Introducción a la obra de Nicos Poulantzas
Jorge Solé-Tura
Universidad de Barcelona, otoño de 1973. Prólogo para Sobre el estado capitalista, de N. Poulantzas. Ed. Laia, 1974.Si mal no recuerdo, leí a Nicos Poulantzas por primera vez en las páginas de
Les Temps Modernes a finales de 1964, cuando mayor era la crisis y la desorientación del pensamiento marxista. Quien más, quien menos procuraba aferrarse a los “clásicos”, pero la receta no bastaba para superar la desorientación pues lo que se discutía, entre otras cosas, era cómo extraer de éstos su verdadera aportación, cómo encontrar en ellos los elementos para una correcta apreciación de la realidad del momento, cómo integrar en un planteamiento coherente las lecciones del pasado –lejano o inmediato– y las experiencias del presente.
La reacción casi general contra lo que se ha dado en llamar el “stalinismo” (término cómodo pero enormemente ambiguo, pues engloba cosas muy heterogéneas)
[1] precipitaba a la mayoría de los teóricos en brazos del historicismo o del eclecticismo humanista. Se redescubría con entusiasmo el historicismo izquierdista de los primeros momentos de la III Internacional (un
Lukács, un
Korsch, por ejemplo); se teorizaban los indudables rasgos historicistas del pensamiento de
Gramsci para sacar de él las más dispares conclusiones; se realzaba con entusiasmo el “humanismo” del joven
Marx buscando en él, por encima de todo, el teórico de la alienación y del “hombre nuevo”, etc. Y en algunos casos extremos se buscaba la renovación a través de las corrientes neopositivistas o funcionalistas, borrando hasta límites sorprendentes las viejas y rígidas fronteras de la ortodoxia. Ver a
Garaudy, por ejemplo, saltando del realismo socialista al realismo sin riberas con la mayor tranquilidad o leer la prosa de
Kruschef sobre el “Estado de todo el pueblo” era francamente desconcertante.
Se hablaba de “nueva izquierda”, metiendo en el mismo saco el redivivo sindicalismo revolucionario de un
André Gorz, el espontaneísmo
luxemburguista de un
Lelio Basso, el triunfalismo
trotskistizante de un
Ernest Mandel y la dialéctica de
Sartre.
Dentro de aquel panorama general, el primer artículo de Poulantzas que cayó en mis manos
[2] no me causó –todo hay que decirlo– una impresión muy profunda. En líneas generales se situaba dentro de la temática historicista, aunque ya se observaban en él intentos de superar sus límites con una interesante reflexión sobre Gramsci. Por lo demás, en aquellos momentos el clima historicista pesaba tanto que resultaba difícil desasirse de él y captar los gérmenes –porque de eso se trataba en el artículo de Poulantzas: de gérmenes– que podían llevar hacia otros derroteros.
Pero los gérmenes acabaron por fructificar. “En épocas de crisis –ha escrito el propio Poulantzas describiendo su trayectoria intelectual– la revolución teórica actúa en la historia del pensamiento como una locomotora. El primer artículo había recién aparecido cuando ya me planteaba problemas. Éstos se referían al estado del historicismo y del humanismo marxista, las verdaderas relaciones de Marx con
Hegel, el sujeto de la historia, la ciencia y la ideología, las estructuras y su génesis. Pero no era el único en hacerlo, ya que
Louis Althusser y otros también se lo planteaban”
[3].
Efectivamente. Tras los primeros vaivenes, una serie de pensadores empezaron a coincidir en la elaboración –y en la ulterior fijación– de algunos criterios metodológicos fundamentales. Filósofos como Louis Althusser y sus colaboradores de la
École Normale Supérieure (
E. Balibar, P. Macheray,
J. Rancière, R. Establet, etc.), economistas como
Charles Bettelheim y su equipo del Centre d'Études de Planification Socialiste (I. Johsua, A. Emmanuel,
S. Amin, M. Gutelman y otros) y juristas como el propio Nicos Poulantzas acabaron convergiendo en unos mismos presupuestos metodológicos y se lanzaron desde ellos a la reelaboración de los puntos claves de la teoría, no sin divergencias ni roces entre ellos mismos.
Yo diría que en todos estos autores –o en la mayoría por lo menos– ha influido la metodología estructuralista, pero que todos –o casi todos– han sabido eludir las trampas de la misma mediante el recurso a una dialéctica rigurosamente definida y la atención preferente al hecho concreto de la lucha de clases.
Louis Althusser, por ejemplo, centró su esfuerzo teórico primero en la ruptura con el historicismo y el humanismo marxista (la problemática acientífica de la alienación) mediante una distinción rigurosa de las fases recorridas por el propio Marx en su camino intelectual. Esto le permitió diferenciar claramente el “joven Marx”, impregnado todavía de hegelismo y de antropologismo feuerbachiano, del “Marx maduro”, el Marx de
El Capital. Para Althusser –que aduce el testimonio innegable de los propios Marx y Engels– el “corte epistemológico” se sitúa en un punto muy preciso: 1845, el año de
La ideología alemana [4]. Se inició entonces en la obra de Marx la fase de la “maduración”, que culminó en la de “madurez” (1857-1883), centrada en la obra decisiva:
El Capital.
El segundo paso de Althusser fue la delimitación rigurosa de la especificidad de la dialéctica marxista, frente a la dialéctica hegeliana (de tan larga y pertinaz vida en el seno del marxismo ortodoxo u oficial). Partiendo de Marx y
Engels, y teniendo en cuenta las ulteriores aportaciones de
Lenin y
Mao Tse-Tung, Althusser elaboró el concepto de
sobredeterminación como índice de dicha especificidad. El concepto de sobredeterminación no sólo le permitió romper con el esquematismo lineal del marxismo oficial, sino también -y esto es muy importante– con la metodología estructuralista (por ejemplo, superando la rigidez de la combinatoria estructural)
[5].
Esto le llevó a identificar el exacto centro de gravedad del pensamiento marxista. Sabido es que Marx no dejó ningún tratado, ninguna exposición sistemática de su dialéctica. Pero sí elaboró un monumento teórico donde la dialéctica se encuentra, por así decirlo,
en acto:
El Capital. De ahí la necesidad de un análisis filosófico de este texto, para elucidar las verdaderas categorías del materialismo dialéctico y del materialismo histórico.
Esta fue la tarea que Althusser y sus colaboradores (E. Balibar, especialmente) emprendieron en equipo. El resultado fue los dos densos volúmenes de
Lire le Capital, en los que se precisan con un nuevo rigor una serie de conceptos clave como los de "modo de producción" y de "formación social" y se trabaja a fondo la problemática de la relación base-superestructura
[6].
Por su parte, Bettelheim y sus colaboradores llegaron a resultados parecidos trabajando sobre el tema de las economías de transición. Las dos líneas de investigación se fecundaron mutuamente y permitieron elaborar un utillaje de calidad, cuyos frutos ahora se empiezan a percibir claramente
[7].
Cierto que los análisis ya realizados y las investigaciones en curso -por lo que de ellas se sabe– contienen muchos puntos discutibles o insuficientemente elaborados
[8]. Además, no puede decirse que entre los autores citados exista una perfecta unidad de puntos de vista. Al contrario, las divergencias son a veces muy serias. Pero todos comparten una misma atención hacia el punto clave de la teoría: la lucha de clases como motor del desarrollo histórico.
En este contexto se sitúa la obra de Nicos Poulantzas. Su trayectoria, a partir del punto en que le dejamos, es muy clara, y él mismo la ha explicitado sin reparos. Así, por ejemplo, nos dice que el artículo "Introducción al estudio de la hegemonía en el Estado" (que publicamos en el presente volumen) marca "... la ruptura y la crítica del historicismo y del humanismo marxista, aunque tiene todavía el carácter ambiguo de todo texto de ruptura"
[9].
La nueva problemática "se consolida" –son sus palabras– en dos textos ulteriores:
La teoría política marxista en Gran Bretaña y
Marx y el derecho moderno (también incluidos en el presente volumen), y encuentra una primera y fecundísima cristalización en su libro
Pouvoir politique et classes sociales [10].
Después de esta primera gran obra, perfila su concepción a través de la noción de los "aparatos ideológicos del Estado"
[11] en su artículo "El problema del Estado capitalista" (cuya primera versión castellana incluimos en este volumen) e intenta, luego, la aplicación de los instrumentos analíticos ya forjados al estudio de una forma concreta de Estado: el Estado nazi-fascista. El fruto de este estudio será su más reciente obra,
Fascisme et dictature [12], de una gran riqueza teórica.
Hasta aquí la "ficha" de la singladura intelectual de Nicos Poulantzas. Pero, ¿cuál es su verdadero significado?, ¿a qué nivel se sitúa su aportación teórica? Creo que sin deformar el sentido de su obra se puede generalizar al conjunto de la misma lo que el propio Poulantzas establece en
Pouvoir politique et classes sociales:
"Este ensayo [...] tiene por objeto lo político, y más particularmente la superestructura política del Estado en el modo de producción capitalista, es decir, la producción del concepto de esta región en ese modo, y la producción de conceptos más concretos relativos a lo político en las formaciones sociales capitalistas" [13].
Efectivamente, toda la reflexión de Poulantzas gira en torno a este problema: la superestructura política del Estado en las formaciones sociales capitalistas. En este sentido, diré de entrada que las obras de Poulantzas me parecen una de las aportaciones más fecundas de la ciencia política marxista en los últimos años y constituyen una buena ayuda para superar la crisis en que ésta se debatía.
Poulantzas sitúa su reflexión en el meollo mismo de la ciencia política: el tema del Estado. Seguramente no ha habido cuestión peor tratada que ésta en la teoría marxista oficial, ni más desfigurada por la ciencia política no-marxista.
En efecto, la teoría política marxista "oficial" (y al decir "oficial" me refiero no sólo a la versión staliniana y post-staliniana -que en eso apenas varían– sino también a la trotskista de la IV Internacional) ha vivido aferrada a una interpretación mecanicista y lineal del lapidario concepto de Marx y Engels, cuando afirmaron en el
Manifiesto comunista que "... el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negociones comunes de toda la clase burguesa"
[14]. Lo mismo cabe decir, salvando los inevitables matices, de la mayoría de las corrientes izquierdistas que se han desarrollado en los últimos años.
Yo diría que el rasgo común de ese marxismo, "oficial" o no, es la imprecisión en que deja el concepto de "toda la clase burguesa" o la "burguesía en su conjunto". Se tiende a verla como una clase única, sin contradicciones internas o, en el mejor de los casos, con contradicciones externas, a saber: entre diversas burguesías nacionales. Y cuando las contradicciones internas efectivamente se reconocen, lo más frecuente es que se reduzcan a un nivel escuetamente económico. Esto da como resultado la incomprensión del papel y del lugar de las clases y fracciones de clase dominantes: o bien se reducen a un interés único de clase -"la burguesía"–, o bien se desconoce su tipo de unidad y se piensa entonces en alianzas coyunturales desprovistas de toda base real.
Efectivamente, la otra cara de la moneda es la incomprensión de la relación existente entre esta mítica "burguesía" y su Estado. En general, el Estado se ve como el epifenómeno de la burguesía, como la expresión política directa de su poder económico de clase, como un mero instrumento de la voluntad uniforme de clase de la burguesía. En el seno de los regímenes dictatoriales, esta concepción epifenoménica se lleva a sus últimas consecuencias: el Estado es el órgano directo, el instrumento unilateral de una parte de la burguesía (generalmente vista como minoritaria). Se llega entonces a una concepción dicotómica de la burguesía (es lo máximo que da de sí el análisis de sus posibles contradicciones internas) y se busca la integración de su parte mayoritaria (separada del Estado por la voluntad de la parte minoritaria) en una estrategia frentista de límites amplísimos. El mundo actual está lleno de ejemplos de esto.
El tercer rasgo de esta concepción es que el Estado se ve fundamentalmente como un aparato coercitivo, dejando al margen de él toda la problemática de la "organización del consentimiento" o viéndola, en todo caso, como actividad secundaria, adjetiva del Estado.
Por su parte -y dicho sea sin ánimo de entrar a fondo en la cuestión, porque no es éste el lugar– la ciencia política no-marxista ha fluctuado y fluctúa entre una concepción carismática del poder político institucionalizado (el poder de derecho divino, etc.) y una concepción pluralista basada en nociones como la de "clase política", "élites gobernantes", "poder compensador", etc. La ciencia política más refinada gira en torno a ese concepto plural del poder que ve el Estado como una serie de compartimentos de estatuto más o menos equivalente. Estos compartimientos encarnan otros tantos poderes
[15] que se equilibran entre sí. La vida política es entonces un ajuste de fuerzas concurrentes, un equilibrio funcional que se mantiene por la propia dinámica del sistema. Y en el plano estratégico, la única línea de acción posible es la "toma" pacífica de alguno o algunos de estos compartimientos, hasta la transformación evolutiva del conjunto, sin rupturas decisivas
[16].
Pues bien, la tarea explícita de Nicos Poulantzas consiste en entrar a fondo en la teoría marxista del Estado para intentar restablecer su verdadero significado. Los pasos sucesivos -una vez superada la carga historicista– han sido la clara delimitación de las fuentes válidas -entre las cuales se encuentra un Gramsci inteligentemente "recuperado"– y luego la sistematización de los puntos teóricos capitales a base de las nociones elaboradas por Althusser, Bettelheim, Balibar, etc., además del propio Poulantzas.
El punto de partida es la clara distinción entre dos nociones que muchos teóricos tienden a confundir: el "modo de producción" y la "formación social". Es éste, sin duda, uno de los puntos clave para la elucidación del problema de fondo, el del Estado.
Por modo de producción -escribe Poulantzas– se designará no lo que se indica en general como lo económico, las relaciones de producción en sentido estricto, sino una combinación específica de diversas estructuras y prácticas que, en su combinación, aparecen como otras tantas instancias o niveles, es decir, como otras tantas estructuras regionales de este mismo modo" [17]
El modo de producción comprende diversos niveles o instancias, entre los cuales los fundamentales son el económico, el político, el ideológico y el teórico.
"El tipo de unidad que caracteriza un modo de producción es el de un todo complejo con predominio, en última instancia, de lo económico; predominio en última instancia al que se reservará el término de determinación". [18]
Pues bien, lo que distingue un modo de producción de otro es la "forma particular de articulación que mantienen sus niveles", forma particular de articulación que Poulantzas designa con el término de
matriz de un modo de producción
[19]. Dicho de otra manera,
"... definir rigurosamente un modo de producción consiste en descubrir de qué manera particular se refleja, en el interior de éste, la determinación en última instancia por lo económico, reflexión que delimita el índice de predominio y de sobredeterminación de este modo". [20]
Ahora bien, el modo de producción es un objeto abstracto-formal que no existe como tal en la realidad. Lo que existe realmente es la
formación social históricamente determinada, objeto real-concreto singular y, por lo tanto, siempre original. La formación social es "... una combinación particular, un encabalgamiento específico de diversos modos de producción "puros" (...) La formación social constituye a su vez una unidad compleja
con predominio de un cierto modo de producción sobre los demás que la componen [...] El predominio de un modo de producción sobre los demás de una formación social hace que la matriz de ese modo de producción [...] marque el conjunto de la formación"
[21].
Una vez fijada esta distinción -cuya importancia teórica no tardaremos en comprobar– el segundo paso tenía que consistir en una delimitación rigurosa del concepto de clase social. Al efecto, Poulantzas parte de un rechazo explícito de la noción de clase social como "cosa empírica". Se trata más bien de "... un concepto que indica los efectos del conjunto de las estructuras, de la matriz de un modo de producción o de una formación social sobre los agentes que constituyen sus soportes: este concepto indica pues los efectos de la estructura global en el dominio de las relaciones sociales"
[22].
Como es natural, esta concepción excluye de entrada toda fundamentación unilateral, parcial de la clase social (una fundamentación
exclusivamente económica, o
exclusivamente política o
exclusivamente ideológica, pongamos por caso). Excluye también una delimitación cuantitativo-empírica de la clase, como se acostumbra a hacer en la mayoría de las investigaciones sociológicas. Y excluye, finalmente, la fundamentación historicista de la clase en términos de "conciencia de clase", de "voluntad de clase". La clase no es una estructura, sino un
efecto del conjunto de las estructuras. Más concretamente, "... el concepto de clase (en Marx) recubre la unidad de las prácticas de clase -"lucha" de clase–, de las relaciones sociales como efectos de la unidad de los
niveles de estructuras"
[23]. Más todavía:
"Los efectos de la combinación concreta de las instancias respectivas de los modos de producción, efectos de combinación que están presentes en los efectos de las estructuras de una formación social sobre sus soportes -en las clases sociales de una formación– dan origen a toda una serie de fenómenos de fraccionamiento de clases, en suma, de sobredeterminación o de subdeterminación de clases, de aparición de categorías específicas, etc., que no siempre se pueden localizar por el examen de los modos de producción que entran en la combinación" [24].
Si la clase social no es reductible a una entidad empírica y si no existe un criterio de fundamentación único
[25] se entiende que el desciframiento de los efectos globales de las estructuras sólo puede operarse en el terreno de la práctica social, que es un terreno conflictivo, de lucha:
"Las relaciones sociales consisten en prácticas de clase, y en ellas las clases sociales se sitúan en oposiciones: las clases sociales sólo se puden concebir como prácticas de clase, y esas prácticas existen en unas oposiciones que, en su unidad, constituyen el campo de la lucha de clases.
... Las prácticas de clase sólo son analizables como prácticas conflictivas en el campo de las "lucha" de clases, compuesto de relaciones de oposición, de relaciones de contradicción en el sentido más simple del término. La relación conflictiva, en todos los niveles, de las prácticas de las diversas clases, la "lucha" de las clases y hasta la existencia misma de las clases son el efecto de las relaciones de las estructuras, la forma que las contradicciones de las estructuras revisten en las relaciones sociales: ellas definen, a todos los niveles, unas relaciones fundamentales de dominación y de subordinación de las clases -de las prácticas de clase– que existen como contradicciones particulares" [26].
Una vez dados estos dos pasos, el tercero se impone por sí mismo: si una formación social (objeto real-concreto) consiste en una imbricación de diversos modos de producción y si las clases sociales son el efecto global a nivel de la práctica social de las diversas estructuras, cada formación social contendrá diversas clases sociales (más, en todo caso, que en cada modo de producción puro), algunas ligadas específicamente al modo de producción dominante, otras a los modos de produccíon "subordinados", pero todas marcadas por la matriz del modo de producción dominante:
"Una formación social consiste en un encabalgamiento de diversos modos de producción, entre los cuales uno detenta el papel dominante: estamos, pues, en presencia de más clases que en el modo de producción "puro". Esta extensión del número de las clases no se debe a ninguna variación en la utilización de sus criterios de distinción, sino que se refiere rigurosamente: a) a los modos de producción presentes en esa formación, b) a las formas concretas que reviste su combinación". [27]
Es fácil comprobar que a partir de estos conceptos se dispone de un instrumental analítico muy sensible. Veamos el problema de la "burguesía" como clase dominante.
Está claro que si en toda formación social se superponen, se imbrican, por definición, diversos modos de producción y cada uno de éstos se especifica por la forma concreta y singular de articulación de sus intancias estructurales (que da, como resultado, una correlación de clases específica)
no existirá en una formación social una sola clase dominante, sino varias clases y fracciones de clase dominantes.
El problema fundamental consistirá entonces no sólo en identificarlas al nivel de su práctica de clase, sino en descubrir su articulación concreta o descubrir cómo dominan las clases dominantes en una misma (y única) formación social.
Lo primero que tiene que descartarse es que estas clases y fracciones de clase dominante
compartan el dominio en pie (digamos) de igualdad. No se trata, como pretenden las corrientes pluralistas, de que cada clase o fracción de clase domine una esfera autónoma, un compartimento separado del poder, pues la misma especificidad de la formación social lo excluye. En efecto, la formación social es una imbricación de diversos modos de producción, pero uno de estos es dominante y su matriz marca el conjunto de la formación social (lo que equivale a decir que la articulación de las instancias de cada modo de producción "puro" es afectada decisivamente por la matriz del modo de producción dominante y deja, por lo mismo, de ser "puro").
Esto significa que entre las clases y fracciones de clase dominantes hay una que ejerce su
hegemonía sobre las demás en el seno de una articulación específica que revista la forma de
bloque, es decir, de
bloque en el poder.
El concepto de bloque en el poder no se expicita en términos de
fusión de las clases y fracciones de clases dominantes ni tampoco en términos de correlación equivalentes a dos de estas clases y fracciones de clases, y menos aún en términos de
alianza, sino en términos de
unidad contradictoria compleja con predominio de una de las clases.
En este punto, Poulantzas "recupera" el concepto de
hegemonía forjado por Gramsci. Y digo "recupera" porque es indudable que Gramsci entendía la noción de hegemonía con mayor amplitud, es decir, refiriéndolo a las clases dominantes
y a las dominadas. Para Gramsci el concepto de hegemonía recubría una práctica concreta de la clase obrera en su forja cotidiana de un nuevo
bloque histórico capaz de transformar el equilibrio de la formación social
[28]. Para Poulantzas, la única manera de hacer operativo el concepto de hegemonía y evitar sus implicaciones reformistas consiste en reducir su aplicabilidad al campo de "... las prácticas políticas de las clases dominantes en las formaciones capitalistas desarrolladas"
[29].
El concepto de hegemonía reviste entonces dos sentidos, de los que nos interesa particularmente uno
[30]:
"... El Estado capitalista y las características específicas de la lucha de clases en una formación capitalista hacen posible el funcionamiento de un "bloque en el poder", compuesto por diversas clases y fracciones políticamente dominantes. Entre estas clases y fracciones dominantes una tiene un papel dominante particular, que se puede caracterizar como papel hegemónico. En este segundo sentido el concepto de hegemonía recubre la dominación particular de una de las clases o fracciones dominantes de una formación social capitalista.
El concepto de hegemonía permite precisamente descifrar la relación entre estas dos características del tipo de dominación política de clase que presentan las formaciones capitalistas. La clase hegemónica es la que concentra en ella, al nivel político, la doble función de representar el interés general del pueblo–nación y de detentar un dominio específico entre las clases y fracciones dominantes; y esto es su relación particular con el Estado capitalista" [31].
Con esta delimitación del concepto de hegemonía es posible avanzar un paso más en la elucidación del tipo de unidad contradictoria compleja en que consiste el bloque en el poder.
Para Poulantzas, el bloque en el poder "parece ser un fenómeno particular de las formaciones capitalistas"
[32] y las razones de su aparición radican en la "coexistencia de dominación política de diversas clases y fracciones de clase"
[33], coexistencia que se explica, a su vez, por la imbricación de diversos modos de producción en el seno de una formación social.
Concretamente:
"El bloque en el poder constituye una unidad contradictoria de clases y fracciones políticamente dominantes bajo la égida de la fracción hegemónica. La lucha de clases, la rivalidad de intereses entre estas fuerzas sociales, está constantemente presente en él, pues dichos intereses conservan su especificidad antagónica: por estas dos razones la noción de "fusión" no sirve para dar cuenta de esta unidad. La hegemonía, en el interior de ese bloque, de una clase o fracción no se debe, por lo demás, al azar, sino que resulta posible [...] por la unidad propia del poder institucionalizado del Estado capitalista. Ésta corresponde a la unidad particular de las clases o fracciones dominantes, es decir, está en relación con el fenómeno del bloque en el poder, y por eso hace, precisamente, que las relaciones entre esas clases o fracciones dominantes no pueden consistir, como ocurría en otros tipos de Estado, en un reparto del poder de Estado -"poder igual" de éstas. La relación del Estado capitalista y de las clases o fracciones dominantes actúa en el sentido de su unidad política bajo la égida de una clase o fracción hegemónica. La clase o fracción hegemónica polariza los interes contradictorios específicos de las diversas clases o fracciones del bloque en el poder, constituyendo sus intereses económicos en intereses políticos, representando el interés general común de las clases o fracciones del bloque en el poder: interés general que consiste en la explotación económica y en la dominación política [...].
El interés general que la fracción hegemónica representa respecto a las clases dominantes se basa, en último análisis, en el lugar de explotación que detentan en el proceso de producción. El interés general que esta fracción representa respecto al conjunto de la sociedad y, por consiguiente, respecto a las clases dominadas depende de la función ideológica de la fracción hegemónica. Se puede constatar, sin embargo, que la función de hegemonía en el bloque en el poder y la función de hegemonía respecto a las clases dominadas se concentran por regla general en una misma clase o fracción. Ésta se erige en el lugar hegemónico del bloque en el poder, constituyéndose políticamente en clase o fracción de clase hegemónica del conjunto de la sociedad" [34].
Con la especificación de los conceptos de "bloque en el poder" y de "hegemonía", Poulantzas puede entrar a fondo en la problemática del Estado, elucidar su función en el seno de la formación social y revelar su articulación concreta con el bloque en el poder. Por lo demás, en la propia definición del bloque en el poder se pone de relieve ya la íntima vinculación del fenómeno del bloque con la función del Estado. Recordemos que, según Poulantzas, "la relación del Estado capitalista y de las clases o fracciones dominantes actúa en el sentido de su unidad política, bajo la égida de una clase o fracción hegemónica". Esto nos pone ya en la pista de una de las funciones esenciales del Estado: la organización de la unidad de las clases domoinantes en el seno del bloque.
Pero el Estado no se agota en esta tarea. Las clases dominantes se definen como tales, precisamente, porque existen unas clases dominadas. Y la conflictividad inherente a esta relación coloca a toda la formación social ante las perspectiva
permanente de una ruptura inmediata de su tipo de equilibrio.
De ahí que el Estado deba especificarse en tres dimensiones básicas, que corresponden a otros tantos tipos de relaciones: a) la relación entre las clases dominantes del bloque en el poder; b) la relación entre éstas y las clases dominadas; c) la conservación o ruptura del equilibrio de la formación social y la reproducción de sus condiciones de existencia. Las tres dimensiones están ligadas entre sí y sólo a nivel conceptual es posible intentar una separación.
En efecto, "el Estado posee la función particular de constituir el factor de cohesión de los niveles de una formación social", entendiéndose esta función en el sentido de "la cohesión del conjunto de los niveles de una unidad compleja, y
como factor de regulación de su equilibrio global, en tanto que sistema"
[35].
El Estado es, además, "la estructura en que se
condensan las contradicciones de los diversos niveles de una formación [...], el lugar en que se refleja el índice de dominación y de sobredeterminación que caracteriza una formación, uno de sus estadios o fases. El Estado aparece, de este modo, como el lugar que permite el
desciframiento de la unidad y de la articulación de las estructuras de una formación"
[36]. Esta función del Estado es todavía más neta si tenemos en cuenta que la formación social se caracteriza por la imbricación de diversos modos de produccíon.
Naturalmente, esta función del Estado es doble: una función de "orden", es decir, de orden político en los conflictos de clase, y una función global de organización, como factor de cohesión de la unidad compleja que es la formación social. Es lo que Engels resumía en el
Anti-Dühring al hablar del Estado como "... organización que se da a sí misma la sociedad burguesa para mantener las
condiciones exteriores de la producción"
[37] y cuando en
El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado definía a este último en los siguientes términos:
"Es un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se pone en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que las clases antagonistas, de opuestos intereses económicos, no se consuman a sí mismas y a la sociedad con luchas estériles, hácese necesario un poder que domine ostensiblemente a la sociedad y se encargue de dirigir el conflicto o mantenerlo dentro de los límites del 'orden'" [38].
Esto nos sitúa ya directamente en las otras dos dimensiones del problema: el papel del Estado en las relaciones entre las clases dominantes y entre éstas y las clases dominadas, problema que, a su vez, conlleva la cuestión no menos fundamental de la
autonomía específica del Estado.
Efectivamente, las clases dominantes se presentan fraccionadas, tanto por el efecto de aislamiento de lo económico en el modo de producción capitalista como por la imbricación característica de modos de producción de la formación social capitalista. Este fraccionamiento las incapacita a menudo para imponer, por sus propios medios, su hegemonía a las clases dominadas. El Estado desempeña, entonces, la función de
organización política de las clases dominantes, tanto en su articulación interna en el seno del bloque dominante como respecto a las clases dominadas.
En segundo lugar, el Estado es el factor fundamental de relación política entre las clases del bloque en el poder y las clases de los modos de producción no dominantes (lo que podríamos llamar, en sentido amplio) las clases intermedias, que se constituyen a menudo en
clases-apoyos precisamente a través del Estado.
En tercer lugar, el Estado es el factor fundamental de
desorganización política de las clases dominadas (de la clase obrera, fundamentalmente), procurando mantenerlas en el aislamiento en que las sitúa, por definición, el nivel económico
[39].
Naturalmente, para poder cumplir estas funciones, el Estado debe operar con una cierta
autonomía. O, para decirlo de otra manera: el Estado no es una emanación directa, epifenoménica de una "burguesía" mítica, ni tan siquiera de la clase hegemónica del bloque en el poder. Para organizar políticamente a las clases dominantes y desorganizar políticamente a las clases dominadas, el Estado debe presentarse como una estructura en la que las determinaciones de clase estén ausentes, es decir, como un Estado nacional-popular que representa la unidad política de agentes privados, aislados por el efecto de la instancia económica. Como es sabido, ésta es precisamente la característica del sistema jurídico-institucional del Estado moderno: los individuos determinados por su pertenencia de clase aparecen en la estructura jurídico-institucional del Estado como "ciudadanos", como individuos-sin-determinación-de-clase.
Por lo demás, en la medida que las contradicciones entre las clases dominantes del bloque en el poder no desaparecen, el Estado debe tener un grado de autonomía suficiente frente a todas ellas para unificar sus intereses, contradictorios o no, imponiendo los sacrificios parciales que sean necesarios para mantener la unidad, la cohesión del bloque y la dominación de la clase hegemónica.
"Esta autonomía relativa -escribe Poulantzas– le permite (al Estado) intevenir no sólo con vistas a la realización de compromisos respecto a las clases dominadas que, a la larga, resultan útiles para los mismos intereses económicos de las clases y fracciones dominantes, sino también intervenir, según la coyuntura concreta, contra los intereses económicos a largo plazo de tal o cual fracción de la clase dominante; compromisos y sacrificios necesarios a veces para la realización de su interés político de clase" [40].
Para ello el Estado necesita apoyarse en algunas de las clases dominadas, haciéndose pasar, a través de un complejo proceso ideológico, como su representante, lo cual puede dar lugar a una situación aparentemente paradójica. En efecto, para conseguir este apoyo y esta aceptación de las clases domindas, el Estado puede verse obligado a defender determinados intereses parciales de las clases dominadas frente a las clases dominantes, para mejor salvaguardar los intereses fundamentales de éstas. Ahí está, por lo demás, una de las razones de la
política social de muchos Estados.
Llegamos así al último aspecto fundamental del concepto del Estado en la formación social capitalista. En efecto, si el Estado cumple esas funciones y realiza esas mediaciones, es evidente que su estructura no se agota en lo puramente coercitivo. El Estado es coerción, pero es también organización, mediación ideológica, organización del consentimiento en una palabra.
Frente a una tenaz tradición que reduce el Estado a la función puramente coercitiva -el Estado como aparato represivo–, Poulantzas reivindica la especificidad (y la transcendencia) de la función ideológica del Estado.
De ahí la importante distinción entre el
aparato represivo del Estado (o, simplemente, aparato del Estado) y los
aparatos ideológicos del Estado, distinción que rompe la rígida separación entre la esfera jurídico-pública y la jurídico-privada y enriquece -siguiendo la vía iniciada por Gramsci– la noción marxista tradicional de la superestructura.
El tema de los aparatos ideológicos del Estado, iniciado en el artículo "El problema del Estado capitalista", que publicamos en el presente volumen, ha sido objeto de un tratamiento pormenorizado en la última obra de Poulantzas,
Fascismo y dictadura. En ésta, la utilización de los conceptos de bloque en el poder, de hegemonía y de aparatos ideológicos del Estado permite una profundización en los mecanismos del Estado nazi-fascista
[41].
Cabe decir, sin embargo, que la distinción entre aparato represivo y aparatos ideológicos del Estado conlleva un peligro teórico. Cuando la distinción se hace con excesiva rigidez inmediatamente se pierde de vista un hecho fundamental: que todo aparato represivo tiene forzosamente su componente ideológico y todo aparato ideológico su componente represivo.
A mi parecer es más fecundo hablar de las funciones predominantemente represivas o ideológicas del Estado. Aunque éstos se distingan, en condiciones de relativa estabilidad, por su carácter predominantemente represivo o ideológico, en determinadas coyunturas, según el desarrollo del conflicto entre las clases sociales, pueden situar en primer plano el componente ideológico o represivo que constituye su aspecto secundario. En definitiva, hay que evitar una visión simplista y rígida de la distinción entre aparato represivo y aparatos ideológicos.
Un segundo peligro teórico es la concepción de los diversos aparatos del Estado como esferas separadas y sujetas a una dinámica propia. Esta concepción llevaría a la falsa conclusión teórica de que es posible la conquista o la ocupación parcial de unos aparatos, sin abordar la del conjunto. En unos momentos como los actuales, cuando empiezan a difundirse entre nosotros las concepciones de la sociología funcionalista norteamericana, esto puede provocar una gran confusión teórica y dar pasto a los planteamientos más evolucionistas.
Esta larga paráfrasis de las obras fundamentales de Nicos Poulantzas tenía por objeto situar al lector en un ángulo de percepción adecuado. Los artículos que va a leer a continuación corresponden, como ya vimos al principio, a otras tantas fases en la elaboración del pensamiento de nuestro autor. Algunas de las ideas principales se presentan a veces en escorzo y a veces se dan por supuestas. El objetivo de esta introducción es, precisamente, conseguir que lo que se da por supuesto efectivamente lo sea.
Finalmente, me ha guiado un segundo propósito: demostrar al lector, con las propias palabras de Poulantzas, que su obra es efectivamente una aportación fecunda a la ciencia política marxista. Al lector le toca ahora la parte más interesante: leer al propio Poulantzas. Que, en definitiva, es lo que se pretende cuando se habla así de un autor.
Notas al pie de página[1] Basta indicar que se puede criticar el "estalinismo" desde una perspectiva reformista, como es el caso de tantos teóricos y dirigentes políticos actuales, y desde una perspectiva izquierdista, como ocurre con muchos de los llamados grupúsculos.
[2] Su título es "El examen marxista del Estado y del derecho actuales y la cuestión de la «alternativa»". Se publicó en el número 219-220 de Les Temps Modernes, correspondiente a agosto-septiembre de 1964. Hay una traducción castellana en el libro Marx, el derecho y el Estado, publicado por Oikos-Tau, Villassar (Barcelona), 1969, con una introducción de J. R. Capella (pp. 77-107) y también en la selección de artículos de N. Poulantzas publicada en este mismo volumen.
[3] N. Poulantzas, prefacio a Hegemonía y dominación en el Estado moderno, ed. Pasado y Presente, Córdoba (Argentina), 1969.
[4] Cf. L. Althusser, Pour Marx, Maspéro, París, 1965, pp. 23-32. (Hay edición castellana con el título La revolución teórica de Marx, Siglo XXI, México, 1965 y edición catalana, Per Marx, Garbí, Valencia, 1968).
[5] Cf. L. Althusser, "Contradiction et surdétermination" y "Sur la dialéctique matérialiste", en Pour Marx, op. cit., pp. 85-128 y 161-224.
[6] Cf. L. Althusser, E. Balibar, J. Rancière, P. Macherey y R. Establet, Lire le Capital, Maspéro, 2 vols., París, 1965. Posteriormente se ha publicado una edición abreviada, también en dos volúmenes, que contiene los textos de Althusser y Balibar, Maspéro, París, 1968. (Hay traducción castellana, con el título de Para leer el Capital, Siglo XXI, México, 1969).
[7] Los conceptos elaborados por Bettelheim en relación con las economías de transición han permitido emprender, por ejemplo, una primera explicación coherente de la formación social soviética y, por tanto, del fenómeno stalinista, así como realizar un análisis en profundidad de la estructura económica de la formación social cubana y emprender una investigación a fondo de los actuales mecanismos y tendencia del sistema imperialista. Cf., a modo de ejemplo, las obras de Ch. Bettelheim, La transition vers l'économie socialiste, Maspéro, París, 1968 y Calcul économique et formes de propriété, Maspéro, París, 1970. Hay traducción castellana con el título Cálculo económico y formas de propiedad, Siglo XXI, Madrid. (Parece ser que Bettelheim trabaja actualmetne en una obra sobre el proceso histórico de la formación social soviética. Pero algunos de sus resultados han sido y avanzandos en "Calcul économique et formes de propriété", en Lettres sur quelques problèmes actuels du socialisme, Maspéro, París, 1970. Hay traducción castellana con el título Algunos probelmas actuales del socialismo, Siglo XXI, Madrid, que son un conjunto de cartas cruzadas entre el propio Bettelheim y P. M. Sweezy.) Sobre la estructura económica cubana, cf. I. Johsua, "Organisation et rapports de production dans une économie de transition (Cuba)", cuaderno núm. 10 del Centre d'Études de Planification Socialiste, París, y M. Gutelman, L'agriculture socialisée à Cuba, Maspéro, París, 1967. Sobre la problemática del imperialismo, cf. A. Emmanuel, L'échange inégal, Maspéro, París, 1969 (traducción castellana El intercambio desigual, Siglo XXI, Madrid) y Samir Amin, L'accumulation à l'échelle mondiale, IFAN-Dakar y Anthropos, París, 1970.
[8] El mismo Bettleheim ha hablado en Calcul économique et formes de propriété de la "parcialidad" y la "provisionalidad" de sus análisis, los cuales tienden a producir unos conceptos teóricos hasta ahora no elaborados y carecen todavía de la indispensable confrontación con la realidad, a través de su manejo instrumental.
[9] N. Poulantzas, prefacio a Hegemonía y dominación en el Estado moderno, ed. cit., p. 9.
[10] Ed. Maspéro, París, 1968. Hay una traduccíon castellana (con algunas imprecisiones conceptuales), con el título Clases sociales y poder político en el Estado capitalista, Siglo XXI, méxico, 1969.
[11] Cf., la elaboración de este concepto por L. Althusser en Idéologie et appareils idéologiques d'État, "La Pensée", núm. 151, junio 1970.
[12] Ed. Maspéro, París, 1970. Hay edición castellana, Fascismo y dictadura, ed. Siglo XXI, Madrid.
[13] Pouvoir politique et classes sociales, op. cit., p. 12.
[14] Cf. K. Marx, Sociología y filosofía social, Península, Barcelona, 1967, p. 148.
[15] Cf., por ejemplo, la teoría del "poder compensador" puesta en boga por el economista norteamericano J. K. Galbraith. Cf. sus obras Capitalismo americano, El concepto del poder compensador y El nuevo Estado industrial, publicadas por ed. Ariel, Esplugas (Barcelona). En nuestro país empezamos a tener versiones rudimentarias del pluralismo como, por ejemplo, la puesta en circulación por E. Romer en Cartas al pueblo soberano, Madrid, 1965 y la de J. Bardavío, La estructura del poder en España, Madrid, 1969.
[16] La noción de "poder compensador" y de equilibrio tien su fundamento teórico en la sociología behaviorista y funcionalista. Cf. la obra de T. Parsons, El sistema social, Revista de Occidente, Madrid, 1966 y su apreciación crítica en C. Moya, Sociólogos y sociología, Siglo XXI, Madrid, 1970. Es por aquí, precisamente, por donde se produce la penetración ideológica de las corrientes adversarias en el marxismo oficial. La evolución de la socialdemocracia y de las corrientes actuales calificadas de "revisionistas" es un claro ejemplo de todo ello. Lo mismo cabe decir del concepto de "Estado de todo el pueblo" manejado por los teóricos oficiales soviéticos, que se relaciona claramente con la problemática de la sociedad equilibrada e integrada de los funcionalistas.
[17] N. Poulantzas, Pouvoir politique..., op. cit. p. 10.
[18] Ibid.
Marta Harnecker ha criticado esta concepción de Poulantzas afirmando que la matriz del modo de producción no es la articulación de sus distintos niveles sino las relaciones de producción. A este respecto escribe: "Si, como el mismo Poulantzas lo señala, son las relaciones de producción (propiedad, apropiación real) las que determinan el tipo de articulación de los niveles del modo de producción, este tipo de articulación no es sino un efecto de aquello que constituye realmente la matriz de este modo: las relaciones de producción". Los conceptos elementales del materialismo histórico, p. 143. Para M. Harnecker esta concepción de Poulantzas constituye el punto nodal de lo que ella denomina "sus errores teóricos acerca del concepto mismo de clases sociales".
[19] Pouvoir politique..., p. 11.
[20] Ibid.
[21] Ibid, pp. 11-12.
[22] Ibid, p. 69.
[23] Ibid, p. 77.
[24] Pouvoir politique..., p. 75.
[25] Lo cual no quiere decir que la diferenciación en clases sociales no tenga base alguna en la estructura económica (las relaciones de producción). Se trata más bien de que la clase social sólo se puede considerar como distinta y autónoma, como fuerza social, en el seno de una formación social "... cuando su relación con las relaciones de producción, su existencia económica, se refleja en los otros niveles por una presencia específica" (Ibíd, p. 81). Esta "presencia específica" se refleja en forma de "efectos pertinentes", término que designa "el hecho de que la reflexión del lugar en el proceso de producción sobre los demás niveles constituye un elemento nuevo, que no se puede insertar en el cuadro típico que estos niveles presentarían sin ese elemento" (Ibíd, p. 82).
Es un hecho, sin embargo, que la concepción de la clase social en la obra de Poulantzas reviste una ambigüedad. Así, por ejemplo, al tratar en obras ulteriores del estatuto teórico de la pequeña burguesía llega a considerar que en la determinación de la misma los factores decisivos son los factores político-ideológicos.
Es cierto que las clases sociales sólo son identificables en el campo de su conflicto. Pero la fundamentación última debe buscarse siempre en el terreno de las relaciones de producción. (Cf., al respecto el artículo de N. Poulantzas, Les classes sociales, publicado en el núm. 24-25 de L'Homme et la Société, París. Posteriormente se ha publicado una versión castellana de este ensayo con el título de Clases sociales y alianzas por el poder, ZYX, Madrid, 1973.)
[26] Pouvoir politique..., p. 90. Esta concepción puede relacionarse con la de Lenin, cuando escribe a propósito de la revolución rusa de 1905: "La revolución confirmará en la práctica el programa y la táctica de la socialdemocracia, mostrando la verdadera naturaleza de las distintas clases sociales" (subrayado mío, J. S. T.). Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, en Obras escogidas (en tres tomos), 1960, t. I., p. 499.
[27] N. Poulantzas, op. cit., p. 73.
[28] Sobre el concepto de hegemonía en Gramsci, Cf. L. Gruppi, "Il concetto di egemonia", en Prassi rivoluzionaria e storicismo in Gramsci, Roma, 1967, pp. 78-95. Es indudable que la concepción gramsciana tiene en este punto (como en otros) una connotación historicista y se presta a interpretaciones reformistas del tipo "hegemonía = práctica cultural, predominio político-ideológico, imposición evolutiva y dialogante de una voluntad de clase, etc.". De hecho, toda la interpretación socialdemócrata de Gramsci se ha basado en este punto. Cf., por ejemplo, A. Tamburrano, Antonio Gramsci. La vita, il pensiero, l'azione, Lacaita, Manduria, 1963 y, más recientemente, R. Garaudy, Le grand tournant du socialisme, Gallimard, París, 1969.
[29] N. Poulantzas, Pouvoir politique..., p. 147.
[30] El otro sentido es el que "... indica la constitución de los intereses políticos de estas clases (dominantes) en su relacíon con el Estado capitalista como representativos del «interés general» de este cuerpo político que es el «pueblo-nación» y cuyo substrato es el efecto de aislamiento de lo económico", N. Poulantzas, p. 150.
[31] Ibid., p. 151.
[32] Ibid., p. 249.
[33] Ibid.
[34] N. Poulantzas, Pouvoir politique..., pp. 259-260.
[35] N. Poulantzas, Pouvoir politique..., p. 44. Por eso la práctica política, qu eitene por objeto el Estado, es "el motor de la historia": la lucha por el Estado tiene como objetivo el mantenimiento del tipo de cohesión existente en la formación social o su ruptura revolucionaria.
[36] Ibid., p. 44.
[37] F. Engels, Anti-Dühring, Grijalbo, México, 1968, pp. 275-276.
[38] F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Equipo Editorial, San Sebastián, 1968, pp. 161-162.
[39] Cf., N. Poulantzas, Pouvoir politique..., p. 313.
[40] Ibid., p. 310.
[41] Así, por ejemplo, el análisis de los desplazamientos de la rama o del aparato dominante, que pueden llegar a colocar en primer plano un aparato ideológico (como en el caso del partido único) o, al revés, transformar una rama del aparato represvio en aparato ideológico y represivo a la vez (como en el caso de la Gestapo alemana); la modificación del sistema jurídico en general y, concretamente, de los límites entre la esfera privada y la pública (como en el caso de la familia, por ejemplo); el análisis de la significación de las modficaciones del principio del sufragio; el examen del problema de la burocratizacíon y de la centralización, etc. Cf. N. Poulantzas, Fascisme et dictature, pp. 327-367. Edición castellana con el título Fascismo y dictadura, Siglo XXI, Madrid.