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El año del descubrimiento (Luis López Carrasco, 2020)

Largometraje documental, corto documental, reportaje, documental sonoro (no importa el formato)... ya sea en televisión, cine, internet, radio (no importa el medio).
El año del descubrimiento
Luis López Carrasco (España, Suiza; 2020) [200 min]

Portada
IMDb
(cineuropa | filmaffinity)


Sinopsis:

    [fuente] En 1992 suceden en España dos eventos fundamentales: los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, vinculada a la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América. Diez años después de la subida al poder del PSOE de Felipe González, España aparece ante la comunidad internacional como un país efervescente, moderno y civilizado. Una futura potencia económica mundial. Sin embargo, en Cartagena, los disturbios y protestas por el cierre de fábricas y el desmantelamiento industrial adquieren una violencia creciente hasta acabar con el incendio del parlamento regional con cócteles molotov.

Maties Tugores, en twitter, el 22 de mayo de 2022, escribió:Cine puramente político, en el que López Carrasco expande (nunca mejor dicho, en su original y efectivo uso de la pantalla partida) los límites del documental para escarbar entre pasado y presente y entre las miserias del capitalismo.

Alberto Lavín, en twitter, el 13 de octubre de 2022, escribió:Empecé a ver “El año del descubrimiento”. La dejé a los 15 minutos. Qué decepción. Esperaba un documental sobre las protestas por los cierres de empresas en 1992, pero es una especie de poverty porn para malasañeros que van al extrarradio a hacer turismo.

Vieja hablando de que la han operado de cataratas mientras come churros en un bar cualquiera.
Pijo urbanita: “Is this EL DOCUMENTAL DE LA DÉCADA?”.

Ignasi Franch, en "Las cosas no son como te las han contado, te lo dice un festival de cine ", en El Salto, el 20 de noviembre de 2020, escribió:[...] Hay muchos filmes susceptibles de destacarse en la programación de este año. Una vez más, parece lógico volver a destacar el extenso documental "El año del descubrimiento", de Luis López-Carrasco ("El futuro"). Representa a la perfección un cierto tipo de cine que busca refrescar la memoria colectiva y estimular el debate social… sin renunciar a algún gesto formal diferenciado, desde el uso sostenido de una imagen partida en dos al juego de anacronismos entre presente y pasado. Este último elemento parece tender puentes entre una sucesión de crisis que moldea décadas: de la España que forcejeaba por cumplir los criterios de Maastricht a la España sometida a la pandemia de covid-19, pasando por la crisis infinita posterior al crac financiero de 2008. El realizador parece querer facilitar la empatía y comprensión intergeneracional mientras quiebra más de un supuesto consenso histórico. Si la historia oficial nos dice que todo un país estaba gozando (¿por encima de sus posibilidades?) del olimpismo y de los pabellones de la Expo de Sevilla, este relato colectivo de decenas de testimonios responde que también había abierta una lucha obrera de resistencia a la desindustrialización estimulada desde Bruselas, y que tenía lugar en Cartagena y otros lugares de la península.

Alfonso Rivera, en la Crítica de cineuropa, el 24 de enero de 2020, escribió:[...] Si hay un espacio público propenso al diálogo y la discusión, ése es el bar: en uno de ellos (“Café-churrería Tana: desayunos y meriendas”), ubicado en la ciudad murciana de Cartagena, ha rodado López Carrasco la mayor parte de "El año del descubrimiento" (título irónico y ambiguo donde los haya…). Sus empleados y su clientela –mucha de ella con cigarrillo en mano, como sucedía habitualmente en lugares techados en la época que se rememora en las conversaciones y desobedeciendo la ley estatal actual, pequeño gesto de rebeldía devenido en militancia libertaria en contra de las imposiciones oficiales– hablan con el propio cineasta de la situación social del presente en la región donde viven, de lo que ocurrió allí en el 92 y de las consecuencias de aquellos graves conflictos acaecidos, de los que apenas nadie informó al resto de la nación.

Porque para el gobierno español, descubrir la cruda imagen de una zona conflictiva en momentos de algarabía, boato y celebración se salía del argumento resplandeciente diseñado: por eso se silenció. López Carrasco, que en las fechas referidas era un niño, arrea con esta película un tortazo a la historia oficial dejando que sean los testigos y protagonistas de aquellos sucesos ocultados desde arriba los que desentierren verdades. Así, durante tres horas –apenas salpicadas con imágenes de archivo de noticiarios y algunos anuncios televisivos que alababan las inversiones llevadas a cabo en Cataluña y Andalucía–, con la pantalla partida en dos y un tratamiento de la imagen que la asemeja a las grabaciones domésticas de finales del siglo pasado (la película se ha rodado en cinta magnética Hi8, como las que muchos manejamos en los noventa), numerosas voces claman por una justicia histórica que se les debe.

De una cercanía amigable y confiada, las cámaras del equipo del film convierten al espectador en un parroquiano más de ese bar ruidoso y con olor a fritanga y tabaco, crisol de clases sociales y edades, maneras de entender el mundo y con ideas políticas de lo más diversas. Esas personas analizan el presente y revisan el pasado desde la humildad, la sinceridad y la verdad del pueblo llano, desnudando la historia y reescribiéndola sin el interés, el cinismo y la manipulación de las clases dirigentes, sean éstas de derecha o de izquierda.


Ficha técnica

    Formato: Largometraje.
    Guión: Luis López Carrasco, Raúl Liarte.
    Productora: Lacima Producciones.

Premios:

  • 2020: Festival de Sevilla: Sección oficial.
  • 2020: Festival Internacional de Rotterdam: Sección oficial.
  • 2020: Festival Internacional de Cine de Bogotá: Mejor película.

Idioma original: Castellano.





WEB-DL 720p VO - MKV [3.56 Gb]
detalles técnicos u otros: mostrar contenido
General
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Vídeo
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Nota Sab Mar 13, 2021 12:20 pm
Laura Llevadot, en "Esta reconversión no hallará resistencia: en torno a 'El año del descubrimiento'", en El Salto, el 12 de marzo de 2021, escribió:
    La versión completa de este texto aparecerá próximamente con el título: “Esta reconversión no hallará resistencia o ¿qué nos está permitido esperar?” en el libro de Xavier Bassas Vila y Laura Llevadot (Ed.), Pandémik. Perspectivas posfundacionales sobre virus, contagio y confinamiento, Ned Ediciones, 2020.


Escribía Walter Benjamin en un texto de 1933, "Experiencia y pobreza", que tras el horror de la I Guerra Mundial “la gente regresaba muda del campo de batalla. No enriquecidas sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable” (Benjamin, 2007: 217). Podría, sin duda, atribuirse esa mudez a la experiencia del trauma, y sin embargo sucede algo más. La imposibilidad de hablar ocurre también cuando se vive, no ya una experiencia traumática, sino un cambio de paradigma que no nos permite pensar con las categorías de antaño. De hecho, el texto prosigue apuntalando el contexto de esta experiencia: “una generación que había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró indefensa ante un paisaje en que todo excepto las nubes había cambiado, y en el centro del cual, en un campo de fuertes explosiones y fuerzas destructoras, estaba el mínimo, frágil cuerpo humano” (Benjamin, 2007: 217).

Este fragmento, sin duda, ha de resonar en la cavidad de ese mínimo y frágil cuerpo que somos hoy, incapaces de pensar el mundo que adviene con implacable seguridad, vacíos de experiencia comunicable. Como solía decir un antiguo amigo y profesor: “o no entiendo lo que pasa o ya pasó lo que entendía”. Lo que entendíamos o creímos comprender quedó atrás. Partimos de aquí. No comprendemos. Nada que decir excepto que estamos cansados y que pase ya este maldito virus. Pero ante nuestro estupor el paisaje cambia. Cuando esto sucede no queda otra que volver la vista atrás e indagar en la herencia como se rebusca en la basura. Esto es lo que hace un reciente documental firmado por Luis López Carrasco, "El año del descubrimiento" (2020), que puede verse en los cines de aquellas ciudades en las que todavía no los hayan clausurado como medida de emergencia ante el Covid-19, medidas que afectan especialmente al ámbito de la cultura y la hostelería pero curiosamente no al de los mítines políticos, y en aquellas, claro está, que tengan cine todavía. Porque también el tiempo del cine ya pasó y hoy es otra la experiencia, si la hay.


El año del descubrimiento

En una pantalla partida López Carrasco acerca una cámara casi obscena a dos generaciones que charlan en un bar cualquiera de Cartagena. A veces, a modo de entrevista, otras siguiendo el curso de interminables discusiones, manos, ojos, brazos y bocas tratan de decir lo que sucedió en aquellos años 90. No importa quien habla. Se habla de aquel periodo de la reconversión industrial en España cuyo broche dorado fueron las Olimpiadas barcelonesas del 92 y esa monumental Expo de Sevilla de la que ya nadie se acuerda. Son los años de la entrada de España en la Comunidad Económica Europea y el precio que había que pagar por ello era el cierre de fábricas, astilleros, y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo. Lo que tenía que ocurrir no se dio sin resistencia. Los obreros, en su mayor parte hijos ya de represaliados por el régimen franquista, hijos pues de la pobreza extrema y la humillación, esta vez se organizaron y se rebelaron. El punto de inflexión fue la quema del parlamento de Murcia, tras dos meses de huelga y corredizas con la policía.

Yo diría que en Barcelona, por ejemplo, ni nos enteramos. Quizás algún noticiero lo mostró, pero estábamos tan ufanos con Els Comediants y La Fura dels Baus espectacularizando internacionalmente su mercancía que apenas nos percatamos. Además, aquí sí había trabajo, se pasaba de la fábrica al turismo y la construcción, esa burbuja especulativa que estallaría con la crisis del 2008. El Capital se reinventa una y otra vez, el modelo económico se reconvierte, pero cada crisis y cada cambio a punta de pistola deja víctimas tras de si. Deja atrás todas aquellas vidas soportadas por cuerpos mínimos y frágiles que ya no podrán enrolarse en el nuevo mercado que avanza inexorable. Cada transformación del modelo económico se construye sobre cadáveres.


Dos lecciones para hoy

Si el recuerdo de esta “herida mal cosida por la historia oficial del país” (Fernández, E., 2020) tiene capacidad de interpelación en nuestro contexto pandémico es porque de ella se extraen lecciones que explican la situación esperpéntica en la que nos encontramos hoy, Covid mediante.

Lo primero que se aprende al visionar "El año del descubrimiento" es que las transformaciones del capital no se hacen sin la intervención directa del estado y su policía, que la introducción de un nuevo régimen económico implica ya, desde el minuto cero, un nuevo régimen de gobernanza. En aquellos momentos fue el Partido Socialista quien llevó a cabo la reconversión: “tú mucho Partido pero/ ¿es socialista? ¿es obrero? / ¿o es español solamente? (…) Tú no tener nada claro/ Cómo acabar con el paro, /Tú ser en eso paciente / Pero hacer reconversión / Y aunque haber grave tensión / Tú actuar radicalmente” rezaba por entonces el hermoso himno de Javier Krahe, "Cuervo ingenuo" (1988) que se negaba a fumar la pipa de la paz con ese hombre blanco que habla con lengua de serpiente. La canción estaba dedicada a Felipe González, pero el hombre blanco tiene muchos nombres y muta con facilidad.

Que sean las izquierdas moderadas las que trabajen en favor del capital no debería sorprendernos. Es el modo que han hallado las democracias representativas liberales para gestionar y minimizar el conflicto con un coste social menor del que obtendría un gobierno conservador a la Thatcher, aun haciendo lo mismo. Mientras la mano derecha de los supuestos partidos de izquierdas hace del Estado una institución proactiva con el capital, fundamento del pasaje al neoliberalismo, la mano izquierda nos regala sus migajas en la forma de leyes progresistas más acordes con el sentir general: la despenalización del aborto en 1985, legalización del matrimonio homosexual en 2005, a cuatro días de la crisis económica en la que todos excepto los bancos procedimos obedientes a “apretarnos los cinturones” según mandato oficial, u hoy la llamada Ley Trans (2020) que tan entretenidos nos tiene, con las TERF a la cabeza combatiendo no se sabe qué, mientras en nuestras propias casas todo cambia excepto las nubes que vislumbramos desde la ventana. Sin duda que todas estas leyes son necesarias, tan necesarias que hasta da vergüenza que no se hubieran aprobado antes, pero la celebración autosatisfecha por la consecución de lo obvio en una democracia no debería cegarnos ante los procesos políticos y económicos sobre los que estas estrategias de marketing se sustentan en detrimento de la democracia que hipócritamente enarbolan. Hombre blanco hablar con lengua de serpiente, antes y ahora.

La segunda lección que es posible extraer de este valiente documental es que los precarios de hoy son los nietos de esos obreros combatientes de ayer que perdieron la batalla creyendo que la ganaban. Pensiones y depresiones vendrían a la par. La pantalla partida da voz a dos generaciones, los que vivieron, sufrieron y combatieron el cierre de la empresa naval pública Bazán, Peñarroya y Fesa-Enfersa, y las voces de jóvenes de hoy a caballo entre la fábrica en vías de extinción y unos puestos de trabajo que se tendrán que inventar si acaso llegan a ser jamás los emprendedores que requiere el nuevo orden. En el epílogo final un sindicalista, que a los 14 años conoció el trabajo en la fábrica antes que el sexo y el amor, balbucea atónito ante sus propios pensamientos: “El trabajo hoy está segmentarizado, sólo tienen contrato fijo las personas entre los 40 y los 60 años de edad… Así es imposible que los jóvenes precarios se sindicalicen… Este es el resultado de la reconversión”. Probablemente contra sí mismo, visiblemente consternado, el sindicalista constata que las izquierdas clásicas, los sindicatos, han perdido su lugar, que resultan impotentes ante esta flexibilización del mercado laboral en la que el trabajador ha pasado de asalariado a convertirse en su propia empresa. Lo que se entendía ya pasó.

En lo que aquí nos concierne es importante recordar que fue por los mismos años cuando se sancionó la ley que permitiría la venta de la sanidad pública a intereses privados. Fue en 1997 cuando dicha ley se aprobó con los votos de todos los partidos, PP y PSOE a la cabeza, así como con los votos de los partidos catalanes, por si alguien se quisiera excusar. Izquierda Unida y el Bloque Nacionalista Galego fueron los únicos que se opusieron, lo que vistas hoy las cosas sin duda les honra. Si una muerte evitable es, como decía David Fernández, un crimen político (Fernández, D., 2020), aquí se han cometido muchos crímenes, y hay responsables. Los mismos que llevaron a cabo la reconversión industrial sobre los frágiles cuerpos de los parados de entonces son los que hoy instan al confinamiento mientras recogen los cadáveres amontonados en las residencias. Porque no es el virus lo que nos está matando sino el precario estado de nuestra salud pública, esa que se vendió al capital en vistas a su modernización, junto con los astilleros y las fábricas. El problema de esta pandemia, lo sabemos ya, no es el virus sino el colapso sanitario. Podríamos situar la cámara en la cantina de algún hospital de cualquier ciudad y filmar la segunda parte de "El año del descubrimiento", podríamos incluso titular este nuevo film "El año de la obediencia". Manos, ojos, brazos y bocas de médicos, enfermeras y pacientes hablarían de lo que ocurrió, de cómo se externalizaron los servicios, de los recortes de plantilla y del siniestro escenario al que se enfrenta una sanidad pública desmantelada en época de pandemia; hablarían quizás de cómo dejaron de ser profesionales para convertirse en héroes infrapagados. Sería preciso hacerlo.


La democracia, para otro día

Uno de los espectáculos más bochornosos de esta pandemia ha sido ver cómo el discurso de izquierdas viraba hacia las posiciones más tradicionales, patrias y sumisas con el poder de Estado mientras entonaban el canto de la obediencia, la igualdad y los cuidados para acto seguido aplaudir a la policía. Del otro lado, las derechas más casposas se alzaban en nombre de la libertad y la democracia en vistas a un rendimiento electoral que recogerá el malestar generado por el “Gran Reseteo”, como lo llama Schwab (2020), presidente del FMI, sin atisbo de vergüenza.

El falso debate entre igualdad y libertad, categorías modernas que requerirían ser repensadas, encubre la oscura solidaridad que enlaza ambos posicionamientos. Por más que se pretenda lo contrario, ni los toques de queda ni los confinamientos, generalizados o selectivos, son igualitarios. No lo son para los que no tienen casa, para los que su hogar es un infierno, para los que se suicidan, para las que reciben maltratos, para los que mueren en sus habitaciones de residencia, para los riders, para los que vivían del ocio, la restauración o la cultura, no los son para los que hicieron de la noche su forma de vida, para los que se exponen cada día al contagio, para los que conviven afincados en habitaciones de alquiler, para los jornaleros que duermen en las calles, para los que nos traen a casa nuestros pedidos de Amazon, para los que se enroscan en su locura y sobreviven a base de fármacos. Todos ellos serán los cadáveres, los cuerpos sacrificados, sobre los que se construirá el nuevo orden, y si no hay un López Carrasco que los filme en el futuro nadie los recordará y se hará como si nada hubiese pasado mientras disfrutamos de las Olimpiadas por venir, orgullosos de nuestros deportistas nacionales.

Por otra parte, la libertad que revindican las derechas más rancias es cualquier cosa excepto libertad, es en todo caso libertad para gozar de sus privilegios. Su lógica sacrificial los mantiene a salvo. En su chalet de la Sierra difícilmente morirán y serán en cambio los primeros beneficiarios de esta mutación económica. De ambos lados, el sacrificio del otro en nombre de la vida rige un paisaje en el que cualquier resistencia o crítica es tildada de irresponsable cuando no de anti-progresista. Los intelectuales orgánicos prefieren callar, exhibir fotos de familia feliz en cuarentena en las que sus hijos gozan haciendo plastilina sin que parezcan molestarles los aplausos comunitarios ni las banderas. Los privilegiados del sistema que ya estamos abandonando usan las mismas banderas, debería hacernos reflexionar, para recoger el malestar de los sacrificados, aún seguros de que estarán a salvo también en este mundo en ciernes. En ambos casos, aquí y allá, “la democracia, para otro día” (Derrida, 1992). Es así como las calles se vacían, la democracia envejece, y los cuerpos ya demasiado cansados se sumergen en las pantallas por si algo de vida con sentido se agazapase allí, quizás en Twitter, en una imagen de Instagram o un post de Facebook. Pero tampoco. El hastío redunda en las redes como en nuestras casas, vacíos todos de experiencia comunicable.

Y sin embargo, en este mismo momento un helicóptero sobrevuela Barcelona y en la calle arden contenedores a pesar del toque de queda. Tal vez sea esta la resistencia que nos queda.





Referencias bibliográficas

    Derrida, J. (1992), El otro cabo. La democracia, para otro día, Serbal, Barcelona.

    Fernàndez, D., “Com dèiem ahir”, en Carlin, J., Herrero, Y., Fernàndez, D., Tomàs, N., Rius. C. (2020), El bé comú. Fundació Collserola, Barcelona.

    ― Fernández, E. (2020), “No sale quien habla. Puede hablar cualquiera. Sale mucho ruido”, Poscultura, 10/12/2020.

    Schwab, K.; Malleret, T. (2020), The Great Reset, Forum publishing, Ginebra.

Nota Sab Mar 20, 2021 1:52 pm
Enric Juliana, en "El año del redescubrimiento", en La Vanguardia, el 19 de marzo de 2021, escribió:"El año del descubrimiento" es una de las mejores películas de temática política que se han producido en España en mucho tiempo. Dirigida por el cineasta murciano Luis López Carrasco, acaba de obtener dos premios Goya: mejor documental y mejor montaje. Es una película que ayuda a entender el tiempo que vivimos.

Un grupo de obreros murcianos, jóvenes y viejos, mujeres y hombres, sindicalistas de izquierdas, trabajadores apolíticos y algún nostálgico del general Franco, explican durante tres horas –tres horas que pasan volando– las circunstancias que condujeron al incendio del Parlamento regional murciano en 1992, mientras el país se preparaba para los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla. Motivo de la protesta: el desmantelamiento industrial de la región.

¡Un Parlamento en llamas! Cócteles molotov contra la sala de conferencias de la Asamblea Regional. Cincuenta heridos, entre manifestantes y policías. Seis coches policiales y un vehículo del ejército, calcinados, así como varios coches particulares, usados como barricada. Contenedores carbonizados, semáforos y señales de tráfico arrancadas de cuajo y una avenida tapizada de tornillos, piedras, cristales rotos y pelotas de goma.

Si esto hubiese ocurrido ayer en Cartagena no habría suficiente papel en las rotativas y bytes en las ediciones digitales para dar cabida al impacto. Hace veintiocho años, el acontecimiento murciano ocupó cierto espacio en las portadas, movilizó a enviados especiales, pero no provocó una alarma colosal. No se invocó la legislación antiterrorista. Hubo detenciones, pero nadie fue acusado del delito de rebelión. El Gobierno de Felipe González tomó nota y procuró apaciguar los ánimos. El país estaba entonces con la cabeza en otra parte, de manera que la quema del Parlamento murciano no forma parte del álbum de fotos del año de Cobi y de Curro.

El gran acierto de "El año del descubrimiento" consiste en recuperar la cara oculta del 92 y dejar que el espectador ate cabos con el presente. Los hechos hablan solos, de manera que López Carrasco ni siquiera ha querido forzar el contraste entre los triunfales anuncios de Barcelona’92 y las calles de Cartagena en llamas, imágenes que nadie quiso convertir entonces en un drama nacional. Cada época tiene sus intereses, sus pasiones y sus neuras. Y sus maniobras.

¿No pasó nada? Sí que pasó. Conviene precisar que los hechos ocurrieron en la ciudad de Cartagena, donde tiene su sede la Asamblea Regional murciana. Cartagena y la ciudad de Murcia son dos mundos distintos. Cartagena -astilleros, base naval, industria, antigua tradición republicana...- tenía en los años noventa un fuerte pálpito sindical. Murcia condensaba y condensa otros interereses. El incendio del Parlamento significó el principio del fin de la hegemonía electoral del Partido Socialista en la región. En el fondo de la protesta latía la percepción de que el Estado se había olvidado de Murcia. Todas las energías estaban concentradas en los grandes eventos del 92 y el Gobierno parecía prestar más atención a las protestas de los astilleros de Cádiz y El Ferrol. En aquella misma época, más o menos, aparecieron en la ciudad de València unas pintadas que decían: “Juegos Olímpicos en Barcelona, Expo en Sevilla, Capital Cultural en Madrid, ¿y Valencia qué?”. En las elecciones municipales y autonómicas de 1995, el PSOE perdió Valencia, Murcia y Madrid. José María Aznar lo celebró con gran alborozo –así consta en sus memorias–, puesto que la conquista de Levante era clave para convertir al Partido Popular en la nueva fuerza política dominante.

Pasaron los años y las plusvalías inmobiliarias, arreciaron los casos de corrupción, vino una crisis terrible y el PP acabó perdiendo la Comunitat Valenciana, no así Murcia, donde la hegemonía conservadora, protegida ahora por el ascenso de Vox, ha demostrado ser más resistente. Pujante propiedad agraria, con muchos inmigrantes trabajando en el campo. Negocio inmobiliario. Muchos militares (el Arsenal de Cartagena y la base aérea de San Javier) y el influjo de la Universidad Católica de Murcia. Un sistema de poder bien conectado con Madrid.

El PSOE ha querido romper el bloque conservador murciano con una moción de censura muy mal calibrada. Arde Ciudadanos. En Madrid tocan a rebato. El incendio puede acabar devorando la estrategia de reconducción centrista de la legislatura y Pablo Iglesias ya ha saltado por la ventana.

Y luego dirán que en Murcia no pasan cosas.


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