RebeldeMule

MARQUÉS, Josep-Vicent (1943-2008)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...
Josep-Vicent Marqués

Portada
(dialnet)


Introducción

Valencia, 1943-2008. Licenciado en derecho en 1964 con premio extraordinario, se doctoró bastantes años después con una tesis sobre sociología, disciplina en la que fue uno de los nombres más conocidos en el panorama estatal. Fue profesor de sociología en la facultad de ciencias económicas de la Universidad de Valencia. Formó parte de la Associació Valenciana Socialista y del efímero Partit Socialista Valencià, que abandonó para fundar el grupo Germania Socialista, de tendencia comunista antiautoritaria. También fue uno de los animadores de los primeros grupos ecologistas y antinucleares del País Valenciano. Colaboró en medios de información como El Viejo Topo y El País, el programa de Radio Nacional de España “Día a día, paso a paso” y el programa “Día a día” de Tele 5.

Obtuvo, ente otros galardones, el accésit al premio ‘Estropajo’ de la Asociación Ágora Feminista de Madrid (marzo de 1988); ‘Violeta’ del Colectivo Escuela No Sexista de Murcia (enero de 1990) y ‘Comadre de Oro’ de la tertulia feminista gijonesa ‘Las Comadres’ (febrero de 1990). Fue premiado asimismo con el ‘Triángulo rosa’ del Colectivo Gay de Madrid y del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (junio de 1990); con el ‘Lirio’ de la Asociación de Mujeres Periodistas de Cataluña (junio de 1995) y el ‘Rey Pere’ de los Premios Sant Jordi de Barcelona, por su obra ‘La bona taula’ (‘La buena mesa’, sobre gastronomía comparada). En 2007 recibió el reconocimiento de “Hombre por la Igualdad”. Fue el guionista, en 1995, del vídeo “Es divertido, pero no un juego”, sobre la prevención de embarazos no deseados.

Ha sido autor de: País perplex (1974), Ecología y lucha de clases (1978), No és natural. Per una sociología de la vida quotidiana (1980), ¿Qué hace el poder en tu cama? (1981), Amors impossibles (1983), Una vaca en el col•legi (1985), Versus labribus (1987), La llum i el caos (1990), Sexualidad y sexismo (obra colectiva, 1991), Curso elemental para varones sensibles y machistas recuperados (1991), Dígalo por carta (1992), La pareja, una misión imposible (1996) y Tots els colors del roig (1997).

Mantuvo su compromiso intelectual y político hasta sus últimos días.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo





Artículos





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Nota Mar Feb 16, 2010 3:36 am
fuente: http://www.elpais.com/articulo/opinion/ ... opi_10/Tes


Extranjero desarmado



Josep-Vicent Marqués

El País // 13 de abril de 1990




Hace años nos reíamos dolorosamente de la pretensión del general Franco de suprimir la lucha de clases por decreto. Su régimen no podía eliminar el movimiento real de la sociedad, sino sólo mejorar hasta extremos sangrientos la posición de una de las partes. Cabe ahora hacer parecida reflexión sobre la pretensión estalinista de haber superado en el Este los nacionalismos. Pese al reconocimiento teórico del derecho a la autodeterminación, una colectividad nacional se impuso coactivamente a las otras a escala estatal y aún a escala del Pacto de Varsovia la doctrina de la soberanía limitada supuso la supremacía de la URSS sobre los demás Estados. El renacimiento de los nacionalismos en la Europa oriental no debiera, pues, sorprender a nadie. No hay más remedio que afrontar la cuestión, y sería deseable hacerlo con un talante abierto a la complejidad, no ya del mapa, sino del hecho nacional mismo. Para empezar, no se puede poner en el mismo plano el nacionalismo de una nación dominante y el de una nación dominada. Arriesgo una propuesta: hay que apoyar el nacionalismo de los pueblos sin Estado y recelar del de las naciones -o pretendidas naciones- con Estado. Quizá el sentimiento de identidad nacional sea en todas partes el mismo e incluso constituya -como me parece que decía Russell- un error compartido acerca de la propia historia. Lo que ya no es lo mismo es el grado de control sobre su lengua, su cultura y su economía que tienen los pueblos sin Estado y los pueblos con Estado. No pretendo que el Estado propio sea la única garantía posible de un desarrollo político autónomo, pero es a quienes niegan esto desde posiciones de poder a quienes les incumbe probar la viabilidad del Estado multinacional como casa común. Mientras no se demuestre lo contrario, cada nación aspirará a su Estado, y la postura progresista será apoyarla hasta que lo logre y luego volverse contra el nacionalismo de Estado-nación.

Ciertamente, todo nacionalismo es un particularismo potencialmente peligroso y hay que buscar vías de universalismo. Yo declaro de antemano mi conciencia cósmica, favorable a la federación con cualesquiera seres racionales que se encontrasen en el universo, independientemente de su olor, volumen, número de sexos o de extremidades. Lo que sigue sin gustarme son las superaciones por decreto. O por abstracta apelación a unidades superiores.

Ejemplo de este último tipo sería el bienintencionado artículo de Paolo Flores d’Arcais que publicó El País el 23 de marzo. Según él, la identidad europea sería el antídoto contra (lo malo de) el nacionalismo y el “regionalismo”. “Para que las cosas fueran diferentes”, escribe, “sería necesario que el nacionalista irlandés o vasco (por poner los dos ejemplos más conocidos y trágicos) se sintiese, en primer lugar, habitante de Europa, y sólo en segunda instancia arraigado en la tierra vasca o irlandesa”. Habría que decir de antemano que sus dos ejemplos no son tanto los más conocidos y trágicos como los más susceptibles de sacar las cosas de quicio y criminalizar todo nacionalismo. Pero, admitiendo como buena su propuesta, me gustaría que explicase cómo se adquiere conciencia europea antes que vasca o irlandesa si no es mediante un costosísimo, aunque interesante, proyecto de turismo masivo y aprendizaje de idiomas en la primera infancia. Y en cualquier caso, no consta que los nacionalistas irlandeses o gallegos o lituanos no quieran ser europeos, sino que no quieren ser definidos como ingleses, españoles o rusos. Sigo sin ver claro que el señor Benegas sea menos nacionalista de su Idea de nación que el señor Idígoras de la suya, por poner ejemplos conocidos.

Por lo demás, los nacionalistas de Estado parecen cada vez serlo más frente a las nacionalidades, digamos, minoritarias de su Estado que frente a los Estados ajenos, europeos o no. El índice de aumento de los establecimientos de hamburguesería foránea sería un indicador al alcance de todos.

Europa, una hermosa palabra sin duda, un término evocador de la Grecia de Pericles, la Suecia del Estado de bienestar, el turismo liberador de represiones, la librería de Maspero, la editorial Ruedo Ibérico del injustamente olvidado Pepe Martínez, Oxford, incluso la Capilla Sixtina... Europa: la cicuta de Sócrates, la noche de San Bartolomé, Seveso, la contaminación del Rin, el alcalde de Florencia contando africanos... No es extraño que la conciencia europea no le venga a uno por obra del Espíritu Santo. Pero trabajen en buena hora los entusiastas de la idea europea haciéndola más concreta, más inequívocamente comprometida con la profundización en la democracia y la solidaridad con el Tercer Mundo.

Hay también otro camino. Convertir el nacionalismo de los pueblos oprimidos o marginados en un internacionalismo, en un particularismo abierto a todos, en una solidaridad de los diferentes frentes a los uniformizadores, en un discurso abierto desde la nación negada hacia todo lo negado por Franco o por el mercado o por Stalin: el sexo, la opción sexual, las religiosidades, el amor a un paisaje concreto, la peculiaridad que no se vive como destino sino como punto de partida.

Aún no he podido recorrer Europa, pero sé que mi capacidad para entender a un finlandés o a un flamenco debe mucho a mi esfuerzo valenciano por negarme a ser un español genérico, por mirar Castilla o Euskadi con ojos respetuosos de forastero, por acogerme a antiguas leyes europeas sobre la hospitalidad y no al retrato de bodas de Isabel y Fernando ni a las fuerzas de seguridad que engendraron. Probablemente en África o en Oceanía también se acoge bien al extranjero desarmado.

No es todo nacionalismo, sino toda negación de la diferencia lo que nos impide ser iguales. Mi patria es el mundo, pero sólo lo supe bien el día que desde un lugar del País Valenciano escribí un panfleto clandestino en favor del Frente Polisario. No vendo nada ni estoy interesado en unificarles el mercado a los americanos o a los japoneses. El señor Flores d’Arcais, probablemente tampoco. Cuando sepa de qué Europa se trata, que me avise. Los viejos izquierdistas nos apuntamos siempre a todo.

Nota Mar Feb 16, 2010 3:36 am
fuente: http://www.elpais.com/articulo/ultima/P ... iult_3/Tes


Padres



Josep-Vicent Marqués

El País // 24 de noviembre de 1989




Son buena gente. Ya no quieren de sus hijos la mano de obra semigratuita que en otros tiempos se buscaba. Esperan que los chicos lleguen muy lejos, o muy alto, pero se conforman con que no se pinchen y se dan con un canto en los dientes si consiguen que se les vayan a hacer su vida antes de los 30 años. Algunos siguen enviándolos a colegios de curas por principios, o porque se hacen amistades más útiles. Y a colegios de monjas porque las chicas salen más finas y con ciertos valores mejor preservados. Los que pueden, sin embargo, tratan de enviarlos a novedosos centros, laicos pero respetables, donde aprendan a decir lo de siempre en correcto inglés. Unos pocos idealistas y el conjunto de la población trabajadora envían a los niños a colegios públicos.

Soportan allí los niños la general deficiencia de las instalaciones, el amontonamiento, el ir y venir de maestros involuntariamente nómadas, los altibajos que la heterogeneidad del cuerpo de enseñantes produce en materia de libertad y autoridad. Este año Pepito tiene un maestro que pide las cosas de memoria. El año que viene Vanesita tendrá problemas porque le toca otra profesora; lástima, con lo bien que se llevaba con la de este año. Lo importante, sin embargo, es que apruebe. Usted apriétele, señor maestro. Y que no se estropeen las vacaciones de la familia por culpa de las matemáticas. Los padres son buena gente y se conforman con poco. A las reuniones suelen ir sólo algunas madres. Pocos se manifiestan por una mejor enseñanza pública, y cuando lo hacen, no les gusta que se haga alusión a los gastos militares.

Hasta que un día llegan a la escuela de los chicos un grupo de niños gitanos, de niños abandonados o de niños difíciles. Y entonces los padres, que no son racistas, se movilizan, boicotean o hacen barricadas contra la intolerable masificación.

Nota Mar Feb 16, 2010 3:37 am
fuente: http://www.elpais.com/articulo/ultima/U ... iult_4/Tes


Moscú



Josep-Vicent Marqués

El País // 5 de abril de 1989




La lectura del periódico le produjo un vago malestar que sólo recordaría más tarde, cuando ya se había transformado en inequívoca acidez de estómago y le hacía prometerse no volver a desayunar en la cafetería del ministerio. Ahora reconocía como inocente al bocadillo. Habían sido las noticias las causantes, las noticias de la Unión Soviética. Levantó la vista del borrador de reglamento de aparcamientos persuasivos y miró hacia las estanterías. Allí donde pacía el Alcubilla le pareció ver los tres tomos de la biografía de Trotsky, obra meritoria de Isaac Deutscher, editada por Era, de México, comprada en Ruedo Ibérico y pasada bajo los foulards que les traía a su madre y a su hermana. Creyó ver también La revolución inconclusa, ¿era ése el título?, aquella obrita en que Deutscher confiaba en que la elevación del nivel cultural de las masas soviéticas entraría en contradicción con la dictadura de partido. Recordó confusamente las prolijas disquisiciones de Bettelheim sobre la naturaleza de clase de la URSS. Quizá conservaría en casa alguno de los viejos libros. O no; debió quedárselos Mari cuando la separación.

Le llamaba el subsecretario. Una vez hubieron despachado, sintió deseos de preguntarle si él también recordaba los seminarios clandestinos de otros tiempos, pero desistió. El subsecretario provenía del FRAP y no era cosa de tener -ahora que se hablaba de remodelación- una disputa doctrinal retrospectiva. Inútil hablar con la secretaria, demasiado joven, o con el jefe de negociado, salido de una escuela empresarial del Opus. Con la acidez le vino algún retazo de sus disciplinados mítines a favor de la entrada en la OTAN.

De nuevo ante el borrador del reglamento, recordó aquella frase del jefe: “Prefiero morir apuñalado en el metro de Nueva York a vivir en Moscú”. Sería interesante vivir en Moscú ahora. Claro que a Silvia no le gustaría. Pasó la hoja del documento y se encontró preguntándose si Eitsin permitiría a los altos funcionarios tener un chalé adosado en la sierra.

Josep Vicent Marquès, en "Testamento sevillano o reconstrucción no literal sino paralela, redactada de nuevo, de una charla en la Universidad Pablo de Olavide que no recuerdo ahora cómo se llamaba", s/f, escribió:1.

Cuando intentaba en unos grupos de discusión realizados con el amigo José Ángel Lozoya explorar qué entendían por identidad masculina varones que rondaban los cincuenta años, ante su falta de respuesta, transgredía la norma que pide al tutor del grupo intervenir demasiado activamente y les dije: “Esto era un sevillano que se sentía muy sevillano. Le gustaba vestirse de corto, pasear a caballo por el Real de la Feria, tomar finos, tocar la guitarra, cantar sevillanas y deleitar a sus contertulios con un humor fino y ágil. Un día enronqueció y tuvo que dejar de cantar. Se llevó un disgusto pero siguió considerándose muy sevillano. Otro día el médico le quitó el fino, pero él siguió paseando por la Feria y considerándose muy sevillano. Tiempo después cayó del caballo, pero él siguió sintiéndose igual... Y así tuvo que dejar de tocar… ¿Cuándo creen ustedes que dejó de ser sevillano? Bueno. Esto es un cuento para que me digan ustedes, ¿cuándo un hombre deja de ser un hombre, todo un hombre, qué tiene que hacer, o permitir….?”. Mis contertulios parecieron coincidir en que la identidad masculina se perdía más bien por la homosexualidad, pero no lo tenían muy claro. Más bien mi impresión es que, dado su carácter mítico, la identidad masculina no es nada y que sería un error buscar una masculinidad buena, auténtica, nueva, o plural, pero compuesta por modelos.


2.

Pondré otro ejemplo. Supongamos que después de la II Guerra Mundial se hubieran reunido un grupo de intelectuales alemanes para discutir cuál debería ser el concepto de ser alemán y unos y otros hubieran hecho autocrítica de los excesos de germanismo que acompañaron al régimen nacionalsocialista y hubieran dicho que lo alemán era más bien el rigor científico, o que era más bien lo filosófico, o que…. Hasta que alguien dijese: “¿No llevamos demasiado tiempo obsesionados con qué demonios es ser alemán? ¿No sería bueno que precisamente nos dedicásemos durante un tiempo a olvidarnos de que somos alemanes, a ver qué nos sale?”. En el caso de la identidad masculina creo que ocurre algo parecido. Nos hemos asado tanto tiempo diciendo quién era el verdadero hombre, es tan frecuente que incluso hombres particularmente atípicos se definen como normales o incluso paradigmáticos, es tanta la megalomanía corporativa masculina, que cualquier tentativa de trabajar la identidad masculina es, en ese sentido, peligrosa de volver a caer en alguna androlatría o autobombo.


3.

Hace algunos años, cuando escribía semanalmente en El País, si hubiera creído en la masculinidad hubiera hecho fortuna. Yo podía haberme hecho millonario si hubiese anunciado: “DEJE DE IRRITAR A LAS DAMAS: deje de hacer el ridículo O DE OPRIMIR A LAS MUJERES. SIGA LOS CURSOS DE NUEVA MASCULINIDAD DEL PROFESOR MARQUÉS. Y más si hubiera titulado EL NUEVO HOMBRE DEL SIGLO, EN CUÁL ESTAMOS, ESO, XXI. AHORA EN FASCÍCULOS". Pero no lo hice. Yo podía haber diseñado un hombre capaz de llorar, pero no llorón, capaz de cuidar, capaz de ocuparse de las pequeñas cosas, además de la política… Pero el problema es que todas las personas que yo conocía que eran así eran mujeres, eran mis amigas que habían superado una crisis matrimonial y habían reconstruido su vida. ¿Cómo iba a proponer como modelo de nueva masculinidad algo que podían hacer hombres y mujeres...?


4.

El hombre no está obligado biológicamente ni socialmente a ser de ninguna forma. No hay más nueva masculinidad, como a veces piden periodistas o personas interesadas en el tema, que vieja masculinidad. Lo que es preciso es que los hombres se acostumbren a saber que ser varones no les da derecho, ni tampoco obligaciones, que no tengan como personas y que son los mismos que tienen las mujeres. Otra cosa es que podamos trazar unas reglas de aceptación del despegue de las mujeres, de su emancipación de un patriarcado que, desde mi punto de vista, también es lesivo para los hombres. Lo que se trata es de recordar el principio feminista de que la biología no es el destino de nadie. El “nuevo varón” no puede ser de un modo, sino de mil modos , como la” nueva mujer”.


5.

Esta posición tiene ya 25 años (con posterioridad a la conferencia he encontrado un artículo de 1974 en la revista Marginados que inaugura la reflexión sobre el varón). Empieza a ser conocida desde que en 1979 gané el premio de ensayo “El Viejo Topo” y vale la pena que hagamos un poco de historia.


6.

Un error en la comprensión de la historia de mis padres me hizo buscar una mujer igual o mas inteligente que yo. Muy joven me enamoré de Celia Amorós y compartimos nuestras lecturas y nuestras observaciones sobre amigos, familiares y enemigos. El feminismo no es cosa que hayamos inventado los varones, tan listos como nos hemos creído. Ella leyó La mística de la feminidad de Betty Friedman y El segundo sexo de Simone de Beauvoir, y me contó sobre todo el primero, el que relacionaba el boom norteamericano de los electrodomésticos con el reenvío de la mujer a la casa, convertida en técnica del hogar moderno, para que no compitiese con los varones recién vueltos del frente, sino que más bien encajase en sus sueños.


7.

Ello encajaba en mi previa crítica cualitativa al capitalismo, por aquellos años andaba yo básicamente ocupado en entender y hacer entender que el capitalismo daba una solución cara y mala a los problemas de la vida cotidiana. Pero además me permitía entender a mi madre, un modesto arquetipo de excelente ama de casa. Mi padre, un hombre que me había enseñado muchísimo, presentaba ahora una paradoja: pese a valorar tanto la conversación culta, no se había casado con la chica que le dejaba libros, sino con aquella a la que él le enseñó a leer.


8.

Hasta entonces yo había tenido discrepancias con el modelo estándar de masculinidad, porque era cristiano y quería guardar la castidad, pero no entendía que los chicos se quejasen de que las chicas eran estrechas y luego pusiesen a parir a la que no lo era.


9.

Descubrí en mi adolescencia que en un grupo de varones te podías hacer un lugar si eras habilidoso en hacer ligeros insultos basados en las sospechas de heterodoxia sexual de los otros. Yo tenía facilidad de palabra, para jugar a encontrarle doble sentido a todo y en un grupo en el que era novato conseguí un puesto razonable. Mi impresión sobre los varones no fue muy buena.


10.

El feminismo me permitió teorizar sobre un montón de cosas, si bien aún no empecé a criticar el comportamiento masculino estándar como sociólogo, pero además como cripto-educador o agitador político empecé a dar charlas sobre las mujeres. E incluso redacté las bases de un grupo clandestino socialista de liberación de la mujer que disolví porque Celia no podía hacerse cargo. Eran tiempos de ingenuas manipulaciones, pero a mí dirigir un grupo de mujeres me pareció excesivo.


11.

En 1974 aparecieron grupos feministas y no solo me pareció bien, sino que entendí que, aunque hablase a favor, mi discurso suponía seguir usurpando el discurso de las mujeres. Me callé.


12.

Me lo pasé muy mal, callado sobre algo que me importaba y sobre lo que creía saber mucho. En particular, porque yo trabajaba en general sobre los fenómenos de dominación social y encontraba muchas similitudes entre la situación de las mujeres y los pueblos colonizados u oprimidos. De hecho, en este periodo, aunque no pude evitar dar una de las conferencias que diseñó al llegar a mi facultad Amando de Miguel, sí logré sabotear que se editasen como publicación específica, aunque se le pidiese a Celia un texto para que no fuese solo masculina la publicación.


13.

Finalmente descubrí el huevo de Colón: centrar la atención sobre los hombres. Yo podía hablar de todas esas cuestiones, pero el centro de mi atención debía ser convertir al hombre en el punto de reflexión. Ya no se trataba de cómo o por que eran las mujeres por razones sociales. Sino cómo y por qué eran los hombres como producto social y no como normalidad o plenitud de la especie.


14.

Escribí entonces en 1979 un artículo titulado “La alineación del varón” y con él gané el premio El Viejo Topo.


15.

Entonces creí que todos los varones progresistas se darían cuenta de cómo el propio sistema patriarcal nos hacía no ver el resultado en nosotros y en las mujeres de nuestra propia alienada práctica. Me imaginaba desbordado por varones autocríticos de mayor y mejor bagaje filosófico o psicológico que el mío. Pero no. No hubo seguidores ni competidores.


16.

Un día convencí a JR Torregrosa, mi amable jefe, de que me dejase hacer la tesis sobre lo que yo llamaba “sobre lo raros que somos los hombres”, pero que, por obvias razones académicas, bauticé como "la construcción social del varón".


17.

La tesis, obviamente, tenía muy poca bibliografía, ya que el tema era casi inédito y para compensarlo era de más de mil páginas, donde trabajaba sobre informaciones quejosas oídas a mujeres, observación de amigos y enemigos, encuestas a los alumnos e, incluso, como de coña dijo mi director, hacía “sociología introspectiva”, analizando fantasías reales o posibles. Era impublicable comercialmente, aunque sigo pensando en podarla, no importa que algunas amigas desistieran. Por otra parte, la ausencia de respuesta masculina me generó una actitud de amor/odio con el tema.


18.

La lectura de El ser social. Una fundamentación de la psicología social por Rom Harré sugirió deseos de marchar a Oxford. Aunque Harré casi pretendía más bien completar el marxismo señalando que el lado expresivo o simbólico de la conducta humana era tan importante o más que el práctico o económico, de hecho daba cuenta del comportamiento masculino que yo había observado: si los varones empleaban más tiempo en quejarse de lo incomprensibles o esquivas de las mujeres que en tratar de entenderlas o seducirlas razonablemente, estaba claro que les interesaba más el reconocimiento por sus pares de su normalidad masculina y de su oposición a las mujeres que la satisfacción sexual cuya necesidad e interés pregonaban. Me fui un año a Oxford, donde esbocé teorias del poder un tanto pesimistas, que no he publicado, leí detenidamente a Shakespeare y conocí estudiantes varones que cuidaban niños de compañeras y organizaban tertulias (“Oxford Crench”).


2.

A mi vuelta empecé a escribir en El País, primero sobre sexualidad y, poco a poco, apoyado por Inmaculada de la Fuente y Rosa Montero y después por Juan Luis Cebrián, fui escribiendo sobre relaciones personales. Vázquez Montalbán me dijo que de hecho había inventado un género periodístico. Tuve, creo, mucho éxito. Tanto que me extraña que no me ofrecieran anunciar preservativos. Curiosamente los varones decían con mayor frecuencia que lo que escribía era como lo que pasaba, o sea que no tenía mucho mérito. Y entonces se empezó a decir por algunos o algunas que yo defendía una nueva masculinidad. Inexacto, y por eso he dicho que si creyese que hay un nuevo modelo de masculinidad lo hubiera lanzado en fascículos.


3.

No hay nueva ni nuevas masculinidades. Lo que hay es la posibilidad real de que los hombres no sean tan brutos como creen tener que ser. El modelo imperante de masculinidad no es biológico, sino social, y está en crisis felizmente. En el tiempo en que escribía en El País mi propuesta ha sido siempre que dejemos de preocuparnos por lo que es masculino y lo que es femenino. Que tomemos las cualidades como ofrecidas en un supermercado, que construyamos tantas personalidades, tantas identidades personales como queramos, sin aceptar reducirnos a los dos modelos coactivos que impone la sociedad patriarcal.


19

No recibimos una identidad como persona, básica y primordial, sino que en la medida en que cumplimos o simulamos cumplir uno de los dos modelos se nos da una identidad de hombre o una identidad de mujer. En el caso del varón ésto ha supuesto un juego cómico o chapucero de querer ser al mismo tiempo Dios y el Diablo, el perfecto protector o el perfecto depredador. En el momento actual, habiendo conquistado la mujer prácticamente en algún todos los espacios reservados antes al varón, resulta difícil al varón saber quién es, precisamente porque hace cien años podía decirse: llevo boina, llevo pantalones, estoy en la taberna, bebo alcohol, fumo, escupo de ladillos, suelto tacos, trabajo fuera de casa, mantengo una familia… luego claro que soy varón. Otra cosa es que siempre podía haber alguien que fuese más algo que uno, que tuviese más poder, pero para eso los varones dominados creían más o menos ilusoriamente que eran mejores fornicadores que sus patronos. Recuerdo hace veinte años que con un amigo obrero nos burlábamos de sus compañeros que presumían más diciéndoles para politizarlos que con lo que curraban, jornada y horas extras, lo hacían peor que sus patronos, más descansados. Algunas de estas contradicciones del modelo patriarcal de construcción del varón las desarrollé en mi parte del libro Sexualidad y sexismo, escrito con Raquel Osborne, libro de texto del Máster en Sexología Humana que ofreció la Universidad de Madrid.


20.

De mi tesis destacaría también el descubrimiento de que gran parte del modelo masculino es la simulación, la simulación del poder o las cualidades supuestamente masculinas y que no hay que confundir ese modelo con la realidad. Ni siquiera cuando la conquista de América se fueron todos los extremeños, molestos por la pobreza, la rutina o la falta de libertad a las colonias. El varón es mucho menos aventurero de lo que cree. En la tesis encontraba, por ejemplo, más niñas que querían ser periodistas que niños, lo que supone para ellas más gusto por la aventura. El varón normal aguanta al patrono, a las instituciones de la clase dominante, incluso a veces a su resentida mujer, no es el tipo rebelde que presume ser. La familia es a menudo la única guerra del varón.


21.

Por aquí llegamos a algo que no tengo sustentado, no he conseguido psicólogos que me lo confirmen y que es posterior a mi tesis. Lo digo aquí, precisamente porque es una Universidad y tienen su cabida las herejías. No existe en realidad la masculinidad, nueva ni vieja. Y si ya he pagado mi precio y puedo hablar sobre las mujeres, tampoco la feminidad, con un paréntesis por la maternidad como experiencia única. Estamos ante un malentendido histórico: Pensamos en masculino o femenino por una grosera generalización. Tomamos el coito, una forma de gratificación sexual, no la única, dentro de una sexualidad reducida y lo interpretamos solo desde el punto de vista masculino de triunfo sobre la mujer. Desde ahí generalizamos a todo lo que se parezca a embestir, introducir, dominar, erigir, por un lado y, por el otro, lo oponemos que se parezca a recinto, recepción, acogida, etc… Somos víctimas de un planteamiento por oposición que dista de ser real. En cierta ocasión alguien le dijo a Amando de Miguel que se olvidaba “del deseo instintivo del varón de penetrar y de la mujer de ser penetrada”. Yo comenté que si el coito lo hubiesen interpretado mujeres con poder o afición de simularlo hubieran dicho “deseo de la mujer de absorber y del hombre de ser absorbido”. Pero, además, el hombre y la mujer, con perdón, no se pasan el día follando, o sea, que no hay que pensar el conjunto de la vida de relación por una interpretación de una de las cosas que se hacen.


22.

He estado trabajando un poco sobre estas cuestiones. Por ejemplo, ustedes conocen el estudio clásico de Rocheblave-Spenle sobre los estereotipos. Yo lo he pasado a mis alumnos protegiéndome de una posible confusión: si tú le preguntas a un estudiante si tal adjetivo es masculino o femenino y te contesta en esos términos, puede estar queriendo decir simplemente que se tiene por masculino, no que él o ella lo consideran así. Por decirlo de alguna manera: no es lo mismo ser nazi que saber cuál es la bandera nazi. Entonces, lo que hice fue proponer a los alumnos que pensasen en dos personas a las que se les pudiera aplicar el adjetivo y luego averigüé si esas personas eran de un sexo u otro o mixtas. Con ese sistema resultaba que los estudiantes atribuían a las chicas adjetivos que para Rocheblave salían masculinos y viceversa.


23.

La última cosa que me ha preocupado es darle otra vuelta de tuerca a la razón por la que se resiste tanto el colectivo masculino a la aceptación de la igualdad. Desde antiguo he pensado que, más que en las evidentes ventajas materiales que reporta la condición masculina, la razón de la resistencia estaba en el prestigio consolatorio que supone ser varón. Cuando un varón no puede presumir de rico, ni de inteligente, ni de simpático , ni de guapo, presume de varón. Una función parecida a la de los clubs de fútbol prestigiosos: ser del Real Madrid le compensa a uno de no ser nada en particular. Probablemente en algunos lugares de USA, cuando un obrero se pregunta cómo puede ser solo obrero en el país tu idades, se supone que todo el mundo puede llegar a ser millonario, quizá se contesta “soy blanco”, esto es, supuestamente superior a afroamericanos, aborígenes o chicanos. Renunciar a la superioridad masculina es, con perdón, quedarse en pelotas.


24

Sin embargo, me pareció necesario buscar algo más, porque me pareció ir encontrando en muchos varones actitudes particularmente vengativas contra las mujeres. Formulé entonces una hipótesis que pretendo establecer científicamente: durante siglos, la sociedad ha tratado de ignorar u ocultar un hecho biológico en cierto modo cruel: desde los once hasta los diecisiete años, las mujeres son bastante más física, psicológica y socialmente que los hombres. ¿Cómo viven los hombres ese período? ¿No crea cierto resentimiento por la inferioridad, que se transforma después en misoginia? Tradicionalmente la asignación de espacios, laborales y de estudio diferentes hacía menos frecuente la confrontación entre adolescentes: unos en el campo, las otras en la casa y si estudian, en colegios diferentes. Cuando los jóvenes se encuentran ya están construidos separadamente y socializados hacia una percepción como diferentes. Pero, ¿qué ocurre cuando, como ahora, se dan dos características nuevas?

    a. los varones ya no tienen el monopolio de ninguna actividad que les identifica como tales. Aunque tengan mayoría en todas las posiciones de poder.

    b. La competencia de las chicas se hace evidente en un espacio escolar más de “coestabulación “ que de coeducación real.

Debe ser terrible para los chicos, aun imbuidos de la idea de que son superiores a las chicas, encontrarse con que una chica puede ser superior a él y además por su mayor desarrollo resulta serlo.

¿Es ésta una de las fuentes del resentimiento? ¿Tienden los varones a la violencia o a la simulación del talante violento porque eso es lo único que es “casi” inequívocamente masculino? ¿Tienden más bien a la inhibición respecto a las relaciones personales? ¿Cómo viven los varones actuales su adolescencia?

Trato de investigar esto y, a la espera de financiación, acepto cualquier aportación sobre uso por géneros de los espacios, comentarios de los chicos sobre las chicas y viceversa, quejas y demandas o expectativas respectivas hábitos sentimentales de los adolescentes, formas de fracaso escolar por géneros. Me podéis enviar vuestras aportaciones a josep.v.marques@uv.es. Muchas gracias.



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