Juan Francisco Cerón, en "Bardem regresa a la ciudad de provincias", en ‘Calle Mayor’, cincuenta años después [fragmento], ed. IVAC, 2007, escribió:“Calle menor”, así fue calificada "Nunca pasa nada" (1963) por algunos críticos y comentaristas cuando fue presentada en Venecia 1963 y cuando se estrenó en febrero de 1965 en España. Este chiste fácil servía para ridiculizar la película y para continuar extendiendo la especie de que Bardem era un autor plagiario… Ahora se le imputaba imitarse a sí mismo, señalando así una falta absoluta de ideas, el agotamiento creativo de un cineasta al que no lo quedase más remedio que repetir, con variaciones, éxitos anteriores. Esta incomprensión de la crítica, a mi juicio, es una de las causas que contribuye a explicar el desconcertante camino seguido posteriormente por el cineasta. En mi opinión, "Los inocentes" (1962), de la que también se hizo la pertinente comparación con "Muerte de un ciclista" (1955), marcaba un punto de inflexión en su filmografía, apuntando innovaciones que iban a dar magníficos frutos en "Nunca pasa nada". Se iniciaba así lo que podía haber sido una fértil etapa de su trayectoria que, sin embargo, quedó truncada.
Se han subrayado muchas veces los elementos comunes entre esta película y "Calle Mayor". Y es cierto. No puede ser de otro modo cuando el director ha elegido el mismo medio provinciano para situar su historia y cuando se trata de volver a denunciar el inmovilismo, la falta de horizontes y el peso de las convenciones en una sociedad encerrada en sí misma, como trasunto de una situación que afecta a un país entero. Siendo así, la literatura y cierto cine sobre la ciudad de provincias gravitan sobre ambas películas. De este modo, la descripción que se nos hace del medio recurre a una cierta estilización, fruto de la selección intencionada de personajes, espacios y situaciones. Esto da como resultado una serie de rasgos comunes en las películas, pero que se inserten en una tradición cultural nacional fecunda en ningún caso permite hablar de mera repetición. Eso sería tan absurdo como descalificar películas por el mero hecho de pertenecer a un mismo género, con la consiguiente reiteración de elementos iconográficos o narrativos. Es más: ni ambas historias nos cuentan exactamente lo mismo ni el cine de Bardem había dejado de evolucionar.
En cuanto a las semejanzas, cabe decir que ambas películas inciden sobreel protagonismo de la clase media, que es la que se entiende que impone su impronta en la vida provinciana, mientras que apenas hay referencias a personajes de clase social inferior (5). Más en particular, comprobamos que no falta, como personaje característico, el visitante que le sirve al autor como portavoz de una perspectiva crítica favorecida por su condición de persona ajena a la ciudad. En cuanto a los elementos ambientales, no falta la presencia de la Iglesia, pero su incidencia se subraya mucho menos que en "Calle Mayor". También aparecen la pensión, las calles porticadas, la alusión a los prostíbulos o el casino como lugar reservado para el género masculino. Como quiera que la ciudad provinciana se considera un lugar donde los personajes son condicionados por la presión ambiental, tampoco falta el uso de los alrededores como único lugar donde se puede alcanzar la intimidad. En "Nunca pasa nada", sólo en elcampo vemos a un Enrique más humano y vulnerable con Jacqueline; sólo en un castillo abandonado se besarán Juan y la actriz.
También coinciden ambas películas en la ambientación otoño – invernal, típica del género y propia del tono melancólico que le es inherente.
Estas coincidencias, sin embargo, no anulan el hecho de que Nunca pasanada viene a desarrollar algunas posibilidades argumentales que tan sólo estaban apuntadas en su predecesora. Si la soltería, como estigma social para la mujer, centraba "Calle Mayor", ahora es el matrimonio provinciano de clase media, su vulgaridad, sus frustraciones, su esterilidad, lo que más interesa a Bardem. El espectador, tan desazonadopor el final de la película de 1956 –hay quien hubiera querido un castigo ejemplar para Juan / José Suárez-, quizás hubiese imaginado, con ingenuidad, que el matrimonio de los protagonistas equivalía a un final feliz. Además de que eso hubiera sido algo completamente ajeno a la lógica de "Calle Mayor" (y, de hecho, el propio Bardem descartó la secuencia en que un Juan enamorado pedía perdón a Isabel y era rechazado), en ningún caso cabe tal interpretación. Una Isabel casada no habría sido dichosa: su destino hubiera sido el de la Julia de "Nunca pasa nada". De hecho, puede decirse que este tipo de personaje ya estaba presente, muy en segundo término y de manera fugaz, en "Calle Mayor"; nos referimos a las esposas de los gamberros casados. Su única aparición, nada enfatizada pero muy eficaz, es para verlas cogidas del brazo de sus maridos cuando salen de la misa dominical, pero con el recuerdo muy vivo en los espectadores de que, tan sólo unos minutos antes, ellos gritaban y bailaban borrachos en un prostíbulo. La hipocresía y miseria de este tipo de matrimonios quedaban allí apuntadas y Bardem las desarrolló en "Nunca pasa nada". El momento más representativo a este respecto es cuando Julia conoce que Enrique ha convertido a Jacqueline en su amante…
Más importante que constatar las diferencias argumentales es verificar hasta qué punto "Nunca pasa nada" representa una evolución en el cine de Bardem. Es verdad que mantiene el uso de un recurso muy característico de buena parte de su cine como es el corte directo y abrupto, iniciado con
"Muerte de un ciclista" y tantas veces utilizado después (aunque no tan sistemáticamente). Como en esa película y en "Los inocentes" sirve para poner en contacto, con evidente contraste, dos situaciones muy distintas (pero aquí no relaciona las clases sociales sino la oscuridad del hogar del matrimonio con la vida que hay afuera). No obstante, el director renuncia a dos recursos sumamente artificiales como son el falso
raccord de miradas o gestos entre segmentos distintos y al encadenado sonoro, omnipresente en su obra anterior: elementos que suturaban la intensa discontinuidad espacio-temporal sobreponiendo la intención ideológica por encima de cualquier otra consideración.
En realidad, la película está construida de otro modo bien distinto, buscando la continuidad espacio-temporal. Para ello hace un uso casi sistemático del plano secuencia, a veces de muy larga duración, más que en "Los inocentes" que es donde empezó a trabajarlo. Esta opción formal está estrechamente relacionada con el uso del scope en ambas películas: para Bardem era un recurso que le permitía dar a la vez los personajes y el medio al que pertenecen, y siempre se lamentó de no haberlo utilizado antes en "La venganza" por las características tan propicias del paisaje (como también lo eran el mar protagonista de "Los inocentes" o la planicie castellana en "Nunca pasa nada"). Algunos críticos achacaron esta manera de rodar a una simple servidumbre técnica. Aunque es evidente que la estética de la película está en relación con el formato, esto no anula el hecho de que Bardem hace un uso reflexivo de la técnica, indagando sobre las posibilidades que ofrece.
Otra diferencia con "Calle Mayor" (y ligada a ésta) es que desaparecen los planos cargados de significación poética mediante el uso de una rica iconografía simbólica: el vestido que miraba Isabel antes del baile que quedaba colocado, inútil, finalmente sobre el maniquí [6]; la luz que se apagaba en la lámpara del salón cuando su sueño quedaba destrozado; las entradas de cine como metáforas de su primera cita y su entrada en la vida, etc. A estos elementos, tan magistralmente utilizados, Bardem renuncia en "Nunca pasa nada", película más fluida, más física, a lo que contribuye poderosamente el plano secuencia, la renuncia al falso raccord y el abandono de los encadenados sonoros.
En lógica correspondencia con todo esto, Bardem construye personajes más ricos psicológicamente que muchos de los de su cine anterior, frente al rígido esquematismo de "La venganza" o de
"A las cinco de la tarde", y que había empezado a matizar en "Los inocentes". Ahora los actores se mueven en muchos planos en tiempo real, de tirón, creciendo como personajes a la vista del espectador. Esta renuncia al esquematismo se manifiesta en la desaparición de los discursos y las moralejas, de los personajes conciencia que exponen la almendra ideológica del director o de los héroes positivos importados directamente del cine épico del realismo socialista. En suma, hay menos didactismo: Jacqueline es el equivalente al Federico de "Calle Mayor", pero no hay perorata alguna.
Estos cambios no son de extrañar en un cineasta que ha reflexionado constantemente sobre la adecuación entre los fines que pretendía (inseparablemente políticos y cinematográficos) y los medios que disponía para conseguirlo. La fortuna no le acompañó en empeños tan ambiciosos como
Sonatas o
La venganza, pero el fin era el mismo: un cine realista, nacional y popular, intentando vencer la resistencia del medio y las múltiples contradicciones contenidas en su propia manera de ver el cine.
Sea como fuera, de lo que no cabe duda es de que
Nunca pasa nada,por mucho que incida en el tema de la ciudad de provincias, es una película sustancialmente distinta a las anteriores, un intento de ensayar una vía cinematográfica diferente tras años de desorientación y filmes fallidos en mayor o menor grado. Esta vía no cuajó, en parte por la mala acogida del público y la crítica, y el director entró en crisis. Este hecho, junto a las crecientes dificultades con la administración, los perjuicios ocasionados por la operación NCE y las propias contradicciones de su cine explican el desconcertante rumbo tomado por Bardem en los años posteriores. Pero pudo ser distinto, y
Nunca pasa nada lo demuestra con creces.