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La batalla del Ebro (Jorge M. Reverte, Pedro Arjona, 2006)

Largometraje documental, corto documental, reportaje, documental sonoro (no importa el formato)... ya sea en televisión, cine, internet, radio (no importa el medio).
La batalla del Ebro
Jorge Martínez Reverte, Pedro Arjona (España, 2006) [46 min]

Portada


Sinopsis:

Eduardo Bayona, en "80 años de la batalla del Ebro, la última gran ofensiva republicana", en Público, el 24 de julio de 2018, escribió:[...] en una operación inspirada por el presidente del Gobierno, Juan Negrín, y planificada por el general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor, las tropas leales cruzaron el Ebro hacia el sur por las provincias de Zaragoza y Tarragona, donde se encontraba estabilizado el frente, para adentrarse en el territorio de los sublevados, centrados entonces en la ofensiva hacia Valencia desde Teruel, el llamado frente de Levante, y comenzar a recuperar terreno.

La operación, diseñada como una ofensiva relámpago, comenzó bien para el ejército republicano. Los sublevados se tragaron los señuelos planeados por Rojo (era una de sus especialidades) en la zona del delta, que hacían pensar que la ofensiva iba a comenzar por allí, y pudieron avanzar varios kilómetros tras iniciar los movimientos por las localidades zaragozanas de Mequinenza y Fayón.

Sin embargo, pronto cambiarían las cosas: Franco desactiva el frente de Levante y traslada las tropas al Ebro, reforzadas por otras llegadas de Madrid, con lo que, en una zona montañosa, el avance se estabiliza. De hecho, los republicanos ni siquiera pudieron llegar a Alcañiz, situado a menos de 30 kilómetros del río en línea recta y uno de los objetivos declarados de la ofensiva.

La estabilización del frente, de unos 70 kilómetros de longitud y cuyos últimos reductos resistieron hasta el 16 de noviembre, dio lugar a una sangrienta batalla de 114 días en la que murieron cerca de 20.000 combatientes y hubo otros tantos prisioneros, además de 70.000 heridos. Los republicanos habían cometido el error de atacar dejando el río a sus espaldas, lo que tenía bastante de autoencerrona. Y los sublevados lo aprovecharon para machacarlos con el notable apoyo de las aviaciones alemana e italiana y su superioridad en artillería.


Los motivos estratégicos de la ofensiva

¿Por qué apostaron el Gobierno y el Estado Mayor republicanos por una ofensiva de este tipo, con escasas posibilidades reales de salir adelante dada la diferencia de fuerzas? Nunca estuvo claro del todo, aunque [el historiador José María] Maldonado apunta una hipótesis: “La guerra civil estaba decidida desde marzo, cuando el ejército de Franco se impuso en el frente de Aragón, llegó a Vinaroz a primeros de abril y partió en dos la España republicana. Sin embargo, Negrín estaba convencido de que pronto iba a estallar la guerra mundial a intentaba resistir” con la esperanza de que, en ese caso, llegara el apoyo de las democracias occidentales.

El ejército franquista optó por una batalla de desgaste que, en cualquier caso, perjudicaba más a los republicanos que a sus fuerzas. “La batalla fueron unos kilómetros”, señala Maldonado, aunque la ferocidad de los combates, con episodios como los de Gandesa, que intentó tomar sin éxito la misma XV Brigada Internacional que unos meses antes había resistido allí para cubrir la retirada de republicana ante el avance de los sublevados, resultó despiadada.

Rojo y Negrín optaron por lanzar el frente del Ebro ante la desconcertante estrategia de Franco, que en abril, tras tomar Lleida y Vinaroz, frenó los avances hacia Barcelona y Valencia para hacerlo a finales de ese mes en dirección a la última de estas ciudades.

Esa ofensiva, no obstante, topó con la resistencia de la línea de fortificaciones XYZ en las inmediaciones de Sagunto. Barcelona caería el 26 de enero de 1939, cuando todavía no habían transcurrido dos meses y medio desde que finalizó la batalla del Ebro, lo que provocó el éxodo de medio millón de republicanos hacia Francia.


Una cúpula militar de peso político

“Franco optó por enviar allí al grueso de sus fuerzas, pero la guerra ya estaba decidida y el desgaste perjudicaba en mayor medida a los republicanos que a sus tropas”, apunta Maldonado.

La batalla del Ebro, el último episodio bélico en el que participaron las Brigadas Internacionales, supuso la movilización de la ‘quinta del biberón’, jóvenes de 17 y 18 años movilizados en la zona republicana, principalmente en Catalunya. La inexperiencia de la tropa siempre ha sido incluida por los historiadores entre los motivos del fracaso de la operación. [...]


Ficha técnica

    Guión: Felipe Hernández Cava, Jorge Martínez Reverte.
    Producción: Mari Luz Escribano, Cristina Solares.
    Productora: TVE, Story Board.

Idioma original: Castellano.





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Diego Díaz, en "La batalla que se libró en el Ebro (y se perdió en Munich)", en El Salto, el 25 de julio de 2019, escribió:

25 de julio de 1938. Medianoche. Protegido por la oscuridad de una noche sin luna, el Ejército Popular de la República española lanza una ofensiva sorpresa en la margen derecha del río Ebro. Los soldados de la República cruzan las aguas con barcas y puentes, adentrándose en territorio enemigo. Desde la localidad zaragozana de Mequinenza hasta Amposta, en la provincia de Tarragona, las tropas republicanas logran establecer una nueva línea de frente de más de 60 kilómetros de longitud.

Provisto de mejor material bélico, mayor disciplina y organización que en anteriores operaciones, el Ejército Popular, con el apoyo de los últimos brigadistas internacionales, logra asestar un inesperado golpe al Ejército franquista y lanzar un mensaje a la comunidad internacional: ni la República se ha rendido ni la suerte de la guerra está aún decidida.


Una batalla en dos frentes

Desde el primer momento, el Gobierno de la República concibe la ofensiva del Ebro como una batalla con dos frentes. Uno militar, cuidadosamente planificado por parte del general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor republicano y arquitecto del nuevo Ejército Popular. Militar de carrera fiel a la República, ha sido en la academia militar de Toledo el profesor de muchos de los oficiales rebeldes que ahora combate. El otro frente es el diplomático. La ofensiva es concebida por el presidente del Gobierno, Juan Negrín, como una demostración de fuerza ante la comunidad internacional en un momento en que toda Europa da por vencedor a Franco.

Para el historiador Fernando Hernández Sánchez, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y coautor, junto a Ángel Viñas, de El desplome de la República, “a partir de la pérdida de Teruel todas las operaciones militares de la República tienen el mismo objetivo: forzar una mediación internacional que ponga fin a la guerra de la mejor forma posible”. Para Hérnandez Sánchez, “Negrín es consciente de que la guerra no se puede ganar en el campo de batalla, y que la única salida pasa por acumular fuerza para negociar en las mejores condiciones posibles un armisticio con Franco supervisado por Francia y Gran Bretaña”. Una paz justa basada en los 13 puntos propuestos por el líder socialista en abril de 1938.


Una batalla encarnizada

Llegados al verano de 1938, con la España republicana partida en dos mitades tras la ofensiva de Aragón y la llegada de las tropas franquistas al Mediterráneo, el derrotismo se ha generalizado en las filas republicanas, empezando por el propio presidente de la República, Manuel Azaña, que convencido de la imposibilidad de ganar la guerra ya había tanteado a espaldas del presidente del Gobierno la posibilidad de una rendición republicana. También una parte de los nacionalistas catalanes volverían a especular con la posibilidad de lograr una paz separada de Catalunya que convirtiera al territorio catalán en una suerte de Estado independiente y desmilitarizado, protegido por Francia y Gran Bretaña. Algo que, en opinión de Xosé Manoel Núñez Seixas, catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Santiago de Compostela, tenía más de fantasía que de realidad, puesto que “ni Francia ni Gran Bretaña estaban interesadas en romper España y generar un Estado independiente tan propenso a la revolución como Catalunya, en un lugar tan sensible como el Mediterráneo”.

La ofensiva del Ebro tendría, pues, también un sentido político de cara al interior del bando antifascista: elevar la moral de la España republicana. Como afirma Núnez Seixas, la Batalla del Ebro sería la última que las tropas republicanas librarían “casa a casa, posición por posición, obligando a las tropas de Franco a emplearse a fondo y perder un número muy grande de vidas”. El periodista Jorge Martínez Reverte explica en su libro La batalla del Ebro que el avance inicial sobre las tropas sublevadas dispararía la euforia en el bando republicano, poco acostumbrado a ganar y que, por primera vez en mucho tiempo, vislumbraba otra vez la posibilidad de vencer. Los primeros días de la ofensiva también pondrían de manifiesto la mejora militar de la España republicana con la formación del Ejército Popular, en el que se habían fusionado las antiguas milicias de partidos y sindicatos con los militares profesionales que, como Rojo, habían permanecido leales al orden constitucional.

A principios de agosto, Franco, que se ha desplazado personalmente al terreno, lanza una contraofensiva. Si bien las tropas franquistas frenan medio mes de avance republicano y logran recuperar terreno perdido, se encuentran con una resistencia republicana mucho más dura de lo esperado. Los combates bajo el duro calor de agosto son encarnizados. El Ejército Popular es ahora una maquinaria de guerra mucho más disciplinada, mejor entrenada, armada y organizada, que logra resistir con contundencia a los rebeldes en la sierra de Pandols y los valles rocosos de la Tierra Alta tarraconense, una zona que, en palabras del sociólogo Pedro García Bilbao, “resulta fácil de defender y muy difícil de atacar”.

Según García Bilbao, profesor en la cátedra de seguridad y defensa de la Universidad Rey Juan Carlos, si Franco opta por el enfrentamiento directo con las tropas republicanas en un terreno tan desfavorable, no es tanto por una cuestión estrictamente militar, sino más bien de carácter personal, ya que “tanto sus generales como los militares alemanes le habían recomendado olvidarse del Ejército del Ebro y atacar Catalunya por el norte, mucho más desprotegida”. En palabras de este investigador “si no les hace caso es por una cuestión de orgullo herido y porque desprecia profundamente la vida de sus hombres”.

Más de 6.500 soldados de Franco van a morir en unos durísimos combates que podía haber evitado con una rápida ofensiva en el río Segre, al sur de los Pirineos. Para este estudioso de la historia militar, el general Rojo, que “conocía bien la psicología de Franco”, buscaría esta reacción y no se sorprendería con la apuesta de Franco por dar una batalla frontal en lugar de buscar “una maniobra más elegante”. La controvertida decisión franquista sería funcional a los intereses del Gobierno de Negrín: prolongar la guerra y ganar tiempo para lograr un cambio de la política exterior francobritánica con respecto a España.


Una batalla mitologizada

Hérnandez Sánchez señala que la batalla se convertirá muy pronto en un símbolo y mito del heroísmo y de la resistencia republicana “inmortalizada en canciones como ‘El Paso del Ebro’ o ‘Si me quieres escribir’”. El historiador señala el papel destacado de los comunistas del Ejército del Ebro y de las Brigadas Internacionales en los combates: “Asumieron las posiciones más expuestas, en primera línea de frente y con un considerable sacrificio de vidas”. Más de 10.000 combatientes republicanos van a perder la vida en los casi cuatro meses que dura la Batalla del Ebro.

Hernández explica que, para resistir la dura contraofensiva franquista, con medios militares y tecnológicos muy superiores, la República se verá obligada a movilizar todos los recursos humanos disponibles, “no solo la llamada Quinta del Biberón, más conocida y formada por críos y adolescentes, sino también la menos conocida Quinta del Saco, formada por reclutas muy mayores”. En su libro Fuera el Invasor. Nacionalismo y movilización bélica en la Guerra Civil, Núñez Seixas expone que la movilización de estos y otros reclutas forzados para prolongar la guerra, muchos de ellos escasamente politizados o identificados con las izquierdas, acentúa en el bando republicano la tendencia a rebajar el discurso bélico a mensajes propagandísticos más sencillos, menos ideológicos y más épicos y nacionalistas, que presentan la contienda fundamentalmente como una nueva guerra de independencia frente a los invasores, la Alemania nazi y la Italia fascista, y los traidores a España que han vendido la patria a las potencias fascistas: Franco y los sublevados.


La batalla de Munich

En septiembre el frente está estancado y la crisis checoslovaca, motivada por la injerencia de Hitler en el país centroeuropeo, parece que puede hacer cambiar de actitud a Francia y Gran Bretaña con respecto a la República española. Hitler, que se prepara para una nueva guerra internacional, disminuye los envíos de armamento a Franco priorizando el abastecimiento de su propio ejército. Si Francia y Gran Bretaña frenan la pretensión de Hitler de anexionar a su III Reich los Sudetes, el norte de Checoslovaquia, de habla alemana, puede estallar un conflicto mundial que ponga a la República en el bando francobritánico. García Bilbao sostiene que se abre entonces “una ventana de oportunidad en el frente diplomático que Negrín quiere aprovechar y para la que necesita mantener la impresión de que la República no se va a desmoronar rápidamente y que aún puede aguantar tiempo”.

Sin embargo, los partidarios de parar los pies a Hitler son minoría en la diplomacia europea, frente a los defensores de la llamada política de apaciguamiento: rehuir el enfrentamiento con Hitler y permitir su expansión hacia el centro y este de Europa, cercando a la URSS. En la Conferencia de Munich, celebrada el 30 de septiembre de 1938, Francia e Inglaterra dan la espalda a la democracia checoslovaca, y con ello también a la española, cediendo a las pretensiones territoriales de Hitler en Centroeuropa.

En octubre, los franquistas reanudaban la ofensiva en el Ebro. A principios de noviembre, el Ejército Popular daba la orden de retirada, consciente de que ya no tenía ningún sentido prolongar el sacrificio de vidas. “La victoria en la Batalla del Ebro sería el paso del Rubicón franquista. Franco sabía que ya podía aspirar a una victoria total, sin necesidad de negociar nada con el otro bando”, afirma Núñez Seixas. Concluía, junto con la defensa de Madrid, el mayor episodio de resistencia de la España republicana. Y es que, como recuerda Pedro García Bilbao, “el Ejército Popular, con muchos menos medios humanos y materiales, aguantaría más tiempo en la Batalla del Ebro que todo el ejército francés en la invasión alemana de mayo de 1940”. Tras la retirada de noviembre, la guerra estaba sentenciada, la moral republicana hundida y la unidad política de los antifascistas definitivamente rota.


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