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VIDAL-BENEYTO, José (1929-2010)

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José Vidal-Beneyto

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Introducción

Carcagente, Valencia (España), 26 de junio de 1929 - París (Francia), 16 de marzo de 2010.

Licenciado en filosofía y letras, ciencias políticas, derecho y sociología por la Universidad de Valencia y la Universidad Complutense de Madrid, doctorándose en derecho por la Universidad de Málaga. Completó sus estudios en las universidades de La Sorbonne (Francia) y Heidelberg (Alemania), en las que fue discípulo de Merleau-Ponty, Raymond Aron, Karl Lowith y Theodor Adorno. Activo militante antifranquista, participó en la Junta Democrática y en el llamado "Contubernio de Múnich".

Fue catedrático de sociología en la Universidad Complutense de Madrid, director del Colegio de Altos Estudios Europeos 'Miguel Servet' de París y doctor honoris causa, desde 2006, por la Universidad de Valencia. Cabe reseñar además su condición de secretario general de la Agencia Europea para la Cultura y de presidente del Consejo Mediterráneo de la Cultura, ambos dependientes de la UNESCO. Fue socio fundador de El País en 1976 y presidente de la Asociación de Amigos de Le Monde Diplomatique en París.

Entre otras obras, ha escrito: Las ciencias de la comunicación en las universidades españolas (Zero, 1972); Alternativas populares a la comunicación de masas (CIS, 1981); con G. Imbert, ‘El País’ o la referencia dominante (Mitre, 1986); Las industrias de la lengua (Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1991); Diario de una ocasión perdida (Kairós, 1991); La Méditerranée: modernité plurielle (Publisud, 2000); Ventana global: ciberespacio, esfera pública mundial y universo mediático (Santillana, 2002); Hacia una sociedad civil global (Santillana, 2003); Poder global y ciudadanía mundial (Taurus, 2004); Derechos humanos y diversidad cultural (Icaria, 2006); Memoria democrática (Foca, 2007); América Latina, hacia su unidad (Pre-textos, 2008).





Bibliografía compilada





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Nota Vie Mar 19, 2010 6:02 pm
José Vidal-Beneyto, en "Democracias perplejas", en El País, el 11 de julio de 2009, escribió:Vivimos bajo el signo de la perplejidad. El imperio de la corrupción, el descrédito unánime de las instituciones, el nepotismo desbordado y sus prácticas, el oprobio inagotable en que ha devenido la política han llevado a la quiebra de todos los valores públicos, a la implosión de todas las referencias colectivas y nos han dejado sumidos en la confusión, átonos e inermes, sin pautas ni asideros a los que agarrarnos. Perplejidad que afecta a todos los ámbitos, incluyendo los más glorificados e intocables como la democracia. Causas de ello, múltiples; veamos algunas.

A partir de los años setenta se confirma el enclaustramiento de lo público en los partidos y su tendencia a la endogamia y al sectarismo partitocrático. Al mismo tiempo, su acción se reduce a las luchas por el poder y con demasiada frecuencia al enriquecimiento de sus líderes. Cabildeos y corruptelas en las alturas y cinismo en la base se convierten en datos de la más concreta cotidianeidad política. Era inevitable que los ciudadanos que no militaban en los partidos, la inmensa mayoría, se desinteresasen por los avatares de sus pugnas y que buen número de ellos rechazasen sus modos y ejercicio. Este rechazo que ha asumido modalidades diversas, unido a la perplejidad a que me estoy refiriendo, tiene en la reiterada abstención electoral a la que se asiste en todos los comicios, su expresión más patente. Y así, sería un error considerar el abultado porcentaje de abstenciones de las últimas elecciones como una impugnación específica al proyecto europeo, cuando todo apunta a una desafección de las propuestas presentadas y, con carácter más general, de la práctica electoral como expresión privilegiada, sino única de las democracias.

En efecto, la descalificación de las elecciones es antes que nada una crítica de la política democrática actual y de su falta de opciones claras, consecuencia de la atenuación de los perfiles diferenciales de los grandes partidos, que los hace, programáticamente, cada vez más próximos. El trasvase casi unánime de la socialdemocracia al social-liberalismo o el implacable desmantelamiento del sector público, al que procedieron, con tanta eficacia, Blair en el Reino Unido y Felipe González en España, sin olvidar el caballo de Troya del atlantismo británico liberal, que bajo el manto laborista instigó la nefasta reunión de las Azores, responsable de tan dramáticas iniciativas como la guerra de Iraq, son los principales responsables de la deserción de la izquierda europea. Pues de otro modo es incomprensible que, en plena crisis económica y con la absoluta debacle de los principios y de la práctica del liberalismo que conllevaba, se ignorase o se rechazase el patrimonio que representaban los ideales y los programas socialistas y socialdemócratas, cuando eran el único arsenal conceptual y propositivo que podía sacarnos del atolladero.

El comportamiento de la derecha ha sido mucho más diestro y pugnaz. Sin abandonar la doctrina y la práctica liberal, sino al contrario revindicando su plasticidad adaptativa, ha incorporado, sin rubor ni recato, los elementos de la oferta socialdemócrata que le han parecido más compatibles con su ideario a la par que más sugestivos para los electores. Paralelamente, ha alentado, por detrás de la cortina, a sus tropas ultra que han reactivado en Europa, de manera notable, la presencia de la extrema derecha, más o menos fascista según los casos. Por lo demás, el incesante trasiego de la clase política, de un bando a otro, por iniciativa propia o respondiendo a incitaciones del poder, de las que el presidente Sarkozy es el ejemplo más cumplido, han creado una retribuida circulación que nada tiene que envidiar a la de los futbolistas profesionales, y que alienta la confusión y perfecciona la perplejidad.

El modelo neoliberal responsable del desastre no sirve ya, pero el social democrático, generalizado por Keynes hace 70 años, ha dejado también de ser útil. La razón fundamental es la inadaptación del keynesianismo, que sigue siendo hoy la espina dorsal de la socialdemocracia, a la sociedad actual y más concretamente su imposible y postulada función alternativa al capitalismo contemporáneo. Decir Keynes es invocar la regulación como piedra angular del edificio socialdemocrático, pero su posible y necesaria implantación es ahora, con la economía-mundo, absolutamente inoperativa en la perspectiva nacional e impracticable en la mundial. Por lo que no cabe ni siquiera pensar en una eficaz regulación general. Las grandes instituciones económicas -OMC, FMI, Banco Mundial, FAO, OIT, OMS, AIE, G-20, la futura Organización Mundial del Medio Ambiente- carecen de verdadera capacidad reguladora susceptible de organizar flujos e intercambios y se limitan a marcar pautas de alcance, en la mayoría de los casos, estrictamente retórico.

Olivier Ferrand, agudo analista francés y presidente del think-tank progresista Terra Nova, insiste en que la dimensión reparadora que caracteriza las intervenciones socialistas se queda hoy siempre corta, por la extraordinaria onda expansiva de las crisis que comienzan siendo sectoriales y relativamente modestas y acaban siendo amplísimas y generales. Las subprimes que se inician en EE UU en el mercado financiero inmobiliario, con poco más de 1.000 millardos de dólares y se extienden en pocas semanas a Europa y a los países en desarrollo, sobrepasando los 30.000 millardos, son un buen ejemplo, como lo son también, las rupturas ecológicas con el desmontaje de la biosfera, las sanitarias con la multiplicación de pandemias, las sociales con la radicalización del hambre y las desigualdades. El mito liberal del mercado, que se autorregula sólo, tiene hoy tan poco fundamento, observa Olivier Ferrand, como el Estado Bombero que apaga los incendios, cura los males y repara los destrozos, pues no tiene medios para ello. Hoy no es posible curar, sólo prevenir, y además mediante una intervención muy antecedente y de perspectiva mundial.

Escribo mundial huyendo de la manipulación semántica a que nos han sometido los promotores del término y de la ideología de la "globalización", que hereda y culmina los escapismos economicistas que comenzaron en 1949 con la consagración de la expresión y de la doctrina del subdesarrollo, que Truman populariza el 20 de enero de dicho año en el discurso de investidura de su segundo mandato. Con ese término se designaron, a partir de entonces, los países que no alcanzaban el nivel económico y técnico de los países occidentales, medidos con los solos baremos e instrumentos de la contabilidad económica capitalista, en la que el producto nacional bruto por habitante y la acumulación financiera son los criterios fundamentales. Estas pautas que tanto deben a las determinaciones ideológicas y a los supuestos básicos del capitalismo convencional ignoran la dimensión cualitativa de todos los procesos y condenan a la inexistencia a lo más específico de las culturas nacionales y de las tradiciones autóctonas. Gracias a Gilbert Rist en El desarrollo. Historia de una creencia occidental y sobre todo a Amartya Sen y a su Índice de desarrollo humano comienza a aparecer un movimiento de resistencia, en el que la educación, la esperanza de vida, el bienestar social y todas las otras variables del progreso humano tienen el mismo peso que el PIB por habitante. La lucha por la contrahegemonía que es nuestro objetivo permanente debe comenzar por ahí, olvidando un poco las luchas de poder de los partidos, e insistiendo cada vez más en que el problema no es a quien votar, sino para qué votar, lo que exige enraizarse en la ciudadanía. Ya que frente al descrédito de la política y al encogimiento de los políticos, el movimiento social y los actores sociales y societarios de base están cobrando un protagonismo principal. La película "Good morning England" nos muestra la extraordinaria capacidad de transformación que esos sectores primarios, a caballo de las radios libres y de la música rock, operaron en la década de los sesenta en una sociedad tan encorsetada como la británica, liberando fuerzas y procediendo a una impresionante movilización de las energías de la gente. La izquierda, más allá de la conquista y gestión del poder político, debe revindicar esa acción directamente popular como la vía más segura para sacar a las democracias de su atonía y perplejidad, logrando promover el progreso de los pueblos.

Nota Vie Mar 19, 2010 6:03 pm
Jaime Pastor, profesor de Ciencias Políticas de la UNED, en "Un pionero del pensamiento crítico. El sociólogo José Vidal-Beneyto falleció el miércoles en París a los 82 años", en Público, el 19 de marzo de 2010, escribió:Con Pepín Vidal desaparece una de las figuras más singulares e inclasificables de la izquierda y de la intelectualidad española. También una persona de una talla humana capaz de dialogar con un abanico enormemente amplio de personas desde el punto de vista político e ideológico.

Posiblemente su europeísmo, su reivindicación permanente de la ruptura con el franquismo como apuesta posible y su esfuerzo constante por crear espacios nuevos para un pensamiento y una sociología crítica hayan sido los rasgos más sobresalientes de su trayectoria vital.

De lo primero ya dio testimonio con su participación decisiva, en 1962, en el mal llamado Contubernio de Múnich, con sus contactos y con constantes iniciativas federalistas, institucionales y no institucionales, en el ámbito europeo, y sobre todo con su pesimismo respecto al rumbo que estaba tomando la Unión Europa en los últimos años.

Lo segundo se percibe en sus libros sobre la Transición y, más recientemente, en la obra por él coordinada Memoria Democrática, para comprobar cómo siempre se opuso a la reforma pactada, y sobre todo a la conversión de esa experiencia en modélica por sus apologistas.

Y de lo tercero, basta recordar que fue pionero como promotor de CEISA [Escuela Crítica de Sociología] en los años sesenta en Madrid y sobre todo su larga lista de obras y artículos, siempre abierto a los avances en investigación, particularmente en materias como los medios de comunicación, y al mismo tiempo crítico con el pensamiento oficial.

Pero Pepín estaba cada vez más preocupado por el rumbo que estaba tomando el mundo y por la deriva de una izquierda que se había resignado en su mayoría ante el triunfalismo del paradigma neoliberal.

Por eso, en los últimos años, él mismo se sorprendía de que coincidía más con la izquierda radical que representaban intelectuales como Daniel Bensaïd que con tantos amigos cuya involución política iba en sentido opuesto. Su muerte trunca muchos proyectos. Nos queda la tarea de proseguir su esfuerzo por construir un pensamiento crítico y una izquierda digna de su nombre.


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