He visto en cine la recientemente estrenada película “Facción del Ejército Rojo” –"The Baader-Meinhof Complex" en su título original, como si tratase de un complejo residencial… o de una enfermedad -. No puedo menos que suscribir el
comentario de las gentes de “Diez mil”.
Todo ha sido resultado del testimonio de un compañero de Ulrike Meinhof en la redacción de Konkret, Stefan Aust. En la actualidad, es periodista del Spiegel, ha triunfado con las ventas de la versión literaria de aquellos acontecimientos, toda vez que ha realizado varios documentales también sobre este mismo tema que finalmente ha sido llevado al cine. En resumen, es el autor de esta versión oficial, que revisita la historia a ritmo de película de acción. En la película se encuentran reunidos, esta vez en clave de ficción, todos los estereotipos a los que han querido reducir con el paso del tiempo al movimiento. En ella encontramos la idea romántica de Bonnie and Clyde; se presenta a la Meinhof como una depresiva que se une a esta espiral por motivos afectivos; de forma casual se ve atrapada y sin salida, aislada por sus compañeros más que por el sistema de tortura carcelario; todo a fin de explicar, a toro pasado, el dramático final; se recurre a presentar la escalada como producto de un Baader, chulito y visceral macho entre feministas; y como resultado de un choque generacional se termina justificando la situación carcelaria actual. Etc...
Aun así, me gustaría añadir algunas observaciones
El director de la película, Uli Edel, ya pretendió castigarnos hace unos años a las gentes descarriadas con
Última Parada: Brooklyn, una estomagante pijada insigne, trufada de referencias al pecado y la redención, en la que se asociaba protesta con excitación sexual, excitación sexual con putrefacción y engaño, putrefacción y engaño con ruptura o degradación familiar.
Tan acomplejada visión del mundo, buena sólo para gente atemorizada de sí, se repite en la versión de (parte de) la historia de la RAF. ¿Qué sentido tiene, si no, asociar el comienzo de la radicalización de Ulrike Meinhof con el que padezca una infidelidad de parte de personas con las que comparte playa nudista? Todas las bañistas, por cierto, lozanísimas, para hacer más placentero el escándalo del espectador ante el escenario del Pecado Original. Y esto es sólo el principio de una serie de rimas que puntuan la película, rimas entre sexo y excitación militante irracional. ¿A santo de qué viene tanta delectación en recordarnos que lo primero que hace un militante de la RAF cuando sale de la cárcel es buscar con quien “follar”, aunque sea con un desconocido? –y no, por ejemplo, que lo primero que hace un policía, etc.-¿A santo de qué mostrar que los conflictos internos son una forma de decidir quién pasa la noche con quién? La historia de la Fracción del Ejército Rojo se presenta como la historia de una degradante bacanal que, entre sus efectos, tiene el de arrastrar a los hijos de los militantes como daños colaterales.
La visión negativa hacia los militantes de la RAF no se da respecto a los militantes palestinos que aparecen en la película. Pero en este contexto, no queda claro si se simpatiza con ellos por militantes o por integristas, escandalizados por la impureza occidental y su promiscuidad. Resulta curioso que en la película los palestinos no sólo no se dejan embaucar por una manipulación de los lideres de la RAF destinada a eliminar a uno de sus militantes, que deserta en favor del núcleo familiar; a mayores, dedican su tiempo a salvar a ese ex-militante de la RAF, ayudándole además a rescatar a su familia. Quizás Edel, con sus moralinas, sea otro caso de esa afinidad entre integrismos denunciada por, con perdón,
Fernando Vallejo en "La puta de Babilonia".
La
crítica de la película en Gara ha recordado que los términos en que se muestra la brutalidad policial al principio de la película son elocuentes. Cierto. Pero sólo para mostrar en los mismos términos la brutalidad de los atentados, dando a entender que todo es lo mismo. La violencia no se explica, sino que se asocia a todos los bandos en sus aspectos desagradables, que producen rechazo visceral. Después de mostrar cómo la policía se emplea para reprimir una protesta de izquierda, se nos muestra que emplea la misma brutalidad para detener a quien atentó contra Rudi Dutschke (por cierto, un enloquecido, nada de complicidad con aparatos de poder). En la primera secuencia en que se ve a miembros de la RAF produciendo bajas policiales –el rescate de Andreas Baader- se repiten por parte de los miembros de la RAF los gestos y palabras que se cruzan los policías durante la muerte del estudiante Benno Ohnesorg, todo parece fruto de la confusión. Esto no es neutralidad, esto es jugar al despiste bajo apariencia de neutralidad y usar imágenes sanguinarias como el calamar utiliza su tinta.
Edel, que tanto se escandaliza con la promiscuidad de los sesenta, podría reservar su moral para su propio trabajo y evitar trucos tramposos de montaje. Mientras Ulrike Meinhof, antes de pasar a la clandestinidad, lee a unos invitados un artículo donde denuncia la vida acomodada del Sha de Irán, Medel inserta un plano general de la casa de Ulrike Meinhof, casa propia de alguien acomodado. Cada vez que se oye en off la lectura de un comunicado de reivindicación de un atentado de la RAF, Medel muestra imágenes que desmienten el comunicado –si en banda sonora la RAF afirma que una empresa, tras aviso de bomba, no se desalojó para no interrumpir el ritmo de explotación laboral, en imagen vemos una reconstrucción de “los hechos” que muestra que el no desalojo se debe a la casualidad-. A lo peor es cierto que existía ese desacople entre la versión de la RAF y la realidad: pero lo que cuenta aquí es que el lenguaje de la película es un lenguaje publicitario, el uso de estas técnicas por el director muestra que estamos ante un spot publicitario anti-RAF, con las mismas técnicas de contraste entre euforia ilusionada y realidad deprimente que los audiovisuales de las campañas contra la droga (“te crees muy listo, pero…. ten cabeza, rebelde, no esnifes guerrilla urbana”). [P.S.: La película luciría muy mona como introducción a un debate institucional destinado a convencer a los estudiantes del Estado español de que no han entendido el "significado profundo"del Plan Bolonia de reforma universitaria, y que deberían dejar de protestar contra el mismo].
Dado que al mostrar actos de violencia a Edel le gusta jugar a la equiparación, podría haber utilizado también estos contrastes ‘manifiesto-realidad’ con el otro bando. Así, cuando el secuestrado Schleyer habla de que él no ha sido más que un servidor del estado, podría haber mostrado imágenes de su pasado nazi. Pero este pasado ni se menciona en la película. [P.S. También sería interesante mostrar al ex-simpatizante de la RAF Joschka Fischer, contrastando alguna imagen suya de euforia ante un atentado de la RAF con imágenes de su posterior carrera como ministro "verde" de asuntos exteriores aleman, eufórico por los bombardeos de la OTAN sobre Serbia...].
Las secuencias dedicadas a la RAF se montan en paralelo con secuencias que transcurren en el despacho de un responsable de servicios secretos ‘listo’ –interpretado con Bruno Ganz-, que repite con palabras lo que la película dice con imágenes: sabe que las razones de la existencia de guerrilla urbana en Alemania son subjetivas, psicológicas –no objetivas, como en países del tercer mundo- y en cualquier caso insiste en usar medidas racionales, dirigidas a las causas, y no sólo policiales, contra los efectos. Le importa evitar los excesos de los policías ‘tontos’, que al ser revanchista favorecen una espiral de venganza y hacen creer a la RAF que su discurso es real. La película insiste en que la guerrilla urbana es una alucinación de burgueses y gente lumpen, aunque no se digna a mostrar la vida cotidiana de un obrero, o de la esposa de un obrero. Terminando en 1978, cuando la mayoría de las acciones de la RAF pretendían tener un significado de solidaridad con las víctimas de la violencia en el “tercer mundo”, se nos escamotea que la RAF realizó en los noventa
acciones contra los responsables del saqueo a la economía de la República Democrática Alemana. Dado que la película va de balance histórico, habría sido interesante contrastar los ‘manifiestos’ del agente listo sobre la inexistencia de razones objetivas para la rebelión con escenas del desmantelamiento de la Alemania socialista.
El anti-imperialismo de los miembros de la RAF no se muestra como un resultado del estudio y la reflexión, sino como una reacción a las imágenes de violencia en Oriente que ven por televisión: el rechazo al imperialismo es una reacción ante desagradables imágenes de violencia, la misma que el director parece esperar que se produzca en el espectador ante las imágenes de violencia de la RAF.
Uno de los puntos más polémicos de la película –en el que el papel de Bruno Ganz toma un peso importante- es la insistencia en la versión oficial de las muertes de militantes de la RAF en la prisión de Stammheim: suicidio, no asesinato. Marginalmente, parece que como mártires voluntarios los miembros de la RAF merecen más respeto en la película (volvemos a los fundamentalismos: la agonía de Holger Meins recuerda a la de Cristo, su aspecto evoca a un manifestante que aparece al principio de la película con los brazos en cruz, llorando por tantas muertes);
contra la violencia, menos atentados y más huelgas de hambre a muerte, parece decirnos Edel. En sí, no me parece una tesis desdeñable, pero sí me lo parece en un contexto de exculpación del Estado con argumentos que no son buenos ni para niños chicos, dando a entender que los encarcelados gozaban de unas libertades descomunales.
Como argumento contra la RAF y como promotora de desmemoria histórica, la película no me merece ningún respeto: sus banales y manipuladoras técnicas de lenguaje publicitario sólo son aptas para convencidos. El problema lo veo en que el éxito de la película es un elocuente síntoma de que los convencidos y convencidas, presos ellos y ellas en una orgía de arrepentimiento y lujuriosa renuncia a la rebelión, son muchos.
Evidentemente, no podemos esperar una película comercial que se posicione a favor de la RAF o que analice su trayectoria rigurosamente. Pero si el usuario de Rebeldemule busca una película comercial que trate el tema con cierto respeto, sin ocultar sus ambigüedades y sin insultar su inteligencia, le recomiendo
"Stammheim", de Reinhard Hauff, que anda por ahí arriba.
Nota personal: No todo ha sido una tarde perdida viendo esta película, me ha hecho recordar que hace veintitrés años que compré y empecé a leer las
Opiniones de un payaso de Heinrich Böll, y por esas cosas que pasan, todavía no he terminado el libro –una gran sátira de la hipocresía burguesa en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial-. Nunca es tarde si la dicha es buena y le sirve a uno de cámara de descompresión tras bucear en una película de mierda.