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MOUFFE, Chantal

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MOUFFE, Chantal

Nota Dom Ene 30, 2011 1:41 pm
Chantal Mouffe

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

Chantal Mouffe (Charleroi, 1943) es una politóloga belga.

Junto a Ernesto Laclau, Mouffe dio pie a la corriente filosófica llamada posmarxismo en la que se repiensa la herencia marxista al alero de las transformaciones sociales de las últimas décadas, período llamado por algunos teóricos modernidad tardía o postmodernidad. Junto a Laclau, fueron activistas en las luchas sociales de la década de 1960 y, en el caso de Mouffe, sus aportes a la teoría feminista heredada de Simone de Beauvoir fueron notables.

El pluralismo agonístico es revisado en gran parte de sus obras; una defensa acérrima de la democracia como proyecto político frente a corrientes menos abiertas, como las que se formaron al alero del socialismo estatista. Sin embargo, una de las tesis que defiende de Karl Marx es la de la historia del hombre como historia del conflicto. Así, sin ese antagonismo, "la sociedad no puede existir".





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Re: MOUFFE, Chantal

Nota Dom Ene 30, 2011 1:42 pm
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Nota Dom Ene 30, 2011 1:42 pm
fuente: http://www.fundanin.org/vera20.htm


Reseña del libro de Chantal Mouffe El retorno de lo político (Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical), Paidós, 1999

Chantal Mouffe: por una ciudadanía democrática radical



Juan Manuel Vera

Iniciativa Socialista, nº 54, otoño, 1999




En los años ochenta, el ensayo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe Hegemonía y estrategia socialista supuso un revulsivo muy necesario en el pensamiento de la izquierda. Con toda claridad, esa obra investigaba las razones de fondo de la crisis del marxismo, abordando, con radicalidad y amplitud de miras, la incapacidad del socialismo tradicional para dar respuesta a los retos de la revolución democrática. Ese enfoque suponía una deconstrucción de los conceptos esenciales del marxismo, rechazando su perspectiva esencialista acerca de la constitución de las identidades colectivas. Al mismo tiempo, sus autores llegaban a unas conclusiones muy diferentes a las de otras visiones "posmodernas", en las cuales el descentramiento y la dispersión de las posiciones de sujeto se transforma en separación efectiva, en una eliminación de la política. En la propuesta teórica de Laclau y Mouffe se trata de una deconstrucción que precede y, al mismo tiempo, acompaña a una radicalización del proyecto político de la modernidad. Precisamente, su libro presentaba, junto a la negación de la naturaleza preconstituida del sujeto político, un proyecto de búsqueda de nuevas formas de articulación, de nuevas prácticas hegemónicas.

Así, en Hegemonía y estrategia socialista se redefinía el proyecto socialista en términos de "democracia plural y radical", representándolo como una extensión de la democracia a un amplio espectro de relaciones sociales. La intención de sus autores era reinscribir las metas socialistas en el marco de una democracia pluralista radicalizada.

Recientemente se ha publicado El retorno de lo político, una colección de ensayos de Chantal Mouffe, inscritos en el mismo marco analítico, donde se abordan las disyuntivas que plantea el actual renacimiento de la filosofía política. Dicho renacimiento está dominado por el debate entre el liberalismo kantiano de Rawls y las críticas comunitaristas a las que ha sido sometido.

Estos ensayos se sitúan en una posición crítica respecto a Rawls, con el que comparte el objetivo de defender el liberalismo político y el pluralismo, pero del que rechaza su visión individualista y su completa ceguera respecto a la lucha política. Mouffe señala que si Rawls tiene razón en querer defender el pluralismo y los derechos individuales, se equivoca en creer que ese proyecto exige el rechazo de cualquier idea posible de bien común. La prioridad del derecho por la que Rawls aboga sólo puede darse en el marco de una comunidad política que acepta los principios de igualdad y de libertad. La democracia no es, para nuestra autora, un mero procedimiento, como en la versión de Bobbio, sino un régimen político. Así, un régimen democrático liberal no es ni puede ser agnóstico en lo relativo al bien político, pues se define y constituye por su afirmación de determinados valores.

Mouffe tampoco se identifica con los críticos comunitaristas de Rawls, representados por el republicanismo cívico de autores como Taylor o McIntyre. Comparte con ellos el criterio de que los individuos con sus derechos sólo pueden existir dentro de una concreta comunidad política o la idea de que la identidad del ser humano se construye en el seno de una comunidad de lenguajes, significados y sentidos. Sin embargo, considera que la insistencia en una concepción sustantiva del bien común, de una comunidad participativa y unida, propicia el rechazo del pluralismo y de la prioridad de la justicia y supone un alejamiento de los principios liberales.

En oposición al liberalismo de Rawls, que elimina la idea de bien común, y al republicanismo cívico, que la reifica, una interpretación democrática radical ve el bien común como "un punto que se desvanece", algo siempre presente en nuestro actuar como ciudadanos pero nunca un horizonte definitivo. Así, para Mouffe el bien común funciona, por un lado, como un "imaginario social" (un horizonte de representaciones posibles) y, por otro, como una "gramática de la conducta" (p. 122).

Por otra parte, desde su perspectiva "antiesencialista", Mouffe incide en la inevitabilidad del poder y del antagonismo, como rasgos de lo político, según se indica en su propio prefacio, situándose plenamente en la tradición de Maquiavelo sobre el papel esencial del conflicto en la preservación de la libertad. Frente al enfoque individualista y contractualista, destaca el protagonismo de las pasiones en la política y la necesidad de movilizarlas hacia objetivos democráticos, afirmando que "no se puede reducir la política a la racionalidad, precisamente porque la política indica los límites de la racionalidad", con su perpetua construcción de antagonismos. Así, la ausencia de apuestas colectivas, de auténticas alternativas políticas democráticas, que permitan cristalizar las identificaciones colectivas y las pasiones políticas, sería una fuente de peligros para el proceso democrático. El emprobrecimiento de la lucha política y la carencia de alternativas, la uniformización del modelo, puede abrir el espacio público a la formulación de proyectos ultranacionalistas, étnicos o religiosos, por parte de los enemigos de los valores democráticos y liberales.

Para entender la modernidad política es preciso distinguir, como hizo Stuart Mill, la tradición liberal y la tradición democrática. Compatibilizar liberalismo y democracia exige defender el pluralismo. Este es, más que la tolerancia, la aceptación de una mutación simbólica producida por la revolución democrática que ha supuesto el final de un tipo jerárquico de sociedad organizada en torno a una sola concepción sustancial del bien común. En una sociedad cuyos principios sean la libertad y la igualdad, siempre habrá interpretaciones en pugna sobre los mismos, formas alternativas de institucionalización y de definición de las relaciones sociales a las que han de aplicarse. En el modelo de Mouffe, una concepción prevaleciente del bien común en una sociedad sólo puede entenderse como el producto de una hegemonía social. En un sentido diferente al de Gramsci, la hegemonía refleja unas determinadas relaciones de fuerza. Sin embargo, como destaca Lefort, la democracia ha instituido el poder como un espacio vacío, donde nunca puede afirmarse una concepción definitiva y sustantiva del bien común, pues los principios de libertad y de igualdad siempre pueden ser reformulados. Siempre es posible desafiar una hegemonía dada.

El proyecto de democracia radical y plural significa la lucha por establecer una nueva hegemonía. Una filosofía política democrático radical tiene el objetivo de profundizar la revolución democrática, radicalizando los valores de libertad y de igualdad y dando un sentido común a las distintas luchas sociales contra la dominación. Su objetivo es utilizar los recursos simbólicos de la tradición democrático liberal para esa lucha por la profundización de la revolución democrática.

La pregunta esencial del libro de Mouffe es: "¿cómo deberíamos entender la ciudadanía cuando nuestra meta es una democracia radical y plural?". En su respuesta, la ciudadanía no es una identidad entre otras ni la identidad dominante que se impone a otras: es un principio de articulación que afecta a las diferentes posiciones subjetivas del agente social. Una interpretación democrática radical enfatiza las múltiples relaciones sociales en las que existen relaciones de dominación contra las que hay que luchar si se quieren aplicar los principios de igualdad y de libertad. La construcción de una identidad democrática-radical es la construcción de un "nosotros" preciso para actuar en política y transformar la realidad, permitiendo la identificación de quienes combaten las diferentes formas de dominación.

La desdichada evolución de la izquierda democrática occidental hacia la aceptación del liberalismo económico, en lugar de profundizar en el liberalismo político, sitúa las ideas de Mouffe, hoy en día, en la encrucijada más importante para una reconstrucción profunda del proyecto de autonomía. La confusión entre liberalismo político y liberalismo económico sigue siendo el punto nodal de la parálisis de la izquierda. El hecho de que la llamada "tercera vía" rehuya frontalmente el espectro de la democracia radical, hace especialmente útil una reflexión desde los parámetros políticos que nos propone. El vertiginoso fracaso al que están abocados los proyectos de Blair y de Schröder demuestra, una vez más, que el marketing no puede convertir esquemas políticos cobardes y acomodaticios en una nueva estrategia reformadora ni generar un auténtico resurgir de la ciudadanía.

Nota Dom Ene 30, 2011 1:42 pm
fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmun ... 09-05.html


Entrevista con Chantal Mouffe

"La política tiene que ver con el conflicto"



Mercedes López

Página 12 // 5 de septiembre de 2010




    Chantal Mouffe, que estuvo en Buenos Aires dando charlas en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, afirma que las distintas experiencias progresistas de América latina evidencian que se puede romper con el neoliberalismo. "La confianza en el neoliberalismo se perturbó y los mismos partidos de centroizquierda se concientizaron para empezar a postularse como una alternativa. Tengo un optimismo moderado. Las experiencias latinoamericanas son importantes para nosotros, muestran que se puede tratar de salir del neoliberalismo".

    De su cuerpo frágil surge una voz firme y constante. Es un castellano hablado por una belga que está casada con un argentino. Junto al filósofo y marido Ernesto Laclau escribió Hegemonía y estrategia socialista.

    La politóloga Chantal Mouffe tomó de Hannah Arendt la visión de lo político como pluralidad para luego decir que Arendt falla en pensar que desde la pluralidad se puede lograr el consenso. El punto nodal de la teoría de Mouffe es que el conflicto es central, porque algunas posiciones son irreconciliables en una democracia agonista. Por eso Mouffe revisó la idea de conflicto del filósofo Carl Schmitt.

    Mouffe, que estuvo en Buenos Aires dando charlas en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, afirma que la crisis en Europa despabiló la conciencia de los partidos de izquierda y que las experiencias progresistas de América latina evidencian que se puede romper con el neoliberalismo. Estudiosa de los nuevos modelos de democracia, asegura que en Argentina se está dando un proceso de democratización de la sociedad y que el proyecto hegemónico “debe ganar mayores sectores de la clase media”.


Su planteo teórico reivindica la confrontación, eso parece contradecir la supuesta búsqueda de consenso que esgrimen muchos en Argentina...

El objetivo de la democracia no es que todo el mundo se ponga de acuerdo, hay posiciones irreconciliables. Critico a las tradiciones teóricas que dicen que la política democrática busca consensos. Habermas indica que el consenso se busca a través de procesos deliberativos, argumentos racionales. Yo no coincido con él. La política tiene que ver con el conflicto y la democracia consiste en dar la posibilidad a los distintos puntos de vista para que se expresen, disientan. El disenso se puede dar mediante el antagonismo amigo-enemigo, cuando se trata al oponente como enemigo –en el extremo llevaría a una guerra civil– o a través de lo que llamo agonismo: un adversario reconoce la legitimidad del oponente y el conflicto se conduce a través de las instituciones. Es una lucha por la hegemonía.


Está íntimamente ligado a lo que usted postula en su libro En torno a lo político acerca de un Nosotros frente a un Ellos...

Sí. Toda la política tiene que ver con la formación de un “nosotros”. Uno no puede formar un “nosotros” sin un “ellos”. Cualquier identidad colectiva implica dos: los católicos no se definirían sin los musulmanes; las mujeres sin los hombres. La idea de que se podría llegar a un nosotros inclusivo completamente es impensable teóricamente.


Desde este punto de vista, ¿cuál es el “otro” del gobierno kirchnerista en esta instancia de final de su mandato?

No es el otro, son los otros: una serie de intereses que se oponen a la democratización del país.


¿Por ejemplo?

El Grupo Clarín y todos los que tratan de monopolizar los medios de comunicación. El Gobierno, un gobierno progresista, intenta dar pluralidad de información, quiere generar condiciones igualitarias para la obtención del papel con Papel Prensa. Veo claramente dónde está el otro. Los grupos económicos tratan de monopolizar el poder lo más posible y el Gobierno, de impedirlo. Esas fuerzas que intentan mantener sus privilegios y control las representaron también los sectores del campo; el otro va cambiando según las circunstancias. Cuando tratás de democratizar una sociedad, hacerla más plural e igualitaria, te enfrentás con grupos de poder.


Ernesto Laclau afirmó en un reciente reportaje a este diario que el modelo argentino es superior a las socialdemocracias de Uruguay y Chile (el gobierno de Bachelet). ¿Coincide?

Los modelos de Uruguay y Chile son más cercanos a la socialdemocracia europea. En cambio en Argentina la tradición peronista es muy importante y lo hace más específico. Hay en América del Sur una serie de gobiernos progresistas de diversa índole –Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y los Kirchner en Argentina– que fueron más allá en la ruptura con el neoliberalismo que Tabaré Vázquez y Michelle Bachelet. En la reunión de Mar del Plata tanto Uruguay como Chile votaron a favor del proyecto de Bush, el del ALCA. Tabaré después intentó establecer relaciones bilaterales, coqueteó con un tratado de libre comercio con Estados Unidos. Tampoco se puede decir que son reaccionarios, son menos progresistas.


En la región se está dando una pelea entre los gobiernos de izquierda y una derecha con discurso republicano que está apoyada por los medios. ¿Cómo lo ve?

En todos esos países que mencioné ha habido un proceso de democratización. Venezuela es mucho más democrática con Chávez que cuando gobernaba el Copei o Acción Democrática; ni hablar Bolivia. Las condiciones dependen del grado de institucionalización de la sociedad civil. En Venezuela hay una situación mucho más polarizada y la sociedad civil es mucho más débil, comparado con Argentina. ¿Por qué hay oposición a esos gobiernos?, es la misma oligarquía que reacciona contra los procesos de democratización. En Venezuela, un caso paradigmático, los poderes nunca aceptaron la legitimidad de Chávez, aunque éste ganara todas las elecciones a las que se postuló. A Chávez lo tratan como a un enemigo, con tentativas de golpe de Estado. En el caso de Argentina, el proyecto hegemónico debe poder ganar el apoyo de la mayor parte de los sectores para poder avanzar en el proceso de democratización. Cuando en un país hay una clase media bastante desarrollada, sectores de esa clase media pueden ser conquistados.


Al oficialismo no le fue bien en las últimas legislativas...

Sí, sí. La tarea fundamental para este gobierno es que logre impedir que la oposición se unifique en torno de un proyecto común y ganar adeptos a su proyecto. Cuando fue el conflicto sobre las retenciones, se creó un bloque en contra de la política oficialista que no tendría que haber sido necesariamente así, los pequeños productores se unieron a los grandes y sus necesidades son muy distintas. Se hubiera podido ganar ese apoyo. Siempre en un conflicto hay sectores que pueden ir de un lado o del otro, porque son intereses no están definidos. La estrategia fundamental es ganarse a la mayoría a su proyecto de transformación.


En la concepción teórica de Schmitt, el soberano puede decidir un estado de excepción. A veces el soberano puede ser el pueblo. ¿Esto es aplicable a la crisis de 2001 en Argentina y la caída de Sánchez de Lozada en Bolivia?

Schmitt reflexiona sobre el papel del derecho que siempre más allá del derecho está la política, siempre hay situaciones excepcionales, que no se pueden seguir las leyes. Es una discusión que tiene con el constitucionalista Hans Kelsen de si la ley está siempre. Schmitt le decía que no, que aún en democracia hay situaciones de excepción, hay alguien que decide y es el soberano. Todo el pensamiento liberal trata de eliminar la soberanía, el papel del soberano. El mismo Schmitt decía: hay conflicto. Lo político tiene que ver con el conflicto.


¿Usted tiene una visión positiva del populismo?

Depende de si es populismo de izquierda o de derecha. El populismo no es mala palabra, porque creo que en la política democrática hay una construcción de un pueblo. A ese elemento llamo populismo, la descripción de un pueblo. Lo que Gramsci llamaría una voluntad colectiva, lo nacional-popular. Ese pueblo puede construirse de modos distintos. Ejemplo, en Europa los movimientos populistas que están ganando terreno son de derecha porque construyen el pueblo mediante un antagonismo con los inmigrantes, es el caso de Le Pen en Francia. La xenofobia es una característica del populismo de derecha. Si, en cambio, la construcción del nosotros es en confrontación con los grupos económicos, el populismo es de izquierda.


¿Como cuál?

El de Chávez, definitivamente. El pueblo venezolano se define en contra de los opresores, los poderosos.


Desde su punto de vista, las socialdemocracias europeas fracasaron y tienen mucho que aprender de América latina...

La situación de los partidos llamados de centroizquierda es preocupante. Al llamarse “centro” izquierda se alejan del progresismo. Por ejemplo, la Tercera Vía de Blair aceptó la hegemonía neoliberal. En Europa entre el centroderecha y el centroizquierda no hay grandes diferencias. La consecuencia de esto es que la gente vaya a votar cada vez menos. Y crea terreno fértil para que los partidos de derecha populista se posicionen, den la impresión de que son una alternativa de cambio. La crisis financiera del 2008 hubiera podido ser una oportunidad para que una verdadera izquierda democrática presente una alternativa al modelo neoliberal. No fue el caso. Todos esos partidos de centroizquierda han aceptado el orden neoliberal y contribuyeron en algunos casos a ese orden, como lo hizo el nuevo laborismo británico. Al mismo tiempo no se puede ser responsable de la crisis y su rescatista. Esto reforzó a los partidos conservadores. El único país de Europa en el que se da una izquierda más fortalecida es en Alemania. El partido La Izquierda quiere hacer una transformación de las instituciones. La crisis fue una oportunidad perdida, de todos modos, la confianza en el neoliberalismo se perturbó y los mismos partidos de centroizquierda se concientizaron para empezar a postularse como una alternativa. Tengo un optimismo moderado. Las experiencias latinoamericanas son importantes para nosotros, muestran que se puede tratar de salir del neoliberalismo.


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