Trenes rigurosamente vigilados (Jirí Menzel, 1966) : Filmoteca de ficción

Trenes rigurosamente vigilados
Ostře sledované vlaky
Jirí Menzel (Checoslovaquia, 1966) [91 min]

(wikipedia | filmaffinity)

Sinopsis:

[propia]

Kostomlat

Checoslovaquia ocupada

II Guerra Mundial

Comentario personal:

sesentayochismo

Zedníček, el concejal colaboracionista, en el guion, escribió:
Deben firmar esta declaración, según la cuál afirman ser conscientes de que, si alguien no cumpliera con sus deberes en esta estación, sería condenado a diez años de cárcel. Y, en determinadas circunstancias, la pena sería de muerte. La situación lo exige. Por un puñado de checos chovinistas que quieren volver atrás la Historia. Pero los buenos designios del Führer siempre acompañan a los buenos checos, que tenemos fe en él y creemos en la Providencia, que nos asiste.

Zedníček, el concejal colaboracionista, en el guion, escribió:
Jóvenes de la más noble sangre europea acuden al frente a combatir por la paz. ¡Arriesgando sus propias vidas! ¡Muriendo! ¿Y aquí, cuál es su gratitud al Reich? Uno sella el trasero de su telegrafista. Y otro, por una chica, intenta suicidarse.

Marc, en @libroscinecómic, el 25 de febrero de 2018, escribió:La Nueva Ola checoslovaca es maravillosa. Aquí, aprovecha la plasmación de la vida bajo la ocupación nazi para una crítica, repleta de simbolismo y sociología, de la ruptura generacional que se avecinaba, abarcando muchos temas en poco espacio.

Paula Castillejos, en "El muchacho que miraba pasar los trenes (y las mujeres)", en Diagonal, el 12 de junio de 2008, escribió:El día a día de una pequeña estación de tren centra el argumento de la película de Menzel.

En 1965 el escritor checo Bohumil Hrabal publicaba, con casi cincuenta años, su primera novela –una pequeña maravilla de apenas cien páginas– titulada Trenes rigurosamente vigilados. Unos meses después, junto a su amigo y director de cine Jirí Menzel, preparó una adaptación cinematográfica que en 1967 obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera y que, unos cuantos años más tarde, se convirtió en un título fundamental de la nueva ola checoslovaca.

La película, situada históricamente al final de la Segunda Guerra Mundial, con los alemanes en retirada, cuenta el día a día de una pequeña estación de ferrocarril en la que los empleados tienen que dar paso a trenes que transportan tropas y munición en una dirección y muertos y heridos en la otra. Sobre ese telón de fondo, que en cierto modo no es más que una excusa narrativa, pues apenas se habla de la contienda, se nos hace partícipes de la cotidianidad más absoluta de unos empleados que parecen vivir al margen del conflicto bélico. Podría decirse que el verdadero argumento de la película es el despertar sexual de un adolescente y también, como nunca se cansó de repetir Nabokov, la extremada importancia de los pequeños detalles a la hora de construir una historia. Y esos pequeños detalles, auténticos protagonistas del film, son los que sujetan el avance de las secuencias igual que sujetan la biografía de muchas personas anónimas: así, por ejemplo, tenemos noticia de un empleado enamorado del sonido de las campanas de una iglesia cercana, de un hombre al que le gusta compartir su cuerpo con mujeres hermosas en una película en la que, en no pocas ocasiones, son ellas las que toman la iniciativa, de un abuelo convencido de que mediante la hipnosis pueden detenerse los tanques, de la inexperiencia de un muchacho tremendamente sensible que llega a intentar suicidarse por desconocer ciertos secretos de las leyes del deseo, del hábito de silbar del jefe de la estación, del sonido intermitente del telégrafo, del traqueteo acompasado de los trenes al cruzar frente al guardagujas, de las fotografías que decoran las paredes de las distintas oficinas, de las bocanadas de humo que despiden las locomotoras, de la belleza geométrica de los vagones, del blanco caer de los copos de nieve los días de invierno, del lento avanzar de los relojes del andén...

Como puede adivinarse, la película, filmada en un blanco y negro admirable, impregnada por una libertaria irreverencia naïf y acompañada de una banda sonora que en muchos momentos recuerda a las composiciones del Nino Rota más melancólico, es un claro ejemplo de historia mínima repleta de poesía y de un marcado erotismo que no necesita de una suma considerable de dinero o de una puesta en escena llena de alardes técnicos, sino tan sólo de una mirada en estado de gracia para emocionarnos. En su falta de pretensiones nos recuerda la grandeza de películas, en apariencia tan sencillas, como "Un día de campo", "Caro diario" o "Smoke".

Al final de su metraje, para darle un poco de densidad al guión y un punto de heroísmo a sus entrañables personajes, algunos de ellos entran en contacto con la Resistencia, pasan a la acción directa y vuelan un tren ‘rigurosamente vigilado’, convirtiéndose así en héroes anónimos que, en la medida de sus posibilidades, tratan de cambiar el rumbo de la guerra y terminar con la humillante ocupación de la Alemania nacionalsocialista.