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Danton (Andrzej Wajda, 1982)

Corto, medio, largo, serie, miniserie (no importa el formato)... en televisión, cine, internet, radio (no importa el medio).
Danton
Andrzej Wajda (Francia, 1982) [136 min]

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(wikipedia | filmaffinity)


Sinopsis:

    [propia] Septiembre de 1793, el proceso revolucionario francés está en su punto más alto. El Comité de Salud Pública, presidido por el militante jacobino Robespierre, impulsa medidas represivas especiales para segar cualquier plan de restauración monárquica, en medio de una crisis económica y el cerco de las potencias extranjeras. En estas, el también militante Danton regresa a París para mediar entre los sectores revolucionarios, ahora enfrentados entre sí. Pero las contradicciones son ya explosivas y la colisión con Robespierre inevitable.

Comentario personal:

    Es habitual ver a los liberales negar al más ¿consecuente o díscolo? de entre ellos, Robespierre, para marcar la línea entre lo aceptable (el libre mercado o el mercado de competencia perfecta) y lo inaceptable (la democracia, en las plazas, en el ejército o en los centros de trabajo). Esta película plantea el mismo dilema que "Marat/Sade" y es, por ello, acusada de película de derechas, lo que en vieja gramática quiere decir mirar desde un interés no popular. A mí me parece, muy al contrario, necesaria para quien quiere comprender los aspectos más rudos de un proceso de esta clase y para quien quiera quebrarse la cabeza meditando cómo prevenirlos o encauzarlos. Hay secuencias de antropología política que no serán extrañas al militante serio contemporáneo: fracciones y negociaciones internas (y la comida como lubricante social), aliados y amigos que se vuelven enemigos, distanciamiento de la masa (por delante) en vez de crecer desde ella (a su lado), la poesía o la realidad, las aspiraciones frente a las posibilidades reales... Y para quien guste más de recrearse que de quebrarse, hay otras en las que damos con la oratoria formidable de Robespierre en la Convención.

    Hace un dúo fílmico imprescindible con la biografía de otro dirigente también liberal y severo: "Cromwell".

Alfredo Torrado, en "La Revolución Francesa en el cine", en Diagonal, el 14 de julio de 2014, escribió:[...] Es hasta cierto punto sorprendente que a estas alturas haya habido tan pocos intentos, y tan tímidos, de tratar la Revolución Francesa desde la izquierda. Al contrario que la Revolución Rusa, que ha sido despreciada por el cine occidental, pero que tiene su Eisenstein, la Révolution ha sido entregada casi totalmente a la narrativa liberal. Quizás sea precisamente que la Revolución Rusa tomó el testigo de la francesa, también en el cine. En este caso se cumpliría una vez más el dicho de que la historia la escriben los vencedores. La Révolution cuenta con una larga y sólida historiografía escrita desde la izquierda, empezando por Jean Jaurès, pasando por Albert Mathiez y Georges Lefebvre, hasta Albert Soboul, Daniel Guérin o Peter McPhee. Sin embargo, siguen faltando películas en las que los héroes sean Robespierre, Saint-Just, Marat, Hébert o Babeuf, en vez de los reyes, Mirabeau, Danton, Desmoulins o... Napoleón.

Manuel Fernández-Cuesta, en "Robespierre y el imaginario constituyente", en El Diario.es, el 25 de octubre de 2012, escribió:[...] La democracia o es virtuosa, justa y excelsa hasta el extremo, diría el abogado de Arrás, o no es democracia. Es más, o favorece el interés de la mayoría, o no merece tal nombre. Robespierre vivía obsesionado con la suerte de los desfavorecidos y el respeto a las decisiones de las mayorías. Pese a la brutalidad e ignorancia de la Historia liberal -parecido al caso de V.I. Lenin-, Robespierre procuró contener los excesos jurídicos y políticos de dirigentes como Barère o Danton comportándose, en muchos instantes del proceso revolucionario, con paciencia y moderación: un “centrista” dentro del partido de la Montaña. Georges Lefebvre, uno de los primeros historiadores que desveló el velo de terror sangriento que envolvía su figura afirmó que “fue un hombre magnífico, defendió la democracia y el sufragio universal de 1789 (…) y en circunstancias normales nunca hubiera apoyado la pena de muerte ni la censura de prensa”.

En «Entrevista sobre Un largo Termidor. La ofensiva del constitucionalismo antidemocrático (II)», en Rebelión, el 22 de febrero de 2012, Gerardo Pisarello escribió:[...] es inaceptable [...] la leyenda negra urdida por cierta historiografía liberal y conservadora. Robespierre pudo cometer errores, pero fue uno de los dirigentes más lúcidos y probos del movimiento popular que condujo a la proclamación de la República y a la profundización de la democracia. Criticó sin ambages el terror punitivo de la monarquía, denunció al colonialismo francés de ultramar, se opuso al sufragio censitario, condenó la acumulación especulativa de la propiedad y defendió la ampliación de los derechos políticos y sociales de las clases populares. La acusación de tiranía es una infamia de sus detractores. Robespierre careció prácticamente de poder ejecutivo. No tuvo a su servicio ninguna policía secreta, y en un momento en que la revolución estaba asediada militarmente por las potencias extranjeras y contaba con violentos enemigos internos, exhibió un fuerte sentido de la autocontención. Esto no supone negar los disparates cometidos, no sólo por los jacobinos, sino por otros grupos y actores durante el llamado terror. Basta leer las advertencias de Tom Paine a Danton sobre los peligros de una revolución incapaz de fijarse límites morales y jurídicos en el trato con sus adversarios. Lo que no es de recibo es cargar con el grueso de esos errores a Robespierre, quien vivió aquella coyuntura de manera trágica y puso especial celo en minimizar la violencia. Incluso algunos críticos lúcidos del jacobinismo, como Babeuf o el propio Paine, lo vieron claro tras la llegada del terror termidoriano. En fin, creo que más que reconocerse en el jacobinismo o en el anti-jacobinismo, las izquierdas deberían esforzarse en seguir el consejo de Kautsky de 1919: evitar que las querellas entre los Danton, los Hébert y los Robespierre se conviertan en disputas fratricidas que acaben allanando el camino a la reacción más descarnada.

Alfonso Sastre, en "Modestas ideas para las próximas revoluciones", en Gara, el 19 de septiembre de 2011, escribió:[...] Incluso tocando «lo sublime», [las revoluciones] han pisado con frecuencia el pavimento del horror, y así Kant pudo hablar ante la Revolución Francesa de un sentimiento «rayano en el entusiasmo» y, en el mismo momento histórico, convivir con el funcionamiento inmisericorde de la guillotina. La ejecución de Luis XVI y María Antonieta pudo entenderse como el descabezamiento simbólico de la Monarquía, pero en aquella cesta cayeron también las cabezas de grandes líderes de la misma revolución, como Danton y Robespierre, y 82 colaboradores de éste, que se cuentan entre los padres, a su vez, de aquel Terror. ¿Es que ha de ser así? ¿Las revoluciones han de quedar siempre teñidas de sangre? No me parece que haya de ser así, y creo que esa idea hay que empezar a combatirla desde ahora mismo.


Ficha técnica


Reparto:


Idioma original: Francés.





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Datos del archivo
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Audio
French: DTS-HD Master Audio 2.0
English: DTS-HD Master Audio 2.0

Subtitles
French SDH, English

Discs
50GB Blu-ray Disc
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Inauguración en 1919 del homenaje a Danton esculpido por Nikolai Andreyev en la Rusia soviética (fuente). La noticia fue cubierta por el cineasta Dziga Vértov para la edición 34 del informativo semanal Kinonedelia.

Portada

Nota Dom Nov 20, 2016 10:03 pm
Pepe Gutiérrez-Álvarez, en "El Danton de Wajda", en Kaos en la Red, 19 de noviembre de 2016, escribió:La muerte de Andrzej Wajda 1/ ha dado lugar a una reconsideración de su obra por parte de las páginas cinéfilas.

Son unas cuantas sus películas –"Kanal", "Cenizas y diamantes", "La tierra de la gran promesa", etc.– que ligan al inquieto director polaco con las ideas socialistas, siempre como parte de un debate en el que la “democracia popular” polaca tutelada por la URSS aparecía como un trasfondo oscuro. No menos sugestiva fue su aproximación a la Gran Revolución con Danton (Francia-Polonia, 1983), que en su momento levantó una buena controversia, sobre todo en la vecina Francia. Los historiadores interrogados clamaron, como resulta habitual en toda película “histórica” que se precie, una “superproducción” realizada en Francia en medio del debate que siguió al segundo centenario de la emblemática toma de la Bastilla. Diversos especialistas han interpretado la película no tanto en relación a los hechos ocurridos como a los recientes hechos ocurridos en Polonia. Se ha descendido hasta el punto de ver detrás del duelo entre Danton y Robespierre el existente entre un Walesa humano y humanista y un Jaruzelski, el último “dictador comunista” polaco, frío y dictatorial. No obstante, este extremo ha sido desmentido por el propio Wajda, que ha negado que la evolución polaca fuera el objetivo del filme.

En unas declaraciones hechas para Le Monde, el historiador Jacques Siclier declaró con rotundidad: “Danton no es Walesa y Robespierre no es Jaruzelski”. Pero, aunque este paralelismo no sea verosímil (por los propios modelos históricos escogidos), no hay la menor duda de que existen unas poderosas resonancias polacas en la lucha central de la película. También esto lo ha reconocido Wajda en unas declaraciones en Les Nouvelles littéraires, en donde llega a decir que: “En cuanto al debate de las ideas, ciertamente Danton es la democracia occidental. Y Robespierre representa, a su manera, los países del Este (…). La película está basada en la obra de teatro "El caso Danton", de Stanislawa Przybyszewska, bastante más proclive hacia Robespierre que la película, según ha declarado Wajda. En la película ocurre todo lo contrario: Wajda toma partido por Danton-Gérard Depardieu y la cámara se siente ganada por el impulso y el dinamismo de aquel antiguo abogado de la cámara real que se hacía llamar d’Antón y al que se le reprochaba su amor al lujo y a la muy volteriana joie de vivre, tan distante del puritanismo revolucionario. Venal y patriota a la vez, miedoso y temerario según su humor, apasionado por su primera mujer y no obstante infiel a la misma, vasallo de la segunda y, pese a ello, dominándola elocuente hasta hacer temblar los cristales, Danton ocupa el escenario como el primer orador de la revolución. Como alguien cuya popularidad lleva a Robespierre y a los suyos a temer más que una insurrección popular contra la dictadura del Comité de salut public.

Para Wajda, Danton es la democracia contra la dictadura, tanto él como Desmoulins, Philippeaux y sus seguidores quieren poner fin al Terror: “Basta de sangre”, repiten en la película. Desde luego, Robespierre no es el malo que sale en "El libro negro", una añeja película de Anthony Mann 2/, estrenada aquí en TV e interpretada por Richard Basehart, Arlene Dahl y Robert Cummings, en la que el referente válido es La Fayette, o sea, el amigo de la revolución de 1776. Aquí es mostrado como un hombre dividido, destrozado incluso, que no se decide sino muy dificultosamente a eliminar a Danton y sus partidarios: “Si Danton triunfa —dirá—, lo hace la revolución; si lo hacemos nosotros, también será el triunfo de la revolución”. Y en la víspera de la ejecución de Danton llegará a afirmar: “La revolución ha errado su camino”. Estamos lejos del símil polaco de nuestros días y del enfrentamiento que se llegó a ofrecer entre Stalin y Trotsky en una representación de La muerte de Danton, de George Büchner, que tuvo lugar este verano en el Festival de Teatro de Nancy.

Situado entre dos gigantes, Wajda ha escogido mostrarnos las contradicciones entre ambos gigantes de la revolución francesa al final del período del Terror (Robespierre será ejecutado en julio de 1794, apenas tres meses después que Danton). En este momento concreto, los hombres que habían hecho salir a la revolución de sus más graves dificultades se pusieron en cuestión el sentido mismo de su lucha, la relación entre sus ideas y la realidad de una revolución que, en palabras de Saint-Just, se había congelado. El problema para Wajda en este instante se plantea entre democracia y dictadura.

Con todo, la realidad es mucho más compleja. Los datos de las contradicciones entre ambos personajes centrales no aparecen claros. El espectador ignora —si se conoce la historia— que la Francia jacobina está en guerra contra una coalición absolutista europea, ya que Wajda no dice nada. En cuanto a Danton, aparece simplemente como el partidario de una moderación del proceso revolucionario. No se dice nada tampoco de la eliminación de los hebertistas que representaban a la izquierda jacobina, aunque su final ocurrió muy poco tiempo antes que el de los dantonistas. Tampoco se dice que Danton y Robespierre hicieron bloque en la Convención contra la derecha girondina y contra la izquierda radical. Tampoco se muestran las relaciones establecidas entre el poder revolucionario y los “descamisados”, entre la burguesía revolucionaria y el pueblo llano.

Wajda trató de demostrar en su trabajo más preocupación por los ricos detalles de los moderados y por el duelo entre los grandes protagonistas que por el rigor histórico. Por esta razón aspectos importantes pero no decisivos como la oratoria de Danton ocupan un lugar desmesurado hasta el punto de cifrar la razón de la derrota de su favorito en el hecho de que Robespierre le impidió hablar. Lo más discutible de esta reducción personalista de los últimos acontecimientos de la revolución francesa es que a partir de aquí se deja entender que toda revolución tiende a devorarse a sí misma y que los revolucionarios más intransigentes se convierten en estalinistas a su pesar. Desde este punto de vista, Wajda nos presenta a un Robespierre que ordena al pintor David borrar a Fabre d'Églantine de su cuadro sobre "El juramento de la sala de Juego de Pelotas" (episodio inventado, pero que es una alusión evidente a los métodos de Stalin, que quiso borrar a Trotsky y a todos sus adversarios de la historia de la revolución rusa). Los errores históricos aparecen como exigencias para concluir en las tesis “democráticas” que el celebrado cineasta polaco pretende defender.

Así, por ejemplo, para demostrar que la dictadura revolucionaria de la Montaña sólo se puede mantener sobre la base del Terror, nos presenta este grupo apoyado por la burocracia y por la policía secreta, cuando los hechos fueron muy distintos. Como han demostrado autoridades que van desde Michelet y Jaurès hasta Favre y Saboul, el período robespierrista gozó de un gran apoyo de las masas; la iniciativa popular y la vigilancia de los “sans-culottes” fue no solamente una base social de apoyo, sino también un instrumento activo contra los adversarios de una revolución cuya importancia para la instauración de la democracia burguesa moderna difícilmente se puede actualmente cuestionar.

Seguramente hubiera sido más ajustado presentar a un Danton como un partidario del Terror revolucionario que lúcidamente se da cuenta que los jacobinos se están cavando su propia fosa prosiguiendo con métodos cuyo valor irracional y sangriento pudo justificarse en un momento preciso —de vida o muerte para la causa del 14 de julio de 1789—, y que pensaba que la misión de la burguesía progresista era detenerse en una democracia parlamentaria sin ir más allá de sus posibilidades reales, como quisieron Robespierre y Saint-Just. De todas maneras, visto desde un punto de vista u otro, la película acaba siendo recomendable, sobre todo porque coloca al espectador en el centro de un debate que seguía vivo en un Bicentenario muy diferente al anterior que coincidió con la proclamación de la II Internacional. Ahora las barricadas se habían vaciado y el escenario aparecía ocupado por una nueva derecha que trataba de amalgamar la toma de la Bastilla con el Gulag…





Notas

    1/ Ver mi propio trabajo en Kaos y en Viento Sur.

    2/ "Reign of terror" (USA, 1949). Insólito ejercicio de cine negro, pero pese a ello poseedor de todos los ingredientes habituales en el género, “El reinado del terror” sorprende al elegir el periodo histórico de la Convención Jacobina como marco en el que desarrollar una historia que, de haber tratado de una banda de hampones dispuestos a acaparar el poder en un barrio suburbial de Chicago o Nueva York, no habría presentado sustanciales variaciones como esta en la que Robespierre viene a ser como un gangster siguiendo la tradición denigratoria instalada en el cine sobre 1789, hasta el punto que se podía afirmar que la versión de Wajda resulta extrañamente matizada. Vale la pena la lectura de la elaboradísima novela de Javier García Sánchez Robespierre (Galaxia Gutenberg, 2012).


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