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TERRÓN ABAD, Eloy (1919-2002)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...
Eloy Terrón Abad

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

Rafael Jérez Mir, en «Eloy Terrón Abad, maestro socrático e intelectual del pueblo», en El País, 28 de mayo de 2002, escribió:Había nacido en Fabero (León) en 1919. Se formó en el campo. A los 13 años se hizo minero y descubrió el ideario anarquista y socialista. De entonces databa su identificación con la clase obrera. Durante la guerra civil fue enlace del Ejército republicano hasta 1938; tras la guerra, fue condenado a prisión en consejo de guerra.

Inició sus estudios de forma autodidacta; optó por el trabajo intelectual como vía idónea para su compromiso político. Fueron sus maestros Antonio González de Lama, su círculo leonés y Santiago Montero Díaz, que dirigió su tesis doctoral sobre el krausismo español; ambos le reorientaron desde la física a la filosofía, primero, y desde la filosofía a la historia y a las ciencias sociales, después, con dos objetivos: el estudio de la dialéctica entre el hombre y la sociedad y la crítica del presente, a la luz de su historia y con centro en España.

La tesis de Eloy Terrón, Sociedad e ideología en los orígenes de la España contemporánea, de 1958, supuso un hito científico para los especialistas en el krausismo y en la historia del pensamiento español. Pero su figura no fue la del académico preocupado por 'hacer carrera' y publicar a toda costa, sino la de un pensador independiente, comprometido con la superación histórica del capitalismo y con una lucidez teórica, una generosidad intelectual y un tacto excepcionales.

Fue adjunto de José Luis López Aranguren en la Facultad de Filosofía hasta 1965, fecha en la que renunció a su plaza -y a una cátedra que le fue ofrecida por el decano, Camón Aznar- como protesta ante la represión franquista que separó de sus cátedras a Tierno Galván, García Calvo y Aranguren por su apoyo a los estudiantes.

Fue el más estrecho colaborador del científico Faustino Cordón, desde mediados de los años cincuenta. Al volver a la Complutense en 1979, se integró en el departamento de Teoría de la Comunicación de Manuel Martín Serrano.

En virtud de su compromiso con el marxismo, fue también, y ante todo, un maestro socrático y un intelectual de la clase trabajadora y del pueblo. Esa actitud y ese compromiso explican también su trabajo político como decano del Colegio de Doctores y Licenciados de Madrid y como presidente del Consejo General de Doctores y Licenciados de España, del Club de Amigos de la Unesco y de la Fundación Primero de Mayo de Comisiones Obreras, entre otras responsabilidades.

Practicaba la acción dialógica de un modo ejemplar. Y, en lugar de usar el saber como arma de poder y de distinción social, ofrecía siempre el comentario o el libro oportuno, para potenciar la extensión social del ejercicio de la crítica y de cultura intelectual elaborada.





Bibliografía compilada





Ensayo





Artículos





Sobre E. Terrón Abad (artículos)



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Nota Lun Sep 05, 2011 3:53 pm
Eloy Terrón, en "Significado y propósito de la guerra civil española (1936-1939)", en 1986, escribió:
    Como reconocimiento a Eloy Terrón, recuperamos el texto que publicó en 1986 con el que rememoró los 50 años del inicio de la contienda española por su valor en si mismo y por su vigencia.

La Guerra Civil -sanguinaria y destructora- no resolvió nada: la tesis del "pronunciamiento" no es válida y el pueblo español exige una explicación

En los escritos que han aparecido con ocasión del cincuenta aniversario de la Guerra Civil parece notarse un marcado interés por liquidar el asunto de nuestro conflicto más grave desde hace casi dos siglos. Vd. mismo, en el escrito-editorial con su firma, dice que sobre la Guerra Civil ya se ha dicho todo. Y Diario 16, en el editorial del mismo día 18 de julio, afirma (cito de memoria) que todo está claro: la Guerra Civil fue un golpe de Estado, un pronunciamiento militar más.

Para mí, un inculto muchacho campesino de 16 años, derrotado, marginado y aterrorizado por la represión de los años 1937-38 y siguientes, entender la Guerra Civil -entender por qué en España pudo ocurrir algo así- se convirtió en una obsesión; no en una obsesión emocional sino en una obsesión teórica, científica. Yo intenté comprender cómo había evolucionado la sociedad española de los últimos 200 años para desencadenar una Guerra Civil tan feroz y que, además, de inmediato, no resolvió nada: se hizo una guerra cruel, sanguinaria, destructora, para dejar las cosas como estaban.

Esto, si es verdad, es muy grave y requiere una explicación. Como intelectuales, como pueblo, tenemos que esclarecer nuestra conciencia colectiva. Tenemos que entender nuestro pasado reciente. No podemos seguir considerándonos como una excepción, como un caso patológico en el mundo occidental. Si aceptamos la tesis del golpe de Estado (del pronunciamiento hispánico), continuaremos la tradición de la España de pandereta, de bandidos generosos (o, no tanto), cantaores y gitanos. Los duros y penosos trabajos de nuestro sufrido pueblo (y en esto yo me siento pueblo, pueblo campesino y minero) merecen una explicación. Es más: exigen una explicación. Nuestros miles y miles de emigrantes, dispersos por Europa y América, merecen una explicación. Hay, pues, que decirles, a los que tanto han sufrido dentro, a los hijos de tanto español sacrificado, a los que sufren por el mundo, qué es lo que ha pasado aquí y por qué han pasado las cosas que han pasado.

Me imagino que Vd. considerará una ingenuidad, o más bien una tontería, mi pretensión de dar en esta carta una explicación teórica (científica) de las causas lejanas y próximas que condujeron, de modo fatal, a la Guerra Civil. Pero, por absurdo que parezca, voy a intentarlo. He estado pensando en esto desde que leí su artículo editorial el 18 de julio pasado. Mejor dicho, he estado pensando en esto desde que, en 1950, el inolvidable maestro Santiago Montero Díaz me propuso la realización de una tesis de doctorado que implicaba entender el tema de esta carta. Presiento que su longitud hará imposible su publicación, pero para mí la satisfacción fundamental consiste en escribirla.


La vigencia de la "teoría de la decadencia", de los intelectuales de la clase terrateniente, se explica por su aceptación por el resto de intelectuales

Sin embargo, antes de entrar en la hipótesis explicativa merece la pena decir unas palabras acerca de las causas sociales e intelectuales que contribuyeron a retrasar la comprensión de la evolución de nuestra sociedad.

El primer factor a tener en cuenta fue la total hegemonía ejercida por la clase "terrateniente" en los dominios económico, político e ideológico, lo que le permitió elaborar una explicación ideológica que fue aceptada y se mantuvo en tanto que aquélla conservó su poder económico y político. La persistencia de la explicación "terrateniente" y el largo retraso en ser cuestionada revelan dos cosas: por una parte, la pertenencia e identificación de profesionales e intelectuales con la clase hegemónica; y, por otra, la inexistencia de intelectuales identificados con la clase antitética, pues los demás aceptaban (como parece que era el caso) la explicación de los intelectuales de la clase terrateniente.

La explicación adelantada por estos últimos era la teoría de la decadencia. Esta teoría permitía exaltar y halagar la vanidad de la clase terrateniente y, a la vez, entroncar con su pasado glorioso; la delirante exaltación del pasado le permitía enmascarar la pobreza y la miseria del presente (siglos XIX y XX) y codearse con los ingleses y franceses, que estaban construyendo grandes imperios coloniales. Pero es que, además, fue un hallazgo genial con el que todos se sintieron identificados: desde los ultramontanos, a Gregorio Marañón, Manuel Azaña, Fernando de los Ríos y tantos otros más. Esa teoría debió de resultar tan halagadora para la vanidad colectiva, que nadie consideró conveniente volverse contra ella, y, menos que nadie, los graves y sesudos críticos de nuestro Regeneracionismo.

La teoría de la decadencia hacía recaer las culpas sobre un enemigo fácil y popular: la dinastía austríaca; la Inquisición; la holgazanería española (heredada del componente racial musulmán); la conquista y emigración a América, que habían despoblado y dejado exhausta Castilla; etc., etc. Y ya se sabe cómo las explicaciones fáciles, sostenidas y propagadas por hombres doctos, se instalan en las conciencias como plenamente convincentes.


La guerra civil fue el resultado de un proyecto largamente madurado: la resolución violenta de la principal contradicción del sistema productivo.

¿Por qué se hizo la Guerra Civil? ¿Cuál fue su propósito? ¿Fue un acto impremeditado y espontáneo, por los abusos y desórdenes de la izquierda desde que ésta ganó las elecciones de febrero de 1936, o fue el estallido de un propósito, de un proyecto largamente preparado?

En contra de lo que la propaganda vulgar intentó hacer creer, la Guerra Civil fue el resultado de un proyecto largamente madurado, un proyecto de años. Probablemente se inició al advertir el fracaso de la dictadura de Primo de Rivera; y debió acelerarse con la defección de Alfonso XIII, que destruyó el centro de poder directo del sistema terrateniente: la camarilla palatina. A la vista de lo sucedido con el golpe de Estado o pronunciamiento del general Primo de Rivera (alentado y estimulado por los empresarios catalanes, aterrorizados por la concurrencia y los rápidos progresos de la industria europeo-occidental), se hacía necesario ir más allá del simple golpe de Estado, del pronunciamiento cuartelesco

Lo que sí debió ser espontáneo y apresurado fue el momento del estallido. Pero hay muchos documentos y declaraciones que demuestran que su preparación venía de muy atrás.

Esa acción hubiera sido lógica como consecuencia de la intentona revolucionaria de octubre de 1934. ¿Por qué no aprovecharon sus organizadores esa excelente ocasión? En una revista ultra se argumentaba que se dejó pasar esa ocasión para cargarse más de razón; es decir, para que maduraran las condiciones, de modo que se convenciesen los sectores todavía indecisos. Pero ¿ante qué se podían sentir indecisos tales sectores? Sin duda, ante los objetivos reales del golpe de Estado y de lo que habría de venir tras él.

¿Habían calculado bien los organizadores civiles y militares las consecuencias del golpe de Estado? ¿Sabían que los trabajadores agrícolas y los industriales se iban a movilizar (éstos, sí, de modo espontáneo) con una unanimidad tal como para hacer frente al golpe militar? En aquel momento el espíritu revolucionario de los trabajadores era demasiado patente para que les pasara desapercibido a los organizadores del golpe de Estado. Y, si éstos eran conscientes del espíritu dominante entre los trabajadores (lo contrario habría sido realmente imperdonable), queda invalidada la teoría del rutinario golpe de Estado y se perfila con toda claridad el significado y propósito de la Guerra Civil. Sólo así se justificaría el momento en que se desencadenó la conflagración, porque sólo así tendría una explicación (aunque atroz) el que se llevase a cabo la guerra.

El análisis implacable conduce, pues, a formular esa pregunta terrible, a la vista de la situación del país y de los resultados de la guerra. ¿Para qué se hizo la Guerra Civil? ¿Qué se pretendía resolver con la guerra? Porque es indudable que la guerra fue proyectada y organizada por políticos inteligentes, conocedores de la situación de España; y, por tanto, para resolver una situación que se había hecho insoportable para quienes la desencadenaron y que quedaría resuelta, superada, tras su victoria.

Se trataba de resolver la contradicción que arruinaba y maniataba al país. Pero ¿cuál era esa contradicción insoportable que exigía la implacable aplicación del terrible cauterio de la guerra?: la contradicción que atenazó a España durante los años 20 y 30 era la generada por la existencia de más de tres millones de proletarios agrícolas que el sistema terrateniente había expulsado de la tierra, y a los que el sistema productivo del país no podía mantener y de los que no podía prescindir.


Fracaso de las reformas liberales: sistema terrateniente, bloqueo del desarrollo capitalista rural e industrial y estancamiento general de España

Ahora bien, para ver la intensidad de esa contradicción en toda su magnitud hay que aclarar previamente tres procesos básicos estrechamente interrelacionados:

1) La constitución del sistema terrateniente como resultado a su vez de un doble proceso: la expulsión de sus tierras por los terratenientes de los “vasallos enfiteutas” que venían pagando unos tributos feudales casi simbólicos y la readmisión a continuación de una parte de ellos como colonos arrendatarios de nuevo tipo; y la desamortización de los bienes de la Iglesia y de los bienes comunes y propios de los pueblos, cuyos campesinos productores directos fueron expropiados y una parte de ellos, readmitidos como colonos arrendatarios que pagaban rentas elevadas.

2) El cambio jurídico de la propiedad de la tierra: la propiedad compartida medieval de los nobles y de la Iglesia se convirtió en propiedad de “libre disposición” de la aristocracia y de los nuevos propietarios (de los compradores de bienes desamortizados). Pero -y esto hay que subrayarlo bien- el modo de explotar la tierra siguió siendo el mismo: campesinos que cultivan pequeñas haciendas arrendadas con aperos totalmente medievales, utilizando casi únicamente la mano de obra familiar, salvo algún jornalero esporádico en los días de la cosecha (de hecho, la productividad, especialmente la de los cereales, era típicamente medieval y apenas aumentó desde finales del siglo XVIII a 1950).

3) Un sistema de producción ineficiente, sobre una doble base social: pequeños campesinos arrendatarios, que pagaban rentas muy elevadas, cuando la productividad que obtenían apenas daba para sostener a la familia campesina productora; y empleo de jornaleros en la cosecha de cereales, la vendimia, la recogida de la aceituna, etc., de modo que durante los dos o tres meses que duraban las cosechas se producía una gran demanda de brazos (es más, entonces no sólo se empleaba a todos los jornaleros de la localidad sino que -dado lo rudimentario de los aperos y herramientas- se daba empleo a numerosos trabajadores llegados de fuera, como los segadores gallegos, por ejemplo), hasta el punto de darse una falta de mano de obra en el momento en que más se la necesitaba mientras durante el resto del año sobraba la inmensa mayoría de los trabajadores.

En las regiones en que dominaba la nueva propiedad latifundista, los terratenientes no se limitaron a acaparar toda la tierra útil. Cuidaron también de que los jornaleros no contaran con ningún otro punto de apoyo: con la posibilidad de ganar un jornal que les librase del hambre y de la esclavización que suponían los salarios esporádicos de la época de las cosechas. Por eso impidieron la instalación de industrias y empresas capitalistas que pudieran arrebatarles una mano de obra disponible de forma permanente.

Es verdad que los terratenientes impulsaron la primera fase de la acumulación capitalista con su reforma liberal (su “revolución burguesa”): liberaron a millones de hombres de los medios de producción y los convirtieron en mano de obra disponible para que unos hipotéticos capitalistas los emplearan. Pero la mano de obra así “liberada” se quedó en eso: liberada de la tierra (el único medio de producción que conocía), esclava del hambre y de la miseria y al pie de las tierras a las que antes entregara sus esfuerzos, precisamente para rentabilizar más -para revalorizarlas- las tierras de las que se la había expulsado.

Porque, además -y éste es otro hecho que clamaba al cielo-, en tanto que la explotación, el cultivo, de los grandes latifundios se realizaba por pequeñas unidades, arrendadas o subarrendadas, que podía trabajar una familia con sus pobres y rudimentarios aperos y su mula, las rentas se elevaban de modo incontenible, por la presión de la población que no encontraba otro recurso del que vivir. Es más: para beneficiarse, precisamente de esa presión sobre los medios de vida (sobre los alimentos producidos por la tierra, en concreto) por parte de la población y de su crecimiento, los terratenientes limitaban hasta el absurdo la duración de los contratos de arrendamiento para elevar las rentas al final de cada período y aprovecharse así de las subidas de los precios de los productos alimenticios.

La hegemonía y el control que la clase terrateniente ejercía sobre la propiedad del suelo eran tan grandes y tan firmes que le permitía extraer -por medio de las rentas del suelo- el excedente que cada familia campesina producía por encima de lo estrictamente necesario para seguir cultivando y viviendo. Ese excedente era tanto mayor cuanto más caros eran los alimentos, cuyos precios consiguió elevar aún más esa misma clase terrateniente valiéndose del poder político, al establecer derechos arancelarios disuasorios o prácticamente prohibitivos.

Por otra parte y dado que el precio de los alimentos es el coste de los salarios, los terratenientes llegaban incluso a absorber parte de la plusvalía producida por los trabajadores en otras ramas, industriales o artesanales, reduciendo así las posibilidades de capitalización de los empresarios industriales. Y no sólo eso. El poder de la clase terrateniente era tan grande que no se conformaba con extraer todo el excedente producido por los campesinos, colonos arrendatarios de sus tierras: también conseguía apoderarse de parte del excedente producido por los campesinos pequeños propietarios de la mitad norte del país valiéndose de las contribuciones territoriales y de consumos para sostener el aparato del Estado: el ejército, que defendía sus tierras, en la parte sur; la Iglesia, que legitimaba su hegemonía; el poder judicial, que resolvía los pleitos a su favor; etc., etc. Esos impuestos eran muy elevados y podría decirse que quienes soportaban las cargas del Estado terrateniente eran los campesinos pobres y medios, pues ya se sabe que la aristocracia no pagaba impuestos. Pero ¿quién no era aristócrata en la segunda mitad del siglo XIX?, pues los compradores de tierras “desamortizadas” debieron ser, en buena parte, ennoblecidos (un escritor de comienzos de este siglo XX afirma que Isabel II concedió más títulos que todos los reyes antecesores suyos, juntos).

A través de su hegemonía y con su férreo control de la propiedad de la tierra, la clase terrateniente llevó al país al estancamiento: redujo las posibilidades de acumulación de capitales por parte de los empresarios industriales y les indujo al consumo ostentoso (los terratenientes constituían una clase despilfarradora); y, lo que es más importante, no dejó a los campesinos productores directos posibilidad alguna de acumulación de capital para invertir y mejorar los cultivos y abaratar los precios de los alimentos, al extraer todo o casi todo el excedente por medio de los contratos de arriendo corto y al aprovecharse de la presión demográfica para elevar la renta de la tierra.

Un país con los precios de los alimentos altos y en constante aumento es un país condenado al estancamiento: no puede pasar de la reproducción simple a la reproducción ampliada, especialmente en la agricultura.


Aumento de la tensión social al agravarse el problema de la tierra y ensayo de sus soluciones por la clase terrateniente con la dictadura de Primo de Rivera: liquidación de los sindicatos de clase, destrucción de las organizaciones políticas democráticas e hibernación del capitalismo

Dada su situación en el ámbito cultural europeo, algunos de los efectos de la “revolución demográfica” de la época se manifestaron también en España: la población aumentó con la mejora de las condiciones sanitarias, aunque no con la rapidez con que lo hizo en otros países europeos porque aquí esas mejoras sanitarias fueron bastante más lentas mientras en otras partes se vieron además reforzadas con las de la alimentación y la vivienda.

Con todo, la población española creció también con fuerza, presionando sobre la disponibilidad de alimentos. Esto empujó los precios al alza, en beneficio sobre todo de la clase terrateniente, en cuyas tierras se producía el mejor trigo, el mejor aceite, el mejor vino, etc. Pero también llevó al aumento de la conflictividad social y al reforzamiento consiguiente de los mecanismos e instrumentos de represión. Así, en la sociedad española, el incremento de la tensión social la hizo cada vez más peligrosa, salvo en algunos períodos cortos (como en los años de la ruina del viñedo francés, durante la Primera Guerra Mundial o cuando la expansión económica ajena estimuló la emigración -aunque con el agravante de que los españoles no se beneficiaron de las emigraciones a países ricos, como Estados Unidos, y tuvieron que contentarse con encontrar salida en países pobres, agrícolas, como Argentina, Cuba y otros).

Por otra parte, la coincidencia de toda una serie factores vino a agravar aquí la conflictividad entre las clases tras la Primera Guerra Mundial:

1) El alza de los precios, originada por las exportaciones y la escasez de la guerra, y agravada al no descender aquéllos al nivel anterior a 1914 cuando finalizó, como ocurrió en otros países, que intervinieron en la contienda bélica.

2) El cierre de la válvula de escape de la emigración, en especial en América del sur; es más, incluso se inició una fuerte corriente de retorno de emigrantes, que se aceleró con la crisis del año 1929.

3) El pesimismo y la desconfianza en las instituciones generado con fuerza tras la guerra con los Estados Unidos, al perderse Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

4) El aumento de esa desconfianza en las instituciones como consecuencia de la guerra con los rifeños, en la zona norte de Marruecos, y sobre todo de algunos de los desastres que acarreó.

5) La conquista progresiva del ejército por parte de la clase terrateniente, a partir de la Restauración y como consecuencia de la existencia de más de dos millones de jornaleros semiparados en el campo; de hecho, pese a sus fracasos en el exterior, el ejército fue adquiriendo mayor protagonismo en el interior, sobre todo a la vista de la impotencia de los partidos reaccionarios: tanto la clase terrateniente como la Corona sabían que no tenían más apoyo que la fuerza, y por eso mimaron al Ejército y a la Guardia Civil.

6) La crisis -lógica- de los partidos políticos, puesto que entre la Restauración y 1923 no hay nada de hecho más que un partido, cualquiera que fuera el color que adoptara: el de los terratenientes. De modo que, cuando aumenta la tensión y se acumulan los problemas, se recurre a la fuerza para simular que se los resuelve.

7) El pronunciamiento de Primo de Rivera, como la demostración más clara de que la tensión se estaba haciendo peligrosa. La dictadura esboza las soluciones que la clase terrateniente propone ante la conflictiva situación, a tres bandas: la contradicción principal y determinante, la existencia de más de tres millones de jornaleros semiparados y hambrientos que piden tierra y trabajo; el lento despertar del capitalismo catalán y vasco; y el nacionalismo que flanquea al uno y al otro. Las medidas a adoptar son sencillas: destruir las organizaciones políticas democráticas; acabar con los sindicatos de clase; y afrontar el desarrollo del capitalismo sometiéndolo a hibernación mediante la creación de comités de control (un primer ensayo de lo que con posterioridad habría de hacer el propio capitalismo).

8) La presencia -no hay que olvidarlo- de una derecha ultramontana dispuesta a restablecer la monarquía absoluta por la fuerza de las armas, por lo que practicaba el apoliticismo, al extremo opuesto del anarquismo ibérico. Tras el abandono del país por el rey Alfonso XIII -castigado por los terratenientes por sus prejuicios legalistas y constitucionales- y la floración de algaradas puestas en práctica por los partidos pequeño-burgueses (anarquistas incluidos), que declaraban con orgullo que se había batido a la reacción sin disparar un solo tiro, la situación del país estaba a punto de caramelo para el estallido de la guerra civil más sanguinaria y destructora que iba a sufrir España.


La práctica de los primeros días de la guerra, la prueba de cargo contra la clase terrateniente como impulsora de la guerra con un fin claro: la reproducción de su hegemonía mediante el exterminio de los contrarios

Hay que subrayar que los políticos y los militares dispusieron del tiempo y los conocimientos suficientes para proyectar la guerra civil y para decidir el momento oportuno en que llevarla a cabo. Sabían perfectamente que la tensión social era máxima y tenían que saber bien lo que querían, que no era precisamente repetir el fracaso de la experiencia de Primo de Rivera. Contaban con la experiencia del golpe de 1923, pues no hay duda de que bastantes de los dirigentes que intervinieron en la planificación del golpe del 18 de julio habían participado en el pronunciamiento de septiembre de 1923 (que, como todo el mundo sabe, fue planeado por generales de la camarilla palaciega). Ahora bien, dando por supuesto que los directores del Alzamiento sabían bien lo que hacían, cabe preguntarse: ¿qué se proponían?; ¿sabían que la contradicción que pretendían resolver era imposible resolverla por la vía de las armas?

Aquí radica la cuestión principal y decisiva: si sabían o no que el empleo de la fuerza no resolvería el conflicto. Esto es: la existencia de más de tres millones de jornaleros, disponibles para trabajar, que pedían trabajo o tierra, y de una economía terrateniente basada por completo en la renta absoluta de la tierra, en la hegemonía y control de la propiedad por la clase terrateniente y en pequeñas explotaciones familiares. El sistema económico dominante imponía el estancamiento del país y bloqueaba el desarrollo del capitalismo, que era la única solución posible (¿?); la mentalidad terrateniente era hostil al capitalismo; los artículos de primera necesidad eran muy caros; y, por ello, los salarios, muy elevados de acuerdo con la productividad de los trabajadores.

Considerando estos puntos, se ve con claridad que el golpe de Estado, al igual que la guerra civil, eran instrumentos por completo inadecuados para resolver el conflicto. ¿Eran conscientes los directores del alzamiento de que la guerra civil que iban a emprender no resolvería nada? Y, si lo eran, ¿por qué emprendieron entonces la guerra civil, en lugar de optar simplemente por el pronunciamiento militar, al que consideraban completamente insatisfactorio? ¿Qué se proponían con el desencadenamiento de la guerra?

Es inevitable plantearse estos interrogantes, pues a todos nos interesa conocer la verdad de lo ocurrido. Y hay que confesar que fue tan sólo la derecha -la clase terrateniente- la que planeó y desencadenó la guerra; la izquierda no necesitaba la guerra civil para llegar al poder, al menos para hacerlo de modo formal.

Fue la clase terrateniente la que planeó, preparó y desencadenó la guerra para conservar su fuente principal de ingresos -la renta absoluta del suelo-, su hegemonía y su control sobre la propiedad, y para reafirmar su poder político, pues con los avances de la democracia no podía defenderlo con métodos políticos. A mediados del siglo XIX había conseguido presentar sus reformas políticas y jurídicas como liberales y progresivas, pero la evidencia de las graves consecuencias de su expropiación de los campesinos pobres determinó su derechización imparable.

Delimitar el propósito -el objetivo- que la clase terrateniente se proponía conseguir con la guerra civil (al no contentarse con el simple pronunciamiento, a la vista de los resultados del que había llevado a cabo el general Primo de Rivera) significa e implica la formulación de una acusación histórica y política gravísima contra quienes la prepararon y la dirigieron. Porque el propósito real de la guerra civil no podía ser otro que la matanza, el exterminio físico, de todos los dirigentes políticos, sindicales y sociales de la izquierda y de parte de lo que podríamos llamar el centro político, un verdadero genocidio. Proponer como objetivo de la guerra civil una monstruosa matanza de muchos miles de personas es la conclusión lógico-objetiva que se extrae de la situación de España en las décadas de los años veinte y treinta, sin necesidad de recurrir a lo que la derecha terrateniente hizo después del 18 de julio.

Desconozco si alguien ha planteado antes que el objetivo de la guerra civil fue ese tipo de matanza (lo que podría llamarse teoría del genocidio). He vacilado en llegar a esta conclusión. Pero el hecho es que no encuentro otra explicación, salvo el pensar que los que prepararon y desencadenaron la guerra eran aprendices de brujo que ignoraban las consecuencias de lo que planeaban; cosa increíble en políticos y militares que habían proyectado el pronunciamiento del general Primo de Rivera, y esto, sin contar con lo que en realidad ocurrió ya en los primeros días de la guerra.

Por más que se afine en la búsqueda de una finalidad de la guerra más favorable a quienes la desencadenaron (a los que la planearon y dirigieron), no se encontrará otra distinta al descabezamiento de las organizaciones políticas sindicales y culturales de izquierda que el país se había ido dando en su lucha contra el corsé del estancamiento que la clase terrateniente le había impuesto. A la vista de los condicionamientos sociales y económicos, no había otra alternativa.

La dictadura de Primo de Rivera había demostrado que las detenciones -por arbitrarias que fuesen-, las deportaciones y las condenas de tribunales especiales eran por completo ineficaces: la gente continuaba moviéndose, de modo abierto o en la clandestinidad, presionando o resistiendo frente a las nuevas medidas que tomaba el estrato político ultraderechista que los militares habían llevado al poder. Estaba visto que, para pacificar el país, para acabar con la tensión y los conflictos sociales que perturbaban el orden de modo constante, había que realizar una operación brutal de desmantelamiento de toda la subversión montada durante los años de incuria liberal: reprimir sin contemplaciones y aterrorizar hasta el punto de que la gente tuviese miedo a pensar. Y esto fue lo que se hizo desde el primer momento mismo del “alzamiento militar”.

La disculpa de que la brutalidad de la represión en el primer período del “Movimiento” fue una consecuencia de la reacción del enemigo no es válida, pues desde el punto de vista teórico no es sino una burda argumentación.

¿Cuál era la correlación de fuerzas de los dos bandos que aparecen en el país en el momento en que se inicia el “alzamiento militar”?

Por un lado, en el bando de los sublevados o alzados, estaban el Directorio político-militar (que debió de existir desde años antes) formado por políticos de la cúpula de la clase terrateniente y militares de alto rango vinculados a la misma; los mandos superiores, medios y bajos de los ejércitos (que no podían perder la ocasión de hacer una carrera rápida y que -en el caso de los oficiales- tenían una formación muy conservadora, reaccionaria); la mayoría de la Guardia Civil; la Iglesia, al completo; la burguesía empresarial; los propietarios medios y pequeños, aterrorizados por el espectro de la Reforma Agraria; y, en general, el pequeño campesinado de las regiones tradicionalmente carlistas, cuyos jóvenes estaban entrenados y encuadrados militarmente. Aunque con miras muy diversas y opuestas, el Alzamiento fue bien recibido por amplios estratos de población.

Por el otro lado, se enfrentaron al alzamiento militar: primero, los obreros industriales y de la construcción de las grandes ciudades; segundo, los obreros agrícolas de la mitad sur; y, por último, un buen número de profesionales (entre los que cabría destacar a los maestros), un sector de la pequeña burguesía y personalidades aisladas de la clase media. Es un hecho que fueron los obreros industriales y agrícolas los que se levantaron espontáneamente contra los militares y civiles sublevados: entonces no había todavía comisarios detrás apuntándoles con una pistola para que se alinearan con las fuerzas que defendían el gobierno de la República o que se oponían a los militares sublevados.

Algún día se reconocerá la heroicidad de los trabajadores que, con gran abnegación, sacrificio y generosidad, se opusieron, sin armas (¡a nadie se le ocurrirá decir que los obreros estaban armados el 18 de julio de 1936!) a un ejército organizado y comandado y a unos civiles militarizados y fanatizados, aquellos de quienes se dijo que para ellos ¡el 18 de julio fue una fiesta!

Ahora bien, para luchar en una guerra lo que más cuenta es la organización y el mando.

Los militares sublevados tuvieron años para organizarse y dar el golpe en el momento más favorable, y contaron con un mando rigurosamente centralizado y con una disciplina tal que el no obedecía era muerto en el acto; y de sus voluntarios civiles pueden decirse otro tanto, pues o bien se encuadraban en grupos militares o se hallaban bajo mandos militares, pues, contaban con un número elevado de oficiales dada la especial configuración de los sublevados. Aparte de que todos los civiles que se unían a la sublevación eran entusiastas de la organización y la disciplina. En resumen, los militares contaban con las condiciones para vencer en pocos días: como no lo hicieron, hay que pensar si fue porque no pudieron o porque no quisieron.

Frente a los sublevados estaban las dos, o quizás tres, organizaciones sindicales, dos partidos y un pseudopartido; y con el agravante de la organización sindical Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), con su pseudopartido, la Federación Anarquista Ibérica. El partido comunista era nuevo, mínimo, sin experiencia política, y corroído por fuertes contradicciones internas. De modo que la única organización bien establecida era la Unión General de Trabajadores (UGT) y el partido socialista. Aquí conviene puntualizar y aclarar algunos mitos propagados por el franquismo para aumentar su gloria y atemorizar a los crédulos: un sindicato no era entonces (ni lo es ahora) una organización militar ni una organización política como las conocidas por los franquistas; un sindicato era un punto de referencia vago para deducir quiénes podían colaborar en la defensa de la República; y, además, hay que recordar cuál era la organización anarcosindicalista y cómo funcionaba ésta.

Se puede afirmar sin temer que en el lado de los sublevados reinaba la jerarquía, la disciplina y el terror; y, del otro, por el contrario, la indisciplina, la dispersión y el desorden. ¿Por qué no se impusieron rápidamente los sublevados, habiendo planeado minuciosamente todo?: un estado mayor tiene la obligación de prevenirlo todo, sobre todo los resultados de su acción.

La comparación de la organización de cada bando, la centralización, el mando, la disciplina y la unidad de acción, son muy importantes para demostrar la teoría del baño de sangre, o del descabezamiento de las organizaciones de izquierdas. Porque es increíble que el terror implantado desde el primer instante de la sublevación como método de poder fuera una respuesta a los desmanes cometido por un enemigo desorganizado. Ni siquiera se puede argumentar que la desorganización popular facilitó el que pequeños grupos de desalmados se dedicaran a matar: podría haber un desalmado, podrían juntarse dos, pero un grupo de desalmados, sin orden ni concierto, era imposible. Las gentes del pueblo no estaban acostumbradas a matar. Matar requiere un entrenamiento, una educación, un potente respaldo ideológico (religioso), como el partido nazi, la yihad islámica u otras organizaciones que nos son más próximas (No hay que olvidar la frase recogida por Bernanos: “¡Hay que matarlos para que no se condenen!”).

Del análisis científico se puede concluir sin lugar a dudas que la guerra civil fue una acción sangrienta y brutal para resolver una situación de tensión y conflictividad social absolutamente incoherente e inadecuada. Nos permite también inferir que los que planearon la sublevación militar sabían muy bien lo que hacían y lo que querían. Nos obliga también a concluir que la finalidad de la sublevación fue descabezar y destruir las organizaciones políticas, sindicales y culturales de izquierda mediante el exterminio de miles de españoles. De ese modo dejaron inermes durante años a los trabajadores agrícolas de la mitad sur de España, cuya existencia era el elemento capital de la contradicción; pero, además, pusieron de rodillas y sometieron a un severo control a los empresarios que egoístamente estaban poniendo en peligro la renta absoluta de la tierra, base firme del bienestar de la clase terrateniente.

El comportamiento de los sublevados desde el primer momento prueba lo correcto de estas conclusiones. Aunque, por otra parte, los directores y planificadores de la guerra se beneficiaron también de la crisis internacional que se produjo por el auge del nazi-fascismo; y éste, aparte de servir de justificación ideológica para muchas gentes, proporcionó a los sublevados el apoyo político, económico y militar de las naciones que estaban preparando la mayor hecatombe, el mayor genocidio de la historia de la humanidad.



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