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Calor (Larisa Shepitko, 1963)

Corto, medio, largo, serie, miniserie (no importa el formato)... en televisión, cine, internet, radio (no importa el medio).
Calor
Znoy / Зной
Larisa Shepitko (Unión Soviética, 1963) [75 min]

Portada
IMDb
(wikipedia | filmaffinity)


Sinopsis:

    [fuente] En la primavera de 1962, Larisa Shepitko fue a Kirguistán para llevar a cabo su trabajo de graduación: la obra "Calor", basada en la novela de Chingiz Aitmátov The Camel Eye, que cuenta la historia de una nueva comunidad agrícola en Asia Central de mediados de los años 50. La película fue galardonada con el premio de debut en el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary (1964).

Ficha técnica


Reparto:


Idioma original: Ruso.





TVRip VO - MP4 [374 Mb] (fuente / fuente)
detalles técnicos u otros: mostrar contenido
General
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Vídeo
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Audio
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C. Araújo y Josep Torrell, en "Dos mundos. Larisa Shepitko", en Blogs&Docs, el 16 de julio de 2008, escribió:En su obra, palpita un malestar, una angustia existencial: como un interrogante mudo, con el que Larisa Shepitko dirige su mirada hacia la sociedad rusa que quedaba cerrada por mucho tiempo: es la estagnación. En este tiempo de glaciación de las consciencias, Larisa y su compañero, Elem Klímov, siguieron levantando acta (como pudieron) del mal momento que les tocó vivir.

Algunos de los filmes de Larisa Shepitko (1938-1979) muestran los espacios sociales y sus instituciones a través de los individuos. Pensemos, por ejemplo, en la película "Znoy" ("Calor", 1963), que se desarrolla a partir de la llegada de un joven a un koljós de Kirghizia, y en "Krylya" ("Alas", 1965), que retrata el mundo solitario de una mujer que fue aviadora y ahora es directora de una escuela de aviación. Percibimos los cambios históricos de la Unión Soviética a través de las tensiones interiores y sociales de estos personajes, Kemal y Nadiezha. De tal forma que las transformaciones políticas del periodo del “deshielo” y las que le siguen con el “estancamiento” son expresadas en sus filmes no sólo a través de las instituciones sino fundamentalmente a un nivel más imperceptible: el de las relaciones sociales o del mundo interior de los personajes.

Los cambios históricos traen un nuevo cine. Shepitko pertenece a una generación de cineastas del pos-guerra, como Andrei Tarkovski, Sergei Paradjanov, Klimov, su compañero desde el rodaje de "Alas", o Marlen Khuciev, que tienen en común el hecho de ser más subjetivos y una mayor preocupación por la innovación formal. Se alejan definitivamente del realismo soviético anterior, tal como ya lo habían hecho Kalatozov y Chukrai. Shepitko fue aprendiz de Alexander Dovzhenko, como Paradjanov, e intérprete de "Poema del mar" (1958), película póstuma realizada por Julia Solntseva. Estos años animados por un clima de mayor libertad del gobierno de Jruschov han hecho posible un cine más crítico y distante con el periodo estalinista. Pero estos años no duraron mucho. Tras el alejamiento forzado de Jruschov muchas de estas películas fueron prohibidas o censuradas, de tal forma que buena parte de este nuevo cine no se vio, entre ellos los filmes de Shepitko.

El enfrentamiento entre Kemal y el tractorista Abakir en "Znoy" (que Josep Torrell desarrolla, en este mismo artículo, a continuación), expresa el enfrentamiento de la nueva política de Jruschov con el periodo estalinista anterior. De alguna forma esta tensión está presente en el interior mismo de Nadiezha Petrovna, directora de una escuela de aviación y diputada del soviet local. La antigua estalinista, aunque ocupe cargos importantes que logró alcanzar, vive una sensación de constante desajuste y angustia con el presente. Convertida casi en figura museo por sus hechos de aviación en la segunda guerra mundial, su presente tiene ya poco de heroico y vive en constante inquietud. Nadiezha sueña con poder volar como lo hizo en la guerra y ese sueño siempre irrumpe su cotidianeidad y la empuja hacia el pasado. Su resistencia a vivir en el presente la lleva a volver a volar en la última escena del filme y, en el que seguramente será su último vuelo. Es de manera casi imperceptible que Shepitko nos sugiere el suicidio de la protagonista.

Más allá de la importancia histórica y del marco material, en los filmes de Shepitko hay una dimensión más invisible e inmaterial. No sólo porque el marco histórico se muestra a un nivel más privado, lo que hace que, por ejemplo, se detenga de forma crítica en las relaciones entre los sexos, sino también porque hay algo muy misterioso en su cine. Presencia y ausencia de personas en el espacio o un presente irrumpido por una dimensión onírica o por hechos del pasado, pero Shepitko mantiene estos rasgos siempre a un mismo nivel, siendo difícil distinguirlos. El mundo interior de los personajes, con sus fantasmas y sueños, tiene la misma materialidad fílmica que el mundo histórico y social que los rodea. Sin aviso Nadiezha conversa con un amigo muerto en la guerra y, a lo largo de la película, mientras camina, se para delante de una ventana o se sienta, una misma imagen irrumpe el relato: la densidad de las nubes rasgadas por el paso de un avión. También "Calor" materializa las ensoñaciones de Kemal, los encuentros con una joven pastora o con jóvenes que conducen furgones en el seguimiento de sus tareas en el koljós. De tal manera que las películas de Shepitko articulan siempre estos dos mundos, uno más aéreo o polvoriento con otro más denso y material, se juntan esos elementos contradictorios de la ensoñación y de la historia como si fueran dos caras de la misma moneda, de ahí su extrañeza.


Shepitko en 1962 (por Josep Torrell)

El primer largometraje de Larisa Shepitko, "Znoy" es una película que en su día no vio casi nadie en Rusia (y, por supuesto, mucho menos fuera). Era una producción de Kirguizfilm, la productora de una república soviética (Kirguizistán), y se daba por sentado que las repúblicas no rusas sólo distribuían sus películas en su territorio. Pero además, a la película se atribuyó una clasificación “C” que limitaba las copias a menos de cincuenta. En la práctica, esta clasificación impedía su estreno y limitaba la circulación a los improbables cine clubes que la pidieran. En la práctica, esta clasificación era un claro mecanismo de censura. En 1964, dos años después, con la defenestración de Nikita Jruschov y su substitución por Leonidas Breznev, la película fue considerada no apropiada para la exhibición (aunque es dudoso que hubiera nadie que la pidiera).

Las causas de esta limitación de la audiencia son claramente políticas. Basándose en un cuento de Chingiz Aitmátov (El ojo del camello) el guión planteaba el encuentro entre un joven seguidor de Jruschov y un antiguo stajanovista de la época estalinista. El enfrentamiento entre ambos resulta inevitable y el antiguo stajanovista queda solo, y parte hacia el desierto.

Como va a ser habitual en el cine de Larisa Shepitko, es fundamental el tratamiento del protagonista y el análisis de sus motivaciones en el terreno ético. Kemal es uno de aquellos miles de jóvenes que proclamaron ser “hijos del XX Congreso” (cuando éste, en 1956, siguiendo a Jruschov, proclamó los crímenes del estalinismo y puso fin paulatinamente al Gulag). Al acabar los estudios universitarios, es uno de los muchos que se ofreció a las juventudes comunistas para participar en la explotación de las tierras vírgenes (que desde 1953 era uno los puntos centrales del programa de Jruschov) y que hasta 1963 fue el mayor éxito de su política (y el mejor escudo contra las maniobras del KGB, la policía política).

En la secuencia inicial, mientras Kemal duerme en el coche, la conversación de los otros dos viajeros sirve para retratarle: en vez de irse a un lugar de veraneo, ha decidido pasar el estío trabajando en las nuevas explotaciones. La extrañeza ante esta actitud sitúa al joven como un ser a parte, como alguien que espera confiado en el futuro y está dispuesto a trabajar por él.

Por otra parte, las cosas son algo distintas respecto a como las imagina Kemal (y también un espectador occidental). Por ejemplo, la granja colectiva (un koljós) perdida en el confín de las inmensos extensiones de Kazajstán cuenta sólo con cinco personas. Ni una más, ni una menos. Es evidente que, desde la ciudad, se representaban las tierras vírgenes con una visión un tanto más idílica de lo que eran en realidad.

Sabemos de los sentimientos de Kemal mediante la introspección que efectúa la cámara hacia su universo mental. Éste va a ser uno de los rasgos más llamativos del cine de Larisa Shepitko. Aquí lo único que separa la imaginación de la realidad es la música (al igual que estaba haciendo Alain Resnais, en Europa occidental). Pero nada señala la vuelta a la realidad. Mientras Resnais, a pesar de la música, confunde al espectador, Shepitko es más sutil. "Znoy" se puede ver aceptando –por despiste— que hay una joven mongol que se esconde en el manantial, que a veces conduce un rebaño de corderos o una manada de caballos salvajes, y que ayuda a Kemal a quemar rastrojos y malas hierbas (aunque, después, encontremos al chico en el campo, durmiendo solo y sin compañía ninguna). En cada una de las ensoñaciones hay algo que, significativamente, no aparecerá en el resto de la película (la piedra negra que recoge del cubo, por ejemplo).

Al mismo terreno del imaginario pertenece la secuencia que denota la angustiosa soledad en que se encuentra Kemal, es decir: el momento en que se encuentra con una flotilla de camiones, conducida por otros jóvenes pioneros, exultantes de felicidad. El sueño le permite exteriorizar su entusiasmo y su alegría, que en la realidad queda confinado en el duro quehacer cotidiano. Después de esta secuencia –que difiere de las otras con la forma, como la de la espantada de la manada de los caballos—, Kemal sólo afirma que pronto habrá agua (pero omitiendo cualquier caso a los pioneros, que son fruto de su imaginación). Así la película puede verse como dúplice: aquel que confundiera estas secuencias, podría seguir normalmente la película (salvo qué se preguntará para qué sirven narrativamente). "Znoy" no rompe con los hábitos del espectador soviéticos, pero a la vez introduce con tacto sumamente cuidadoso la visión subjetiva del muchacho. En verdad, es un procedimiento inusual para una joven de veintidós años que dirige su primer largometraje.

Hay otro aspecto que une Znoy a los otros largometrajes de Shepitko. "Znoy" sólo acaba bien en una visión superficial. En efecto, Kemal mantiene una relación admirativa con Abakir, el tractorista. Más aún, recuerda su nombre y sus hazañas (que se hunden en el tiempo). Su relación se basa en el aprendizaje. En este contexto, la negatividad del personaje de Abakir le deja desarmado. Kemal insiste en lo que considera injusto, sin percatarse que el otro no admite voces discordantes.

La primera ocasión para el enfrentamiento es la relación de Abakir y la joven que va con él en el arado. Por supuesto, ningún hombre se metería en esto, pero Shepitko es una mujer, y considera la brutalidad de trato totalmente condenable. Aunque haciendo que sea su protagonista (un hombre, al fin y al cabo) quien saque a la luz esa crítica está proponiendo –también— algo nuevo al hacer su peculiar versión del héroe positivo: la lucha contra la discriminación femenina. Éste será también un aspecto que se repetirá en todas las películas de Shepitko, aunque no hubiera todavía un movimiento de mujeres en que pudiera apoyarse. Sin embargo, la crítica está ahí y en ella se basa el conflicto de toda la película.

Kemal admira a Abakir, aunque se ve insultado por éste, llamándole “profesor”. Poco a poco, irá descubriendo que la forma de arar de Abakir es muy superficial (y, por lo tanto, resulta bastante fácil conseguir les metas que ostentaba en su juventud). Se trata de la secuencia álgida de la película, cuando Abakir conduce el tractor y Kemal la cosechadora. Bajo un sol abrasador –el otro tractor ha parado y espera a que el sol baje—, Abakir fuerza a Kemal, al límite de sus fuerzas, a seguir su trabajo (puesto que depende del tractor que le arrastra). El ritmo de las imágenes, y el encuadre de las mismas, bastan para transmitir el agotamiento físico. Sin embargo, bajo el sol de agosto a mediodía, las camisas están sudadas. Por ejemplo, en "Pervij ucitel" ("El primer maestro", 1965) de Andrei Mijalkov-Konchalovski, rodada también durante el tórrido verano en Kirguizistán, el sudor empaña la ropa y la frente del protagonista. En "Znoy" no. Se diría, en este punto, que la película es obra de una principiante, si no fuera porque este realismo ha sido substituido vertiginosamente por una secuencia de montaje, en la que poco a poco lo que se ve en la pantalla se vuelve intolerable para el espectador.

Esta relación de aprendizaje termina mal. Kemal fracasa en el intento de reformar a su oponente. Pese a no entrar en competencia con él, no consigue convencerle. La conversión del compañero en enemigo no había sido prevista. Lo que Kemal esperaba de las tierras vírgenes era distinto, pero ya es irreparable. Ahora sabe que, a su pesar, la defensa de sus ideas puede acabar con exclusiones.

En el plano final, la mano del secretario del koljós le retiene y le impide ir en busca de Abakir. Un sentimiento de pesar, de que las cosas deberían ser diferentes, empieza a invadir al espectador cuando la palabra fin precede a la pantalla blanca, vacía. Es un final exactamente igual que los otros tres de los largometrajes que logró rodar. La puesta en escena preludia ya el estilo seco y llano –y, pese a ello, relleno ya de aciertos e invenciones formales—, que ira afirmándose en años venideros.

Cuarenta y seis años más tarde, con la vista puesta en el después, transparenta en sus imágenes las certezas y las inquietudes que atravesaban a Larisa Shepitko, haciendo de ella una de las realizadoras más importantes de su tiempo. En su obra, palpita un malestar, una angustia existencial: como un interrogante mudo, con el que Larisa Shepitko dirige su mirada hacia la sociedad rusa que quedaba cerrada por mucho tiempo: es la estagnación. En este tiempo de glaciación de las consciencias, Larisa y su compañero, Elem Klimov, siguieron levantando acta (como pudieron) del mal momento que les tocó vivir.

Gastón Rama, en "Larisa Shepitko, una cineasta a contramano de la propaganda estalinista", en Prensa Obrera, el 28 de septiembre de 2020, escribió:Larisa Shepitko estuvo entre las primeras mujeres del cine soviético que conquistaron su sitio en el detrás de cámara. Aun así, “Znoy” (a.k.a. “Calor”), su ópera prima de 1963, fue desoída por la visión unidimensional del realismo socialista, la doctrina impuesta por la burocracia estalinista para el arte. Los ecos de la época resuenan, sí, en su obra, pero al arte de esta creadora -cuya biografía truncó tempranamente un fatal accidente automovilístico- no lo subyugaron las premisas de turno.

Tratándose del llamado séptimo arte, nunca es vicioso el repaso de rupturas y sus consecuencias; el antes y el después ubicados a ambos lados del corte desmienten la apariencia de un desarrollo rectilíneo, a resguardo de pujas y conflictos. Para ejemplificarlo: se debió aguardar a que el intrépido esplendor de la británica Ida Lupino (quien en un mismo año -1953- se desquitó con dos títulos imborrables que apuntalaron la importancia que adquiriría su filmografía: "The Hitch-Hicker" y "El bígamo") trastocase el brillo compacto de Hollywood, para que figurase en la dirección de un largometraje ficcional, sin pasar inadvertido, el nombre de una mujer -demasiado lejos y borrosas se encontraban las piezas fílmicas de tanteo e indagación primaria que hizo la francesa Alice Guy.

Y es también en ese hiato que se empezó a demarcar donde, casi una década más tarde, puede posicionarse a la realizadora belga Agnès Varda galvanizando, con su aclamada "Cleo de 5 a 7" de 1961, la fábrica de experimentación conocida como Nouvelle Vague. Y así, desperdigadas por puntos disímiles de la superficie del globo terráqueo, aparecieron obras que hasta hoy evidencian una tremenda vitalidad disruptiva. Tal es el caso del documental iraní "La casa es negra" (1963) de Forugh Farrokhzad, que dio cuenta, valiéndose de un tono desgarradoramente poético y con una duración ceñida a rigurosos veintidós minutos, de qué manera transcurría la realidad cotidiana en el interior de un lazareto; y de "Sedmikrásky" (a.k.a. "Las margaritas"), el golpe inaugural de inusitada maestría que Věra Chytilová asestó, en 1966, desde la entonces Checoslovaquia, y a partir del cual se produjo la largada de su prolífico recorrido en la producción cinematográfica. Asimismo, en 1968 se estrenó la película debut de la cineasta húngara Márta Mészáros, donde discurre por una temática en la que a posteriori volverá a ahondar: la orfandad.

Con ciertos lazos comunes que la vinculan a las dos últimas creadoras citadas (y terciando la referencia a Yuliya Solntseva, continuadora de la labor de trasladar a la pantalla grande los guiones que Aleksandr Dovzhenko legó a su muerte), proporcionados por un estado de cosas geográfico-político y una coyuntura histórica de la que ningún quehacer cultural tenía permitido abstraerse, se sitúan Larisa Shepitko (1938 – 1979) y su ópera prima de 1963 intitulada "Znoy" (“Calor”).

Desde su concepción como proyecto, "Znoy" fue prodigiosamente atípica. Se trata nada menos que el trabajo práctico final con el que Larisa Shepitko se recibió en el Instituto Pansoviético de Cinematografía, cuando la novel directora, oriunda de Ucrania, no superaba el cuarto de siglo. Concretarlo la obligó a emplazar el rodaje en un árido valle de Kirguizistán, obedeciendo a uno de los rasgos que más se acentúa en el relato del que extrajo el núcleo argumental para su propia película (un texto de Chinguiz Aitmátov, escritor consagrado de ese mismo país centroasiático): la imposibilidad -planos de una amplia profundidad de campo la corroboran- de no reconocerle al severo paisaje de la estepa el papel protagónico que desempeña.

Sin embargo, el nudo dramático se dirimirá entre dos generaciones; o entre el desencanto de una de ellas y el anhelo recién nacido de la otra. (Conversaciones tangenciales colaboran a inferir en qué período de la Unión Soviética se desenvuelve la trama. Que se confiese como un recuerdo añorado el haber comandado una tropa de combatientes señala que corren los tiempos de la posguerra. ¿Y ya se libró, además, la competencia por conquistar el espacio intergaláctico?: se transmite el rumor de que a los pies de las montañas se erigen las plataformas de despegue de los cosmonautas). Kemel es un joven egresado de la educación formal, a quien se ha aprovisionado, junto a conocimientos técnicos, de la entusiasta meta del progreso y, por lo tanto, de la convicción de no arredrar ante las rudas tareas que ella exige. De ahí que, bajo los dictados del Komsomol, haya preferido sacrificar el descanso estival e integrarse a las faenas de un koljós (una granja colectiva), que sólo reúne a cinco personas hasta su llegada a dicho confín -que, según insinúa uno de los personajes, obviaron las líneas del tendido eléctrico. Abakir, por el contrario, se mostrará como alguien empujado a sobrellevar una cerrada incredulidad. El tractorista que otrora cumplió con la disciplina estajanovista, dueño de un apellido -Dzuraev- que el aparato de propaganda convirtió en sinónimo de entrega inagotable, y cuyas ilusiones, igual de secas que las hectáreas de tierra que labra, el presente cubre de polvo (Larisa Shepitko no ahorró crudeza al retratarlo: diversos tramos del film patentizan los modos brutales que ejerce contra Kalipa, una abnegada compañera).

Kemel aspira a maniobrar un remolcador pero Abakir le impone el rol de aguatero, lo que refuerza aún más la mutua antipatía. A través de este enfrentamiento sordo que se desata, y que a lo largo del metraje exhibirá momentos de choque rabioso, Larisa Shepitko transparentó el doloroso diálogo al que renunciaban los repetidos ciclos de frustración a causa de la estratagema oficial de huir hacia adelante. La metáfora se revela estremecedora: poco ayuda que voluntades impostadas rieguen una cosecha que se sabe estéril de antemano, y tal falta de esperanza se paga -sugiere la escena que se funde a negro para que irrumpa la palabra “fin”- con el ostracismo.

"Znoy" arrostró las condiciones materiales que la rodearon hasta su culminación, pero el pantano ideológico alimentado durante el estalinismo obturó que tomase contacto con el público. El realismo socialista únicamente aprobaba las obras que suscribiesen los burdos preceptos que lo constituían. (Del cruento silencio que atenazó la vida artística soviética persiste el testimonio de otra mujer, también oriunda de Ucrania: la poeta acmeísta Anna Ajmátova. Acallada, soportando la censura que prohibía la publicación de sus libros, absorbió los atroces castigos que le infligió el régimen -encarcelamientos, deportaciones, ejecuciones sumarias- para confeccionar, de 1935 a 1940, con una estructura que imitó del canto litúrgico que acompañaba a la misa de difuntos, los versos elegiacos que agrupó en Réquiem.)

Algo que Larisa Shepitko, se deduce, no ignoraba en absoluto. Lo demuestra un pasaje memorable, casi digresivo, sumido en una vaga atmósfera de sueño. Kemel deambula hasta cruzarse con una flota de camiones que efectúa actividades de prospección -el chófer que lo acoge en su cabina habla de la próxima instalación de una represa (¡la insistencia del elemento agua!)-, registradas mediante angulaciones vertiginosas de la cámara que remiten a Dziga Vértov. En pleno trajín, sin que se apaguen los motores o se reduzca la velocidad, asomándose a las ventanillas, Kemel y el resto de los copilotos inician un gesticuloso intercambio de gritos que resultan tapados por la monótona e intermitente música extradiegética. Contundente: un manto de sonidos ajenos se tiende encima de las imágenes y enmudece a aquellas bocas. Pero, ¿qué buscaban decir(se)?


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