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ZINÓVIEV, Aleksandr (1922-2006)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...
Aleksandr Zinóviev

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(wikipedia | dialnet)


Introducción

29 de septiembre de 1922 - 10 de mayo de 2006. Filósofo, sociólogo y novelista ruso. Completamente crítico con la URSS en su momento, tras su disolución cambió radicalmente de postura.

Aleksandr Zinóviev nació en un pequeño pueblo y se trasladó posteriormente con sus padres a Moscú. Durante su infancia vivió en la pobreza. Comenzó a estudiar filosofía en el Instituto de Filosofía, Literatura e Historia en 1939, pero pronto fue expulsado por su oposición a la colectivización forzosa. Ingresó en el ejército soviético y participó en la II Guerra Mundial como piloto y conduciendo un tanque. Tras la guerra, comenzó a escribir novelas que no publicó y finalizó sus estudios universitarios. Durante las siguientes décadas, fue uno de los más brillantes lógicos de la URSS, publicando varios artículos y libros sobre lógica (especialmente lógica polivalente) y metodología de la ciencia.

Entre la ficción y la sátira, las historias que escribió sobre la sociedad de la URSS se aglutinaron en su novela más importante, Cumbres abismales, con la que iniciaría una serie de títulos de lo que él denominó "novela sociológica". Tras su publicación en Suiza en 1976, Zinoviev fue degradado de su condición de profesor, expulsado de la Academia de Ciencias, le fueron retiradas todas sus condecoraciones oficiales, incluidas las medallas de guerra y, finalmente, fue expulsado de la Unión Soviética tras su segunda novela de similar estilo satírico, Radiante Porvenir, en la que criticaba a Brezhnev, y que sería publicada en 1978 también en Occidente. Se estableció en Múnich.

En esta época, Zinoviev se centra en la labor de ensayo: Sin ilusiones (1979), Nosotros y Occidente (1981), El comunismo como realidad (1981), El gorbachevismo (1987). Sin ilusiones es una colección de ensayos, lecturas y programas en los que desarrolla su interpretación sobre el socialismo realmente existente, desde una férrea adhesión al método científico; para él, el sistema ni había destruido ni podría destruir las diferencias sociales entre la gente, habiendo además cambiado la forma de esa desigualdad. Insistiendo en que las particularidades de esta formación social no eran en absoluto irracionales, como se propugnaba desde diversos ámbitos, sino el resultado de una consecución de las "leyes sociales" sobre las que sus dirigentes basaban sus cálculos y decisiones.

Viró progresivamente en esta postura en el inicio de la perestroika y fue un feroz crítico de las reformas procapitalistas de Borís Yeltsin. Desechando la hipótesis de la importancia de la Iglesia ortodoxa y el nacionalismo ruso en esta gran transformación, para Zinoviev la clave estaba en Occidente y, concretamente, en EEUU, desde donde se dirigiría el programa de destrucción de Rusia. En 1996 apoyó públicamente a Gennadi Ziugánov, candidato del Partido Comunista de la Federación Rusa que posteriormente perdería frente a Borís Yeltsin. Tras veintiún años de exilio, Zinoviev retornó a Rusia en 1999.

Asimismo, apoyó al presidente serbio Slobodan Milošević (al que visitaría en la década de 1990 y al que consideraba un luchador contra los occidentalizadores), liderando el Comité Internacional para la Defensa de Milošević.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo





Sobre A. Zinóviev (ensayos)



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Nota Dom May 30, 2010 12:34 pm
fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=31940


Última entrevista a Alexander Zinoviev, filósofo, sociólogo y escritor ruso de fama internacional

"Se ha producido un colosal retroceso del nivel intelectual de la humanidad en su conjunto"



Original en Kommunar-press

Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S. Comín, publicado el 24 de mayo de 2006




    Alexander Zinoviev, filósofo, sociólogo y escritor ruso de fama internacional, falleció el pasado 10 de mayo en Moscú a los 84 años. Ofrecemos a los lectores de Rebelión un resumen de la última entrevista que concedió en vida. Fue el 3 de abril, a la periodista Svetlana Dujarina de la emisora de radio “Govorit Moskva”.



Zinoviev: El tema que quiero proponer a debate suena así: “La autosuficiencia de Rusia”. Es una expresión muy utilizada y sobre la que se ha insistido mucho. Yo quiero explicar lo que significa. Hubo un periodo en la historia, cuando muchos pueblos fueron realmente autosuficientes. ¿Qué significa esto? Estos países, cada uno por separado, podían garantizar su seguridad. Producían por sí mismos los más variados productos, que cubrían sus necesidades y les permitían abastecerse de todo lo necesario.

Entre los países autosuficientes se encontraban los países de Europa Occidental por todos conocidos. La Unión Soviética, hasta un determinado periodo de su historia, también pertenecía a esa lista. Pero ya a mediados del siglo XX, las cualidades que poseían esos países resultaron insuficientes para garantizarles la autosuficiencia.

Para ser autosuficientes los países deben producir cientos y miles de artículos de alta tecnología de todo tipo. Como sociólogo es algo que he estudiado hasta el más mínimo detalle. Pero no todo se reduce al hecho de producir esos artículos, la clave fundamental estaba en conseguir educar a especialistas de alta cualificación. Eran necesarias decenas de miles de especialistas de primer nivel. Pero el tiempo ha pasado, el país ha cambiado, y ahora esas necesidades no son satisfechas, ni pueden serlo bajo ningún aspecto.

El concepto mismo de la autosuficiencia no sólo es ya equivocado, sino que ha perdido por completo su sentido. En Rusia, y en todo el mundo en general, se han producido transformaciones de tal calado, que hablar aquí de autosuficiencia se me antoja ridículo. Estos cambios han tenido lugar prácticamente en todos los aspectos de la vida. Y ahora, para llegar a entender lo que ha sucedido, necesitamos elaborar un método conceptual radicalmente nuevo. El que se aplica ahora en Rusia no es válido para el análisis de la realidad existente.

Los conceptos “inútiles”, como yo los denomino, centellean por doquier, medios de comunicación incluidos.

Hoy día el país más autosuficiente en el mundo son los EE.UU. Esto no significa que ya se han asegurado todo lo imprescindible y pueden vivir tranquilamente. Es un tipo de autosuficiencia que necesita de una retroalimentación permanente, es algo dinámico en constante cambio, que en ocasiones puede ser muy radical. Los EE.UU. no pueden ser constantemente autosuficientes. Necesitan mucho de todo, incluso puede que no menos que otros países no tan poderosos. Necesitan una sobrealimentación permanente en todos los aspectos vitales.

¿Puede hoy un país garantizar su defensa en la medida necesaria? No. ¿Puede abastecerse de producción industrial? No. Creo que en el futuro cercano seguirá siendo imposible.


Svetlana Dujarina: ¿Cómo se presenta el futuro entonces?

Zinoviev: Algunos rasgos de ese futuro ya se han conformado y estamos viviendo en él. Es en este futuro en el que nos va a tocar vivir, con esos datos y parámetros, incluyendo la prometida por los gobiernos autosuficiencia, que de momento no es tal, y la prometida capacidad defensiva del país en la medida debida, que tampoco existe.


S.D.: Realmente son muchas las promesas, pero se crea la sensación de que en general la gente no confía en nada. La política existe al margen de las personas.

Zinoviev: No querría entrar a debatir si confía la gente en los políticos o no. No es esa mi profesión. Yo debo hablar de cosas que, desde la sociología, se puedan mantener. Usted menciona las promesas… ¿Hasta qué punto están fundamentadas? Si hablamos desde el punto de vista sociológico, no hay ni puede haber ninguna base que las sustente. Ya he dicho que es necesario transformar el método, el aparato conceptual. Prometen: mejoraremos esto, levantaremos esto, perfeccionaremos esto otro… todo esto es necesario, pero no implica que puedan ser llevadas a término. “Lo dicho” y “lo hecho” son cosas muy diferentes. En las condiciones en que vivimos actualmente, las promesas no obligan a nada. Por prometer, pueden prometer cualquier cosa, pero nadie asume las consecuencias por lo dicho.

La gente que hace promesas presupone de antemano que de todas formas no se va a hacer nada. Esto no significa que no se haga nada de nada. Simplemente se hace otra cosa y de un modo diferente. Cualquier teoría sociológica que se precie debe pronunciarse al respecto.


S.D.: Es muy complicado entender e interpretar todo esto, debido a la falta de información.

Zinoviev: El mundo está repleto de información. Hay tanta información como chatarra inundando el planeta. Otra cosa es el valor de esa información. El mundo en general, desde el punto de vista intelectual, está tan lleno de trastos que se necesitaría un siglo para poner orden. Lógicamente, como sociólogo he intentado analizar esta cuestión. Pero ya me he hartado. El 90% de todo lo que se dice y escribe es un completo disparate. Aunque haya gente que pronuncie palabras y frases inteligentes.


S.D.: ¿Con absurdo, se refiere a que no se hace nada?

Zinoviev: La gente vive, hacen cosas, ocurren cosas. Hay que estudiar lo que ocurre.


S.D.: ¿Qué podría Vd. aconsejar a la gente, a qué debemos prestar atención?

Zinoviev: Dar consejos no es lo mío. Ni siquiera en mis mejores años di nunca un consejo, puesto que yo soy un analista y un investigador.

En la situación actual, en medio de este océano de charlatanes aún menos, es simplemente una locura.

Yo siempre he propuesto y continúo proponiendo una cosa: la comprensión científica de la realidad y su análisis. Es algo que hay que aprender a hacer partiendo de cero. Enseñar a la gente a comprender y analizar la realidad es una importante tarea.

Rusia y el mundo en general se han visto en una situación sin salida. Se ha producido un colosal retroceso del nivel intelectual de la humanidad en su conjunto que ha afectado prácticamente a todas las esferas y a todos los órdenes de la existencia humana. Este descenso es la característica, la bandera de nuestro tiempo. ¿Cómo se puede superar, a través de qué vías? De momento no veo el modo real de hacerlo, ni creo que exista en el mundo un grupo de gente o un instituto de investigación capaz de acometer esta empresa. Este fenómeno del descenso intelectual total, ha alcanzado casi todos los países. Puede que en menor medida a Francia, Italia, Inglaterra, Alemania; pero los EE.UU están afectados por competo.

Se podría decir que ha variado el tipo intelectual de conducta y de modo de vida de la gente. Los mecanismos intelectuales, que dirigen a las personas, han variado por completo. Hasta cierto punto es algo explicable. ¿Por qué? No cesan las guerras, la globalización, la nueva guerra mundial de nuevo tipo: la guerra por la dominación de todo el planeta. Una guerra así no se puede dar sin que deje huella en el componente intelectual de la humanidad. Incluso en las mejores épocas del pasado (cuando comenzaron las guerras) lo primero que tenía lugar era el descenso del nivel intelectual de la gente. Es un fenómeno lógico. Pero para la superación de esta crisis mundial, si es que pueda ser algún día superada, requerirá de decenas, cuando no cientos de años.


S.D.: Razonando desde el modo de ver de una persona concreta (no todos van a querer degradarse), ¿se puede revertir la situación de caída del intelecto?

Zinoviev: Dice usted que no todos quieren involucionar. Pero el hecho es que la degradación no depende de la voluntad de la gente. Es algo inevitable. Cojamos lo que cojamos: programas de televisión, oferta teatral, toda la cultura contemporánea, todo está degradándose. Si usted intenta analizar lo que habla la gente, comprenderá el terrible cuadro de la caída del intelecto. Es ley de vida y no hay manera de oponerse.

Que sea un fenómeno lógico no significa que sea bueno. El progreso humano no es que sea algo absolutamente imprescindible. No significa que la gente que descubre o inventa algo se haga más inteligente y avanzada. Nada de eso. Se podría afirmar que los grandes avances que se están dando en el terreno tecnológico, no están conduciendo al desarrollo de las personas, sino a su terrible “estupidización”, “abobamiento”, del que no escapan ni en las altas esferas.

Cogería por ejemplo un caso absolutamente sorprendente: los laureados con el Premio Nóbel, a los que se considera la gente más inteligente. Son gente completamente espesa. Soñolienta como no había visto en los últimos 50 años. Sólo puedo aconsejar que asuman este problema como algo real, que no se hagan ninguna ilusión. Yo observo a mis compatriotas: les veo caminar por la calle, comprar, vender… se crea la sensación de que está sucediendo algo. En realidad, vivimos en un mundo con un material humano que ha cambiado de un modo colosal. La mayoría absoluta de estas variaciones son imperceptibles, advertirlas se convierte en una ardua tarea.

En general, no hay ahora en el mundo una teoría científica lo suficientemente desarrollada, ni siquiera para comenzar a abordar estos procesos. Sólo hay una teoría, que he desarrollado yo (sin que pretenda vanagloriarme), pero lo cierto es que he trabajado en solitario. Aparte de la mía, desconozco que haya otras teorías. He dedicado toda mi vida a trabajar en este campo y este aspecto de la vida humano, lo conozco mejor que cualquier otra cosa.


S.D.: Si hablamos de la educación en Rusia, se podría decir que es un problema enorme. Basta con comprobar cómo ingresa la gente en las universidades.

Zinoviev: Usted habla de la educación como del aspecto privado del sistema educativo. Puede que mis palabras puedan sonar algo paradójicas, pero, en principio, en Rusia no hay ningún problema educativo. Son un invento. La cuestión no está en los problemas. Creo que ahora hay más universitarios incluso que los que había en la URSS. La gente vive, aprende, trabaja. Pero la educación como sistema, en el sentido que empezó a entenderse en el Renacimiento y épocas posteriores, no puede ser ya posible.

Entonces era una época de nacimiento de una gran cultura, donde tenían lugar grandes descubrimientos. No digo que esto no se dé hoy día, pero es una época totalmente diferente. El factor de las transformaciones colosales en el mundo es algo que hay que aceptar como axioma. Si usted quiere aprender a entender, tiene que empezar a estudiar desde cero.


S.D.: ¿Cuál es, según usted, el lugar de Rusia en el mundo?

Zinoviev: La situación de Rusia para mí como investigador es muy interesante a la par que excepcionalmente compleja. Se podría decir que apenas estoy empezando a comprenderla partiendo de mi metodología. Juzgar sobre la situación de Rusia de un modo categórico no sólo es imposible, es irresponsable. La caída del sistema soviético ha traído cambios que conforman toda una época, nunca se había dado nada parecido en la historia y difícilmente se pueda repetir algo similar. No sólo fue destruido el país entero, se destruyó toda una cultura, toda una línea evolutiva. Para la humanidad ha supuesto una catástrofe que no puede quedar sin castigo. Para que se pueda dar una explosión evolutiva, la humanidad necesita hacer acopio de milenios y yo no estoy seguro de que esto pueda ser posible.


S.D.: Usted suele decir que Rusia representa hoy una especie híbrida, una “liebre con cuernos”.

Zinoviev: Bueno, sólo es una figura satírica. No sólo soy científico, también escritor y periodista. He escrito decenas de novelas y miles de ensayos y esa expresión la utilicé por vez primera cuando todavía existía la Unión Soviética. Y entonces, he de confesarle, ni se me pasaba por la cabeza pensar que aquello se derrumbaría.


S.D.: En la etapa de la guerra fría, usted debió sin duda analizar lo que podría ocurrir con el país.

Zinoviev: Por supuesto que lo analicé, al fin y al cabo soy especialista en “guerra fría”. Pero también analicé otros fenómenos. Pero no fue hasta 1985, que empecé a pensar que podría ser destruido el sistema social soviético. En 1985, cuando Gorbachov no visitó la tumba de Marx, cuando fue a ver a Margaret Thatcher, ya vaticiné en la prensa: comienza la época de una gran traición histórica. Desde ese minuto los días del sistema soviético estaban contados. Claro que no era algo fácil de entender, pero el pensamiento de que el fin estaba cerca ya rondaba mi cabeza. Nunca fui comunista, marxista. Siempre he sido fiel al principio de que yo “soy un estado soberano compuesto de un solo hombre”.


S.D.: Todos pedían libertad, democracia, pero la libertad acabó en libertinaje. ¿Es compatible el concepto de libertad con algún sistema social?

Zinoviev: Gran parte de mi vida ha transcurrido en países de Europa Occidental. Siempre fui partidario de las realidades del mundo occidental. Allí había auténtica libertad: de pensamiento, de expresión. Yo vivía en ese ambiente. Pero luego, de modo progresivo, cuando comenzó el gran golpe, todo comenzó a extinguirse. Hace ya diez años pude constatar el fin de la democracia occidental. Hemos entrado en la época del totalitarismo de nuevo tipo, que se ha convertido en factor regulador en todo el planeta. Todavía perviven las huellas del pasado de lo que fue hace 15-20 años, de la democracia, de la libertad y del ansia de libertad.

En Rusia las palabras “democracia” y “libertad” carecen por completo de sentido. Hemos estado hablando de libertad, de la cultura del Renacimiento, de todo lo elevado, y de repente nos vemos rodeados de empresarios y propietarios, que no sabemos a qué se dedican.


S.D.: Hoy todos parecen hablar de patriotismo y del hombre ruso…

Zinoviev: No quisiera ahora tocar ese tema. Cuando me piden consejo, siempre doy el mismo: ¡pensad, pensad, pensad! ¡estudiad, estudiad, estudiad! Utilicen las fuerzas e impulsos creadores que les queden y las posibilidades de ponerlos en práctica. Cuanto más puedan nuestros compatriotas poner en práctica las posibilidades reales que tengan, tanto mejor para ellos. El mundo todavía no está muerto. Cuando se dé la situación en la que se pueda afirmar que el mundo ha muerto, entonces llegará el fin de toda existencia.


S.D.: ¿Apocalipsis significa el fin de todo? ¿Es una transformación?

Zinoviev: No se debería exagerar el significado de la palabra “apocalipsis”. Sobre esto se han escrito obras exageradas, infladas. En comparación con la realidad, el apocalipsis es un fenómeno menor. Para poder describir nuestra realidad, habría que escribir un millón de Apocalipsis y aún nos quedaríamos cortos. Así que mejor no escribirlas.

Nota Lun Jul 19, 2010 5:19 pm
Creo haber encontrado una descripción afortunada de Zinoviev de la mano de Fernández Buey: "Zinoviev no es propiamente un novelista, ni un sociólogo ni un politólogo. Es un narrador de la mecánica social, un estudioso de la lógica del espíritu comunitario". Léase el artículo siguiente.



Alexandr Alexandrovich Zinoviev [1922-2006]



Francisco Fernández Buey

Prólogo a A. Zinoviev, La caída del imperio del mal. Ensayo sobre la tragedia de Rusia, Ediciones Bellaterra, Barcelona, 1999.




I

Alexandr Zinoviev nació en octubre de 1922 en la aldea de Pajtino, del distrito de Chujloma, región de Kostroma, en el seno de una familia muy numerosa. Su madre era una campesina koljosiana y su padre era obrero pintor. Desde los once años vivió con su padre en Moscú y allí estudió. En 1939 empezó la carrera de filosofía y ya ese año fue expulsado del Komsomol (Juventudes Comunistas) por criticar el culto a Stalin. La guerra interrumpió sus estudios. Y durante la guerra sirvió en la caballería, en las fuerzas acorazadas y en la aviación. Al acabar la segunda guerra mundial, ya licenciado, habitó con la mayor parte de su familia en un húmedo sótano moscovita de diez metros cuadrados. Desde allí reanudó los estudios de filosofía y los terminó en 1951. Se doctoró con una tesis de resonancias hegelo-marxianas titulada El método para ascender de lo abstracto a lo concreto, en la que exploraba varios temas de El capital de Marx. Simultáneamente trabajó como cargador, cavador, auxiliar de laboratorio, traductor y maestro de escuela. Además, entre 1948 y 1954, enseñó lógica y psicología.

En 1954 Alexandr Zinoviev entró en el Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la URSS, donde trabajó hasta 1976. Pero ya en 1958 abandonó su proyecto sobre El capital, destruyó el libro al que había dedicado ocho años y empezó a especializarse en el campo de la lógica matemática y de la metodología de la ciencia. A partir de entonces se ocuparía de temas de la lógica clásica con atención preferente a su aplicación al análisis del lenguaje científico. Desde 1967 a 1976 dirigió la cátedra de Lógica en el Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la URSS y fue también miembro de la redacción de la revista Problemas de Filosofía. Durante esos años publicó varios libros en inglés y alemán, el más importante de los cuales es Foundations of the Logical Theory of Scientific Knowledge (1973). Como reconocimiento de esta actividad fue nombrado miembro de la Academia de Ciencias de Finlandia en 1974.

En una nota autobiográfica escrita en 1978 Zinoviev describió así su trayectoria político-ideológica: “Desde mi juventud fui anti-estalinista y hasta el fallecimiento de Stalin consideré que la labor más importante de mi vida era hacer propaganda anti-estalinista. Después de la muerte de Stalin ingresé en el PCUS con el propósito de luchar legalmente contra el estalinismo. Pero pronto pude observar que de esa tarea se ocupaban los propios estalinistas y que yo no tenía nada que hacer en eso. Así que decidí militar de una manera puramente formal (algo muy característico en los medios intelectuales soviéticos de entonces). En junio de 1976 me di de baja del Partido: dejé de cotizar y devolví el carnet. Formalmente fui expulsado del Partido en noviembre o diciembre de 1976”. En enero de 1977 era ya considerado un “disidente”. Le despidieron del Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la URSS. Pero aprovechando la invitación a un congreso científico internacional, algunos meses más tarde, pudo viajar a Alemania y se quedó allí. A partir de entonces vivió en Munich y en Zurich.

Así pues, cuando llegó a la Europa occidental Alexandr Zinoviev era relativamente conocido en los medios académicos por sus trabajos de lógica y metodología de las ciencias. Y sobre estos temas todavía siguió publicando esporádicamente en los años siguientes: Logical Physics (1983). Pero la publicación por L’Age d’Homme, en 1976, de su obra Cumbres abismales [Ziyaintshie vysoty] empezó a cambiar la consideración en que se le tenía hasta entonces. A pesar de lo cual, hay que decir que la preocupación lógico-metodológica (presentada a veces en serio y otras irónicamente) no sólo es patente en Cumbres abismales sino que constituye uno de los hilos conductores del libro que dio fama mundial a Zinoviev.

Cumbres abismales es una obra soberbia, aunque de tono muy distinto al de las obras que por entonces habían publicado o estaban publicando otros disidentes soviéticos, como Solchenitsyn o Amalric. Para mi gusto es la más fascinante de las críticas de la sociedad soviética de los años del estalinismo y del breznevismo. Lo que domina en ella no es la queja apocalíptica, ni el espíritu profético, ni la nostalgia, sino la ironía, el absurdo y el sarcasmo; un sarcasmo de aquellos de los que decía Gramsci que hacen mella. Presentada como si se tratara de un manuscrito encontrando en un basusero, la obra disecciona y caricaturiza las relaciones sociales, los tópicos ideológicos y la vida cotidiana en una ciudad imaginaria significativamente llamada Ibansk. Zinoviev juega ahí con el sufijo habitual de muchos pueblos y aldeas rusos, relacionado con un nombre corriente, Iván, y lo junta con el vocablo “ebat” (o sea, “joder”). En la traducción castellana de Luis Gorrachategui este juego ruso de palabras da el nombre de la ciudad sobre cuya vida ironiza Zinoviev: Jodensk.

La obra mezcla los géneros de una manera que no tiene parangón en la literatura rusa de la disidencia. Por su dimensión y estructura, por su barroquismo, por la capacidad del autor para aunar y alternar análisis, crítica, ironía, argumentación, juegos lingüísticos, diálogo del absurdo y paradojas, o para formular bromas imaginativas y crear caricaturas de personajes realmente existentes (el Calumniador, el Esquizofrénico, el Gritón, el Miembro, el Charlatán, el Desviacionista, el Mínimo...), Cumbres abismales trae a la memoria del lector El criticón de Baltasar Gracián o Los últimos días de la humanidad de Karl Kraus. Comparte, además, con estas otras obras, y con algunas piezas contemporáneas de la literatura del absurdo, la agudeza de espíritu, la crítica despiadada de las ideologías dominantes, la atención prestada a las consecuencias prácticas de la perversión de las palabras, la importancia dada a la recuperación del concepto y también, implícitamente, la conciencia moral. En algunos pasos su autor recuerda ironías y situaciones de Saltykov-Schedrin, de Gógol y de Chéjov. La fusión entre análisis descriptivo, intención antiideológica lograda y lucidez dan en esa rara pero, por lo demás, conocida paradoja según la cual la caricatura acaba resultando más real que lo que creíamos que era la realidad misma. Y como ocurre a veces con los resultados del pesimismo de la inteligencia, el carácter sombrío del cuadro que crea puede acabar siendo un gozo para el espíritu, un estímulo para todo aquel que quiera seguir pensando fuera de los tópicos establecidos, de los idola de la tribu.

De ese tronco salieron otros brotes igualmente interesantes. Algunos en forma narrativa, otros en forma directamente ensayística. Cuatro de ellos conservan el tono, la intención sarcástica y las delirantes descripciones de Cumbres abismales: Las notas de un vigilante nocturno (1975), El radiante porvernir (1976), La antecámara del Paraíso (1977) y La casa amarilla (1978). Pero durante aquellos años de la segunda fase de la guerra fría Zinoviev escribió también obras ensayísticas o sociológicas cuyos títulos son igualmente significativos: Sin ilusiones (1979), El comunismo como realidad (1981), Nosotros y Occidente (1981), Homo sovieticus (1982), Ni libertad, ni igualdad, ni fraternidad (1983).

A partir de la perestroika gorbachoviana, y aún más acentuadamente después de la desaparición de la URSS, Alexandre Zinoviev empezó a torcer el bastón de su análisis en la otra dirección: la denuncia del occidentalismo y la crítica de la triunfante crítica, anticomunista, del comunismo derrotado. Sin perder la ironía, su escritura se hizo entonces menos sarcástica y más directa y explicativa. A esta fase corresponden obras como El gorbachovismo (1987), Las confesiones del hombre del exceso (1990), Perestroïka y contra-perestroïka (1991), Katastroika (1992) y Occidentalismo. Ensayo sobre el triunfo de una ideología (1995). La obra que aquí se traduce, La caída del imperio del mal, es, en cierto modo, una síntesis de las ideas desarrolladas en esas otras obras.


II

Desde que leí hace veinte años Cumbres abismales siempre he considerado a Alexandre Zinoviev como uno de los analistas más lúcidos del último tercio del siglo XX. He buscado y leído en todas las lenguas que puedo leer todas y cada una de las obras que Zinoviev iba publicando. Y en todas he encontrado análisis originales, sugerencias de nota y materia para la reflexión. Siento no haber podido leerle en ruso porque presiento que las otras lenguas europeas no acaban de captar toda la profunda ironía y el sarcasmo que hay en la transparente prosa analítica de Zinoviev, en su serio humorismo y en sus juegos lingüísticos, que a veces me recuerdan el pensamiento de nuestro Andrés Rábago, “El Roto”, otro abridor de ojos.

Zinoviev es un escritor iconoclasta, inclasificable. Un pensador de los que no tienen escuela ni seguramente la harán. La cubierta de la edición castellana de Cumbres abismales, publicada por Ediciones Encuentro en 1979, es un montaje fotográfico realizado por Pablo Díaz Campoó sobre un dibujo original del propio Zinoviev: en el centro de ese montaje una enorme rata roja deambula amenazadoramente por los tejados planos de una ciudad semisumergida en la que domina un bloque de edificios cuadrados sobre tonos negros y agrisados; al fondo y arriba, entrevistas entre el sol y la luna, las cumbres que se supone van a dar al abismo. La cubierta de la edición francesa de El comunismo como realidad, en L’Age d’Homme, es otro montaje concebido a partir de un dibujo de Zinoviev: sobre un rectángulo de fondo intensamente rojo dos ratas con rasgos humanoides, en posición erguida, frente a frente; están entrelazadas por los rabos, se sostienen sobre garras, chocan dos de sus manos-patas y aprietan con las otras dos el pescuezo de la oponente para ahogarse mutuamente.

Ya eso da una idea de lo que Zinoviev quería describir. Y, en efecto, la reflexión sobre las ratas es uno de los temas de Cumbres abismales. “Pesimismo cósmico”, dijo lapidariamente algún crítico cuando esas obras aparecieron. Y cuando diez años después, con motivo de un encuentro sobre la perestroika, pregunté a un amigo ruso sobre la obra de Zinoviev (que, en plena euforia de los occidentalistas, acababa de publicar un nuevo libro con el inequívoco titulo de Katastroika), éste, el amigo ruso, me dijo: “¿Zinoviev? ¡Pero si es El Demonio...!” (Lo escribo con mayúsculas por el tono empleado).

Nunca yo me había imaginado al demonio así. Pero querría entender la expresión del amigo ruso y tratar de explicar ese sentimiento a los demás. Lo haré dando un rodeo. El gran Maquiavelo, en los orígenes de la modernidad, justo en el momento en que se disponía a abrir los ojos de sus contemporáneos a los misterios de la política (esto es, de la política que se hace, no de la política que se dice que se hace), escribió al padre de la historiografía moderna, Francesco Guicciardini, algo así: “Nada de imaginar paraísos. Lo que hay que hacer es conocer los caminos que conducen al infierno para evitarlos”. Eso es lo más a lo que pueden aspirar los hombres en este mundo de la política moderna.

Durante mucho tiempo Maquiavelo fue considerado por las almas cándidas y por los amigos del Poder que se hacían pasar por cándidos como el demonio por antonomasia. Pero con el paso de los siglos, la ayuda de la historiografía y la reflexión sobre el Político hemos llegado a saber que no es el demonio quien enseña a los mortales los caminos que conducen al infierno (y menos para evitarlos) sino los lógicos y analíticos que en una cultura laica deberían estar considerados ya --¿por qué no?-- como ángeles guardianes de la ciudadanía. Maquiavelo es la inversión directa del Gran Inquisidor en versión dostoievskiana. Quien no sepa ya esto es que no sabe nada del mundo de la política estrechamente vinculada desde entonces al poder del Estado. Y para que no se me entienda mal añadiré: a una conclusión muy parecida llegaron, por vías diferentes pero pensando sobre la misma cosa (o sea, en la interpretación de Maquiavelo) otros dos grandes de nuestro siglo: Antonio Gramsci e Isaiah Berlin.

No voy a documentar aquí este rodeo porque no es el sitio ni el momento. Sólo quiero sugerir con él que tal vez con la obra de Alexandre Zinoviev, “El Demonio” del amigo ruso, pase algo parecido a lo que ocurrió con Maquiavelo. Eso sí: dentro de unos años, cuando los ecos de la guerra fría sean ya sólo eso, ecos en nuestras mentes. Zinoviev no es propiamente un novelista, ni un sociólogo ni un politólogo. Es un narrador de la mecánica social, un estudioso de la lógica del espíritu comunitario. Es un hombre que declara la aspiración de hacer ciencia de lo social. Un hombre que ha encontrado otra forma, y muy peculiar, de decir la verdad en una época en que la mera expresión “decir la verdad” está mal vista. Y doblemente mal vista cuando la verdad que se dice es igualmente amarga para los ideólogos de aquel sistema llamado “comunista” como para los ilusos del final de las ideologías. Él ha hecho la crítica más drástica, más radical, de lo que se llamó comunismo o socialismo real y, al mismo tiempo, la crítica más contundente y despiadada del occidentalismo capitalista.

Zinoviev es de esos autores que da muy pocas cosas por supuesto. Que no se deja coger por el recubrimiento ideológico de las palabras al uso. Sabe que ésa, la ideológica, ha sido siempre la forma en que los hombres prostituyen las mejores palabras y venden el concepto al mejor postor. En esto Zinoviev tiene algo del Voltaire recordado por Musil: “Los hombres se sirven de las palabras para ocultar sus pensamientos y de los pensamientos para justificar sus injusticias”. He aquí su versión del viejo asunto: “El poder de las palabras sobre los hombres es en verdad sorprendente. En lugar de utilizarlas sencillamente como medios que permitan fijar los resultados de las observaciones sobre la realidad, los hombres sólo ven la realidad bajo el deslumbramiento de las palabras y casi siempre consideran ésta como algo secundario por comparación con lo que constituye su principal preocupación: la manipulación de las palabras”.

Pero cuando Zinoviev pinta ratas rojas con rasgos humanoides para ilustrar sus libros no hay que engañarse. No está queriendo decir que los hombres sean ratas. Está insinuando --con humor negro, eso sí-- que una de las variantes de la plasticidad de la naturaleza humana, favorecida en su desarrollo celular por cierta historia y cierta estructura social, es la visión ratonil del mundo. No es cinismo, en el sentido vulgar de la palabra, lo que anima a Zinoviev; es, en el fondo, la misma conciencia moral que alimentaba ya los sarcasmos de la parte final del erasmiano Elogio de la locura, de la Nave de los locos de Sebastian Brandt o del contemporáneo teatro del absurdo.

Zinoviev es, sobre todo, un anatomista en la acepción barroca de la palabra. Un anatomista no es un carnicero pero tampoco es un sociólogo o un politólogo que se cree neutral. Él lo ha dicho así: “Un carnicero enumera las partes de un buey de forma diferente a como lo hace un anatomista, aunque a veces sus resultados pueden coincidir. En la mayoría de los trabajos sociológicos, politológicos y económicos de los que yo tengo conocimiento, la sociedad ha sido analizada de acuerdo con los principios del carnicero, no del anatomista”.

Un anatomista, en el sentido de Zinoviev, es un lógico humanista desencantado, que no cree ya ni en ciudades ideales ni en utopías pero que sabe que el instinto de la comunidad sigue siendo uno de los rasgos esenciales de la naturaleza humana, un rasgo particularmente conformado en el caso de algunos pueblos por la propia historia. Rusia, su país de origen, le parece a Zinoviev uno de esos casos. El más manifiesto en el mundo del siglo XX. Y por eso distingue entre la crítica ideológica del comunismo y la explicación de lo que fue el “comunismo” realmente existente. Sostiene Zinoviev que éste tuvo su base en el tradicional sentimiento comunitario del pueblo ruso, luego planificadamente organizado por el Estado y por el Partido durante décadas. Y a partir de ahí, volviendo del revés el calcetín de la ideología (su mentira y la realidad a la que dio lugar, puesto que la mentira produce realidades), explica tanto el fracaso de lo que se llamó comunismo como el caos que se creó en Rusia a partir de la perestroika. El resultado de la aplicación del escalpelo a la comprensión de lo que fue aquella sociedad, hasta llegar a sus células constitutivas, viene a ser una paradoja: un punto de vista tan alejado de lo que han dicho la mayoría de los sociólogos y politólogos occidentales como la mayoría de los ideólogos del comunismo real. En las calles de Moscú esta paradoja se suele expresar ahora así: “De todas las mentiras que nos contaron los comunistas había una que era verdad: el capitalismo es peor”.


III

Es dudoso que la forma en que Zinoviev ha expresado esta paradoja en La caída del Imperio del Mal llegue a enlazar, al menos por el momento, con la broma que se oye en los barrios populares de Moscú. Tampoco sé yo cómo va a ser acogida en Moscú su declaración reciente en el sentido de que “el comunismo era tal vez lo mejor para el pueblo ruso en aquellas circunstancias, aunque no para mí”. Para que el pensamiento paradójico de anatomistas así llegue a enlazar con los chistes paradójicos de las gentes hace falta tiempo, conciencia de las propias contradicciones y otras mediaciones. Eso no se construye en cuatro días. Y menos ante la contemplación del caos económico, social y político que es ahora lo que fue la URSS. La forma en que Zinoviev ha dicho su verdad (que, en mi opinión, es la forma de la verdad que más se acerca a la verdad de fondo) tiene una peculiaridad que enlaza mal con alguno de los rasgos del sentimiento comunitarista que él mismo defiende: es lógica, clara, sencilla y anti-ideológica. Y tan contundente en la crítica de la mentira institucionalizada como de la ignorancia sin institucionalizar.

Pero el anatomista Zinoviev no ahorra adjetivos cuando trata de expresar esa verdad de fondo. Y en su crítica del teatro de marionetas en que ve convertido su país no deja, como suele decirse, títere con cabeza. Por lo visto, ya no se escribe así. Ni siquiera en Rusia. El posmodernismo ha hecho a un lado, con razón, el moralismo y la jeremíada; pero, tal vez exagerando la misma razón que le da su fuerza, tiene horror a llamar a las cosas por su nombre. Se escuda en la existencia de la complejidad para declarar que todo es demasiado complejo. Zinoviev, en cambio, llama a las cosas por su nombre. Y en ese llamar a las cosas por su nombre le sale, también a él, el grito de la conciencia moral, un par de veces repetido en este libro: “¡Qué país, Dios santo, qué pueblo!” (págs. 109 y 149). Sabemos: cuando hace uso del escalpelo el anatomista no suele decir cosas así. Y por eso digo yo que Zinoviev no es “El Demonio”, sino otro miembro de la especie de los humanistas con conciencia de la tragedia que es la Historia.

Al leer la retahíla de adjetivos que Zinoviev lanza sobre Gorbachov, sobre los gorbachovianos, sobre Yeltsin y sobre la casi totalidad de la nueva nomenklatura rusa algunos lectores darán en pensar, quizás, que todo eso es excesivo e impropio de un lógico frío y analítico. Pero, además de constatar que cuando nuestro analista desesperado acude a los peores adjetivos (“traidores”, “canallas”, “imbéciles”, “lacayos”, “pusilánimes”, “cobardes”) ha tenido la valentía de incluirse él mismo pasando a la primera persona del plural, el lector encontrará en la realidad misma motivos fundados para preguntarse: ¿y qué palabras emplear para calificar actuaciones cuyos resultados ahora ya empiezan a ser reconocidos por todos? ¿Cómo llamar en 1999 a este desastre histórico, probablemente el más grande de los desastres del siglo XX, que fue “la caída del imperio del mal”?

Los adjetivos que emplea Zinoviev en la parte doliente de su libro fueron escritos entre 1994 y 1995. Por entonces todavía se nos estaba diciendo aquí, en Occidente, que Rusia caminaba hacia la democracia de la mano del “amigo demócrata” Boris Yeltsin. El Fondo Monetario Internacional hizo su apuesta anticomunista en favor de alguien que mandó bombardear el Parlamento del propio país y condicionó así, decisivamente, desde fuera, el desarrollo de las elecciones presidenciales rusas. Hoy, cinco años después, los mismos que ayudaron a ese desastre llaman al régimen que contribuyeron a crear “cleptocracia oligárquica”. Y Michel Camdessus, director del Fondo Monetario Internacional, declara que “hemos contribuido a crear allí un desierto institucional y una cultura del engaño”.

Cierto. Pero la verdad es aún más amarga. Es peor que eso. Democracia, hablando con propiedad, no hay allí (ni, hablando con la misma propiedad, tampoco aquí, por cierto). La democracia sigue siendo un ideal. Pero allí, en Rusia, hay además algo infamante. El Informe que acaba de elaborar el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo confirma, para el caso de Rusia, lo que venían diciendo, a ojo, desde 1992 los pocos analistas lúcidos (Karol, Sapir) que no se dejaron obnubilar por la euforia ideológica del momento. La esperanza de vida de la población masculina ha bajado en Rusia durante este período de los 62 a los 58 años. Ya sólo ese dato, por sus implicaciones de todo tipo, pone los pelos de punta a cualquier anatomista de la sociedad. Pero aún hay más: la tasa de suicidios es ahora en Rusia tres veces mayor que en la Unión Europea; han reaparecido allí enfermedades hace tiempo erradicadas, como la tuberculosis, la polio y la difteria; el hambre ha hecho su aparición donde no lo había; el número de pobres (en sentido riguroso) se ha disparado; las desigualdades entre los pocos ricos y los muchos pobres se han multiplicado; el presupuesto dedicado a la educación ha bajado hasta el 50% de lo que era cuando imperaba el Mal; las tasas de desempleo han alcanzado cifras nunca imaginadas en lo que fue la URSS; la actividad económica se ha quebrado y el producto nacional bruto ha quedado reducido a la mitad en siete años. Datos, todos ellos, procedentes de las estadísticas del “imperio del bien”. Y, mientras tanto, la corrupción en el entorno familiar, político y económico, de Boris Yeltsin ha alcanzado tal magnitud que las revelaciones de un día sobre Ceaucescu junior parecen ahora historias sobre juegos de niños traviesos con sus huchas.

Una vez más, pues, lo demagógico, lo verdaderamente demagógico, son los hechos. Los adjetivos son sólo el grito desesperado del anatomista, que habiendo contribuido a levantar los velos ideológicos que tapaban la realidad de lo que se llamó comunismo, descubre simultáneamente, con dolor, que hay otro engaño paralelo: el del occidentalismo, el del “totalitarismo del dinero” que aún no deja ver a los más la verdadera dimensión de la tragedia. En una de sus últimas entrevistas, concedida a Xavier Cheneseau, dijo Zinoviev: “El totalitarismo se ha expandido por doquier en la medida en que la estructura supranacional impone su ley a las naciones. Existe una superestructura no democrática que da las órdenes, sanciona, fija embargos, bombardea y mata de hambre. El totalitarismo financiero ha sometido a los poderes políticos. El totalitarismo es frío. No conoce de sentimientos ni piedades. Es preciso subrayar que no podemos resistir frente a un banco, y sin embargo se puede salir de cualquier dictadura política”.

Hay en Zinoviev una vena fatalista. Como si el análisis de la estructura celular de la sociedad tuviera que coincidir con la fuerza del sino. Zinoviev acaba su libro diciendo que ya es tarde para rectificar en Rusia. Puede que tenga razón. Visto desde aquí, el conjunto de su obra sugiere, sin embargo, una reflexión más general, de ámbito teórico-historiográfico. Desde el final de la URSS una parte notable de la historiografía actual está reinterpretando lo que fue el siglo XX como si la comprensión de éste dependiera casi exclusivamente de los documentos que la KGB, la CIA y otras instituciones próximas guardaron en secreto hasta hace muy pocos años. Pero rara vez se pone en duda la categorización implicada en los conceptos ideológicos básicos de este siglo (comunismo y capitalismo). Se podría, en cambio, hacer el esfuerzo de interpretar lo que ha sido la historia de este siglo desideologizando tales palabras y ateniéndonos a lo que realmente hubo en las sociedades o por debajo de lo que los ideólogos (y tras ellos, los demás) decían (o decíamos) que había. En Rusia y en Estados Unidos de Norteamérica, para empezar.

Zinoviev ha hecho dos contribuciones esenciales en esa línea, al analizar primero el comunismo (ruso) como realidad y después el occidentalismo capitalista en la práctica cotidiana, en sus formas de producir para el mercado y de vivir para el dinero. De ese análisis resulta que durante este siglo el capitalismo se transformó en otra cosa, en algo sustancialmente distinto de lo que era cuando nació y fue descrito y criticado por Karl Marx; y el comunismo, aquella aspiración ya milenaria de una parte de la humanidad, no llegó a existir en lugar alguno. Una obviedad, sin duda. Algunos, pocos, lo presintieron ya así en el período de entreguerras. “¡Qué tiempos, éstos en los que hay que mostrar lo obvio!”, dijo uno de ellos. “Como todos los tiempos”, se podría replicar. Pero, con réplica o sin ella, desde el reconocimiento de lo que es obvio tal vez se pueda volver a hablar en serio de lo que los hombres, nuestros contemporáneos, hicieron realmente en relación con sus necesidades, allí y aquí. Entonces sí se podrá decir que la guerra fría ha terminado. También en nuestras cabezas.

Y entonces se comprenderá también mejor por qué al lógico anatomista se le escapan los adjetivos de la sentimentalidad: el cuerpo presente al que aplica el escalpelo es de un pariente, es el cuerpo yacente de uno de los suyos. Al fin y al cabo, son los técnicos de la ONU quienes evalúan en nueve millones y medio los rusos y ucranianos “desaparecidos” como consecuencia de la Gran Catástrofe de estos últimos años. Y añaden --paradoja de las paradojas en la época del neoliberalismo-- que estos hombres y mujeres habrían sobrevivido de no haberse dado allí “una deserción política del Estado”.

Hay, pues, que volver a pensarlo todo, de arriba abajo. Y Alexandr Zinoviev ayuda en eso.



fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=31638



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