Anacharsis en otro lugar escribió:Desde
España Roja...(y amarilla y morada) una de las varias páginas del interesante y peculiar Lorenzo Peña (que fuera en los sesenta uno de los fundadores del PCE(m-l)) traemos este artículo con el que si bien no comulgamos, creemos que sienta interesantes argumentos para el replanteamiento de la actitud política que las gentes comunistas puedan adoptar en este convulso comienzo de siglo XXI.
PCE, PCPE, PCE(r), PCE(m-l), Corriente roja, Comunistas3, PCOE, POSI... Bordiguistas, stalinistas, marxianos, libertarios, troskistas, anti-bolcheviques, concejistas, espartaquistas... Esta división dentro del seno de la izquierda comunista anticapitalista, sólo dentro del territorio del estado español debería llevarnos a pensar. ¿Toda discursión debe suponer una escisión?
“Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros. No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario. Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto”.
Así se expresaban Marx y Engels en el
Manifiesto Comunista y muchos comunistas de hoy tendemos a olvidar.
Citamos a continuación un fragmento del ensayo de Lorenzo Peña
Para muchos de nosotros han sido durísimos unos cuantos hechos de los últimos lustros: el desmoronamiento de los regímenes no-capitalistas de Rusia y otros países del Este de Europa (1991) —con la consiguiente desintegración del bloque soviético; el proceso chino de orientación hacia una (limitada) economía de mercado; más recientemente los cambios en Cuba, que también han ampliado la esfera comercial y reducido el sector de la economía planificada.
Aunque varios de esos hechos ya los he estudiado en escritos anteriores, su importancia obliga a una nueva consideración, que brindo en este artículo, y que se centra en defender una vía media entre dos posiciones posibles, ambas extremas.
1ª.— La primera posición extrema puede caracterizarse como ‘abandonismo’, y reviste muy diversas modalidades. Llamo ‘abandonismo’ a la tendencia a pensar que del fracaso del sistema soviético se sigue la maldad del mismo, o al menos su inviabilidad, y que el desmoronamiento de 1991 es una señal de lo erróneas que fueron la línea del movimiento comunista internacional y la pretensión soviética de erigir una sociedad según las pautas del comunismo moscovita.
2ª.— La segunda posición extrema —que, naturalmente, también admite una serie de variedades— consiste en sostener que lo que pasó en 1991 fue, en parte al menos, resultado de errores (o traiciones) de la dirección soviética, pero que ello no significa que estuviera mal encaminado el intento del movimiento comunista, al menos no hasta tal fecha (para unos, 1918; para otros, 1927; para otros, 1956; para otros, 1983; ). Trataríase de retomar la labor según estaba hasta ese último buen momento, reiniciando el camino como entonces. A esta segunda posición la han denominado los adeptos de la primera ‘bunkerización’, o ‘atrincheramiento’, pues básicamente estriba en sostener que, aunque se ha sufrido una derrota y se está en período de retroceso, es una derrota pasajera, un bache, un tiempo transitorio durante el cual hay que parapetarse, aguantar el chaparrón y acumular fuerzas para un nuevo avance.
3ª.— La posición intermedia que, frente a esos extremos, voy a defender será una vía que no caiga ni en el atrincheramiento ni tampoco en el abandono; que no sea ni mera reafirmación de principios, ni claudicación moral. Igual que pasa con las dos posiciones extremas, esta vía admite una gran variedad de versiones, formas y matices. La que voy a defender en concreto consistirá en —a la vez que se reconoce la corrección fundamental del movimiento iniciado por Lleñin en Rusia a comienzos del siglo XX y continuado por los partidos comunistas durante decenios— sostener que ese amino, que contribuyó decisivamente al progreso de la humanidad, no es adecuado hoy en sus modalidades, en sus características históricamente particulares, que respondían a circunstancias de su época y que ya no se adaptan al mundo de nuestros días; hoy hace falta un comunismo diferente, un comunismo que tome mucho de lo del comunismo del siglo XX, pero que se diferencie de él, porque cien años no transcurren en vano.
Ya he dicho que cada una de las tres posiciones admite diversas versiones y múltiples variaciones. También hay que señalar que, a pesar de ser, en principio, opuestas entre sí, las dos primeras posiciones pueden, en algunas versiones, hallar un terreno de coincidencia, muy distinto de la vía media o de equidistancia aquí sustentada.
Esa coincidencia podría conseguirse, alternativamente, sometiendo a las posiciones 1ª y 2ª a una doble y conjunta matización: rescatar, con la segunda, el legado de Lleñin, mas colocando muy pronto el momento de degeneración del modelo revolucionario leninista, de suerte que, con la primera, se reniegue de todo lo posterior a ese punto de inflexión (el momento puede ponerse, si se quiere, a comienzos de 1918, con el Tratado de Brest-Litovsk y la disolución de la asamblea constituyente, p.ej.; o en 1924, ó 1927, ó 1943, o donde uno guste, pues siempre encontrará algo que decir a favor de optar por cualquiera de esos años como momento de un viraje).
Sin embargo, quienes emprendan esa combinación de las dos primeras posiciones se verán en serios apuros por dos causas.
La primera causa es lo difícil que resulta sostener hoy la viabilidad de una empresa política como la de Lleñin hasta ese punto de viraje; me parece irrealizable la tarea de proponer seriamente hoy un partido con posiciones sustancialmente similares a las del marxismoleninismo de comienzos de 1918, o cualquier cosa por el estilo.
La segunda causa es lo arbitrario y desproporcionado de cualquier corte, de cualquier tajazo demarcatorio entre un período, bueno, antes del viraje y un período, malo, después del presunto viraje: con motivos tan razonables o tan irrazonables se puede hacer el corte antes y después. Ante lo escabroso del trazado de tal línea de demarcación, quien desee adentrarse por ese camino se verá fácilmente llevado, o bien a situar el punto de inflexión lejos de los inicios de la empresa de Lleñin —rescatándose así mucho más de aquel legado histórico (y apartándose con ello de la posición 1ª, o sea del abandonismo); o bien a situar ese punto de inflexión tan temprano —acaso antes de la toma del poder por los bolcheviques en noviembre de 1917— que el presunto rescate del auténtico leninismo sea el de un leninismo que casi nunca fue (quizá el de 1903, o lo que cada uno juzgue conveniente). En suma son posiciones en equilibrio inestable —y, además, de una inestabilidad extrema.
Creemos que sin duda es una buena manera de comenzar planteando el problema de los desviacionismos revisionismos, heretismos, ortodoxias y otros males que dificultan la labor del comunismo hoy.
Esperamos que la lectura dé paso en este hilo al intercambio de argumentos.
Salud.