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FEDERICI, Silvia

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...

FEDERICI, Silvia

Nota Mar Jun 29, 2010 10:36 pm
Silvia Federici

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

En la entrada en Wikipedia en inglés, que traduzco aquí, se escribió:Académica, profesora y militante del feminismo marxista de tradición radical. Profesora emérita y teaching fellow de la Universidad de Hofstra, donde además enseñó ciencias sociales. Trabajó como profesora en Nigeria durante muchos años. Es cofundadora del Committee for Academic Freedom de África y miembro del Midnight Notes Collective.

El trabajo más reciente de Federici, Caliban and the Witch: Women the Body and Primitive Accumulation (Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria), toma como punto de partida el trabajo de Leopoldina Fortunati. En él, se argumenta contra la afirmación de Marx de que la acumulación primitiva es una condición previa necesaria para el capitalismo. En lugar de esto, Federici señala que la acumulación primitiva es una característica fundamental del propio capitalismo, esto es, que el capitalismo, con el fin de perpetuarse, requiere una inyección constante de capital expropiado.

Federici conecta esta expropiación al trabajo no asalariado de las mujeres, a su vez conectado a la reproducción y a otros tipos de trabajo, que formula como un requisito histórico para el desarrollo de una economía capitalista asentada sobre el trabajo asalariado. De forma relacionada, traza un esbozo de las luchas históricas por lo común y por el comunalismo. En vez de entender el capitalismo como una derrota liberadora del feudalismo, Federici interpreta el ascenso del capitalismo como un movimiento de reacción que subvierte la tendencia de comunalismo y retiene o conserva el contrato social básico.

Además, Federici localiza la institucionalización de la violación y la prostitución, así como de la persecución y caza de "herejes" y "brujas", juicios, quemas y tortura, en el centro de un proceso metódico de subyugación de las mujeres y de apropiación de su trabajo. Ataca la expropiación colonial y proporciona un esquema de análisis sobre el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras instituciones representativas como engranaje de un renovado ciclo de acumulación primitiva, por el cual todo lo común, desde el agua a las semillas o nuestro código genético, son privatizados en lo que viene a ser una nueva serie de cercamientos.

Traficantes de Sueños, en su reseña sobre Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, escribió:De la emancipación de la servidumbre a las herejías subversivas, un hilo rojo recorre la historia de la transición del feudalismo al capitalismo. Todavía hoy expurgado de la gran mayoría de los manuales de historia, la imposición de los poderes del Estado y el nacimiento de esa formación social que acabaría por tomar el nombre de capitalimo no se produjeron sin el recurso a la violencia extrema. La acumulación originaria exigió la derrota de los movimientos urbanos y campesinos, que normalmente bajo la forma de herejía religiosa reivindicaron y pusieron en práctica diversos experimentos de vida comunal y reparto de riqueza. Su aniquilación abrió el camino a la formación del Estado moderno, la expropiación y cercado de las tierras comunes, la conquista y el expolio de América, la apertura del comercio de esclavos a gran escala y una guerra contra las formas de vida y las culturas populares que tomó a las mujeres como su principal objetivo. Al analizar la quema de brujas, Federici no sólo desentraña uno de los episodios más inefables de la historia moderna, sino el corazón de una poderosa dinámica de expropiación social dirigida sobre el cuerpo, los saberes y la reproducción de las mujeres. Esta obra es también el registro de unas voces imprevistas (las de los subalternos: Calibán y la bruja) que todavía hoy resuenan con fuerza en las luchas que resisten a la continua actualización de la violencia originaria.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo





Relacionado:



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Nota Mar Jun 29, 2010 10:37 pm
fuente: http://www.sinpermiso.info/articulos/ficheros/sf.pdf



Sobre capitalismo, colonialismo, mujeres y política alimentaria

Entrevista con Silvia Federici



Max Haiven

Politics and Culture, nº 2, 2009. Número especial sobre alimentación y soberanía

Traducción para SinPermiso de Lucas Antón




Silvia Federici, investigadora, activista y educadora, nació en Italia, pero se trasladó a los Estados Unidos en 1967 con una beca para estudiar filosofía en la Universidad de Buffalo (estado de Nueva York). Desde entonces, ha enseñado en varias universidades norteamericanas, así como en la Universidad de Port Harcourt en Nigeria. Es profesora emérita de la Hofstra University (Long Island, Nueva York) y vive en Brooklyn.

Veterana activista del feminismo, su obra toma forma y dialoga con las numerosas luchas que han animado su carrera. Desde principios de la década de 1970, junto a teóricas como Mariarosa Dalla Costa y Selma James, fue fundadora del International Feminist Collective y organizadora de la célebre campaña "Wages for Housework" (un sueldo para el trabajo doméstico). Este movimiento reunió a una alianza global de grupos feministas para lanzar un reto revolucionario en la bisagra misma del poder capitalista y patriarcal al exigir soberanía económica para las mujeres en la elemental labor de la reproducción social.

Federici ha sido parte central del Midnight Notes Collective y cofundadora del Committee for Academic Freedom in Africa (CAFA), organización de apoyo a las luchas de estudiantes y profesores contra los ajustes estructurales. Entre 1991 y 2003 fue coeditora del CAFA Bulletin. En 1995 contribuyó a fundar el proyecto contra la pena de muerte de la RPA (Radical Philosophy Association).

Caliban and the Witch: Women, The Body and Primitive Accumulation (Brooklyn, Autonomedia), su rompedor libro de 2004, recibió elogios de la crítica y fue muy comentado tanto en círculos académicos como de activistas, pues proporcionaba una imagen abarcadora, clara e históricamente rigurosa de las intersecciones del patriarcado, el capitalismo, el colonialismo y la violencia entre los siglos XV y XVIII. El libro sirvió de crucial correctivo tanto a los análisis marxistas del periodo primitivo de acumulación que dejan fuera el género como al discurso académico de moda de la biopolítica. Este último, sostiene Federici, ha tenido la tendencia a olvidarse tanto en la obra de Foucault como en la de sus seguidores de los procesos de brujería de los siglos XVI y XVII, parte integrante de la destrucción sistemática del poder de las mujeres sobre la reproducción biológica y social y la creatividad social, proceso esencial para la evolución del cercamiento ("enclosure") y la colonización y escenario del nacimiento tanto del capitalismo propiamente dicho como del Estado moderno.

En otras obras, Federici se ha ocupado de temas como el cercamiento, el colonialismo, el trabajo, el patriarcado y el racismo en campos tan diversos como el avance de la acumulación capitalista, la política interna de desarrollo, la labor de los "trabajadores inmateriales", el análisis de la estrategia del movimiento social y la lucha anticolonial.

En esta entrevista, realizada por Max Haiven, Federici pone en común sus reflexiones sobre alimentación, producción agrícola, trabajo de las mujeres, acumulación capitalista global y luchas en todo el mundo.


Max Haiven (MH), Politics and Culture: Su trabajo histórico se ha centrado en el modo en el que el proceso de lo que Marx denominó "acumulación primitiva" -la manera en que se crea el capitalismo a partir de la destrucción de otras formas de vida- se ha atenido a la destrucción sistemática del poder de las mujeres y la "acumulación de divisiones" entre la clase obrera. ¿Puede comentarnos qué relación guarda esto con la historia de la política alimentaria?

Silvia Federici (SF): Existe una relación directa entre la destrucción del poder social y económico de las mujeres en la "transición al capitalismo" y la política alimentaria en la sociedad capitalista.

En cualquier parte del mundo, antes del advenimiento del capitalismo, las mujeres desempeñaban un papel principal en la producción agrícola. Disponían de acceso a la tierra, del uso de sus recursos y del control sobre los cultivos, todo lo cual garantizaba su autonomía e independencia económica de los hombres. En África, disponían de sus propios sistemas de labranza y cultivo, que eran fuente de una cultura femenina específica, y estaban a cargo de la selección de semillas, una operación crucial para la prosperidad de la comunidad y cuyo conocimiento se transmitía de una generación a otra. Otro tanto podía decirse del papel de las mujeres en Asia y las Américas. En Europa asimismo, hasta la época tardomedieval, la mujeres disfrutaban del derecho de uso de la tierra y de utilización de los "comunes" —bosques, lagunas, pastizales—, que constituían una importante fuente de sustento. Además de las labores agrícolas junto a los hombres, disponían de huertos en los que cultivaban verduras, así como hierbas medicinales y plantas.

Tanto en Europa como en las regiones colonizadas por los europeos, la acumulación primitiva y el desarrollo capitalista cambiaron la situación. Con la privatización de la tierra y la expansión de las relaciones monetarias, se desarrolló una mayor división del trabajo en la agricultura, que separó la producción de alimentos con fines lucrativos de la producción de alimentos para el consumo directo, devaluó el trabajo reproductivo, empezando por la agricultura de subsistencia, y designaba a los hombres productores agrícolas principales, mientras las mujeres quedaban relegadas al rango de "ayudantes", peones agrícolas o trabajadoras domésticas.

En el África colonial, por ejemplo, los funcionarios británicos y franceses optaban sistemáticamente por hombres en las asignaciones de tierra, equipamiento y formación, y la mecanización de la agricultura constituía la ocasión para marginar aún más las actividades agrícolas de las mujeres. También trastocaban la agricultura femenina forzando a las mujeres a ayudar a sus maridos en las labores de cultivos comerciales, alterando así las relaciones de poder entre hombres y mujeres e instigando nuevos conflictos entre ellos. A día de hoy, el sistema colonial por el que los títulos de propiedad de la tierra se otorgan sólo a los hombres, sigue siendo la regla de las "agencias de desarrollo", y no sólo en África.

Hay que decir que los hombres se han hecho cómplices de este proceso, no sólo al reclamar el control sobre el trabajo de las mujeres sino al conspirar, a la vista de la creciente escasez de tierras, para recortar el derecho de las mujeres al uso de las tierras comunales (allí donde pervivan) reescribiendo las reglas y condiciones de pertenencia a la comunidad.

A pesar de la resistencia de las mujeres a su marginación y su continuo compromiso en la agricultura de subsistencia y las luchas para reclamar tierras, estos cambios han tenido un profundo efecto sobre la producción de alimentos. Tal como lo describía con enorme viveza Vandana Shiva en su libro Staying Alive [1], con la exclusión de las mujeres del acceso a la tierra y la destrucción de su control sobre la producción de alimentos, se ha perdido un enorme corpus de conocimientos, prácticas y técnicas que salvaguardaron durante siglos la integridad de la tierra y el suelo y el valor nutricional de los alimentos.

Hoy a los ojos de las agencias de "desarrollo", la imagen de la agricultora de subsistencia es de completa degradación. Así empieza, por ejemplo, el último informe anual del Banco Mundial [2], dedicado a la agricultura: "Una mujer africana doblada bajo el sol, arrancando sorgo con una azada en un campo árido con un niño ceñido a la espalda: la viva imagen de la pobreza rural". De hecho, durante años, siguiendo los pasos del economista peruano Hernando de Soto, el Banco Mundial ha tratado de convencernos de que la tierra es un activo muerto cuando se utiliza como sustento y refugio, y se vuelve productiva cuando se lleva al banco como aval para conseguir un crédito. Tras esta visión se esconde una arrogante filosofía que considera que sólo el dinero crea riqueza y cree que el capitalismo y la industria pueden recrear la naturaleza.

Pero lo cierto es lo contrario. Con la desaparición de la agricultura de subsistencia femenina, se está perdiendo una increíble riqueza, con graves consecuencias para la calidad y cantidad de los alimentos a nuestra disposición. Lo que el Banco Mundial no nos dice es que buena parte del valor nutricional de los alimentos se pierde en la industrialización de la agricultura. No nos dice que gracias a las luchas de las mujeres que continúan aprovisionando el consumo de sus familias, cultivando a menudo tierras públicas o privadas sin labrar, millones de personas han podido sobrevivir en medio de la liberalización económica.


MH: Todo esto plantea la importancia del trabajo agrícola, sobre todo del trabajo de las mujeres, para los procesos de globalización. ¿Qué impresión tiene de cómo encaja el trabajo agrícola en el modo como conceptualizamos el trabajo global hoy en día? Numéricamente, sigue siendo el sector que más tiempo emplea de la gente, sobre todo de las mujeres, a escala mundial. Pero parece quedar en la obscuridad en los análisis sobre las cambiantes formas del trabajo y capital en nuestros días.

SF: Constituye un error por parte de los movimientos de izquierda subestimar, en la práctica y en el análisis, la importancia del trabajo agrícola en la economía política de hoy y, por consiguiente, en la capacidad transformadora de las luchas que los agricultores libran sobre el terreno. Desde luego, ese error no lo cometen los capitalistas. Tal como indican los informes del Banco Mundial que he mencionado (entre otros documentos), la reorganización de las relaciones agrícolas tiene prioridad en sus programas de reestructuración.

Aunque resulta impresionante la cifra de gente empleada en el trabajo agrícola (probablemente ascienda a dos mil millones de personas), su importancia no ha de medirse sólo en función de sus dimensiones absolutas. Es importantísima la aportación que el trabajo agrícola realiza a la reproducción social. Tal como mencioné, la agricultura de subsistencia en particular, que llevan a cabo en su mayor parte las mujeres, permite vivir a millones de personas que de otro modo no tendrían medios para comprar comida en el mercado. Además, la revalorización, extensión y reintegración de las labores agrícolas en nuestras vidas constituyen una obligación si deseamos construir una sociedad autosuficiente y no explotadora.

Hay muchos grupos y movimientos políticos, también en el norte industrializado (ecofeministas sobre todo), que reconocen esta necesidad. También es alentador que en las últimas dos décadas hayamos visto crecer los movimientos de huertos urbanos, que traen de vuelta el trabajo agrícola al corazón de nuestras metrópolis industriales. Pero, por desgracia, mucha gente de la izquierda no ha superado todavía el legado de la lucha de clases en la era industrial que ponía el acento únicamente en la fábrica y el proletariado industrial, así como su creencia en la vía tecnológica para liberarse del capitalismo.

En Multitud [3] de Negri y Hardt, por ejemplo, podemos leer que el campesinado está destinado a desaparecer de la escena histórica debido a la creciente integración de ciencia y tecnología en la organización de la producción agrícola y la desmaterialización del trabajo. Resulta alarmante que Negri y Hardt citen la ingeniería genética para apoyar su visión de que el campesinado, en tanto que categoría histórica, está en vías de defunción, considerando las feroces batallas que libran los agricultores en todo el mundo en contra de los transgénicos, que desde su perspectiva ya se dan por perdidas.

En realidad, de lo que estamos siendo testigos es de un proceso de recampesinización y "rurbanización" que la actual crisis no puede más que acelerar. Ya está sucediendo en China: quienes antes habían inmigrado a las ciudades están regresando a las zonas rurales, destinados a convertirse en un cuerpo de trabajadores en constante movimiento entre ambos polos. También en África muchos habitantes de las ciudades vuelven ahora a sus aldeas, pero a menudo van y vienen, al no poder encontrar medios suficientes de subsistencia en un solo lugar.


MH: Hay algo profundamente aterrador en esta imagen de peones que se mueven constantemente, ganándose a duras penas la vida en un mundo lleno de cercamientos. Me recuerda aquellas partes de Caliban and the Witch en las que habla usted de los vagabundos como gente condenada a errar tras haber sido desposeídos de sus tierras comunales gracias a los cercamientos medievales. En esa misma vena, Zygmunt Bauman utiliza la metáfora del vagabundo (comparada con la de los privilegiados "turistas") para describir el paradigma de la desposesión humana en la globalización [4]. Desde luego, eso debería corregir la apresurada celebración de la movilidad y la existencia sin restricciones que mucha gente considera en la izquierda como base de una nueva política. Plantea una de las cosas que siempre he admirado en su trabajo: su capacidad para seguir manteniendo en el centro la globalización y el colonialismo. En los últimos años ha trabajado usted mucho sobre los nuevos procesos de cercamiento en África bajo el neocolonialismo y el neoliberalismo. ¿Puedes decirnos de qué forma se emparentan con la incesante crisis global de los alimentos?

SF: No bastaría un libro para describir las numerosas formas interconectadas a través de las cuales el colonialismo, nuevo o antiguo, y el neoliberalismo han contribuido a crear la actual crisis alimentaria.

Hoy estamos siendo testigos de algo que no es más que el último acto en el largo proceso que ha ido desarrollándose a lo largo de al menos dos siglos. El colonialismo trastocó los sistemas agrícolas de África, Asia y Sudamérica mediante la expropiación de la tierra, la introducción de cultivos comerciales y monocultivos, y la puesta en práctica de políticas que degradaban el medio ambiente (por ejemplo, la tala) o apartaban a los trabajadores de la producción de alimentos.

La independencia no puso remedio a esta situación, si bien permitió la creación de un mercado interior de alimentos. La reforma agraria, basada en la restitución de la tierra robada que los anteriores súbditos coloniales demandaban como fruto de la lucha de liberación, se llevó a cabo de manera tan solo muy marginal. En un contexto que seguía siendo de dependencia económica y política de las antiguas potencias coloniales, los nuevos estados conservaron el modelo de agricultura comercial, orientado a la exportación, que el colonizador había plantado en su suelo, aunque minase a ojos vista la ecología y relaciones sociales de las zonas rurales, empezando por las relaciones entre hombres y mujeres que antes he mencionado.

Otros dos golpes a la producción de alimentos en el Tercer Mundo en el periodo posterior a la independencia fueron los "programas de ayuda alimentaria", un arma de la Guerra Fría tan eficaz como las intervenciones militares a la hora de crear nuevas formas de control político, y la "Revolución Verde". Incentivo para el "agribusiness" en desarrollo, la Revolución Verde industrializó la agricultura del Tercer Mundo, la convirtió en dependiente de las importaciones del exterior (de semillas híbridas, pesticidas y fertilizantes), y expulsó a los pequeños agricultores de sus tierras.

A principios de la década de 1970, las desastrosas consecuencias de décadas de degradación colonial y postcolonial del entorno rural se hicieron absolutamente visibles en forma de hambrunas recurrentes, las más graves de las cuales afectaron al Cinturón del Sahel, justo al sur del Sáhara, donde murieron más de cien mil personas y muchas más se vieron desplazadas de forma permanente. Para la década de 1980, cuando en nombre de la crisis de la deuda y la recuperación económica, el Banco mundial impuso a las naciones del Tercer Mundo de todo el planeta un rígido orden del día neoliberal, la agricultura de los "países en vías de desarrollo" era ya zona catastrófica, y las hambrunas y malnutrición una realidad endémica. En este contexto, los requisitos del "ajuste estructural", tal como se denominó a la receta (liberalización de importaciones, eliminación de subvenciones a los agricultores, desvío de la producción agrícola hacia la producción de "alta calidad", "productos de lujo" para el mercado de exportación), señalaron que se avecinaba una catástrofe, tal como advirtieron las organizaciones de agricultores, los activistas contrarios a la globalización y los ambientalistas repetidas veces. Súmese a ello los efectos de las talas, de la contaminación a larga distancia, de los acuerdos comerciales que sancionan la apropiación y patentes del saber tradicional de los agricultores del Tercer Mundo, el control empresarial creciente y verdaderamente totalitario de la producción de semillas, y tenemos lo que Mariarosa Dalla Costa define como "política de genocidio". Y de hecho muchos agricultores, sobre todo en la India, se han quitado la vida, absolutamente arruinados por estas políticas.

Debemos andarnos con cuidado, por tanto, cuando oímos que el alza mundial de los precios de los alimentos en meses recientes ha sido resultado del mismo impulso especulativo que creó la burbuja inmobiliaria. La especulación sólo es posible en ciertas condiciones y es de estas condiciones de lo que debemos preocuparnos.

Con lo que nos enfrentamos es con una crisis bastante más profunda de lo que por lo general se reconoce y que no puede resolverse por medio de más "regulaciones". El neoliberalismo, los impulsos especulativos del capitalismo financiero, la promoción de los biocombustibles, todo ello ha exacerbado las tendencias que se inscriben en la lógica de la agricultura y la producción de alimentos del capitalismo. Mientras se generen alimentos con ánimo de lucro y funcionen como instrumento para obligar a la gente a aceptar las formas de explotación deseadas, la creación de escasez de alimentos seguirá siendo objetivo predominante de la producción agrícola, tal como planifican gobiernos e instituciones financieras.

Lo que se necesita es un cambio sistémico, una forma completamente diferente de agricultura, que no envenene a quienes producen y consumen alimentos. Y esto exige, en primer lugar, un sistema muy diferente de relaciones y valores sociales.


MH: Me alegro de que haya mencionado que los alimentos y la política alimentaria se convierten en armas que reproducen, extienden e intensifican sistemas de explotación y, sobre todo, un sistema capitalista y patriarcal de valores que es fundamentalmente genocida. En este número de la revista tratamos de desentrañar este término de "soberanía" aplicado a los alimentos. Por un lado, el término da a entender el principio fundamental de la política internacional de la Europa de los imperios: el Estado-nación diferenciado y su exclusivo derecho sobre territorio y población. Por otro, desde los movimientos anticoloniales de liberación nacional, el término soberanía ha adoptado nuevos significados, hablando en cambio del derecho de los pueblos a la autodeterminación. El término ha estimulado también muchas reflexiones novedosas en campos teóricos críticos con un renovado interés en la biopolítica y la globalización. ¿Qué sentido le da al término? ¿Cree que es útil o apropiado? ¿Dónde y cuándo?

SF: Entiendo que debamos sospechar del concepto de "soberanía", dada su ligazón genética a la historia del Estado-nación. Pero en el caso de la "soberanía alimentaria", deberíamos centrarnos en su uso más que en su significado genealógico.

"Soberanía" hoy en día, tal como se usa desde principios de los años 90 por parte de los agricultores que componen Vía Campesina, es un arma contra la conquista empresarial internacional de la producción de alimentos, contra la expropiación de tierras, los alimentos transgénicos y la industrialización y comercialización de la agricultura. En este sentido, "soberanía" nada tiene de las connotaciones monárquicas o nacionalistas vinculadas al término. Es una apelación a la autonomía, a la autodeterminación, y un rechazo del modo capitalista de agricultura, que expropia a la gente sus tierras y su saber tradicional, los somete a mortales regulaciones internacionales y convierte sus alimentos en veneno. En palabras de Mariarosa Dalla Costa: la "soberanía" representa una afirmación "del derecho de las poblaciones a decidir qué comer y cómo producirlo", que considera los alimentos como "bien común" antes que como mercancía [5].

La cuestión, por supuesto, es si debería entenderse "soberanía" en el sentido de total "autarquía". Pese a ciertas declaraciones que sugieren esa posibilidad, creo que quienes albergan esos temores se equivocan. Durante siglos existieron extensas redes comerciales y sofisticados sistemas de intercambio en África y las Américas antes de la llegada de los europeos, que procedieron a trastocarlos. Así pues, no debería preocuparnos que aquellos que apelan hoy a la "soberanía" sean reacios a comerciar con los países vecinos y en redes regionales del tipo de las que existían antes de la colonización. Ya está en marcha un ingente esfuerzo por construir intercambios regionales basados en los principios de dignidad y autonomía. Este será sin duda uno de los retos principales a los que se enfrentarán los movimientos de justicia social en los próximos años.


MH: A este respecto, su investigación histórica y contemporánea sobre el trabajo y la lucha de las mujeres ha sido extremadamente perspicaz. ¿En qué medida son factores a tener en cuenta en la política de la soberanía alimentaria hoy el trabajo y la lucha de las mujeres?

SF: El trabajo y la lucha de las mujeres siguen siendo centrales en la cuestión de la "soberanía alimentaria" hoy. Son las mujeres las que pagan el mayor precio del aumento de los precios de los alimentos, y el hecho de que su acceso a la tierra y su capacidad como productoras agrícolas se hayan visto gravemente minados es una de las razones por las que son posibles esas subidas de precios.

Tal como dije anteriormente, las mujeres han sido productoras y procesadoras de alimentos en el mundo desde tiempo inmemorial. A día de hoy, en algunas partes del mundo (África sobre todo), el 80% de los alimentos que se consumen los producen ellas. Su agricultura de subsistencia permite vivir a millones de personas que, de no ser así, no podrían comprar comida en el mercado. Sin embargo, su capacidad de cultivar alimentos se ve cada vez más amenazada por la progresiva escasez de tierras, la privatización de la tierra y el agua, y el giro registrado en la de los países del Tercer Mundo hacia una producción agrícola destinada a la exportación (ahora denominada agricultura "de alto valor" por el Banco Mundial). Estas tendencias se refuerzan unas a otras. En la medida en que la tierra a disposición de los agricultores disminuye de manera constante, incluso en aquellas regiones en las que la mayoría de la población depende de la agricultura, se somete a las mujeres a procesos de exclusión por parte de sus parientes masculinos y de los varones de sus comunidades, de forma que se restringen cada vez más su acceso a la tierra y sus derechos tradicionales. Ello representa una amenaza de primer orden a la producción y consumo de alimentos de grandes segmentos de la población. También arranca de las manos de las mujeres el control sobre los alimentos consumidos.

Se está desarrollando actualmente una campaña en América Latina y África, dirigida por grupos y asociaciones de mujeres que exigen que los derechos de las mujeres a la tierra queden garantizados en las leyes y constituciones de sus respectivos países. Mientras tanto, las mujeres han seguido al frente de la agricultura urbana y las luchas por la tierra. En muchas ciudades africanas, de Accra a Kinshasa, se dedican a parcelas sin explotar para cultivar maíz, mandioca y pimientos, cambiando el paisaje de las ciudades africanas, complementando el presupuesto monetario y de alimentos de sus familias e impulsando su independencia económica. Pero el campo de batalla sigue estando en la redistribución de tierras y la garantía de que las mujeres tengan pleno acceso a las mismas, así como al agua que discurre por ellas. Tal como han recalcado autoras feministas como Maria Mies y Vandana Shiva, la soberanía alimentaria queda mejor garantizada cuando la producción de alimentos está "en manos de las mujeres", entendiendo por ello que las mujeres tienen medio de controlar cómo se producen y consumen los alimentos.


MH: Parece que esas exigencias se han abierto camino hasta los salones de los poderes internacionales, si bien de forma típicamente neoliberal. El reciente "movimiento" de microcréditos que se promueve en la actualidad pone en marcha la idea de las mujeres del Tercer Mundo como productoras económicas esenciales, a fin de promover préstamos a pequeña escala. Sus críticos sostienen que tal cosa no es más que una suerte de neoliberalismo desde abajo, que busca hacer de las mujeres nuevos "hombres de la economía" del Tercer Mundo, agentes de ulteriores cercamientos. ¿Qué diría de este movimiento?

SF: Los del Banco Mundial y otros planificadores han descubierto a las mujeres como productores económicos, pues mantienen la creencia de que puede controlarse más fácilmente a las mujeres, teniendo en cuenta su responsabilidad para con sus familias. Saben que ellas se esforzarán todo lo que haga falta para garantizar la alimentación de sus hijos, para que vayan al colegio, y también que se puede contar con que serán más responsables a la hora de pagar deudas. También están dispuestos a integrar a las mujeres en la economía dineraria y desacreditar las actividades de subsistencia, que consideran una amenaza a la hegemonía del mercado.

Lo que muchas mujeres preferirían ante todo es tener tierra; eso les daría más independencia, así como la posibilidad de vender su plusvalía a los mercados locales. Pero se trata de una solución que los planificadores económicos nunca proponen, porque se oponen a cualquier forma de política redistributiva, en la creencia de que la tierra debería emplearse sólo para fines comerciales. No cabe sorprenderse de que el Banco Mundial haya sido un gran defensor del microcrédito, pues sus Programas de Ajuste Estructural están creando la misma pobreza y desposesión de tierras que se supone han de "aliviar" los programas de microcréditos.

Los programas de microcréditos son también fuente de divisiones en el seno de la comunidad y entre las mujeres, al seleccionar a aquellas "dignas" de crédito, apartando a las que no lo son, y someter a las mujeres a una vigilancia recíproca que mina su solidaridad. También representan una perversa herramienta ideológica, al sugerir que todo lo que se necesita para conseguir un resultado positivo es autodisciplina, corriendo así un velo sobre las desastrosas condiciones en las que viven la mayoría de las mujeres en las aldeas indias o africanas, gracias a políticas en las que no han tenido parte.

Quienes se muestran críticos apuntan que la devolución de lo adeudado se hace a menudo a expensas de las necesidades de las familias de las mujeres y que, tras muchos años de experiencia, no hay pruebas de que los programas de microcréditos hayan tenido repercusiones positivas en la vida de las mujeres.


MH: Mientras en el sur global hemos asistido a un enorme ascenso de los movimientos sociales que contestan la soberanía empresarial de la globalización sobre los alimentos, tal parece que los movimientos alimentarios del norte global, sobre todo en América del Norte, han tenido la tendencia a seguir una lógica consumista (slow food, alimentos orgánicos, etc.). ¿Cree que existen nuevas posibilidades de organización en torno a los alimentos que nos lleven a rebasar esto?

SF: El contraste es cierto, pero hay una serie de tendencias de estos últimos años que indican que se están desarrollando nuevas formas de organización respecto a los alimentos, que van más allá del limitado concepto del propio interés que encarna la exigencia de alimentos orgánicos.

En primer lugar tenemos el movimiento de huertos urbanos antes mencionado, y que se ha extendido por varias ciudades norteamericanas. Ha ido adquiriendo cada vez más una dimensión política, gracias en parte a los ataques en su contra provenientes del antiguo alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani. Sus planes de arrasar docenas de huertos en Nueva York a mediados de los 90 despertó la conciencia de todos y tuvo el efecto de convertir en un movimiento a quienes los cultivaban. Ahora nos damos cuenta de que los huertos son las semillas de otra economía independiente del mercado. No sólo cumplen una función económica al proporcionar alimentos más baratos y frescos que muchos no podrían, si no, permitirse sino que crean una nueva socialidad; son lugares de reunión, cooperación y educación recíproca entre gentes de diferentes edades y culturas.

También existe un renovado interés por la agricultura entre los jóvenes de América del Norte, por conocer las propiedades de hierbas y plantas y por crear una nueva relación con la naturaleza. Continuamente conozco gente joven en los Estados Unidos sinceramente asqueada de la cultura consumista que les rodea y que se hacen vegetarianos o veganos preocupados por el coste ecológico y humano de la cría de ganado, así como por su rechazo del sufrimiento animal. La difusión de las cooperativas de alimentos, la Community Supported Agriculture (agricultura apoyada por la comunidad) y grupos como Food Not Bombs (alimentos, no bombas) indican la existencia de esta nueva conciencia.

El problema con el que nos enfrentamos para levantar un movimiento de masas es que para cambiar la conciencia no basta con cambiar la práctica a la hora de comer y comprar alimentos. La falta de acceso a la tierra, la falta de dinero, espacio y tiempo (para comprar, cocinar y aprender acerca de las condiciones de producción de lo que comemos) son los principales obstáculos a este respecto. El movimiento alimentario debe alojarse en movimientos más amplios que afronten la totalidad de nuestras vidas. Al mismo tiempo, los movimientos sociales tienen que promover campañas para detener:

    * las concentraciones de animales a gran escala/industriales, tan crueles como desastrosas para nuestra comunidad.

    * la incesante devastación de millones de hectáreas de tierras y kilómetros de zonas costeras con el fin de crear haciendas ganaderas y extender la piscicultura, formas ambas que desplazan y empobrecen a grandes poblaciones, destruyen la tierra y producen alimentos venenosos.

    * la expropiación sistemática de la riqueza natural de los países del Tercer Mundo, so capa de ajuste estructural, que les obliga a exportar sus alimentos, agota sus caladeros de pesca, tala sus bosques, despilfarra sus tierras de cultivo con frutas y verduras de lujo y hasta biocombustibles.

Por último, estar al tanto de las luchas que se llevan a cabo en otros países nos ayuda a la hora de rechazar nuestras exportaciones de alimentos, lo que siempre nos proporciona una información interesante que aquí en América del Norte somos los últimos en conseguir. He podido enterarme, por ejemplo, del rechazo de la UE a importar pollos congelados de los Estados Unidos que, antes de su empaquetado, reciben un baño de cloro. He sabido que la carne "producida" en los EE.UU. contiene una hormona cancerígena, y así sucesivamente.





Notas

    [1] Shiva, V. (1988), Staying alive: women, ecology, and development, Londres, Zed Books [edición española: Abrazar la vida: mujer, ecología y desarrollo, Horas y Horas, Madrid, 1995].

    [2] (2007), World development report 2008: agriculture for development. Washington, D.C., The World Bank.

    [3] Hardt, M. y Negri A. (2004), Multitude: war and democracy in the age of Empire, Nueva York, Penguin [edición española: Multitud: guerra y democracia en la era del Imperio, Debate, Madrid, 2004].

    [4] Bauman, Z. (1998). Globalization: the human consequences, Nueva York, Columbia University Press [edición mexicana: La globalización: consecuencias humanas, Fondo de Cultura Económica, México, 2003].

    [5] Dalla Costa, M. (2008), "Food Sovereignty, Peasants and Women", The Commoner (12).

Nota Mar Jun 29, 2010 10:38 pm
fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3007



El trabajo precario desde un punto de vista feminista



Silvia Federici

Sin Permiso // 3 de enero de 2010


Traducción para sinpermiso.info: María Julia Bertomeu



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    El trabajo precario es un concepto central en las discusiones del movimiento sobre la reorganización capitalista del trabajo y las relaciones de clase en la economía global actual. Silvia Federici analiza los límites y el potencial del concepto, entendido como una herramienta analítica y organizativa. Sostiene que el trabajo reproductivo es un continente oculto del trabajo y de la lucha que el movimiento tiene que reconocer en su tarea política, si desea enfrentar las cuestiones centrales que nos salen al paso cuando ideamos una alternativa a la sociedad capitalista. ¿Cómo lidiar con el trabajo reproductivo sin destruirnos a nosotros o a nuestras comunidades? ¿Cómo crear un movimiento que se autorreproduzca? ¿Cómo superar las jerarquías raciales, generacionales y sexuales construidas en base al salario? La conferencia —dentro de una serie titulada: “This is Forever: From Inquiry to Refusal Discussion Series”— tuvo lugar el 28 de octubre de 2006 en la librería radical “Bluestockings” de New York (172 Allen Street)


Esta noche voy a criticar la teoría del trabajo precario, tal como la vienen desarrollando algunos marxistas autonomistas italianos, particularmente Antonio Negri, Paolo Virno y también Michael Hardt. Hablo de “teoría”, porque las ideas que Negri y otros vienen articulando hace tiempo van más allá de una mera descripción de los cambios en la organización del trabajo que se han sucedido en los 80 y los 90 de la mano de un proceso de globalización que ha traído consigo la “precarización del trabajo”, unas relaciones laborales crecientemente discontinuas, la introducción del “tiempo flexible” y una paulatina fragmentación de la experiencia laboral. La opinión de estos autores sobre el trabajo precario está de todo punto marcada por una determinada perspectiva de conjunto sobre la naturaleza del capitalismo y de los conflictos de nuestros días. Y hay que apresurarse a decir que se trata aquí de simples ideas que pueblan las cabezas de un puñado de intelectuales, sino de teorías que circulan cumplidamente desde hace unos cuantos años dentro del movimiento italiano, y que recientemente también tienen influencia en los EEUU. Son, así pues, teorías que en nuestra opinión han llegado a cobrar relevancia.


Historia y origen del trabajo precario y de la teoría del trabajo inmaterial

Mi premisa inicial es la siguiente: es indudable que el problema del trabajo precario debe estar en nuestra agenda. Y no se trata simplemente de que nuestras relaciones con el trabajo asalariado sean ahora más discontinuas, sino también de que la discusión sobre el trabajo precario es crucial para entender cómo podemos superar al capitalismo. Las teorías que discuto captan aspectos importantes de los cambios que tuvieron lugar en la organización del trabajo, es cierto; pero también nos retrotraen a una concepción machista del trabajo y de la lucha social. Discutiré ahora los aspectos que para mi crítica de esta teoría resultan más pertinentes.

Un supuesto importante de la teoría autonomista italiana sobre el trabajo precario es que la precarización laboral –desde fines de los setenta al presente— fue la respuesta capitalista a las luchas de clase de los sesenta, una lucha centrada en el rechazo del trabajo, tal y como se expresaba en la consigna: “más dinero y menos trabajo”. Fue una réplica a un ciclo de luchas que ponían en jaque al control capitalista del trabajo, un rechazo de la disciplina capitalista laboral por parte de los trabajadores, el repudio de una vida organizada en función de las necesidades de la producción capitalista, de una vida consumida en la fábrica o la oficina.

Otro tema importante es que la precarización de las relaciones laborales hunde sus raíces en una permutación del trabajo industrial por un trabajo que Negri y Virno denominan “inmaterial”. Negri y otros cuantos argumentan que la reestructuración de la producción que tuvo lugar entre los ochenta y los noventa, entendida como respuesta a las luchas de los sesenta, produjo un proceso en el que el trabajo industrial fue reemplazado por un tipo diferente de trabajo, tal y como anteriormente el trabajo industrial había reemplazado al trabajo en la agricultura. Y denominan a este nuevo tipo de trabajo “labor inmaterial”, pues argumentan que la computación y la revolución de la información han producido cambios en las formas de trabajo. En el mundo capitalista de hoy, la tendencia principal se orientaría a una forma dominante de trabajo que no produciría objetos físicos, sino información, ideas, estados de cosas, relaciones.

En otras palabras: el trabajo industrial –hegemónico en las fases previas del capitalismo— ya no es tan importante, ya no es el motor del desarrollo capitalista. En su lugar encontramos “trabajo inmaterial”, trabajo cultural, cognitivo y trabajo “info”.

Los autonomistas italianos creen que la precarización del trabajo y la aparición del trabajo inmaterial han hecho realidad la predicción de Marx en los Grundrisse, en esa famosa sección sobre las máquinas en la que Marx afirma que con el desarrollo del capitalismo, el proceso de producción capitalista depende cada día menos del trabajo vivo y cada día más de la integración de la ciencia, el conocimiento y la tecnología, que se convierten en el motor de la acumulación. Virno y Negri creen que el desplazamiento hacia el trabajo precario hace realidad esa predicción sobre la tendencia histórica del capitalismo. Así, la creciente importancia del trabajo cognitivo y el desarrollo del trabajo computacional en nuestros tiempos se considera como parte de una tendencia histórica del capitalismo hacia la reducción del trabajo.

La precarización del trabajo sería consecuencia de las nuevas formas de producción. Es probable que el viraje hacia el trabajo inmaterial genere precarización de las relaciones laborales, porque la estructura del trabajo intelectual es diferente del trabajo industrial, del trabajo físico. El trabajo intelectual y de la información descansa menos en la presencia física continua del trabajador en el tradicional lugar de trabajo. El ritmo del trabajo es mucho más intermitente, fluido y discontinuo.

En síntesis, el desarrollo del trabajo precario y el desvío hacia el trabajo intelectual no aparecen –a los ojos de Negri y otros autonomistas marxistas— como un fenómeno completamente negativo. Al contrario, lo ven como expresión de una tendencia hacia la reducción del trabajo y, por eso mismo, de la explotación: como el resultado de un desarrollo capitalista que responde al conflicto de clase.

Esto significaría, hoy, que el desarrollo de las fuerzas productivas nos permitiría vislumbrar un mundo capaz de trascender el trabajo; un mundo en el cual nos liberaríamos de la necesidad de trabajar, una vía que conduce al reino de la libertad.

Los marxistas autonomistas creen que este desarrollo también está creando una nueva forma de “common” o bienes comunes, pues les parece de todo punto posible que el trabajo inmaterial represente un salto hacia adelante en la socialización y homogeneización del trabajo. La idea es que se habrían borrado las otrora decisivas diferencias entre distintas formas de trabajo (trabajo productivo/reproductivo, trabajo en la industria/agricultura, trabajo de cuidado), porque todas ellas (como tendencia) resultarían asimiladas en la medida en que comienzan a incorporar trabajo cognitivo. Y más aún, todas las actividades que de manera creciente se incorporan al desarrollo capitalista contribuyen al proceso de acumulación, y la sociedad se convierte en una inmensa fábrica. Es así que, por ejemplo, se esfuma la distinción entre trabajo productivo e improductivo.

Y esto significa que el capitalismo no solo nos conduciría más allá del trabajo, sino que estaría sentando las bases mismas para convertir nuestra experiencia de trabajo en algo “común” ahí donde las divisiones comienzan a desmoronarse.

Es relativamente simple averiguar por qué esas teorías se han hecho populares. Contienen elementos utópicos especialmente atractivos para los trabajadores cognitivos, el “cognitariado” como lo denominan Negri y otros activistas italianos. Con la nueva teoría aparece un nuevo vocabulario. “Cognitariado”, en vez de proletariado. En vez de clase obrera, “multitud”, probablemente porque el concepto de multitud expresa la unidad creada por la nueva socialización del trabajo, la comunalización del proceso de trabajo, la idea de que dentro del proceso de trabajo los trabajadores son cada día más homogéneos, pues todas las formas de trabajo incorporan trabajo cognitivo, computacional, comunicacional y así sucesivamente.

Como he dicho, esta teoría alcanzó un alto grado de popularidad porque hay una generación de activistas jóvenes —con varios años de formación y postgrados— que ahora están empleados en trabajos precarios en las distintas ramas de la industria cultural o en la industria de producción de conocimiento. Y entre ellos esas teorías son muy populares, porque les sugieren que a pesar de la miseria y explotación que experimentan, sin embargo nos movemos hacia un nivel más alto de producción y de relaciones sociales. Es una generación de trabajadores que considera el horario laboral de “nueve a cinco” como una regla carcelaria. Para ellos la precariedad les otorga nuevas posibilidades que sus padres no tuvieron pero soñaron. El varón joven de hoy, por ejemplo, no es tan disciplinado como lo fueron sus padres; y estos padres todavía eran capaces de esperar que su esposa o compañera fuera económicamente dependiente de él. Ahora ellos cuentan con relaciones sociales que suponen menor dependencia financiera. La mayoría de las mujeres tienen acceso autónomo a un ingreso y con frecuencia se niegan a tener niños.

Esta teoría apela a una nueva generación de activistas que, a pesar de las dificultades inherentes al trabajo precario, fantasean en este tipo de actividad algunas posibilidades. Y estos teóricos proponen empezar por ahí, sin interesarse por la lucha por el pleno empleo. Pero también hay una diferencia entre Europa y EEUU. Por ejemplo, en Italia, dentro de ese movimiento, hay una demanda por un ingreso garantizado. Lo llaman “seguridad de la flexibilidad”. Lo que dicen es lo siguiente: no tenemos un empleo, somos precarios porque el capitalismo necesita que lo seamos, entonces deben pagar por ello. Hubo movilizaciones que duraron varios días, especialmente el 1 de mayo, y la consigna central era el ingreso garantizado. El 1 de mayo de este año, en Milán, gente del movimiento paseó a “San Precario”, el santo patrono de los trabajadores precarios. Este ícono irónico aparece en concentraciones y demostraciones centradas en la cuestión del trabajo precario.


Crítica del trabajo precario y de su apología indirecta

A partir de aquí hare una crítica de esas teorías, una crítica desde el punto de vista feminista. No es que al exponer mi crítica quiera minimizar la importancia de las teorías que habré de discutir. Estas teorías se han nutrido de muchas organizaciones y luchas políticas relacionadas con los cambios en la organización del trabajo que afectaron nuestras vidas. Recientemente, en Italia, el trabajo precario ha sido uno de los principales lemas de las movilizaciones, junto con la lucha por los derechos de los inmigrantes.

No quiero minimizar el valor del trabajo que se realiza en relación con los temas de la precariedad. Es evidente que en la última década asistimos a un nuevo tipo de lucha. Un nuevo tipo de organización escindida de los confines del puesto de trabajo tradicional. Ahí donde el puesto de trabajo era la fábrica o la oficina, ahora vemos un nuevo tipo de luchas que salen de la fábrica hacia el “territorio”, conectando distintos lugares de trabajo y construyendo movimientos y organizaciones arraigadas a un territorio. Las teorías del trabajo precario intentan dar cuenta de las novedades en la organización del trabajo y de la lucha, y también pretenden entender las formas emergentes de organización.

Y esto es muy importante. Al mismo tiempo, pienso que aquello que denomino teoría del trabajo precario tiene defectos serios, que ya he señalado en mi presentación. En lo que sigue resumiré las críticas y luego discutiré las posibles alternativas.

Mi primera crítica es que esta teoría se construye sostenida en una concepción completamente equivocada sobre el modo en que opera el capitalismo. Ven al desarrollo capitalista moviéndose hacia formas más altas de producción y de trabajo. En Multitud, Negri y Hardt llegan a decir que el trabajo se está haciendo más “inteligente”. El supuesto es que la organización capitalista del trabajo y el desarrollo capitalista estarían creando ya las condiciones para superar la explotación. Sería incluso posible que el cascarón protector de esta sociedad llegara a colapsar, lo que traería consigo la liberación de las potencialidades urdidas y crecidas en su seno. Se fantasea con que un proceso así está ya en marcha en la actual organización de la producción. Mi punto de vista es que todo eso no es sino un penoso malentendido sobre los efectos de la reestructuración inducida por la globalización capitalista y el giro neoliberal.

Lo que Negri y Hardt no advierten es que el tremendo costo del salto tecnológico necesario para la computarización y la integración de la información en el proceso de trabajo se pagó a expensas de un gigantesco crecimiento de la explotación en el otro extremo del proceso. Hay un hilo de continuidad entre el trabajador de la computación y el trabajador del Congo que extrae el coltán con sus propias manos para sobrevivir, antes de ser expropiados y pauperizados por las repetidas rondas de ajustes estructurales o de los constantes robos de tierras y recursos naturales comunitarios.

El principio fundamental es que el desarrollo capitalista es, siempre y al mismo tiempo, un proceso de subdesarrollo. Maria Mies lo describe elocuentemente en sus trabajos: “Lo que en una parte del capitalismo se presenta como desarrollo, en otra lo hace como subdesarrollo”.

Estas teorías ignoran por completo ese vínculo crucial, porque están de todo punto penetradas por la ilusión de que el proceso del trabajo nos está uniendo. Cuando Negri y Hardt hablan de que el trabajo se está “volviendo común” y usan el concepto de “multitud” para referirse a esa nueva forma de “común” supuestamente construido por el desarrollo de las fuerzas productivas son ciegos ante lo que ocurre con el proletariado mundial.

Ciegos porque no ven la destrucción de vidas y de medio ambiente que produce el capitalismo. No ven que la reestructuración de la producción tiene como objetivo reformar y profundizar las divisiones dentro de la clase trabajadora, en lugar de borrarlas. La idea de que el desarrollo del microchip está creando nuevos bienes comunes y nuevos comunarios o puede ser más desacertada; el comunalismo sólo puede ser el producto de una lucha, nunca de la producción capitalista.

Una de mis críticas a Negri y Hardt es que parecen creer que la organización capitalista del trabajo es la expresión de una racionalidad más elevada, y que el desarrollo capitalista es necesario para crear las condiciones materiales para el comunismo. Esta creencia es central en su teoría del trabajo precario. Podemos discutir si esta creencia representa o no el pensamiento de Marx. Es cierto que el Manifiesto habla del capitalismo en estos términos; también algunas secciones de los Grundrisse. Pero no es claro que esto sea un tema dominante en el trabajo de Marx, y desde luego no en El Capital.


Trabajo precario y trabajo reproductivo

Otra de mis objeciones a la teoría del trabajo precario es que se presenta como neutral ante el tema del género. Asume, sin más, que la reorganización de la producción está eliminando las relaciones de dominación y las jerarquías que existen dentro de la clase trabajadora en función de la raza, sexo y edad y, por tanto, no se ocupa de tratar esas relaciones de poder y carece de las herramientas teóricas y políticas para pensar cómo abordarlas. Negri, Virno y Hardt no discuten cómo ha sido y continúa siendo usado el salario para organizar dichas divisiones y cómo, por tanto, debemos enfocar las luchas por el salario para que no se conviertan en un instrumento para futuras divisiones, sino que, por el contrario, nos ayuden a socavarlas. Es éste, en mi opinión, uno de los temas principales que debemos abordar en el movimiento.

El concepto de “multitud” sugiere que todas las divisiones dentro de la clase trabajadora se han borrado o que ya no son políticamente relevantes. Obviamente se trata de una ilusión. Algunas feministas señalan que el trabajo precario no es un fenómeno nuevo. Las mujeres siempre tuvieron una relación precaria con el trabajo asalariado. Pero la crítica va mucho más lejos.

Me preocupa que la teoría negriana del trabajo precario ignore y pase por alto una de las contribuciones más decisivas de la teoría y de la lucha feministas: la redefinición del trabajo y el reconocimiento de que el trabajo reproductivo impagado femenino es un recurso fundamental de la acumulación capitalista. Al redefinir el trabajo doméstico como trabajo, y no como un servicio personal; al definirlo como un trabajo que produce y reproduce la fuerza de trabajo, las feministas descubrieron un nuevo y profundo modo de explotación que Marx y la teoría marxista pasaron prácticamente por alto. Todas las intuiciones políticamente importantes contenidas en este tipo de análisis se esfuman ahora, al no otorgárseles la menor importancia en la comprensión de la actual organización de la producción.

Hay un eco imperceptible de los análisis feministas en la teoría, una especie de apoyo de boquilla, cuando se incluye a la “labor afectiva” dentro de las actividades laborales calificadas como “labor inmaterial”. Sin embargo, lo más que llegan a reconocer es el caso del trabajo de las azafatas o de los servicios de comida en las empresas: las llamadas trabajadoras a las que llaman “afectivas”, porque se supone que deben sonreír a sus clientes.

Pero, ¿qué es la labor afectiva? ¿Y por qué incluirla en la categoría de trabajo inmaterial? Imagino que la incluyen –vaya usted a saber— porque no produce productos tangibles, sino “estados afectivos”, esto es, sentimientos. Y nuevamente, para decirlo sin tapujos, pienso que eso es tirarle un huesito al feminismo, que es ahora una perspectiva que goza de cierto apoyo social y ya no puede ser ignorada.

Pero el concepto de “labor afectiva” evapora todo el poder desmitificador del análisis feminista del trabajo doméstico. De hecho, vuelve a introducir al trabajo doméstico en el ámbito de la mistificación al sugerir que la labor reproductiva sólo tiene que ver con la producción de “emociones”, “sentimientos”. Solía llamárselo el “trabajo del amor”, y ahora Negri y Hardt, en cambio, han descubierto que se trata de “afecto”.

El análisis feminista de la función de la división sexual del trabajo, de la función de las jerarquías de género, el análisis del modo en que el capitalismo ha usado el salario para movilizar el trabajo femenino de reproducción de la fuerza de trabajo, todo ello se evapora bajo la etiqueta de “trabajo afectivo”.

Que Negri y Hardt ignoren totalmente este análisis feminista, confirma mis sospechas de partida: esta teoría expresa los intereses de un grupo selecto de trabajadores, juntos y revueltos en la gran olla de la Multitud. En realidad, la teoría del trabajo precario e inmaterial se ocupa de la situación y de los intereses de los trabajadores del nivel más alto de la tecnología capitalista. Su desinterés por el trabajo reproductivo y su presunción de que todo trabajo es común, esconde el hecho de que se ocupan de los sectores más privilegiados de la clase trabajadora. Y esto significa que no es una teoría que podamos usar para construir un movimiento que se autorreproduzca de manera verdadera.

Para esta tarea, aún es hoy crucial la lección del movimiento feminista. En los setenta el feminismo intentó entender las raíces de la opresión y explotación de las mujeres y las jerarquías de género. Las feministas describen tales fenómenos como producto de una desigual división del trabajo, que fuerza a las mujeres a trabajar para la reproducción de la clase trabajadora. Esta idea fue decisiva para una crítica social radical, y sus consecuencias aún precisan ser entendidas y desarrolladas en todo su potencial.

Cuando nosotras decimos que el trabajo doméstico es verdaderamente trabajo para el capital; que si bien es trabajo impagado aún contribuye a la acumulación del capital, estamos diciendo algo importantísimo sobre la naturaleza del capitalismo como sistema de producción. Afirmamos que el capitalismo se construye sobre una inmensa suma de trabajo impagado, y que no se erige exclusiva o primariamente fundado en relaciones contractuales; también decimos que la relación salarial oculta al trabajo impago, esclavo, tal y como es la naturaleza de gran parte del trabajo que hace posible la acumulación de capital.

Además, cuando decimos que el trabajo doméstico no sólo reproduce la “vida”, sino también la “fuerza de trabajo”, comenzamos por separar dos esferas distintas de nuestra vida y trabajo que aparentemente están indisolublemente conectadas. Comenzamos a ser capaces de concebir una lucha en contra del trabajo doméstico entendida ahora como la reproducción de la fuerza de trabajo, que es la reproducción del bien más importante que posee el capital: “la capacidad de trabajo”, la posibilidad de que los trabajadores resulten explotados. Con otras palabras, reconocer que aquello que denominamos el “trabajo reproductivo” es un ámbito de acumulación y, por tanto, también de explotación, nos permite también ver a la reproducción como un lugar de lucha y, lo que es más importante, concebirla como una lucha anticapitalista en contra del trabajo reproductivo, que no nos destruirá ni a nosotros ni a nuestras comunidades.

¿Cómo luchamos en contra del trabajo reproductivo? No es lo mismo que luchar en el puesto de trabajo en la fábrica –por ejemplo, la lucha en contra de la velocidad en la línea de montaje—, porque del otro lado de la lucha hay personas y no cosas. Una vez que hemos dicho que el trabajo reproductivo es un ámbito de lucha, de inmediato debemos preguntarnos cómo luchar en ese terreno sin destruir a las personas que están a cargo nuestro. Ese es el problema que conocen muy bien las madres, maestras y enfermeras.

Por eso es tan importante poder trazar una separación entre la creación de seres humanos y la reproducción de los mismos entendidos como fuerza de trabajo, como futuros trabajadores que, por eso mismo, necesitan ser entrenados y no necesariamente en función de sus necesidades y deseos, sino que deben ser disciplinados y sometidos a reglas de un tipo particular.

Por ejemplo, fue importante para las feministas advertir que parte del trabajo doméstico y de crianza de los niños es trabajo policial para con ellos, para que se adapten a una disciplina laboral particular. Comenzamos a ver, entonces, que rechazar determinados ámbitos laborales no sólo nos puede liberar a nosotras sino también a nuestros hijos. Pudimos advertir que la lucha no se realiza a expensas de aquellos a quienes cuidamos, aunque pasemos por alto preparar la comida y limpiar los pisos. De hecho nuestra negativa abre un camino para su propia lucha y para el proceso de su liberación.

Una vez visto que en lugar de reproducir la vida estamos expandiendo la acumulación capitalista y que comenzamos a definir el trabajo reproductivo como un trabajo para el capital, también abrimos la posibilidad de un proceso de recomposición de las relaciones entre las mujeres.

Por ejemplo, pensemos en el movimiento de las prostitutas a quienes ahora llamamos movimiento de las “trabajadoras del sexo”. Los orígenes de este movimiento en Europa se remontan a 1975, cuando un grupo de trabajadoras del sexo en París ocupó una iglesia como forma protesta en contra de una nueva regulación por zonas, que ellas vieron como un ataque a su seguridad. Hubo una clara relación entre lucha —que luego se propagó por toda Europa y en EEUU— y el movimiento feminista que estaba volviendo a pensar y cuestionar el trabajo doméstico. La posibilidad de decir que la sexualidad era un trabajo para las mujeres condujo a una nueva manera de pensar las relaciones sexuales, incluidas las relaciones gay. Debido a los movimientos feministas y gay, comenzamos a pensar en las formas en que el capitalismo ha explotado nuestra sexualidad para hacerla “productiva”.

Para concluir, fue un avance importante que las mujeres hayan podido comenzar a entender el trabajo impago y la producción que se realiza dentro y fuera del hogar como la reproducción de la fuerza de trabajo. Esto permitió repensar cada aspecto de la vida cotidiana —crianza de niños, relación entre hombres y mujeres, relaciones homosexuales y la sexualidad en general—, todo ello en función de la explotación y la acumulación capitalista.


Para crear un movimiento que se autorreproduzca

En la medida en que fuimos capaces de pensar que cualquier aspecto de la vida cotidiana es potencialmente liberador o explotador, también pudimos percatarnos de las distintas maneras en que se enlazan las mujeres y las luchas de las mujeres. Descubrimos la posibilidad de “alianzas” que no habíamos imaginado y la posibilidad de superar las divisiones que se habían creado entre las mujeres, también sobre la base de la edad, raza, y preferencia sexual.

No podemos construir un movimiento sostenible sin entender esas relaciones de poder. También necesitamos aprender varias cosas de los análisis feministas del trabajo reproductivo, porque ningún movimiento puede sobrevivir a menos que se interese por la reproducción de sus miembros. Esta es una de las debilidades del movimiento por la justicia social de EEUU.

Asistimos a las manifestaciones, organizamos actos, y esto es lo máximo que hacemos en nuestra lucha. Pero el análisis sobre cómo es posible reproducir el movimiento y reproducirnos a nosotros mismos no está en el centro de la organización del propio movimiento. Es preciso que volvamos a la tradición histórica de la clase trabajadora y organicemos una “ayuda mutua”, y que volvamos a pensar tal experiencia, no necesariamente para resucitarla, sino para nutrirnos de ella en el presente.

Es preciso construir un movimiento que en su agenda incluya las condiciones para su propia reproducción. Es necesario que la lucha anticapitalista invente distintas alternativas y sea capaz de construir sus propias vías de reproducción de manera colectiva.

Debemos asegurarnos de que no sólo confrontamos al capital en el momento de las manifestaciones, sino que lo hacemos colectivamente y en todo momento de nuestras vidas. Lo que ocurre internacionalmente es prueba de que sólo cuando contamos con formas colectivas de reproducción, de que sólo cuando tenemos comunidades que se reproducen a sí mismas de manera colectiva, pueden entonces nuestras luchas moverse y orientarse en un sentido radicalmente pugnaz frente al orden establecido: ahí están, por señalado ejemplo, las luchas de los pueblos indígenas contra la privatización del agua o contra las compañías de petróleo que destruyen las tierras de los indígenas en Ecuador.

Deseo cerrar esta disertación diciendo lo siguiente: si prestamos atención a los ejemplos de luchas en Oaxaca, Bolivia y Ecuador, veremos que las confrontaciones más radicales no son las que inician los trabajadores “cognitivos”, o las que surgen en virtud de los “bienes comunes” de Internet. La fortaleza del pueblo de Oaxaca, por ejemplo, reside en la profunda solidaridad que une a quienes luchan, una solidaridad que hizo posible el apoyo de otros pueblos indígenas de todo el territorio del Estado mexicano: los llamaron “maestros”, y los vieron como miembros de su propia comunidad. Lo mismo en Bolivia: el pueblo que impidió la privatización del agua tiene una larga tradición de lucha comunal. Este tipo de luchas es lo que debemos incluir en la agenda, construir este modo de solidaridad y entender de qué manera podemos superar lo que nos divide. Y para concluir, el principal problema de la teoría del trabajo precario es que no nos da la menor herramienta para superar el modo en que hemos sido divididos. Y lo cierto es que esas divisiones, continuamente recreadas y reproducidas, son nuestra principal debilidad en relación con la capacidad para resistir la explotación y crear una sociedad equitativa.


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