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GARLAND, David

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GARLAND, David

Nota Jue Jun 03, 2010 1:58 pm
David Garland

Portada
(NYU | dialnet)


Introducción

En la entrada en inglés de la wikipedia, que traduzco aquí, escribió:Profesor de Derecho y Sociología de la Universidad de Nueva York.

Nacido en Dundee (Escocia, Reino Unido) en 1955, se licenció en la facultad de Derecho de la Universidad de Edimburgo con un LLB y un PhD [un doctorado en filosofía] y en la Universidad de Sheffield con un curso de postgrado en criminología. De 1979 a 1997, enseñó en el Centre for Law and Society de la Universidad de Edimburgo, donde ocupó un puesto de catedrático de sistema penal. Además, ocupó varios puestos en la Universidad de Leuven (Bélgica) y en la Universidad de California (EE.UU.), asimismo, en el departamento de historia de la Universidad de Princeton (EE.UU.), y fue profesor visitante por el programa de derecho de la facultad de derecho de la Universidad de Nueva York.

Garland fue el editor-fundador de la publicación internacional e interdisciplinar Punishment & Society ["Castigo y Sociedad"]. Publicó la colección Mass Imprisonment: Social Causes and Consequences (2001) y, con Richard Sparks, coeditó Criminology and Social Theory (2000). Es autor de libros muy reconocidos sobre sistema penal y control social: Punishment and Welfare: A History of Penal Strategies (1985), Punishment and Modern Society: A Study in Social Theory (1990) y The Culture of Control: Crime and Social Order in Contemporary Society (2001).

Es miembro de la Royal Society de Edimburgo, de la American Society of Criminology y del Center of Advanced Study in the Behavioral Sciences [Centro de Estudios Avanzados en Ciencias del Conocimiento] de Stanford (California, EE.UU.). En 2006, fue premiado con una beca de la fundación John Simon Guggenheim por su investigacion sobre la pena capital en la sociedad estadounidense.





Ensayo





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Nota Jue Jun 03, 2010 1:59 pm
Héctor Pavón, en entrevista a David Garland, con el titular "La 'tolerancia cero' es proclive a reprimir a los pobres y a los sin techo", en Revista Ñ, en Diario Clarín, el 17 de septiembre de 2005, escribió:David Garland vive en Nueva York. Allí ha observado atentamente los procesos que cambiaron y profundizaron la seguridad y el control sobre esa ciudad y de Estados Unidos. Garland estudió Derecho y Filosofía en Edimburgo y actualmente enseña Sociología en la Escuela de Leyes de la Universidad de Nueva York. Ha analizado los aspectos sociales e históricos de la pena de muerte, la teoría y la práctica del encarcelamiento, entre otros temas.


— El modelo Giuliani de seguridad fue llevado a países como la Argentina. ¿Cree efectivas este tipo de exportaciones?

— El "modelo Giuliani" es en realidad una combinación de elementos, algunos positivos, otros represivos. Contratar a 10.000 policías más y aplicar un control de gestión y responsabilidad estricto fueron cambios bien recibidos que podrían ser emulados con éxito en cualquier parte. El enfoque de "tolerancia cero" respecto de los delitos menores y las infracciones fue mucho más controvertido. Bien implementadas, estas estrategias pueden reducir el miedo al crimen y mejorar la calidad de vida en los barrios urbanos. Pero también son proclives a reprimir pobres y sin techo. No se puede exportar un modelo así sin adaptarlo a las condiciones locales.


— ¿Qué destino le espera a una sociedad que confía su seguridad a un servicio privado?

— La policía y la seguridad son bienes públicos que deberían ser provistos por autoridades públicas. Cuando se convierten en mercaderías que se compran en el mercado, los que pierden son los sectores populares. Mire lo que pasa en el mundo: las sociedades que dependen de la policía privada para la seguridad básica se encuentran entre las más desiguales e injustas. No quiero decir que no debería permitirse que empresas, shoppings y actores de Hollywood contraten sus guardias; es preferible que paguen a que exijan una prestación pública. Pero a cada persona debe corresponderle, como un derecho, un nivel básico de policía y protección. Uno de los éxitos inadvertidos de la democratización en los países más ricos es que los pobres comenzaron a ser mejor atendidos por la policía. La idea de privatizar la policía puede llegar a destruir este avance.


— ¿El terrorismo es la excusa perfecta para militarizar la sociedad y controlar a la gente?

— Vivo en Nueva York y es difícil negar que el terrorismo sea un problema real. Pero es un riesgo más entre muchos otros y no siempre el más grave, como bien lo demostró el huracán Katrina. La erosión de las libertades civiles, la persecución de las minorías y la violación de los derechos humanos también son riesgos que hay que poner en la balanza. La metáfora de una "guerra" considera que no hay tarea más importante que derrotar al enemigo: todas las demás consideraciones se subordinan a eso.


— ¿Cómo compatibilizan seguridad y asistencia social en países con gobiernos neoliberales?

— La política social neoliberal es una contradicción en sí. En el siglo XIX, la previsión social surgió para reparar el daño que los mercados habían infligido al bienestar social de los países recién industrializados. Siempre que el bienestar del pueblo queda librado a las fuerzas del mercado, los débiles y los pobres son puestos contra la pared. El abandono escandaloso de la población negra pobre de Nueva Orleáns, después de Katrina, es una marca fulgurante de esta verdad.


— ¿En algún lugar las cárceles educan y/o reincorporan a los presos a la sociedad?

— Las cárceles nunca son marcos ideales para educar o reintegrar a las personas a la sociedad. Pero las de Holanda, por ejemplo, llevan a cabo un mejor trabajo de re-socialización que las de EE.UU.. En los últimos treinta años, los europeos comenzaron a volcarse hacia el modelo estadounidense. A todo el mundo le convendría que se revirtiera esta tendencia y que EE.UU. imitara esos modelos.


— ¿Acaso las cárceles privadas cumplirían con este objetivo?

— El pasaje a cárceles privadas es un signo de que el sector público está fallando, no una solución a esa falla.

Nota Jue Jun 03, 2010 2:00 pm
Edgardo A. Amaya Cóbar, en "Recensión. La cultura del control de David Garland", en Recensiones, el 21 de febrero de 2007, escribió:Portada

Acabo de leer con mucho interés y satisfacción el libro La cultura del control. Crimen y orden social en la sociedad contemporánea de David Garland (Gedisa, Barcelona, 2005), el que he pasado a considerar como un libro de referencia de la criminología contemporánea y, a mi gusto, obligatorio para todos aquellos que se mueven o trabajan en ámbitos relacionados con el estudio y análisis del sistema penal y sus relaciones con el campo de la política.

Garland –uno de los más importantes sociólogos sobre la cuestión criminal de habla inglesa y director del prestigioso British journal of criminology- entrega este libro como parte de una trilogía comenzada con Punishment and welfare (1985), seguida de Punishment and Modern Society (1990) [Castigo y sociedad moderna, Siglo XXI editores, México, 1999] y que completa ahora con esta obra, publicada originalmente en inglés en 2001 y cuya versión en castellano data de 2005.

La línea básica del libro, muy a grandes rasgos, es explicar, en su conjunto, las transformaciones sufridas en el campo de la justicia penal y sus relaciones con las principales transformaciones económicas y sociales de los últimos treinta años en las sociedades de Estados Unidos y Gran Bretaña. Particularmente con énfasis en el cambio del modelo de justicia penal correspondiente al Welfare (Bienestar) hacia uno más adaptado al modelo neoliberal impulsado desde fines de los años 70 y cómo este cambio es el correlato de las transformaciones más amplias de la política en general.

Llama mucho la atención el uso de un análisis desde “el campo” de la justicia penal, haciendo referencia claramente al modelo analítico de Pierre Bourdieu, como también es detectable una explicación histórica y social muy inspirada en el análisis de procesos de Norbert Elias, del que también utiliza su incorporación del estudio o análisis de “sensibilidades” como un factor de transformación social, lo cual le da mucha originalidad y frescura a la presentación del análisis y sus resultados.

Garland fija temporalmente su análisis en la denominada Modernidad tardía, correspondiente al último cuarto del Siglo XX. Período en el que se suscitan fenómenos como el declive del, por él denominado, welfarismo penal, es decir, el modelo de justicia penal del Estado de Bienestar, ideológicamente asentado en la noción de la desviación como un producto social, tratable o manejable por esa vía y fuertemente orientado hacia un modelo correccionalista de tratamiento penitenciario con fuerte influencia de tendencias positivistas (desviación = anormal), contexto en el que además, se asumía con naturalidad y fe que los problemas relacionados con el delito eran perfectamente manejables desde las instituciones de justicia penal.

Y por otro lado, se da la asunción del modelo de justicia penal tardo moderno, fuertemente inspirado en las críticas neoliberales al modelo welfarista en general, como un sistema intromisivo en la vida de las personas, que no actúa según la lógica del mercado. Este modelo de justicia penal tardomoderna incorpora dentro de sus principios el racionalismo económico y moral, por el cual, los problemas de criminalidad y violencia en las sociedades son el producto de decisiones individuales, basadas en la idea de costo-beneficio y moralmente condicionadas, en consecuencia, una visión en la cual, la visión “rehabilitadora” o correccionalista, no tiene cabida, pues se trata de seres “racionales” por un lado, o por otro, el más dominante en la actualidad: el otro antológicamente malo y peligroso, irrecuperable, condenado al control permanente de la sociedad. Concepciones que en gran medida han favorecido, como en el caso de Estados Unidos, el encarcelamiento masivo y el impresionante desarrollo del sector penitenciario, tanto público como privado.

La pregunta crucial de Garland es: ¿cómo el modelo del welfarismo penal muy bien instalado durante décadas pudo sino caer, declinar estrepitosamente, ante el modelo actual de justicia penal tardomoderna? Es aquí donde las explicaciones sobre las grandes trasformaciones sociales, principalmente en las décadas de los 60 y 70 (cambios en el mercado, el consumo, mayor educación de la población, transformaciones en la familia, pérdida de los controles sociales tradicionales), influyeron en la transformación de las sensibilidades sociales y en el curso de la acción política.

Resulta destacable que uno de los ejes de la transformación del modelo del welfarismo penal haya estado en la academia y en movimientos sociales como los de la defensa de los derechos de los presos y los incipientes movimientos por los derechos de las víctimas, las consecuencias de sus reclamos fueron mucho más allá de lo que estos movimientos o sectores alguna vez previeron o desearon. Por ejemplo, tanto la academia, abrazada a ideas liberales puras, como el movimiento de los derechos de los presos que criticaba la intromisión excesiva del sistema correccionalista en sus vidas así como la falta de igualdad en la aplicación del modelo, sirvieron de plataforma, no prevista, de acciones políticas por eliminar la individualización de la pena y establecer encarcelamientos fijos. Por su parte, algunos estudios académicos empezaron a cuestionar y dudar de los efectos rehabilitadotes del sistema penal, los que tuvieron el mismo efecto perverso no deseado: favorecer el ideal retributivo en detrimento de la visión rehabilitadora.

En el contexto general, Garland argumenta que el proceso de transformación social y económica de la modernidad tardía y las nuevas relaciones sociales, económicas y culturales que de estos se derivaban traían aparejados nuevos problemas de control, de delito a los que se tuvo que adaptar (más desigualdad, racismo marcado, recorte del gasto social, descontrol del mercado). Si bien, una de las críticas al sistema del welfarismo penal había sido su incapacidad de frenar el incremento del delito (tesis más bien infundada e instrumentalizada como argumento de la derecha política) -sobre el cual, sectores intelectuales como el Neorrealismo de izquierda hizo mea culpa- el crecimiento del delito durante las primeras administraciones neoliberales (Reagan y Thatcher) se vio duplicado respecto de las etapas previas.

Las políticas de gestión del control del delito se habrían derivado en dos grandes estrategias: las adaptativas y las de negación o acting out (catárticas) cada una con un catálogo de acciones específicas. En alguna medida, estas estrategias con contradictorias entre sí. Mientras las primeras se orientan a la “normalización” del delito, su reconocimiento como un hecho cotidiano frente al cual la justicia penal no puede hacerlo todo por lo que hay que reducir oportunidades (prevención situacional) o generar patrones de acción social para reducir su aparecimiento e impacto (asociaciones preventivas, policía comunitaria, gestión comunitaria de seguridad), en este sentido, son menos punitivas.

Las segundas –negación y acting out- se basan en visiones retributivas, moralistas y se constituyen como la respuesta política favorita frente a los pánicos morales (populismo punitivo, inflación penal, tolerancia cero) y las exigencias de las víctimas y que reafirman la idea de que la respuesta al delito es el sistema penal, aunque invalida o denigra el conocimiento experto (científico) y antepone el “sentido común” –a lo que Wacquant llama la sensatez penal- con una lógica claramente belicista: contra el delito cueste lo que cueste. Aunque se resalta que sus resultados o impactos no han sido empíricamente demostrados.

Estas dos estrategias tienen en común el hecho que no entran a considerar el origen social del delito, lo cual es una “tara” propia del contexto político en que surgen que favorece más la lógica económica que la gestión social. Garland grafica esta situación cuando explica que durante el estado de bienestar había menos control penal y más control económico, mientras que en el marco neoliberal y neoconservador hay más control penal y menos control económico.

Finalmente Garland sostiene que aunque este ha sido el camino recorrido por algunas sociedades, no es un destino fatal, pues otras sociedades desarrolladas han caminado por otros rumbos a pesar se sufrir transformaciones económicas y sociales similares. Todo depende de las opciones políticas que se presenten. No obstante lo anterior, debemos guardar también una distancia crítica respecto del contexto desde donde se lee este libro, pues este fenómeno, aunque coincidente en gran medida a nuestro contexto, no explica la realidad de los países periféricos que en buena medida, han carecido de un Estado de Bienestar, pero que sí han sido receptores privilegiados de las medidas de transformación neoliberal del estado y más recientemente de las ideas penales y punitivas que dichas transformaciones han generado y aquí creo que radica su importancia: saber donde y cómo se han forjado estos discursos sobre la penalidad que cotidianamente enfrentamos y a veces, compartimos o simpatizamos.


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