El POUM o la provocación al servicio del fascismo
A diferencia de la CNT, el POUM fue una organización residual en la guerra civil española, hasta el punto de que en ningún texto de historia verdaderamente científico acerca de la guerra civil española merecería una sola línea. Toda su enorme fama se la debe al fascismo, al imperialismo y a los medios de intoxicación de la burguesía en su permanente campaña de difamación contra el comunismo. Un ejemplo es el programa de TV3, Televisió de Catalunya, titulado Operació Nikolai. L'assassinat d'Andreu Nin, dirigida por Dolors Genovés y emitido el 5 de noviembre de 1992. Pero el más conocido fue la película de Ken Loach Tierra y libertad ampliamente publicitada por la burguesía en todo el mundo. Lo mismo cabe decir de la infinidad de libros y documentales de todo tipo sobre el mismo caso que vuelven a evidenciar cómo la burguesía atrae la atención hacia determinadas organizaciones y acontecimientos para tratar de convertirlas en protagonistas y elementos decisivos de la historia. Sucedió en la Unión Soviética y sucede en España.
Nosotros publicamos un libro titulado Aproximación a la historia del PCE en el que ni siquiera mencionábamos el traicionero intento de golpe de Estado en Barcelona en mayo de 1937, hasta que la publicidad otorgada a la película de Ken Loach nos obligó en la segunda edición a añadir un capítulo al respecto, que no teníamos previsto.
Ahora volvemos con algo más de detalle sobre este punto, no porque consideremos que tenga ningún interés sino simplemente para comprobar, por si quedaban dudas, cómo opera la intoxicación burguesa y cómo sus mentiras son difundidas a los cuatro vientos sin ningún tipo de escrúpulos, hasta que se convierten en una verdad por sí mismas, con la plena complicidad de los revisionistas y los izquierdistas, cuya intervención es imprescindible para que la falsificación cuaje.
También nos va a permitir reiterar la naturaleza provocadora y contrarrevolucionaria de los trotskistas, que no fueron diferentes en España de lo que lo fueron en la Unión Soviética.
Los trotskistas se quejan de la calumnia de reputarles como agentes del fascismo y del imperialismo, pero el golpe de Estado de 1937 y los hechos posteriores han confirmado plenamente este hecho. En mayo de 1937 apenas hacía un año que los fascistas se habían levantado contra la República al grito de ¡Abajo la República! cuando otros, que aducían otras pretensiones, y supuestamente desde las mismas filas republicanas, lanzaban exactamente el mismo grito, ¡Abajo la República! A pesar de esa coincidencia, pretenden que no los confundamos con los fascistas y protestan si lo ponemos de manifiesto. Pero nosotros no juzgamos a nadie por lo que piensa (y menos por lo que piensa de sí mismo) sino por lo que hace, y si los fascistas disparaban contra la República de frente, otros hacían lo propio pero por la espalda.
Los comunistas no juzgamos a las organizaciones ni a las personas por sus discursos ni por sus emblemas. Sin embargo, son muchos los que insisten en caracterizar a los movimientos políticos por lo que dicen de sí mismos y, así, quieren hacer creer que el POUM era una de las varias organizaciones antifascistas que luchaban contra el fascismo.
El POUM firmó el acuerdo del Frente Popular (por dos veces) y acabó traicionándolo. Nin, uno de sus dirigentes, fue primero consejero de Economía y luego de Justicia del gobierno de la Generalitat, por dos veces juró fidelidad a la República y acabó traicionándola. Los trotskistas afirman que ellos eran los más revolucionarios de todos porque luchaban contra una República que califican de burguesa y que, sin embargo, contribuyeron primero a engendrar y luego a mantener. ¿Acaso no era una República burguesa cuando Nin era consejero de Justicia de la Generalitat? ¿O es que antes era una República soviética que luego se convirtió en contrarrevolucionaria? ¿Dejó de ser revolucionaria precisamente cuando despacharon a Nin de su cargo?
Esas manipulaciones de la historia a su antojo son típicas de los trotskistas, cuya trayectoria en España está perfectamente reflejada en la propia biografía de Nin, a quien pretenden elevar a los altares. Nin fue siempre un tránsfuga en el confuso mundo de la política catalana, un personaje inestable que en muy poco tiempo recorrió absolutamente todo el espectro partidista de aquella época. No hubo organización a la que no perteneciera. Primero fue un nacionalista burgués, luego se pasó al centralismo del PSOE, luego mudó al anarcosindicalismo de la CNT, luego al comunismo del PCE, luego al trotskismo del BOC, luego al trotskismo de Izquierda Comunista y de ahí, repudiado por Trotski, acabó finalmente volviendo con el BOC para formar el POUM. Los libertarios nunca le perdonaron que afiliara la CNT a la Internacional Sindical Roja en 1921 sin disponer de permiso para ello; los poumistas también le reprocharon que ingresara en la Generalitat en 1936 sin consultarles. Nadie estuvo nunca a gusto a su lado porque, como buen trotskista, sólo era fiel a sí mismo.
Hay un detalle de su vida que interesa recordar. Como representante de CNT, en mayo de 1921 viajó a Moscú para asistir al Congreso fundacional de la Internacional Sindical Roja pronunció un discurso en el que, entre otras cosas, dijo las siguientes palabras:
El partido comunista ruso es la única garantía de la revolución, del mismo modo que los jacobinos se vieron obligados a guillotinar a los hebertistas, prescindiendo del hecho de que representaban una tendencia a la izquierda; del mismo modo que nosotros mismos (en la CNT) hemos eliminado a los que constituían un obstáculo a la realización de los objetivos que perseguimos, nuestros camaradas rusos se ven inevitablemente obligados a reprimir de una manera implacable cualquier intento que pudiera quebrantar su poder. No es solamente su derecho sino su deber. La salvación de la Revolución es la razón suprema.
Del POUM también puede decirse lo que hemos dejado expuesto respecto a la CNT. En Catalunya la organización trotskista era cuantitativamente más fuerte que los comunistas y como éstos también se propuso nominalmente, incluso años antes que la unificación del PSUC, el reagrupamiento de las organizaciones políticas y sindicales del proletariado, y de ahí su nombre. Esa era una aspiración muy sentida por toda la clase obrera. No obstante, nadie quiso entrar en ningún proceso de unidad con ellos, que se quedaron aislados y perdieron progresivamente su influencia, que pasó al PSUC, lo que demostraba que las masas daban la espalda a los anarquistas y a los trotskistas.
En tiempos de guerra un intento de golpe de Estado en la retaguardia como el que ensayó el POUM, está considerado en cualquier país como una traición y eso sólo se paga con la muerte, que debe ejecutarse de manera inmediata, mientras que la República tardó más de un año en juzgar a los traidores, por lo que su capacidad ejemplarizante fue nula. No puede extrañar que las traiciones se repitieran.
Desde el mes de abril de 1937, el Servicio de Espionaje y Contraespionaje de la Brigada Especial había practicado más de 200 detenciones de fascistas vinculados con la quinta columna. Entre los capturados figuraba uno de los colaboradores de la Secretaría del Estado Mayor del Frente de Madrid, el capitán Luján, junto a los también capitanes de tanques Carlos Fauríe y Juan Herrada, y el médico Eduardo Isla.
Un informe del comisario general de Madrid, David Vázquez, fechado el primero de junio, ponía en conocimiento del director general de Seguridad la existencia de una red de espionaje al servicio de los fascistas y afirmaba que Carlos Fauríe, Juan Herrada y Eduardo Isla trabajaban a las órdenes de la dirección de la Falange.
Entre los detenidos había destacados fascistas, la mayoría de los cuales vivía en la clandestinidad, al amparo de representaciones diplomáticas como la embajada de Ch ile o el consulado de Perú. Los enlaces de esa organización se extendían a organismos del Estado como la Guardia Nacional Republicana, la Sanidad militar, el Servicio de Información del Ministerio de la Guerra, el Negociado de Defensa Antiaérea del Ministerio de Marina y Aire, la Cruz Roja e incluso la judicatura. En el registro efectuado en el consulado de Perú descubrieron una emisora de radio con claves para la comunicación con el Cuartel General franquista. En la embajada de Ch ile trabajaban para el enemigo miembros de la Junta Suprema de la Falange como Manuel Weglisson, Leopoldo Panizo y Joaquín Arqués, conocido como Sinclair. Todos estos elementos estaban estrechamente imbricados. Eugenio Deloncle, el fundador de la Cagoule, viajaba con un pasaporte diplomático a nombre de Héctor Dávila Solés expedido el 20 de abril de 1937 por el embajador chil eno en Madrid. Los pistoleros de aquella organización fascista francesa disponían de una emisora de radio en España y a través de Joseph Darnand se relacionaban en Madrid con la OVRA, el servicio secreto italiano.
A los detenidos se les intervinieron documentos cifrados preparados para ser transmitidos al enemigo con los detalles del emplazamiento de las baterías republicanas en la Casa de Campo y en los márgenes del río Manzanares, así como la relación completa de las baterías antiaéreas de Madrid con indicación de su situación en un croquis, la distribución orgánica de todos los efectivos del Ejército del Centro y los planes de sus operaciones.
Los miembros de la Brigada Especial aseguraban que la red de agentes preparaba una sublevación armada con el apoyo de sus grupos de acción y el de sus enlaces con organizaciones que operaban dentro de las filas republicanas, como el POUM. En el anverso de uno de los documentos incautados, dirigido por la organización al Generalísimo Franco, figuraba un plano milimetrado de Madrid con la localización de las baterías y fuerzas republicanas. En el reverso, escrito con tinta simpática y caracteres cifrados, el personal técnico había logrado interpretar el siguiente texto:
Al Generalísimo personalmente, comunico: Actualmente estamos en condiciones de comunicarle todo lo que sabemos respecto a la situación y el movimiento de las tropas rojas. Las últimas noticias radiadas por nuestra emisora prueban un serio mejoramiento de nuestros servicios de información.
El mensaje descifrado continuaba así:
En cambio, el agrupamiento de las fuerzas para un movimiento de retaguardia va con cierta lentitud. No obstante, contamos con cuatrocientos hombres dispuestos a actuar. Éstos bien armados y en condiciones favorables en los frentes de Madrid, pueden ser la fuerza motriz del movimiento. Su orden sobre la infiltración de nuestros hombres en las filas extremistas anarquistas y del POUM se lleva a cabo con éxito. Nos hace falta un buen jefe de Propaganda el cual llevaría este trabajo independientemente de nosotros para poder actuar con más seguridad.
Seguidamente, con la letra N se implicaba a Nin en la conspiración:
En cumplimiento de su orden fui yo mismo a Barcelona para entrevistarme con el miembro directivo del POUM, N. Le comuniqué todas sus indicaciones. La falta de comunicación entre usted y él se explica por las averías que sufrió la emisora, la cual empezó a funcionar de nuevo estando yo todavía ahí. Seguramente habrá recibido usted la contestación referente al problema fundamental. N. ruega encarecidamente a usted y a los amigos extranjeros que sea yo única y exclusivamente la persona señalada para comunicarse con él. Él me ha prometido enviar a Madrid nueva gente para activar los trabajos del POUM. Con estos refuerzos, el POUM llegará a ser un firme y eficaz apoyo de nuestro movimiento.
Durante el golpe participaron en la calle más de 3.000 milicianos armados y quizás la misma cantidad permaneció armada en los locales de las organizaciones libertarias. Unas armas necesarias en el frente se habían escondido en la retaguardia. Las milicias utilizaron las facilidades que les daban sus posiciones en el aparato de Estado para acumular material de guerra en la retaguardia para preparar y desencadenar la guerra civil en el interior del país. Disponían de más armamento que milicianos capaces de utilizarlo: 13 coches blindados armados con ametralladoras, dos baterías de cañones, unos 25.000 fusiles, 300 ametralladoras pesadas, varios centenares de fusiles ametralladores, bombas y granadas de mano en cantidad ilimitada, algunas docenas de morteros de trinchera y naturalmente muchos millares de pistolas automáticas y semiautomáticas. Esta gigantesco almacén de armamento demuestra que los golpistas:
— habían elaborado un plan con bastante antelación, que no fue un levantamiento espontáneo
— contaron con un apoyo popular que jamás alcanzaron
— contaron con traer tropas del frente.
El golpe fue preparado con mucha antelación: Todo parecía preparado de antemano. No existía ningún acuerdo de la CNT, de la FAI ni de la FIJL al respecto. Sin embargo, cuantos de los nuestros estaban en las barricadas creían hacerlo para defender a la CNT y a la FAI, afirma el ministro anarquista García Oliver (El eco de los pasos, pg.423). Si los anarquistas en la barricadas estaban engañados, si no luchaban por la CNT y la FAI las preguntas son obvias: ¿quién los había engañado?, ¿quién actuó en nombre de CNT?, ¿quién había preparado el golpe?
Los verdaderos instigadores del golpe fueron los Comités de Defensa de la FAI y sobre todo el Comité de Defensa del Centro de Barcelona, que reunió a 52 grupos anarquistas. Este Comité de Defensa del Centro estaba dirigido de hecho por los autodenominados Amigos de Durruti, a su vez estrechamente vinculados al POUM.
La intentona creó el riesgo de hundimiento del Frente de Aragón, porque unos sacaron tropas para reprimir el golpe y los otros las sacaron para apoyarlo. El 4 de mayo unos 2.000 combatientes de los 7.500 que componían la 27 División Carlos Marx, dejó el frente de Tardiente-Alcubierre para llegar a Barcelona al mando de Del Barrio, instalándose en el cuartel Voroshilov en el barrio de Sarriá. Al dia siguiente, al enterarse Máximo Franco, entre 1.500 y 2.000 hombres de la columna Roja y Negra de la 28 División Ascaso y milicias de la 29 División Lenin del POUM abandonaron el frente de Huesca para ir también a Barcelona. En Binéfar les paró Juan Molina, del Consejo de Defensa de la Generalidad en nombre del comité regional de la CNT. Pero una parte continuó hasta Lérida donde les pararon los jefes de la 28 División, los anarquistas Jover y Vivancos. El mismo día, en el sector de Teruel, la columna Carod de la 25 División Jubert, fue hasta Valderrobres donde fue detenida por Joaquín Ascaso, del Consejo de Aragón.
500 cadáveres en busca de autor
Pasaban los días y, ante el escándalo de las masas que combatían en los frentes, nada se sabía de los golpistas. El POUM seguía funcionando como organización legal (y a la vez clandestina) sin que, pese a todos los esfuerzos del PCE y el PSUC, ni la Generalitat ni el gobierno central de Valencia, tomaran ninguna medida: ni detenciones, ni registros, ni interrogatorios. El gobierno de Largo Caballero (PSOE) tardó casi dos semanas en reunirse. Hasta el 15 de mayo no se celebró el Consejo de Ministros en el que Largo Caballero se opuso a tomar medidas represivas contra el POUM, a que fuera disuelto y declarado fuera de la ley, alegando que él nunca ejercería la represión contra una organización obrera. Largo Caballero esgrimió un supuesto comunicado de condena del POUM como excusa para tapar las responsabilidades: el POUM no tenía nada que ver. Esto era falso: pocos días después la dirección del PUM emitió un comunicado identificándose plenamente con la intentona.
Los dos ministros comunistas, Jesús Hernández y Vicente Uribe, abandonaron la sesión y se produjo la crisis. Dos días después Juan Negrín (PSOE) fue nombrado nuevo Presidente. Había transcurrido un mes y medio del golpe cuando el 16 de junio fue detenido Andrés Nin con otros dirigentes y pistoleros del POUM que se encontraban en el hotel Falcon de Barcelona. Al día siguiente, el POUM fue declarado ilegal y se clausuraron todos sus centros. El 23 de junio se publicaba en la Gaceta de la República el decreto contra la traición, creando los Tribunales de Espionaje y Alta Traición, que se aplicó con carácter retroactivo para procesar a los dirigentes del POUM. Hasta el 9 de agosto no se creó el Servicio de Investigación Militar (SIM). Era demasiado tarde.
La pretensión del PCE y el PSUC de investigar los hilos del golpe fue presentado como un intento de ajustar las cuentas de sus peleas internas a costa de la República. La cosa estaba clara: se había intentado un golpe de Estado, 500 cadáveres poblaban las calles de Barcelona y, una vez más, la República no iba a tomar cartas en el asunto. No había pruebas (ni ningún interés por buscarlas). La República seguía empeñada en la política del avestruz.
Los fascistas hablan de las presiones de los comunistas sobre el gobierno, como si fueran las únicas, ignorando que todos los gobiernos actúan bajo unas u otras presiones y, en consecuencia, ocultando las suyas propias, las presiones de los partidos burgueses, las presiones económicas, las internacionales, etc. Las presiones confluían sobre dos aspectos del mismo problema porque, tras la detención de Nin, los comunistas se habían apoderado de él y lo habían hecho desaparecer. Preocupados por las formalidades legales burguesas, la quinta columna presionaba (Zugazagoitia por el PSOE, Irujo por el PNV) para que se investigara esta desaparición; por su parte, los comunistas presionaban para que se juzgara a los demás cabecillas del golpe. Un sector del PSOE, encabezada por Paulino Gómez, responsable de la censura, impidió una campaña de denuncia en la prensa de los entresijos de la conspiración. Al PCE y al PSUC, a quienes se venía acusando de burgueses por defender la legalidad republicana, se les imputaba ahora una acción ilegal, como fue la desaparición de Nin. Evidentemente había una trampa: la República no iba a adoptar ninguna medida contra los traidores así que había que actuar por cuenta propia y, además, encubrir el hecho. Lo hacían todos los partidos del Frente Popular; todos jugaban ese doble juego, pero lo que se acepta en todos no se acepta en los comunistas. De lo contrario, si el PCE y el PSUC reconocían que habían hecho desaparecer a Nin, se desafiaba abiertamente a la República, lo que significaba su derrumbe. Los comunistas tiraron la piedra (ejecutaron a Nin), como era su obligación, y escondieron la mano porque no les quedaba otro remedio, porque estaban metidos en un callejón sin salida. Pero la responsabilidad no es del propio PCE ni del PSUC sino de los partidos burgueses vacilantes, en connivencia con los traidores.
Los escribanos del imperialismo y sus secuaces trotskistas desconectan la represión contra el POUM de su traicionero intento de golpe. En vano en toda la inmensa bibliografía burguesa se podrá hallar esa conexión, que es bien simple y sencilla de reconocer. Presentando la represión sin relación alguna con el fallido golpe de Estado, parece como si de repente a los comunistas les entrara un furor antitrotskista que hasta ese momento no se había puesto de manifiesto, posiblemente porque Stalin sopló el silbato y dio la orden desde el Kremlin de continuar en Barcelona lo que allí ya se había iniciado. Así lo cuenta el anarquista Gómez Casas: Es inexcusable hacer referencia, como antecedente, a uno de los problemas que fueron enrareciendo la atmósfera de la retaguardia en Cataluña. Se trata de la tirantez entre el POUM y el PSUC que provenía tanto de una lucha hegemónica de ambos grupos comunistas sobre la UGT catalana, como del carácter trotskista del primero. Estaba en plena vigencia la campaña estaliniana contra el trotskismo y, en general, contra todos los opositores a su política. El POUM era presentado como un agente del fascismo internacional, y quedó eliminado del gobierno de la Generalidad después de la crisis provocada con este fin por el PSUC (Historia del anarcosindicalismo español, pgs.235-236).
Naturalmente que esa explicación es absurda. La realidad histórica no tiene nada que ver con la caricatura que presentan los anarquistas y trotskistas. Pero es necesario que la intoxicación asuma ese punto de partida porque así el aplastamiento del POUM se puede presentar, igual que en la Unión Soviética, como una cuestión ideológica: se perseguía a los trotskistas por sus ideas políticas. De modo que se trataba de una eliminación de las libertades de expresión y reunión. Los 500 cadáveres no aparecen para nada; además si la CNT no organizó el golpe y el POUM tampoco ¿quién carga con la responsabilidad de los 500 muertos?
Es, en consecuencia, cierto que el PCE y el PSUC mintieron acerca del destino del Nin al decir que se había fugado; en una situación ideal hubieran debido reconcer francamente la verdad pero no tuvieron otro remedio porque estaban metidos en un callejón sin salida y no podían desairar a la República, asediada por la guerra. Jugaron un doble juego pero ninguno de los plumíferos pueden reprocharles nada porque todos los partidos y organizaciones del Frente Popular lo hacían. Hay que decirlo bien claramente: no son ni los burgueses ni los anarquistas los que pueden lanzar ese tipo de acusaciones porque ninguno de ellos asumió la responsabilidad de perseguir a los traidores y porque fueron ellos los que obligaron a los comunistas a ocultar la verdad de los hechos.
Franco reivindica la ‘revolución’ anarco-trotskista
Los archivos nazis fueron capurados por los aliados tras la II Guerra Mundial y publicados en Estados Unidos con el título Documents on German Foreign Police. Aquí nos interesa la serie D, publicada en 1950, cuyo tercer volumen es el que alude a la guerra civil española. Allí, en las páginas 284 a 286, hay un informe interesante dirigido el 11 de mayo por Wilhelm Faupel a Hitler. Faupel, ex-general del ejército alemán, era el embajador de los nazis en el cuartel general franquista. Sólo habían pasado unos pocos días de la traición y Faupel le dice al Führer:
En cuanto a los desórdenes de Barcelona, Franco me comunicó que las luchas callejeras habían sido promovidas por sus agentes. Según me contó Nicolás Franco, tenían en total trece agentes en Barcelona. Uno de ellos había pasado hacía bastante tiempo la información de que las tensiones entre anarquistas y comunistas eran tan grandes en Barcelona que estaba en condiciones de garantizar que podía hacer estallar la lucha en cualquier momento. El Generalísimo me dijo que al principio no había depositado demasiada confianza en las palabras de su agente, pero luego las había mandado corroborar por otros, que le habían confirmado la noticia. En un primer momento no había querido hacer uso de esta posibilidad hasta que comenzaran las operaciones militares contra Barcelona. Pero, como poco tiempo atrás los rojos habían atacado Teruel con el fin de liberar al Gobierno de Euzkadi, había considerado que aquél era el momento oportuno para hacer estallar los desórdenes en Barcelona. En realidad, a los pocos días de recibir sus instrucciones, el agente había conseguido que tres o cuatro personas empezaran los tiros en las calles, y esta circunstancia había producido los resultados deseados.
También el conde Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores y yerno de Mussolini, se atribuyó la provocación de Barcelona. García Conde, embajador franquista en Roma, decía en una carta al Ministerio que Ciano añadió por su cuenta, y hasta me pidió lo transmitiese al Generalísimo, que lo importante ahora era acelerar e intensificar nuestra ofensiva aprovechando la revuelta situación de Cataluña, en cuyo desorden se atribuye participación mediante espías italianos a su servicio (Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores, serie renovada de Barcelona, 1106/10). En sus memorias, el embajador norteamericano en España, Bowers, escribió también que la crisis había sido provocada por los anarquistas y el POUM... En general se cree que muchos de ellos eran agentes de Franco (My mission in Spain. Watching the rehearsal for World War II, Londres, 1954, pg.356).
Hoy anarquistas y trotskistas alardean de la traición, e incluso la presentan como una de esas revoluciones que tanto les gusta, pero no deja de sorprender que esa revolución fuera celebrada en los cuarteles generales de Hitler, Mussolini y Franco. Los fascistas eran plenamente conscientes de que en Barcelona no había nada de qué preocuparse, de que el verdadero enemigo estaba en el campo de batalla y que la intentona de la Ciudad Condal sólo podía beneficiarles. Todo lo que perjudicaba a la República y el Frente Popular interesaba a los fascistas. Por eso el Gobierno republicano y el Frente Popular -no sólo los comunistas- aplastaron la traición. García Oliver escribe en sus memorias: La revolución no podía derivar de aquella rebelión sin cabeza. La victoria se lograba ahogando aquella rebelión absurda (El eco de los pasos, pg.425). Los comunistas estuvimos -y estamos- de acuerdo con esto: aquello no era una revolución, como pretenden ahora anarquistas y trotskistas, y había que ahogarla. Así se hizo, pero no se exigieron responsabilidades; el PCE y el PSUC realizaron un amago pero no se emplearon a fondo. No pecaron por exceso en el aplastamiento de la quinta columna, sino por defecto, y eso resultó fatal a largo plazo para la República. En cualquier otro país del mundo hubieran rodado las cabezas de manera fulminante; la República ni siquiera abrió una investigación para averiguar los hechos.
Para tapar su intervención en el golpe, una vez caída Catalunya en manos de los franquistas, Mussolini ordenó a Ciano que se encargara de que todos los italianos fueran fusilados, pues los muertos no podían hablar de lo que había sucedido (Diario, 22 de febrero de 1939). Era un reconocimiento claro de que detrás de golpe estaba su larga mano.
La República no quiso investigar; Mussolini ordenaba ocultar las pruebas... Había que acallar, pero al mismo tiempo había que manipular, tergiversar y engañar. Por eso, con los fusilamientos siempre vienen los folletos, los libros, los artículos y los documentales. ¿Pero quién escribía todo aquello? ¿Al dictado de quién?
Al tiempo que dirigía la federación anarco-comunista de París, Bernardo Cremonini era confidente de la POLPOL italiana. Fue uno de los primeros en escribir un folleto anticomunista acerca del golpe de Barcelona. Sus tesis -que eran las de los fascistas italianos- se propagaron por todo el movimiento libertario. Según el plan original de la policía política italiana, era el primero de una serie de publicaciones anticomunistas diseñadas por Mussolini. A la luz de lo sucedido en Barcelona, el Duce había llegado a proponer la publicación de un periódico anarquista que ataque violentamente al fascismo, pero cuyo verdadero objetivo sea atacar al comunismo de la forma más resuelta y vulgar (Mauro Canali: Le spie del regime, Bolonia, 2004, pg.170). Mussolini quería que se llamara Lotta di Classe, como el periódico de Berneri, o Il Riscatto Libertario. El jefe de la POLPOL, Di Stefano, llegó incluso más lejos: He visto los artículos de Bero [Cremonini]. ¿No sería acaso posible publicar unas cuantas ediciones más? ¿No sería posible mantener viva la Guerra di Classe de Berneri? Si fuera necesario, podría obtenerse el apoyo de diversos partidos, por ejemplo en Ginebra, Chambéry, Marsella, Niza, Toulouse, etc., y Bélgica, y también, ¿por qué no?, de algunos italianos.
Se trataba, pues, de editar publicaciones con sellos libertarios y contenidos anticomunistas redactados por la policía fascista. El plan fracasó entonces porque los infiltrados italianos en París no lograron obtener el consentimiento de otros anarquistas para llevarlo a cabo. Ese tipo de proyectos, como ya hemos explicado en otro sitio, no se llevó a cabo exitosamente hasta los tiempos de la guerra fría.
El asesinato del capitán Narwich
El 10 de febrero de 1938 en Barcelona, hacia las 10 de la noche, un joven de unos 20 años vestido con el uniforme de capitán del Ejército republicano esperaba la llegada de una cita en un descampado de la calle Legalidad. Se aproximaron los dos militantes del POUM con los que había concertado la entrevista, uno de los cuales, sin mediar palabra alguna, le disparó en la cabeza a medio metro de distancia. El otro pistolero aseguró la muerte del capitán internacionalista disparando otras dos veces en su cabeza.
Cuando una hora después se presentó la policía y registraron el cadáver, le identificaron por los propios papeles que portaba consigo como León Narwich, voluntario polaco, capitán de las Brigadas Internacionales. Trabajaba en el Servicio de Investigación Militar (SIM) de las Brigadas Internacionales a las órdenes de Kurt Laube, jefe del SIM y de la delegación de las Brigadas Internacionales en Barcelona.
El POUM reivindicó el asesinato como venganza por la ejecución de Nin (Julián Gorkin: El proceso de Moscú en Barcelona. El sacrificio de Andrés Nin, Aymá, Barcelona, 1973) y luego trataron de justificarlo con diversas imputaciones extravagantes: que si era agente del NKVD, que si se había infiltrado en el POUM, que si participó en la detención de Nin, que si había fotografiado a sus militantes para que fueran identificados por la policía,...
Las más elementales consideraciones ponen de manifiesto que, otra vez, los trotskistas tratan de engañarnos porque en 1938 el POUM estaba ya ilegalizado y en la época no existían medios para tomar fotos sin que el fotografiado se apercibiera y, mucho menos, que no tratara de impedirlo.
Pero hay otro factor que nos parece importante para comprobar hasta qué punto están dispuestos a falsificar la historia para justificar sus provocaciones. Para comprobarlo basta seguir la historia un poco más adelante y examinar el atestado policial abierto para investigar el asesinato, que está en el Archivo Histórico Nacional, Causa General, Legajo 1710. Los trotskistas aseguran que el capitán Narwich y otro internacionalista, el alemán Lothar Marx, conocido como Joan, eran infiltrados del SIM en el POUM. Si esto fuera cierto, parece lógico pensar que la persecución policial se dirigiera contra esta organización...
No fue así; la policía republicana erró en sus pesquisas porque su información no era buena. Enfilaron la investigación contra los militantes de otro ínfimo grupúsculo trotskista autodenominado Sección Bolchevique-Leninista de España que dirigía Manuel Fernández Grandizo Martínez (alias G.Munis), varios de los cuales fueron detenidos. El grupúsculo SBLE, a diferencia del POUM, seguía al pie de la letra las orientaciones de Trotski y era aún más insignificante que éste.
La investigación fue dirigida por Julián Grimau. El 13 de febrero de 1938 la policía detuvo a Jaime Fernández Rodríguez y Luis Zanón cuando se disponían a visitar a Fernández Grandizo en su domicilio en el cuarto piso de la calle Valencia 308, donde tenía alquilada una habitación. Luego detuvo al mismo Munis y al resto de militantes de la SBLE, que permanecieron en la comisaría de la Puerta del Ángel número 24 desde el 13 de febrero hasta el 10 de marzo de 1938 acusados del asesinato del capitán Narwich. Al día siguiente pasaron a disposición judicial y luego ingresaron en prisión Fernández Grandizo, Adolfo Carlini, Jaime Fernández (a estos tres se les pedía pena de muerte), Teodoro Sanz, Víctor Ondik, Luis Zanón (que confesó) y Aage Kielso (que consiguió fugarse).
Fue un error. Los asesinos eran los pistoleros del POUM Lluis Puig, que falleció en 1939 preso en La Santé (París) de tuberculosis, y Albert Masó March (1918-2001), conocido como Albert Vega, Maille y Julio Gil. El hecho es hoy conocido porque Masó se jactó de ello siempre que tuvo ocasión. Había ingresado en enero de 1934 en las Juventudes del BOC y Josep Rovira lo integró en los Grupos de Acción del BOC, que luego lo fueron del POUM, interviniendo en el intento de golpe de Estado de mayo de 1937 en Barcelona. Dos meses después fue detenido e ingresó en la Prisión Modelo pero no por dicho motivo sino por pegar carteles del POUM contra el gobierno de Negrín. Si hubiera permaneciendo en la cárcel, el capitán Narwich no hubiera sido asesinado, pero Masó salió en libertad en noviembre del mismo año y siguió impunemente su carrera de pistolero. Se admitió su ingreso en la Escuela Militar y se le concedió el grado de teniente de la República contra la que se había levantado en armas y a uno de cuyos oficiales había asesinado. En febrero de 1939, cruzó la frontera y, una vez en Francia, se evadió del campo de Argelés donde recluyeron a los exiliados. Se dedicó a la delincuencia y a atracar bancos, por lo que fue detenido y encarcelado durante dos años, de 1939 a 1941, en La Santé. Pero como era un provocador, la policía vichysta le liberó, ingresando en la Fracción Francesa de la Izquierda Comunista a principios de 1944. Tras la guerra mundial sigue su carrera aventurera en diversas organizaciones ultraizquierdistas: en diciembre de 1945 asistió a la Conferencia del Partido Comunista Internacionalista (bordiguista), reunida en Turín; en mayo de 1950 se afilia al grupo Socialisme ou Barbarie (SB) de la mano, entre otros, de los intelectuales burgueses Castoriadis y Lyotard. En 1963 está en Pouvoir Ouvrier hasta su autodisolución en diciembre de 1969 y, tres años después, regresa al POUM.
Nadie ha rodado un documental sobre el heroico capitán Narwich, aquel joven idealista polaco que vino a luchar contra los fascistas a España y fue tiroteado por un par de pistoleros sin escrúpulos; no hay libros, no hay tesis doctorales, ni conferencias, ni películas...
El plan de asesinar a Negrín
Los archivos del SIPM (Servicio de Información y Policía Militar, el espionaje franquista), no se han abierto hasta muy recientemente. En Ávila el Archivo General Militar, Sección Cuartel General del Generalísimo, en el apartado referente al SIPM, existen dos documentos curiosos (c.2871/3 y la nota secreta R-291), numerados 27 y 32. El primero lleva fecha de 5 agosto de 1938. Es un nota que desde Irún envía Sanz Agero, del SIPM, al coronel José Ungría, su jefe. Contiene una propuesta del POUM de Barcelona ofreciéndose como pistoleros para asesinar al presidente del Gobierno Juan Negrín y al ministro de la Gobernación, Julián Zugazagoitia, a cambio de dinero y pasaportes para establecerse fuera de España.
El coronel Ungría aceptó gustoso la oferta de colaboración de los trotskistas. El plan consistía en atacar el vehículo oficial en el que iban juntos al salir de las reuniones del gobierno. Las armas las obtendrían del Ejército del Este, en el que el POUM decía contar con algunos militantes. La nota de Sanz Agero decía textualmente:
El Grupo Luis de Ocharán de Barcelona nos comunica lo siguiente: ‘Utilizando unos elementos del POUM, sería posible la realización de algún atentado contra Negrín o contra el ministro de Gobernación y posiblemente contra los dos, pues andan frecuentemente juntos’. Esto sería bajo la base de facilitarles medios que les permitieran salir a Francia y embarcarse para América como es su propósito. (Los elementos que tendrían que intervenir no han aceptado el ofrecimiento de facilitarles la entrada a la España Nacionalista.)
Estos individuos dicen que se podrían obtener las armas necesarias sustrayéndolas de un escuadrón de caballería del ejército del Este, y que todavía está influenciado por elementos del POUM.
Nos ruega el amigo Ocharán demos una contestación urgente para saber si interesa o no la proposición.
Las conclusiones que se desprenden de aquí son muy jugosas. Primero, es significativo que los trotskistas se hubieran ofrecido a quitarse definitivamente la máscara y cambiar de bando, pero que fueran los fascistas los que no aceptaran su llegada. Si los trotskistas querían pasarse a la España franquista es porque conocían de sobra que allí nada tenían que temer, porque previamente allí se les conocía como colaboradores. El ofrecimiento parte de ellos pero, como todos los renegados, tienen el problema de que ni los fascistas los quieren a su lado. Pero por su propia iniciativa, los militantes del POUM hubieran acabado combatiendo gustosos junto con los falangistas y requetés.
Cuando proponen este ofrecimiento, en agosto de 1938, la dirección del POUM estaba encarcelada, por lo que no cabe suponer que la traición trotskista sólo era conocida por los cabecillas de aquella organización, sino que los provocadores estaban por todas partes.
Además, puede sorprender que este tipo de contacto llegue desde Barcelona a través del otro extremo de los Pirineos. Para entender esto hay que tener en cuenta que a ambos lados del Bidasoa se había fraguado también la traición del PNV. Allí estuvo instalado el SIFNE, el Servicio de Información de la Frontera Noroeste, una de las primeras redes secretas que crearon los franquistas. Aunque tenía su sede en Irún, esta red de espionaje fue organizada y financiada por Francesc Cambó y su dirigente era José Bertrán y Musitu, el viejo dirigente del Somatén de Barcelona en los años del pistolerismo. Por tanto, una de la vías de contacto del POUM con los fascistas eran los militantes de la Lliga, alineados con Franco.
El coronel Ungría tardó dos días en responder a la oferta del POUM. No cabe duda de que él por sí no podía decidir en un tema de tanta repercusión para el desenlace de la guerra. El proyecto del POUM fue discutido en el Cuartel General por Franco y los más altos jerarcas fascistas, que eran quienes debían aprobarlo. La respuesta se cursó el 7 de agosto con la siguiente contestación a la oferta trotskista:
Se acepta la propuesta hecha en su informe A-Z013, pudiéndose ofrecer el pasaporte que solicitan y 100 (cien) dólares a cada uno de los que intervengan directamente en el asunto, haciendo presente que la aceptación es a base de que la operación tenga éxito, debiendo efectuarse precisamente contra Negrín y Álvarez del Vayo.
Como se observa, en plena guerra, fascistas y trotskistas sostenían una animada correspodenencia epistolar cuyo calificativo sólo puede tener un nombre, traición, con una recompensa, cien dólares, más bien pobre para dos asesinatos de mucha altura.
Es importante también retener el cambio de víctimas que proponían los fascistas. El POUM originalmente se había ofrecido para asesinar al ministro de la Gobernación, Julián Zugazagoitia. En su lugar, el SIPM propone eliminar al ministro de Asuntos Exteriores, Julio Álvarez del Vayo. Ambos son de la misma organización, el Partido Socialista Obrero Español. La cuidadosa elección no era ninguna casualidad. El presidente Negrín se había convertido en el principal abanderado de la resistencia al fascismo y su mayor valedor en el gabinete era precisamente Álvarez del Vayo. Por eso ambos debían ser asesinados al mismo tiempo. En cambio, Zugazagoitia era uno de aquellos que había desviado la atención acerca del golpe de Barcelona exigiendo que lo que había que investigar era la desaparición de Andrés Nin. Los fascistas no podían permitir la muerte de quienes prestaban tan útiles servicios. Cuando Zugazagoitia dejó de prestarles servicios, fue entregado por los vichystas y fusilado.
Lo que pretendían los fascistas y sus pistoleros poumistas era liquidar a los partidarios de la resistencia para instalar en su lugar a los liquidadores y, especialmente, a Indalecio Prieto con el fin de negociar la rendición republicana.
Por el momento en los archivos del SIPM no hay ningún otro documento que aporte más información sobre esta estrecha colaboración entre el POUM y los servicios secretos de Franco. Pero algo queda bien claro: no se trata de que hubiera habido infiltrados dentro del POUM sino que era el POUM lo que constituía una infiltración en sí misma.