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HERAUD, Javier (1942-1963)

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HERAUD, Javier (1942-1963)

Nota Mié Abr 27, 2011 10:44 pm
Javier Heraud

Portada
(wikipedia)


Introducción

    [Nota biográfica confeccionada con la cronología publicada en Poesías Completas (Lima, 1976), y con el artículo dedicado a Heraud en poeticas.com.ar]

    Javier Heraud nació en la ciudad de Lima, Perú, el 19 de enero de 1942.

    En 1948 se incorporó al primer año de primaria en el Colegio Markham, donde cursó toda su instrucción escolar y colaboró en la revista del Colegio con artículos y poemas. Al concluir sus estudios recibió el Segundo Premio de su promoción y el Primer Premio de Literatura.

    En 1958 ingresó con el primer puesto a la Facultad de Letras de la Universidad Católica del Perú. Ese mismo año ocupó una plaza de profesor en el Instituto Industrial Nº 24, donde dictó cursos de castellano e inglés.

    En 1960 publicó su primer poema, El Río, texto que concita la sorpresa y el elogio de la crítica. En diciembre del mismo año obtuvo con César Calvo el Primer Premio en el concurso "El Poeta Joven del Perú", convocado por la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía, con el libro El Viaje. Es nombrado profesor de inglés en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe.

    A inicios de 1961 se inscribió en las filas del Movimiento Social Progresista (MSP), de tendencia Social-Demócrata. Participó en la manifestación de repudio a la visita de Richard Nixon al Perú, en ese entonces vicepresidente de los EE.UU. Ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en el programa de Derecho, ante la insistencia familiar; ahí se relacionó con los círculos literarios sanmarquinos. Publicó el poemario El Viaje. Fue nombrado Profesor de Literatura en la Gran Unidad Escolar Melitón Carbajal. El 16 de mayo participó en una gresca pública entre simpatizantes de la revolución cubana (entre los que se contaba) y exiliados anticastristas, frente a la iglesia de San Francisco en Lima, luego que estos últimos organizaran una misa, siendo varios los detenidos. El 20 de julio viajó a Moscú, invitado al Forum Mundial de la Juventud, donde permaneció 15 días en representación del MSP. Testimonios de este encuentro son los poemas Plaza Roja 1961 y En la Plaza Roja. Conoció Asia, viajó a París y Madrid. En París visitó el sepulcro donde descansa el poeta César Vallejo (Poema "En Montrouge"). El 20 de octubre regresó a Lima.

    En 1962 renunció al Movimiento Social Progresista. En una carta escribe: "Es el planteamiento falso de este llamado 'socialismo humanista' lo que está condicionando toda la marcha del Movimiento y lo lleva a una praxis equivocada. Yo no creo que sea suficiente llamarse revolucionario para serlo." Luego diría: "De ahora en adelante, me enrumbaré por la ruta definitiva donde brilla esplendorosa el alba de la humanidad".

    Recibió una beca para estudiar, en Cuba, cinematografía. Con un grupo de becarios partió de Lima el 29 de marzo de 1962, por tierra, con destino a la ciudad de Arica, Chile, donde permaneció cinco días. Fueron recibidos por militantes del Partido Comunista de Chile, entre los que se hallaba Salvador Allende. En la noche del 4 de abril pisó tierra cubana. En La Habana conoció la Plaza de la Revolución donde se encuentra el monumento al poeta y héroe de Cuba José Martí: “Vi al Apóstol en piedra, para siempre”.

    Se encontró con Fidel Castro: “Vi a Fidel de piedra movediza, escuché su voz de furia incontenible hacia los enemigos. Y recordé mi triste patria, mi pueblo amordazado, sus tristes niños, sus calles despobladas de alegría”. Recorrió distintas ciudades, entre ellas Camagüey, Santiago de Cuba, y la ya mítica Santa Clara que vio luchar al Che Guevara durante la revolución. Dentro de su preparación como combatiente social y guerrillero, escaló la Sierra Maestra.

    En mayo de 1962 se matriculó en la Universidad de La Habana como estudiante de Literatura. Formó círculos de estudios literarios junto a otros compañeros y se vinculó también con gente de cine, otra de sus pasiones. El 18 de julio de 1962 Perú padece uno de los tantos golpes de estado, desdichadamente tan comunes en el continente. Desde Cuba, el poeta escribe: “es el destino momentáneo de América”, y también, a su madre: “Vivo ahora en un país libre, y tú en un país explotado”. Durante 1962, escribió poemas en La Habana y en La Paz, bajo el seudónimo de Rodrigo Machado, nombre que utilizó como militante del Ejército de Liberación Nacional del Perú (E.L.N.).

    En 1963, integrando una reducida columna del E.L.N., retornó al Perú por tierra desde Bolivia para librar "la guerra contra el imperialismo" (Poema "Explicación"). El 15 de mayo muere abaleado en medio del río Madre de Dios, frente al poblado amazónico de Puerto Maldonado, a los 21 años de edad.

    Bibliografía: El Río (1960), El Viaje (1961), y las colecciones publicadas de forma póstuma Estación Reunida, Poemas a la Tierra, Viajes Imaginarios, Ensayo a Dos Voces (con César Calvo), Varia Invención y Poemas de Rodrigo Machado.




Bibliografía compilada





Poesía


Sebastián Solazar Bondy, en "Primera y última noticia de Javier Heraud", prólogo a las Poesías completas, 1963, escribió:Las informaciones acerca de choques armados, revueltas campesinas y guerrillas ya no son primicias en las páginas sombrías de la prensa peruana. Nos estamos habituando a la violencia, al horror. Oímos decir o leemos que un subversivo ha sido abatido, o que a sangre y fuego se persigue a un agitador, y nos quedamos quietos. Sin embargo, de pronto, la lisa superficie de la costumbre se agita como si por primera vez un rebelde (se podría escribir: un romántico) cayera ante las balas de la fuerza pública.

Ayer no más una noticia así nos sacó de nuestro resignado acatamiento de la muerte anónima, la de la víctima sin rostro, comunero indio, minero mestizo o estudiante revolucionario. Una ráfaga de odio había acabado con un poeta, Javier Heraud. Y no lo quisimos creer. Hasta hace apenas un año estaba entre nosotros, era un joven compañero, todavía un adolescente, y su talento nos sorprendía, nos enorgullecía.

No quiero —no puedo— escribir una elegía. La historia de Heraud es brevísima. Cinco años atrás ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Lima. Sus profesores Luis Jaime Cisneros, Washington Delgado, Luis Alberto Ratto y José Miguel Oviedo descubrieron inmediatamente en él la rara calidad del artista de race. Conforme se acendró en Heraud la vocación creadora su inconformísmo se hizo más premioso, exigente y, en cierto modo, mortal. Mas no era un fanático. Estaba cada vez más en sí, y también más dado a los demás. La editorial de poesía que Javier Sologuren con tanto sacrificio mantiene publicó en 1960, un excelente poema de Heraud: El Río (Cuadernos del Hontanar, Lima). Un epígrafe de Antonio Machado —la vida baja como un ancho río— desataba ahí un cántico en el que la existencia, como una caudalosa corriente brotada de un insignificante manantial, se confundía al fin con las aguas turbias, oceánicas, de una más plena vida. Entre El Río y su segundo libro, El Viaje (Ediciones Cuadernos Trimestrales de Poesía, Lima, 1961), medió apenas un año, pero la intensidad con que el poeta vivió aquel tiempo, entregado ya a la lucha desigual en la que sucumbiría, estaba dulce y patéticamente inscrita en los nuevos versos.

El viaje se cumplía hacia la propia intimidad: en ella Heraud no se recreaba porque, de vuelta de un largo recorrido por la realidad y la fantasía, su palabra ya no cantaba jubilosa. Confesión desgarradora, limpia de todo ornamento, desnuda como una luz substancial, los poemas de esta serie aludían reiteradamente a la muerte, llamándola y conjurándola, atraído por ella a pesar de sí como la falena que gira alrededor de la llama que la ha de quemar. Ahora se habla de la premonición mortal contenida en los versos de Heraud, pero es preferible y más justo atribuir dicho culto de la muerte a la elección libre de un destino, no suicida, sino mártir, distante por igual del éxito y del fracaso. El último poema, Epílogo, de su segundo libro, anunciaba su decisión: Sólo soy / un hombre triste / que agota sus palabras.

Agotadas sus palabras le quedaba la vida. A mediados de mayo, tras de abandonar Cuba, adonde se había dirigido para estudiar cinematografía, penetró en unión de siete estudiantes más la frontera selvática del Perú y el Brasil e ingresó en su tierra patria para luchar como guerrillero. Los ocho jóvenes combatientes atravesaron la enmarañada selva del Departamento de Madre de Dios y arribaron tras larga jornada a pie a Puerto Maldonado, una población fronteriza de no más de seiscientos habitantes. Aquí las informaciones periodísticas y oficiales se contradicen. Es probable que el grupo, agotado por el esfuerzo, fuera sorprendido por la policía. En la huida resultaron apresados tres de sus miembros, mientras uno, aún prófugo, conseguía escapar. Los otros dos, Heraud uno de ellos, fueron acorralados por la fuerza pública y la población armada, cuando, cruzando a nado el río, lograron ser recogidos por un generoso balsero. Varias lanchas los acosaron. Hubo un tiroteo. Cayeron un policía y el balsero, y luego Heraud y su camarada, después que ambos habían enarbolado bandera blanca de rendición. En el cuerpo del poeta —de acuerdo a la declaración de su padre, quien viajó a Puerto Maldonado a identificar el cadáver— había una treintena de balazos, varios de un proyectil explosivo habitualmente empleado en la zona para la cacería de fieras. Eso es todo.

Claro que inmediatamente buena parte de la prensa segregó sus vastas infamias mezcladas con las grandes palabras de la peculiar moralina burguesa. Otra, menos farisea, se preguntó —como si fuera posible preguntarse semejante cosa— por qué razones jóvenes "con un porvenir brillante por delante" se daban a matar y morir. Por supuesto que tanta malevolencia o vacuidad no fueron compensadas por el homenaje público que a Heraud tributaron escritores y estudiantes, y todavía nadie sabe qué hacer para devolver el nombre y la obra del joven poeta al lugar que le corresponden. Es mi situación ahora.

Javier Heraud era un hombre parco, pesado de andar, de constante sonrisa en los labios, de mirada de asombro profundo. Estuve incontables veces con él, pero no conversamos mucho. Fui tal vez el primero que publicó un comentario de El Río. Me lo agradeció palmeándome con sus toscas manos la espalda, como si yo fuera el chico, pero esto con tal aire de no saber decir una frase convencional que era claro síntoma de su inocencia, de su candor. Inocencia y candor —no ingenuidad, fácil credulidad, no— que lo llevaron a empuñar un precario fusil para destruir el mundo que consideraba podrido, pero que no venían acompañados de la astucia del combatiente subrepticio, que suele ser fuerte y ágil, que sabe golpear y rehuir el contragolpe del enemigo. Me imagino cómo fue derribado —él mismo describió el escenario: y supuse que / al final moriría / alguna tarde / entre pájaros / y árboles, (en El Viaje)—, ofreciendo el gran blanco de su cuerpo sin malicia, esperando encender con su fuego de ira y justicia el río, el bosque, el cielo, los hombres. Es todo lo que puedo escribir ahora como introducción a algunos de sus poemas porque sé que, aun acribillado, su cadáver, ay, siguió muriendo, como el cadáver del miliciano español en el himno de César Vallejo, y sé que seguirá muriendo por siempre en sus versos.


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