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Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, 2019)

Corto, medio, largo, serie, miniserie (no importa el formato)... en televisión, cine, internet, radio (no importa el medio).
Mientras dure la guerra
Alejandro Amenábar (España, 2019) [107 min]

Portada
IMDb
(wikipedia | filmaffinity)


Sinopsis:

    [fuente] El venerado escritor y rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno (Karra Elejalde), hace una vida normal tras el estallido de la Guerra Civil, el 18 de julio de 1936: toma café con sus amigos y departe sobre la actualidad política del momento. Como consecuencia de su apoyo al golpe militar (Unamuno donó la cantidad de 5.000 pesetas al movimiento sublevado), el Gobierno de la República lo cesa como rector vitalicio de la Universidad salmantina. Mientras avanzan las tropas sublevadas y se establece una Junta de Defensa Nacional encabezada por el general Cabanellas que devuelve el título de rector vitalicio al viejo profesor bilbaíno, aparece un nuevo personaje en la pantalla que poco a poco va a ganar protagonismo, Francisco Franco, rodeado por una cohorte de familiares y arribistas, como el general Millán-Astray. Mientras tanto el bando sublevado consigue el control de Castilla y León y establece su sede en Salamanca. Pronto la Junta Nacional debatirá sobre la necesidad de un mando único y la figura del general Franco se va perfilando como la del elegido.

Comentario político:

    En la línea de lo comentado más abajo por el compañero González Duro. Políticamente, la mejor película de la guerra, por goleada. Reconociendo que la filmografía (de ficción) española del asunto da bastante vergüenza. Si juntáramos todo el metraje no saldrían dos horas de política en toda ella. Por el contrario, en esta película todo está cargado de significado, a través de la relación entre militares e intelectuales: el ascenso pícaro de Franco, el descenso a la irrelevancia de Unamuno, que no se redime hasta que toma posición. De las clases obreras, nada; habrá que esperar cien años a que una producción de alta costura nos cuente sin complejos su protagonismo en este proceso (la de Loach carece de elegancia).

Ficha técnica


Reparto:


Premios:

    2019: Premios Goya: 17 nominaciones, incluyendo mejor película y director.
    2019: Festival de San Sebastián: Sección oficial.
    2019: Premios Feroz: 4 nominaciones, incluyendo mejor actor y actor de reparto.
    2019: Premios Forqué: 2 nominaciones, a mejor película y actor (Elejalde).
    2019: Premios Gaudí: Nominada a mejor actor (Elejalde) y actor sec. (Fernández)

Idioma original: Castellano, inglés, alemán.





Secuencias






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Nota Dom Dic 08, 2019 12:46 am
Reseñas breves / abreviadas

Amador Fernández-Savater, en facebook, el 13 de octubre de 2019, escribió:He visto la peli de Amenábar olvidándome de las opiniones del director sobre la actualidad política (no fue difícil...) y de las exigencias de rigor histórico. Como una peli sobre un intelectual que lentamente, muy lentamente, empieza a dejarse afectar por la realidad y a dejar caer las ideas que le mantienen ciego e idiota. Deja de ideologizar y discutir, empieza a escuchar y pensar. Le afectan no sólo los amigos y conocidos que desaparecen secuestrados, sino también la fealdad suprema del bando nacional. Lo que el franquismo le hace al pensamiento y sobre todo a la lengua. ¡En el discurso del Paraninfo se rebela en nombre del castellano! Justamente contra el militar que concentra toda la fealdad y la brutalidad de ese mundo en su cuerpo mutilado.

La sola razón le hace ciego e idiota, los afectos le conectan con lo que pasa y le cambian (y es gracias a las mujeres que le rodean que algo le toca). Los afectos, no las emociones, las emociones nos clavan a una identidad (la escena del himno o la bandera...). Me quedo con eso. Y con la interrupción, la famosa interrupción del acto en el Paraninfo, obra maestra en materia de interrupciones. Hay que interrumpir mucho más.

Enrique González Duro, en facebook, el 14 de noviembre de 2019, escribió:"Mientras dure la guerra" -excelente título- de Alejandro Amenábar y sin duda la mejor película sobre la guerra civil española. Medida, ajustada al principal tema que relata, y con la distancia brechtiana para reflejar una realidad verídica, convincente y bien contenida emotivamente. Lo que plantea, además, tiene "casualmente" rabiosa actualidad.

Fernando Broncano, en facebook, el 15 de octubre de 2019, escribió:Fui este fin de semana un poco arrastrado a ver "Mientras dure la guerra", básicamente porque no había visto críticas radicalmente en contra y porque era mi ciudad y algún familiar estaba de extra. Amenábar, Amenábar, moro de la morería, el día que tú naciste, grandes señales había. Así la vi. Como un romance de la pérdida, de la insatisfacción, del fracaso de un estado. Amenábar es un buen artesano, que no te alegra el alma con innovaciones formales, pero que no tiene fallos de principiante o serie B. La película discurre en un equilibrio entre la historia y el relato, entre las partes y la idea de la tercera España que se ha impuesto desde la Transición, pero en las entretelas desvela lo que me parece más interesante de la película: la impunidad de las élites. Unamuno dona 5.000 pesetas al Alzamiento y luego se niega a aceptar las contradicciones en las que incurre (el mundo se equivoca, no yo). El Unamuno del relato quiere enseñarnos a todos a escribir en castellano pero no a pensar con rigor. El Unamuno de la peli quiere presentarse como un ser humano que salva sus errores como parte de la élite de la tercera España, como si no hubiese incurrido en lo que Hannah Arendt llamó "falta de juicio" acusando a los intelectuales de su generación. En esto Amenábar acierta. El personaje es complejo, inteligente (no lo sería si no fuese parte de la élite de la España republicana), pero también un ser acomodaticio al momento.

En unos días hablaré en el Círculo de Bellas Artes con amigos de y sobre las élites españolas. En mi intervención estará la sombra de Unamuno hablando de su mujer como "mi costumbre", haciendo daño a su hija porque es un espejo de sus contradicciones, también siendo valiente hablándole al tuerto que proclama la muerte. Es la tragedia: la función intelectual es dar coherencia a la sociedad, construir ideológicamente el sentido común, y eso, tantas veces, se hace con impunidad. Su corazón (órgano) le pidió las responsabilidades que su Salamanca derrotada era incapaz de pedirle.

Sin Karra Ekejalde esta película no habría funcionado, seguro.

Monse Ac, en facebook, el 12 de octubre de 2019, escribió:Está claro que "Mientras dure la guerra" gusta y que está llenando los cines. Eso está bien, porque es un repaso histórico y biográfico de Unamuno. El asesor ha sido el historiador Julián Casanova y por tanto, bien documentada. Los personajes de Franco, Sanjurjo y Millán-Astray están perfectamente caracterizados. Unamuno también, pero un poco más histriónico. Las mujeres me parecen muy impostadas, poco naturales... en fin, prefiero leer a Unamuno que verlo en esta peli. Pero hay que reconocer que hacer un retrato de un personaje tan contradictorio como Unamuno no es nada fácil. Era republicano, era socialista, era liberal, era cristiano... Un individuo tan perspicaz, tan agudo, que por su decepción con la República, con ceguera inexplicable, apoya incluso económicamente a los sublevados del 1936 hasta que reconoce su error: "Qué cándido y qué ligero anduve al adherirme al movimiento de Franco".

Es una película de psicología de personajes más que de la Guerra Civil. También es verdad que en el 36, en Salamanca, no hubo batallas ni trincheras... porque el Golpe triunfó sin casi resistencia. Sólo hay un plan represivo, que eso sí se refleja en la película, y que hará tomar conciencia a Unamuno, cuando los represaliados son personas de su entorno. Ambientada en interiores donde los personajes dialogan o discuten, y con sus gestos, silencios y miradas nos dan la medida de su psicología. Tiene muchos elementos melodramáticos, muy recalcados por la banda sonora, que se hace muy presente y condiciona la emocionalidad, para mi gusto, de forma muy primaria.

Juan Irigoyen, en twitter, el 16 de octubre de 2019, escribió:Esta imagen real de esos días ayuda a comprender la veracidad de la peli de Amenábar. Rostros terribles, gestos pavorosos, exaltación del exterminio al enemigo, orgía de violencia. El ejército colonial en su apogeo.


Pepe Gutiérrez-Álvarez, en "Millán-Astray no pasará", en facebook, el 23 de septiembre de 2019, escribió:No parece que la bribonada legionaria contra la película (excelente, según la crítica) de Alejandro Amenábar “Mientras dure la guerra”, prosperará. Por más que haya que matizar los detalles históricos, lo cierto es que Unamuno y Millán-Astray representan dos Españas antagónicas. Pasarán las décadas, los siglos (si la juventud que crece no lo impide) y, mientras Unamuno seguirá siendo uno de los grandes personajes del 98, Millán-Astray lo seguirá siendo de lo peor que haya dado el género humano. La cuestión va a ser así de clara y no lo podrán impedir. El Festival de Donostia ha dejado claro con rotundidad que la verdad, la justicia y la reparación siguen avanzado en nuestra conciencia con esta película y con “El frente infinito”, que trata de una horripilante historia inherente a la peste franquista.

Aunque ministros peperos canten la canción de Millán-Astray, y la señora Calvo se quite el sombrero como una dama de la Sección Femenina, el asunto es que desde el antifranquismo sabemos el significado de Legión y algunos hasta somos testigos de estampas bochornosas; no estaría de más que se publicara un buen resumen de su papel en la guerra colonial, de su actuación como parte de la “columna de la muerte” y cómo el franquismo empleó a mucha gente desesperada y sin salida como parte de sus fanfarrias militaristas…

Lejos quedan los tiempos en los que el cine “nacional” se permitía realizar películas de reafirmación franquista. Se sitúan dos exaltaciones legionarias, "Novios de la muerte" (1975) y, al año siguiente, "A la legión le gustan las mujeres (...y a las mujeres, les gusta la legión)", comedia de inequívoco cariz machista y militarista ambientada en una guerra civil de charanga y pandereta. La escribió Rafael García Serrano en base al argumento de Rafael J. Salvia (su mejor trabajo fue el de "Atraco a las tres"), y cuenta las vicisitudes de una partida de legionarios que cruzan las líneas enemigas para arrebatarles la novia de su alférez a un grupo de impresentables brigadistas internacionales que –claro está- ni tan siquiera eran españoles. Despreciada por la crítica, tuvo un abogado defensor en el teniente coronel Fernández, que escribe en su Diccionario del cine bélico sobre la citada exaltación legionaria: “Se aprecia un tono de respeto hacia el conflicto (…) suprimiendo el odio y el furor político. Es, en definitiva, uno de los primeros intentos de superar de forma jocosa los sentimientos contrapuestos que hasta hace poco primaban”.

Lo que no nos podíamos imaginar es ver a unos señores ministros cantar que son “novios de la muerte” (de los otros, claro), ni que volverían con sus montajes escénicos y, mucho menos, que, encima de todo, aparecieran como componente de la inenarrable Real Academia de la Historia, exigiendo veracidad; que traten de enmendarle la plana a un cineasta de prestigio internacional como Alejandro Amenábar y adapte su guión sobre el legendario enfrentamiento entre don Miguel de Unamuno y el siniestro Millán-Astray, con la misma gallardía que no hace tanto huestes parecidas aseguraban que la destrucción de Guernica… había sido obra de los propios republicanos. Las victorias militares ofrecen muchas prebendas y ventajas, pero en este caso la palabra más adecuada es esperpento. Pero también podríamos hablar de basura histórica y moral.

Pepe Gutiérrez-Álvarez, en "Dos Españas: la de Unamuno y la de Millán-Astray", en facebook, el 28 de octubre de 2019, escribió:Como es sabido, desde el arte, la literatura o el cine, cualquier ficción que aborda los hechos del pasado suele esconder una lectura en presente riguroso. Eso lo aclaró Amenábar a quien quiera oírlo. De hecho, en este película le ha interesado el célebre (y en el fondo, como todo suceso retorcido por la propaganda, mal conocido tal como fue) enfrentamiento entre Miguel de Unamuno (impresionante Karra Elajalde) y el general Millán-Astray (un Eduard Fernández, como siempre, soberbio) en la Universidad de Salamanca, porque le sirve para constatar que hay una España que se somete al brazo armado de la oligarquía, y hay otra que no. La exigencia del rigor histórico aquí se demuestra en un enfoque central: las contradicciones del último Unamuno le habían llevado a la ignominia y a un callejón sin salida. Desde el primer momento la trama es dolorosa. Aquí comienza cuando el ejército que había mimado la monarquía como medio de contrarrestar su pérdida de base social, ocupa la Plaza Mayor de Salamanca, y pronto comienzan a escucharse sus argumentos: los disparos que acompañan a la trama. Situado ya fuera de una historia (la de la República) que le había sobrepasado, a Unamuno, como a la mayoría de su deslumbrante generación, le aparece ahora por esa gente trabajadora que se atreve a protestar, a gritar y a la que vemos fusilada entre la maleza.

El protagonista es el autor de Del sentimiento trágico de la vida, el pensador paradójico que fue uno de los primeros españoles en leer a Marx y que, en otra película hermana, “La isla del viento” (Manuel Menchón, 2015), se peleó con la monarquía –corrupta sobre todo en su ámbito armado-, y que toma partido por los oprimidos en su destierro canario… Este es ya otro Unamuno. Un viejo conservador muy pagado de sí mismo, un señor ya de vuelta que pasea y discute con un profesor socialista y con un capellán protestante que acaban como su amigo el alcalde de Salamanca: ante el pelotón de fusilamiento. En este trance se encuentra con Millán-Astray, con Franco y señora que mantienen las buenas costumbres y que creen que ellos lo hacen mejor porque permiten a los fusilados poder confesarse para ganarse el cielo. De ahí que lo convoque para situarlo en el centro del huracán: con sus vistosas, a menudo chocantes contradicciones. Se habla de maniqueísmo, pero este Unamuno encarna para Alejandro Amenábar la esencia de lo español, el intelectual irreverente a quien se llevó por delante el viento de la Historia, alguien que no escuchaba a los humildes, un personaje excepcional que no sería nada sin esas mujeres que lo cuidan y le dicen las verdades del barquero. Nos encontramos ante una película para el debate, un film que gustará a quienes pongan el drama íntimo por encima de los golpetazos de la Historia. Pero que tampoco se olvidan de esta, y mucho menos de proyectar su sombra monárquica sobre el presente. Un film que se inscribe en la batalla por la memoria, que prosigue y antecede a otros. Visto en una sala a rebosar de Sant Pere de Ribes, su programación nocturna no permite la recreación de un fórum. Lástima, porque daría mucho para discutir.

Luis E. Parés, en "Otra maldita película sobre la Guerra Civil (y II)", en CTXT, el 9 de octubre de 2019, escribió:[...] El cine español sobre la Guerra Civil parece que sólo quería entender la épica de los grandes sentimientos. Qué es exactamente lo que propone "Mientras dure la guerra" (Alejandro Amenábar, 2019). En una entrevista concedida a ABC tras el estreno, Amenábar comentaba: “He intentado no ofender, ser entendido por la izquierda y la derecha”. Y es que ahí está el problema. La Guerra Civil, como relato iniciático de tantas cosas cuya sombra sigue presente en nuestros días, tiene que seguir generando polémica y puntos de vista porque ningún acuerdo útil puede salir de posturas reduccionistas. Si todos tenemos una opinión sobre lo que ocurrió en la contienda, pidámosle a las películas españolas que tengan opiniones distintas a las nuestras.

El mensaje de Amenábar es claro: la guerra nos hizo mejores. Está implícitamente inscrito en la película. En montaje paralelo, se unen las figuras de Franco y Unamuno. Mientras uno firma en Salamanca el decreto que lo nombra Generalísimo, el otro firma también en Salamanca el Manifiesto de adhesión al Movimiento de la Universidad. Sus destinos están unidos por el montaje, como dos hermanos siameses pegados por la espalda. La escena siguiente nos presenta a Unamuno hablando con su nieto. “Te acuerdas cuando murió tu madre? Poco después murió mi mujer, que me llamaba hijo, y los dos nos quedamos huérfanos. ¿Pero sabes una cosa? Eso nos hizo más fuertes, porque nos dio la capacidad de amar”. Suena cursi pero es casi literal. Haber sufrido la guerra, y habernos quedado huérfanos de libertad durante cuarenta años, nos convirtió a los españoles en mejores personas, y por eso, la democracia llegó en 1977, como anuncia el rótulo final. Y somos mejores porque podemos discutir con el otro sin matarnos por nuestras ideas, como hacen acaloradamente Unamuno y Salvador Vila, esos dos personajes con los que el espectador ha empatizado. O por ese plano detalle de las manos de Carmen Polo y Unamuno estrechándose. Los españoles nos hemos podido equivocar, pero siempre hemos reaccionado. "Mientras dure la guerra" da una respuesta clara a nuestras dudas sobre el presente: somos mejores que entonces. Que la cámara no se esté quieta ni un segundo, haciendo siempre leves movimientos, panorámicas o travellings de acercamiento, como si no quisiese que nos parásemos a reflexionar sobre lo que vemos, es otro asunto. Lo importante es que Unamuno no fue ni azul ni rojo: fue español.

Pero es difícil creer que alguien como Amenábar haya aceptado deliberadamente complacer los discursos oficiales. Yo tendería a pensar que lo ha hecho de forma inconsciente, sin querer, de forma bienpensante, porque todos tenemos dentro a alguien que quiere caer bien y no dar problemas. Yo mismo he de confesar que viendo la película de Amenábar hubo un amago de lágrima cuando Unamuno abraza a sus hijas y a su nieto. Quizá es que tengamos las películas de la guerra que nos merecemos, llenas de tópicos y de clichés, porque sabemos que si saliésemos del cliché nos íbamos a encontrar algo duro, la historia interrumpida de un país, un retroceso casi secular, el cainita y sanguinario intento de unos por mantener sus privilegios. Quizá es que tantos melodramas románticos después, nuestros ojos se han acostumbrado a percibir el tema de esa forma, y necesitamos fijarnos en la figura para no ver el conjunto, que es lo peligroso. Queríamos un cine español que sirviese de exorcismo y nos hemos conformado con un cine español que sirve de analgésico, de placebo. Pero es que se vive muy bien en el tópico.

José Luis Villacañas, en "Unamuno: pasaje a la inmortalidad", en Levante, el 7 de octubre de 2019, escribió:Salí del cine con mal cuerpo, pero todavía se me puso peor cuando no lograba aclararme por qué lo tenía. Esa es la primera impresión tras ver "Mientras dure la guerra". Mal cuerpo. En previsión de esa oscura sensación, evito ver cine sobre nuestra Guerra Civil. Cuando me presentan las miserias de aquel tiempo, enfermo. Si me muestran los actos heroicos, todavía enfermo más. No soporto ni la inundación del mal ni la esterilidad del bien. Nada me impide contagiarme de los elementos de generosidad que hubo en tantos seres humanos de aquel tiempo (sobre todo la emocionante Brigada Lincoln y el firme corazón de los ingenuos anarquistas), pero la melancolía de que toda aquella heroicidad fuera vencida me llena de amargura. Los vencidos, cuando lo son de verdad, no se regodean en el recuerdo de lo buenos que fueron, sino que viven para preguntarse por qué fueron derrotados.

La película me interesaba por cuestiones corporativas: quería ver a Unamuno. Lo he explicado en mis clases y deseaba ver cómo lo trataba el cine. Creo que Amenábar nos ofrece un Unamuno verosímil. Yo no soy un experto en cine, así que no haré un análisis cinematográfico erudito. Alcanzo a ver que estamos ante un producto comercial, con su técnica a veces demasiado evidente, un poco efectista. Hablamos de la industria del cine y eso tiene sus obligaciones. Sinceramente, creo que lo peor del film es la música, carente de sutileza y de matices. Si estamos ante un Unamuno imposible de mitificar, la música no acompaña ese objetivo, es efectista y altisonante, y demasiadas veces se anticipa al clímax. Más que acompañar el drama, lo encierra en una atmósfera de cartón piedra.

La lección que se puede extraer de esta película es doble. La primera tiene que ver con lo que significa ser intelectual en aquella España. La segunda, con lo que significa el poder franquista. Esto es lo que se está jugando en toda la doble trama de la película, el drama íntimo de Unamuno, y el que se desarrolla en los sembrados del verano, en las cunetas, en los amaneceres quebrados por los disparos. En medio, la Salamanca de anchos muros, dominada por la casa de las Escuelas, imponente, un escenario al que van a confluir los dos lados de la trama. Vencerá el poder. Uno de los efectos de ilusión de la película es que vence Unamuno. No es así. Eso no sucedió. La película no quiere mitificar a Unamuno y no lo hace.

En mis clases solía caracterizar a los intelectuales de ese tiempo en dos categorías: intelectuales parias e intelectuales carismáticos. Luego estaban los parias y carismáticos, uno de cuyos ejemplos sería Blasco Ibáñez. Parias fueron Azorín, Maeztu y Valle, carentes de posición social, necesitados de ganarse el pan a la orden de un periódico o de un jefe político como De la Cierva. Carismáticos eran Ortega y Unamuno, que deseaban un público como palanca de regeneración de España. Siempre estuvieron animados por un sentimiento de superioridad y se consideraban trascendentes respecto de un pueblo que crearían. Azaña también era uno de ellos. Por eso no se tragaban entre sí. Eran los grandes jefes de horda de España. Lo vio muy bien Giménez Caballero cuando escribió su Azaña. Unamuno fue el primer intelectual de este tipo, pues el pobre Ganivet no podía serlo.

Cada vez que Unamuno conectaba con la realidad española, y para mostrar su superioridad, tenía que pensar lo contrario de lo que escuchaba. Pensador reactivo frente a la circunstancia, el desplazamiento continuo de su pensamiento era una prueba de superioridad. Cada uno de los españoles se quedaba con una parte, una perspectiva, y solo su inteligencia superior las reunía todas. Ortega dijo de él que contradecirse era su método para escribir todos los días en varios periódicos, entre ellos en LV-El Mercantil Valenciano. Sus artículos los editó Laureano Robles en la Biblioteca Valenciana. Ortega añadió que escribir todos los días en varios periódicos era el método de dar de comer a sus diez hijos.

Esas eran las condiciones materiales de su figura intelectual, que contrasta de forma intensa con su tensión mesiánica, que llegó al extremo en Vida de Don Quijote y Sancho. Lo más valioso de la película de Amenábar reside en esas escenas en las que nos presenta a Unamuno como un pobre quijote dispuesto a luchar contra los últimos molinos de viento que lo han engañado. Ese golpe sordo, aturdido y mareado, con las piedras de la dorada Salamanca le hace regresar al principio de realidad. En todo caso, Unamuno es de piedra también, y se lo dicen. Como figura carismática, adopta la dimensión paternal ante la viuda del alcalde de Salamanca. «Ya os lo avisé», le dice. En realidad, como don Quijote, tiene una mínima conciencia de lo que pasa a su alrededor. Pendiente de su propio sufrimiento, no percibe lo que se encamina a ser la tragedia de un pueblo entero. Incrédulo, se niega a alterar sus percepciones porque no concede a nadie autoridad sobre sus opiniones. Su egocentrismo es de tal índole que por un momento cree que todo seguiría igual tras el Alzamiento.

«Todo igual» significa su Universidad, sus clases y su tertulia en el café de la plaza Mayor. Sólo porque la tragedia afecta a sus dos íntimos amigos de tertulia, llega a comprender algo de lo que pasa. Momento crucial de la película, la desaparición y cobarde ejecución del pastor reformado Atilano Coco y del rector de la Universidad de Granada, Salvador Vila, lo lleva a pulsar la realidad que se cierne sobre España. Y lo que se cierne no tiene excusa. Sólo por una carencia radical de principios puede Unamuno pensar que la República, su amada república, símbolo de su lucha personal contra Alfonso XIII, sobrevivirá al golpe de Estado. Lo demás es secundario. Unamuno carecía de una idea objetiva (no sometida a sus vaivenes y ocurrencias) de lo que es una República. Esa idea debía haber sido el límite de su carisma. Principio de legalidad, carácter administrativo y no directivo del ejército, división de poderes, desde luego; pero por encima de eso, comprensión objetiva del carácter imprevisible de los acontecimientos una vez que se violan esos principios y todo se dirime en un juego de intrigas entre generales que se conocen bien.

En resumen: el tipo de intelectual que representa Unamuno es pasto fácil para los poderosos. Y eso es lo que nos lleva a la segunda lección. Mientras nosotros cambiamos de opiniones creyéndonos libres y sabios, superiores, otros ordenan su conducta por principios subjetivos firmes, constantes, capaces de atravesar el cuerpo y el alma. Ese es el anti-Unamuno de la película, Franco. Todo en el drama obedece a sus hilos, ayudado por Millán-Astray, que llevan a Unamuno, en una sutil provocación, a que se le suelte la lengua. Y se le suelta. Han matado a sus amigos. A él no pueden matarlo. Han de buscar una salida sutil. La conversación con Franco y doña Carmen es una de las mejores escenas de la película y permite comprender ese aire de ausencias con que Franco lo hace todo.

Al final, en el momento oportuno, Franco no está. Entonces Millán-Astray provoca con toda su fuerza a Unamuno, que viene de recordar al Cristo y la inmortalidad. Al final habla. Todos saben que es la mejor manera de neutralizarlo. En el momento mítico, doña Carmen le ofrece su brazo y Unamuno lo recoge. La imagen se congela presagiando un abrazo de reconciliación futura. Pronto intuimos que ella ya ha hecho la parte de su teatro. Todo rebuscado, sagaz y eficaz, propio de un militar que aprendió de la arcaica y retorcida mentalidad bereber. Unamuno espera la muerte y la inmortalidad, recluido en su casa, neutralizado. No molestará más. Franco está ausente, pero todo lleva su firma.

Javier Cortines, en "Unamuno mientras dure la guerra", en Kaos en la Red, el 4 de octubre de 2019, escribió:Imagen

Entrevista realizada al historiador Raimundo Cuesta (Santander, 1951), Premio Nacional a la Innovación Educativa, con ocasión del reciente estreno de la película “Mientras dure la guerra” de Alejandro Amenábar. Cuesta, de formación marxista y ecléctica, no sólo está especializado en “historia moderna” y en filosofía, sino que es uno de los mayores conocedores -a nivel mundial- de la vida y obra de Miguel de Unamuno. De ascendencia cántabra y vasca, Cuesta se formó en la universidad de Salamanca, ciudad donde ejerció la docencia durante cuatro décadas. En esa “polis”, epicentro del seísmo provocado por el “choque entre la fuerza y la razón”, el historiador (doctor con premio extraordinario) combinó sus estudios sobre Unamuno con un trabajo de campo, continuado e intenso, que le hizo detenerse, reflexionar, investigar, en los lugares, parques, aulas, “ágoras”, etc., donde el intelectual español más importante de la época -que sigue gozando de gran prestigio y reconocimiento en Europa y América Latina- pasaba largas horas con sus alumnos (discípulos) o simplemente daba silenciosos paseos “hablando con su sombra”, como diría Nietzsche. Raimundo, autor de cientos de artículos y decenas de libros “cargados de memoria histórica”, es co-fundador de las plataformas de pensamiento crítico Cronos y Fedicaria, que han tenido una marcada influencia, en el campo de la Educación y las Ciencias Sociales, en España y Latinoamérica.

Algunos dirán que Unamuno era un ser contradictorio (poliédrico, subrayaría Raimundo Cuesta). Eso me trae a la memoria esta famosa cita de Walt Whitman: “¿Y decís que me contradigo? Sí, ya lo sé, pero soy inmenso y contengo multitudes”. Así fue Unamuno: Un ser contradictorio, como cualquier sabio que cuestiona absolutamente todo (porque así debe ser) pero también, al igual que el gran poeta estadounidense, “era inmenso y contenía multitudes”.


Amenábar y la guerra civil, ¿au-dessus de la mêlée?

P. ¿Qué te parece el terremoto que ha desencadenado la película de Amenábar “Mientras dure la guerra”? ¿Qué ha puesto al descubierto en nuestra sociedad?

R. Esta película ha estado desde su rodaje hasta su reciente estreno marcada por la polémica y el enfrentamiento, a veces por motivos totalmente opuestos, que ha puesto de manifiesto la furia de diversos grupos ideológicos y de presión. El propio Amenábar en sus declaraciones tras haber rodado la película ha cultivado esa idea de ser hombre de ideas propias por encima del discurso de la izquierda o de la derecha. De todos modos, no ha sido un terremoto de alta intensidad pero el hipersensible sismógrafo de la rememoración del pasado español ha vuelto a registrar alteraciones muy sintomáticas. No sólo por la furibunda reacción de una asociación de antiguos caballeros legionarios, que levantaron ásperamente la voz en diversas ocasiones para denunciar la película como un atentado contra la verdad, sino también por el rumbo de la voluntad de Amenábar de navegar por el camino de en medio, o sea, de exhibir una óptica pretendidamente “superadora” de maniqueísmos históricos. Tampoco cabe olvidar, sin ello es imposible entender cualquier narrativa sobre la guerra civil u otros momentos críticos de la historia de España, que desde la última década del siglo pasado vivimos una lucha por reescribir la historia entre diversos agentes políticos e historiográficos. La memoria colectiva se construye como una representación compleja, fragmentaria y plural que siempre se verifica en un campo de batalla de relatos alternativos y dinámicos (del Estado, de las familias, de la prensa, los historiadores, los grupos de presión, etc.). En el momento de estrenar la película, en este mes de septiembre salían a la venta una nueva biografía de Unamuno (a cargo del inevitable matrimonio de los franceses Rabaté, que, al tiempo que han sentado un canon interpretativo grato a la izquierda moderada, han hallado en Unamuno un verdadero filón) y el libro de Severiano Delgado (Arqueología de un mito. El acto del 12 de octubre de 1936. Septiembre, 2019), autor que en su día indujo a algunos a defender la tesis de la banalidad del acto del 12 de octubre en el paraninfo y que sirvió de motivo para que El País iniciara por mediación del escritor Sergio del Molino en mayo de 2018, al tiempo que se rodaba la película en Salamanca, la promoción de una disputa sobre los “mitos” compuestos acerca de ese trance. Empieza así una apasionada tarea de “reconstrucción de la realidad” del pasado mediante su actualización mediática. Ello dio ocasión pintiparada para que las páginas de toda prensa escrita y digital española acogieran un debate en el que cobró nueva visibilidad el discurso historiográfico neofranquista, según el cual lo ocurrido el 12 de octubre sería una acto sin importancia y su narración canónica un ejemplo de la sistemática tergiversación histórica practicada por la mendaz izquierda. Claro. La historia (y el cine) siempre se hace para alguien, no es una criatura libre de valores.


P. Hay una imagen “muy tierna” en la película: la de Carmen Polo sacando de la mano a Unamuno del Paraninfo de la Universidad para evitar que le linchen los legionarios. ¿Qué te parece esa escena? ¿Algo relevante o un regalo de Amenábar a la Tercera España (la que no quiere tomar partido por ningún bando) y que tú identificas con Cs?

R. Bueno, no solo con Ciudadanos. La clase de razonamiento de este partido resulta una mala copia de lo que ya se dijo hace mucho. En plena guerra, desde Salvador de Madariaga (“un tonto en cinco idiomas”, al decir de Ortega) ya se había hablado de una “tercera España”. Y ese tópico ha sido reactualizado hasta la saciedad en obras como la de Andrés Trapiello y otros intelectuales impolutos. El neoliberalismo, que suele entonar cantos al régimen político constitucional, casa muy bien con esta nueva tercera vía pero también se ha demostrado totalmente compatible con dictaduras de extrema derecha.

Sobre la escena de Carmen Polo dando la mano a Franco, es un recurso dramático del director, que mezcla a su antojo ficción con testimonios históricos. Todo parece indicar que Unamuno se cogió del brazo y no de la mano de Carmen Polo por indicación de Millán-Astray y para evitar males mayores, tal como lo cuenta en 1942 el fundador de la Legión en un informe suyo sobre lo ocurrido el 12 de octubre, dentro del que aparece uno de los motivos del enfrentamiento con el rector: “me fastidió tanto su supuesta superioridad…” (el testimonio literal y amplio de Millán-Astray está en Póllux Hernúñez. «Venceréis pero no convenceréis». La última lección de Unamuno, 2016). Desde luego, tampoco se me antojan nada verosímiles las palabras que supuestamente pronuncia la mujer de Franco cuando regresa del acto en automóvil en compañía de Unamuno. Parece que Unamuno volvió a su casa a pie. Desde luego, la interpretación histórica de la figura de la señora Carmen Polo resulta fantasiosa y probablemente un efecto de ese afán de la película para, parafraseando al propio Unamuno, dejar contentos/descontentos a hunos y a hotros.


P. Ciudadanos y su líder Albert Rivera intentan desmarcarse de la “vieja derecha” y de “la vieja izquierda” (esto incluye el cordón sanitario que ha puesto al PSOE) al tiempo que ha entrado en un limbo (vacío ideológico) en el que abraza sin ambages “la religión del neoliberalismo”. ¿Qué tienes que decir al respecto?

R: El comportamiento del partido de Rivera hoy es un fiasco y una lamentable evidencia del naufragio de experimentos centristas que, al final, se vuelcan hacia la derecha radical. No obstante, el fracaso de un partido político reformista es una de las realidades más evidentes en la historia de España. Antes de la República fue el intento de Melquíades Álvarez, de la Liga de Educación Política de Ortega y luego de pequeños partidos republicanos…, quizá, en nuestros tiempos, alguno recuerda la “operación reformista” encabezada por Roca Junyent. Al final, todos estos conatos sucumbieron en la vorágine de la guerra, como le ocurriera al propio Unamuno, que, llevando al extremo sus paradojas, se abrasó en “su” Salamanca de 1936. Cabe recordar que solo la proclamación del estado de guerra el 19 de julio ocasionó la matanza de doce ciudadanos en la Plaza Mayor, suceso que se recoge de una manera un tanto confusa en la película.


P. ¿Qué te ha gustado y que has echado en falta en “Mientras dure la guerra”?

R. Como ya he sugerido, el cine y la historia poseen normas de representación particulares. Una película es un artefacto artístico (ambos términos tienen que ver con la idea de arte como artificio). Alejandro Amenábar ha construido una notable película en el aspecto técnico y narrativo. Consigue mantener la atención de espectador, sabe dar fuerza dramática a la narración de los hechos y lleva la tensión a su cúspide en los sucesos del 12 de octubre en el paraninfo. Todo ello a base de imágenes poderosas y evocadoras, excelente acompañamiento musical y un reparto de actores con mucho oficio capaces de emocionar al espectador.

Por supuesto, una producción artística como lo es esta película no debe ser juzgada solo desde su supuesta exactitud histórica. Amenábar no es ningún ignorante de la historia de España pese a quien pese. El día 30 de septiembre a los pocos días de su estreno, leía en la versión digital de ABC un artículo titulado “Los 18 errores históricos de «Mientras dure la guerra»”… Aunque los dos firmantes de ese artículo sobre la reseña de la obra de Amenábar decían algunas cosas sensatas, lo cierto que esa búsqueda de errores no es la vía adecuada para desacreditar el “artefacto artístico” que es cualquier película histórica (que un extra de legionario romano lleve un reloj de pulsera es poco más que una anécdota). El mismo director afirmaba recientemente que en el acto del paraninfo “rodé mi propia versión” (Gaceta Regional de Salamanca de 3 de octubre). Sin duda en la película hay mucha ficción dramática que hace ganar en intensidad a la narración. Pero el juicio, desde una mirada histórica, ha de centrarse en cómo se afronta, desde qué parámetros interpretativos se aborda eso que llamo “totalidad expresiva de un acontecimiento histórico”.

En mi opinión, siendo el film, una muestra de muy meritoria realización técnica y de guion dotado de notable calidad, la forma de apreciar la “totalidad expresiva” del acontecimiento narrado peca de un tanto ahistórica e excesivamente individualista en la medida que su mirada se ciñe como núcleo medular en los sentimientos y subjetividades de los intervinientes, principalmente en la interioridad unamuniana. De ahí resulta una visión del conjunto de “tercera España”, de marchamo centrista, que se refugia en el siempre respetable dolor humano del sujeto sufriente para aceptar o medio tolerar conductas políticas erráticas y totalmente indefendibles como las del Unamuno entre el verano y el otoño de 1936. Esto lo afirmo al tiempo que me confieso admirador incondicional de la obra literaria del pensador bilbaíno y del caudal de pensamiento crítico albergado en parte de su pensamiento. Empero el discurso de la película se desliza hacia la peligrosa pendiente de considerar, por extensión del argumento, que “todo el mundo tiene algo de bondad”, de que todo tiene su parte buena y su parte mala (como la primavera o el invierno). Hitler, Stalin, Pinochet, Pol Pot, Somoza, Videla, Idi Amin, etc., también tuvieron sentimientos y padecieron algunos sufrimientos… La espléndida inmersión realizado por Amenábar en la subjetividad unamuniana, a través de una interpretación muy creíble de Elejalde, que muestra a un hombre derrotado, envejecido, “quemado” no es motivo suficiente, por mucho que se valoren las terribles circunstancias que vivió, para cuasi exculparle de su responsabilidad social en un momento en que la gravedad de la situación política obligaba a tomar partido, a no permanecer au dessus de la mêlée (por encima de la contienda). Parece que en tal asunto Amenábar ha buscado inspiración en la imaginaria e imposible “tercera España”, aunque con los matices y la gama de tonos grises de la paleta intelectual de una persona inteligente. Aun así…pobre aliño interpretativo.


P. Qué te parece la construcción que ha hecho Amenábar de Franco (Santi Prego), Unamuno (Karra Elejalde) y de Millán-Astray (Eduard Fernández) y del ambiente que se respiraba en la ciudad donde se escuchaba el grito de ¡Viva la muerte!

R. En cuanto a la interpretación de los personajes, tengo un juicio diverso y matizado. En las dos figuras centrales Unamuno frente a Millán-Astray, los actores me parecen excelentes y dan muy bien la talla. Pero a ambos les sobra volumen físico. Unamuno era un profeta delgado como un sarmiento ardiente y de mirada aguileña; Millán-Astray era como un esqueleto tuerto y mutilado (“piltrafa”, “guiñapo” son algunos adjetivos que adversarios y seguidores emplean para dibujar su aspecto de este caballero de triste figura), pero, quizá precisamente por ello y por sus dotes oratorias, estaba investido de un especial magnetismo carismático entre sus legionarios. Ambos poseían, sin duda, una dimensión histriónica, que en la película queda más subrayada en el caso del general que en el rector. Y ninguno de los dos era “tonto” ni nada mucho menos. El hallazgo de Errejalde en el papel de Unamuno es muy notable, pero no me hace olvidar al genial José Luis Gómez que con sus gestos y voz obra milagros de transfiguración unamuniana; Eduard Fernández es un consumado autor pero se me hace cuesta arriba ver en sus ademanes chulescos una imagen fiel del macabro fundador del Tercio de Extranjeros (que el año que viene cumple cien años).

En cuanto a Franco, el actor también atesora valor y oficio. Pero creo que aquí quizá haya un problema de guión y de asesoramiento histórico. La figura de Franco comparece en el film con el aspecto y la expresividad de una redonda torta de pan blanco, muy metido en harina, carente casi de gestualidad y como “ausente”. Cierto que es difícil dar a un personaje tan “suyito” (en la película se menciona el juicio del general Sanjurjo de que Franquito era muy suyito) una forma de representación fácilmente admisible y aceptable. Quizá ni él mismo supiera qué cara poner en cada circunstancia, aunque su transformismo en su imagen pública a lo largo de la dictadura, salvo los inevitables gallos de su voz, fue legendaria (de guerrero implacable a tierno abuelito vestido de paisano y dedicado a la caza y a la pesca). Por su lado, Amenábar declara que “quería a ratos que fuera indescifrable” (La Gaceta Regional de Salamanca, 3 de octubre de 2019).

Considero muy logrado ambiente familiar de Unamuno, sus hijas y su nieto… Una de sus hijas, la republicana, es como la voz de la conciencia contra el proceder de su padre. Es como una contrafigura y compensación de la “tercera España”. ¿Es acaso la otra voz inaudible de Amenábar?


P. ¿Crees que se puede analizar el pasado con la mente y los ojos del presente?

R. Parafraseando a un gran historiador, toda historia es historia del presente. El pasado, si bien se fija uno, no existe ya, existen las fuentes que dan noticia del mismo. Agustín de Hipona en el siglo V dejó en sus Confesiones sabrosos apuntes sobre el tiempo. Desde luego este no deja de correr y, como en un río, nunca nos bañamos en las mismas aguas y sí siempre miramos al pasado con nuevas preocupaciones que amparan interpretaciones distintas. Por lo tanto, hay que estudiar lo que sucede hoy para comprender la polémica generada por esta película y los libros que reactualizan lo sucedido el 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca. La historiografía neofranquista, el llamado revisionismo historiográfico, trata de releer el pasado para relegitimar la dictadura a fin de constreñir la democracia actual a un resultado “natural” del franquismo. Eso es lo que realmente piensa la derecha más “liberal”, o sea, que el franquismo fue un mal necesario. La “tercera España” condena el pasado en su totalidad como si en el presente su posición política fuera “inocente”. En estos tiempos hay que volver a reivindicar un pensamiento republicano y de izquierdas sin complejos, pero también sin ataduras a los mitos y justificaciones despachadas a troche y moche por insignes ideólogos e historiadores izquierdistas justificando el comportamiento de las algunas personas y algunas fuerzas republicanas y del Frente Popular, cuya conducta política y moral fueron muy manifiestamente mejorables. Sin pensamiento crítico, entiendo, que carece sentido, ser de izquierdas y la veneración santurrona y bobalicona de la República acompañada del ocultamiento o disculpa de algunas de las salvajadas cometidas contra sus adversarios para mí es totalmente inaceptable.

Tampoco resulta conveniente apuntarse, sin crítica de ningún tipo, a la inevitable mitología republicana sobre lo ocurrido literalmente el 12 de octubre de 1936. Sin duda, Amenábar recrea en parte el simbolismo de la ficción mítica que en 1941 creara Luis Portillo, el profesor exiliado en Inglaterra, y luego reprodujera H. Thomas en su historia de la guerra española editada en los años sesenta, pero, como ya dijimos, él mismo dice que da su “propia versión”. El simbolismo del enfrentamiento de la inteligencia contra la muerte, sin embargo, no necesita fundarse en ficciones literarias. Claro que el cine es cine, esto es, una ficción.


P. ¿Qué piensas sobre la formación de la opinión publica (estos días) en relación a hechos que ocurrieron hace más de ocho décadas?

R. Hace casi ochenta y tres años que murió Unamuno al calor del brasero de su domicilio familiar. A pesar de los pesares, los falangistas le hicieron un funeral a gusto de la parroquia fascista. Hoy es el viejo rector una figura consagrada, un monumento más en la ciudad de Salamanca. Pero su comportamiento lógicamente suscita controversias. ¿Cómo no van suscitar disputas encendidas los hechos que llevaron a una larga y cruel dictadura? A pesar del título de la película, la guerra no terminó en abril del 39. Prosiguió durante toda la dictadura y muy especialmente durante la primera década de posguerra, las más ominosa de nuestra historia contemporánea, en la que fueron exterminados varias decenas de miles de republicanos, algunos de ellos, ahora que se va a exhumar el cadáver de Franco merced a la tardía autorización del Tribunal Supremo, siguen sin ser encontrados y enterrados conforme al deseo de sus allegados. Los rescoldos de la guerra todavía no se han apagado. Ni mucho menos.


P. Millán-Astray decía que “era samurái” y practicaba “el bushido” (el código de honor del guerrero japonés). ¿Qué te dice eso del fundador de la Legión? Al parecer tampoco era un ignorante a pesar de su ¡Viva la muerte! ya que “no le hacía ascos a la lectura”. “El honorable mutilado” fue el jefe de propaganda de Franco. Para quitar un poco de hierro al asunto, ¿Sabes algo de su relación con la actriz y bailarina hispano-argentina Celia Gámez?

R. Para empezar por el final de la pregunta. Sobre Millán-Astray hay más de una leyenda. No entraré en su amistad con Celia Gámez, una de las musas del franquismo, a quien apadrinó en su boda. Solo diré que su conducta matrimonial no hizo caso de la moral de la época y que el propio Franco se sintió fuertemente disgustado por su “fuga” y abandono de su santa y “legítima” mujer a favor de otra muy inferior en años. No digo esto tanto por afán de cotilleo de revista del corazón como en razón de describir a una persona de costumbres nada convencionales. La vida de este hombre singular ha atraído a sus partidarios y sus retratos son panegíricos poco críticos. Espero que el libro de Luis Castro Berrojo (Yo daré las consignas…) de próxima aparición contribuya a un dibujo serio del personaje y su mundo.

Tampoco era un ignorante y sí un representante en España de la ola del irracionalismo militarista que alimentó la llegada del fascismo tras la Primera Guerra Mundial. Era de la estirpe de los D'Annunzio, Jünger y otros que glorificaron la aventura como forma de vida peligrosa y la guerra como tarea sublime. En ese contexto ha de entenderse que haya sido el fundador de lo que hoy llamamos Legión española (1920) y que en su momento fue un reclutamiento de extranjeros aventureros, amigos y “novios” de la muerte, una tropa de elite para luchar contra los “moros” en la guerra colonial en el Rif. En ese mundo de los militares africanistas se tejió la vida profesional de Franco y la de los otros insurrectos que desencadenaron la guerra civil. En el caso de Millán-Astray cultivó la necrofilia y el culto a la muerte desde el principio. Hay un libro titulado ¡Viva la muerte! Política y cultura de lo macabro (Marcial Pons, 2014), de Rafael Núñez Florencia y Elena Núñez González, que da cuenta con suma precisión de cómo el fundador de la Legión adoró la muerte en combate y la guerra como las más alta esencia de lo humano. A tal fin, como dices, echó mano y se inspiró de las enseñanzas orientales del código militar de los samurais, en la moral del guerrero. También acudió a inspirarse en los antiguos tercios imperiales (mercenarios “invencibles”). No era un militar inculto pero sí opino que sus elaboraciones intelectuales, sus ideas y actitudes eran y son incompatibles y antagónicas con cualquier clase de sociedad democrática.

No hizo falta que pronunciara el grito "¡Viva la muerte!" el 12 de octubre en el paraninfo, que no lo hizo en la realidad. Su figura lo decía todo. Es cierto que la película de Amenábar, como ya mencioné, mezcla ficción (parte del relato creado por el exiliado Luis Portillo en 1941) con realidad (testimonios de algunos asistentes), pero no es menos verdad que los seguidores del general mutilado y de otros franquistas impenitentes niegan el significado del 12 de octubre intentando minimizar y reducir todo aquello a un acontecimiento intrascendente, haciendo ver que, en realidad, Unamuno y Millán-Astray eran dos personas cultas que tuvieron un ligero y banal “contraste de pareceres”. De esta premisa absolutamente falsa y desde sus inveterados prejuicios, todavía los detractores de derechas de Amenábar desean y están seguros de que el director de cine va a cosechar un fracaso. Sin embargo, sus pronósticos agoreros, si hacemos caso a Amenábar (entrevista del 3 de octubre de 2019 en la Gaceta Regional de Salamanca), no se van cumpliendo pues la película en la primera semana de proyección ha sido la más vista en salas comerciales. Por lo demás, el cineasta está lejos de ser un ignorante: fue estudiante de Historia y se ha documentado y asesorado por historiadores de reputación contrastada.

Desde luego, el irracionalismo fascista y militarista del creador de la Legión nada tenía que ver con la adhesión inicial de Unamuno, un liberal en la encrucijada de la guerra, a la causa de Franco. En fin, el cruce de discursos entre el rector y el general exlegionario durante la sesión del 12 de octubre de 1936 todavía no puede dejarnos indiferentes. Las batallas de la historia y la memoria prosiguen y “mientras dure la guerra” y los horrores del trauma habiten nuestras cabezas, el retorno del espectro sacudirá la conciencia de generaciones que ya nada tuvieron que ver con aquellos luctuosos sucesos (casi se ha extinguido ya toda la generación de testigos), pero muchas de las contiendas políticas del presente evocan las de aquel pasado de sangre y fuego.

Ahora veamos un poco de la realidad (no cine) de la Guerra Civil española pinchando en este enlace: “Así era España después de la guerra”.


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