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FEYERABEND, Paul (1924-1994)

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Paul Karl Feyerabend

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Introducción

Isabel Galindes, en "Paul Feyerabend", en Epistemología, el 3 de marzo de 2009, escribió:Nació en Viena (Austria) en 1924. Participó en la Segunda Guerra Mundial en el ejército alemán, alcanzando el grado de teniente. Se interesó en el canto, escenografía, historia y sociología; sin embargo, se inclinó hacia la física. Publicó su primer artículo, que versaba sobre la ilustración en la física moderna, en el que se mostraba profundamente positivista, en la línea del Círculo de Viena. Se doctoró en 1951 y recibió una beca de un año para estudiar, escogió Karl Popper como supervisor, en la London School of Economics. En Viena, tradujo al alemán La sociedad abierta y sus enemigos, de Popper. En 1955 se trasladó a la Universidad de Bristol. Publicó diversos artículos en los que se detectan claras influencias del racionalismo popperiano.

En 1959 se nacionalizó estadounidense. Escribió con una pasión difícil de encontrar en ningún otro filósofo de la ciencia. En sus ensayos utilizó un lenguaje claro y expresivo que influyera en el lector, alejándose del lenguaje frío y aséptico que es una de las limitaciones que, según Feyerabend, sufre un científico. Emplea con frecuencia citas de filósofos marxistas como Lenin, entre otros. A lo largo de su vida ha experimentado una evolución constante: popperiano, antirracionalista, empirista, antiempirista, antipositivista, relativista; siempre con un alto grado de anarquismo y criterio crítico; creador del anarquismo epistemológico. Es uno de los dos autores de la Tesis de la Inconmensurabilidad.

Comenzó a escribir artículos en los que hacía una revisión crítica del empirismo. Introdujo en su filosofía el concepto de inconmensurabilidad (aunque el término en sí fue fijado posteriormente), que también encontramos en Wittgenstein y Kuhn, para referirse a teorías científicas disjuntas, es decir, aquellas cuyos universos conceptuales son totalmente incompatibles e intraducibles entre sí. Para los fines de 1960 sus artículos comienzan a revelar su giro hacia una especie de pluralismo teórico según el cual el mejor mecanismo para el progreso pasa por introducir el mayor número posible de hipótesis alternativas, tal como publicó en un largo artículo en 1970. Ha publicado: Contra el método, Tratado contra el método (1975), La ciencia en una sociedad libre (1978), Adiós a la razón (1987), Dialogo sulla conoscenza (1991), Matando el tiempo (1995). Las críticas negativas iniciales que recibió su libro Contra el método le costaron, como narra en su autobiografía (Matando el tiempo), una profunda depresión. Murió en Zúrich (Suiza) en 1994.

Feyerabend contradice el apoyo que le daba al positivismo. En sus primeros escritos, apoyaba el positivismo, afirmaba que la función de la epistemología no era describir cómo actúan los científicos, sino cómo deberían actuar. Su epistemología era totalmente metodológica, sin ninguna preocupación metafísica. Defendía la multiplicación de teorías como el mejor camino para el progreso. Mostraba una clara influencia popperiana. En su Tratado contra el método (1975) hace una crítica de la lógica del método científico racionalista, apoyada en un estudio detallado de episodios claves de la historia de la ciencia. Testificaba que la investigación histórica contradice que haya un método con principios inalterables, que no existe una regla que no se haya roto, lo que indica que la infracción no es accidental sino necesaria para el avance de la ciencia consistente con todos los . Además, denuncia que hay un esfuerzo continuo para encerrar el proceso científico dentro de los límites del racionalismo, de manera que un especialista acaba siendo una persona sometida voluntariamente a una serie de restricciones en su manera de pensar, de actuar e incluso de expresarse. La educación científica se concibe hoy como una simplificación de la racionalidad que se consigue mediante la simplificación de las personas que participan en la ciencia. Feyerabend alegaba que ninguna teoría sería nuncahechos relevantes. Justifica la contrainducción diciendo que hay teorías en las que la información necesaria para contrastarlas sólo sería patente a la luz de otras teorías contradictorias con la primera. La historia de la ciencia proporciona ejemplos de la contrainducción en acción. Por ejemplo, Galileo tuvo que recurrir a la contrainducción para falsear los razonamientos con los que los físicos aristotélicos negaban el movimiento de la Tierra. Por tanto el uso de la contrainducción sería, simplemente, aprovecharse de una manera consciente de la propia forma de ser de la ciencia.





Ensayo





Artículos



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Nota Jue Jun 17, 2010 7:48 am
Luis Rodríguez, del periódico Desobediencia (Lima, Perú), en "Una visión científica disidente o el anarquismo epistemológico de Paul K. Feyerabend", en Periódico Autonomía, nº 27, julio de 2007, editado por el Colectivo Autónomo Magonista (CAMA), escribió:
«La única misión de la ciencia es iluminar la vida y no gobernarla»
- Mijail Bakunin



La ciencia del poder o el poder de la ciencia

Como bien apunta Ernesto Sábato, en Hombres y engranajes, entre los siglos XVIII y XIX se propagó en el mundo, a manera de nuevo fetichismo, una verdadera superstición acerca de la ciencia, ocasionada, quizá, por el problema de la verdad del conocimiento y el trauma ocasionado por una etapa de oscurantismo en la Edad Media, cuando el conocimiento se fundaba en sofismas, supuestos y supersticiones fanáticas elevadas a categorías de dogmas y axiomas incuestionables. Esto traería como consecuencia, la búsqueda y la reflexión acerca de cómo se podría lograr el conocimiento verdadero; entonces, fue inevitable: la ciencia pasó a convertirse en una nueva magia y el hombre promedio, el hombre de la calle, creía tanto más en ella cuanto menos iba comprendiéndola. Es más la humanidad, en su mayoría, estaba convencida de que, con su ayuda, la solución a los problemas que la aquejaban iba a llegar pronto. Es en ese mismo contexto que aparecen las figuras de culto, los científicos, gozando de la misma veneración que tuvieron, o tienen aún, los chamanes, brujos y sacerdotes. Veneraciones y reverencias propias, dicho sea de paso, de los débiles mentales. Este hombre-ciencia se convirtió en un personaje discreto y mecanizado; pues, «a ciencia cierta», buena parte de las cosas que hay que hacer en física, biología o lógica (salvo gratos casos excepcionales o variaciones postmodernas pintorescas) es faena mecánica de pensamiento que puede ser ejecutada por cualquiera con un poco (o algunos años) de trabajo mecanizado. Se trabaja con un método, constriñéndose y recluyéndose en un campo de ocupación intelectual cada vez más estrecho, y ni siquiera es forzoso, para obtener abundantes resultados, poseer ideas rigurosas sobre el sentido de éste. Ortega y Gasset argüía que la ciencia fue progresando, en buena parte, debido al trabajo de hombres absolutamente mediocres; que recluidos en la estrechez de su campo visual, consiguen en efecto, descubrir nuevos hechos y hacer avanzar su ciencia, que apenas conocen y con ella la enciclopedia del pensamiento que concienzudamente desconocen.

Con el transcurrir de los años, la ciencia formó un núcleo teórico difuso expresado por denominaciones genéricas como «física relativista» o «matemática conjuntista» y otro núcleo metodológico más difuso aún y relacionado más con instrumentos que con procedimientos (acelerador atómico, computador, etc.). Generalmente se le atribuyen ciertas cualidades como: universalidad sin limitaciones, carácter público intrasubjetivo, neutralidad valorativa, política e ideológica y hasta el mismo hecho de ser usada o aplicada susceptiblemente sin discriminaciones por la especie humana; todas y cada una cuestionadas.

Algunos filósofos, entre ellos Popper, han afirmado que la ciencia es esencialmente conocimiento público; pero en los hechos, la ciencia no es conocimiento público sino mas bien secreto muy bien administrado por los centros hegemónicos. Muchas veces se ha dicho que el científico sirve fundamentalmente a la humanidad, pero la verdad es que verdaderamente la ciencia, parida desde los mismos centros de poder, se usa principalmente para el bienestar de aquellos y para afianzar las relaciones de dominación que se ejercen sobre los países dominados y dependientes. Diría Marcuse: «La racionalidad técnica y científica y la manipulación están soldadas en nuevas formas de control social». Sólo el «buen burgués» estaba —y está— en la idea de que la misión de la ciencia era acabar con las guerras y hacerle la vida más cómoda; tal vez piense, asimismo, que la misión del arte es hacer felices y virtuosas a sus hijas.


A la sombra de la ciencia: Paul K. Feyerabend

Paul K. Feyerabend (1924-1994), epistemólogo anarquista, considerado anticientífico, pensador crítico, punzante, irónico y subversivo, en realidad — y exactamente— se trata de un disidente, consideró a varios colegas suyos como «medrosos roedores académicos, que ocultan su inseguridad detrás de una sombría defensa del status quo» y desarrolló agudas reflexiones sobre el papel de la ciencia en la sociedad contemporánea. Puso a la epistemología en tensión y la obligaría a revisar sus ropajes especializados, formales y exclusivamente académicos, enfrentando sin tregua ni contemplaciones a una tradición largamente respetada. «Nada es más peligroso para la razón que los vuelos de la imaginación», decía Hume y es que demostró, además de su competencia científica, grandes dotes de escritor y polemista.

Las ideas de Feyerabend, influenciado por Popper, Mill, Kuhn y Lakatos, comienzan a gestarse siendo profesor de Filosofía en la Universidad de California, Berkeley, y profesor de Filosofía de la ciencia en el Instituto Federal de Tecnología en Zurich. Investigó en física, astronomía y matemáticas. Su formación como físico y como filósofo se fue completando durante su estancia en Londres, pero lo decisivo para el desarrollo de sus ideas fue su práctica educativa en un medio plurirracial y multicultural. Cada fenómeno o problema que abordaba era para él una situación única y exclusiva que tenía que explicarse y esclarecerse de manera particular, no existían fronteras para su curiosidad y ningún tipo de «criterio» restringía su pensamiento: aceptaba la colaboración, en cualquier investigación particular, de pensamientos y emociones, fe y conocimientos. Feyerabend afirmaba que la idea de un método fijo, de una racionalidad fija surge de una visión del hombre demasiado ingenua, es así que propuso un pluralismo metodológico donde deberían buscarse propuestas alternativas.

Una propuesta de visiones, temperamentos y actitudes diferentes que den lugar a juicios y métodos de acercamiento diferentes donde solamente un principio pueda ser defendido bajo cualquier circunstancia: Todo vale. Estos principios fueron planteados básicamente en Contra el método y ampliados posteriormente en Adiós a la razón. Feyerabend llegó a proponer un procedimiento contrainductivo, basado en la contradicción sistemática de teorías y resultados experimentales bien establecidos y aumentar el contenido empírico con la ayuda del principio de proliferación. Para esto el científico debería ser heterodoxo y proponer ideas contrapuestas, habría que ir contra el metodólogo que repite y aplica como esclavo los principios y declaraciones más recientes de los que dirigen la física, aunque al hacerlo, viole algunas —si no todas— de las reglas básicas de su propio oficio. Se debe proponer ideas distintas, recurriendo para ello, como fuente de inspiración, a lo que haga falta, incluso a teorías antiguas y desechadas, sin que importe para nada que hayan sido «falsadas empíricamente» en su tiempo o que, probablemente, tengan orígenes metafísicos, religiosos o míticos. La idea era buscar sistemas conceptuales que choquen con los datos experimentales aceptados, e incluso proponer nuevas formas de percepción del mundo, hasta entonces ignoradas. El científico haría uso de cuanto tenga a la mano: sugerencias heurísticas, concepciones del mundo, disparates metafísicos, restos y fragmentos de teorías abandonadas, etc.

Bertrand Russell dijo, al respecto: «Incluso la cauta y paciente investigación científica de la verdad, que parece la antítesis de la rápida certidumbre del místico, puede ser fomentada y nutrida por el espíritu en que se mueve y vive el misticismo». La infalibilidad del método científico fue confrontada por Feyerabend: «La idea de un método que contenga principios firmes, inalterables, y absolutamente obligatorios que rijan el quehacer científico tropieza con dificultades considerables al ser confrontada con los resultados de la investigación histórica. Descubrimos, entonces, que no hay una sola regla, por plausible que sea, y por firmemente basada que esté en la epistemología, que no sea infringida en una ocasión u otra». El atomismo antiguo, la revolución copernicana, el atomismo moderno, la teoría ondulatoria de la luz y otras muchas surgieron, además, contraviniendo, explícita o implícitamente, reglas metodológicas generalmente aceptadas.

Finalmente la unidad de opinión no es deseable, salvo que resulte de la más libre y completa comparación de opiniones opuestas, y la diversidad no es un mal, sino un bien, la cual es necesaria no sólo para el avance del conocimiento sino también para el desarrollo de nuestra individualidad. Ortega y Gasset argumentaba, con fundamentada razón, que «el científico ha sido y es, como hombre, un monstruo, un maniático cuando no un demente», y además resaltaba la notoria facilidad con que los científicos se han entregado siempre a las tiranías. Y Feyerabend lo corroboraba, para él la ciencia en un principio estuvo enfrentada a formas de pensamiento dogmáticas, a ciertas ideologías heredadas imperantes; pero, con el transcurrir del tiempo, una nueva ilustración se había configurado; y es que, en la actualidad, ésta (la ciencia) tiene todas las características de una religión, llamada cientifismo. En los colegios, por ejemplo, la ciencia se enseña con el mismo valor de verdad que los dogmas de fe religiosos, sin alentar, en ningún caso, perspectivas más amplias de observar los fenómenos y las cosas, mientras que el adoctrinamiento en las universidades y centros de educación superior es mucho más sofisticado y riguroso y, por ende, sin ningún tipo de cuestionamiento a la actividad científica.

Feyerabend da cuenta de estas problemáticas, donde la ciencia se ha transformado y se ha asentado como verdad única, inalterable e infalible. No hay quien no le haga reverencias, lo cual le da libertad de proselitismo político y poder tecnocrático. Como toda religión institucionalizada y poderosa, también, no se le puede desligar del Estado; muchas veces, además, la ciencia se ha impuesto por la fuerza y no por el diálogo o el convencimiento como en el caso de los países no occidentales donde se llegó a exterminar otras muchas formas de saber. Feyerabend en La ciencia en una sociedad libre planteó que ésta (la sociedad libre) no se impone, sino que surgirá cuando la gente que resuelve problemas concretos colabore en su creación. Además afirma que la sociedad libre insiste en la separación entre la ciencia y el Estado. Las comunidades científicas o la «Iglesia Universal de la Razón y la Verdad y del Pensamiento Único» han perdido incluso su relativa autonomía de antaño en otras épocas históricas, ahora dependen de la gran industria, por una parte, y de la política científica del Estado correspondiente. Existe una ciencia aplicada que puede generar grandes beneficios económicos a la empresa patrocinadora o como en el caso de ciencia amarrada con el Estado que suele tender a priorizar determinadas líneas de investigación, dando lugar a que el progreso científico sólo vaya en algunas y determinadas direcciones. Científicos, técnicos y especialistas sirviendo como refrendos de las políticas de los Estados y las multinacionales.

Paul K. Feyerabend murió el 11 de febrero de 1994, a los 70 años, dejándonos una severa advertencia sobre el progresivo auge de la ciencia y de la tecnología y su influencia en las áreas más diversas del ser humano, sociales, políticas y hasta militares, en el futuro. Y esque pareciera predominar en aquellos campos (los científicos) una autosuficiencia flagrante, como cuando Mario Bunge responde frente a cuestionamientos sobre el arrollador avance científico y sus consecuencias político-sociales, manifestando vaga e irresponsablemente: «toda innovación tiene sus inconvenientes». Cuando se trata de Chernobyl, el efecto invernadero, los envenenamientos de ríos y mares, Hiroshima y Nagasaki, u otros desastres ecológicos y sociales los científicos vacilan en sus respuestas. O callan. La ciencia oficial siempre pretenderá ser la portadora absoluta de la verdad absoluta dando cabida a nuevos cultos de instancias abstractas como el de la razón objetiva, por la cual se ha sacrificado mucho, en guerras y masacres demostrando ser tan represiva como la idea de la «verdad revelada», entonces no nos queda otra que transitar, como Feyerabend, los caminos de la racionalidad humana y despertar de ese letargo cientifista porque como dijo Cioran: «Frente al hombre abstracto, que piensa por el placer de pensar, se alza el hombre visceral, el pensador determinado por un desequilibrio vital que se sitúa más allá de las ciencias y del arte. Me gustan los pensamientos que conservan un aroma de sangre y de carne. Los hombres no han comprendido aún que la época de las preocupaciones superficiales e inteligentes se ha acabado y que el problema del sufrimiento es infinitamente mas revelador que el del silogismo, un grito de desesperación infinitamente más significativo que una observación sutil... ¿Por qué no dejamos de admitir el valor exclusivo de las verdades vivas?


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