente pro-OTAN.

En materia de política nacional, Adorno se opuso a colaborar públicamente con intelectuales que tuvieran contacto con la República Democrática Alemana como fue el caso de su amigo Alfred Sohn-Rethel, que dio una conferencia en la Universidad Humboldt de Berlín en 1958. Claro que Adorno no tenía ningún problema en discutir, publicar y hasta concordar con autores de la Escuela de Leipzig (Helmut Schelsky, Hans Freyer y sobre todo Arnold Gehlen) que habían participado de la “revolución conservadora” solidaria con el nazismo, sin perjuicio de que Adorno y Horkheimer redactasen a sus espaldas un informe secreto contra la candidatura de Gehlen a una cátedra en la Universidad de Heidelberg, contra la cual adujeron su justificación del autoritarismo y su interpretación supremacista de Nietzsche. En el campo estrictamente político, Adorno estuvo a punto de escribir para la revista Kursbuch que dirigía Hans Magnus Enzensberger una crítica del Programa de Godesberg de 1959 a la manera de la Crítica del Programa de Gotha de Marx, pero finalmente no lo hizo disuadido por Horkheimer y Habermas de las ventajas del bipartidismo centrista atrapalotodo. Teniendo en cuenta que en Godesberg el Partido Socialdemócrata de Alemania abandonó el objetivo de nacionalizar los medios de producción, cabe sospechar que la posición de Adorno en materia económica era bastante más estatista que el consenso sobre el Estado de bienestar de posguerra.

Por lo demás, los proyectos de investigación empírica que llevaban a cabo los ayudantes y discípulos del Instituto, especialmente el proyecto sobre la politización de los estudiantes (en el que participaban Ludwig von Friedeburg, Jürgen Habermas, Christoph Oehler, Friedrich Welz) y el proyecto sobre la eficacia de la formación política (en el que participaban Egon Becker, Joachim Bergmann, Sebastián Herkommer, Michael Schumann, Manfred Teschner), respaldaban la sospecha de que la principal amenaza contra la democracia eran las leyes de excepción policiales del gobierno y la despolitización de una clase media que recurre a la cultura como coartada, en suma, la identificación del régimen posnazi con una política tecnocrática y una economía corporativa que no se responsabiliza con el pasado inmediato.

En materia de política universitaria, Adorno se solidarizó con el asesinato del estudiante Benno Ohnesorg a manos del policía absuelto Karl Heinz Kurras en el marco de las movilizaciones berlinesas contra el cuasi-monopolio mediático de la editorial Springer y apoyaba la democratización anti-autoritaria de la universidad, llegando a sostener en una conversación radiofónica con Peter Szondi que los estudiantes tendrían que decidir sobre la contratación de los profesores, pero reclamaba el derecho a hablar y escribir sobre cuestiones no vinculadas con el presente político inmediato y desconfiaba de lo que Habermas calificó de “fascismo de izquierdas”, esto es, la praxis revolucionaria sin teoría crítica. La posición de Adorno, solidaria con los fines y crítica con los medios de lo que hoy conocemos como el “mayo del 68 global”, generó una serie de encontronazos con el movimiento estudiantil en los que los estudiantes siempre recurrieron a la misma táctica de extorsión verbal y provocación sexual.

Así, unos sesentayochistas irrumpieron en una conferencia sobre “El clasicismo de la Ifigenia de Goethe” en la Universidad Libre de Berlín con una pancarta que rezaba “Los fascistas de izquierdas de Berlín saludan a Teddy, el clasicista” para reclamarle a Adorno que compareciera en el juicio contra Fritz Teufel, un miembro de la oposición extraparlamentaria alemana detenido por complot de asesinato contra el vicepresidente norteamericano Hubert Humphrey (el llamado Pudding-Attentat). Adorno se negó. La noticia que se filtró a la prensa, sin embargo, fue que una estudiante con una minifalda verde le había intentado entregar a Adorno un teddy bear rojo jugando con el doble sentido de su nombre de pila, lo que da una pista de la infantilización tanto de los “alborotadores” como de los medios de comunicación.

Pero sin lugar a dudas el principal desencuentro de Adorno con el movimiento estudiantil tuvo lugar en el seno del Instituto de Investigación Social cuando su doctorando Hans-Jürgen Krahl encabezó la ocupación del edificio amenazando con saquear los “medios de producción” del rebautizado “Seminario Espartaco” si Adorno y Habermas no se comprometían con “aplastar a la ciencia burguesa” renunciando a sus derechos laborales al mismo tiempo que continuaban administrando sus cátedras para mayor gloria de la revolución. Ante la negativa de Marcuse de viajar de California a Francfurt para mediar con los “proto-okupas” que tanto le adoraban, Adorno solicitó el desalojo policial de lo que él mismo había denunciado en comisaría como un allanamiento de morada.

A pesar de que podrían apoyar su intento de vincular el Busenattentat con el carácter presuntamente heteropatriarcal de Adorno, Steyerl no menciona ninguno de estos incidentes, ni siquiera el de la ocupación, que podría haber interpretado en términos de género razonando por equivocidad, como suelen hacerlo los estetas del arte contemporáneo, en este caso a partir de la palabra “occupy”, un eufemismo de la penetración vaginal durante los siglos XV y XVI según la etimología trazada por la propia Steyerl en su artículo “El arte como ocupación: demandas para una autonomía de la vida”.

(Dicho sea a modo de desafío para el lector interesado en estos temas, un asunto de memoria histórica más o menos feminista que está pendiente de ser investigado y sobre el que Steyerl podría haber profundizado es la relación de Adorno con su esposa Gretel Karplus, que pasó sus últimos 22 años de vida en un centro psiquiátrico situado en la cordillera de Taunus después de haberse intentado suicidar con una sobredosis de pastillas una vez terminada la edición de la incompleta Teoría estética. Por cierto que fue ella quien puso por escrito las conversaciones californianas entre Horkheimer y Adorno que sirvieron de base para la Dialéctica de la Ilustración y parece que siempre estimó a su marido, a pesar de las aventuras que éste mantuvo con todo tipo de jovencitas, sobre las cuales todos los biógrafos han pasado pudorosamente de puntillas.)

Tampoco son de todo acertadas las conclusiones que extrae Steyerl de su investigación sobre el rumor de la pared pintada de gris. Básicamente parte de la premisa de que la utopía en Adorno es de color gris, cuando en verdad la Teoría estética, los ensayos sobre Kafka y Beckett y las discusiones con Ernst Bloch lo que señalan es que la utopía es aquella promesa de felicidad que relampaguea negativamente en las formas artísticas que se mimetizan con lo no verdadero y el color que mejor representa esta mimesis no es el gris (“gris sobre gris” es el color de la mercancía según Adorno) sino el negro. Steyerl pretende justificar su premisa mediante apelaciones a la autoridad de la teoría del color de Goethe y la filosofía del derecho de Hegel (“Cuando la filosofía pinta gris sobre gris un aspecto de la vida ya ha envejecido y no puede rejuvenecerse en el gris sobre gris, sino solo reconocerlo; la lechuza de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo”). Pero el párrafo sobre “El ideal de lo negro” de la Teoría estética no deja lugar a dudas:

    “Hoy, el arte radical es arte tenebroso, de color negro. Mucha producción contemporánea se descualifica al no enterarse de esto y disfrutar infantilmente con los colores. Por cuanto respecta al contenido, el ideal de lo negro es uno de los impulsos más profundos de la abstracción. Tal vez, los jugueteos habituales con los colores y los sonidos reaccionen al empobrecimiento que ese ideal trae consigo”.

Ante la evidencia de que la sala principal de conferencias del Instituto de Investigación Social ha estado siempre pintada de blanco y de que solo se puede obtener un cierto matiz grisaceo raspando de manera no uniforme el yeso de la pared, Steyerl se saca de la manga una concepción de la utopía que tiene más que ver con Deleuze y Guattari que con Adorno según la cual el carácter presuntamente emancipatorio de esa pared consiste en su aspecto estriado frente a la lisura del resto de paredes. Claro que para ese viaje no hacían falta alforjas; bastaba con que hubiera gotelé.

De hecho, lo más interesante de "La sala gris de Adorno" no es lo que dice sobre Adorno, sino sobre la propia Steyerl, cuyos ensayos sobre cine documental abogan por una forma de grabar y de montar que vaya más allá del formato de las declaraciones a cámara por parte de cabezas parlantes (talking heads), formato que Steyer suele “deconstruir” con mucha ironía en casi todas sus piezas, salvo en el caso de esta videoinstalación, en la que se ha entregado a un estilo megalómano y pretencioso, con voces en off sobre imágenes que se enfocan y desenfocan en blanco y negro.

Como ya he dicho en relación a la etimología de “occupy”, Steyerl no es capaz ni siquiera de vincular esta reconstrucción de la memoria histórica adorniana con sus propias experiencias exhumando cadáveres de republicanos fusilados en Palencia durante la Guerra Civil Española o buscando sin éxito los restos de su amiga Andrea Wolf, una militante del Partido de los Trabajadores del Kurdistán presuntamente fusilada por las tropas turcas en la ciudad de Van.

Sea como fuere, la actualidad de Adorno en la estética contemporánea y especialmente en las nuevas corrientes filosóficas vinculadas con el llamado realismo especulativo, incluida la propia Steyerl cuando habla del “lenguaje de los objetos”, está garantizada por la primacía concedida por Adorno a las “cosas mismas” en la dialéctica sujeto-objeto. Es más, se podría decir que la filosofía continental desde la muerte de Adorno no ha hecho sino desarrollar de una manera no sistemática los dos aspectos principales de esas “cosas mismas”: lo no conceptual y lo no idéntico.


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